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BALSAMERA BAJO LA GUERRA FRÍA

El Salvador - 1932 Historia intelectual de un etnocidio

Rafael Lara-Martínez
Prohibida la reproducción
total o parcial con fines lucrativos

Preámbulo:
Edición:
Portada: ®

Primera edición: 2007


® Departamento de Investigación
Universidad Don Bosco
® Rafael Lara Martínez

Departamento de Investigación
Universidad Don Bosco
Calle Plan del Pino, Cantón Venecia
Soyapango, San Salvador, C. A.
Tel. 251-5000
webmaster@udb.edu.sv
INDICE GENERAL
Resumen/Abstract

0. Introducción. Dinámica entre recuerdo y olvido

1.1932, Repertorio Americano y producción intelectual

2. Tres “Estampas” de Juan del Camino

3. Entretenimiento. Periodismo, cultura global urbana y


masculinidad

4. El “testimonio” de Alberto Masferrer

5. La verdad de la ficción
5. 1. Interludio. Ola roja, comunismo y etnicidad
5. 2. Intermitencia. Mujer, Socorro Rojo Internacional
y etnicidad
5. 3. Intromisión. Sexualidad y relaciones interétnicas

6. Ortega Díaz. El vaticinio de Masferrer en una “república


sin indios”

7. Salarrué, los patriotas y la idealización artística de lo


indígena

8. Escritos al margen: Arturo Ambrogi y Napoleón Viera


Altamirano
9. Derecho interciso. Martínez, Presidente constitucional
9. 1. Anticomunismo, Balsamera e identidad nacional
indecisa

10. Historia del silencio. 1933, carencia de rituales


cívicos y sentimiento de culpabilidad

11. Olvido intercalado. Representación urbana del


indígena

12. Salarrué y los Izalco

13. Gilberto González y Contreras. En los albores de


la poesía de protesta

13. 1. De intercadencias. Protesta y censura

14. La "matanza de indios" según Juan de Izalco

15. Entresijo sacro. El 32 y la religiosidad urbana contigua

16. Conclusión. 1932, Brevísima relación de la destruición


de las Indias Salvadoreñas Occidentales

Notas

Agradecimientos

Lista de ilustraciones

Bibliografía

Indice analítico
ANEXOS

I. Tres “Estampas” de Juan del Camino

II. El testimonio de Masferrer. Carta a Joaquín García


Monge

III. Los sucesos de El Salvador. Masferrer y la jauría de


Ubico, A. Ortega Díaz

IV. “Mi respuesta a los patriotas” y “Balsamera” de


Salarrué

V. Fragmentos de El gobierno del presidente General


Maximiliano Hernández Martínez ante la constitución
política de El Salvador y el Tratado de paz y amistad

VI. La poesía de Gilberto González y Contreras

VI.I Los orígenes del comunismo salvadoreño

VII. “La matanza de 1932 en El Salvador” según Juan de


Izalco

VIII. Recuerdo de la Solemne Misa de Acción Gracias a Dios,


Catedral de Guatemala

IX. Prólogo de Agustín Hombach a El peligro comunista


por Remigio Vilariño

X. Carta al Propietario y Carta del Arzobispo de San


Salvador a los Párrocos y Sacerdotes de la
Arquidiócesis

XI. Fragmentos de Durante el reinado de los centauros por


Norman Cruz.
Profunda BALSAMERA olorosa… ríspida pendiente en cuyo lejano
fondo el mar azul descansaba dormido […] allí, como procesión
de largos fantasmas andrajosos y catalépticos aparecían, apenas
meciendo sus calaveras en la onda de la brisa madruguera [los
indígenas Izalco]. Salarrué

The trees [BALSAMERO, (nombre con que el vulgo denomina al


árbol)] from which the balsam is taken will not grow well anywhere
but in one particular district, inhabited by Indians. They consider
it their own, and make a handsome profit by preparing and selling
it. They are known as the BALSIMOS, and they practise a kind of
socialism based on the principle: "From each according to his
ability, to each according to his needs." The heads of the
community are old men, who act as both governors and priests.
To them all earnings are handed over, and at intervals distributed
to families in proportion of their requirements. Little is known
for certain about their system. It is supposed that they have vast
sums of money buried in the forest, and that every year they add
to these with strange religious ceremonies. They are darker,
taller, less communicative than the people of Salvador […] They
are as much a mystery to Europeans as those of the Chinese.
Those who have been longest in the country say they know the
people least. Hamilton Fyfe

1
La justicia es la tradición del olvidado. Más esencial que
la transmisión de la memoria es para la humanidad la
transmisión del olvido, cuya acumulación anónima crece
a sus espaldas, sin poder consumirla ni guardarla […] para
toda sociedad ese acervo es tan enorme que el archivo
más perfecto no podría conservarlo [la tradición del
olvidado] no es un acontecimiento susceptible de grabarse
[…] en una memoria genética […] sólo puede confiársele
al olvido […] antes de transmitir un saber y una tradición
la humanidad debe transmitir su propia distracción, su
llana indeterminación, ya que sólo ahí se ha vuelto posible
algo semejante a una tradición histórica concreta. Giorgio
Agamben

No tenemos documentos históricos […] lo que no dice


el historiador, lo suple la leyenda […] en El Salvador,
carecemos de toda fuente de certidumbre en orden a
nuestro pasado histórico […] los pueblos se enlazan con
la muerte el día en que se divorcian de su historia. Manuel
Castro Ramírez

2
¿Entre éstas son las matanças y estragos de gentes
inocentes, y despoblaciones de pueblos provincias y
reynos que en ellas se han perpetrado, y que todas las
otras no de menos espanto [en] la provincia de Cuzcatlán,
donde agora o cerca de allí es la villa de Sant Salvador
que es una tierra felicísima con toda la costa de la mar
del Sur […] hacen grandes estragos y matanças. Fray
Bartolomé de las Casas

Si "no hay un indio que no sea afiliado al comunismo


devastador [un solo ladino que no sea anticomunista]",
al destruir las Indias Occidentales el comunismo llega a
su fin. Se inaugura la utopía americana. Diálogo con el
testimonio recogido por Joaquín Méndez h.

3
Por el desierto y el exilio, siempre… Aquí "el cielo vacío
de la paz" despeja "la única patria" estable de la humanidad.

A quienes por orden de Creonte no obtienen sepultura


en 1932.

4
RESUMEN
"Balsamera bajo la guerra fría. El Salvador - 1932. Historia intelectual
de un etnocidio" analiza fuentes olvidadas sobre uno de los sucesos
más trágicos que vive el país durante el siglo XX. El ensayo anota que
la historiografía literaria y la historia en general desdeñan una revista
pionera en el ámbito cultural latinoamericano: el Repertorio Americano.
Publicada desde 1919 hasta 1958, su editor, el costarricense Joaquín
García Monge, realiza lo que ninguna institución nacional asume hasta
ahora. García Monge difunde la literatura salvadoreña en el extranjero.
Sin exageración, existen más de quinientas entradas bibliográficas de
autores nacionales en el Repertorio Americano.

El rescate de diversas opiniones -Juan del Camino (Octavio Jiménez


Alpízar), Alberto Masferrer, Adolfo Ortega Díaz, Salarrué, Gilberto
González y Contreras y Juan de Izalco- nos ofrece una versión olvidada
de la revuelta indígena de 1932 y de la represión militar justificada en
nombre del anticomunismo. La interpretación alternativa cuestiona
la "metanarrativa comunista" en boga. En cuarenta años, el Repertorio
anticipa el uso del término "matanza" que populariza el historiador
estadounidense Thomas A. Anderson hacia 1971.

Al Repertorio, añadimos documentos oficiales -gubernamentales y


eclesiásticos- para entrever cómo encubren voces indígenas. En estos
intersticios exploramos visiones autorizadas también sin memoria. Un
rescate de varios periódicos de la época fundamenta la sinonimia indio-
comunista en los testimonios inmediatos sobre la revuelta. Interesa
resaltar que la victoria del nacionalismo nunca se celebra debido a un
"complejo de culpa". El canon literario nacional, en cambio, apoya una
tesis de género. Comunismo es válvula de escape en una sociedad sin
legislación en materia de acoso sexual.

La lectura de estas fuentes olvidadas vindica al indígena Izalco -sinónimo


de comunista- como actor de su propia historia. Más allá de la
consagrada dicotomía -"comunistas" contra "nacionalistas", "liberales
de izquierda" contra “conservadores de derecha”— apuntamos una
tercera vía: una perspectiva étnica. Así descubrimos una paradoja. Al
salvar el abismo de toda bipartición, los posmodernos sólo reconocen
divisiones dobles: comunismo versus nacionalismo. Tampoco el
pensamiento poscolonial sobre 1932 descubre América. No revela una
dimensión indígena de los sucesos. "(Anti)comunismo" es excusa para
expresar y ocultar la etnicidad indio-ladino, en un país con veinticinco

5
por ciento de población indígena.

Nuestra propuesta interpreta y restituye documentos soterrados, por


una reconstitución tardía del etnocidio de 1932 a partir de finales de
los años sesenta. Desafiamos el binomio político que el imaginario
histórico hereda de la guerra fría. En la academia estadounidense, se
vuelven tema tabú tanto una visión utópica fundada en la teosofía (A.
Masferrer, Salarrué, C. A. Sandino…), al igual que una voz indígena
oprimida. A esta tachadura la llamamos "Balsamera bajo la guerra fría".
Cuando el otro (el sujeto latinoamericano) resulta demasiado distinto
a lo mismo (el intelectual estadounidense), ese otro debe remitirse a
la tradición del olvido (it is under-erasure). El otro existe al reflejar las
ideas de lo mismo.

En la conclusión, discutimos una versión lascasiana sobre la conquista


y la colonización de América. Las entendemos como un proceso
continuo por hurtarles a las minorías indígenas nacionales sus derechos
más elementales, entre otros, la voz. Guiados por la sinonimia indio-
comunista, 1932 nos señala un capítulo dentro del largo proceso de
destrucción de las Indias Occidentales. En su larga dimensión, la historia
local distingue una disputa por el poder municipal y los recursos
naturales durante más de medio siglo. Este apartado tardío demarca
una violenta entrada de la experiencia americana en la (pos)modernidad.
Por el etnocidio, el imperialismo da paso a la ley del Imperio, a la única
esfera política de entendimiento humano.

6
ABSTRACT
"Balsamera under the Cold War. El Salvador - 1932. Intellectual History
of an Ethnocide" analyzes forgotten sources concerning one of the
most tragic events the country endures during the 20th century. The
essay notes that general history and literary historiography disdain
one pioneering magazine in the Latin American cultural production:
the Repertorio Americano (American Repertoire). Published from 1919
to 1956, its editor, the Costarrican Joaquín García Monge, achieves
what no Salvadoran institution is able to assume. García Monge diffuses
national literature and arts abroad. There are more than five hundred
Salvadoran bibliographical entries in the Repertorio Americano.

The recovery of several opinions -Juan del Camino (Octavio Jiménez


Alpízar), Alberto Masferrer, Adolfo Ortega Díaz, Salarrué, Gilberto
González y Contreras, and Juan de Izalco- offers a hitherto unknown
view on the 1932 Native revolt, as well as of the military repression
in name of anticommunism. This alternative account challenges the
current Communist metanarrative. In forty years, the Repertorio
anticipates the term "matanza" popularized by the USA historian
Thomas A. Anderson in 1971.

To the Repertorio, the essay adds official documents -governmental and


ecclesiastical- to perceive how they conceal a Native Izalco voice. In
these interstices we rescue authorized views also without memory.
Reading several newspapers of the period, we recover the equivalence
Native-Communist in all the immediate testimonios of the revolt. It
is interesting that the triumph of Nationalism is never celebrated due
to a "complex of guilt". The national literary canon supports a theory
of genre. Communism is an excuse in a society that lacks proper
legislation for sexual harassment.

The interpretation of these forgotten sources suggests vindicating the


Native Izalco -synonymous of Communist- as agent of its own history.
Beyond the consecrated dichotomy -Communists against Nationalists,
leftist liberals against rightist conservatives- we discover a third view:
an ethnic perspective. As such we reveal a paradox. Solving the abysm
of any duality, postmodernity does not yet recognize a division that
is not in pairs. Neither postcolonial thinking on the 1932 revolt
discovers America. Both philosophical approaches are incapable of
recovering a Native voice. "(Anti-)Communism" is just a pretext to
express and disguise ethnicity, i.e., Indian-Ladino, in a country with
twenty-five percent of Native population.

7
Our proposal interprets and restitutes buried documents by a belated
and retrospective restitution of the 1932 ethnocide in the 1960s. We
challenge the political binomial that the historical imagination inherits
from the cold war. In USA academia, both a Utopist Theosophical view
(A. Masferrer, Salarrué, C. A. Sandino…), and an oppressed Native voice
have become unthinkable and taboo. We call this erasure "Balsamera
under the Cold War". When the other (the Latin American subject)
is too distant to the same (the USA intellectual), this other must be
remitted to the tradition of oblivion. The other exists when it reflects
the ideas of the same.

In the conclusion, we discuss a Las Casasian version of the conquest


and colonization of America. We understand both events as an ongoing
process of robbing Native national minorities of their most elemental
rights, i.e., their voice. Guided by the synonymy Native-Communist,
1932 points out to a belated chapter within the long process of the
destruction of the Western Indies. In its longue durée, during more
than half a century, local history reveals a dispute for municipal power
and natural resources. This episode marks a violent entry of an
American experience into (post)modernity. Through ethnocide, empire
finally substitutes imperialism, as the only political realm of human
understanding.

8
0. Introducción. Dinámica entre recuerdo y
olvido
El Repertorio Americano. Semanario de Cultura Hispana se publica en San
José, Costa Rica sin interrupción desde 1919 a 1958. Gracias al tesón
de su editor, Joaquín García Monge, el Repertorio se convierte en una
de las revistas de mayor circulación en el mundo hispanohablante
durante la primera mitad del siglo XX. Mientras las publicaciones
salvadoreñas de la época rara vez se difunden más allá de las fronteras
nacionales, el Repertorio las da a conocer a todo lo largo de los países
de habla española. La tarea editorial de García Monge divulga una
naciente literatura nacional que de otra manera nunca rebasaría su
país de origen. Sin lugar a dudas, por cuatro décadas, García Monge
se inviste como embajador de las letras salvadoreñas (véanse: Figuras
1-2).

No obstante, a pesar de
la continuidad del
Repertorio, la historiografía
literaria y la historia
política en general ignoran
esta publicación. Basta
revisar la bibliografía
reciente para percatarnos
de que un postulado
nacionalista sigue vigente
en el período de la
globalización. Los únicos
investigadores que se
preocupan por analizar la contribución del Repertorio son costarricenses
casi en su totalidad. (1) El lugar de edición y el origen del propio editor
dictan a qué tipo de escritor le corresponde reflexionar sobre una
determinada herencia cultural.

Para el caso salvadoreño, las únicas referencias directas al Repertorio


las constituyen la sistematización del legado literario nacional, la de la
herencia poética de Claudia Lars y el rescate del “socialismo utópico”
de Salarrué. (2) Una vez más, un índice nacionalista guía la exégesis
artística. Fuera de El Salvador ni Lars ni Salarrué los admite el canon
institucional al negarles todo comentario crítico. Nos asombra que
la nacionalidad dirija aún el ideario de los estudios culturales en un
mundo globalizado.

9
Por su parte, la posmodernidad proclama la tarea de trascender toda
dualidad simplista. Sin embargo, la historiografía literaria sobre 1932
sigue atrapada en una dicotomía sencilla: “comunistas” contra
“nacionalistas”, o bien “liberales de izquierda” contra “conservadores
de derecha”. Más allá de esa opción, todo proyecto político es
impensable. El imaginario de la guerra fría domina aún la historiografía
a ambos lados del Río Grande. Descubrir una visión que contradiga
esa duplicidad significaría sobrepasar ciertas coordenadas ideológicas.
En particular, excederíamos los parámetros que la guerra fría nos
impuso como límite irrebasable de lo que cualquier historia imagina.
En el extranjero, el interés por indagar los sucesos de 1932 rara vez
suscita una curiosidad similar que explore versiones alternativas al
interpretar los hechos.

**

También el marxismo salvadoreño se halla atrapado por un límite


semejante. Aún no “des-en-cubre” América ni explora la condición
poscolonial. (3) No encuentra un lugar de enunciación que no sea
europeo: nacionalismo o comunismo. Imagina un continente sin
indígenas. Cuando el Izalco toma la voz, es porque adopta una posición
occidental. En las palabras testimoniales que se le atribuyen a Miguel
Mármol: el
líder indígena Feliciano Ama […] no había entrado a la lucha en
calidad de indio, sino en calidad de explotado [= de proletario,
categoría que diluye toda filiación étnica y de género]. (4)
Esta sentencia no aparece en el cuaderno
de notas original (véase: Figura 3). En el
manuscrito, no hay referencia alguna a la
“conversión agustiniana” de Ama al
“comunismo”. La cita precedente es una
recreación literaria tardía del “transcriptor”.
En cambio, en la entrevista Mármol reconoce
el factor étnico. Dada la importancia de este
texto testimonial inédito, nos permitimos
una larga digresión sobre su olvido. Citamos
íntegramente la transcripción

10
de todas las palabras de Mármol sobre la cuestión indígena en el
Cuaderno de notas. Aunque telegráficas y dispersas en varias páginas,
son contundentes en su conclusión indigenista.
Ama: Lo conoció después del 17 de mayo. Al ir a dar ánimos.
Nos reunimos en Sonzacate. Ama era un indio puro. Dientes
anchos y sanos. Seco, cobrizo. El estaba determinado a la lucha.
Como cacique sufrió la expropiación: huellas de la colgada. Se
paró y me enseño hasta dónde llegaban sus propiedades. Que
el podía entregarlas a sus compañeros pobres a los que no
tenían. No luchaba x tener tierras pues tenía para El. Martínez
lo había llamado y le había dicho que “ese huevo tenía hormigas”
pero a. el estaba dispuesto. Tuvimos esa reunión.

Cayo preso peleando: la población ladina [= no la indígena] pidio


la horca. No saquearon: había vale! No era un indio salvaje era
“razonable”. Chico Sánchez: Su hogar era organizado. Su mujer
e hijas refajadas [= conservaban la indumentaria indígena
tradicional], muy serios. Corteses. Firme en su convicciones.
Estuve preso con él en Juayúa. Tenía prestigio entre su gente,
etc… Pobrecito -. (5)“
(1) Preguntas acerca de la Prov. Armada?? 2) AMA,
BONDANZA? El problema indígena?” se cuestiona páginas después;
pero el redactor del testimonio deja la pregunta sin respuesta. (6) En
un recuadro, esta corta mención interrumpe un párrafo sobre el “día
22: El espectáculo de una masa en plan de insurrección es serio. Es
terrible no es cosa de sicologos sociales ni de dejarlo para la
interpretación 10 años después”. (7) Luego, se continúa “Buscaba un
refugio cuando me encontré Dimas. Me llevó donde un hombre en
el Bo de la Esperanza”, lo que corresponde a dos páginas después en
la novela. (8) A pesar de la inflación literaria -el salto de dos páginas
en la versión final- “el problema indígena” queda en suspenso.

Más adelante en el cuaderno de notas, Mármol declara un tema que


descubre la historia reciente. El carácter local de la revuelta indígena
se concentra alrededor del control del poder municipal y del reclamo
de tierras comunales. El ideario de una revolución - democrática
burguesa o socialista- es una agenda extraña, imaginada sólo por
cuadros urbanos.
Había una comunidad primitiva. La expropiación de la tierra.
El arrebato del gobierno a los indios por los ladinos. Barrio
indio, barrio ladino con las consignas de devolución de la tierra
[= el retorno al calpulli o tierras del común, no la formación

11
de soviets] y de autoridades propias se prendió en forma enorme
en Sonsonate, por ejemplo. Por eso fue que el fraude electoral
causó una reacción tan grande. (9)

Ahorcaron a Platero (anciano de 80 años)


” a Feliciano Ama (llevaron a los niños de la
escuela.
Chico Sánchez -
Nombres en el fusilamiento de Marmol -. (10)
Al tachón de Dalton sobre la irrelevancia de lo étnico, se opone la
historiografía en curso: “el enfrentamiento de comunidades indígenas
y ladinas en el campo de la política local”. (11) Mármol resucita de sus
“doradas cenizas” de Fénix. Dejamos pendiente la discusión de las
palabras del testimoniante: tierra comunales indígenas y poder local,
también indígena. En la conclusión, regresaremos al tema.

