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Teologío y Vido. Vol. XXXVIIl (1997). pp.

163-174

ESTUDIOS

.Jorge Costadoat Carrasco, s.j.


Profesor de la Facultad de Teología
Pontificia Universidad Católica de Chile

Características y alcances de la
humanidad de Jesucristo

Jesús es tan divino -se piensa- que no ha podido ser muy humano. Sucede
también lo contrario. No falta quien afirma que es tan humano que no ha podido ser
divino. Ambos modos de concebir a Jesucristo son comprensibles toda vez que la
Encarnación del Hijo de Dios es un auténtico misterio que pone en jaque nuestros
esquemas mentales. Creer en Jesucristo es en sentido estricto una cuestión de fe.
Es arduo para el pensamiento hacerse a la idea de reunir en una sola persona dos
magnitudes que parecen competir entre sí: si Jesús ha sido Dios, no ha podido morir; si
ha sido hombre, no puede estar vivo. Sin embargo, humanidad y divinidad no compiten
en Jesucristo sino que su divinidad perfecciona su humanidad y ésta, más que cualquier
otra realidad creada o mensaje celestial, revela cómo es verdaderamente Dios y cómo
se llega ser hombre en plenitud. Jesús es la máxima autocomunicación de Dios y la
mayor expresión de la humanidad. Nunca más que en El el hombre fue más hombre,
porque nunca más que en El Dios se dio tan por entero.
Desde el Nuevo Testamento en adelante, pasando por lo mejor de su Tradición, la
Iglesia ha sostenido que Jesucristo ha sido igual a nosotros en todo, a excepción del
pecado (Hb 4,15). No es necesario hacer de Jesús un "pecador" como nosotros para que
sea más humano. porque el pecado no constituye un ingrediente que perfeccione nues-
tra condición. sino que la degrada. Jesús sí compite contra el pecado. no contra la
humanidad. Encarnándose, el Hijo de Dios compite con el pecado para salvar la huma-
nidad dcl sufrimiento y de la muerte. En consecuencia, mientras nuestra idea de Dios
más se parezca al hombre Jesús, más ccrca estaremos de conocerlo a El y la bondad de
una creación permanentemente puesta en duda por aquellos que quieren hacernos creer
quc cl mal es un contenido "natural".
El reconocimiento de la humanidad de Jesucristo es más precisamente una cues-
tión de fe en la liberación del ser humano de la maldad y de la injusticia. Si la per-
fccción de su humanidad estriba en poseer una psicología como la nuestra, más perfecta
cs cuando Jesús en obediencia a su Padre inaugura entre nosotros el reinado de la
misericordia liberadora de Dios.
16-1 JORGE COSTADOAT CARRASCO

1. LA PSICOLOGIA DE JESUS

Sea para nosotros Jesús un hombre divino, sea un Dios humano, no será fácil ex-
pi icar cómo se artieulan en la unidad psicológica de su persona trinitaria estos dos
aspectos suyos, su humanidad y su divinidad. La psicología humana de Jesús es una
prolongación de la psicología divina que el Hijo comparte con su Padre por toda la
eternidad. La psicología humana de Jesús no subsiste autónomamente, ni es previa a la
Encarnación, aun cuando Jesús de Nazaret sólo humanamente sepa que su identidad
profunda es divina y no creada. La integración de la psicología humana de Jesús a su
psicología divina, que históricamente se cumple en la relación de amor entre Jesús y su
AhiJá, expresa la unidad de conciencia y voluntad eternas entre el Hijo y el Padre. El
tema ha sido debatido a lo largo de toda la historia de la Iglesia y continuará sién-
dolo ( I ).
Desde antiguo, la tradición antioquena que ha sostenido que Jesús es un hombre
divino tiene dificultades para otorgarle un conocimiento y libertad divinos que predo-
minen sobre su humanidad por el puro desequilibrio de las fuerzas y, por supuesto, lodo
otro tipo de facultades "extrahumanas". Esta postura preserva un criterio teológico
fundamental. a saber, que lo que en Cristo no ha sido asumido tampoco será salvado; si
Jesús carece en algún aspecto de humanidad, como ser algún instinto humano o alma
racional, si alguno de estos aspectos es anulado en su autonomía creada por la predo-
minancia de su divinidad, ese aspecto quedará sin redención. En los tiempos modernos
la escuela antioquena no concibe a un Cristo ahistórico, un Jesús que hubiese podido
sortear la fatiga de hacerse hombre, prescindiendo de las limitaciones del tiempo y del
espacio, saltándose las características culturales de un judío de su época.
El enfoque de Jesús como el hombre divino se desvía de la fe, sin embargo, cuan-
do postula que el Hijo de Dios y Jesús de Nazaret no son una sola persona, sino que el
hombre Jesús, sin ser El propiamente Dios, se adecua a las exigencias de Dios por el
puro ejercicio de su libertad. Este es el "nestorianismo". El "nestorianismo" es grotesco
cuando a Jesucristo se le adjudican pecados para hacerlo más semejante a nosotros.
Para quienes Jesús es un Dios humano, la dificultad es la contraria: la tradición
alejandrina no tolerará que se predique a un Jesucristo en el que no se haga patente su
carácter divino, en el que su condición histórica se afirme en pel:juicio de su conoci-
miento y libertad trascendentes. La ventaja de esta manera de ver las cosas estriba en
asegurar el segundo gran criterio teológico: que si Jesús no es verdaderamente Dios, de
nada sirve que asuma nuestra humanidad, porque en definitiva sólo Dios puede con la
salvación del hombre.
La desviación de esta postura ha sido recurrente en la historia de la Iglesia y
abunda en nuestros días. Consiste en privilegiar en Jesús su "psicología divina" a costa
de su psicología humana, como si se tratara de dos "partes" homogéneas que se suman
y, en consecuencia, son restables. El "monifisismo", herejía contraria al "nestoria-
nismo", subraya a tal grado el predominio de la naturaleza divina de Cristo sobre su
naturaleza humana, que tiende a negar en El una voluntad y una actividad propiamente

