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Hay que reconocer el esfuerzo que han hecho últimamente los teólogos por renovar la
teología del matrimonio. Se ha estudiado ampliamente la indisolubilidad y ahora se
busca dar una significación teológica a la realidad de la pareja, poniendo de relieve el
amor conyugal, cuya finalidad no se limita a la procreación. También desde hace unos
años se ha desarrollado la pastoral familiar, aunque a menudo ha sido más bien una
pastoral conyugal que se dirige, casi exclusivamente a la pareja, olvidando la dimensión
familiar. Este interés de la Iglesia por la familia se da en un momento en que bastantes
cristianos toman sus distancias ante la enseña nza oficial de la Iglesia, especialmente en
lo que concierne a la sexualidad y fecundidad; esto tendría que interrogar a quienes
ejercen el ministerio de la enseñanza en la Iglesia.
No se trata sólo de la regulación de la natalidad, del aumento de los divorcios entre los
católicos o de la cohabitación juvenil como transición al matrimonio. Más allá de estos
problemas que cuestionan el matrimonio tradicional, algunos llegan a preguntarse si el
matrimonio y la familia, tales como los comprende la Iglesia, representan realidades
posibles y deseables, o si son alienantes y como caricaturas de lo humano auténtico.
¿Se puede hablar de familia en singular? ¿Se puede presentar un único modelo de
familia a todos los pueblos? Cada vez resulta más ilusorio hablar de "la" familia y
presentar la teología de la familia como si sólo existiera bajo la forma "normar que
comprende padre, madre e hijos. Hay que admitir que las Iglesias occidentales han
ejercido a menudo un dominio cultural sobre otros pueblos.
Desde hace unos años la familia se ha visto modificada por el dominio creciente del
hombre sobre las condiciones de vida, especialmente en el campo de la fecundidad, que
ha provocado una revolución inédita para la mujer, desde que puede programar los
nacimientos, cambiando con ello la condición de la madre y originando un nuevo tipo
de relaciones hombre- mujer y una nueva visión de la familia. Nos encontramos,
también, ante una familia más restringida, con menos hijos y sin los abuelos en casa en
la mayoría de los casos. Ha aumentado el número de familias separadas y ha crecido el
número de mujeres y hombres que educan solos a sus hijos, como consecuencia del
divorcio o del abandono de un cónyuge. Hay que citar también a los divorciados,
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vueltos a casar, que aciertan en su segunda unión y que educan cristianamente a sus
hijos.
UN RECONOCIMIENTO OFICIAL
El Vaticano II reconoce que la familia es una especie de Iglesia, "la Iglesia doméstica".
Es la primera vez que el magisterio emplea esta expresión que ya encontramos en S.
Juan Crisóstomo. La familia es considerada como la célula, cuyo desarrollo constituye
la comunidad eclesial, el semillero de miembros de la Iglesia. Pero sobre todo, la
familia cristiana es considerada ya como una realización o un tipo de Iglesia a la que el
Concilio da el nombre de "Iglesia doméstica": "Es necesario que por la palabra y por el
ejemplo, en esta especie de Iglesia que es el hogar, los padres sean para sus hijos los
primeros heraldos de la fe, al servicio de la vocación propia de cada uno y muy
especialmente de su vocación sagrada". Es una especie de Iglesia porque en ella los
padres transmiten la fe a sus hijos y les permiten realizar su vocación.
En otras palabras, la familia no es una Iglesia porque ella contribuye a darle nuevos
miembros, sino porque los diversos aspectos de la Iglesia se encuentran en ella.
Los primeros cristianos de Jerusalén conocían dos tipos de reuniones: en el Templo para
la oración (Hch 2,46; 3,11; 5,12) y en las casas (kat'oikon) donde realizaban la fracción
del pan (2,46; 5,42). En este gesto que tenía lugar en las casas particulares, los cristianos
descubrían su identidad y tomaban, progresivamente, distancias con relación a la fe
judía.