Por el momento, asentamos la evidente omisión de la novela testimonial.


En la disolución de lo indígena en el proletariado, en lo comunista, el
pensamiento marxista roqueano renuncia a toda idea poscolonial.
Declara su fracaso en América, su filiación eurocéntrica. Le es imposible
particularizar el sujeto “trascendental” europeo en las comunidades
indígenas centroamericanas. Reduce una sociedad pluriétnica a una sola
dimensión económica de clase.

***

Asimismo le sucede a la intelectualidad mestiza del istmo. Tampoco


accede a la palabra, reducida a la misma oposición irresoluble: comunismo
o nacionalismo. De forma tajante, a todos los escritores de la época
los excluye el (contra)canon literario en los EEUU. La literatura y los
estudios latinoamericanos prohíben su lectura. Al menos, la ignoran y
la desaconsejan. Salvo Alberto Masferrer, ningún otro poeta ni artista
lo comentan los expertos sobre historia salvadoreña de los años treinta.
(12) Falta profundizar la relación directa que existe entre “formación
de los sectores urbanos medios”, desarrollo de “sociedades de
trabajadores y artesanos” y auge de una cultura intelectual. (13)

El lindero de la imaginación posmoderna y poscolonial lo sintetizamos


así: la derecha salva la patria de la amenaza del comunismo internacional,
mientras tanto la izquierda conduce a las masas hacia sus justas
reivindicaciones sociales. Concebir una “tercera vía” se traduce en
falsificar el (des)acuerdo ideológico que funda la memoria histórica de

12
la guerra fría, la de los estudios de área, testimoniales y culturales
estadounidense, al igual que la campaña política-electoral en curso
(2004 y 2006). Inmersos de lleno en la globalización y en una democracia
parlamentaria a múltiples voces, una investigación tal es aún anatema.
Nos obligaría a desbordar fronteras nacionales (Costa Rica-El Salvador-
EEUU) y bipartición política extrema (comunista-nacionalista). (14)

No otra es la razón que el Repertorio Americano y la producción


intelectual salvadoreña queden en el olvido; hasta tal punto que nos
parece un tema tabú en los EEUU mencionar que existen documentos
literarios distintos de los reconocidos por el contracanon: Cenizas de
Izalco (1966) de Claribel Alegría y Darwin Flakoll y Miguel Mármol
(1972) de Roque Dalton. Acaso el malestar de los estudios culturales
y del centroamericanismo no podría ser mayor. Hay que ocultar toda
aquella documentación artística que conduzca a la historiografía
centroamericana más allá de la polarización que se genera durante el
interregno de la guerra fría.

Hace falta contraponer la teoría con la historia; un giro hacia lo


interdisciplinario necesita fundarse en fuentes documentales primarias.
Tanto a nivel antropológico como historiográfico y literario,“El Salvador
es el estado-nación de Latinoamérica menos investigado”. (15) Lo
interesante de esta omisión es la razón intelectual. Si la antropología
olvida lo indígena por su carácter oculto y poco “exótico”, los estudios
culturales desconocen la historia literaria del país por su falta de figuras
canónicas consagradas. Acaso un esteticismo rige aún las consideraciones
políticas. Sin un Miguel Angel Asturias ni un Jorge Luis Borges, la
literatura salvadoreña carece de todo atractivo histórico.
****

Juzgamos como evidencia que la historia no recobra el pasado en su


integridad. De ser así, a esta disciplina le correspondería un nombre
propio: “Funes el memorioso”. (16) Por ello, al exhumar el Repertorio
y la historia cultural, ponemos en juego una clásica dinámica entre
memoria histórica y olvido. “Dementicastis: oblivioni tradidistis. La
negligencia […] se le entrega al olvido”. (17) “Que se mantenga el
disimulo para que […] haya memoria”. (18)

Así se archiva lo insólito: una conciencia tardía de los hechos. No se


recuerda la presencia de una población indígena, ni tampoco la de una
intelectualidad que anuncia su existencia. Se garantiza el recuerdo de
una disciplina que hereda el imaginario dual de la guerra fría. Y el

13
precio a pagar excede toda expectativa. “El olvido divino es […] la
revancha más refinada […] la pena privativa que consiste en la falta
perpetua de la visión” del pueblo, de quienes viven los sucesos. (19)
Los estudios culturales se niegan a rescatar tanto una visión indígena
y popular, así como una amplia historia intelectual (teosofía, misticismo,
francmasonería, etc.). Puesto que ninguna concuerda con la bipartición
política tradicional, hay que remitirlas al olvido. En el (contra)canon
se conserva incólume una polaridad sin fisuras.

Llamamos “justicia” a toda tentativa por indagar la tradición del olvido,


tal cual nos la proponen los estudios culturales. (20) “Más importante
que la transmisión de la memoria es la transmisión del olvido”. Se nos
impone la letra de una canción, la sabiduría a ritmo caribeño: “se me
olvidó que te olvidé”. Al rescatar lo olvidado no pretendemos convertir
la historia en un “tribunal de justicia”. Más bien, al olvidarnos del olvido,
nos interesa que cobren vigencia una voz indígena y una tradición
intelectual arraigada en redes teosóficas regionales. (21) Ambas han
sido descontadas de la discusión actual y del (des)acuerdo político en
torno a la historia literaria centroamericana.

En el contracanon imperial, quedan en vigor miradas retrospectivas y


lejanas. Alegría-Flakoll y Dalton sustituyen cualquier tentativa
historiográfica por reflejar el sentimiento de la época. Los protagonistas
mismos de la historia se relegan en nombre de un “testimonio”
mediatizado. El olvido lo mitigan el tiempo y el quehacer escritural de
un “transcriptor” sin experiencia directa de lo acontecido. Lo aplaca
una escritura ligada a la vanguardia generacional de los sesenta. Quizás
ni la afición roqueana por el tango validaría tal ingerencia: “es un soplo
la vida, cien años no es nada”. Desde el lugar de los hechos, los
testimonios iniciales contradicen una doble mediación, la del espacio-
tiempo y la de la vanguardia: “nunca es lo mismo ver las cosas de cerca
que de lejos…”. (22)

En la narrativa de Alegría-Flakoll el indígena aparece lejano en el


trasfondo y sin voz propia. Aun si por una década su poesía temprana
la recoge el Repertorio Americano (1942-1952, volúmenes 39-47), catorce
años después, a la hora de redactar la novela sobre el 32, la exigencia
del olvido está a la obra.

De igual manera, en el Miguel Mármol que la inflación creativa roqueana


pone en juego, el indígena existe sólo en la alejada montaña guatemalteca.
Que un cuaderno de notas, a letra menuda de “37 páginas”, dé lugar

14
a una “novela testimonial” de más de quinientas páginas, traza un claro
parentesco. El “testimonio” persigue las huellas de su antecesor, el
realismo mágico. (23)

La recreación del pasado anticipa el ejercicio artístico obeso de un


Fernando Botero, así como la barroca inventiva garcíamarqueana sobre
la vida de Simón Bolívar, vía su entrañable amigo Alvaro Mutis. A la
perspicacia de la historia -“carecemos de testimonio directo de los
indígenas”- se contrapone la ingenuidad de los estudios culturales. (24)

La crítica testimonial acepta sin más la adaptación novelesca del


Cuaderno de notas, como si se tratase de una palabra indígena-
campesina directa. En su defecto, se percibe en Mármol a un “participante
sobreviviente” del grupo étnico que sufre la matanza. (25)

*****

A la generación de los sesenta le corresponde poner sobre la mesa


del debate un tema tabú: la masacre de 1932. La nuestra debe avanzar
aún más e indagar a fondo la tradición del olvido. Nos concierne
interpretar primero y rescatar luego en un apéndice documentos
soterrados por el desdén de los estudios culturales. (26) La negligencia
del centroamericanismo la suplimos por ese doble juego de exégesis
y restitución de escritos sepultados.

Nos motiva no una idealización del Repertorio Americano; en cambio,


nos mueve un afán de “justicia”. Deseamos escuchar voces que palpitan
en la tradición literaria centroamericana y en la vida cotidiana. Más
allá de la guerra fría -nacionalistas contra comunistas- indigenismo y
teosofía mantienen su ideario político. Sin sublimarlo, anotamos cómo
al tiempo que Juan del Camino, Adolfo Ortega Díaz, Salarrué, Alberto
Masferrer y Juan de Izalco denuncian o simplemente anuncian los
sucesos de 1932, el Repertorio mantiene un silencio absoluto con
respecto a todos los demás acontecimientos que marcan la vida política
salvadoreña. Entre los sucesos que el Semanario deja sin comentario
se cuentan: la presidencia vitalicia del General Maximiliano Hernández
Martínez (1931-1944), el movimiento pacifista y democrático que lo
derroca en 1944, la recaída en el militarismo, la revolución militar de
1948 y el despegue económico modernizador sin una modernidad
política que lo acompaña.

Casi toda la historia social no deja huella alguna. He ahí la excepcionalidad


de 1932 en el Repertorio. Representa un efímero reinado de la memoria

15
política salvadoreña. Esa relación del recuerdo, García Monge la proyecta
hacia el extranjero. El etnocidio se ofrece como fugaz destitución del
silencio. Reconcilia una vasta disparidad, la que existe entre la amplia
difusión del acontecer literario y la reserva con respecto a la vida
política nacional.

No obstante, a partir de mediados de los sesenta, para que 1932 resurja


dentro de la memoria nacional, hay que olvidar. La llaga del recuerdo
aún supura agria controversia. No existe continuidad posible
entre la generación de los treinta-cuarenta y la de los sesenta. Hay
olvido y sepultura. Existe una mordaz tachadura. En Alegría se exhibe
como sincera falta de retentiva:“ella encontró tres recortes periodísticos
escondidos en la biblioteca de su padre que le permitieron reconstruir
el suceso. Hasta entonces, asienta, no había en absoluto documentación
gracias a la ronda de dictadores cuyos esfuerzos produjeron una amnesia
mental”. (27) Ni el Repertorio ni los periódicos que examinan los
historiadores guardan memoria alguna.

En el caso de Dalton, la poesía raya en el insulto satírico. La blasfemia


ocupa el lugar de la crítica. Tajante, la ofensa frontal destituye la
“perspicaz mirada” del “arquetipo del reformador social”, Alberto
Masferrer. (28) Los intelectuales -los que viven 1932- quedan silenciados
en la injuria. La contradicción entre contemporáneos -Dalton y
Marroquín- no podría ser mayor. La desacralización poética -
“Viejuemierda”- la rebate una disciplina sociológica poco estudiada: “el
más eminente pensador salvadoreño”. (29)

Al sustituir desmemoria y agravio, a la nuestra le corresponde una


labor adicional: recordar el olvido, darle voz al silencio. En esta
restitución no pretendemos colmar de lleno un vacío. Seguramente
la siguiente generación anotará que nuestro recuerdo refleja otro
olvido. Estamos conscientes de que la memoria no es posible sin que
en su envés se insinúe la ausencia. Al soldarse, revelación y secreto,
descubrimiento y encubrimiento, se engarzan en un giro y unidad
semejante a la de un ADN. “Pensar es olvidar, diferencias, es generalizar,
abstraer”. (30) Cuando la historia se abre hacia otras opciones, a lo
lejos percibimos un “destino”, una “lealtad” u ocasión. Su asiento se
yergue en el enlace entre don y memoria. Al musicalizar una de las
amnesias que globalmente nos afecta, comenzamos

16
1. 1932, Repertorio Americano y producción intelectual

Sería erróneo presuponer que el Repertorio Americano conforma una


plataforma política para las vindicaciones de los pueblos latinoamericanos.
Mencionamos que un abismo infranqueable media entre la difusión
del acontecer literario salvadoreño y el silencio del quehacer político.
Tal cual los investigadores costarricenses Manuel Solís Avendaño y
Alfonso González Ortega lo anotan en el libro La identidad mutilada,
"el Repertorio no sólo no refleja una posición contestaria sino que
tampoco muestra siempre una disposición de combate radical contra
déspotas, entreguistas o imperialistas". (1) Según los mismos
investigadores, esta falta de análisis político se ensancha si consideramos
que su editor ejerce una labor "automutilante". (2)

El etnocidio de 1932 no se ofrece como excepción al silencio del


editor. Antecediendo la evocación de "Don Alberto Masferrer" que
realiza la costarricense Carmen Lyra y la "Estampa. En El Salvador se
ha cometido un crimen sombrío" de Juan del Camino, García Monge
publica "¿Claudia Lars cómo se llama?". (3) Esta reseña la incluye de
portada al número en cuestión, lo que resalta su importancia. Ahí el
editor -cuya "presencia ausente" apenas se insinúa- prefiere el esteticismo
y la mistificación del cuerpo femenino a la polémica. (4) Claudia Lars
es la autora de los "cantos de la madre" que le inspira su hijo "Roycito".
Pero agrega que también Lars "reacciona contra […] la injusticia
[porque] es una criatura misericordiosa". Ante el silencio del editor
frente el etnocidio, resulta difícil concebir que esa misericordia aún se
manifieste

Inculcar la idea de que la mujer sólo se realiza


por su función materna es quizás el verdadero
acto de justicia en el Repertorio. Lars, lo sabemos,
contribuye con su esteticismo a forjar el mito
de la madre como única función social de la
mujer. (5) No obstante, cuando en 1944, la
misma poeta salvadoreña denuncia el militarismo,
la voz de García Monge permanece en el silencio.
Junto al "Romance de la sangre caída (A los
rebeldes salvadoreños en su semana heroica)",
leemos la siguiente carta:

¿Claudia Lars cómo se llama?

17
Ya ve Don Joaquincito, este romance que escribí cuando supe
de la muerte de Víctor Marín (a quien quebraron todos los
huesos, y que murió como un valiente) lo mismo que la de otros
desgraciados, resultó profético. Al cabo de un mes ha caído el
hombre. Ojalá que se convoque a elecciones libres. ¡No queremos
militares! - C. L.. (6)
En 1932, las iniciales en minúscula "g. m." exaltan el quehacer estético
larsiano y la destitución de lo femenino, salvo en su función maternal.
Sin embargo, a la hora en que esa misma poeta cobra conciencia de
la necesidad de superar el militarismo, el mutismo se alza como
respuesta. En el Repertorio Americano no hay ninguna otra referencia
directa al movimiento pacifista y democrático que destituye a Martínez,
el presidente vitalicio. Más vale exaltar democracias ajenas que denunciar
dictaduras familiares. (7)

En este silencio, los documentos que analizamos cobran una


excepcionalidad política singular. En un orden estrictamente cronológico,
uno a uno descubrimos las siguientes publicaciones: 1.- tres "Estampas"
de Juan del Camino ("Si El Salvador capitula. Urge ya el ejemplo viril.
Ya no queremos más tutelaje del amo yanqui" (diciembre de 1931),
"Pensamos en El Salvador…" (enero de 1932) y "En El Salvador se ha
cometido un crimen sombrío" (febrero de 1932)), 2.- "El testimonio
de Masferrer. Carta a Joaquín García Monge (4 de febrero de 1932)",
3.- "Los sucesos de El Salvador. Masferrer y la jauría de Ubico" de
Adolfo Ortega Díaz (febrero de 1932), 4.-un escrito de Salarrué ("Mi
carta a los patriotas" (febrero de 1932)), 5.- Varios escritos al margen
("El chucho con rabia" de Arturo Ambrogi (febrero de 1932) y los
ensayos de Napoleón Viera Altamirano (diciembre de 1931 a septiembre
de 1933)), 6.- un cuento de Salarrué ("Cuentos de barro. Balsamera"
(marzo de 1935)), 7.- la poesía de protesta de Gilberto González y
Contreras ("Mi pueblo", "Ebriedad", "Elegía en piedra", "Temblores de
rebelión", "Cortadores de café", "Madre india" y "Responso" (mayo de
1937); selección de sus poemarios Piedra india (1938) y Trinchera (1940))
y, por último, 8.- dos escritos intitulados "La matanza de 1932 en El
Salvador" de Juan de Izalco (marzo-abril de 1944). En un breve intervalo
-entre las secciones 5 y 6 antes anotadas- interrogamos el silencio que
media entre los sucesos de 1932 y su redescubrimiento en los años
posteriores. (8)

En el "Anexo" reproducimos los documentos analizados del Repertorio.


Esta restitución la juzgamos tanto más relevante cuanto que los trabajos
de Juan del Camino, la carta de Masferrer, la poesía de González y

18
Contreras y el ensayo de Juan de Izalco aún se desconocen en El
Salvador. La motivación política no podría ser más obvia; hay que
mantener el imaginario de la guerra fría como si los Acuerdos de Paz
de 1992 nunca ocurrieran. Los de Salarrué únicamente en El Salvador
han llamado la atención; nunca reciben el comentario de los críticos
fuera del país.
**

A esta intención original por concentrarnos


en el Repertorio Americano se añade la sorpresa.
Nuestra pesquisa de documentos originales
nos conduce a exhumar múltiples materiales
abandonados por la historia. En el escritorio,
se amotinan legajos vetustos como primavera
del desierto entre el polvo y la luz cegadora.
"Quien busca, halla": un vasto archivo de la
época se abre ante nuestros ojos.

Comentamos varios periódicos de 1932 -El


Día, La Prensa y Diario Latino- y dos novelas
inéditas en El Salvador, El oso ruso (1944) y Ola roja (1948), al igual que
restituimos un fragmento testimonial de otra, Durante el reinado de los
centauros (1960). (9) La narrativa del santaneco J. Edgardo Salgado,
Francisco Herrera Velado, Napoleón Rodríguez Ruiz y la de Ramón
González Montalvo completan el marco literario. La ficción nos impone
una visión de género. Existe una correlación directa entre acoso sexual
y resistencia indígena. Tanto la mujer violada -"la chingada"- al igual
que su defensor militan como primeros "comunistas" de América.

Gracias a una lectura de varios periódicos de la época, contextualizamos


las noticias del estallido de la revuelta bajo la mirada urbana,
masculinizada, de una cultura global de masas. Anotamos que una
intención testimonial crítica es imposible hacia 1932 en El Salvador.
Una voluntad de denuncia surge sea en el exilio, a mediados de los
treinta, o bien hacia 1944 con el resquebrajamiento de un régimen
presidencial vitalicio.

Al interpretar un sinnúmero de creaciones poéticas y plásticas de la


década de los treinta, rastreamos las consecuencias culturales del
etnocidio. Observamos cómo el surgimiento de la pintura regionalista
se acompaña de una idealización, folclorización y, al cabo, feminización

19
erótica de lo indígena. Revalorización artística de lo étnico y política
sexual se intersectan en un punto nodal insospechado: el semidesnudo
indígena femenino. Lector de periódicos y perito en arte reafirman
su masculinidad, su hombría y voyeurismo. Enfocan su mirada hacia ese
objeto del deseo que significa la mujer al desabrigo. El arte resulta un
paliativo social en un país que aún carece de una política indigenista.

A la vez, nos preocupa analizar cómo la constitucionalidad del presidente


Maximiliano H. Martínez se funda sobre la exclusión del carácter popular
de la revuelta. Documentos del Ministerio de Relaciones Exteriores
nos revelan la voz oficial del régimen. Rescatamos la repercusión que
el levantamiento de 1932 ocasiona en la Iglesia católica de los países
limítrofes, Guatemala y Honduras. Al grito de "ahí vienen los rusos"
se generaliza la idea de una maligna influencia soviética a todo lo largo
del istmo. La institución castrense y la eclesiástica abrazan el
anticomunismo como pilar fundamental de la identidad nacional.

***

La interpretación de las obras extrañas al Repertorio la intercalamos


en capítulos alternos a manera de contrapunto. El libro no prosigue
un trayecto lineal. En cambio, su itinerario obedece a diversas líneas
documentales que se engarzan a imagen de dos engranajes en forma
de un ADN. El rumbo por el que avanza el escrito confiesa su deuda
con el cubismo. El fragmento en laberinto rulfeano guía un transcurso
sesgado. Balsamera marcha en diagonal a imagen de un alfil. A veces,
adelanta en serpenteo oblicuo cual caballo de ajedrez.

