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Facundo C. Rocca
El horizonte contemporáneo de nuestro pensamiento está marcado por una evidente crisis de
ciertos conceptos con los que el tiempo presente, su historicidad y la historia misma (en el
doble sentido de proceso efectivo-real y narración o saber de ese proceso) habían sido
pensados. Modernidad, progreso e Historia han perdido su carácter evidente, se transformaron
en núcleos problemáticos no sólo para el trabajo de la disciplina histórica sino también para el
pensamiento en general. Se trata de un colapso más o menos generalizado de las filosofías de la
historia con las que la modernidad se había pensando a sí misma y a su temporalidad. Una
crisis, entonces, del historicismo, entendido como un campo conceptual que pensaba el tiempo
como espacio de un proceso más o menos orientado a fines y como criterio que - en apariencia
- inmanentemente los legitimaba.
El origen, las causas, los términos y la periodización de tal crisis constituyen, en sí mismos, un
problema del pensamiento contemporáneo. Antes que un consenso claro, se encuentra una
simultaneidad no necesariamente componible de diagnósticos variados. Por un lado, la deriva
catastrófica de la modernidad en el siglo XX, con la experiencia de la guerra y los totalitarismos,
puso radicalmente en cuestión la confianza en el progreso, dejando en jaque el recurso a la
historia como legitimación. Al mismo tiempo, la lucha y el pensamiento anticoloniales forzaron
a reconocer que la barbarie moderna ya había sido una experiencia generalizada de los pueblos
no occidentales mucho antes de la catástrofe europea de mitad de siglo, poniendo aun más
radicalmente en cuestión la confianza en una historia como creciente proceso civilizatorio. La
crítica decolonial y poscolonial tematizará esta distancia con la moderna idea de progreso en
una directa puesta en cuestión de las concepciones moderno-europeas de la historia, de sus
ritmos o etapas, de su necesariedad y universalidad. Esta compleja crisis de la legitimidad de la
era moderna producirá al mismo tiempo una recusación de los conceptos políticos heredados
de la Ilustración, lanzando un intento de deconstrucción de sus categorías filosóficas. Por otro
lado, ciertos autores querrán encontrar en las transformaciones culturales, políticas y
económicas producidas a fines del siglo una nueva ruptura en el tiempo histórico, abriendo el
debate sobre las coordenadas temporales de nuestra contemporaneidad como ya no
modernas: nuestro tiempo sería entonces posmoderno. El colapso del comunismo real en 1989
será leído igualmente como una definitiva clausura de la idea moderna de futuro como tiempo
nuevo, que transformaría radicalmente nuestro régimen de historicidad, o bien como signo de
un verdadero fin de la historia, en el sentido de una definitiva realización del ideal liberal nacido
1
con la modernidad. Sin que esta breve descripción pueda agotar la serie de debates y
problematizaciones de las que somos contemporáneos, lo que se delinea es una profunda
inquietud teórico-política alrededor de la cuestión de la temporalidad y la historicidad que nos
es propia.
En este escenario, el trabajo de Reinhart Koselleck se presenta como una interesante respuesta,
formulada desde la disciplina histórica, a esta crisis generalizada del pensamiento sobre la
historia. Su obra se ha convertido así en una referencia ubicua del pensamiento
contemporáneo, no sólo histórico sino también filosófico-político, en cuanto ofrece una
compleja reflexión sobre la cuestión misma de la historicidad y la temporalidad, así como de la
particular forma que éstas tomaban en el horizonte conceptual de la modernidad europea. La
hipótesis de la trennung que separaría la constelación conceptual moderna de aquellas que le
preceden implicaría, al mismo tiempo, una transformación radical de la experiencia y la
conciencia tanto del tiempo como del sentido de la historia. Para pensar esta ruptura moderna
en la temporalidad, que surge del trabajo de la Begriffsgeschichte, K oselleck se propone
elaborar una histórica [Historik] como “teoría de los tiempos históricos” (2003: 11) o reflexión
sobre las condiciones de posibilidad de toda historia. Lo hace por medio de una serie de
categorías que presenta como meta-históricas, es decir, válidas trans-históricamente para
diferentes períodos, y que toman por lo tanto una forma trascendental (1997: 84) y no
inmanente a la conceptualidad o temporalidad de una etapa determinada de la vida humana.
Provisoriamente podríamos decir que la Historik koselleckiana abre para nosotros tres grandes
campos de problemas: 1) la posibilidad, utilidad y estatuto de las categorías meta-históricas de
la Historik, que c onstituyen un problema teórico por sí mismos; 2) la posibilidad de una historia
que, a partir de esta toma de conciencia sobre la historicidad misma de la historia, aloje como
algo central en su reflexión la pluralidad de temporalidades, estratos de tiempos o regímenes de
historicidad (Hartog, 2007); y 3) la pregunta por las condiciones históricas de la idea misma de
2
historicidad s obre la que puede recortarse la particular temporalización m oderna de los
conceptos, así como las experiencias de aceleración del tiempo y de primacía o clausura del
futuro; o, en otras palabras, la cuestión de la especificidad histórica d
e la temporalidad
moderna, sus ritmos y sus transformaciones.
Ahora bien, estos campos problemáticos pueden también recortarse (no siempre, claro está, en
los mismos términos ni con las mismas respuestas) de un conjunto diverso de trabajos
enmarcados en la tradición marxista o, más precisamente, en el esfuerzo de su relanzamiento
contemporáneo, que se proponen interrogar nuevamente la obra de Marx con el objetivo de
construir una lectura no historicista –o al menos una distancia con respecto a una forma
teleológica– de su pensamiento. Sin la pretensión de agotar el campo de referencias posibles,
pueden señalarse el trabajo de Peter Osborne (1995; 2008) sobre modernidad, abstracción y
tiempo en la filosofía de Marx; la relectura categorial de la crítica de la economía política
realizada por Moishe Postone (1993) en Tiempo, trabajo y dominación social, que otorga una
particular centralidad a la cuestión del tiempo abstracto y el tiempo histórico; los estudios de
Daniel Bensaïd (2003) sobre la discordancia de los tiempos; las reflexiones de Antonio Negri
(1997; 2015) sobre la temporalidad del poder constituyente y la producción capitalista; los
análisis de David Harvey (1991) sobre la relación entre temporalidad, espacio y ciclos del
capital; la relectura de El Capital realizada, en Time in Marx, por Stavros Tombazos (2014) en
términos de una combinatoria de temporalidades (tiempo lineal de la producción, tiempo
cíclico de la circulación y tiempo orgánico del capital), junto a una reconceptualización de las
crisis como arritmias o asincronías; el desarrollo de Massimiliano Tomba (2013), quien, en
Marx’s Temporalities, intenta combinar el problema de la pluralidad sincrónica, o simultaneidad
de lo no simultáneo, con la necesidad de sincronización de los ritmos del capital planteada por
Tombazos, para pensar las formas y políticas de esta sincronización capitalista de las
temporalidades; el reciente trabajo de Harry Harootunian (2015a) que se propone releer la
categoría de subsunción formal p ara ofrecer una análisis del capitalismo global en términos de
combinatoria de formas diversas de producción, circulación, explotación y reproducción antes
que como realización progresiva de una única lógica o modelo; en un mismo sentido, el trabajo
de Bajani (2010) que desarrolla una teoría de la pluralidad de modos de explotación, que la
producción capitalista combinaría históricamente, antes que una historia lineal de sucesión
necesaria de etapas o modos de producción pensada en los términos históricamente
específicos del proceso de industrialización capitalista propio al espacio europeo; así como la
indagación histórica de Moulier-Boutang (1998) que pone en cuestión el paso lineal entre
trabajo no libre y trabajo libre “moderno”. Por su parte, el problema del eurocentrismo de la
teoría marxiana (Linder, 2010; Harootunian, 2010) ha suscitado interesantes respuestas que
cruzan o debaten con la crítica poscolonial, entre las que puede señalarse el análisis de los
textos tardíos de Marx realizado por Kevin B. Anderson en su Marx at the margins (2010) o
aquel de Shanin (1983); el debate suscitado por Postcolonial theory and the Specter of Capital
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de Vivek Chibber (Chibber, 2013; Chibber & Warren, 2016); o la propuesta de Sandro Mezzadra
(2011a; 2011b) de repensar una historia plural y global del trabajo en el capitalismo con las
herramientas de la teoría poscolonial.