(1) ]'COI'ES IkI'IIS. IlIlroduccÍlíll (/ 1(/ Cris/ologí<l. Vérho Divino. Pamplona. 1994. pp, 181-197,
CARACTERISTICAS y ALCANCES DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO 16';

humanas y, evidentemente, cualquier indicio de ignorancia y error. En este caso el


hombre Jesús es una especie de superman o una pura marioneta en las manos de Dios.

l. Autoconciencia v conocimiento humanos de Jesús

Los Evangelios nos cuentan que Jesús fue admirable por su sabiduría y autoridad.
Que tuvo un profundo conocimiento del ser humano. Que declaró proféticamente los
signos de los tiempos y avisoró incluso la caída del Templo. Que ocupando el lugar de
Moisés, corrigió la antigua Ley. Nos dicen que utilizó la expresión "yo", "yo les
digo ...", como sólo Dios lo había hecho. En fin, que nadie como El en toda la Sagrada
Escritura tuvo una intimidad mayor con Dios, nadie lo llamó Ahbá como Ello hizo (Mt
11,27; Mc 14,36).
Pcro ¿cómo pudo saber un hombre que nace en una pesebrera, sin hablar, lloran-
do de miedo y de frío, que El es Dios? ¿Mentía? ¿Lloraba para parecer hombre o
porque efectivamente era falible e ignoraba su futuro? ¿Llegó a saber siquiera que la
Tierra era redonda y que gira alrededor del Solo compartió los errores de la cosmo-
logía de su época? Bernard Sesboüé, destacado cristólogo contemporáneo, se interroga:
"¿cómo Jesús, en el curso de su vida humana prepascual, ha tomado y ha tenido
conciencia de ser el Hijo de Dios?" (2).
Estas y muchas otras preguntas serían impertinentes si el Hijo de Dios no hubiese
compartido en serio, y no en apariencia, nuestra humanidad. Como hemos recién insi-
nuado, se puede errar en las respuestas por un lado o por otro. Se equivocó Santo
Tomás, se equivoca cualquiera. Santo Tomás concedió a Jesús de Nazaret la llamada
"visión beatífica", el conocimiento y la fruición de Dios propios de los bienaventurados
en la gloria, en virtud de la unidad en Jesucristo de su persona divina con la naturaleza
humana. La atribución de "visión beatífica" a Jesús de Nazaret constituye, sin embargo,
una falta de consideración del misterio de la Encarnación y de la kénosis del Hijo de
Dios (la existencia en la humildad de la carne, haciendo suyas las limitaciones propias
de la creación).
Karl Rahner, en orden a conciliar los datos fundamentales de la dogmática con la
imagen de Jesús proveniente de la exégesis moderna, procurando compatibilizar la
noción metafísica tradicional con una noción psicológica verosímil de Cristo, ha susti-
tuido el concepto de "visión beatífica" (predominante desde la Edad Media hasta este
siglo) por el de "visión inmediata" de Dios (3). Dada la unidad y actualidad en Jesueris-

(2) BLRNARDSESBOl'F.. Pédill'ol'ie du ehris/. Elélilellls de chri.I'/o/0l'ie fillldillilell liI le. Cerf. Paris. 1996.
p. 16.1.
L') "Considérations dogmatique sur la psychologie du Christ". Fxé¡{ese el dO¡{IIWliquc Paris. DDB,
1996. pp. 196-198. En el siglo presente el magisterio pontificio aún ha hecho uso de la expresión
"visión heatífica" aplicándola al Jesús terreno. Así lo hizo Pío XII en Myslici COI]>oris (DS .1645-
.1(47). Jacques Dupuis sostiene que en este caso. aunque se mantiene el término. hay que entender
su contenido de acuerdo al concepto de "visión inmediata" (a.c .. p. 2(1). B, Sesholié afirma que en
tal ocasión no huho ninguna intención de zanjar la cuestión disputada, Sesbolié recuerda. además,
que los otros dos documentos importantes que se refieren específicamente al asunto de la conciencia
de Jesús -"Biblia y cristología". de la Comisión Bíblica Pontificia" del año 1984, y "La conciencia
que Jesús tenía de él mismo y de su misión" de la CTI de 1985-, no vuelven a mencionar la "visión
beatífica" del Jesús pre-pascual. en cambio sí hablan de un progreso de la conciencia que Jesús tuvo
de sí. a partir de su relación filial con su Padre (o,c. 1', 152),
166 JORGE COSTADOAT CARRASCO