A diferencia de la historia en boga -económica, política y social- no


analizamos hechos. Rescatamos sólo el impacto perceptivo -estético,
según al etimología de aisthesis- que el acontecer histórico imprime
en la conciencia de quienes lo viven de cerca. Nuestro proyecto no
anhela vagar por "el desierto de lo real": por la factualidad en bruto.
Más bien, ante la imposibilidad de asirlo de inmediato, reponemos el
infinito artificio de símbolos que reemplaza la realidad. Intuimos el
arduo disimulo que la convierte en destello fugaz. "Sombras nada más"
en nuestra vasta caverna.

En defecto de lo real, hurgamos el redoble que nos otorgan múltiples


perspectivas sobre el mismo suceso. Conformes de que no hay más
objetividad que la visión que le otorgan numerosos sujetos situados
en condiciones históricas particulares. En ellos, "la presencia del pasado

20
es la memoria" y el presente, pardo espejeo de anhelos ocultos.
Restauramos impresiones artísticas, sensaciones estilizadas, justificaciones
legales, racionalidad económica y política en curso. En breve, el vasto
archivo declama su complejidad a múltiples voces apenas audibles.

Al restituir las creaciones artísticas e intelectuales de la década de los


treinta, nos interesa contextualizar la revuelta en un registro cultural
de la época tan amplio como sea posible. Las repercusiones artísticas
y literarias del etnocidio no se agotan en la movilización, el levantamiento
y en su represión. Más bien, recortan gran parte de la producción
intelectual salvadoreña de todo el siglo XX. Tanto así que la apertura
política, a partir de los Acuerdos de Paz en 1992, no propicia un debate
indigenista al interior de la antropología salvadoreña en su órgano
máximo, el Museo Nacional David J. Guzmán. Menos aún, hay lugar
para instituciones nacionales, indigenistas autónomas.

De nuevo, la determinación política del olvido resulta similar a la de


todos los documentos que contiene el Repertorio Americano. Tampoco
estas otras líneas temáticas son objeto de análisis político. La bipolaridad
partidaria es dogma de fe. Se convierte en la Vulgata de la academia
centroamericanista y centroamericana. No es de extrañar que los
escritos de los expertos en literatura centroamericana nunca anticipan
los Acuerdos de Paz. Por lo contrario, sería fácil demostrar que la
academia metropolitana defiende una "guerra popular" -ajena y lejana-
a la hora que en El Salvador se augura la paz. Acaso el poder ideológico
de la guerra fría sigue rigiendo todo anhelo.

2. Tres "Estampas" de Juan del Camino

Juan del Camino es el pseudónimo del costarricense Octavio Jiménez


Alpízar. Desde 1929 hasta 1945, emprende la tarea de escribir
comentarios político-ideológicos sobre los más diversos sucesos de
actualidad continental. Los denomina "Estampas" como si esas breves
columnas periodísticas de corte ideológico representasen cuadros de
costumbres. En esos grabados regionalistas "un campesino […] baja
a la ciudad y, conmovido por lo que ahí encuentra, realiza un registro
pesaroso y desesperado de su pueblo". (1)

Tres de esas "Estampas" atañen directamente a los sucesos políticos


salvadoreños y las tres se hallan en relación directa al 32. La primera
contiene una defensa del golpe de estado del General Martínez, las
otras dos, una denuncia del etnocidio. Si de buenas a primeras el

21
apoyo y cotraataque parecen contradictorios, esta doble actitud de
Jiménez Alpízar la resuelve un discurso antiimperialista ciego. La
esperanza que en diciembre la cifra en el carácter "revolucionario" del
gobierno militar salvadoreño, se esfuma al reparar que el etnocidio es
una excusa. Representa la mejor manera de legitimar una ruptura con
el orden constitucional y de obtener el aval extranjero, ante todo, el
del "Imperio". Sin la merced del Departamento de Estado, aún ahora,
todo gobierno latinoamericano vive en la "orfandad".

**

El título mismo de la primera "Estampa" señala el apoyo incondicional


de Jiménez Alpízar al golpe de estado: "ejemplo viril. Ya no queremos
más el tutelaje yanqui". En el golpe percibe un desafío al imperialismo
y una autoafirmación "revolucionaria" del pueblo salvadoreño. El
costarricense está convencido de que el gobierno de Martínez es un
ejemplo de autonomía política en la región. La autodefinición cultural
manifiesta un corolario de la emancipación política.

El optimismo de Jiménez raya en la ingenuidad. Funda su defensa en


un antiimperialismo radical. Todo principio democrático se somete
ante el anhelo de independencia política. La soberanía nacional relega
la cuestión de la democracia a un segundo plano. La esperanza que
Jiménez deposita en Martínez no es extraña a la época. Por lo contrario,
la fascinación con los caudillos -sean del fascismo, o bien del leninismo-
caracteriza a "algunos prominentes colaboradores del Repertorio". (2)
En ambos sistemas contrapuestos se percibe "la superación de un
liberalismo y un parlamentarismo estériles". (3)

La presencia "viril" de un caudillo abre la posibilidad de redención


política de los pueblos latinoamericanos. A un nivel social más amplio,
el periodista italiano Mario Appelius nos proporciona el ejemplo óptimo
de unidad latina por la democracia. Il Duce, Benito Mussolini, "representa
el patrimonio espiritual de la entera latinidad". Al entrevistar al
presidente salvadoreño Pío Romero Bosque recoge las siguientes
palabras:
Tengo por Mussolini una admiración incondicional. Lo considero
el máximo representante de la latinidad en este período histórico.
En los momentos más difíciles de mi vida de presidente miro
su retrato porque… ¡me inspira! […] en el estudio del presidente
de la República de El Salvador […] está el retrato de Il Duce. (4)

22
Jiménez acusa al Departamento de Estado de imponer acuerdos
unilaterales y a los gobiernos latinoamericanos de aceptarlos
incondicionalmente: "no nacieron como iniciativa nuestra [son] pactos
adobados al gusto del Departamento". Anota que a Washington no le
estorba tanto la injusticia, mientras la violación de los "principios
morales" no contradiga sus intereses. El ensayo adopta un tono de
exhortación , por una parte, y un sesgo religioso, por la otra. Del
Camino incita a Martínez, a "los que pusieron fin a un régimen que
juzgaron funesto" y al pueblo mismo a no ceder frente a las presiones
de Washington. El optimismo por "el suceso revolucionario" excede
cualquier límite de esperanza: "El Salvador iniciará la liberación que
nos hace falta". Pone su lealtad en Martínez, ya que este nuevo caudillo
no es "de la estirpe del politiquillo tropical […] sumiso".

"El suceso revolucionario" rompe la fidelidad que la mayoría de los


gobiernos le concede a la capital estadounidense. Washington es "Buda"
y Meca a la vez; el "lugar de peregrinación de nuestros políticos". Pero,
con el "sacrificio por las cosas de su patria", el pueblo salvadoreño en
su conjunto logrará ser el primero en despojarse "del tutelaje yanqui".
Un inconsciente religioso se cuela en el medio del discurso republicano
laico de Jiménez. Esta religiosidad secular no dista mucho de la apología
que los Cuadernos Americanos le tributan en 1953 al editor del Repertorio,
Joaquín García Monge. En su fervor por un nuevo caudillo, es probable
que una esperanza mesiánica halla quedado viva al interior de la devoción
nacionalista de Jiménez. Aún así, el escritor costarricense nos revela
nuestra más degradada actualidad imperial. Afganistán, Irak: "la política
del Departamento de Estado […] no contempla habitantes, sino
territorios […] sobre los cuales hay campo para que se imponga el
comercio" de las compañías transnacionales.

***

Mes y medio después, hacia finales de enero de 1932, el celo por el


régimen salvadoreño decae al máximo. Jiménez recibe las noticias
cablegráficas sobre la "agitación comunista" y las califica de publicidad
sin fundamento. De inmediato, la imagen de Martínez pierde su aureola
mesiánica. Un giro drástico de ciento ochenta grados afecta la posición
del costarricense. De ser su más abnegado defensor en el extranjero,
se convierte en acérrimo acusador.

Martínez crea la ilusión de un levantamiento comunista con el objetivo


de legitimar un régimen inconstitucional y de obtener el aval del

23
gobierno estadounidense. "Le negó el Departamento de Estado su
reconocimiento y sintió orfandad. Sin capacidad para enfrentarse a los
problemas que la revolución política [= su propio golpe de estado] le
trajo a la nación, se desanima y trata de conquistar la simpatía del
Departamento de Estado". (5)

Obviamente, el reconocimiento por parte de los EEUU es un punto


nodal para la nueva administración. Desde que se anuncia la llegada
de "Mr. Jefferson Caffery como Delegado del gobierno de los EEUU",
se percibe en este nuevo nombramiento una oportunidad para "continuar
las relaciones amistosas". (6) Por ello, días después, se juzga con
beneplácito los "favorables informes para el nuevo gobierno [que]
recibe Mister J. Caffery". (7)

Doce años después, Juan de Izalco expresa un juicio similar sobre el


coqueteo de Martínez con Washington (véase: 14, más abajo). Para
diversos intelectuales de la época, la revuelta y la represión son
acontecimientos necesarios para legitimar, interna y externamente, un
régimen sin base legal alguna. "La matanza de comunistas no tuvo más
finalidad que hacer notar al Departamento de Estado que el cuartelazo
había sido indispensable para salvar a la nación". (8) En los periódicos
capitalinos, el reporte de los incidentes "comunistas" coincide con el
llamado a reconocer el carácter "constitucional" del gobierno. (9)

Hacia finales de enero, Jiménez se preocupa por el abismo que se abre


entre gobierno y pueblo salvadoreño masacrado. Obviamente, toda
su información proviene de "las agencias noticiosas". En lugar de confiar
en la neutralidad de la prensa, apunta su parcialidad: "la verdad no la
conocemos, porque quienes cuentan son los parciales". En efecto, la
duda no podría ser mayor. La información periodística la domina la
publicidad de una sola de las perpectivas en conflicto.

Los supuestos "comunistas" no reciben atención alguna y, menos aún,


los medios masivos de comunicación global le dan cabida a una voz
indígena. La persuación informativa es tanto más nociva cuanto que
tampoco los masacrados indefensos merecen cobertura mediática.
De ahí que la conclusión de Jiménez sea tajante en su negativa por
aceptar una "metanarrativa comunista". "No creemos que los sucesos
de El Salvador tengan inspiración comunista. Al menos no creemos
que si la tienen, sea de tal magnitud que le quepa toda responsabilidad
de la tragedia". Jiménez deja abierta la posibilidad de una tercera fuerza
-indígena-campesina- más allá de la confrontación bipolar de la guerra
fría.

24
Ante el silencio de la prensa, Jiménez se interroga sobre el giro semántico
que el término "comunista" recobra en el discurso noticioso. Aún no
se propicia un periodismo de investigación. El escritor costarricense
observa la manera en que un simple término se infla al extremo para
convertirse en excusa de represión. A partir de 1932, "comunismo"
será "la estafa de dictadores". Toda vindicación social y lucha por
mejoras salariales, educación básica, servicios médicos, en dos palabras,
por un Minimum vital, se identificará a una solicitud "comunista". "Nada
más sencillo que atribuir el esfuerzo magnífico de esas generaciones
en rebeldía al comunismo. Ya hay creado un déspota en la palabra
comunismo".

****

Dos semanas más tarde, hacia mediados de febrero, Jiménez incrimina


de nuevo al régimen de Martínez. Lo que en la "Estampa" previa es
acusación a una prensa mediatizada por el poder, en febrero se vuelca
hacia la revelación de un "crimen sombrío", de una represión
desmesurada. El ensayista prosigue su labor de desenmascarar el
engaño de "las agencias cablegráficas y postales". Estas "sirvieron
servilmente a[l] Gobierno".

Según Jiménez hacia 1932, nos encontramos en plena posmodernidad,


entendida como sociedad del "espectáculo" mediático. Se trata del
""devenir imagen" del capital" como "última metamorfosis de la
mercancía". (10) A partir del 32 ya no existen "hechos". Sólo hallamos
la sucesión recurrente de realidades virtuales en el discurso informativo.
El término "comunista" representaría el centro detonador de una
"matriz" idiomática infinita. Al estado-espectáculo no le concierne
tanto "la expropiación de la actividad productiva"; ante todo, le atañe
"la alienación del lenguaje, de la naturaleza lingüística y comunicativa
humana". (11)

La prensa edifica una sociedad tal, por la representación de la palabra,


primero, y por la de la imagen, en seguida. El hecho histórico lo
mediatizan "los intereses" políticos de quienes tienen el poder de
reseñarlo en sus columnas y escritos. Todo acto de conocimiento lo
filtra la tecnología mediática. La prensa establece una disimetría
colonizadora, por la palabra de las personas con el derecho exclusivo
a nombrar el suceso. Aunque Jiménez no lo afirme, de antemano, este
factor reduce la voz indígena al silencio. El costarricense llama a esa
expresión ausente "el pueblo desnudo armado de instrumentos de

25
labranza". Las imágenes "cablegráficas" del 32 despliegan una
posmodernidad incipiente, embrionaria, o mejor aún, inauguran la
posmodernidad como etapa que "precede y prepara el modernismo".
(12)

Al defender a ese pueblo desvalido y sin voz, el autor cobra plena


conciencia de su quehacer histórico singular: "cuando las generaciones
futuras revisen la historia de El Salvador pasarán por estas páginas".
En efecto, "¿qué voz se ha oído condenando la matanza?". Ante el
acuerdo unánime por el "espectáculo" del etnocidio, las "Estampas"
ofrecen una versión de protesta inmediata. Acaso la suya sea la única.

De nuevo, Jiménez arguye el desamparo legal del gobierno salvadoreño


y, ante todo, la falta de reconocimiento internacional. La imagen
antiimperialista de Martínez acaba por disolverse. El vacío constitucional
y diplomático ofrece motivos suficientes para justificar la represión.
Le es necesario proyectar una imagen de "resolución firme" para
obtener el aval extranjero y, al interior del país, un salvoconducto
jurídico. "Han debido contar todos por igual con el temor nacido en
el Departamento de Estado con la aparición agresiva del comunismo
salvadoreño". "Lo de comunistas es la invención de Gobierno para
justificar fuera de El Salvador la matanza".

El ensayista duda de la autonomía de decisión que poseen los insurgentes:


"¿no fueron los agentes de ese Gobierno salvadoreño los que prepararon
la tragedia? [….] es muy probable". (13) A un gobierno sin base legal
ni apoyo diplomático le conviene inducir a la revuelta o, al menos,
exagerar la amenaza hasta el barroquismo. Jiménez Alpízar anota
perspicaz la enorme disparidad entre ambas fuerzas militares en
conflicto. Se interroga “por qué si los comunistas son tan "monstruosos",
como los representa el “espectáculo” periodístico, el ejército salvadoreño
no sufrió más bajas”.

La disimetría en armamento testimonia la injusticia. "Las crónicas


difundidas por cable […] pone[n] victorioso al ejército […] en tod[as]
se ve una población desarmada, miserable, desnuda. Las ametralladoras
arreaban con ella". A esas imágenes propagandísticas Jiménez es el
primero en calificarlas de "matanza" y de "crimen sombrío" en contra
de un pueblo "que nadie sabe si en realidad se amotinó o se le arrreó
al matadero". Así deja abierta la posibilidad de que la misma presidencia
alienta indirectamente a la revuelta. Al impulsar el levantamiento, el
gobierno obtendría fundamento jurídico y sostén diplomático.

26
Luego de honrar la gran tarea de Martí, Luna y Zapata, la "Estampa"
concluye con una reflexión filosófica. El caso salvadoreño lo compara
a la reforma de Licurgo según Plutarco. Un sesgo masferreriano de
justicia está a la obra. En esta breve comparación de El Salvador con
Esparta, las nociones elementales del "comunismo" las remite a la
antigüedad clásica. Las arraiga no en una teoría marxista; en cambio,
para el costarricense, se halla en juego "el hambre" y la enorme
"desigualdad" social entre "la riqueza y la pobreza"; ambas las considera
extremas.

*****

En síntesis, anotamos en Jiménez una profunda convicción antiimperialista.


Este ideal por la autonomía latinoamericana opaca todo valor
democrático. La soberanía de los pueblos justifica, a sus ojos, la opción
por un golpe de estado y una dictadura militar. Este hondo
convencimiento constituye uno de los núcleos fundadores de las tres
"Estampas". El costarricense legitima el apoyo inicial a Martínez y su
posterior condena. Jiménez posee el mérito de ser el primer
centroamericano que denunció la "matanza" de civiles indefensos.
También cuestiona el supuesto trasfondo "comunista" del levantamiento
y duda de la autonomía política de los insurrectos. Fiel a su
antiimperialismo, divulga cómo una esperanza "revolucionaria" de
"liberación", en mes y medio, se transforma en búsqueda desesperada
por un reconocimiento diplomático internacional. La política
centroamericana la absorbe la razón del "Imperio".

Cuarenta años después, el sociólogo salvadoreño Alejandro D. Marroquín


confirmaría los presentimientos de Jiménez en los siguientes términos:
Martínez se propone precipitar el levantamiento campesino
mediante hábiles provocaciones; daría además libertad de
movimiento a los comunistas con el objeto de atribuir al
levantamiento campesino un ropaje comunista. Así Martínez
magnificaría la rebelión y se presentaría ante el mundo entero
como el salvador del país ante la amenaza del comunismo […]
Los canales de la propaganda se desbordaron; los periódicos y
las radiodifusoras difundieron por el mundo el tremendo peligro
de sovietización de El Salvador. (14)
Tres temáticas centrales del costarricense -el reconocimiento
diplomático, el aliento gubernamental a la revuelta y el "espectáculo"
mediático- las certifica la sociología más reciente. Marroquín refrenda
la necesidad del gobierno por convertir un movimiento "campesino"

27
en "comunista" y así legitimarse.

3. Entretenimiento. Periodismo, cultura global urbana


y masculinidad

Un problema delicado para los historiadores políticos y sociales consiste


en la tentación por aislar un hecho de su contexto histórico total.
Para el año de 1932, gran parte de los análisis tiende a desgajar la
revuelta de los demás acontecimientos culturales que tienen lugar
durante esa misma fecha. A menudo, nos encontramos con una visión
bastante elaborada de los problemas económicos, políticos y sociales
de la época; pero falta documentar el clima cultural que vive el país.
Interesa definir una mirada urbana que recibe las noticias del alzamiento.
Es esta visión la que aprueba y apoya financieramente Guardias Civiles,
primero, y la Legión Nacional Pro-Patria en seguida. Más allá de la
represión militar, las instancias cívicas perpetran y agravan el etnocidio.
"10.000 colones de los socios fundadores del Casino Salvadoreño al
Gobierno".

La imagen que a menudo se nos presenta de la historia semeja a los


archivos periodísticos de 1932. En la Biblioteca Nacional de El Salvador
se encuentran colecciones enteras de casi todos los periódicos. No
obstante, sistemáticamente, falta el volumen de ese año clave. En el
Archivo General de la Nación, en cambio, existen recortes escogidos
de los acontecimientos. A veces, asientan fecha y fuente; otras veces,
sólo aparece la noticia en sí fuera de todo contexto. En ambos casos,
un proyecto cubista recubre la idea de la historia. De los hechos
recobramos retazos aislados, pinceladas descoloridas, fragmentos
desconectados. Del pasado hay siempre un vacío.

Al leer las colecciones que se conservan en bibliotecas privadas -Diario


Latino, El Día y La Prensa- reparamos la manera en que la historiografía
en boga opera a imagen de un archivo mutilado. Estudia las noticias
que refieren el estallido de la revuelta; en el campo, recolecta testimonios
tardíos de su organización; sin embargo, deja sin comentario cualquier
otra referencia indirecta.

Este proyecto de cubismo exagerado presupone que el espectador de


la época posee el mismo ojo selectivo que nuestro proyecto en el
presente. Recortamos el periódico en múltiples noticias y anuncios
según nuestro interés particular. La sublevación queda descrita como
acción política sin contacto inmediato con el entorno cultural que la

28
enmarca. Examinemos un ejemplo. En el Diario Latino del 5 de marzo
de 1932 aparece la "Carta del Arzobispo de San Salvador a los Párrocos
y Sacerdotes de la Arquidiócesis". Es obvio que dicha pastoral resulta
de un interés sin medida para el estudio de la posición de la iglesia
frente al etnocidio. De abogar por la armonía social, a escasos días
de la revuelta, condena la intervención comunista en toda la América
Central. (1) El problema de la justicia social y el de la armonía capital-
trabajo pasan a un segundo plano.

