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EL PODER DE LA PLEGARIA

ALEXIS CARRELL

Título del original alemán:


WAS IST GERECHTIGKEIT
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PREFACIO

En diciembre de 1940, el autor de estas líneas escribió en inglés un


artículo sobre el poder de la plegaria. Dicho artículo fue publicado a co-
mienzos de 1941 después que uno de los editores lo hubiera acortado y
modificado. Posteriormente fue traducido al francés, casi con certeza en
Suiza. Más tarde se lo volvió a publicar en Francia. El autor tuvo en-
tonces oportunidad de conocer la traducción, con la cual no quedó
satisfecho. A comienzos de 1944 se decidió a escribir un nuevo ensayo
sobre la plegaria.
El autor no es un teólogo ni un filósofo. Por el contrario, se expresa
en un lenguaje común, empleando las palabras en su sentido vulgar, aun
cuando a veces lo haga en su sentido científico. Les pide a los teólogos
que tengan para con él la misma indulgencia que él tendría para con
ellos si hubieran decidido abordar un tema concerniente a la fisiología.
Este estudio sobre la plegaria es un resumen extremadamente breve de
innúmeras observaciones reccogidas en el transcurso del largo ejercicio
de una profesión vivida junto a las personas más diversas. Occidentales
y orientales, enfermos y gente en buen estado de salud, sacerdotes ca-
tólicos, religiosos y religiosas de todas las órdenes, pastores protestan-
tes de todas las designaciones, rabinos, médicos y enfermedades, hom-
bres y mujeres de todas las profesiones y de las diversas clases de la
sociedad. Por otra parte, su experiencia de cirujano, de médico y fisió-

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logo, los estudios de laboratorio a los que se entregó durante años -


estudios dedicados a la regeneración de los tejidos y la cicatrización de
las heridas-, le permitieron apreciar en su justo valor ciertos efectos
curativos de la plegaria. El autor habla solamente de cosas que ha verifi-
cado por sí mismo o que obtuvo a través de hombres capaces de obser-
vaciones honestas y precisas. Ha preferido resultar incompleto antes
que citar hechos no suficientemente comprobados. Sobre todo, se es-
forzó por permanecer en el sólido terreno de la realidad.
Hablar de la plegaria a los hombres modernos parece ser, en primera
instancia, un esfuerzo bastante inútil. ¿No es indispensable, sin embar-
go, que conozcamos todas las actividades de que somos capaces? Ya
que no podemos dejar que ninguna quede inutilizada sin grave peligro
para nosotros o nuestros descendientes. La atrofia del sentido sagrado o
del sentido moral resulta tan nociva como la atrofia de la inteligencia.
Estas líneas se dirigen pues a todos: a los no-creyentes tanto como a los
creyentes. A todos en efecto la vida, a fin de salir triunfantes, les impo-
ne las mismas obligaciones. Ella nos demanda que nos conduzcamos de
la manera prescrita por nuestra estructura corporal y mental. Tal es la
razón de que nadie tenga derecho a ignorar las necesidades más profun-
das y más sutiles de nuestra naturaleza.

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EL PODER DE LA PLEGARIA

INTRODUCCIÓN

A nosotros, hombres de Occidente, la razón nos parece muy supe-


rior a la intuición. Preferimos, con mucho, la in-teligencia al sentimien-
to. La ciencia resplandece en tanto la religión se extingue. Seguimos a
Descartes y desdeñamos a Pascal.
Por consiguiente, buscamos ante todo desarrollar en nosotros la in-
teligencia. En cuanto a las actividades no intelectuales del espíritu, tal
como el sentido moral, el sentido de lo bello y, sobre todo, el sentido de
lo sagrado, se las descuida de manera casi completa. La atrofia de estas
actividades fundamentales hace del hombre moderno un ser espiri-
tualmente ciego. Tal debilidad no le permite ser un buen elemento
constituyente de la sociedad. A esta mala cualidad del individuo debe
atribuírsele el derrumbe de nuestra civilización. De hecho, lo espiritual
demuestra ser tan indispensable para el triunfo de la vida como lo inte-
lectual y lo material. Es, pues, urgente, hacer resurgir en nosotros las
actividades mentales que, mu-cho más que la inteligencia, le dan la
fuerza que tiene a la personalidad. La más ignorada de todas es el senti-
do de lo sagrado o sentido religioso.

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El sentido de lo sagrado se expresa sobre todo mediante la plegaria.


