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Caminamos en sentido contrario del robot Andrew que lucha por convertirse en ser humano
y que interpretó el fallecido Robin Williams en “El hombre bicentenario”, película de
ciencia ficción dirigida por el Chris Columbus en 1999.
Basada en un cuento del escritor y bioquímico ruso Isaac Asimov y en la novela El hombre
positrónico, que escribió junto con Robert Silverberg, ‘El hombre bicentenario’ muestra a
un robot que sueña con enamorarse, envejecer y morir como todos los seres de nuestra
especie, y lo consigue.
Sin embargo hoy, por los avances de la ciencia y la tecnología, estamos en la orilla opuesta
de Andrew. Los humanos queremos vivir más y mejor, aunque implique agregar piezas
artificiales a nuestra anatomía, que alteran la esencia de la especie, cambian su identidad y
encaminan hacia la fusión hombre-máquina, lo que modificará la sociedad en menos de 20
años, según algunos científicos.
Cada vez que incorporamos a nuestro cuerpo un elemento ajeno para optimizar sus
funciones, caminamos hacia el nuevo hombre, hacia el humano modificado por la ciencia,
hacia el posthumano.
Avances de ciencia y tecnología están mejorando la calidad y prolongando la vida del ser
humano pero alejándolo del Homo sapiens que definen diccionarios o enciclopedias. Desde
hace años somos una nueva especie, el hombre, después de ese hombre que describen los
libros.
Actualmente millones usamos anteojos, otros tantos, marcapasos, prótesis, implantes de
diversa índole, senos, caderas, colas, narices, ojos y hasta rostros postizos y cartílagos,
huesos y pieles diseñadas en computador e impresas en silicona, nylon o en tejido vivo en 3
dimensiones 3D, entre muchas otras cosas.
El impacto del futuro sobre nuestra especie es hoy sobresaliente en personas discapacitadas,
rehabilitadas con prótesis biónicas, por ejemplo. También en el manejo, con el
pensamiento, de dispositivos robot y exoesqueletos, como el que se utilizó en el último
Mundial de Fútbol en Brasil, que permitió a un parapléjico caminar 25 metros y dar el
puntapié que lo inauguró. “Nos enfrentamos a un ser humano distinto al de otros siglos y,
probablemente, en 15 años no seremos los más inteligentes sobre el planeta”, pronostica
Ramírez.
Hoy estamos en el medio del “shock del futuro”, que anunciaba el escritor futurista
norteamericano Alvin Toffler hace 34 años. Según él lo entendía, el shock o choque se
produce cuando se registran demasiados cambios en un corto periodo.
Por ejemplo, si hace una década un accidente destrozaba la piel humana, hacía añicos un
hueso o el paso de los años derretía los cartílagos de las rodillas o pulverizaba los huesos
que sostienen los dientes de los mayores, lo aceptábamos como una mala pasada del destino
o como el cruel e implacable deterioro de la vejez, pero las cosas cambiaron.
“El organismo se recupera por memoria biológica y aprovechamos eso para reconstruir
piel, hueso cartílago, ligamentos, tendones, pelo y realizamos estudios para regenerar otro
tipo de tejidos. Trabajamos con lo que se conoce como bilogía inteligente”.
Por otro lado, la creación de la bioimpresora en 3D hace 4 años inició la mayor revolución
de la medicina del siglo XXI y lo cambiará todo, según el ingeniero mecánico aeroespacial
Jonathan Butcher, profesor asociado en el Departamento de Ingeniería Biomédica de la
Universidad de Cornell.
La medicina del siglo XXI es multidisciplinaria. Hoy, en muchas situaciones, además del
médico intervienen también ingenieros, biólogos, diseñadores, técnicos y otros
profesionales. Una prueba son las gafas para facilitar la marcha a los enfermos de
Parkinson, creadas hace poco por un diseñador industrial y dos neurólogos colombianos.
“Los médicos de este siglo tendrán que saber sobre impresión 3D y familiarizarse con los
avances de la tecnología”, nos dice Butcher. “Estamos regenerando tejido óseo, a la
medida, a través de la reconstrucción guiada con membranas de titanio. También hacemos
implantes odontológicos y estamos próximos a desarrollar nuestro primer cráneo”, revela
con sorprendente naturalidad el diseñador industrial colombiano Mario Prieto.
Hasta hoy, la impresión en 3D ha propiciado grandes avances como “la impresión de los
tejidos de la red vascular, del oído, la válvula cardíaca, hueso, menisco y disco vertebral.
Una de sus grandes ventajas es que el tejido que se reemplaza puede ser diseñado fuera del
quirófano y entregado de forma inalámbrica para su impresión y uso en la sala de
operaciones. Las células madre pueden ser aisladas directamente durante la cirugía y
mezclarse con los componentes de la impresión”, explica Butcher.
Pero la inmediatez con que se empiecen a producir las partes del cuerpo en 3D no será igual
para todos los tejidos y órganos humanos. “Sucede hoy con huesos, piel, cartílago y
potencialmente con tendones y ligamentos, pero será más complicado con corazón, cerebro,
riñón y páncreas, aunque siempre surgen nuevas tecnologías de las tecnologías conocidas”,
añade Butcher.
“Ese rediseño potenciará cada vez más nuestras dotes físicas y mentales, dejando de ser la
única forma de vida consciente en el planeta y transformando, entre otras cosas, nuestra
identidad, moralidad y funcionamiento social”.
Se estima que por lo menos un 12 % de la población de EE. UU. podría ser considerada
como Cyborgs, ya que en términos prácticos emplean piezas biónicas como marcapasos,
prótesis artificiales, etc. y que crecerá la población de Geborgs, organismos manipulados
genéticamente.
No todos los humanos podrán evolucionar de igual manera y, cual neardentales, algunos se
extinguirán. Los que evolucionen serán unos más posthumanos que otros, ratificando la
predicción de Huxley con respecto a la sociedad que describe, compuesta por seres
programados para ser felices en sus roles mediante la biotecnología. “La tecnología en sí
misma no es ni buena ni mala pero todo depende de lo que se haga con ella.
Por eso, la investigación científica debe estar cada vez más atravesada por la ética y los
estudios críticos de la ciencia social”, afirma el doctor Rodríguez, pero admite que le
preocupa que aumenten las brechas sociales, que termine comercializándose y no beneficie
a la mayoría.