La importancia de tal documento no debe opacar los otros encabezados


que lo rodean y le sirven de marco histórico total. A pesar de la
influencia política de la iglesia, su doctrina compite con una no menos
poderosa cultura de masas urbana. Tanto es así que resulta imposible
leer con atención el llamado del Arzobispo sin notar de reojo lo que
sucede en el bullicio de la ciudad. Paulatinamente, San Salvador deja
de ser una villa provinciana y se convierte en cuna de una cultura
globalizada.

En efecto, al pie de la larga carta


pastoral se leen anuncios de
"Kolynos", que "los dientes
blanquean", "Cultura Física
Morelli", "Restaurante
Happyland, antes Pierrot", "No
hay pérdida de energía.
Eveready", "Polvos Doux Fourire.
Rigaud" y el "Programa del
Teatro Principal": "Janet Gaynor
y Charles Farrell, Comedias para
niños, Douglas Fairbanks y Bebe
Daniels, Carné de cabaret con
Lupita Tovar y Ramón Pereda,
Proceso de Mary Dugan, Cuerpo
y alma con Jorge Lewis" (véanse:
Figuras 4-6).

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Este somero listado de anuncios ilustra el marco de referencia del
receptor citadino. Existen otros sucesos que captan la atención de la
óptica urbana, además de la revuelta y de su represión. La mezcla de
lenguas -apellido italiano, Hollywood, francés, castellano, inglés- despliega
una imagen de San Salvador que rebasa la oposición regional indio-
ladino. A esta dualidad antropológica se superpone una Torre de
Babel. Una cultura cosmopolita palpita en la capital. Aquí el arraigo
en lo local da cabida a una sociedad globalizada, a una cultura de masas
urbana.

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Más que pertenecer a un país, el ojo que atento lee el periódico en


su integridad vindica su identidad citadina radical. "Yo no soy de una
país, soy de una ciudad". "La economía salvadoreña estaba un tanto
integrada a la economía mundial". (2) "En El Salvador cuatro o seis
firmas extranjeras como los Notteboh and Company, Borghi Daglio,
H. De Sola, Bloom, etc., etc. son los compradores de todo el café". (3)
"Su sociedad es cosmopolita […] con clases altas cultivadas en las
mismas líneas que las de EEUU, y sus estándares de compra son
semejantes". (4)

30
Desde "la puerta del hotel" el viajero Frank Vincent observa "damas,
vestidas en el extremo de la más nueva moda parisiense". (5) Para
"encontrar a los de [su] propia clase", viajan con mayor frecuencia a
"Europa", a "Londres y París" que a "Nueva York o Boston". "Anualmente,
la república importa del extranjero unas 20.000 toneladas métricas de
alimentos, $2.333.000 (US)" y unas "1.000 toneladas métricas de bebidas
alcohólicas a unos $365.000 (US)". (6)

No extraña que para esa mirada lo regional lo indígena y campestre


se sitúe en una región tanto más alejada que cualquier país foráneo.
Al revisar con cuidado el periódico, la visión afirma que lo indígena le
es ajeno y lo extranjero, propio. Imaginamos a ese lector bajo una
calidad masculina, no tanto por la inercia de la lengua castellana. Su
gramática nos impone el uso neutro de ese género. Lo concebimos
tal porque sentado -solo o acompañado- festeja el fin del caluroso
verano al grato sabor de una "Cerveza Polar", con su respectivo
aderezo: "abarrotes finos, franceses, españoles y americanos". (7) Ese
líquido dorado y frío posee cualidades "medicinales". Su vigor lo ratifica
un "notable cervecero alemán que llega al país al servicio de la industria
nacional". (8)

Además de refrigerio, la cerveza también posee cualidades de


"reconstituyente" para el "organismo" masculino que "decae". (9) Ese
mismo día, se prepara "la acción punitiva en Sonsonate". Mientras
discurre sobre la organización de las Guardias Civiles y su relevo por
la Legión Nacional Pro-Patria, su paladar se regocija en el repaso de
la semidesnudez femenina que le ofrecen los anuncios de cerveza
(véase: Figura 7).

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31
Sea que observe a la actriz de Carné de cabaret, Lupita Tovar, o bien
las veleidades griegas, lo cierto es que cerveza y aderezo de marisco
los complementa la mirada fija en un cuerpo de mujer (véanse: Figuras
8-9). En estas únicas figuras femeninas semidesnudas la publicidad
muestra su atrevimiento y anticipa lo que la pintura regionalista depura
y sublima años después en una estética: el desnudo que es siempre
femenino. (10)

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32
El hombre aparece vestido, mejor aún, de traje
completo, con sombrero Stetson o Dunwich al lado,
mientras que la mujer, en traje de baño Jentzen o
mostrando piernas o senos, se ofrece al deleite
del lector, primero, y del especialista en arte, en
los años por venir (véase: Figura 10). Ni José Mejía
Vides ni Salarrué escaparán al precepto cultural
de construir la hombría gracias al voyeurismo.
Lector del periódico y artista se unifican alrededor
de su curiosidad como verdaderos mirones.

De este exclusivo observador masculino, es notorio


que sólo existan referencias explícitas a los órganos
íntimos de la mujer; pero los suyos quedan
encubiertos y en el silencio. Al apoyar la hermosura 000000000000000000000000000
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femenina, la ciencia se pone al servicio de la estética,
de la percepción varonil:
SENOS. Desarrollados reconstituidos, hermoseados, fortificados,
con las Pilules Orientales el único producto que en dos meses
asegura el desarrollo y la firmeza del pecho sin perjudicar la
salud. Aprobados por las notabilidades médicas. J. Ratie, Phamacien,
45, Rue de L'échequier, Paris. En San Salvador: Farmacia Sol
Sucursal y todas farmacias. (11)

¿Debe la mujer mostrarse como tal [¿(semi)desnuda?]? (12)

Los órganos de la mujer. Los delicados


órganos peculiares de la mujer deben
tratarse con el mayor cuidado posible,
pues una simple escoriación, una ligera
rozadura, una lastimadura insignificante
que en cualquier otra parte no
merecería ninguna atención cuando se
presenta en estos órganos pueden
servir de asiento a gérmenes terribles
que impurifiquen la sangre y den lugar
a enfermedades crónicas horrorosas.
Todo puede evitarse con unas cuantas
aplicaciones de pomada San Lorenzo.
(13)

33
**

Los ensueños del lector no se detienen ahí. Muchas compañías navieras


anuncian sus escalas en el puerto y sus amplios itinerarios (véase:
Figura 11). Si sus ingresos se lo permiten hay abundantes posibilidades:
Nippon Yusen Kaisha - Barco Motor "Heiyu Maru", Panama Mail S. S.
Co., United Fruit “Heiyu Maru”, Panama Mail S. S. Co., United Fruit
Company, Cie. Générale Transatlantique, Navegazione Generale Italiana,
Nord Deutscher Lloyd. Casi todas ofrecen “rumbo norte” y “rumbo
sur”. Es obvio que lo importante no es el recorrido, ante todo cuenta
la idea del viaje: ¿París, Roma, Londres, Buenos Aires, San Francisco?
Entretanto, inhala sea un chupete de “Cubano” oscuro, con la ilusión
de encontrar ahí el billete premiado de la lotería, o un rubio “Old
Gold” cuya nueva remesa acaba de llegar al puerto hacia finales de
enero. “En un momento apremiante, nada tan calmante para sus nervios
como un Old Gold”. (14)

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No sólo anuncios y navieras le otorgan un giro inter-nacional a la


identidad urbana del lector; en la sobremesa, cuando la cerveza Polar
la reemplaza un Coñac Domecq, una música rítmica acentúa las risas
sobre “la sesión de nudismo en Apopa”. (15) Al lado de la crónica “de
una de las víctimas del terrorismo comunista en Izalco”, esto es, “de
la indiada feroz”, se escuchan fox-trots, tangos, vals: “Una rosa de
Francia”, “La canción de los churritos”, “La danza de las horas” ,“La
Geisha”,“La Gioconda”,“Rapsodia húngara”,“Ojos lindos y mentirosos”,
“Tinieblas”.

34
Esos momentos que el oído del lector le dedica “a la música” de RCA-
Victor, le hacen “olvidar sus preocupaciones” anticomunistas. Si los
discos “Victor ortofónicos” encarecen, le bastaría pulsar la sintonía de
una “Radiolette R-5-X”, Brunswick, Atwater Kent, o bien la de “Radio
Pilot” para escuchar “París, Roma, Madrid, Londres, Est. Unidos”. Las
voces de Marlene Dietrich, Maurice Chevalier, etc. se hallan más cercanas
e inteligibles que la de cualquier pipil.

Lo poco que queda de “autóctono”, cobra un sesgo militar. Este giro


radical hacia lo castrense es tanto más importante cuando que la
historia de la música se inicia con “los cuerpos de las bandas militares
más antiguos sostenidos por el supremo gobierno y que han contribuido
al progreso”. (16) «“La tartamuda”, marcha, del compositor nacional,
Salvador Rivas y dedicada galantemente al Ejército Salvadoreño»
resuena en el trasfondo. (17) El arte nacional con instrumento “indígena”
-la Marimba Atlacatl- honra el arma de la matanza.
Peinando los cafetales
La frase ingeniosa ha surgido en los momentos más críticos
de la lucha. Los guardias nacionales cuando van a entrar en
acción dicen:“vamos a peinar los cafetales”, lo cual ellos entienden
como que, a modo de peine, van a penetrar a los cafetales para
sacar a los comunistas.
De su parte, los indios [= los comunistas] han llamado “La
tartamuda” a las ametralladoras, por aquello de que, según ellos
imitan a las mujeres tartamudas”. (18)
Tal vez por la noche, si ninguna otra diversión lo atrae y apasiona,
escuche alguna conferencia que dictan los más variados intelectuales
europeos: “Lucio Ambbruzzi de Turín, S. E. Arturo Farinelli sobre
literatura de España-Italia, Luis González Alonso de Nápoles sobre
cantos y bailes populares ibéricos, S. E. Ittore País de Roma sobre
historia italo-española”. (19) Todos ellos refrendan una idea simple;
si se trata de hablar de cultura, hay que dirigir la mirada hacia Europa
o, en su defecto, a EEUU. Esta incorporación de lo local en lo global
hay que celebrarla. “Hoy es el día de alegría. A pesar de todo, hoy es
el día destinado para reírnos a mandíbula batiente en el Teatro Principal”.
(20)

Para un amplio segmento hegemónico, lo indígena se percibe (aisthesis)


bajo una lente cinematográfica extranjera. “La extra-popularísima”
película El piel roja (Redskin, 1929) con Richard Dix y La horda

35
conquistadora (The Conquering Horde, 1931) con Richard Arlen y Fay
Wray exhiben una imagen más fiel del esteriotipo urbano de lo indígena
que cualquier visita a un pueblo del occidente del país. (21) Sea o no
este retrato acertado, su enfoque exhibe una perspectiva en proceso
de popularizarse por una creciente cultura de masas globalizada, por
la destrucción de las culturas locales y su incorporación al mercado
internacional. Los sucesos se conforman a "la lucha entre tradición
racial y civilización (the struggle between racial tradition and civilization)"
(véase: Figura 12).

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El testimonio reciente confirma la lente cinematográfica que tiñe la


vivencia del pasado: " la escenificación de Buffalo Bill […] la punta de
lanza de los colonos que venían a establecerse en las tierras de los
pieles rojas [= de los Izalco] los elementos de ejecución del cacique
[Ama] repetía escenas vistas en "los filmes del oeste norteamericano"".
(22) En su horca se recompone el título de los dos filmes mencionados:
La horda roja, la de pieles rojas comunistas.

Este vasto contexto comercial, fílmico, radiofónico, musical e intelectual,


enmarca el hecho regional de la revuelta bajo una mirada citadina
masculina, moderna y civilizada. (23) Su visión abraza una cultura global,
cosmopolita. Este mismo ojo lo adopta el proyecto gubernamental de
difusión de la cultura local con fines turísticos y comerciales. El 26 de
febrero de 1932, se anuncia en primera página del Diario Latino:
Tomará películas de nuestro país. La compañía Artistas Unidos.
Los films servirán de gran propaganda para el turismo.

36
La feliz llegada de Hollywood a El Salvador no podría ser más oportuna.
Se trata de una iniciativa "de divulgar en los Estados Unidos nuestras
costumbres" regionales, entre otras las de "la costa del Bálsamo". En
años por venir, la Junta Nacional de Turismo emprende esta campaña
de difusión por medio de dos publicaciones: Revista El Salvador (1935-
1939) y Guía Turística de El Salvador (1937).

Lo local es excusa para insertar a la población indígena a una economía


global y a la oferta mundial de bienes de consumo. Nadie más que M.
Monfils, Agrónomo en Jefe, que viaja por El Salvador y Guatemala hacia
principios de 1937, asienta el motivo de valorar los hábitos regionales:
observar los principales métodos [= las costumbres] en vigor
en Centro América para producir y preparar un café de primera
calidad, apreciado en todos los mercados consumidores [...] la
Asociación [que agrupa a los productores] tiene oficinas en
Nueva York y San Francisco. (24)

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***

Bajo la mirada de una economía de mercado global, el lector del


periódico reconoce sus filiaciones de identidad. Lo indígena se le
presenta en la lejanía como una sociedad ajena y primitiva. Más cercana
a lo propio, se halla la pujante industria fílmica de Hollywood, la
exportación de café y la floreciente cultura global urbana. Una lectura
atenta del Diario Latino descubre la distancia enorme que media entre
esa invasión de imágenes inter-nacionales y una comunidad indígena
regional, desconocida, y sin cultura para la gran mayoría de los capitalinos.

37
Si Pérez Brignoli anota la ausencia de la cuestión indígena en el Minimum
Vital de Alberto Masferrer, ¡cuánto más no podríamos esperar del
lector urbano medio! (25) El desdén de la mirada global hacia las
culturas locales lo justifica la negligencia por reconocer la complejidad
étnica del país. En El Salvador “no hay” indios, sólo hay campesinos.
Y esta población rural carece de “cultura”. Un concepto semejante,
elitista de lo culto, no es exclusivo de la prensa; también lo refrendan
los mismos intelectuales. (26) A la conquista y colonización de América,
“se debe uno de los impulsos más grandes que se han dado a la
civilización”. (27) Citemos estas dos instancias en acuerdo concertado:
periodismo e intelectualidad.

Tal como la prensa lo expone en los días de la revuelta, al incorporar


lo local a lo global -al “culturizarlo”- se logra una completa armonía
social:
Que cada población tenga un radio es lo que la Asociación Cívica
quiere y hará dentro de poco. Proyecto que indudablemente
merecerá el apoyo general, ya que se trata de culturizar a las
masas campesinas. La institución desarrollará actividades, pues
anhela que la armonía sea efectiva y que la justicia reine en un
principio efectivo. (28)
A esta necesidad de endoculturación le hace eco la revista Cypactly.
En este periódico literario de “variedades”, la promoción artística
alterna con la nota social. A la par de un “Cuento de barro. Benjasmín”,
la poesía enaltece a las musas, “Blanquita E. Castro”. (29) La esfera
que ahora llamamos “arte” se entrecruza y aúna con la apreciación de
“las bellezas salvadoreñas”, para quienes “escribe el poeta lo más
noble”. (30) Lo político figura ahí como aledaño conclusivo de una
estética; contemplación del campo y de la belleza femenina desembocan
en una política rural:
La hora de los maestros [...] en horas de zozobras, de dolor y
perplejidad, comprenda la obra de salvación nacional [...]
agreguemos a ellos a los hombre de letras [...] entre nosotros
el problema es de cultura. El día en que la tengamos habrá
conciencia. (31)
El proyecto de “culturizar” significa incorporar al indígena a lo global,
a la cultura de masas y, de nuevo, observar lo bello, la mujer como
figura de un paisaje. Para lograr este doble propósito, existe un acuerdo
concertado entre periodismo, turismo, industria fílmica, política estatal
de la cultura y, veremos, arte. Por el momento, más que anticipar la
comercialización de lo indígena, insistimos en que la misma mirada

38
masculina urbana la encontramos en el arte. El periodismo predice
la plástica. Un mirón de semidesnudos femeninos representa al
ciudadano ideal. El recibe las noticias sobre los desmanes de la revuelta,
colabora en organizar la defensa cívica y ratifica la constitucionalidad
del régimen.

Que en su hombría se deslinda un proyecto de nación no lo dudamos.


No obstante, más interesante que reclamarnos de esa nacionalidad
resulta precisar aún más al ciudadano ideal de esa república: un sujeto
masculino urbano y globalizado. Por la mirada, él se deleita en definir
la identidad de una mujer semidesnuda. En principio, ella le ofrece el
“reconstituyente” de su propia hombría: la cerveza. En breve,
domesticada, le entrega la fruta indígena campestre de su hermosura
para que reafirme su civilizada (pos)modernidad.

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Esta doble regulación -hombría y modernidad- funciona como precepto
cultural generalizado y obligatorio. Incluso la timidez de un José Mejía
Vides y de un Salarrué no deja de visualizar imágenes semejantes. (32)
La intuición novelística tampoco escapa a esta reglamentación social
compulsiva: lo criollo y lo ladino cobra figura masculina; lo indígena,
femenina. (33) No extraña que en nuestra reseña sobre el trabajo
intelectual de la época, el quehacer de las autoras y artistas mujeres
sea mínimo, comparado a la de su contraparte masculina. El hombre
moderno observa y se apropia del mundo por la mirada; al igual que
el indio, en su mayoría, la mujer se deja contemplar. (34)

39
La confusión entre política étnica y política sexual parece ser una
característica masiva del pensamiento de la década. Tanto es así que
la reflexión socio-económica utiliza la misma metáfora en su clasificación
objetiva de los pueblos y civilizaciones. Lo dominante se concibe
siempre como masculino; lo dominado, como femenino. Una gran
personalidad científica, Manuel Castro Ramírez, reconfirma la equivalencia
entre género y carácter étnico-nacional. En su artículo “Pueblos
femeninos”, reseña el libro Por qué el español no ha llegado a más (1929)
de Ramón Latré. (35)

La diferencia que con los años se conceptualiza en términos


instrumentales como desarrollo y subdesarrollo, Primero y Tercer
Mundo, Castro Ramírez la imagina en base al género. Hay “pueblos
masculinos” y “pueblos femeninos”, esto es, industrializados y agricultores.
Los primeros los ejemplifica por los anglosajones; los segundos por
España e Hispanoamérica. Existe una afinidad inmediata entre el tesón
de un pueblo y las características biológicas “con que la naturaleza
dota a los sexos”. EEUU es macho; Centroamérica, afeminado, mujer.

Un escritor británico de la época le concede a esta sexualización de


la economía un sesgo racial distinto; cuanto más «número de gente
“blanca”» vive en un territorio tanta más será su grado de “civilización”.
(36) El desarrollo agrícola depende del porcentaje de colonos
“[anglo]estadounidenses y británicos” que se asienten en un país. (37)
El pensamiento histórico de los años veinte establece dos juegos
contrapuestos: civilización-hombre-blanco vs. primitivo-mujer-
indio/negro/mestizo. En estos pares de equivalentes se entremezclan
economía, política sexual y étnica.

El despegue económico equivale a una transmutación sexual; en flagrante


violación a las “leyes físicas”, una sociedad cambia de género (nótese
que aplicar este cambio a lo biológico es inimaginable). Industrializarse
significa acceder a la hombría, adoptar una actitud masculina. Este
transvase sexual es al que exhorta Castro Ramírez; urge que a la
sociedad hispana la dirija un “mercantilismo” viril de corte anglosajón.
Así se permitirá “liberar la pobreza”. Al adoptar esa nueva identidad
varonil, no hay que olvidar que El Salvador debe mantener un cierto
sentimentalismo “afeminado” para no diluir por completo lo hispano
en lo anglosajón.