Algunos de estos autores –como Osborne, Tomba o Harootunian– hacen referencia explícita a
Koselleck en sus reflexiones sobre la temporalidad y existe, por su parte, un interesante
intercambio y debate entre algunos de los que componen este campo (Arruza, 2015; Osborne,
2015; 2016; Tomba, 2015; Harootunian, 2015b). En un sentido general, puede decirse que en
este conjunto de trabajos, que se proponen revisitar de formas diversas la obra marxiana a
partir de una tematización de la temporalidad como problema antes que como dato evidente
para el pensamiento, reaparecen de una forma u otra aquellas mismas cuestiones que ya
señalábamos en relación a la Historik k oselleckiana: la relación entre historicidad de las
categorías d eterminadas y categorías transhistóricas del pensamiento sobre la historia, la
cuestión de la pluralidad de temporalidades e historicidades, tanto como la pregunta por la
especificidad histórica del tiempo moderno y sus procesos. Peter Osborne señala: “the place of
Marx’s thought within the philosophy of time i s thus, to a large extent, the key to the
relationship of his thought to the modern European philosophical tradition more generally”
(2008: 15).
Ahora bien, estas reflexiones relativamente recientes contrastan con la concepción tradicional
del pensamiento heredado de Marx como una “ciencia de la historia” o un “materialismo
histórico”; es decir, como un saber capaz de captar la verdad objetiva del proceso histórico,
usualmente formalizada en términos técnico-económicos, y de derivar de esta verdad la férrea
necesidad de sus leyes y sus fines. Concepción que suele pensarse como una teoría
transhistórica, al fin formulada por Marx, capaz de dar cuenta de todas las formas de
organización y existencia de las sociedades humanas a lo largo del tiempo en términos
estrictamente materialistas: como combinaciones variables de las fuerzas productivas o “base”
(nivel técnico alcanzado por la humanidad en su relación metabólica con la naturaleza) y las
relaciones de producción, o “superestructura”. Esta configuración de la teoría marxiana puede
encontrarse, en sus rasgos generales, sucesivamente afirmada desde la constitución como tal
del marxismo como sistema de pensamiento –bajo el esfuerzo teórico-político de Engels y los
organizadores de la Segunda Internacional– hasta Althusser (2004) –quien hacía de la ruptura
epistemológica marxiana el hito de un verdadero descubrimiento del “continente de la
Historia”–, en la depuración de la teoría marxiana propuesta por el marxismo analítico (Cohen,
1978; Elster, 1991) o en la historia social inglesa (Hobsbawm, 2011), pasando por la ortodoxia
soviética del DIAMAT.
Lo cierto es que la aceptación generalizada del marxismo como teoría científica de la historia s e
deshizo en su propia crisis de fines del siglo XX bajo el embate tanto de su deriva totalitaria y su
fracaso histórico como de los cuestionamiento filosóficos y epistemológicos finiseculares y la
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certera acusación subalternista y poscolonial de que, al aceptar las premisas de un tiempo
lineal y progresivo de modernización capitalista propias de la historiografía dominante, había
participado irreflexivamente de los fundamentos coloniales de la modernidad. El campo
contemporáneo de reflexión al que nos referimos surge entonces sólo con posterioridad a esta
crisis que abrió la posibilidad de una relectura de la obra de Marx en nuevos términos.
Marx: del historicismo a la crítica de la economía política como crítica de la forma-historia
Ahora bien, como resultado de este extenso recorrido del campo del pensamiento marxista
sobre la historia se subraya la pregunta sobre hasta qué punto la obra de Marx puede leerse
más allá del esquema historicista a través del cual su pensamiento se había constituido como
sistema, como marxismo. Para delinear esta cuestión, quiero seguir un trabajo reciente de Acha
(2019), quien propone la estimulante hipótesis, que puede parecer en principio contraintuitiva,
de releer el pensamiento de Marx no como un materialismo histórico (Gunn, 1992) sino como
“crítica de la historia universal como ficción necesaria de una dominación específica: la de una
lógica capitalista cuya forma fenoménica es [...] el mercado mundial” (Acha, 2019: 81). El
pensamiento maduro de Marx conformaría, antes que una ciencia de categorías transhistóricas
para toda historia, una crítica de la “forma historia del capital” no como error o ilusión sino
como “producción conceptual funcional”, resultado de la generalización efectiva de procesos
históricamente específicos de “abstracción social” (Ibíd: 83).
No se trata sin embargo de leer toda la obra marxiana como una tal crítica de la historia; ni
siquiera de afirmar que esta crítica de la forma-historia se encuentre unívocamente
desarrollada o sistematizada en la obra madura. Acha sostiene que no es sino a partir de la
crisis que el pensamiento de Marx sufre alrededor de 1850 que comienza a esbozarse la
posibilidad de una tal crítica a la forma-historia. Se trataría del momento en que, luego de sus
primeros desarrollos juveniles, Marx comienza el trabajo de una sistemática crítica de la
economía política que lo llevará primero al trabajo de El Capital y luego, en la estela de esa obra
infinita y nunca concluida, a una indagación sobre el problema de las sociedades no europeas y
su subsunción a un mercado mundial capitalista.
Hasta este momento, el pensamiento de Marx habría participado casi sin restos de un esquema
propio de la moderna filosofía de la historia. Es decir, hasta 1850 Marx se habría enmarcado en
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ese proceso que Koselleck (2016) describió como constitución de la Historia [Geschichte] en
tanto colectivo singular temporalizado y marcado por su procesualización orientada a un futuro
que subsumía a su vez la diferencia entre saber de la historia e historia efectiva. Marx no habría
sino producido inflexiones al interior de este historicismo.