La plegaria, como el sentido de lo sagrado es, desde todo punto de
vista, un fenómeno espiritual. Ahora bien, el mundo espiritual se en-
cuentra fuera del alcance de nuestras técnicas. ¿Cómo adquirir, en-
tonces un conocimiento posi-tivo de la plegaria? El dominio de la cien-
cia abarca felizmente la totalidad de lo observable. Puede, por interme-
dio de lo físico, extenderse hasta las manifestaciones de lo espiri-tual.
Así, merced a la observa-ción sistemática del hombre que ora, sabremos
en qué consiste el fenómeno de la plegaria, la técnica de su producción
y sus efectos.

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DEFINICIÓN DE LA
PLEGARIA

La plegaria configura esencialmente una tensión del espíritu hacia el


substractum inmaterial del mundo. En líneas generales, consiste en una
queja, un rito de angustia, un pedido de ayuda. A veces se convierte en
una serena contemplación del principio inmanente y trascendente de
todas las cosas. Asimismo, puede definírsela como una elevación del
alma hacia Dios. Como un acto de amor y adoración hacia aquel del
que proviene la maravilla que es la vida. De hecho, la plegaria repre-
senta el esfuerzo del hombre para comunicarse con un ser invisible,
creador de cuanto existe, suprema sabiduría, fuerza y belleza, padre y
salvador de cada uno de nosotros. Lejos de consistir en un simple reci-
tado de fórmulas, la verdadera plegaria representa un estado místico en
que la conciencia se absorbe en Dios. Este estado no es de naturaleza
intelectual. Por consiguiente, permanece tan inaccesible como incom-
prensible a los filósofos y los sabios. Al igual que el sentido de la belleza
y el amor, no requiere ningún conocimiento libresco. Los simples sien-
ten a Dios con tanta naturalidad como el calor del sol o el perfume de
una flor. Empero, ese Dios tan abordable para aquel que sabe amar, se
oculta a quien no sabe sino comprender. El pensamiento y la palabra
son insuficientes para tratar de describirlo. Por ello, la plegaria en-
cuentra su expresión más alta en un arranque de amor a través de la
noche oscura de la inteligencia.

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TÉCNICA DE LA PLEGARIA.
COMO ORAR

¿Cómo hay que orar? Hemos aprendido la técnica de la plegaria de


los místicos cristianos, desde San Pablo hasta San Benito y la pléyade
de apóstoles anónimos que, durante veinte años, han introducido a las
gentes de Occidente en la vida religiosa. El Dios de Platón era inaccesi-
ble en su grandeza. El de Epicteto se confundía con el alma de las co-
sas. Jehová era un déspota oriental que inspiraba miedo, no amor. El
cristianismo, por el contrario, puso a Dios al alcance del hombre. Le dio
un rostro. Se convirtió en nuestro padre, nuestro hermano, nuestro
salvador. Para alcanzar a Dios ya no fue necesario un ceremonial com-
pleto, sacrificios de sangre. La plegaria se transformó en algo fácil y en
simple su técnica.
Para orar, tan sólo es preciso hacer el esfuerzo de tender hacia Dios.
Este esfuerzo debe ser afectivo y no intelectual. La meditación sobre la
grandeza de Dios, por ejemplo, no es una plegaria, a menos de ser al
mismo tiempo expresión de amor y de fe. Por ello, la oración según el
método de La Salle parte de una consideración intelectual, pero se
vuelve inmediatamente afectiva. Sea corta o larga, sea recitada o sola-
mente mental, la plegaria debe ser algo parecido a la conversación de un
niño con su padre. "Uno se presenta como es", dijo un día una her-
manita de la Caridad que desde hace treinta años quema su vida en el
servicio a los pobres. En suma, se ora al igual que se ama, con todo el
ser.
En cuanto a la forma de la plegaria, varía desde la somera aspiración
a Dios hasta su contemplación, desde las simples palabras pronunciadas
por el campesino ante el calvario en el cruce de caminos hasta la mag-

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nificencia del canto gregoriano bajo las bóvedas de la catedral. La so-