40
Es obvio que Castro Ramírez no menciona la cuestión indígena la que,
despojada de toda categoría sexual, quedaría por abajo de la mujer.
No obstante, anticipamos que si toda relación desigual se equipara a
una de género, cuando los intelectuales salvadoreños piensen lo indígena
lo visualizarán en términos femeninos. Así le reconocen a esa población
su estatuto social inferior, idealizado en un óleo. Para que esto suceda
hay que aguardar, no el auge de una política indigenista aún ausente
en el siglo XXI; ante todo, es el despliegue de la pintura regionalista
-José Mejía Vides y Salarrué- lo que nos obliga a observar lo indígena
como mujer, a menudo semidesnuda. Desde su escondite, la mirada
masculina -moderna y urbana- captura el paisaje y a “la pancha”, en un
solo y mismo trazo pictórico. Estéticamente, ambos se perciben como
mujeres. Este mismo tema artístico convencional lo reitera la novelística
sobre la revuelta: Francisco Machón Vilanova y Gustavo Alemán Bolaños.
Lo indígena adopta casi siempre la silueta del personaje femenino
principal; lo criollo y mestizo es hombre. En esta figuración sexual
des-en-cubrimos uno de los límites del imaginario estético salvadoreño
de los años treinta.

*****

En síntesis, el estudio de los anuncios que circunscriben las noticias


de la revuelta nos entrega una visión bastante peculiar de la capital
salvadoreña. Más que tratarse de una ciudad provincial y aislada, la
publicidad nos obliga a reconocer el auge de una cultura global
multilingüe. El imaginario visual, fílmico, musical, etc. se internacionaliza.
A menudo, la publicidad se dirige a una población acaudalada cuyo
poder adquisitivo semeja al de cualquier localidad europea o
estadounidense. Para estos lectores lo indígena expresa una cultura
extraña y remota, mientras lo europeo representa lo propio. Hollywood
filtra la percepción que el citadino se forja del Izalco. La misma
publicidad ofrece una neta mirada masculina que se regocija en observar
el semidesnudo femenino. Con los años, un vistazo estético similar
lo desarrolla la plástica nacional y la novelística sobre la revuelta al
feminizar su visión de lo indígena y erotizarlo bajo la figura de hembra
(véanse: 5 y 11, más abajo). Más que esfera autónoma y trascendente,
parecería que el arte fuese apéndice ideológico de una cultura
hegemónica de masas. La feminización de la diferencia invade también
el pensamiento sociológico de la época que concibe lo "subdesarrollado"
como femíneo y lo "moderno, industrial" bajo figura masculina. El
carácter central de esta sexualización de lo social la confirman los
debates intelectuales de la época. Si los papeles jerárquicos de género

41
no se mantienen, los ideales "comunistas" de la revuelta podrían
triunfar pese a su derrota militar. Para ilustrar este punto, antes de
concluir revisamos la Revista del Ateneo de El Salvador.

El problema de la participación de la mujer en las artes y literatura


es tema de discusión en esa prestigiosa institución nacional hacia
febrero de 1932. José M. Peralta Lagos propone que
La mujer salvadoreña fue siempre devota entusiasta de las bellas
letras y las artes. ¿Por qué no ha de venir ella también, trayéndonos
la gracias con la poesía de su dulce trato? Invitemos, si os parece,
a las señoras y damitas que gusten de rendir culto al gay saber
o a la prosa elegante y exquisita, lo mismo que a la pintura y a
la música. (38)
Su exhortación queda sin respuesta, tal cual lo comprueba que, un
año después, Manuel Zúniga Idiáquez conciba en la maternidad "el
ministerio augusto" de la mujer para cooperar al mejoramiento de
la raza". (39) Su silueta se confunde con "los seres ideales que
rodean, siempre en jerarquías ascendentes el Trono del Altísimo";
por eso, debe dedicarse a "dar vida a seres escogidos" y al estudio
exclusivo de la "puericultura". (40) De su dedicación maternal
"depende el porvenir de la Patria", ya que una de las estratagemas
más destructivas del comunismo consiste en "llegar al Día Internacional
de las Mujeres". (41) De lograrlo, "la Madre, ese ser mitad ángel y
mitad mujer", se desvanecerá para siempre y su disolución significaría
el acabose de la Patria. (42) En breve, la pérdida de la hegemonía
masculina traduce una de las artimañas más astutas del comunismo
internacional.

Labores del Comité de Señoras Pro-Ejército


(El Día, 1º. de febrero de 1932: 2)

Lista No. 2 de lo recaudado por la comisión de señoras y


señoritas de esta capital para proveer e víveres a los distintos
cuerpos del Ejército que están en planta en esta misma ciudad:
Lo recaudado hasta el día 27 del corriente mes 1599.00 colones
Enero 28 de 1932.

42
Doña Mercedes de Stadler 100.00
Don Guillerm Levy 100.00
París Volcán 100.00 y un juego de platos china
Casa Mugdan 100.00 y un juego de platos d'peltre
Don Walterio Borghi 100.00
Doña Berta de Escobar 100.00
Doña Esther de Daglio 50.00
Don Romeo Papini 50.00
Señora de Laufer 50.00
Bang & Co. 50.00
Srita. Liliam Kriete 50.00
Don Rafael Echavarría 50.00
Doña Lydia de Prieto 50.00
Don Benjamín González 25.00 y 1 saco maíz
Don Emilio Casanovas 25.00
Doña Adela de Leiva 25.00
Doña Elisa de Sagrera 25.00
Don Roberto Godoy 25.00
Doña Ana v. De Aguilar 25.00
Doña Angelita de Mathé 25.00
Doña Gloria de Sol 25.00
Doña Lily de Osborne 15.00
Doña Rosa de Zaldívar 15.00
Srita. Julia Quiñónez 10.00
Doña María Luisa de Guevara 5.00
Goldree Liebes & Co 50.00 y 1 juego platos de peltre
Doña Rosa de Bustamante 40.00
Fábrica Cigarrillos “Piramid” 50,000 cigarrillos en Ptes.
Bengoa Hermanos 1800 panes dulces
Hernández & Co. Panadería 1800 panes dulces
“Las Victorias”
Borghi B. Daglio & Co. 6 docenas de platos de peltre
y1docena de botellas Vermouth
Panadería “La Espiga” 1.25 de pan diario
Total efectivo recaudado a la fecha 2,884.00 colones
San Salvador, 28 de enero de 1932

43
4. El “testimonio” de Alberto Masferrer

La carta que Masferrer le dirige al editor del Repertorio Americano


resume en un párrafo la alusión directa del maestro a los acontecimientos
de 1932 (véase: Figura 13). La referencia aparece en el último párrafo
de la carta. La preceden dos preocupaciones adicionales: una disculpa
por su militancia política y una recomendación de la profesora y
escritora Graciela Bográn. Este doble encuadre inicial enmarca la
denuncia de Masferrer dentro de la tópica legendaria de la época. Bajo
la figura confesional de García Monge, la política ocupa el terreno de
“lo sucio”; el arte y la docencia, el de lo noble. (1) Sólo desde el
pedestal de una leal docencia “apolítica”, Masferrer denuncia el etnocidio.

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Al inicio el maestro expía su conducta durante el último año. Su


enjuiciamiento de la “política militante” resulta bastante negativo. A
esa acción le atribuye los calificativos de “soberbia”, “aspereza”,
“fanatismo”. “Al ponerse al servicio de una causa que no e[s] la del
espíritu”, Masferrer se vuelve un “extraviado”. (2) De ahí que la carta
cobre un cariz confesional. A García Monge como santo y apóstol, le
corresponde absolver al maestro que se aleja del redil. Luego de
obtener la absolución, Masferrer prosigue su dictado.

La recomendación de una profesora y escritora continúan el escrito.


En ella el servicio al “espíritu” sobrepasa el descarrío político de
Masferrer. Es necesario que la “necedad” política se compense en una
vocación por la docencia y la escritura sin compromiso. Lo importante
es que Bográn se someta al “patronato” formativo que García Monge
le ofrece a un círculo selecto de allegados. Ignoramos qué sucede con
esa promesa de las letras centroamericanas. Nuestra búsqueda de su
obra ha sido infructuosa. No obstante, su mención juega un papel vital

44
en la economía discursiva de la carta. La señorita Bográn atestigua
que Masferrer sigue apegado a su misión espiritual de guía docente de
las jóvenes generaciones. Ella define el único sitio de enunciación
desde el cual es posible acusar al régimen dictatorial de Martínez.

El lugar de enunciación es el del magisterio. Masferrer renuncia primero


a su carrera de político. Olvida y depone su militancia en el Partido
Laborista para refrendar, en seguida, su participación en “la pureza de
los iluminados”. (3) Desde este retorno a su vocación original notifica
el etnocidio. Por ello, absolución por su militancia política y consagración
de una nueva maestra-poeta son condiciones necesarias para la denuncia.
Exclusivamente, habla el Masferrer-maestro, quien extirpa de sí al
Masferrer-político.

El párrafo final es breve pero contundente. Masferrer niega la


“metanarrativa comunista”. A un “ellos” anónimo, que “explota”, le
asigna el poder de calificar, de nombrar y, en definitiva, de inventar el
sentido mismo que condujo a la insurrección. En oposición a esa
autoridad, el maestro atribuye al “hambre” el motor de la revuelta.
Por tanto, considera la situación socio-económica misma como motivo
último e inmediato. Los campesinos son autores de su propio alzamiento.
En una carta fechada “1º de mayo de 1932”, desde su exilio de San
Pedro Sula, el maestro reitera su rechazo al “pretexto comunista” y,
con anterioridad, el 2 de febrero, acusa a quienes perpetran el crimen.
quizás tendrías ya alguna noticia de las matanzas de El Salvador:
de ocho a diez mil campesinos asesinados, bajo el pretexto de
comunistas, y sacrificados al odio y a la codicia de los ricos …
Lo que esto ha sido para mí! Lo que todavía es ¡…! Ahora los
ricos y los curas y aquel grupo de negroides que siempre me
aborrecieron … me echa con que yo soy el responsable de
todo! (Archivo General de la Nación).

Ya sabrán de la matanza de campesinos, habida en El Salvador,


con un inmenso regocijo de curas, banqueros, terratenientes y
todos esos gremios subordinados a los capitalistas, que siguen
a éstos como los chacales a los tigres. Es algo horrendo, y que
despierta el deseo de no volver nunca a ese país. Lo que soy
yo me considero con esto desterrado para mucho tiempo, quizás
para siempre. No me haría ninguna gracia estar allí, de modo
espectador, ante las represalias y la insolencia de los asesinos
Día por día desde que se inició la crisis, les anuncié lo que iba

45
a suceder y lo que esos egoístas, podridos en plata, no quisieron
hacer por razón y justicia, tendrán que hacerlo ahora-ya comienza,-
por miedo. Sólo el miedo convence a los cobardes y mezquinos
(Archivo General de la Nación)
No hay intermediarios comunistas, salvo el “hambre”, la condición de
miseria que Masferrer califica de “ignorancia”. Aunque este término
se revertiría contra el juicio de Masferrer, lo cierto es que el calificativo
se aplica a las interpretaciones actuales. En efecto, mientras Masferrer
le concede al “jornalero salvadoreño” la capacidad de autonomía, la
visión retrospectiva del 32 lo transforma en simple peón de consignas
partidistas. Estos principios políticos provienen de la ciudad y, en
consecuencia, de los ladinos.

**

Lo que se entiende por “ignorancia” asume dos interpretaciones


posibles. Para Masferrer, se trata del analfabetismo, del alcoholismo,
de la explotación sufrida y, por tanto, de la falta de conocimientos
sobre el “bolcheviquismo”. (4) Sin embargo, dentro de esa “ignorancia”
le reconoce al campesino la capacidad de ser el artífice de su propia
historia. El jornalero actúa guiado por su simple condición de oprimido,
sin mediación citadina o ladina alguna.

Para la visión retrospectiva, en cambio, la “ignorancia” se manifiesta en


la destitución de toda autonomía. El campesino no actúa por cuenta
propia. Más bien, es el Partido Comunista Salvadoreño o el Socorro
Rojo Internacional -en acción heroica, para los unos; criminal, para los
otros- el que maneja la voluntad del pueblo. De masa amorfa se vuelve
al fin en actor de la historia. Pero esta transformación no sucede por
cuenta propia, como lo manifiesta Masferrer en la carta; en cambio,
es necesaria la intervención de un agente extraño. Este agente lo
redime en cuanto sujeto de la historia.

Por su parte, la historia oficial -gobierno y arte- reitera la falta de


voluntad propia de todos esos sectores sociales. La opinión del
presidente Martínez se asemeja a la de sus opositores radicales. Los
campesinos “incultos” obedecen órdenes estrictas de extraños: “los
comunistas […] con pretendidos ideales de mejoramiento en favor
de los campesinos y trabajadores en general, sorprendían su sencillez
y aprovechaban su escasa cultura”. (5)

46
En una psicologización extrema del conflicto social, G. Trigueros lo
describe también en términos de indoctrinamiento político de unos
cuantos líderes sobre una masa “inculta” y amorfa: en
la conmoción política que produjo el comunismo […] los
promotores lograron afectar la psicología de las muchedumbres
[lo que produjo] casos de enajenación mental [por ello es
necesario] una educación y una higiene moral para esas masas
incultas que se precipitan, atraídas por ideales que individuos
maleados les hacen concebir. (6)
Con amplio “éxito artístico”, la dramaturgia anticomunista de la época
recalca el argumento con mayor convicción. Los indígenas y campesinos
salvadoreños son títeres bolcheviques: “Pedro F. Quiteño, produjo
“Pájaros sin nido”, obteniendo éxito artístico […] Quiteño se reveló
como un intelectual conocedor de los resortes de las marionetas
humanas [= los indígenas izalco], en las escenas completamente típicas”.
(7)

Sea que se conciba al pueblo como analfabeta, aunque con iniciativa


propia, o bien como masa amorfa que el Partido Comunista o el
Socorro Rojo Internacional eleva al rango de actor histórico, la
“ignorancia” identifica a ambas interpretaciones. En las dos visiones
se desconocen los valores culturales propios a los “jornaleros”. En
contraposición a un enfoque antropológico sobre la cultura como
cualidad intrínseca de toda sociedad humana, ambas versiones la definen
desde una perspectiva elitista. El indígena Izalco queda despojado de
un sistema axiológico que le dicta su
comportamiento político. Dejamos
abierto al debate de averiguar hasta
cuándo imaginaremos que la cultura
campesina, indígena de Izalco, es capaz
de dirigir la actuación de los miembros
de su comunidad. Hay una utopía por
venir, reconocer en los grupos
subalternos, en las minorías nacionales,
en las sociedades campesinas, en los
grupos indígenas, valores exclusivos
y una cultura propia.

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47
5. La verdad de la ficción

Por eso la poesía es más filosófica que la historia y tiene un carácter


más elevado que ella; ya que la poesía cuenta sobre todo lo general,
la historia lo particular. Lo genérico, es decir, lo que un hombre de tal
clase hará o dirá, verosímil o necesariamente. Aristóteles

En esta sección discutimos las dos únicas novelas que la generación


de los treinta escribió sobre el levantamiento de 1932: Ola roja (1948)
de Francisco Machón Vilanova y El oso ruso (1944) de Gustavo Alemán
Bolaños. Invertimos el orden cronológico ya que Machón Vilanova es
miembro del gobierno de Martínez. A pesar del formato ficcional, su
posición nos revela el pensamiento de la derecha salvadoreña que nace
del martinato. Alemán Bolaños nos demuestra el conflicto entre apoyo
al sandinismo y rechazo de todo enfoque marxista, un divorcio entre
antiimperialismo e izquierda revolucionaria.

En ambos, la problemática étnica se mezcla con otra de carácter sexual.


La heroína indígena que se convierte al comunismo es siempre una
mujer que sufre acoso y abuso sexual de los hacendados. En su
contraparte masculina figura un heroe criollo, ladino o extranjero. La
literatura nos enseña que la ficción es a la historia, como el hombre
a la hembra, el lugar en el cual se individualiza y se le concede el
derecho a la palabra.

Para terminar la sección, analizamos la temática del abuso sexual en


la narrativa regionalista salvadoreña, al igual que la interacción entre
relaciones interétnicas y sexualidad. En palabras del mayor exponente
de este género -Salarrué- la revuelta de 1932 significa “la honra”. En
un país sin legislación en materia de acoso y abuso sexual, “comunismo”
resulta válvula de escape ante la carencia de justicia en ese ramo.

5. 1. Interludio. Ola roja, comunismo y etnicidad

Sin duda, la novela Ola roja de Francisco Machón Vilanova (1948) lleva
la referida falta de autonomía indígena al extremo. Los indígenas son
ignorantes y sumisos. Su docilidad es tal que no se percatan de su
propia miseria, a menos que un agente extranjero se lo pregone y los
convenza de su penuria. Toda acción política indigenista la dirigen
forasteros que desconocen la realidad nacional y regional del occidente
salvadoreño.

48
Sabemos que Machón Vilanova propone la “moción” por nombrar a
Martínez “benefactor de la patria” ante la Asamblea Nacional Legislativa.
(1) Por tanto, no debería extrañarnos que su perspectiva sea la de un
antiguo miembro del régimen de Martínez en el exilio. La novela la
escribe en San Francisco California y la publica en México, cuatro años
después de la caída del presidente.

En su descripción, el “comunismo ruso” controla por completo la


organización del movimiento. (2) Ningún líder local - ladino (F. Martí,
A. Luna, M. Zapata), ni indígena (F. Ama, F. Sánchez,T. Lúe, R. Neri)- tienen
cabida en el realismo novelesco. En cambio, los dirigentes son
“propagandistas extranjeros […] que Rusia enviaba por miles […]
circularon en América desde 1919 […] mercaderes sirios y palestinos”.
(3) Sea o no cierta su opinión, es interesante anotar que hacia 1948,
en algunos círculos oficiales, a Farabundo Martí no se le concede el
papel de protagonista ni líder que le reconocen en la actualidad.

En efecto, en los documentos oficiales del régimen, se exagera la


responsabilidad del comunismo internacional, al igual que su amenaza
para la estabilidad política de todo el istmo:
que con el gobierno del General Hernández Martínez se había
reorganizado constitucionalmente la República, a las pocas horas
de aquel golpe. Aún es tiempo de rectificar el grave error
cometido y evitar consecuencias peligrosas para la paz de Centro
América. Porque la hidra del comunismo, quizás tiene sus
tentáculos extendidos por toda la América Central y quiere
ocupar El Salvador como cuartel general, dada la posición
geográfica que éste ocupa y otros factores favorables al desarrollo
de sus planes […] el más ligero examen de los últimos
acontecimientos y de la organización que ellos descubrieron en
la que estaban enrolados muchos extranjeros de cepa comunista
son más que suficientes […]. (4)
Ola roja le otorga un marco narrativo novelesco a la tesis que sustenta
la Cancillería salvadoreña hacia febrero de 1932. (5) Aunque el
argumento sobre la constitucionalidad de Martínez sea independiente
de la revuelta, al calificarla de “complot comunista”, al régimen se le
otorga mayor validez legal. Inviste al Presidente como el más alto
exponente del orden nacionalista centroamericano.

Para Machón Vilanova, los soviéticos mantienen un control estricto

49
sobre toda la población indígena. A la vez, influencian a todos los
estratos sociales. Se infiltran en el gobierno y cuerpo diplomático. Su
disciplina y organización son tales que, con exactitud matemática,
sincronizan el estallido social con la erupción del volcán de Izalco. El
dominio “comunista” de la naturaleza y de la mentes humanas es
perverso y de total “obediencia sin réplica a un jefe”.