Debe notarse que esta periodización desarma aquella canonizada por Althusser (2004), quien
sitúa el “corte epistemológico” marxiano en 1845 con ocasión de la escritura de la Ideología
Alemana y las Tesis sobre Feuerbach. Es esta ruptura la que separaría, para Althusser, la
concepción juvenil que piensa la historia en términos idealistas de alienación y desalienación y
el descubrimiento de las leyes materiales de la historia pensado en los términos de fuerzas
productivas-relaciones de producción. En la lectura de Acha también se invierte, en algún
sentido, cierto gesto recurrente que busca en el joven Marx los caminos de un pensamiento
“cálido” del devenir histórico frente a los problemas planteados por el “frío” y “objetivista”
pensamiento de madurez. Por el contrario, el esfuerzo interpretativo de Acha, en sintonía con
muchos de los autores que reseñamos anteriormente, revaloriza el pensamiento maduro de
Marx por haber puesto los elementos de una necesaria crítica de la forma-historia antes que
por haber sistematizado las categorías transhistóricas de una ciencia materialista de toda la
historia humana.
La crisis del pensamiento marxiano que puntúa tal periodización alternativa –y que Acha
retoma de Sazbón (2002), quien plantea este quiebre como una primera crisis del marxismo–
puede pensarse en el horizonte de los efectos del fracaso del primer gran pronóstico marxiano.
Se trata del fracaso de las revoluciones obreras de 1848, que no es sino el fracaso inmediato de
la prognosis revolucionaria a la que el pensamiento de Marx había llegado luego de sus
primeros desarrollos y que se plasmaba en las sentencias del Manifiesto Comunista. Jacques
Rancière (1973) piensa, coincidentemente, en la estela de los efectos de este fracaso y esta
derrota la transformación del pensamiento marxiano que está en el origen de El Capital1. El
proletariado, aquella parte de la comunidad producida inmanentemente al estado actual de las
cosas, no había podido cumplir la misión histórica que Marx, entonces, le pensaba propia e
inminente: la eliminación de la radical enajenación de la vida social por medio de la destrucción
de todas sus formas (estado, propiedad privada, religión) que pondría finalmente a la historia
como proceso consciente del conjunto de la comunidad y abriría el tiempo de un futuro
verdaderamente libre.
Siguiendo todavía a Acha, podemos decir que antes de esta derrota y de los efectos que
produce en el pensamiento, la concepción de Marx se constituye enteramente al interior del
historicismo moderno, como una inflexión particular de la historia universal h egeliana pensada
como despliegue del Espíritu [ Geist]. En sus primeros escritos periodísticos de 1842-1843,
publicados en su mayoría en la Rheinische Zeitung, el espíritu hegeliano se transforma: el sujeto
1
Sobre esta hipótesis rancièreana del corte político del pensamiento de Marx ver Sibertin-Blanc, 2018.
7
llamado a asegurar la realización de la historia como despliegue de la libertad racional es menos
la ciencia, en su sentido hegeliano, o el Estado en tanto objetivación del espíritu, que el proceso
de autorreflexión y autoeducación del demos, a segurado por la prensa e impulsado
afectivamente por la experiencia de la miseria y la ausencia de libertad. En 1843, luego del
fracaso del proyecto de la Rheinische Zeitung y la consiguiente liberación del pensamiento de
Marx del grillete de la censura, esta democratización del Geist s e radicaliza en cuanto se
propone destituir el carácter especulativo e hipostasiado del espíritu de la Historia hegeliano en
la forma de un humanismo político de corte feuerbachiano que quiere encontrar el
fundamento real en el demos c omo hombre concreto, en contraposición a la Idea. El resultado
puede observarse en los textos que Marx publica en los Anales Franco-Alemanes, donde el
tiempo presente es postulado como el momento para una necesaria, definitiva y simultánea
liberación de la abstracción de un “más allá” teológico, pero también político y filosófico, en el
que la acción de los hombres reales se pierde o se enajena en sus propios productos: Dios, el
Estado, la Idea. Es el proletariado, ya aquí, el sujeto llamado a producir esta radical
reapropiación de la historia como producto de la acción de los hombres, reconociendo en el
conjunto de su existencia sus forces propres. E n La Sagrada familia este “humanismo real” se
postula directamente como una crítica de la hipóstasis de la Historia como sujeto, producida
por Bauer en la estela de Hegel. La idea de una acción de la historia como Sujeto, sin embargo,
reaparecerá como propia a Marx, en alguna medida, cuando éste extienda su crítica de la
enajenación de la acción real de los individuos, en los Manuscritos económico-filosóficos d e
1844, a la propiedad privada. Allí la Historia se presenta bajo el esquema de un proceso de
pérdida o extrañamiento y reapropiación inmanente de las capacidades universales del hombre
como ser genérico. Ella misma parece producir la solución de su propio enigma en la forma del
comunismo, a l poner como resultado de su propio despliegue al sujeto concreto capaz de
asumir en la historia concreta esa solución: el proletariado. El total desposeimiento de este
sujeto, producido por la historia como teodicea del Hombre, sería aquello que dialécticamente
produciría la posibilidad de una total reconciliación de la historia humana consigo misma.
Sin embargo, durante el período de 1845, la ruptura de Marx con los jóvenes hegelianos, la
creciente colaboración con Engels y la crítica al sensualismo antropológico feuerbachiano
producen una nueva y diferente inflexión dentro de este esquema historicista: el proceso
histórico es “materializado” radicalmente y pensado como efecto de un contradictorio proceso
metabólico-técnico de producción. Proceso que, por su parte, sería transhistórico y conocería
un gradual despliegue a lo largo de la historia de la humanidad. El naturalismo de la producción
y el metabolismo social se postulan para reemplazar los resabios más inmediatamente
teológicos de la traducción humanista joven-hegeliana del Absoluto que informaba la forma
precedente del historicismo marxiano. Marx desarrolla ahora “una concepción materialista de
la historia [...] que explica las fases de la contradicción entre fuerzas productivas y las formas
enajenadas” (Acha, 2019: 91). La Historia se transforma de proceso radical de extrañamiento y
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pérdida del Hombre –que terminaba por producir en su negatividad una completa
reapropiación dialéctica– en un gradual proceso positivo de dominio creciente y acumulativo de
la naturaleza por parte de la humanidad real, que sentaría las bases para una forma nueva de
comunidad y un futuro radicalmente nuevo.
Sin embargo, para Acha, luego de aquella crisis de 1848 el pensamiento de Marx avanzaría, no
de forma lineal o despojada de contradicciones, hacia una teoría crítica de la historia como
forma históricamente específica y como resultado de un modo determinado de interacción
humana. Esto se esbozaría primero, en los Grundrisse, p or medio de una crítica a la espuria
universalización hacia el pasado de las categorías propiamente modernas de la economía
política. Marx se opone a la construcción retrospectiva de una “historia universal” como
historia del progreso de toda la humanidad hacia el presente capitalista. El desarrollo de estas
intuiciones en el proyecto de El Capital implicará la tematización de esta totalización capitalista
de la historia en la forma concreta del mercado mundial c omo forma de subsunción real de
temporalidades y espacios diversos a una lógica que es históricamente específica y
geográficamente situada. Luego, y especialmente a partir de sus estudios tardíos sobre las
sociedades no occidentales, Marx avanzaría aun más profundamente hacia una conciencia
pluralizada del espacio y el tiempo global ya no como una sucesión lineal de fases que llevan
procesualmente hacia un único modo de producción capitalista-moderno sino como la
subsunción totalizante de esas historias y esos espacios a una lógica de interacción y
dominación históricamente específica, surgida contingentemente en el espacio europeo o
noratlántico: la lógica (moderna) del valor (abstracto). La “historia universal” no sería en
definitiva sino una “construcción capitalista de la historia” (Ibíd: 103).