to de su conciencia y de su ser, éste no ha podido no conocer su identidad divina. Jesús


ha intuido de un modo inmcdiato su condición de Hijo respecto de su Padre Dios, como
el contenido más propio de la unión hipostática. Sin embargo, esto que Jesús ha sabido
subjetivamente desde siempre, ha debido llegar a saberlo objetivamente por una expe-
riencia histórica, mediatizada por un lenguaje que ha debido adquirir y una interacción
humana insustituible. Rahner distingue en Jesús y en todo hombre dos aspectos en su
modo de conocer. uno trascendental (subjetivo) y otro categorial (objetivo), siendo el
primero condición absoluta del segundo. De un modo trascendente, intuitivo, atemático,
Jesús ha sabido que El es el Hijo, de la misma manera que nosotros podemos sabernos
libres, espirituales, e imaginamos que Dios es el sentido último de nuestra vida; un niño
en la cuna aún no tiene palabras para expresar lo que le pasa, pero porque existe en él
una polaridad subjetiva original tratará de hacerse entender gritando, riendo, señalando
las cosas con las manos. El conocimiento trascendental, que en Jesús es una "disposi-
ción ontológica fundamental" de intimidad con Dios, llega a ser un contenido ret1ejo en
la conciencia en la medida que el ser humano adquiere las categorías para expresarlo.
Jesús actualizó, explicitó, tematizó aquello que desde su concepción constituyó el polo
original de su conciencia, gracias al lenguaje aprendido de María y José, a su actividad
cotidiana y su oración. En otras palabras, Jesús llegó a saber mediante un aprendizaje
histórico. por una evolución intelectual e incluso espiritual, lo que había intuido desde
siempre: que su identidad era divina y no meramente humana.
Además del anterior, los cristólogos contemporáneos admiten en Cristo un "cono-
cimiento infuso", pero no el de la escolástica, aquella enorme cantidad de conocimien-
tos de naturaleza universal infundidos en su alma. Conocimiento infuso parecido sí al
de los profetas, no al de los ángeles, que en el caso de Jesús se articula de un modo
habitual desde la "disposición ontológica fundamental" que presiona por objetivarse
mediante la experiencia histórica. Ante todo, se trataría de la base a priori que ha
permitido a Jesús en las circunstancias concretas de su vida comprender las Escrituras,
el plan divino de salvación, el sentido salvífica de su muerte en cruz, en una palabra, su
propia misión redentora y reveladora (4).
Por último, como acabo de indicar, ha de reconocerse en Cristo una "ciencia
adquirida". Por ésta, cualquier ser humano se apropia experiencialmente del mundo. Su
reverso es, por cierto, la ignorancia, la prueba y el error. Por muy sabio que haya sido el
niño Jesús delante ele los doctores en el Templo, el mismo Lucas cuenta que "Jesús
progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres" (2, 52).
La Epístola a los Hebreos señala: "El mismo Cristo, que en los días de su vida mortal
presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo
ele la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente; y aunque era Hijo,
aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. Alcanzada así la perfección, se hizo causa
de salvación eterna para todos los que le obedecen" (5, 7-9).
Hans Urs von Balthasar destaca no sólo la posibilidad de una ignorancia de Jesús
sobre su futuro, sino también su necesidad y dignidad. En una obra titulada La Foi du
Chrisf, dice:

í4) DlIPlIIS. O.C. p. 206.


CARACTERISTICAS y ALCANCES DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO 167

"Jesús es un hombre auténtico; la nobleza inalienable del hombre es poder, aun


deber proyectar libremente el designio de su existencia en un futuro que ignora.
Si este hombre es un creyente, el porvenir al que él se arroja y en el que se
proyecta, es Dios en su libertad e inmensidad. Privar a Jesús de esta posibilidad y
hacerle avanzar hacia un objetivo conocido por adelantado y distante solamente
en el tiempo, equivaldría a despojarlo de su dignidad de hombre. Es preciso que
la palabra de Marcos sea auténtica: 'Nadie conoce esta hora (... ) tampoco el Hijo'
(Mc 13, 32). Si Jesús es un hombre auténtico, es necesario que su obra se cumpla
en la finitud de una vida de hombre, aun si el contenido de esta obra y sus efectos
posteriores desborden ampliamente los límites impuestos a esta finitud. Un hom-
bre no puede decir: me quitaré de encima esta parte de mi misión antes de morir,
y, puesto que sé que debo resucitar, puedo dejar el resto en suspenso, para acabar-
lo más tarde. El que así hablare sería quizás un espíritu celeste de turismo en la
tierra, ciertamente no un hombre, cargado del peso de la finitud humana y de su
dignidad" (5).