Antes que los cristianos tuviesen sus edificios de culto, es cierto que la casa jugó un
gran papel en la evangelización, tanto por la acogida a los misioneros, como por la
hospitalidad a los cristianos necesitados y por el testimonio de la fe de sus miembros.
La evangelización se realiza continuamente en el cuadro doméstico y no es exagerado
afirmar que, en el orden de las instituciones, es la familia, ante todo, la que ha permitido
al Evangelio ser fermento en la masa. La casa ofrece recursos importantes para la
evangelización por la hospitalidad, las relaciones de parentesco y de vecindad, los
contactos de todo tipo. Y no hay que olvidar el lugar de las mujeres en el nacimiento de
las primeras comunidades. Por reunirse en las casas privadas, la mujer podía ejercer un
papel de acogimiento y una gran influencia sobre el clima espiritual de la comunidad
(cfr Rm 16,12 y Flp 4,2).
Durante los siglos II y III la casa familiar cede progresivamente su sitio a un lugar fijo
de reunión más amplio. También los responsables de la comunidad se reagrupan, e
incluso bajo la influencia del monacato, al principio del s. IV, guardan la ley del
celibato. La familia y la casa privada resultan cada vez menos importantes para la
organización de la Iglesia.
Juan Crisóstomo termina uno de sus sermones diciendo: "Haced, cada uno de vosotros,
de vuestra casa una Iglesia". Esta recomendación parece que entusiasmó a su auditorio
porque al día siguiente empieza su predicación con estas palabras: "Ayer, en efecto,
cuando yo os dije: "Que cada uno de vosotros haga de su casa una Iglesia", habéis dado
grandes aclamaciones de agrado". A menudo vuelve sobre el tema y anima a que
practiquen la hospitalidad, especialmente con los pobres y a que dirijan bien sus casas:
"Si administramos así nuestras casas, nos hacemos aptos para dirigir la Iglesia, porque
el hogar es una pequeña Iglesia". En el hogar encuentra los elementos importantes de la
Iglesia: la mesa de la Palabra, la hospitalidad, el testimonio de la fe, la presencia de
Cristo.
San Agustín, por su parte, asemeja el papel del padre al del obispo porque los dos son
responsables de la fe de una comunidad: "El nombre de Obispo significa el que vigila
desde arriba... Cada uno de vosotros, en su casa... debe considerarse como revestido de
las funciones de obispo para ver cuál es la fe de los que le están sometidos a fin de que
ninguno de ellos caiga en la herejía, ni su esposa, ni su hijo, ni su hija, ni su servidor,
porque han sido rescatados por un precio muy alto". Estos textos de Agustín sugieren
que se reconozca como un verdadero ministerio la misión de los padres de educar la fe
de sus hijos.
Iluminados por los textos del Nuevo Testamento y de la Iglesia Primitiva y los Padres,
vamos a presentar los diversos elementos que hacen de la familia una Iglesia. Son
realidades que encontramos de alguna manera en todo grupo cristiano, pero que en la
familia son vividas de manera especial.
NORMAN PROVENCHER
En una familia todos los miembros evangelizan y son evangelizados. "Allí, los esposos
encuentran su vocación propia: ser el uno para el otro y para los hijos testimonios de la
fe y del amor en Cristo" (Lumen Gentium). La Evangelii nuntiandi expresa bien lo que
acontece en la familia cristiana cuando afirma que los hijos comunican el Evangelio a
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sus padres. En efecto los hijos enseñan a orar y a hablar con Dios con un frescor y una
espontaneidad que reanima la fe de los padres. Y al mismo tiempo la familia cristiana
ejerce una irradiación al exterior: "se hace evangelizadora de muchas otras familias y
del medio donde está insertada" (Evangelii nuntiandi).
La familia cristiana es Iglesia en tanto que es el espacio vital donde la Buena Nueva
llega a las personas.