Lo que propone Acha, y lo que recorre como posibilidad del campo contemporáneo de la
reflexión marxista sobre la temporalidad al que referíamos al principio de esta exposición, es en
definitiva la apuesta por la elaboración de una nueva lectura de Marx que ponga en cuestión
aquella sentencia foucaultiana que afirmaba que, fuera del agua que constituía la episteme del
historicismo, el pensamiento de Marx ya no podría respirar2. La afirmación de que el
pensamiento de Marx no es sino una radicalización de la episteme h istoricista del siglo XIX
podría tomarse, hasta 1850, como válida. El proletariado es, sin duda, hasta entonces, un
2
“En el nivel profundo del saber occidental, el marxismo no ha introducido ningún corte real; se aloja sin
dificultad, como una figura plena, tranquila, cómoda y ¡a fe mía! satisfactoria por un tiempo (el suyo), en
el interior de una disposición epistemológica que la acogió favorablemente (dado que es justo la que le
dio lugar) y que no tenía a su vez el propósito de dar molestias ni, sobre todo, el poder de alterar en lo
más mínimo ya que reposaba enteramente sobre ella. El marxismo se encuentra en el pensamiento del
siglo XIX como el pez en el agua, es decir, que en cualquier otra parte deja de respirar [...] Lo esencial es
que a principios del siglo XIX se haya constituido una disposición del saber en la que figuran a la vez la
historicidad de la economía (en relación con las formas de producción), la finitud de la existencia
humana (en relación con la escasez y el trabajo) y el cumplimiento de un fin de la Historia —sea
disminución indefinida o viraje radical.” (Foucault, 2002: 256-7)
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“duplicado empírico-trascendental” que combina escatología –secularizada– y positividad
(Foucault, 2002: 310-312). Pero una vez producida la crisis del historicismo marxiano, su crítica
de la economía política parece sentar las bases para una crítica de la particular temporalidad y
concepción del tiempo histórico de aquella episteme y de sus condiciones sociales de
posibilidad antes que participar de un horizonte común con su objeto. Se trataría entonces de
leer el pensamiento maduro de Marx como una crítica radical de la episteme historicista
entendida como forma subjetiva de un tipo particular de lógica social.
***
Para comenzar a delinear esta posible confrontación nos detendremos, en primer lugar, en una
reconstrucción de las categorías de la Historik k osellekiana para preguntarnos sobre su
aparente estatuto metahistórico. Una vez bosquejados los rasgos generales de esta teoría de
los tiempos históricos, procederemos a exponer brevemente la relectura categorial de Marx
realizada por Moishe Postone con especial atención a su idea del tiempo abstracto y tiempo
histórico. Presentaremos, luego, algunos contrapuntos entre la historik y esta particular lectura
de Marx. Por último, concluiremos este escrito delineando futuros contrapuntos a explorar
entre la obra de Koselleck y algunos de los autores que se han preguntado por la cuestión de la
temporalidad desde la perspectiva marxiana de una crítica de la historia universal.
3
Sería interesante, para pensar el problema de la temporalidad de los modernos en relación a la
temporalización de la ontología, un contrapunto sistemático entre Marx, Koselleck y Hannah Arendt
(2008). Esta teórica política produce una declinación diversa de la ontología heideggeriana de la finitud
que busca acentuar la novedad en origen de todo nacimiento, antes que el fin dirigido a la muerte, para
pensar una teoría de la acción como capacidad humana de dar lugar a lo nuevo que sólo puede
permanecer en la intersubjetividad de la memoria. Se trata de un intento de recuperar el futuro ya no
como resultado de un proceso impersonal o inmanente –propio de las filosofías de la historia– sino
como efecto de una frágil y contingente capacidad de los hombres de actuar en el horizonte de una
novedad incalculable. A mismo tiempo, las patologías de la modernidad en relación a la temporalidad
son delineadas por Arendt, de forma diversa a Koselleck, como resultado de una colonización de la vida
por el ciego metabolismo (circular, reproductivo) de lo social que extravía como tesoro perdido esta
capacidad de actuar. Para una comparación entre Koselleck y Arendt ver Hoffmann, 2010.
4
A propósito de este par existencial Koselleck desarrolla –en “Sobre la semántica histórico-política de los
conceptos contrarios asimétricos” (1993: 205-250)– una historia de su transformación que desde la
oposición griegos/bárbaros pasa por la de cristianos/paganos para derivar luego en la propiamente
moderna de hombres/no-hombres. El supuesto que delinea esta historia es una creciente
desterritorialización y universalización del par asimétrico que explicaría la explosiva destructividad que
alcanza en la edad moderna.
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aprehende las condiciones de una posible historia, remite a procesos a largo plazo que no están
contenidos en ningún texto como tal, sino que más bien provocan textos” (Ibíd: 92). Algunas de
estas mismas categorías existenciales s on presentadas en “On the need for Theory in the
Discipline of History” (Koselleck, 2002: 1-19) como las categorías propias de una metahistoria
que investiga la movilidad y la cambiabilidad antes que el movimiento o el cambio concreto
(Ibíd: 3), y como “criterios formales” del actuar y sufrir histórico que serían ellos mismos
“atemporales” (Ibíd.).
No se trata, sin embargo, del único intento koselleckiano de delinear las categorías
trascendentales de una Historik. En la Introducción a Futuro Pasado ( Koselleck, 1993: 13-18), la
Historik s e aleja de los pares existenciales para postular dos categorías antropológicas mínimas
que permitirían captar las formas diversas de articulación entre pasado, presente y futuro. Dice
Koselleck: “la hipótesis es que en la determinación de la diferencia entre el pasado y el futuro, o
dicho antropológicamente, entre experiencia y expectativa, se puede concebir algo así como el
tiempo histórico” (Ibíd: 15). Estas categorías antropológicas, pensadas como determinaciones
transhistóricas de toda historicidad, serán desarrolladas en “Espacio de experiencia y horizonte
de expectativa. Dos categorías históricas” (Ibíd: 333-357).