Jesús ha podido ignorar muchas cosas y compartir los errores culturales propios
de sus contemporáneos. ¡,Cómo pudo Jesús ser mejor pescador que Pedro, siendo El un
carpintero? Tal vez por fortuna, pero sería raro que por habilidad. Tampoco es soste-
nihle afirmar que Jesús simulaha no saher que la Tierra gira alrededor del Sol. Desde el
momento que El mismo dice: "mas de aquel día y hora (del juicio), nadie sabe nada, ni
los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mc 13, 32), hemos de imaginar
que comparte con nosotros una ignorancia bastante significativa. El concilio de Letrán
del año 649, sin embargo, prohíbe contra los agnoetas la afirmación de una ignorancia
"privativa" en Cristo, es decir, una que le hubiera impedido cumplir su misión de
revelador del Padre y de su designio de salvación (6).

2. La voluntad" libertad humanas de JeslÍs

¡,Pudo Jesús decir a su Padre "este cáliz yo no lo bebo" (cL Lc 22, 42)? ¿Pudo
desohedecerle? Si se dice que tuvo auténtica voluntad humana, autonomía plena, ¿pudo
pecar') Y si no podía pecar, ¡.qué clase de libertad tuvo?
El concilio de Constantinopla III (680/681) definió que Jesucristo no sólo es
perfectamente hombre y perfectamente Dios, como lo había hecho el gran concilio
cristológico que fue Calcedonia (451 ), sino que su naturaleza humana que es íntegra, su
capacidad de decidir y su actividad, se adecuan armónicamente a las exigencias de la
divinidad. Constantinopla III estableció que en Jesucristo hay dos actividades y dos
voluntades, humanas y divinas respectivamente, contra el parecer del Patriarca Sergio y
del Papa Honorio. Estos, por cerrar toda posibilidad de pecado en Cristo, exigían se
reconociese nada más una actividad (Sergio) y una voluntad (Honorio), impidiendo
(posiblemente sin intencicín) que nuestra salvación fuese querida y actuada por el mis-

()) H. URS VON BflLTIIASAR. LiI Foi du C!lris'. Ci/le¡ iI¡J¡Jl'llc!les c!lrisr%gie¡ues. Paris. Aubier. 1968.
pp. 181-182. (La traducción es nuestra).
(6) er.. SESBOÜÉ. p. 146.
16X JORGE COSTA[)OAT CARRASCO

mo hombre. La Iglesia aseguró así que, siendo Dios el Salvador del hombre, no salva al
hombre sin el hombre, sino con el hombre, con su colaboración libre y su lucha.
El concilio, sin embargo, ni habló de la libertad de Jesucristo en cuanto tal ni
aclaró cómo se adecuaba ésta "armónicamente" a la voluntad de su Padre. Se limitó a
afirmar los datos fundamentales de la revelación: la integridad de la humanidad de
Jesús y su carencia de pecado. También otros concilios insistirán en que Jesús no pecó
ni tuvo pecado original (Toledo el año 675 (7) Y Florencia el 1442 (8». Se dirá, ade-
más, que no participó de nuestra concupiscencia (Constantinopla JI el 553) (9), aquella
consecuencia del pecado, que no siendo pecado, persiste incluso en los bautizados
inclinándolos a pecar (Trento el 1546) (10).
Esto no obstante, Jesús conoció la tentación. El dato está claramente acreditado
en la Escritura. La Epístola a los Hebreos señala que fue "probado en todo igual que
nosotros" (Hb 4, 15; cL Hb 12, 1-2; Lc 4, 1-13). Adoptamos la definición de tentación
que da Georg Langemeyer: "Es el impulso o atracción hacia el mal bajo pretexto de un
bien. En la tentación se le aparece al hombre un valor criatural concreto como más
importante que la orientación hacia la voluntad divina de toda su realidad criatural y
personal" (11). Ciertamente Jesús no fue tentado como son tentados los demás seres
humanos, ya que Jesús careció de concupiscencia. Pero experimentó la confusión y el
sufrimiento de quien tiene que elegir entre un bien natural y la voluntad de Dios que lo
invita a renunciar a él, en razón de un bien trascendente. Jesús fue tentado, pero luchó
contra la tentación con fe y oración, y la venció. Las tentaciones del desierto tienen la
misma naturaleza que la tentación con que Pedro obstaculizó el camino de Jesús a la
cruz (Mc 8. 31-33): son tentaciones mesiánicas (Mt 4, 1-11 par). Cabe notar que aunque
consistan en una construcción literaria, ellas aluden a la experiencia espiritual de Jesús
y enseñan a la Iglesia una verdad teológica profunda (12). De acuerdo a la versión de
Mateo, la primera tentación altera el significado de la filiación divina de Jesús, toda vez
que el Tentador invoca esta filiación para que Jesús utilice a Dios en su favor, consi-
guiéndole cl pan por medios extrahumanos. En la segunda tentación Jesús resiste la
posibilidad de cumplir su misión con una espectacularidad que le habría ahorrado el
peligro y la incerteza, en una palabra, el riesgo de la fe. La tercera tentación, la de la
adoración de Satanás, provoca a Jesús con el atractivo recurso de hacer prevalecer su
proyecto por la eficacia de la fuerza, como si fuera posible salvar al mundo contra su
voluntad, imponiéndole los mejores propósitos. Si seguimos la Escritura, cabe mencio-
nar todavía una última tentación de Cristo, la de Getsemaní. Ella consistió en la rebe-
lión natural de la carne ante la inminencia de la muerte violenta: ésta no constituye
ningún pecado, porque es inherente a toda creatura sentir miedo y querer huir del
sufrimiento y de la muerte. Ella, sin embargo, apartaba a Jesús del deseo de su Padre de