Los comunistas extranjeros conforman una red invisible e infinita de


miembros sumisos y prestos a la acción, en el instante mismo en que
sus dirigentes se lo dictasen. Escuchemos algunos fragmentos:
No podemos más que obedecer. Estamos espiados como lo
está la totalidad de la gente pobre de aquí […] todos se espían
mutuamente […] no podemos huir, por que en todas partes en
la República hay comunistas a millares, y cualquiera de ellos se
encargaría de perseguirnos y matarnos [hacer o perecer] no
había cárceles suficientes para encerrar a todos los culpables.
Estos son en la masa gentes sencillas y honestas como nosotros,
pero de escalón en escalón los jefes llegan a encontrarse en las
más conspícuas esferas sociales. Tenemos seguridad de que
entre los directores de la nefanda causa hay hasta altos empleados
del gobierno, jueces, representantes diplomáticos. [Se trata de
un] enemigo formidable y terrible; pero se ignoraba su posición
e identidad. [Su treta es esperar a que] el volcán est[é] en plena
actividad. Eso es propicio para el éxito del movimiento. (6)
No obstante, la “perfecta” infiltración soviética en todas las mentes
maleables de los sublevados, el escritor no logra ocultar el trasfondo
indígena del conflicto. La descripción del volcán de Izalco en erupción
y el género novelesco hacen que Machón Vilanova reniegue de su
discurso anticomunista a ultranza. Cuando la lengua lo traiciona, aflora
el componente indígena de la revuelta. En primer lugar, la sincronía
entre naturaleza y cultura desmienten el trasfondo ideológico marxista.
Nos aseguran que un elemento étnico es dominante:
Tres siglos largos en que la raza de aquellos belicosos indios
estuvo cruelmente sometida, humillada. [Por la erupción] parecíase
confirmarse la creencia indígena, de que la formación de ese
volcán fue una protesta de los dioses paganos de América contra
la invasión de los conquistadores blancos. Y en apariencia aquello
era como si el espíritu de todos los caciques muertos en las
guerras de la conquista, y el de todos los indígenas víctimas de
la dominación europea, hubieran brotado de las entrañas de
la tierra en ese momento. (7)

50
La “sombría perfección” del marxismo cede frente al mito indígena
del volcán. La narración recobra un sesgo étnico denegado. Así se
produce una contradicción irresoluble entre la intencionalidad
anticomunista del autor -el dominio soviético supremo- y la vivencia
de una visión indígena autónoma. 1932 resulta una extensión tardía
de la conquista. A criollos y mestizos les corresponde completar la
destrucción de las Indias Occidentales. El título mismo de la novela
expresa una ambigüedad sin resolución. Lo “rojo” remite tanto a lo
soviético, al igual que al esteriotipo occidental sobre el indígena: “piel
roja”.

En segundo lugar, lo que Machón Vilanova entiende por novela remata


la cuestión étnica. La recubre de un ropaje racista de confrontación
polar entre dos grupos culturales. En efecto, la trama principal de la
novela consiste en una relación amorosa frustrada. Las convenciones
sociales y familiares impiden la boda entre un Romeo europeo -
Roberto- y una Julieta indígena, María Gertrudis. Al enmarcar el
conflicto social dentro de una problemática amorosa y sexual, Machón
Vilanova insinúa que una división étnica galvaniza el conflicto. La
reglamentación de género resulta tanto más relevante cuanto que al
recibir el rechazo, a María Gertrudis se la empuja a una situación límite:
volverse peón, recolectar café y estar al acecho del acoso sexual de
los finqueros. Es curioso que a este último tema clásico del regionalismo
nunca se le otorgue el trasfondo político que lo enmarca: la relación
patrón ladino - subalterno indígena reproduce la jerarquía hombre -
mujer. “Tirada con un hijo como el niño Arturo dejó a la Chela Reyes”.
(8)

Sin el prejuicio racista contra una hermosa india pobre, la trama


novelesca se desmorona en su integridad. De aplicar la lógica del
género hasta sus últimas consecuencias, el matrimonio entre Roberto
y María Gertrudis implicaría la reconciliación entre dos grupos étnicos
antagónicos o la armonía nacional entre las razas y el respeto sexual
hacia la mujer indígena. Este doble fallo precipita a María Gertrudis
hacia vindicaciones sociales “comunistas” y a propagar una doctrina
“extranjera”. No nos sorprende que el novelista recurra a un cliché
sexual de la época: lo indígena queda esteriotipado como personaje
femenino, dominado, mientras al criollo lo representa lo masculino y
violador. Con Castro Ramírez recordemos que “hay pueblos masculinos”,
en la novela los criollos y ladinos, así como existen “pueblos femeninos”,
los indígenas.

51
La conclusión (anti)indigenista no podría ser más obvia. Se impone
de por sí apabullante. Al negarle un sitio de privilegio al único amor
de Roberto -una india- el ambiente social sonsonateco precipita el
levantamiento. El amor fallido y el acoso sexual sellan la confrontación
étnica -vivida en cuanto distinción racial- entre grupos culturales
contrapuestos. América como reconciliación de lo indígena y lo
europeo, la mujer y el hombre, -enlace de Occidente e Indias- resulta
una imposibilidad. En batalla feroz, la patria del criollo intenta aniquilar
-violar- la república de indios.

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5. 2. Intermitencia. Mujer, Socorro Rojo Internacional


y etnicidad

Una versión ligeramente modificada nos la ofrece el nicaragüense


Gustavo Alemán Bolaños. En su novela El oso ruso. Historia novelada
del primer levantamiento comunista en América (1944), la masa indígena
se caracteriza por su falta de iniciativa y voluntad propia. Sin embargo,
este escritor personaliza en un individuo concreto y en una institución
particular lo que Machón Vilanova deja pendiente. Con cuatro años
de anticipación, Alemán Bolaños resuelve una incógnita. El organismo
político que “maquiavélicamente” sedujo, “regó” la “semilla” del
comunismo y, al pie de la letra, “(pre)escribió” las “instrucciones” del
levantamiento no es la del Partido Comunista Salvadoreño. En cambio,
le corresponde al Socorro Rojo Internacional sembrar la “doctrina

52
[de] Mefistófeles” en “el suelo virgen del centro de América”. Compuesto
“de humus rendidor”, la “clase oprimida en el trabajo” estaba lista
“para la difusión de la idea […] Made in Rusia- una hoz y un martillo”.
(9)

El novelista nos asegura que a la hora del estallido se halla “hospedado”


en el “Hotel Nuevo Mundo” de San Salvador. Su presencia en el país
la confirma El Día, al referir los detalles del fusilamiento de Agustín
Farabundo Martí, Mario Zapata y Alfonso Luna Calderón:
Como a las cinco de la tarde de ayer, uno de nuestros reporteros
que se encontraba en la Penitenciaría, supo que en ese momento
al periodista nicaragüense don Gustavo Alemán Bolaños se le
concedió permiso para hablar pocas palabras a Martí, en presencia
del propio Director del centro penitenciario. Alemán Bolaños
dijo a Martí:“Usted acompañó al general Sandino en Las Segovias;
doy a usted las gracias a viva voz”. (10)
En Alemán Bolaños, apoyo al sandinismo y al anticomunismo no están
reñidos; en cambio, expresan una misma y única visión de la política
contemporánea. Este antagonismo debilita la identidad “entre
antiimperialismo y la nueva izquierda” de la época que presumen
estudios recientes. (11) Por lo contrario, el rechazo a la “política
exterior” estadounidense, “acomodaticia [y] absorvente”, al igual que
a su “materialismo”, son ideas que se arraigan en los intelectuales
centroamericanos en respuesta a 1898 y a la expansión imperial. (12)

A pesar de la estadía de Alemán Bolaños en el país, una mirada


retrospectiva juzga los sucesos desde la distancia. En efecto, la novela
se inicia con un recorte periodístico fechado “Abril 3, 1940” de la
Associated Press. Ahí se asienta que “el Supremo Consejo Rojo de
Moscú tomó la resolución de lanzar una ofensiva de propaganda y
organización del comunismo […] de preferencia en los países de
Centro América”. (13) La novela se apropia de esta noticia; la proyecta
hacia el pasado, en particular, hacia el centro y el occidente de El
Salvador en 1931. La experiencia que el nicaragüense reclama hacia
el final de la novela -“hechos rigurosamente históricos”- la filtran doce
años de vida, al igual que la influencia de los medios masivos, ante todo,
la de la prensa estadounidense. (14)

**

El texto narra la historia de Iván, un ciudadano soviético nacido en

53
Leningrado. Su apodo le da título al libro: “el oso ruso”. La figura
animal de su seudónimo será el emblema del quehacer político. Como
buen depredador, su trabajo de infiltración requiere la búsqueda de
“caza menor apetecible”, esto es, “apoderarse” de mentes campesinas
e indígenas dóciles. (15) Sin traicionar las expectativas estéticas de la
época, anticipamos que la primera víctima de su cacería ideológica
quedará personificada bajo la silueta de una mujer. Sin sorpresa, esta
indígena ha sufrido la violación de un finquero. Al igual que Machón
Vilanova, Alemán Bolaños expone el lazo estrecho que une el acoso
sexual con la protesta social. Antes de ellos, en su novela vernacular,
Alcides Chacón documenta cómo el acoso sexual es práctica usual
incluso dentro del Ministerio de Instrucción Pública. (16)

Iván viaja de Leningrado a España, luego a México y a El Salvador. En


cada uno de esos países se dedica a su labor de “propagandista de la
doctrina social […] de Moscú”. (17) Por ese itinerario, el escritor
nicaragüense insinúa una conexión insospechada entre acontecimientos
históricos contemporáneos, hasta cierto punto, pero con causas
regionales diversas. La España de la Segunda República -la futura guerra
española- el México posrevolucionario y El Salvador 1931-1932 se
identifican en su causa única: la expansión global del bolchevismo.

La diversidad particular de cada una de esas tres coyunturas nacionales


queda sumergida. Sobresale la diseminación de las ideas soviéticas en
el mundo. El occidente salvadoreño será un apéndice de un
enfrentamiento global entre “comunismo” y “potencias democráticas”.
Aún así el nicaragüense descubre las raíces violentas de todo régimen,
“sopesar si el enorme mal proyectado por el comunismo en El Salvador,
no fue excedido por quienes le cortaron su curso brutal”; pero el
marco inicial descontextualiza el carácter local del conflicto. (18)

El ruso se hace pasar por comerciante y buhonero. Se instala en la


próspera ciudad comercial de Juayúa. Ahí, pone una tienda de coartada.
Su primera “conquista” es Rosa María, una hermosa indígena que, al
sufrir la violación de un hacendado, odia a “la clase insolentemente
adinerada”. Como en Machón Vilanova, la intuición poética recurre
al esteriotipo. El líder extranjero se reviste bajo una figura masculina,
mientras lo maleable, el carácter indígena, se disfraza bajo un aspecto
femenino. Lo étnico queda identificado a la política sexual.

Luego de enamorar a Rosa María, el ruso adoctrina a su familia a la


causa bolchevique. Esta se compone de su padre Apolinar y sus dos

54
hermanos, Lucío y Roque. En el más íntimo “secreto”, los cinco se
constituyen en la “célula” germinal del movimiento comunista
salvadoreño. Ellos difunden la propaganda del Socorro Rojo Internacional
en Ahuachapán, La Libertad, Santa Ana y en el Cuartel de Artillería, en
San Salvador.

Por Lucío, la célula inicial entra en contacto con “un joven originario
de Tepecoyo” que “no es […] como los naturales, sino blanco y bien
parecido”, Farabundo Martí (nótese la distinción étnico-racial y el juicio
estético o de gusto). En Armenia, la reunión entre Iván y Martí sella
una alianza entre dos miembros del Socorro Rojo Internacional, uno
extranjero, el otro salvadoreño. Con “sede visible” en Nueva York,
pero “con vibración en Moscú”, el financiamiento de este organismo
hace posible que, en pocos meses, las células se propaguen en “juramento
secreto” por todo el centro y occidente del país. A través del ruso,
el propio Martí obtiene “fondos” de ese organismo: “Martí recibiría de
Iván una cantidad mensual, para cubrir los indispensables gastos”.

La célula de Juayúa y la “matriz” de San Salvador -Martí, Luna y Zapata-


trabajan de manera paralela. Su acción concertada controla a más de
un tercio del territorio nacional:
desde la Libertad hasta Ahuachapán, todo es nuestro -dijo Martí-
, se entiende que entre el campesinado [= ¿los indígenas?]. Gran
parte de Santa Ana nos pertenece […] San Salvador es un
hervidero de pasiones proletarias, y en cada mesón tenemos
por lo menos media docena de seguidores. (19)
La masa campesina -que apenas insinúa su arraigo étnico- la novela la
concibe doblegada a la razón superior de los líderes masculinos. Acatan
órdenes estrictas del extranjero y de los citadinos.
Iván vio el triste espectáculo de un centenar de cortadores y
cortadoras de café, amontonados en miserables b a r r a c a s y
consumiendo la ración que se les daba por la tarde, una tortilla
de maíz y un poco de frijoles mal cocidos […] es parte del
cuadro general del campesinado salvadoreño, en las haciendas.

-¿Concurriría esa gente, a la hora de que las células se pusiesen


en movimiento sobre San Salvador? -inquirió Luna el oso ruso.
-Como un solo hombre -contestó Luna y ésa es la esperanza
que tenemos. (20)

55
Por esta despersonalización del indígena, el nicaragüense sólo describe
a los cuadros superiores del Socorro Rojo Internacional. Todos los
demás miembros “secretos” -entre ellos Feliciano Ama, “líder indígena”-
carecen de voluntad. No actúan por cuenta propia, sino que reciben
mandatos y los aplican a la letra.

El plan urdido por Martí e Iván en Armenia cobra forma en la mente


del nacional. Sólo en esta instancia, su iniciativa parece superar a la
del ruso. El nicaragüense reconoce en Martí al autor intelectual de la
revuelta y en el ruso, al autor material:
a eso del 12 de enero se señaló el 23 del mismo como día para
el alzamiento del campesinado. El proletariado sansalvadoreño
no tenía que moverse sino dos días después […] Martí trazó
el plan de batalla, y Luna sacaba copias a máquinas de las
instrucciones para los que iban a ser jefes de columnas […] las
últimas instrucciones serían escritas. (21)
Más bien, las disposiciones del Socorro Rojo se prescriben para una
masa amorfa, sin más voluntad propia que la de obedecer consignas
de los cuadros superiores. La relevancia de los líderes es tal que Martí
da la orden de insurrección -“¡Adelante!”- desde la prisión. El ruso
se la comunica a la célula germinal, huye del país, y la masa dócil ejecuta
la consigna y confronta la represión. Ambas acciones el extranjero las
observa sin asumir su responsabilidad.

Los preceptos en cuestión no los define la novela. No obstante, entre


líneas intuimos que ninguna vindicación de justicia social juega un papel
de importancia en la difusión del comunismo en El Salvador. Ni las
mejoras salariales, ni las elecciones municipales a principios de enero,
ni la devolución de las tierras comunales, etc. las menciona el nicaragüense.
El Minimum Vital queda relegado ante la “venganza colectiva”. Al
arraigarse en el trópico, el bolchevismo se despoja de su carácter de
“reformas sociales” . Se vuelve simple derroche de sangre, “climax”
de “rebelión” y frenesí. La diferencia entre revuelta y represión la
establece la consigna de “matar burgueses” y el hecho de descargar
“ametralladoras ocultas” contra “campesinos” indefensos. (22) Al cabo,
ambos polos -“comunismo” y “nacionalismo”- se identifican en la
masacre desenfrenada de quien juzgan su contrincante.

Ciertamente, el escritor percibe una vasta diferencia de grado; pero,


en momento alguno, repara en la agenda social de los insurrectos.

56
Entre líneas -insistimos- se descifra la falta de un ideario de justicia,
según la propuesta del nicaragüense. De igual manera, sólo una vaga
intuición nos guía en el leve resabio de la composición étnica del
occidente salvadoreño. Rosa María es una indígena violada que se afilia
al Socorro Rojo Internacional. Un concepto derivado de la política
sexual -la violación de la mujer indígena- conduce a la revuelta. Sin
embargo, su arraigo cultural no juega ningún papel en las demandas
sociales. El término “ladino” apenas aparece citado en la novela.

Curiosamente, el anticomunismo del autor reclama para sí las nociones


de su enemigo, las de “Mefistófeles”. La nomenclatura marxista sumerge
la etnicidad bajo una noción de clase: “el proletariado salvadoreño está
compuesto por la clase indígena pura, trabajadores del campo en su
casi totalidad, por la clase media sin patrimonio, trabajadores de la
ciudad, y por el hombre del pueblo que hizo alta en el cuartel”. (23)
La simplificación de lo étnico hace que “indígena”, “clase media” y
“pueblo” sin más, se reúnan en un mismo “proletariado salvadoreño”.

Como en el caso de Machón Vilanova, la cuestión étnico-racial aflora


subrepticiamente. En el momento en que Alemán Bolaños le ofrece
al lector descripciones detalladas, El Salvador se convierte no en una
nación dividida en dos clases, “proletarios” contra “burgueses”; en
cambio, lo caracteriza como país multirracial. (24) Anotamos la distinción
entre Lucío y Martí, cobrizo el uno, blanco el otro. En seguida, al
describir a los alzados, el escritor intercala claras alusiones a su etnicidad:
“la indiada [= no los ladinos] de Izalco y Nahuizalco se aprestaba para
la acción, a base de sus afiladas armas blancas”. (25) No sin cierto
escozor racista, le atribuye un carácter africano al primer “poeta
comprometido” de El Salvador. “Chinto representaba el tipo negroide,
de labios gruesos y pelo ensortijado”. (26) El exalta al pueblo de Juayúa
a la rebelión, en un acto teatral de “poesía francamente bolchevique”.

***

En síntesis, Alemán Bolaños nos ofrece una visión del pueblo como
masa amorfa y sin valores políticos ni culturales. El “campesinado”
obedece estrictas órdenes de sus superiores. La revuelta la organiza
el Socorro Rojo Internacional. Un “oso ruso” forma la primera célula
germinal en Juayúa. Su primera víctima es una mujer; ella acepta los
preceptos comunistas porque sufre una afrenta sexual. Luego el ruso

57
adoctrina a una familia del barrio indígena y ellos divulgan “la semilla
soviética” por todo el occidente del país. En acción paralela y conjugada,
Martí, Luna y Zapata organizan una “célula matriz” en la región central.
Los capitalinos reciben apoyo financiero de la misma fuente: el Socorro
Rojo Internacional. La venganza sustituye cualquier programa de
reforma y de reclamo de un Minimum Vital. A pesar de la diferencia
de grado, revuelta y represión se caracterizan por su intención de
revancha. Intercalada en la descripción de algunos personajes, aflora
la identidad multirracial y pluricultural de las diversas nacionalidades
salvadoreñas.

En ambas novelas examinadas-la de Machón Vilanova y la Alemán


Bolaños- la cuestión de género resulta uno de los ejes conductores
de la revuelta. En los dos casos “ficticios” -el de María Gertrudis y el
de Rosa María- el acoso sexual de los finqueros identifica a los personajes
femeninos con el “comunismo” o con el Socorro Rojo Internacional,
respectivamente. Si recordamos con Castro Ramírez que existen
“pueblos masculinos” y “pueblos femeninos”, la ficción nos enseña que
esta dicotomía debemos traducirla en términos sexuales como
“violadores”, criollos o ladinos, y “violadas” indígenas. (27) Según
conceptos mexicanos clásicos, vigentes en la ficción novelesca, la
primera “comunista” de América es la “chingada”. Acaso el comunismo
sea válvula de escape en países sin legislación en materia de acoso
sexual. He ahí la verdad de la ficción: reclamar derechos de respeto
sexual es sinónimo de “comunismo”.

58
5. 3. Intromisión. Sexualidad y relaciones interétnicas

A la indígena violada le resulta imposible exigir el respeto a su condición


de mujer. Las dos novelas que refieren el alzamiento se acuerdan en
este punto. Aun si no hay otras obras narrativas que enfoquen la
revuelta de manera directa, sería interesante preguntarnos que actitud
le corresponde en la ficción a la contraparte masculina de la chingada.
En ambas novelas analizadas, la familia de la protagonista -hombres en
su totalidad- también adopta una posición “comunista”.

En otras dos instancias -“El Juan Pacay” de Cristóbal Humberto Ibarra


y Barbasco de Ramón González Montalvo- le corresponde al esposo
o a los familiares tomar la iniciativa. (28) Estos relatos desarrollan una
de las temáticas más clásicas del regionalismo. Existe una íntima relación
entre acoso sexual y relaciones interétnicas. Desde “La fiesta de la
raza” de Francisco Herrera Velado, “La honra” de Salarrué, “El Jetón”
de Arturo Ambrogi, hasta la narrativa que comentamos, el abuso sexual
de los finqueros hacia los estratos campesinos es una constante de la
literatura salvadoreña. (29)

La ficción erige la antasala de la historia. “La violación de mujeres


indígenas por propietarios ladinos formaba una imagen relevante a
ojos de los indígenas […] que fomentaba resistencia y rebelión”. (30)
Esta simple conclusión la adelanta el más rancio regionalismo desde
principios del siglo XX. Existe una correlación directa entre entrega
de la mujer y ocaso de la comunidad. “Las indias migueleadas y seducidas
[…] no tienen nuestro nada ya”, «a la Nela, al patrón, “se la pidió el
cuerpo”», o bien “María Asunción […] el hombre blanco se la ha llevado
muy lejos. Se apagó el fuego de la raza”. (31) La celosa protección
de los lazos comunitarios significa velar por el control en el “intercambio
de mujeres”. Antes de concluir esta sección, estudiamos una curiosa
reversión; lo que le sucede a una mujer blanca y rica cuando su familia
rechaza a un indígena pobre que la ama.