Por otro lado, en “Historia, historias y estructuras formales del tiempo” (Koselleck, 1993:
127-140), se plantea una tríada de “estructuras temporales” (Ibíd: 128) o “modalidades
temporales de la experiencia” (Ibíd: 129): 1) irreversibilidad –o unicidad– de los
acontecimientos, tal como se expresa en la experiencia del antes y el después; 2) repetibilidad;
y 3) simultaneidad de lo no simultáneo [Gleichzeitigkeit der Ungleichzeitigkeit] , que configura
una superposición de “estratos del tiempo” (Ibíd). La tercera categoría, que Koselleck parece
tomar de Bloch (1991: 97-144), es elaborada en “Estratos del tiempo” (Koselleck, 2001: 35-42) y
permitiría articular una coordinación espacialmente metaforizada de diversas temporalidades y
ritmos, más allá del modelo de mera sucesión lineal de etapas o períodos. Por su parte, en
“Cambio de experiencia y cambio de método. Un apunte histórico-antropológico” (Koselleck,
2001: 43-92) se delinean tres tipos histórico-antropológicos de experiencia (del tiempo) que
pueden resumirse como: 1) sorpresa frente a la originalidad del acontecimiento; 2) conciencia
de la repetibilidad estructural de ciertas experiencias que constituyen una unidad generacional;
y 3) simultaneidad acumulativa de experiencias pasadas como procesos de lenta y larga
transformación del tiempo histórico. Esta formulación coincide parcialmente con la antes
descripta. Encontramos así un tríada que implica una agregación creciente de sujetos (de lo
individual a lo generacional y de ahí a lo transgeneracional) tanto como una escala creciente de
temporalidad (corto, mediano y largo plazo) y una tripartición correspondiente de los métodos
de hacer historia (registro, continuación y reescritura d
e la experiencia del tiempo). Esta
formalización se relaciona con algunas reflexiones de Koselleck sobre la relación entre
acontecimiento y estructura (como modos diferenciados de experiencia): la unicidad
correspondería al acontecimiento que puede ser narrado c omo antes-y-después; la las
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estructuras y su repetibilidad, como condiciones de posibilidad de los acontecimientos, sólo
podrían ser descriptas a distancia del tiempo meramente cronológico (Koselleck, 1993:
141-153; 2002: 123-126). A su vez, Koselleck alude a algunos de los pares existenciales (por
ejemplo,amigo/enemigo; se trata de “modos de dominio”, esto es, pares del tipo arriba-abajo)
como modos estructurales del tiempo (1993: 144). Resulta curioso que Koselleck incorpore en
esta misma descripción de las estructuras históricas la oposición fuerzas productivas-modos de
producción, estableciendo, de alguna forma, como categorías transhistóricas equivalentes las
determinaciones existenciales de la analítica de la finitud aplicada a la historicidad factual y las
categorías materialistas históricas de los modos de producción.
13
“a priori” de la sensibilidad. Así, experiencia y expectativa “indican la condición humana
universal [...] remiten a un dato antropológico previo, sin el cual la historia no es ni posible, ni
siquiera concebible” (Ibíd: 336).
En esta línea, la Historik de Koselleck ha sido ampliamente debatida (Blake, 2018; Chignola,
2007; Davies, 2008: 87-95; Jordheim, 2011; 2012; Romero Cuevas, 2008; Scuccimarra, 2008) al
respecto del problema de hasta qué punto ella lograría conquistar, si es que esto fuera posible,
un terreno verdaderamente metahistórico desde donde pensar las transformaciones mismas de
la historicidad en la historia. En particular, Chignola (2007) ha demostrado que la idea misma de
categorías metahistóricas depende de las condiciones impuestas por la ruptura moderna del
tiempo, lo que arroja la Historik a un círculo de inmanencia con su propio objeto, en el que las
categorías trascendentales son siempre reconducidas a sus condiciones de posibilidad
históricamente determinadas.
Pero creemos que no se trata sólo de que la idea misma de categorías ontológicas o
antropológicas de la historia sea posible –esto es, pensable– sólo después de la trennung
moderna y sus transformaciones conceptuales y epistemológicas, sino también de una cierta
unidad que se dibuja tras las formalizaciones diversas que Koselleck ofrece para su Historik.
Esta unidad la constituye un particular diagnóstico no del carácter de la temporalidad en
general sino de las patologías propiamente modernas que la historicidad y la temporalidad
encontrarían. A pesar de postularse como un trascendental metahistórico, la Historik n o deja de
confesar su propio perspectivismo. Sus categorías están siempre atadas al esfuerzo por hacer
posible no una teoría de la historicidad en general sino un particular diagnóstico de la
modernidad. La casi totalidad de los escritos donde Koselleck presenta las meta-categorías de
su Historik van siempre acompañados de la declinación de estas categorías en una crítica de la
temporalidad específica y peligrosa del tiempo moderno. Esta idea de la modernidad como
tiempo peligroso q ue produciría inevitablemente una crisis catastrófica está en el origen del
pensamiento de Koselleck desde su primera gran obra, Crítica y Crisis ( 2007). Un análisis
exhaustivo de la política y la poética del saber ( Rancière, 1993) de la Historik d
e Koselleck queda
todavía por hacerse, pero intentaremos adelantar aquí algunos elementos.
14
“campesino-artesanal” (Ibíd: 343) destruye el “paso casi perfecto desde las experiencias a las
expectativas” (Ibíd: 344) que hacía que las generaciones futuras se nutrieran “totalmente de los
antepasados” (Ibíd: 343). La pérdida de esta perfección d e la coordinación de los tiempos
produce un futuro desconectado del pasado, una verdadera disyunción del tiempo histórico, en
el cual “el horizonte de expectativas ya no encerraba al espacio de experiencia, con lo que los
límites entre ambos se separaban” (Ibíd: 347). La modernidad “rompió el mundo de las
experiencias político-sociales que, hasta entonces, había estado ligado a la sucesión de las
generaciones” (Ibíd: 349). Esto produce una fragmentación “perspectivista” de la experiencia
según las líneas de “la generación política y la posición social” (Ibíd: 350) tanto como una
creciente “aceleración” del tiempo y temporalización de la historia separándose ambas
progresivamente del tiempo natural (Ibíd). De esta forma, los conceptos políticos dejan de ser
receptáculo clasificador de las experiencias pasadas, esto es, informados por el lento ciclo de
repetibilidad de las acciones humanas, y se convierten en conceptos de movimiento que son
creadores de experiencias ya no necesariamente basadas en la evidencia del pasado. Entre
experiencia y expectativa se abre, nos dice Koselleck en otro texto, un “abismo” (Ibíd: 321). En
definitiva, la ventaja de las categorías meta-históricas resulta en su capacidad de diagnosticar
esta destrucción moderna de un modo antiguo de temporalidad pensado como “perfecto”: un
mundo donde pasado y futuro se coordinarían sin producir la disyunción vertiginosa del
tiempo, donde las generaciones se unificarían sin sobresaltos en su propio discurrir en el
tiempo natural, evitando su fragmentación conflictiva y perspectivista en batallas ideológicas
por el futuro, y donde no se produciría el vaciamiento abstracto de los conceptos políticos
como armas en un combate que ya no puede autoeducarse por el pasado y su saber. Más que a
priori trascendentales, derivados de una reflexión metahistórica sobre la sustancia misma del
tiempo y sus configuraciones históricamente variables, parece tratarse de conceptos
construidos ex post, plenos de experiencia histórica renegada, que buscan justificar estas ideas
koselleckianas sobre la modernidad y su patogénesis en los términos de una desnaturalización,
politización y aceleración del tiempo mismo. Desnaturalización del tiempo que sería correlativa
a la fragmentación moderna de una unidad-integración de la comunidad pensada como natural
o preferible.