(7) DS 539.
(~) DS 1347
(9) DS 434.
(10) DS 1515.
(11) WOLEGANG flEl"ERT. Dicciollario dc Ic%gía dogllllíliCII. Herder Barcelona. 1990. pp. 67()·67I
112) el'. GOVALlJ·FAI'S. lOSE Ic;to:ACI(). r" /¡l/lIli1l1id"d I/l/CI'I/. EIISlIYO dc Crist,,/ogía. Santander. 19~4.
pp.169·¡n
CARACTERISTICAS y ALCANCES DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO 169

mostrar su amor a los hombres hasta las últimas consecuencias. Jesús resistió la tenta-
ción. Su respuesta es conocida: "Padre ... no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Le 22,
42).
¡.Cómo explicar la libertad de Jesús frente a su Padre? Conviene distinguir dos
aspeclos de la libertad: la libertad como libre arbitrio y como autodeterminación en ra-
::.ándel hien. Gracias al libre arbitrio escogemos entre diversas posibilidades mejores y
peores. Hoy no puede haber mejor imagen de esta libertad que las posibilidades de
elección que ofrece un supermercado. Pero existe una libertad más profunda y que es la
que determina en última instancia la felicidad de las personas: la libertad de todas aque-
llas cosas que nos esclavizan (dinero, status, trabas psicológicas, culpa, etc.), para es-
coger y amar bienes verdaderos (los hijos, la esposa, el bien común, etc.). En tanto el
libre arbitrio no se verifique como elección de bienes auténticos, nuestra sociedad vaga
errática de la mano de la propaganda y del mercado. El sentido de la vida, en su versión
liberal, es consumir, sacar partido del prójimo y si es el caso aprovecharse de él. El
sentido de la vida en su nivel más auténtico es "consumirse" y "ser consumido" por
amor a los demás.
Jesús ha gozado de libertad plena, de ambas libertades. Pero en su caso es tanto lo
que Jesús ama la voluntad de su Padre, consistente en el predominio de su inmensa
bondad, que no ha podido elegir otra cosa que dar su vida por amor. El amor es el
sentido más profundo de su vida y también de la nuestra. ¿Acaso podremos convencer a
un enamorado emperdernido que su querida no le conviene, que mejor piense en otra?
Imposible. A mayor amor menor posibilidad de escoger otras posibilidades. Es esta una
gran paradoja, porque nadie es más libre que el que se hace esclavo por amor. Jesús, en
tanto acata la voluntad de su Padre, es el "siervo"; y en la medida que lo ha hecho
libremente, ha llegado a ser el "Señor". En teoría, por compartir nuestra libertad Jesús
ha podido ceder a la tentación de abandonar su misión; en la práctica, por su amor
extraordinario a Dios y a nosotros, no lo ha podido jamás.
Jesús fue libre, pero sobre todo llegó a serlo. Esta es la verdad oculta de su
sufrimiento, pasión incomprensible a la mirada superficial, a la del liberalismo ya la de
los que a menudo administramos su gloria olvidando nuestra propia falibilidad. Jesús
no se acopló mecánica sino trabajosamente a la voluntad de su Padre. La perfección de
su humanidad estriba en su obediencia dolorosa (Hb 5, 7-9). Su compasión de la gente
agobiada por la enfermedad, la miseria y la exclusión, su independeneia familiar y
sociaL su celibato meritorio, participar de nuestro pecado sufriéndolo y no causándolo,
su grito en la cruz al cabo de su fidelidad extrema, revela la condición divina de Jesús y
las características distintivas de Dios.
Hasta aquí hemos estirado al máximo la prueba de la perfección de la humanidad
de Jesús en la perspectiva de la Encarnación, desemboeando en el Misterio Pacual cuya
fe constituye, sin embargo, el punto de partida genético de la fe en la humanización del
Hijo de Dios.