**

La acción narrativa del cuento de Ibarra se desplaza a Guatemala. No


obstante, de manera paradigmática, los hechos de 1932 siguen vigentes
en la memoria del escritor exiliado. Hacia 1945, su poemario Gritos.
Ecos rebeldes concluye con el poema “Ausencia y presencia de Mario
el fusilado”, el cual dedica “A Mario Zapata, maestro mío en el año 31”.

59
La factura poética de sus relatos es tal que Miguel Angel Asturias lo
reconoce como uno de los grandes de “la literatura americana”. El
cuento combina el clásico decomiso de las tierras comunales indígenas
con la revancha por la afrenta sexual contra la mujer. La expresión “la
tierra -mujer al fin-“ unifica en un solo gesto la política agraria y étnica
con la sexual. Por su parte, la máxima “¡indio visto, indio muerto!”
remeda las noticias de los periódicos de 1932 que analizamos en
secciones venideras.

***

La novela de González Montalvo exhibe el más complejo y mejor


ejemplo de abuso sexual dentro de la literatura salvadoreña. A la
temática tradicional del regionalismo -explotación económica y sumisión
política del campesinado- el autor añade una sexualidad no tanto
morbosa sino irrefrenable y brutal. Barbasco es un huérfano que
desconoce quienes son sus progenitores. Carece incluso de apellido
legal. Su imagen semeja a un amplio estrato de la nación salvadoreña:
“muchos niños vivían en familias relativamente desprovistos de afección”.
(32) Este desamparo lo manifiesta la ficción bajo la figura de “El Janiche”
de Napoleón Rodríguez Ruíz; por destino cósmico -un “eclipse de
luna”- sufre el desdén afectivo de la comunidad entera. (33) Junto a
González Montalvo, quizás la cuentística de Rodríguez Ruiz refleja la
orfandad, la violencia doméstica y el desdén por la infancia con mayor
lucidez que cualquier documento histórico. Cuentos como “Juan
Teshcal”, “El nigüita”, “María Asunción”, “Lluvia de marzo”, “Tranquilino”
narran lo que la historia cuantifica, el alto grado de hijos ilegítimo: un
“58.6% en 1920” y un “60.3” por ciento de nacimientos ilegítimos hacia
1936 y sus “consecuencias graves para la niñez”. (34)

A Barbasco lo acepta el “patrón de La Florida”. Por desgracia, se fija


en La Fulja, “la hija de la cocinera”. A su turno, madre e hija “rind[en]
tributo al amo”. Como disputarse “una hembra” con el amo es signo
de muerte, el destino le marca la errancia. Sus pasos los detiene el
viejo Sabino Avilés. El lo acepta como uno más de sus numerosos hijos.

Sabino representa al alter-ego del escritor. El guarda la memoria


colectiva del lugar, el valle del Lempa. Conoce la historia del ascenso
político y social de un antiguo mayordomo en hacendado, don Jacinto
Caballero. La novela la juzgamos como testimonio personal de Sabino
sobre los agravios e injusticias que comete el administrador para
convertirse en pujante finquero: “Sabino le sabía su larga historia”.

60
No nos detendremos a reseñar los múltiples métodos de extorsión
social, tales como forzar a los colonos a firmar contratos arbitrarios,
acusarlos de “revoltosos” al negarse a obedecer, recurrir a la Guardia
Nacional. Más bien, interesa resaltar que Jacinto ejerce su poder
señorial al “revolcarse con las hembras sucias de la ranchería”. El trato
hacia la mujer campesina lo sintetiza una expresión que se utiliza para
el ganado: “ponerle el fierro”.

El mismo Sabino experimenta en carne propia la sumisión sexual de


la cual son objeto esposas e hijas de los colonos. Su compañera, Clara,
se sujeta al acoso sexual de Jacinto y su hija, Cumicha, lo será también.
La exigencia de subordinación es de tal magnitud que una madre

No nos detendremos a reseñar los múltiples métodos de extorsión


social, tales como forzar a los colonos a firmar contratos arbitrarios,
acusarlos de “revoltosos” al negarse a obedecer, recurrir a la Guardia
Nacional. Más bien, interesa resaltar que Jacinto ejerce su poder
señorial al “revolcarse con las hembras sucias de la ranchería”. El trato
hacia la mujer campesina lo sintetiza una expresión que se utiliza para
el ganado: “ponerle el fierro”.

El mismo Sabino experimenta en carne propia la sumisión sexual de


la cual son objeto esposas e hijas de los colonos. Su compañera, Clara,
se sujeta al acoso sexual de Jacinto y su hija, Cumicha, lo será también.
La exigencia de subordinación es de tal magnitud que una madre
celestina, ño Ursula, obliga a su hija, La Tonita, a entregarse a los
caprichos sexuales del patrón. A su esposo, Fermín, no le queda otro
remedio que aceptar la ley del “pisto y el cuello”.

La conclusión de González Montalvo no podría ser más desoladora.


Ante un sistema generalizado de impunidad en materia de acoso sexual,
toda alternativa se reduce a la destrucción. Enamorado de la Cumicha,
Barbasco la acepta como esposa a pesar de ser “novilla sacrificada en
la montaña” y, quizás, de llevar en “su vientre abultado” a un hijo
ilegítimo. Su engendro y La Cumicha mueren en el parto. Este trágico
deceso sella el destino simbólico de la nacionalidad salvadoreña. Como
Barbasco, el país no sólo desconoce a sus progenitores; además, es
incapaz de suscribir alianzas entre diversos sectores sociales -colonos
y hacendados- y, por ello, se le dificulta una renovación generacional
mestiza. Aún más, al intentar otorgarle digna sepultura a la esposa
difunta -a la imagen de la nación- el patrón le niega a Barbasco madera
para el ataud. (35) Hasta honrar la muerte se vuelve obstáculo
infranqueable.

61
****

Podría reclamarse que la novela no refiere los hechos de 1932 con la


particularidad que lo exige la historia. No obstante, al evocar en el
lector el paradigma de una revuelta, su texto trasluce las mismas
temáticas que, cuatro décadas después, recogen historiadores y
antropólogos. La falta de legislación en materia de acoso sexual es
sinónima de violencia. El héroe, cuya amada sufre la violación del
patrón, se transforma en “agitador” y portavoz de una masa indígena-
campesina exclusivamente masculina. Al igual que “la chingada”, su
defensor “milita” como primer “comunista” de América.

La sexualidad impulsiva de los hacendados hacia los colonos posee un


neto carácter interétnico. En verdad, la palabra “colono” es engañosa.
Bajo un atuendo de jerarquía social, oculta distinciones culturales
insospechadas. Si bien es cierto que en la novela el campesino honesto,
Sabino, y el hacendado ofensivo, Jacinto, tienen el mismo origen social,
la cuestión de la etnicidad en González Montalvo se caracteriza por
una extrema sutileza. Lo étnico lo definen la perspectiva y las relaciones
intersubjetivas.

“Ser-indio” no remite a marcas objetivas tal cual las busca una antropología
positivista: vestido, lengua, apariencia física, etc. En cambio, lo indio lo
precisa la mirada de un personaje hegemónico sobre otro situado en
una jerarquía social inferior. Para la patrona insolente, los carreteros
que le impiden el paso son “malditos indios”; de igual manera, para
“tres señoritos” citadinos en un “lujoso automóvil” Barbasco y su
compañero son “indios chingados”. Incluso para ña Ursula, es un “indio”
quien le proporciona el rancho a Jacinto para violar en secreto a La
Cumicha.

Ser visto y tratado socialmente como “indio” resulta una relación


histórica y social tanto más ineludible que indicios pasajeros como la
indumentaria y las huellas exteriores. Para delimitar distinciones étnicas,
el nuevo hacendado no se casa con una campesina. En cambio, elige
a una maestra de escuela, ambiciosa y con amplia educación. Así,
demarca su nueva posición social que lo distingue de los campesinos-
indígenas que le sirven en su hacienda.

62
*****

Si las obras reseñadas presentan una relación desigual hombre,


hacendado, jerarquía superior, por una parte, y mujer, indígena, inferior,
por la otra, queda por explorar el reverso posible de esta categorización
social: mujer blanca, superior que pretenda contraer nupcias con un
hombre pobre, indígena. Una inversión tal en la correspondencia
género-etnia nos la ofrecen dos novelas del santaneco J. Edgardo
Salgado: Maldición (1972) y Vidal Cruz (1949). En ambas ficciones, la
mujer representa al grupo hegemónico - pudiente y “castellano”-
mientras el hombre juega el papel de desfavorecido o indígena.

Los prejuicios sociales no sólo impiden la reconciliación entre los


diversos sectores económicos o étnicos; a la vez, desembocan en la
muerte trágica del héroe masculino y en la corrupción, en el
desmoronamiento de la pujanza financiera de la mujer. Desaparición
del hombre y decadencia de la heroína se ofrecen como metáfora de
la nacionalidad salvadoreña. Salgado reitera la propuesta fallida de
Machón Vilanova y Alemán Bolaños. En El Salvador, resulta imposible
lograr alianzas políticas y culturales entre los distintos grupos étnicos.
La nación como “comunidad imaginada” es un fiasco.

En la primera novela, “las desigualdades económicas [entre quienes]


tenían que tratar con un público heterogéneo [y los que] sostenían
estrecho contacto con elementos de elevada alcurnia” hacen imposible
que se mantengan la prosperidad y el diálogo social. (36) La falta de
comunicación entre los diversos segmentos es tal que raya en el incesto.
El hermano asesina al pretendiente pobre y le confiesa su amor a la
heroína, su hermana, quien se vuelve bailarina y prostituta en un bar.
En Vidal Cruz, el carácter étnico resulta preponderante. De nuevo, los
prejuicios contra el personaje masculino -un indígena pobre y huérfano-
conducen a la mujer al descalabro y a la muerte, mientras el protagonista
acaba en el suicidio.

La propuesta de Salgado percibe en la falta de diálogo entre grupos


étnicos contrapuestos el derroche y el fracaso del proyecto nacional
salvadoreño. Durante la primera mitad del siglo XX, El Salvador no
logra consolidar una identidad imaginaria única: un proyecto de nación.
Por lo contrario, existe una pugna irresoluble entre los diversos
componentes del mestizaje; en el santaneco, lo castellano y la alcurnia
choca contra lo nativo y humilde.

63
Lo indígena Salgado lo describe en términos de orfandad, rechazo y
desarraigo que culminan en un acto suicida. Si este comportamiento
desesperado se identifica a la revuelta, es una deducción que queda a
discreción del lector. Posteriormente, lo “castellano”, lo criollo o
ladino, se consume en un acto de constricción y de expiación por la
culpabilidad del trágico destino de un diálogo no correspondido.

Acaso la pena que purga la mujer equivale a la falta de rituales cívicos


nacionales, por conmemorar a las víctimas, y a la negativa del patrón
por ofrecerle el ataud a Barbasco. (37) En el paso de Machón Vilanova,
Alemán Bolaños y González Montalvo a Salgado, existe una curiosa
reversión: si la indígena pobre a quien seduce el rico finquero, al igual
que sus allegados, se vuelven “comunistas” y “revoltosos”, la mujer de
alcurnia que rechaza al indígena se prostituye y su fortuna familiar se
dilapida. (38) Todos los elementos que desembocan en la guerra civil
de los ochenta los ha imaginado la novela regionalista: imposiblidad de
diálogo y de proyecto común de nación.

******

Por último, no debemos idealizar las relaciones de género al interior


de las comunidades indígenas mismas. Si investigadores estadounidenses
concluyen que “la resistencia de las mujeres al machismo -incluyendo

tratos con ladinos- pueden haber contribuído a la transformación de


algunas comunidades indígenas en no-indígenas”, habríamos de buscar
un antecedente en el regionalismo y en la literatura antropológica
clásica. (39) Mientras el citado cuento “La fiesta de la raza” refiere en
su ironía el desmoronamiento de la comunidad indígena debido a la
sedución de la mujer, un mito de creación recogido por el antropólogo
sueco, Carl V. Hartman, relata una doble violencia masculina a la cual
se halla sometida la mujer indígena. (40)

Hartman documenta una estrecha relación entre brujería y sexualidad


extraconyugal femenina, al igual que entre incesto padre-hija y creación
del morro. Las famosas jícaras decoradas por las indígenas de
Nahuizalco son réplica de mujeres adulteras decapitadas. (41) La
cabeza -morro de la mujer- se halla en juego entre dos poderes
masculinos: padre incestuoso y marido celoso. Ante tal coerción interna
no extraña que las indígenas deseen romper las reglas de endogamia
que les impone la comunidad.

64
El paso del mito a lo literario lo elaboran Alcides Chacón, desde un
sesgo antiindigenista, y Francisco Herrera Velado, bajo una satira de las
anhelos aristocráticos de la élite salvadoreña. (42) Si en Chacón el
marido indígena exige el cuerpo y la sumisión de la esposa blanca y,
en seguida, el de su hijastra, Herrera Velado documenta la práctica de
la mutilación femenina debido al adulterio durante el cambio de siglo:
Mas como ño Chilulo es tan decente,
Con el corvo compuso el incidente.

Así, como lo oís: un machetazo,


De los de Izalco, de moderno estilo.
¡La pobre Quina se quedó sin brazo;
Chilulo sabe trabajar con filo!
Tal vez quiso imitar otro cumazo:
Que así fue con la Venus de ño Milo;
Porque en cosas de abrazos, todas ellas,
Comprometen los brazos si son bellas.

Si la Quina y la Venus están mancas;


Cuántas merecen que las dejen truncas,
Por saltarse las trancas cual potrancas. (43)

6. Ortega Díaz. El vaticinio de Masferrer en una


“república sin indios”

En el Repertorio Americano, la intervención de Adolfo Ortega Díaz


presenta una ambigüedad sin resolución. Publicada el 13 de febrero
de 1932, el lector esperaría que el título “Los sucesos de El Salvador”
ofreciera una referencia directa a la revuelta y a la represión subsiguiente.
No obstante, el subtítulo del artículo impone la temática principal de
la discusión: “Masferrer y la jauría de Ubico” (véase: Figura 14). Sólo
al inicio el autor reflexiona sobre lo que ocurrió en El Salvador. En
seguida, el ensayo se vuelve un ataque frontal al gobierno guatemalteco
y a sus artífices intelectuales.

65
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La fecha del escrito se corresponde con la del levantamiento. Nos lo


indica una nota de optimismo. “Y el campesino, mal dirigido, se lanzó
a la más extrema violencia […] sin embargo, los hombres que actualmente
gobiernan, comprensivos, saben que hay un gran fondo de justicia en
todo esto, y están dispuestos a elaborar leyes avanzadas que protejan
al pueblo y armonicen la vida salvadoreña”. Esta ingenua esperanza
se disipa en unos cuantos días. Al final el poeta hace constar la
tribulación ante la matanza. “Hoy está el autor horrorizado de la
barbarie del militarismo salvadoreño”.

Nos limitamos a un doble comentario. Primero, interesa anotar cómo


Ortega Díaz atribuye el origen de la revuelta a la negativa del estado
salvadoreño por aplicar el proyecto masferreriano. Fundado en el
optimismo, en el medio de los sucesos, cree aún en la benevolencia
del gobierno por realizar reformas sociales. En segundo lugar, nos
interrogamos sobre la manera en qué el autor describe la pobreza del
indígena guatemalteco. Acusa a los intelectuales de “esbirros de pluma”,
sólo para reparar que el silencio es la única escapatoria a la estricta
censura del martinato. En su defecto, meses después, regresa al
esteticismo y a la fantasía como paliativo de la política. Su poesía afirma
que “la única realidad quizá sea el ensueño”. (1)

66
**

Ortega Díaz condena al recién depuesto presidente, A. Araujo, y al


mandatario guatemalteco en funciones, Ubico. En sus inicios, Martínez
le revela una esperanza. El general sacaría a la sociedad salvadoreña
del atolladero. El nuevo régimen rectificaría la traición que el mandato
de Araujo le propició a la agenda social masferreriana. Anotamos que
esta confianza por Martínez es fugaz. En el lapso de tres semanas - del
22 de enero al 13 de febrero-el escritor repara en el desengaño.

El levantamiento lo percibe como un acto previsto. En la rebeldía se


“cumpl[e] la profecía de Masferrer”. La injusticia social -“la intransigencia
del dinero”- precipita al campesino hacia la solicitud violenta de tierras
para el trabajo. Para Ortega Díaz, estos “sucesos […] dolorosos por
sangrientos” se habrían evitado si “la prédica vitalista de Masferrer” la
aplicara “el Partido Laborista” en el poder. Al traicionar una promesa
de justicia social, en buena parte, Araujo y, en mayor medida, “la argolla
capitalista que manejó el gobierno”, provocan los acontecimientos.

La solución sería reconocer el vitalismo tal cual es, una demanda de


justicia social. En su lugar, Ortega Díaz anota que el capital percibe a
Masferrer como un provocador: «“a su doctrina bolchevique se debe
todo esto [= la violencia]”». El uso indiscriminado del término
“comunista” se le aplica a cualquier propuesta de reforma social. A
ello, el escritor arguye que “en El Salvador no existe un verdadero
comunismo”. La enseñanza del costarricense Octavio Jiménez Alpízar
coincide con la del amigo de Salarrué. “Comunista” y “bolchevique”
son términos que descalifican cualquier petición de un Minimum Vital.
Treinta años después, Quino Caso reitera la visión de estos literatos.
A la única “voz provisora” de “la próxima catástrofe [de la revuelta y
represión] se le consideró como un eco del comunismo ruso”. (2)

Al igual que el costarricense Jiménez Alpízar, Ortega Díaz atribuye el


estallido a las condiciones de miseria en el agro. “Se trata de un pueblo
que quiere tierras, protección,VIDA; un pueblo desesperado que pugna
por VIVIR”. Esta búsqueda del único medio rural de trabajo -la tierra-
se corresponde a eso que llaman “comunismo salvadoreño”.

La traición de Araujo lleva a Masferrer al exilio en Guatemala, primero,


y en Honduras, en seguida. (3) Luego de expresar su esperanza en el

67
nuevo régimen de Martínez, Ortega Díaz dedica la segunda mitad del
artículo a denunciar el gobierno y la situación social guatemalteca. Si
pensamos que Ubico le concedió asilo político al recién depuesto
presidente salvadoreño, el ataque al guatemalteco no debería extrañarnos.
Más bien, el escritor nos depara una doble sorpresa. Por una parte,
el campesino salvadoreño se vuelca sobre el indígena vecino; por la
otra, los intelectuales de ese país son “esbirros de pluma”. Eluden
defender la condición miserable del indio.

Esta consideración nos conduce a un límite espinoso para Ortega Díaz.


El poeta hace caso omiso de la realidad étnica del agro salvadoreño,
a la vez que olvida su propia condición de escritor bajo un régimen
de censura radical. En efecto, ni siquiera su amistad con Salarrué lo
sensibiliza de la necesidad por desarrollar un indigenismo en El Salvador.
Por lo contrario, en el país sólo hay “campesinos”. La diversidad
étnica es exclusiva de Guatemala. Ahí sí existe el indio. Aunque
reconoce la polaridad social extrema del país -“dos clases: la rica y la
paupérrima”- la palabra “indio” sólo aparece cuando habla del extranjero.

El ataque frontal a los escritores guatemaltecos se revierte sobre su


propia posición y la de sus amigos, los intelectuales salvadoreños de
la época. Mencionamos que su efímera esperanza en Martínez se disipa
en menos de tres semanas. Al observar la despiadada “matanza de
comunistas”, el autor intuye que el proyecto vitalista de nuevo será
traicionado. En verdad, en unos meses, Masferrer moriría en el exilio
y su programa seguiría siendo tildado de “bolchevique”. Nos extraña
que el escritor hable de una “jauría de Ubico” sin referirse a la “jauría
de Martínez”.