A pesar del diagnóstico inestable que Koselleck ofrece de las causas de esta ruptura de la
“perfección” de la temporalidad (volveremos sobre este punto), en su Introducción a l
oselleck, 2011) se delinea con mayor claridad el hilo que enlaza
Geschichtliche Grundbegriffe (K
esta fragmentación de la comunidad de su unidad previa y el desarreglo del anterior régimen
“perfecto” de temporalidad que le correspondía. Allí, lo que parece poner en movimiento la
forma moderna de los conceptos es la “democratización del lenguaje político y social”. La crisis
del régimen estamental y la acción crecientemente significativa de las masas en la historia
sustrae a los conceptos de sus usos estables, experiencialmente informados y atados a algún
saber transmisible (el de la antigua filosofía política o la vieja historia), para arrojarlos a un
15
escenario de conflictividad y multiplicación de las iteraciones que los vuelve progresivamente
más generales y abstractos (Ibíd: 10-11). De esta democratización del lenguaje político surge
entonces la presión para su temporalización, politización e ideologización del que el trabajo de
uiere hacer la historia (y la crítica). Resuena aquí la caracterización hecha
la Begriffsgeschichte q
por Brunner de la Modernidad como “era de las ideologías” (1976), es decir, de proyecciones
de futuro utópicas, completamente desacopladas de la complejidad espacial de la experiencia.
El desarreglo moderno de la coordinación temporal es efecto de este desarreglo político de la
acción misma que pone radicalmente en cuestión la capacidad pedagógica y autoritativa del
saber ( histórico o filosófico-político) para orientar y organizar la comunidad. De hecho, la
constitución del colectivo singular Historia (abstracto por definición) y la temporalización de los
conceptos políticos en -ismos (democratismo, constitucionalismo, republicanismo, etc.), propias
de las modernas filosofías de la historia, es presentado por Koselleck como un intento de
reconstruir algún tipo de unidad a posteriori d e esta fragmentación moderna de la comunidad,
su experiencia del tiempo y su lenguaje político: “se trata de expresiones que [...] servían para
ordenar bajo nuevos lemas a las masas corporativamente desmembradas” (Koselleck, 1993:
355).
16
fragmentación partisana como concepto legitimador (politizado e ideologizado) de movimiento
(Ibíd: 321). Al final de “Espacio de experiencia…”, Koselleck se pregunta directamente por la
posibilidad de “concebir de nuevo la historia como susceptible de ser enseñada” (Ibíd: 357). A
esta pedagogía del pasado, antes que nada, parece apuntar su Historik.
17
finito. Muestra, por ejemplo, cómo el carácter finito y determinado de las formas aristotélicas
de gobierno se infinitizan en la temporalización moderna de la historia, rompiendo sus lazos
con la experiencia sedimentada lingüísticamente (2002: 129). No sólo los “conceptos
tradicionales de organización” sufren esta modificación sino que se da incluso nacimiento a
nuevos conceptos –neologismos como socialismo o comunismo– casi completamente
desconectados de la experiencia. E stos, dice Koselleck, “se basan sólo parcialmente en estados
de experiencia y [...] la expectativa del tiempo venidero crece proporcionalmente a la carencia
de experiencia” (Koselleck, 1993: 325). Koselleck plantea esta transformación moderna de la
semántica política como una desinstitucionalización y desestratificación que vuelve a enlazar
cambio conceptual, desquicio de la temporalidad y democratización de la escena política. La
modernidad destruye la organización estratificada en estamentos de la experiencia y de los
conceptos lingüísticos que se acuñaban para describirla diferencialmente (Ibíd: 329). Esta
pluralidad territorializada y estamental de las experiencias es presentada, otra vez, como
preferible al torbellino conflictivo e ideologizante de la modernidad: los estamentos, aun siendo
“relativamente cerrados”, “se complementaban mutuamente” y producían “estratos
lingüísticos complementarios” (Ibíd.) La destrucción moderna de este orden desarregla esta
complementariedad tal como desarreglaba la natural y perfecta relación entre pasado y futuro,
experiencia y expectativa. Así sólo puede producir conceptos vacíos cuyo único espesor de
realidad es el de basarse “en la experiencia de la desaparición de la experiencia” (Ibíd: 330). La
modernidad produce una de-espacialización radical de los conceptos que unilateraliza su
aspecto temporal. Así, una de las categorías antropológicas naturales de la vida humana (la
experiencia como espacio) aparecería, según Koselleck, en nuestra semántica política, sólo
como un vacío negativo e insustancial. La reflexión koselleckiana sobre la historicidad s e revela
menos como un pensamiento de la inevitable inestabilidad de la temporalidad q ue como una
espacialización políticamente posicionada de la historia contra el fluir indeterminado y
democratizado de la acción humana al que la habría arrojado el tiempo moderno.
¿De qué otra formas podría pensarse el problema de la temporalidad moderna sin aceptar el
diagnóstico koselleckiano de su patogénesis? Para comenzar a delinear un contraste entre la
Historik y las nuevas lecturas de la obra de Marx, queremos primero reseñar brevemente la
propuesta de reconstrucción categorial de la crítica de la economía política realizada por
Moishe Postone en Tiempo, trabajo y dominación social (1993) y luego desarrollar algunos
contrapuntos entre éste y Koselleck.
18
Lo interesante de la obra de Postone, para los problemas que aquí nos ocupan, es que propone
una lectura que, al mismo tiempo que rechaza el estatuto transhistórico de las categorías
marxianas, concibe al pensamiento de Marx como una crítica de la modernidad. La
simultaneidad de esta operación es perfectamente coherente. Si las categorías de Marx son
históricamente específicas y ya no válidas para la historia en general entonces el objeto del
pensamiento marxiano no puede ser ni la economía en general, ni la materialidad de la historia,
sino una forma específica y periodizable de organización de la comunidad humana: la
modernidad capitalista. Postone desarma la universalización temporal de las categorías de la
crítica de la economía política para demostrar su validez exclusivamente situada. Así, el
“trabajo” lejos de ontologizarse como actividad transhistórica de mediación de la humanidad
con la naturaleza es presentado como una forma específica de mediación social propia a la
modernidad capitalista. De igual forma el “valor” antes que sustancia general de todo proceso
económico o productivo de la historia humana es releído como forma históricamente específica
de producción, medida y mediación de la “riqueza”. Trabajo y valor serían las categorías
mínimas de una forma históricamente específica de interacción social. La lógica de estas
categorías comparte su carácter abstracto en tanto ambas se reducen a ser quantums d e
tiempo. Pero el tiempo mismo no resulta tampoco una categoría transhistórica, sino una forma
específica de concebir y organizar la experiencia y el discurrir humanos. Trabajo abstracto,
valor y tiempo abstracto constituyen entonces la gramática de una lógica específicamente
moderno-capitalista de mediación de la interacción humana que produce a su vez una forma
históricamente específica de dominación: la dominación impersonal de estas estructuras
“cuasi-objetivas” que se ponen como formas exclusivas de mediación de la totalidad social y
configuran un mundo donde los hombres son dominados por sus abstracciones. Postone
contrapone esta forma históricamente específica de dominación a las sociedades no capitalistas
donde la constitución de una totalidad (no necesariamente homogénea) y la mediación de las
interacciones era organizada por formas de lazo concreto y/o personal - que Postone llama
“overt” - antes que abstractos.
5
Sobre el problema de la periodización de la historia en Koselleck, ver Davies, 2008: 87-95.