11. LA MISERICORDIA DE JESUS

Hemos argumentado como si fuese necesario probar que Jesús fue hombre. Si
esta óptica es comprensible entre los fieles creyentes absortos en la sublimidad del
170 JORGE COSTADOAT CARRASCO

Señor, ella suele ser incomprendida por la mentalidad contemporánea que se pregunta
más bien cómo ha podido Jesús ser Dios. En adelante destacamos cómo la perfección
de la humanidad de Jesús no consiste principalmente en haber compartido en todo
nuestra naturaleza humana, sino en haberla puesto en juego hasta la muerte, revelando
de este modo cuál es su sentido e, indirectamente, cómo es el Dios que promueve su
realización definitiva. La maduración de la fe cristológica en el Nuevo Testamento ha
ocurrido de acuerdo a este movimiento: de la fe en la divinización del hombre Jesús se
llegó a concluir la humanización del Hijo de Dios. Al reentroncar con esta experiencia
fundamental de la comunidad cristiana primitiva nos acercamos mejor a nuestros con-
temporáneos para dar razón no sólo de la divinidad del hombre Jesús, sino sobre todo
del significado último del hecho de ser hombre.
En el lenguaje corriente se dice de alguno ser muy "humano" no porque cuente
con los dones fundamentales de la naturaleza humana, conciencia y libertad, sino por su
cercanía a las personas, su trato cordial, su tolerancia, su acogida, su capacidad de
comprender y perdonar sin condiciones. "Humano" porque, sin ser cómplice, se
involucra con las penalidades del prójimo y, para ayudarlo a superarlas, comparte su
destino. Este concepto de humanidad se aplica a Jesús por antonomasia, ya que su
misma identidad se ha revelado tras su identificación con el hombre hasta el colmo de
su miseria. Es más, no extrañaría que el modo de ser humano de Jesús haya dado origen
al concepto mismo. En otras palabras, si asumiendo una psicología humana con todas
sus posibilidades y limitaciones Jesús es uno más de nosotros, en tanto hizo entrar
personalmente en la historia el amor compasivo de Dios no fue uno más, sino el mejor
de todos. La actitud benévola y liberadora de Jesús hacia los postergados de su tiempo
alaba a Dios y revela que El no es inconmovible, sino justo y bondadoso, ¡que El no es
el causante del sufrimiento del mundo!, y que el hombre alcanza su fin último aseme-
jándose a Aquel que lo ha hecho a su propia imagen. La misericordia de Jesús revela el
sentido último de la misma humanidad. Es Jesús misericordioso y no el promedio de los
hombres lo que determina qué significa "ser humano".
Jesús no se predicó a sí mismo. Jesús centró su predicación en el anuncio del
reinado de Dios. Lo que en pocas palabras quiere decir que Jesús puso a Dios como el
centro de todo. Joaquim Gnilka, un destacado experto en el Nuevo Testamento, afirma
que este Reino trata de la cercanía de la bondad inaudita e incomprensible de Dios (13).
Jesús vivió para su Padre y para el reinado de la bondad de su Padre entre nosotros (Mc
1, 14-15).
Jesús hizo presente el Reino con su predicación, su actuación y su misma perso-
na, en tanto su humanidad entró en contacto profundo con la "inhumanidad" de la
pobreza y del pecado. Podrá discutirse entre los exégetas quiénes son los primeros
destinatarios del Reino, si los pobres o los pecadores, pero no cabe discusión sobre el
carácter antievangélico de la miseria y del pecado. Ni éste como causa ni aquélla como
consecuencia completan la humanidad: la degradan.

(13) jOAQllfM GNILKA. JeslÍs de NOZMe/. Mellsilje e historio. Herder. Barcelona. 1993. pp. 121, 134.
CARACTERISTICAS y ALCANCES DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO 171

