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Hacía calor, muchísimo calor en aquel sábado, 2 de julio, mi segundo día en Barcelona.

Venía
de Madrid y estaba de pasaje por la meca del grande Gaudí a camino de Francia, dónde vive
una amiga querida, también brasileña. En verdad eran unas cortas vacaciones de mi estancia
corta de doctorado en la Universidad de Valencia. Después de dejar la maleta en el hotel y
hacer un almuerzo muy apresadamente, cogí al metro y me bajé en la estación de la
portentosa Sagrada Familia. Por disgusto enfrentaba una marea de recursos limitados (la
tarjeta de crédito se había bloqueado al pagar el hospedaje y estaba con poca plata en mi
bolsillo). Por lo tanto me contenté, en el magnífico templo que todavía sigue en construcción,
en ingresar a la pequeña capilla de acceso gratuito. El hotel que me hospedaba tenía una
estructura muy precaria – me quedé cerrada en el baño al fin del primero día, y como soy
claustrofóbica, lo imaginan?! Así que el sábado amaneció, que ya empezó algo cargado de
nubes oscuras, la decisión estaba tomada, había que aprovechar la ciudad, no? Salí por las
ramblas desde el puerto hasta La Boqueria, donde he disfrutado de una porción muy fresca de
fresas. Luego me tocó conocer la plaza Cataluña y su ejército de palomas y el Paseo de Grácia.
Las muy famosas Casa Batló y La Pedrera, obras geniales del maestro Gaudí, las admiré por sus
hermosas fachadas. Al final del paseo, ao volver, casi tropecé en un hombre, un perro y mucho
amor de ahí en adelante.

Maria Stella Galvao Santos

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