19
transformación semántica, producida por operaciones filosóficas, epistemológicas o
directamente políticas aquello que produce la transformación de la temporalidad moderna? ¿O
acaso esta transformación conceptual expresa simplemente una sedimentación lingüística de
procesos no-lingüísticos que serían las causas efectivas de la transformación moderna del
tiempo?. Este problema del resto no textual o semántico de la historia, que Koselleck articula
para oponerse a la hermenéutica gadameriana, se resuelve generalmente en argumentaciones
cuasi circulares que insisten en el mutuo condicionamiento de lo lingüístico y lo histórico sin
lograr encontrar una articulación clara. En un sentido más general, esto refiere al problema de
la relación entre estructura y acontecimiento (Koselleck, 1993: 141-154) e historia social e
historia conceptual (Ibíd: 105-126), cuyas formulaciones tienden a encontrar una similar
circularidad de determinación recíproca.
6
Ver principalmente “Futuro pasado del comienzo de la modernidad” (Koselleck, 1993: 21-40);
“Modernidad. Sobre la semántica de los conceptos modernos del movimiento” (Ibíd: 287-332) e
“historia/Historia” (Koselleck, 2016)
20
politización de los conceptos. Escatología, Reforma, Ilustración, Revolución, Ciencia o Técnica se
presentan como causas de la temporalidad específicamente moderna sin alcanzar una unidad
explicativa clara. Una vez más, solo parecen unificarse en cuanto son presentadas como
declinaciones de un mismo diagnóstico de la patogénesis m oderna: la desnaturalización
creciente del tiempo y el desacople progresivo de la idea del futuro de la experiencia pasada
que rompe su perfecta coordinación elevada por Koselleck a determinación antropológica.
21
determinar la experiencia en la exclusiva medición cuantitativa de unidades homogéneas. Se
trata de un tiempo “uniforme, continuo, homogéneo y ‘vacío’” (Ibid: 202). Esta forma de
temporalidad es una excepción propia a la europa occidental moderna y no se encuentra
presente en ninguna formación social anterior. La temporalidad moderna surge de esta
constitución excepcional del tiempo abstracto a ntes que de una secularización del tiempo lineal
cristiano que habría reemplazado la concepción circular de la historia.
Al mismo tiempo, Postone rechaza explícitamente la explicación técnica del origen del tiempo
abstracto tanto como la hipótesis de la secularización del tiempo cristiano. Si bien esta
temporalidad específica de la era moderna establece una relación estrecha con la lógica del
valor propia de la producción capitalista no se trata de un efecto en la “superestructura” de la
temporalidad de los cambios producidos en una base técnico-material. Postone cuestiona
entonces la asociación corriente entre la invención y perfeccionamiento de técnico de los
instrumentos de medición temporal con la generalización de la lógica del tiempo abstracto en la
modernidad. Refiriéndose a otros estudios muestra como la capacidad técnica de medir el
tiempo abstracto ya había sido alcanzada, por ejemplo en China, siglos antes de su
“descubrimiento europeo” sin que esto implicase una transformación de la forma dominante
de organizar, medir, concebir y experimentar el tiempo. Postone se propone rastrear entonces
algún tipo de práctica social estructurada que haya necesitado de la medición técnica del
tiempo y la encuentra en la creciente necesidad de la industria urbana del tardo medioevo y la
temprana modernidad de organizar, gobernar y controlar el tiempo. La generalización del reloj
y la difusión creciente del uso social del tiempo “newtoniano” se produce, entonces, sólo como
efecto del surgimiento contingente y situado de una forma de producir y organizar la vida social
que se estructura en relación al valor y su determinación como cantidad de tiempo de trabajo.
Si Newton describió en sus Principia a su concepto de tiempo como “Absoluto, Verdadero y
Matemático” que “tomado por sí sólo, sin relación a ningún cuerpo, transcurre de un modo
uniforme correspondiente a su propia naturaleza”, lo cierto es que su difusión y generalización
como experiencia corriente de la temporalidad dependió de su estrecha relación con los
cuerpos sensibles de las mercancías y de la fuerza de trabajo. Postone demuestra como es la
lucha por gestionar la jornada de trabajo en las primeras formas artesanales de producción
mercantil lo que impulsa la generalización urbana del tiempo abstracto o newtoniano contra las
unidades naturales (día-noche) o eclesiásticas (horas canónicas) de organización del tiempo. En
cuánto el tiempo se constituye en medida de la riqueza (lógica del valor) la medición precisa y
uniforme, así como la capacidad de gobernarlo más allá de sus ciclos “naturales”, se convierte
en una necesidad s ocial. No se trata de que la lógica objetiva del Valor haya producido el
descubrimiento científico “subjetivo” del tiempo newtoniano o producido mecánicamente la
capacidad técnica del reloj. Pero solo con el surgimiento de esta lógica del valor, el concepto
abstracto o absoluto de tiempo y la invención técnica del reloj encontrarán razones para
generalizarse hasta alcanzar el estatuto de una conceptualidad corriente de la temporalidad.
22
En un sentido más general, esta historización radical del tiempo mismo, pensado como
gramática de una estructuración históricamente específica de la práctica social, implica una
puesta en cuestión del estatuto trascendental de la categoría kantiana de tiempo como a priori
puro de la sensibilidad. Aquí Postone retoma y despliega, con la mira puesta en el problema del
tiempo, el proyecto de Alfred Sohn-Rethel (1980) de reconducir las categorías de la
epistemología kantiana a su origen históricamente situado en la generalización de la lógica de la
mercancía y el valor como “abstracción real”. Se trataría de presentar simultáneamente las
categorías “objetivas” y “subjetivas” como formas de una misma lógica históricamente
específica de interacción social.
Más allá de los debates que surgen de este intento de historización radical de la epistemología
y sus categorías trascendentales, debe notarse que el tratamiento que Koselleck hace del
tiempo, parte siempre de reconocer como universalmente válida de la idea newtoniana o
kantiana del tiempo como determinación natural de la experiencia. La metahistoricidad d e las
categorías de la Historik depende de sostener esta concepción trascendental - ella misma
propiamente moderna- del tiempo. Sin embargo, en “Time and History” (Koselleck, 202:
101-114) Koselleck combina en su definición de tiempo natural las determinaciones abstractas
y matemáticas del tiempo newtoniano (y postula la cronología como ciencia complementaria al
saber histórico) junto con determinaciones naturales o biológicas - ciclos y ritmos de la
naturaleza, nacimiento y muerte, generaciones. Este tiempo natural aparece entonces como
determinación original del tiempo histórico y el trabajo de la Historik s ería permitir “articular la
diferencia entre categorías temporales naturales e históricas” (1993: 130). El (moderno) tiempo
or Koselleck al producir esta indeterminación entre sus
abstracto es recalificado como natural p
formas acontecimentales previas (el tiempo concreto según Postone) y su determinación
científica como sucesión de unidades homogéneas de tiempo. Esto le permite retomar esta
idea en Futuro Pasado (1993: 13) para referir al desarrollo del tiempo histórico moderno en los
términos de una “una desnaturalización de los tiempos históricos [...] que [...] puede estar
condicionada en primer lugar de forma técnico-industrial” (Ibíd: 131). El topos de la
modernidad como peligroso artificio que destruye cierta perfección natural del pasado - su
tiempo natural, su articulación natural entre temporalidades, la unidad natural de los grupos en
una comunidad estructurada por la experiencia - se reencuentra aquí en referencia a la
sustancia misma de la temporalidad.