Jesús predicó el Reino a los pobres (Lc 4, 14-19; 6, 20; 7, 18-22). El nacimiento
pobre de Jesús en Belén no es un dato circunstancial de su vida, sino que constituye
todo un símbolo de una humanidad compartida con los preferidos de Dios (Lc 1, 46-
56). Jesús se identificó con los pobres en una miseria que en todo tiempo es un pecado,
jamás una etapa de la humanización. Los "pobres de espíritu" como Jesús alcanzan la
perfección evangélica más que en no cometer errores, más que en no experimentar la
duda y el sufrimiento, conmoviéndose, confundiéndose con los que nada más participan
de los despojos de la creación y actuando en favor de ellos. La perfección evangélica no
margina a los que pesan, a los inútiles, amar incluso al enemigo, consiste en ser "mise-
ricordiosos como Dios es misericordioso" (Lc 6, 36; cf. Mt 5, 43-48).
Jesús también ofreció el Reino a los despreciados, por pecadores, aquellos que no
estaban en condiciones de cumplir con el moralismo farisaico y a los que violaban la
Ley sin más (Lc 5, 29-32; 15, 1-2). Prueba de la gratuidad del Reino es que se ofrece
precisamente a quienes no tienen ni bienes ni obras que intercambiar por él. Pero Jesús
va todavía más lejos. Sin abolir la Ley, trasgrede la Ley cuando su rigidez atenta contra
su sentido originario. Así enseñó Jesús a la mujer adúltera y a sus acusadores que la
compasión es más divina que las estipulaciones penales (In 8, 1-11). Aún más, siendo
que la Ley mosaica autorizaba el divorcio unilateral del hombre respecto de la mujer,
Jesús corrige la Ley para acabar con esta injusticia (Mt 19, 1-9). Si la Encarnación ha
sido necesaria para que alguien cumpliera la Ley en su integridad, y de este modo
glori ricara a Dios como lo merece, la Ley y cualquiera norma son del todo insuficien-
tes. Peor aún, toda vez que se invoca la objetividad de la Ley con menoscabo del
discernimiento y creatividad personales, se hace vana la Encarnación y la muerte del
hombre lihre Jesús, vana la efusión del Espíritu y el Espíritu en su razón de ser. Pues si
la Ley por sí misma hubiese podido crear relaciones libres y amorosas, si la Ley de
Israel no se hubiera desvirtuado dando lugar a un sistema religioso y social inhumano,
la experiencia personal de perdón y filiación de Dios inaugurada en Jesucristo sería
superflua.
Nada ilustra mejor la humanidad de Jesús que los amigos que tuvo y los lugares
que frecuentó. Se rodeó del /umpen de su época y se dejó seguir por él y las multitudes
miserables que le pedían o agradecían un milagro. A sus discípulos los escogió de entre
todo tipo de personas, principalmente gente humilde. Tuvo incluso discípulas (Lc 8,
1-3). hecho insólito en cualquier sabio de la antigüedad. Se le acusó de "comilón y
horracho" porque tomaba y hehía con la gente mal afamada, y se lo despreció por co-
dearse con puhlicanos y dejarse acariciar por prostitutas (Lc 7, 33-35 Y 36-50). En este
ambiente cultural, comer con otro significaba compartir con él la bendición de Dios.
Jesús la compartió con los pecadores y los pobres: con los "malditos". Estos encuentros
y estas comilonas habrían de ser fundamento de la Eucaristía, sacramento por excelen-
cia de la reconciliación de Dios con la humanidad caída.
Pero no es que Jesús se haya sumergido en los bajos fondos de la sociedad para
refocilarse en ellos y proclamar su legitimidad. Sucede que el misterio de la Encarna-
ción se verifica muy por dentro y no por encima de la historia humana, desde fuera,
desde arriha y autoritariamente, como si fuese posible rescatarla sin contaminarse con
ella, pretendiendo liberarla del dolor sin compartir su dolor y sin sufrir. Jesús "manso y
humilde de corazón" (Mt 11, 29), como un pobre, inaugura el Reino liberando de unos
y otros males, pero sin suprimir en sus beneficiarios la inexcusable respuesta personal.
172 JORGE COSTA[)OAT CARRASCO

Si la bendición del Reino no se impone a los pobres, mas requiere de ellos la aceptación
voluntaria, la maldición de Jesús a los ricos ha de entenderse no como una condena (Lc
6,24-26), sino como el último llamado al arrepentimiento que Dios les dirige a lo largo
de toda la Sagrada Escritura. Esta parece ser la principal diferencia entre el mesianismo
de Cristo y el mesianismo político que haría predominar la causa justa de la liberación
nacional por el antiguo recurso a la violencia. Esta es también la diferencia con Caifás
que recomendaba eliminar a Jesús por el bien del orden establecido (Jn 11, 50).
El mesianismo de Jesús fue diverso de los mesianismos mundanos, distinto del
despotismq de los monarcas antiguos tanto como de las modernizaciones raciona-
lizadoras actuales. La propuesta de Jesús de la prevalencia de Dios no aparecería en la
historia sin sus destinatarios, a la fuerza, pero tampoco sin hacer suyas las consecuen-
cias de su rechazo y el misterio del mal puro y simple. Jesús, el Cristo, representa la
realización de la libertad histórica. En la medida que Jesús pretendió derechamente la
erradicación del egoísmo, la injusticia, la mentira y todo tipo de crueldades, no tuvo
más alternativa que perfeccionar el cumplimiento de su misión como el Siervo humilde
y sufriente de Isaías que eliminaría el mal cargando con él. En tanto quiso Cristo
subvertir la religiosidad de su época, rebelándose contra la distorsión de la Ley y del
Templo, debió atenerse a las consecuencias. Su muerte violenta no fue una casualidad.
Su muerte "era necesaria" (Lc 24, 26), es decir, inevitable porque querida. Que la hayan
querido los que lo mataron constituye un hecho contingente, aun cuando sea expresión
de un mysferium iniquitafis irreductible. Esta muerte era necesaria porque Dios Padre la
quiso como expresión de un amor sin condiciones, extremo por el hombre; porque
Jesús quiso y optó por cumplir la voluntad de su Padre hasta compartir la muerte
humana en todo su abandono, hasta penetrar en la impersonalidad atroz del infierno,
desnudo, despojado, con la sola esperanza en que el Dios de la vida colmaría ese reino
de soledad con la calidez de su Espíritu. Desde entonces la perfección humana auténtica
se expresa en la cruz y por la cruz se encamina a la realización última de la resu-
rrección.
La experiencia que los discípulos del Señor hicieron de este mesianismo del amor
crucificado reveló a ellos que la bondad de Dios está muy por encima de los cálculos y
las instituciones, y que se participa de ella con la misma humildad con que Jesús es
Pobre desde la eternidad y Hombre para siempre.
Jesucristo es el hombre. El Espíritu Santo extiende en la historia lo sucedido con
Jesús, porque Dios salva la humanidad con el hombre Jesús, pero no sin nosotros,
nuestra opción libre y nuestra lucha.