lemnidad, la imponencia y la belleza no son necesarias para que la ple-
garia sea eficaz. Muy pocos hombres han sabido orar como San Juan de
la Cruz o San Bernardino de Clairvaux. No obstante, no es preciso ser
elocuente para ser elegido. Cuando se juzga el valor de la plegaria por
sus resultados, nuestras más humildes palabras de súplica y alabanza le
parecen al Señor de todos los seres tan aceptables como las invocacio-
nes más bellas. Las fórmulas recitadas maquinalmente son, de alguna
manera, una plegaria. Y lo mismo es válido para la llama de un cirio.
Basta para ello que esas fórmulas inertes y esa llama material simbolicen
el impulso hacia Dios de un ser humano. Asimismo, se ruega mediante
la acción.
Luis de Gonzaga decía que el cumplimiento del deber equivale a una
plegaria. La mejor manera de comunicarse con Dios es sin ninguna
duda, cumplir integralmente su voluntad. "Padre nuestro, venga nos el
tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo... Y hacer
la voluntad de Dios consiste evidentemente en obedecer las leyes de la
vida, tal como ellas están inscriptas en nuestros tejidos, nuestra sangre y
nuestro espíritu.
Las plegarias que se elevan como una gran nube de la superficie de
la tierra difieren unas de otras tanto como difiere la personalidad de
cada uno de los que oran. Empero, siempre consisten en variaciones
sobre dos temas: la angustia y el amor. Es por completo legítimo implo-
rar la ayuda de Dios para obtener aquello que necesitamos. No obstan-
te, sería absurdo requerir la gratificación de un capricho o lo que pode-
mos procurarnos con nuestro esfuerzo. La demanda importuna, obsti-
nada, agresiva, triunfa. Un ciego sentado al borde del camino gritaba
sus súplicas cada vez con mayor fuerza, a pesar de las personas que
querían hacerlo callar. "Tu fe te ha curado", dijo Jesús al pasar a su
lado. En su forma más elevada, la plegaria cesa de ser una petición. El
hombre le manifiesta al Señor de todas las cosas que lo ama, que le
agradece sus dones, que está pronto a cumplir su voluntad, cualquiera
que ella fuere. La plegaria se transforma en contemplación. Un viejo

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campesino se hallaba sentado, solo, en el último banco de una iglesia


vacía. "¿Qué esperas?", le pre-guntaron. "Lo miro", respondió el cam-
pesino, "y él me mira". El valor de una técnica se mide por sus resulta-
dos. Cualquier técnica para orar es buena cuando pone al hombre en
contacto con Dios.

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DONDE Y CUANDO ORAR

¿Dónde y cuándo orar? Se puede orar en cualquier parte. En la ca-


lle, en un automóvil, en el tren, en la oficina, en la escuela, en una fábri-
ca. Empero, se ora mejor en el campo, en las montañas y en los bos-
ques, en la soledad del propio cuarto. Asimismo, están las plegarias
litúrgicas que se realizan en la iglesia. No obstante, sea cual fuere el
lugar de la plegaria, Dios no le habla al hombre excepto a condición de
que éste establezca en sí la calma. La calma interior depende a la vez de
nuestro estado orgánico y mental y del medio en que nos hallemos
inmersos. La paz del cuerpo y del espíritu es difícil de obtener en la
confusión, el fragor y dispersión de 1a metrópolis moderna. Hoy en día
existe la necesidad de que haya lugares de plegaria, de preferencia igle-
sias, donde los habitantes de las ciudades puedan encontrar, aunque sea
por un breve momento, las condiciones fí-sicas y psicológicas indispen-
sables para la tranquilidad interior. No sería difícil ni costoso crear así
islotes de paz acogedores y bellos en medio del tumulto de la ciudad.
En el silencio de esos refugios, los hombres, elevando su pensamiento
hacia Dios, podrían hacer reposar sus músculos y sus órganos, templar
su espíritu, clarificar sus juicios y recibir la fuerza necesaria para so-
portar la dura vida con que los abruma nuestra civilización.
Al transformarse en hábito la plegaria comienza a actuar sobre el ca-
rácter. Es preciso, entonces, orar con frecuencia. "Piensa en Dios más a
menudo de lo que respiras", decía Epicteto. Es absurdo orar a la ma-
ñana y conducirse como un bárbaro el resto de la jornada. Breves pen-
samientos o invocaciones mentales pueden mantener al hombre en pre-
sencia de Dios. Toda la conducta aparece entonces inspirada por la

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plegaria. Entendida de este modo, la plegaria se convierte en una ma-


nera de vivir.