Esta cuestión de la definición del tiempo abstracto puede parecer un detalle menor. Pero se
trata, creemos, del grado cero de una teoría histórica de la temporalidad - la pregunta primera
sobre la (im)posibilidad de pensar el tiempo trans-históricamente - que no deja de conocer
implicancias teóricas y políticas. La movilización de esta retórica de la trascendentalidad, o
naturalidad, del tiempo hace que las transformaciones de la historicidad o la temporalidad sólo
puedan pensarse en los términos de una cercanía o lejanía con estas determinaciones
“antropológicas” y “objetivas” del tiempo. La patología de la temporalidad moderna se dibuja
23
así como una pérdida o un olvido de su verdad. La jerga de la finitud se transforma en jerga de
la autenticidad (y su pérdida) y, en definitiva, la historia es reconducida a un antes y el después
en que resuena la idea (cristiana) de la caída.
Por el contrario Postone ofrece una vía alternativa para pensar la temporalidad moderna y sus
patologías partiendo no de ninguna verdad perdida de la temporalidad sino de la historización
misma de la idea de tiempo natural. Muestra entonces la producción históricamente situada
del tiempo cronológico como régimen dominante de temporalidad dentro de una historia de las
prácticas y su estructuración. La relación entre modernidad y tiempo se reconfigura en un
diagnóstico diverso de su patogénesis: no se trata ya de la progresiva desnaturalización del
tiempo y la producción de un futuro desconectado de sus ritmos naturales de progresión y
transmisión, sino la producción del tiempo mismo como una forma de dominación, como una
necesidad, que se impone al conjunto de los hombres y mujeres, requiriendo una
sincronización de otras experiencias posibles de la temporalidad a la férrea temporalidad
abstracta del valor. La crítica de la temporalidad moderno-capitalista podría hacerse contra esta
“tiranía del tiempo” (Postone, 1993: 214) abstracto antes que contra su supuesta
desnaturalización y disyunción de una temporalidad ideal.
Habiendo apenas delineado un primer punto de partida para una investigación sobre el
régimen de temporalidad específico a la modernidad capitalista, queremos ofrecer, a modo de
conclusión, algunas preguntas e intuiciones que puntúan el trabajo futuro.
En primer lugar, surge el problema de cómo pensar la relación entre temporalidad e historia
una vez que se parte, no de una determinación natural o trascendental del tiempo, sino de su
forma históricamente específica como tiempo abstracto. Postone propone, por ejemplo, pensar
el despliegue de la modernidad capitalista como dialéctica de este tiempo abstracto propio a la
mediación impersonal del valor y un tiempo concreto, el tiempo histórico, él mismo efecto de la
exacta estructuración de prácticas de interacción. La dialéctica temporal del Capital estaría
dada por esta relación entre tiempo abstracto y tiempo concreto, o histórico. Si el tiempo
abstracto puede pensarse como una forma de espacialización moderna del tiempo (su
transformación en quantums espacializados, cosificados), Postone rechaza la opción de oponer
a este tiempo coagulado la supuesta vitalidad creativa de un tiempo histórico que le sería
excedente7. De ahí su intento por inmanentizar la ida de tiempo histórico a una misma lógica
7
Esta contraposición de la historia, como proceso vital, opuesta al pasado y al presente como tiempos
espacializados, Postone la encuentra todavía en Lukács: “[La producción moderna] reduce el tiempo y el
espacio a un mismo denominador, reduce el tiempo al nivel del espacio [...] El tiempo lo es todo, el
24
del valor. Sin embargo esta argumentación, que se mueve a altos niveles de abstracción,
encuentra sus propios problemas (Miller, 2004). En términos generales, la argumentación de
Postone parece correr permanentemente el riesgo de reintroducir la lógica teleológica y
ropia del materialismo histórico, p
objetivista p ero partiendo de categorías ya no transhistóricas
sino históricamente situadas.
hombre ya no es nada; todo lo más es la armazón del tiempo. Ya no es cuestión de calidad. La cantidad
lo decide todo: hora por hora, jornada por jornada” (2009: 116); “El tiempo pierde así su carácter
cualitativo, cambiante, fluido: se inmoviliza en un continuum exactamente delimitado,
cuantitativamente conmensurable, lleno de «cosas» cuantitativamente conmensurables (los «trabajos
realizados» por el trabajador, cosificados, mecánicamente objetivados, separados con precisión del
conjunto de la personalidad humana): en un espacio. Sumergidos en este tiempo abstracto,
exactamente conmensurable, el tiempo convertido en el espacio de la física, y que al mismo tiempo es
una condición, una consecuencia de la producción especializada y descompuesta de manera
científicamente mecánica del objeto y de trabajo, los sujetos también tienen que ser descompuestos
racionalmente de una manera correspondiente.” (Ibíd: 117)
25
dinámica recomposición de una forma fundamental de interacción social que logra imponer la
abstracción del tiempo del valor al conjunto del tiempo histórico de forma recurrente. De esta
forma, la inmanentización del orden de la historia (Koselleck, 2016: 59) no resultaría de una
operación ideológica, de un exceso de politicidad o de la colonización técnica del mundo, sino
que sería el efecto de una realidad actuante pero históricamente específica. La totalización por
el valor produce un orden de la repetición y cambio en la historia que no es efecto de ninguna
trascendencia, sino el resultado siempre repuesto del movimiento de esta lógica reificada de
interacción social. Alrededor de este mismo problema, algunos autores (Hartog, 2007; Traverso,
2018) han puesto en cuestión la validez del diagnóstico koselleckiano del futurismo del tiempo
moderno para postular, con posterioridad a la caída del comunismo real de fines de siglo
pasado, el cierre presentista y pesimista de toda expectativa de futuro como tiempo nuevo. En
e la aceleración d
un sentido parcialmente similar, la temática koselleckiana d el tiempo conoce
también una renovación contemporánea que la piensa como potencialmente emancipatoria
(Srnicek & Williams, 2013) antes que patológica, o bien reconstituye sus lazos con la dinámica
material y enajenada de la producción capitalista en términos disímiles a aquellos de la Historik
(Rosa, 2005; 2016).
Por último, pero no menos importante, se trataría de explorar la forma en que esta clausura de
la novedad del futuro en la constante reproducción de la norma del tiempo abstracto, así como
su generalización creciente como experiencia de la temporalidad, se expandió globalmente
produciendo una subsunción o destrucción de otras temporalidades que habría logrado
postular como pasado superado o atrasado. Se trataría de reconfigurar la historia global de la
sociedad capitalista como una historia de la expansión creciente de esta tiranía del tiempo
abstracto hacia esferas de vida, espacios, geografías e historias plurales. La sincronización
global de temporalidades (Tomba, 2013) tanto como la colonización de las historias por la
Historia del tiempo lineal y vacío del historicismo moderno (Chakrabarty, 2007) podrían ofrecer
una reconfiguración de la idea de estratos temporales menos como la persistencia de un
pasado espacializado a recuperar que como descripción de la conflictiva articulación de
experiencias diversas de la temporalidad confrontadas por una norma abstracta del tiempo
crecientemente dominante que produce efectos políticos específicos.
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