CONCLUSION

No para salvarnos de la humanidad sino de la "inhumanidad", Dios ha entrado en


la historia como un hombre verdadero y el mejor de los hombres. Las reticencias a
aceptar que Jesús es hombre más que salvaguarda de la fe, son expresiones de fe
heterodoxa. Nuestra salvación depende de que reconozcamos al Hijo en el hombre
Jesús y, además, en toda humanidad en la que el Espíritu del resucitado prolonga su
presencia.
CARACTERISTICAS y ALCANCES DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO ID

Contra quienes privilegiaron la divinidad de Cristo sobre su humanidad, la Iglesia


defini<í la integridad de su ser hombre en todos los sentidos de la palabra: Jesús es igual
a nosotros en todo, a di ferencia de lo que nos hace menos hombres y no más hombres,
el pecado. Ni en Jesús ni en nosotros la divinidad prevalece con perjuicio de nuestra
humanidad, todo lo contrario: Dios es la condición absoluta de la realización definitiva
dc todas las crcaturas. Si por la unión hipostática Jesús adhiere amorosamente a su
Padre en el Espíritu y por ella su realidad humana creada alcanza una perfección jamás
igualada, de modo semejante de nuestra mayor unión con Dios depende precisamente
nuestra felicidad. Dios no es un enemigo del hombre, como ha creído a menudo la
Modernidad. Pero tal ve/. la Modernidad no logra entender por qué tantas veces la
religión defiende el honor y los derechos de Dios en desmedro de la dignidad y el
crecimiento humanos.
Sin embargo, la perspectiva abstracta que establece la humanidad de Jesús a partir
de la autenticidad de la Encarnación queda corta para explicar el misterio humano de
Jesús y, de paso, para asestar la crítica teológica más seria a los "humanismos inhuma-
nos" quc racionalizan la injusticia y la manipulación de las personas en nombre de
proyectos de progreso futuro. La perspectiva descendente no basta. Si no pensamos a
Dios y al hombre a partir de Jesús de Nazaret, si lo hacemos sólo desde el intento
teórico por salvaguardar la unidad de las naturalezas, será imposible evitar el riesgo de
afirmar que Jesús es Dios con menoscabo de su humanidad y de la nuestra. La compa-
ración de las naturalezas, una eterna y otra creada, se traduce en hacerlas competir, ¡y
cómo podría el ser humano competir con Dios! Es preciso retomar la senda de la
evolución del dogma cristológico de acuerdo a la cual Jesús llegó a ser hombre cabal y
Cristo por su obediencia histórica, por su cruz y su resurrección: en breve, por ser
sacramento de la misericordia de Dios. Porque Jesús no pecó y nada más porque no
pecó, siendo inocente y compasivo, sahemos que Dios es bueno y jamás ambiguo como
en las religiones dualistas, que ningún daño a la humanidad puede tolerarse en su
nomhre. Por Jesucristo conocemos la divinidad infinitamente mejor de lo que conoce-
mos a Jesucristo por la divinidad, porque es El quien corrige nuestra idea de Dios y
nuestras idolatrías.
En definitiva, no basta creer en abstracto la identidad de naturaleza del resucitado
con nosotros. Es preciso tomar parte en su identificación histórica con la humanidad
caída, identificándose con su misión y el misterio de su cruz. Sólo caminando con Jesús
podremos reconocer al Señor resucitado y al Hijo de Dios. "Fe en Cristo significa, ante
todo. seguimiento de Jesús" (1on Sobrino) (14).
Jesucristo bondadoso y misericordioso, crucificado y resucitado es el Hombre.
"Cristo Jesús hombre" es el mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2, 5). Mientras
más parecidos seamos a este hombre, más razones habrá en este mundo deshumanizado
para creer que Dios es inocente y que nos ama.

( 1-+1 Jo" SOBRI';O . .!eslI,.,.¡sfo I¡/¡cwdol'. Ed. Trolla, Madrid, 1991. p. 27.
174 JORGE COSTAOOAT CARRASCO

RESUMEN

La humanidad del Hijo de Dios es un misterio, un misterio de la misericordia de Dios. La


perfección de la humanidad de Jesucristo consiste en haber compartido nuestra psicología
humana, pero sobre todo en haber puesto en juego todo su ser hasta las últimas consecuencias
en obediencia a su Padre y por amor de la humanidad caída. Jesús es un hombre como todo
hombre, a excepción de lo que corrompe la humanidad: el pecado. En Jesús se ha revelado que
Dios no compite contra la humanidad, sino contra la "inhumanidad". En la identificación de Jesús
con nosotros hasta la cruz se ha revelado la identidad de Dios y la identidad del hombre.

ABSTRACT

The humanity of the Son of God is a mystery, a mystery of the mercy of God. The
perfection of humanity in Jesus Christ consists in having shared our human psychology, but
above all in having risked all his being up to the ultimate consequences in obedience to His
Father and out of his lave for fallen humanity. Jesus is aman such as all men, except for that
which corrupts humanity: sin. In Jesus, it has been revealed that God does not compete against
humanity, but rather against "inhumanity". In the identification of Jesus with us even unto the
cross, the identity of God and the identity of humankind have been revealed.

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