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EFECTOS DE LA PLEGARIA

La plegaria es siempre seguida de un resultado si es hecha en las


condiciones apropiadas. "Ningún hombre ha orado jamás sin que apren-
diera algo", decía Ralph Waldo Emerson. Sin embargo, la plegaria es
considerada por los hombres modernos como un hábito anticuado, una
vana superstición, un resto de barbarie. En realidad, ignoramos casi por
comploto sus efectos.
¿Cuáles son las las razones de nuestra ignorancia? En primer lugar,
la rareza de la plegaria. El sentido de lo sagrado está en vías de desapa-
recer entre la gente civilizada. Es probable que el número de franceses
que oran habitualmente no sobrepase el cuatro o cinco por ciento de la
población. Luego, la plegaria a menudo es estéril. Porque la mayoría de
los que oran son egoístas, mentirosos, soberbios, son fariseos incapaces
de fe y de amor. Por último sus efectos, cuando se producen, con gran
frecuencia se nos escapan. La respuesta a nuestras demandas y a nues-
tro amor se nos da usualmente de manera lenta, insensible, casi inau-
dible. La diminuta vocecita que murmura esa respuesta en el fondo de
nosotros fácilmente es sofocada por los ruidos del mundo. Los resulta-
dos materiales de la plegaria son también oscuros. Se confunden gene-
ralmente con otros fenómenos. Pocas personas, incluso entre los sacer-
dotes, tienen entonces ocasión de observarlos de manera precisa. Y los
médicos por falta de interés, dejan a menudo pasar sin estudiarlos los
casos que se encuentran a su alcance. Por otra parte, los observadores
con frecuencia se ven confundidos por el hecho de que la respuesta está
lejos de ser siempre la esperada. Por ejemplo, el que pide ser curado de
una enfermedad sigue enfermo, pero sufre una profunda e inexplicable
transformación moral. No obstante, el hábito de la plegaria, aun cuando

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es excepcional en el conjunto de la población, es relativamente fre-


cuente en los grupos que siguen fieles a la religión ancestral. En estos
grupos es donde en la actualidad es posible estudiar su influencia. Entre
sus innumerables efectos, el médico tiene ocasión de observar los que se
denominan efectos psico-físicos y curativos.

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EFECTOS PSICO-FISICOS

La plegaria actúa sobre el espíritu y sobre el cuerpo de manera tal


que parece dependiera de su calidad, su intensidad y su frecuencia.
Resulta fácil saber cuál es la frecuencia de la plegaria y, en cierta medi-
da, cuál es su intensidad. Su calidad sigue siendo desconocida, porque
no tenemos manera de medir la fe y la capacidad de amor de los demás.
Sin embargo, la manera de vivir del que ora nos permite discernir la
calidad de las invocaciones que ofrece a Dios. Aun cuando la plegaria
tenga escaso valor y consista principalmente en el recitado maquinal de
fórmulas, ejerce aquella determinados efectos sobre el comportamiento.
Fortifica a la vez el sentido de lo sagrado y el sentido moral. Los am-
bientes donde se ora se caracterizan por tener cierta persistencia del
sentido del deber y la responsabilidad, porque no hay allí tanta envidia y
maldad, por cierta bondad respecto al prójimo. Está demostrado que,
igual desarrollo intelectual, el carácter y el valor moral están más eleva-
dos en quienes oran, aun cuando lo hagan mediocremente, que en los
individuos que no oran.
Cuando la plegaria es habitual y realmente fervorosa, su influencia
se torna muy clara. En parte es comparable a una glándula de secreción
interna, como la tiroides o las glándulas suprarrenales. por ejem-plo.
Consiste en una especie de transformación mental y orgánica. Esta
transformación se opera de manera pro-gresiva. Se diría que en la pro-
fundidad de la conciencia se enciende una llama. El hombre se ve tal
como es. Descubre egoísmo, su codicia, sus errores de juicio, su orgu-
llo. Se pliega al cumplimiento del deber moral. Procura adquirir humil-
dad intelectual. De esta manera se abre ante é1 el reino de la gracia...
Poco a poco se produce un apaciguamiento interior, la armonía entre

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las actividades nerviosas y morales, una menor resistencia respecto a la


pobreza, la calumnia, las zozobras, la capacidad de soportar sin fla-
quezas la pérdida de los familiares, el dolor, la enfermedad, la muerte.
Así, el médico que ve a un enfermo se pone a orar para tener éxito. La
calma engendrada por la plegaria constituye una poderosa ayuda para la
terapéutica. Sin embargo, no debe asimilarse la plegaria a la morfina.
Porque aquella determina junto con la calma, la integración de las acti-
vidades mentales, una especie de floración de la personalidad. A veces
el heroísmo. La oración marca a sus fieles con un sello particular.
La fuerza de la mirada, la tranquilidad del porte, la serena alegría de
la expresión, la virilidad de la conducta y, cuando es necesario, la simple
aceptación de la muerte del soldado o del mártir, traducen la presencia
del tesoro oculto en el fondo de los órganos y del espíritu. Bajo esta
influencia incluso los ignorantes, los retardados, los débiles, los mal
dotados utilizan mejor sus fuerzas intelectuales y morales. Pareciera que
la plegaria elevara a los hombres por encima de la estructura mental que
es la suya por herencia y por educación. Ese contacto con Dios los
impregna de paz. Y la paz irradia de ellos. Y llevan paz dondequiera
que van. Mas, por desgracia, no hay al presente sino una ínfima canti-
dad de individuos que sepan orar de manera efectiva.

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