Aun si Ortega Díaz no se vuelve un defensor del nuevo régimen,


tampoco acomete contra sus desmanes. El silencio se le ofrece como
única modalidad para expresar un “pensamiento [político] generoso”.
El mutismo ulterior parece tanto más revelador cuanto el escritor
juzga que la solicitud de “tierra” y “trabajo” es “justa”. Desde el instante
en que calla, el Repertorio consigna que la inteligencia salvadoreña
claudica. Toda función política de denuncia le resulta ajena. Sólo le
resta como opción volverse “esbirro”, fantasear o explayarse en un
regionalismo pintoresco.

68
***

En síntesis, Ortega Díaz cree que de aplicar el vitalismo masferreriano


se solucionaría el problema rural salvadoreño. El escritor condena la
traición de Araujo y, más aún, la “intransigencia” del capital por resolver
la injusticia social en el agro. Propone que al dotar a los campesinos
de un Minimum Vital -al convertirlos en pequeños propietarios- se
volverían “ el mejor de los trabajadores”. Nos informa del uso
indiscriminado de la palabra “comunista” y “bolchevique”. Este término
se le aplica sin razón al vitalismo masferreriano.

Además, Ortega Díaz establece una distinción tajante entre el campo


salvadoreño y el guatemalteco. Mientras en Guatemala apunta la
esclavitud y el tratamiento casi animal que recibe el indio, para el caso
salvadoreño habla de un campesinado paupérrimo. La diversidad étnica
que percibe en el vecino país, se halla ausente de la descripción del
agro salvadoreño. Por último, incita a los escritores guatemaltecos a
denunciar el régimen de Ubico.

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No obstante, al percatarse que Martínez incurre en una “matanza de


comunistas” desmesurada, hace del silencio su “pensamiento [más]
generoso”. Gandhi se le ofrecerá como el único revolucionario. “Una
“trascendencia puramente religiosa, mística” será el “sentido oculto”
de “esa gran llaga jedionda” llamada política, en griego, e imperium en
latín. (4)

69
7. Salarrué, los patriotas y la idealización artística de lo
indígena

“Mi respuesta a los patriotas” constituye la tercera referencia directa


de los escritores salvadoreños al 32 en el Repertorio. El ensayo es
breve, pero su estilo define una actitud inspirada en quien lo escribe.
Ahí Salarrué se define como un neto pensador idealista. Tal cual lo
aclara el título, el cuentista responde a la solicitud que le han hecho
amigos o conocidos a raíz de los sucesos. Estos “patriotas” son los
interlocutores a quienes se dirige el ensayo. La situación de escritura
es la de un diálogo, o la de una ponencia que Salarrué prepara para un
público selecto. Este lector ideal es quizás el mismo a quien se dirige
Félix Choussy en su Historia del café: “es, ante todo, a los caficultores
salvadoreños, que van dedicadas estas páginas”. (1)

Aunque la “respuesta” no lo especifica, seguramente entre los “patriotas”


se hallan quienes observan como deber sagrado defender al país de
su recaída ante la “amenaza comunista internacional”. La “respuesta”
resuelve el dilema -¿patriotismo o comunismo?- al cual se enfrenta la
sociedad salvadoreña, según la visión hegemónica. Salarrué aclara su
posición, no con respecto a una disyuntiva indígena-rural; en cambio,
su “respuesta” entabla un diálogo con una cuestión central para los
grupos citadinos dominantes.

De esa manera, queda definido el punto de mira de la literatura


regionalista. El arte consiste en el afán urbano por apropiarse del
capital simbólico rural. El mejor ejemplo de esta transferencia de
capital simbólico indígena -del campo hacia la ciudad- nos lo ofrece la
Revista El Salvador de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939). En
sus páginas, la idealización de la cultura indígena, el uso de la indumentaria,
la exaltación de la artesanía y la omisión de todo aspecto social, juegan
un papel primordial. En la revista, regionalismo, comercio y turismo
van de la par a la celebración del martinato.

No obstante, su oposición patria-terruño resulta bastante acertada.


Intuitivamente, Salarrué elabora una distinción clásica, a saber: estado
(patria) y nación (terruño). Esta diferencia conceptual se encuentra
en cualquier manual teórico sobre el nacionalismo. Por una parte, se
halla la administración estatal y el “conjunto de leyes” que regulan el
quehacer cotidiano en un territorio; por la otra, la tierra misma y sus
moradores naturales. A la primera instancia el escritor la llama “la
patria de los prácticos”. A la patria pertenecen también las divisiones

70
territoriales, la constante lucha por el control de la administración
pública, el conflicto ideológico, las vindicaciones sociales y, en fin, toda
utilidad material cotidiana. En este ámbito político-práctico se deslindan
los únicos dos polos en que la visión hegemónica divide a la sociedad
salvadoreña.

El maniqueísmo está a la obra: patriota o comunista. Para Salarrué


está primera dicotomía expresa un mismo principio rector. Por ello,
en su lugar, esa esfera político-práctica (patriotismo y comunismo) la
sustituye por otra de carácter poético-soñadora (el terruño). De ahí
que la vindicación por los derechos sociales -mejores salarios, atención
médica, escolaridad, vivienda, en dos palabras, el Minimum Vital de
Masferrer- se equipare a la avaricia de los propietarios y a la “venganza”
de los comunistas. “Capitalistas crueles” y “comunistas pedigüeños”
se remedan como espejos paralelos; sin saberlo, el uno imita la acción
del otro.

Aún desde una perspectiva masferreriana, la crítica a Salarrué sería


mordaz. En su absoluta pasividad, las comunidades indígenas deben
permanecer inmutables, mudas y sin cambio; no poseen el derecho a
exigir un Minimum vital. Así su “esencia” artístico-creadora se manifestará
en pleno. No obstante, con precisión, Salarrué señala el horizonte
irrebasable de la política salvadoreña. Incluso ahora, en plena
posmodernidad, la campaña electoral (2004) por la presidencia muestra
la imposibilidad de concebir esa esfera más allá de la “eterna” oposición
entre nacionalistas y comunistas.

Ante ese callejón sin salida de la política, el escritor imagina una solución
romántica, a saber: la vivencia del terruño. Se vuelca sobre la religión
del arte. Propone una sociedad de poetas. Lo ideal sustituye lo
práctico; el ensueño, la administración pública y la vindicación social;
el arte, la política. El modelo se lo señala una pasividad vegetal. Tanto
la naturaleza tropical como la comunidad indígena se acomodan a esa
visión de la permanencia. Ambas le sugieren una renovación cíclica,
circular. Medio ambiente y etnicidad no se dotan de más alternativa
que de la reiteración infinita; mantienen íntegra su estructura original
y sus escasos recursos.

En esas instancias se delimita la tarea del arte regionalista: (re)presentar


el entorno y a sus pobladores. Situado por fuera de todo utilitarismo,
a Salarrué el romántico le corresponde restituir la naturaleza en su

71
plena expresión. Funda su arte en los sentidos y en la materialidad
misma del entorno. Percibe lo que ningún político, hacendado, ni
activista social es capaz de concebir. Palpa “el aroma”. Observa “la
armonía” cósmica. Escucha “la belleza del grano”. Saborea “el chipuste
en marejada” y la pulpa, “esencia” del mundo. Desentraña el “misterio”
de lo eterno.

Entregado de lleno a la contemplación, a la representación teatral del


universo, sólo le preocupa que la mayoría de sus compañeros se hallan
dejado absorber por la patria de los prácticos. La sociedad de los
poetas se encuentra al borde de la extinción: “apenas con un Mejía
Vides […] y un Cáceres que sueña”. Paulatinamente, el “vivir” mismo
y la “querencia” decaen ante el embate “del dinero”, de la “cosa pública”.
Lo “sagrado” del arte se vuelve simple profanación: política, gestión,
adorno y publicidad. Lo conquista y coloniza el Capital. La “respuesta”
interpela a esos antiguos artistas y al mundo literario en general para
que vuelvan a practicar la religión del arte.

Situado en un “terruño” desolado, sin compañía alguna, Salarrué funda


su esperanza en la comunidad indígena. De manera directa, su concepto
de terruño -la nación, según la teoría del nacionalismo- la vincula al
poblador natural. En este enlace entre terruño y habitante nativo,
Salarrué desarrolla una visión bastante peculiar. Afirma el trasfondo
indígena del legado cultural salvadoreño, a la vez que lo fija inmóvil en
una imagen estereotípica de pasividad vegetal.

Positivamente, reemplaza el nombre castellano del país -El Salvador-


por su equivalente nahua, Cuzcatlán. Concibe “la raza”, la etnia indígena,
como artística en su esencia. Pero esta validación de lo indio no va
sin más. Para que esa comunidad funcione como modelo primordial
de utopía -como sociedad de poetas avant la lettre- sus miembros
deben renunciar toda vindicación social. Extinguen todo deseo material.
A Salarrué le interesa sobremanera “el indio contemplativo y la mujer
soñadora”. En su mutismo, el indígena clausura la palabra. Enmudece:
“el indio de arado y la cuma que hace el paisaje agrario bajo el sol
crudo, está satisfecho de hacer vivir con sus manos toscas y renegrecidas
[…] a un pueblo entero que se entrega a la locura llamada política”.

Como sociedad de poetas, la comunidad indígena es apolítica. O, si se


prefiere, anticipando el quehacer artístico -el romanticismo de Salarrué,
en sentido estricto- trasciende la esfera de la política nacional para
situarse en el ideal de la creatividad pura. El problema no podría ser

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más espinoso. En los albores y consecuencias trágicas del 32, el indígena
rompe la imagen de pasividad que le otorga la figura monolítica de la
“respuesta”. Sea “comunista” o puramente indigenista, al alzarse por
reclamar sus derechos sociales, hace añicos la versión ideal que Salarrué
proyecta del indígena hacia el extranjero. La sociedad de poetas queda
huérfana, despojada de su asidero real en el campo salvadoreño. Acaso
le sucedería lo mismo a “la mujer”. A la época, al dejar de ser “soñadora”,

al vindicar su simple derecho al voto, traicionaría su vocación de “musa”.


Frente al escritor, mujer e indio están ahí en igualdad de condiciones.
Son simples figuras estáticas que lo identifican como miembro de una
sociedad de poetas masculinizada.

La concepción poética de Salarrué la compartía un buen número de


intelectuales de la época. En el Ateneo de El Salvador hallamos una
idealización semejante. En su sesión celebrada el 13 de mayo de 1932,
“el Prof. Dn. Francisco Osegueda dio lectura a un trabajo de asunto
regional, de actualidad palpitante. (2) “Al campesino actual” se contrapone
“la vida de otros tiempos”, envuelta en “cariño”, “respeto” y “apego
al hogar”. En esa época “virginal”, el campesino es el “soñador”. Aún
no se deja seducir por el “relincho de protesta […] bruta, irracional,
como salida del ser [por la] peor borrachera”. (3) Existe un enorme
contraste entre “la vida paradisíaca […] sin inquietudes torpes” y las
“ambiciones desenfrenadas y deshonestas” actuales, “ocasionadas por
doctrinas disosiadoras”. (4) He ahí el verdadero desacato. El peor
crimen no es la matanza; el atentato fatal es “el haber sacado de la vida
paradisíaca” a la comunidad indígena, a los poetas naturales. (5)

**

En la descripción del campo, la pintura de Salarrué prosigue la misma


línea de lo apolítico. Lo indígena ideal lo apreciamos en sus contribuciones
a la Revista El Salvador (1935-1939). En esa publicación bilingüe de la
Junta Nacional de Turismo, el arte del autor desplaza el conflicto indio-
ladino a un tiempo mítico inmemorial: la conquista de América (véanse:
Figuras 15-16). (6) Después de una lucha inaugural entre “las razas”,
reina la absoluta armonía. El mestizaje se diluye en un paisaje
exhuberante. Al comentar esos lienzos, su contemporáneo, Alberto
Guerra Trigueros anota que el cuentista retoma la “tradición hierática
y decorativa del Mayab antiguo”. (7) A partir de 1932, el “indio” de
Salarrué existe en el pretérito fantástico.

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Por lo añejo, esa figura mítica coloniza “la realidad misma” y la obliga
a entregarle “lo bello”. El dolor sólo aflora como algo inevitable y
personal. Así lo retrata “Lo irreparable” de Miguel Ortiz Villacorta y
“El ahogado” del mismo Salarrué (véanse: Figuras 17-18). (8) El arte
pictórico del autor nos previene del mundo a venir, la posmodernidad,
la privatización de la agonía.

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En el silencio descubrimos, no una opción personal. Entrevemos un


sentimiento de la época. La pena y la hecatombe social se interiorizan.
En la pintura, tal vez sólo en los colores sobrios y oscuros se exprese
una idea de luto y de resistencia. De nuevo, lo advierte su compañero
de generación, Guerra Trigueros, los “cánones artísticos” presentan la
tendencia a “reproducir fijeza”. Se orientan a la “estilización o hieratismo”.
(9)

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Por ello, quizás, al cuentista le toma cuarenta años publicar su versión
indigenista de la revuelta. Con timidez, su opinión la esconde en el
medio de una novela autobiográfica, Catleya luna (1974). Que el indígena
reclame un Minimum vital destruye el romanticismo utópico; el que
percibe la sociedad de poetas como modelo de un mundo salvadoreño
original y porvenir. En la idealización extrema, en la “respuesta”, no
hay denuncia alguna de los acontecimientos.

Debemos esperar tres años, 1935, para que Salarrué remita el meollo
de su versión indigenista al Repertorio. Ahí leemos que el escritor
tampoco condena la represión. (10) Más bien, sin sorpresa alguna, da
cuenta de un desagravio primordial: conducir a los indígenas pasivos,
creadores desinteresados, hacia una revuelta sin sentido. Ante ese
acto de violencia original, la brutalidad militar subsiguiente queda -en
su versión hacia el extranjero- en el absoluto silencio. No lo inculpamos;
bajo el férreo régimen gubernamental el mutismo se vuelve el más fiel
consejero. Lo entendemos tanto más cuanto este callado esplendor
aún nos acompaña en nuestra aguda actualidad.

8. Escritos al margen: Arturo Ambrogi y Napoleón Viera


Altamirano

Hacia 1932, otros dos grandes escritores salvadoreños publican en el


Repertorio Americano: Arturo Ambrogi y Napoleón Viera Altamirano.
Ninguno se refiere llanamente a los acontecimientos de 1932. Entre
líneas, desciframos alusiones marginales al contexto político que
enmarca la escritura de ambos autores. El caso de Ambrogi es más
simple; el de Viera Altamirano, complejo. En efecto, el primer escritor
contribuye sólo de manera esporádica al Repertorio y en febrero de
1932 envía el cuento “El chucho con rabia”.

En cambio, las contribuciones de Viera Altamirano son tales que


merecerían un libro en sí. Enjuiciar la integridad de sus publicaciones
por los ensayos de 1932, significaría reducir su vasta obra a un apéndice
insignificante. Esta reducción amenaza descontextualizar su sentido
de moderación al máximo. Viera Altamirano propone un balance entre
lo privado y lo público, lo extranjero y lo nacional.

En 1933, elogia la “realización armónica y hábil de los tres sistemas”:


socialismo, comunismo y capitalismo. Bajo la figura del presidente
estadounidense, Woodrow Wilson, muchos de los contribuyentes al

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Repertorio enmascaran una actitud antiimperialista, en confianza plena
con la nueva política social estadounidense. (1) No obstante, en Viera
Altamirano la esperanza en el New Deal estadounidense se acompaña
de un sentimiento de soberanía latinoamericana. En “Ha sido asesinado
el libertador”, defiende la democracia e independencia nicaragüense,
a la vez que exalta la figura de Sandino como uno de los “ transfigura[dos]
hijos del pueblo [en] Mesías”. (2) Con Alemán Bolaños recordemos
que sandinismo y anticomunismo no representan posiciones reñidas.
**

El cuento de Ambrogi desarrolla un tema clásico. El héroe principal,


un perro, juega ahí el papel de víctima emisario de la sociedad en su
conjunto. Se trata de un chivo expiatorio ritual. En nombre de la
arbitrariedad, lo persiguen, maltratan y, al cabo, una turba desenfrenada
acaba por matarlo. El perro se caracteriza por su condición “miserable”,
su “ingenuidad” e inocencia. Resulta presa de su propia apariencia
desarrapada y pobre, de su hambre. Una simple acusación de “una
vieja”, hace que se forme un tumulto cada vez mayor de personas que
lo persigue, lo tortura y lo aniquila sin piedad. Ignoramos si ese corto
escrito -fechado “Febrero, 1932”- haya tenido en la intencionalidad del
autor una referencia codificada al grupo “más miserable” de la sociedad
salvadoreña de la época. Tal vez, Ambrogi recubre su opinión con un
silencio póstumo y sepulcral. No obstante, quizás, “El chucho con
rabia” exprese una manera de disfrazar su reserva. El contexto social
no podría ser más obvio:“perro” es el destino de quien vive la represión,
acusado de “comunista”. Por extraña coincidencia, el Coronel Gregorio
Bustamante Maceo utiliza el mismo término para referir lo “atroz” de
la “masacre”: “ni a los pobres perros dejaron vivos”. (3)

* **

Desde finales de 1931 hasta mediados de 1933,Viera Altamirano publica


once breves ensayos. (4) Dos de ellos tratan de temas económicos
generales: “El retorno a la Plata” (junio de 1932) y “Dos notas
económicas” (agosto de 1933). Otro exalta la labor comercial errante
de la “raza judía”: “La odisea del pueblo judío” (diciembre de 1931).
Los términos en que Viera Altamirano los describe no deja de recordar
la suerte de las etnias indígenas desde el encubrimiento del continente
americano: “nació ya en el cautiverio, en la persecución y en la ruina”.
En mayo de 1932, publica cuatro ensayos que difícilmente se asocian
con los acontecimientos del mes de enero.

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Un mes antes, en abril de 1932 aparecen tres breves notas ensayísticas;
dos de ellas merecen un corto comentario. Curiosamente, en la
primera especula sobre la capacidad política de “consolidación en una
sola democracia” de “todas las nacionalidades” europeas. Bastaría
trasladar esa utopía al istmo centroamericano, para considerar cómo
el contexto geográfico condicionaría el discurso político de un escritor,
que vive bajo el inicio de un férreo régimen militar. En la actualidad,
Europa es casi una realidad; Centroamérica, aún utopía.

****

La segunda nota nos resulta más explícita: “El deleite de morir”. Ahí
Viera Altamirano nos convida a la reflexión. “Pensad en un puñado de
jóvenes que mueren -acribillados a balazos y metralla- en una tierra
que no es la vuestra […] vale mejor tener un ideal y por ese ideal
saber morir, que vivir sin conocer uno solo”. Aún el lector más ingenuo
e incrédulo, en cuanto al potencial metafórico de la lengua, estaría
obligado a reconocer en ese fragmento una clara alusión a quienes
caen “acribillados” de igual manera en 1932 “en una tierra” ajena.
Lejana a la mayoría de los lectores del Repertorio. Quizás ese “deleite”
exprese su breve homenaje a los caídos. Quizás…

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9. Derecho interciso. Martínez, Presidente constitucional

En octubre de 1932, el Ministerio de Relaciones Exteriores publica el


libro intitulado El gobierno del presidente General Maximiliano Hernández
Martínez ante la constitución política de El Salvador y el Tratado de Paz y
Amistad, suscrito por las repúblicas de Centro América en la ciudad de
Washington el 7 de febrero de 1923. Diversas opiniones. Se trata de una
verdadera ofensiva diplomática del régimen por legitimar
jurídicamente la presidencia. El gobierno anhela obtener el
reconocimiento internacional, ante todo, el de los otros países
centroamericanos, el de EEUU y España.

Para lograrlo, el Ministerio de Relaciones Exteriores recurre a la opinión


de más de una decena de expertos en derecho internacional y
salvadoreño. En los “Anexos” reproducimos una serie de documentos
y manifiestos de apoyo incondicional al presidente. En su conjunto,
demuestran la constitucionalidad de su investidura.

Las opiniones son unánimes y demoledoras. Según juicios de la época,


su amplio carácter democrático lo demuestra la falta de toda oposición.
(1) Desde 1929, por democracia se entiende la identidad absoluta
entre el gobernante -el “Estado-Padre”- y el conjunto integral de los
gobernados, los ciudadanos-hijos. (2) Toda disensión corroe el tejido
social. Más que promover instituciones que garanticen un régimen
legal, en Martínez, su visión “esotérica” desarrolla un estado patriarcal
y personalizado bajo la figura paterna del presidente.

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