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Carlos Gaviria
El Estado de Derecho es la materialización de un propósito excelso, político y
moral a la vez: la erradicación del despotismo del monarca, es decir, del
mandato del gobernante, obediente tan sólo a su capricho y amparado en una
supuesta potestad conferida por la voluntad divina. Conseguir que el ejercicio
del poder, antes arbitrario, quede sometido a las reglas del derecho, tiene que
contarse entre las grandes conquistas de la humanidad.
Pero el Estado constitucional de derecho implica un avance cualitativo
inapreciable: precaver algo que había pasado inadvertido, a saber, que también
las mayorías puedan decidir caprichosamente en desmedro de sectores
minoritarios de la población que reclaman derechos que no pueden ser
negados o recortados con argumentos fuertes de razón publica. Asunto que
puede plantearse de la siguiente forma: ¿hay temas problemáticos que deban
sustraerse a la decisión mayoritaria? Y la respuesta indudablemente es sí.
¿Como cuáles? Voy a señalar apenas dos:
1. Los asuntos técnicos y científicos que reclaman una respuesta concluyente
(en la medida en que la ciencia puede darla), expuesta a la prueba de la razón
y la experiencia. Ejemplos pueden darse a granel, pero uno paradigmático me
parece que basta. ¿No sería descabellado convocar al pueblo a que mediante
sufragio universal dirimiera el asunto de si el universo fue creado según la rica
ficción fantasiosa del Génesis o si está bien orientada la hipótesis abstrusa del
Big Bang? ¿Alguien con mediana sensatez podrá pensar que la respuesta
definitiva proceda de las urnas? A veces uno piensa, oyendo o leyendo a la
senadora Viviane Morales, que es eso lo que se propone con su dislocada
propuesta de referendo contra la adopción por parte de las parejas
homosexuales. Como hay un debate académico y científico en torno a los
trastornos y sesgos de orientación que puedan padecer los menores adoptados
y, a su juicio, la balanza se inclina por una respuesta afirmativa (cosa que
parece refutada abrumadoramente por estudios serios y abundantes hechos),
que la mayoría profana diga a quién asiste la razón (¿a Ptolomeo o a
Copérnico?).
Pero, desde luego, la ambigüedad diluye, en apariencia, las verdaderas
razones subyacentes a la iniciativa: para la senadora Morales (hay que
asumirlo así por las creencias que defiende) es pecaminosa y “contra natura” la
unión conyugal de dos personas del mismo sexo, y ni qué decir de que tengan
la temeridad de tratar como hijos a quienes no engendraron ni concibieron.
2. Los asuntos relativos a las creencias. ¿Tiene una persona, en una sociedad
pluralista, regida por un Estado laico, el derecho a organizar su vida y su
comportamiento en armonía con sus creencias religiosas? La respuesta es sí,
más allá de toda duda. Pero ¿puede con igual legitimidad convocar a los
ciudadanos que muy probablemente comparten las mismas creencias
derivadas de una fe común, respetables pero, por definición, injustificables
racional y empíricamente, a que impongan obligaciones y restricciones en sus
formas de vida a quienes profesan otras creencias o sólo tienen convicciones a
que renuncien a la integridad y desarticulen su pensamiento de su conducta y
vivan una vida inauténtica, porque así lo dispuso la regla mayoritaria?
He tenido un alto concepto de Viviane Morales como jurista y académica, pero
advierto que esas calidades nada tienen que ver con sus iniciativas de creyente
militante.
La democracia es la promesa de convivencia grata entre sujetos autónomos
que a nadie dañan, aunque sí pueden molestar conciencias fanáticas que
defienden sus prejuicios con argumentos de razón privada como si fueran del
interés común.