Aunque entre los judíos y al principio del cristianismo, cuando el culto se celebraba en
las casas particulares, la liturgia doméstica era muy amplia, ahora, en cambio, es
extremadamente reducida. El Vaticano II anima a la familia a ser "un santuario de la
Iglesia en la casa" por la oración en común. Como comunidad concreta en el interior de
la Iglesia, la familia tiene necesidad de expresar su relación de fe. Sea leyendo la Biblia
o una parte de la liturgia de las horas, en la comida, etc. Muchos acontecimientos son
susceptibles de ser celebrados en casa en un ambiente religioso: el nacimiento y
bautismo de un hijo, el traslado a una nueva casa, la muerte de un familiar. Son
prácticas todavía limitadas y habría que animar al desarrollo de una liturgia familiar que
asegurara a la familia la vitalidad de la fe y le permitiera identificarse como Iglesia
doméstica.
El matrimonio es considerado como el sacramento del amor del que los hijos son el
fruto. La familia se funda menos en el derecho que en el amor. La misión particular de
la familia es permitir al niño que viva el amor que le dé confianza en la vida. Los lazos
afectivos vividos en la familia son para él una referencia vital estable en la movilidad de
los lazos sociales y un lugar de humanización que lo abre progresivamente a la
reciprocidad, al don y a la libertad. En cuanto a los adultos, ellos se realizan en sus
relaciones de pareja y también en su experiencia de padres. La familia es como un crisol
donde el ser de cada miembro se constituye en la relación de amor a :los otros
miembros.
El amor en la familia, especialmente para los padres, es vivido a menudo como una
experiencia pascual. Dar la vida a un niño, y permitir que se haga adulto, implica para
los padres renunciar a una parte de ellos mismos. Los padres deben aceptar que no se
puede imponer al niño la imagen y la parte de ellos mismos que desearían ver
prolongada. Ellos mueren, por tanto, para que el hijo pueda vivir y así participan en la
pasión de Cristo.
Los padres ejercen su tarea y su autoridad como el que sirve (Lc 22,36). La mesa juega
el papel de símbolo de toda la vida familiar, donde el padre y la madre sirven a los
pequeños.
NORMAN PROVENCHER
El amor vivido en la pareja y en :la familia no es algo solamente psicológico, nos remite
a Dios, fuente de todo amor. "El acto conyugal mantiene y fortifica el amor, y su
fecundidad conduce a la pareja a su pleno desarrollo: se convierte en la imagen de Dios,
fuente de toda vida" (Pablo VI a los Equipos de Ntra. Señora). Y a través del amor y de
la ternura de los padres por los hijos, es ya el amor divino el que "hace nacer y abrirse
en él su ser de hijos de Dios" (ibidem). Los padres son, pues, como los ministros de la
gracia de Dios y su amor y autoridad tienen en él su fuente.
El amor y el servicio de los padres contribuye de una manera concreta a hacer surgir la
Iglesia en un medio humano muy determinado.
Una vez que hemos visto cómo la familia realiza, a su manera, los diversos aspectos de
la Iglesia, conviene que nos fijemos también en sus límites.
La Iglesia doméstica perdura durante toda la vida de la pareja, pero los hijos son
llamados a formar su propio hogar o a vivir el celibato. Las familias no son más que una
forma de comunidad, entre otras, en la Iglesia. Son unas células de la Iglesia que se
regeneran continuamente. Se trata de una comunidad provisional.
Y aunque sea una Iglesia no puede existir cerrándose sobre sí misma. Ha de estar abierta
a otros espacios de Iglesia donde encontrará una identidad eclesial complementaria y
enriquecedora. La fe la inserta en una comunidad más vasta donde debe integrarse para
poder tener parte de toda la riqueza de la verdad revelada. La caridad la estimula a ir a
los otros para ayudarlos y compartir. La esperanza, vivida desde una comunidad más
amplia, tiene más facilidad de ser fuerte en las dificultades. Y, a la vez, es en la
comunidad con el obispo o sus sacerdotes como la familia celebra los sacramentos, y en
particular, la Eucaristía; es en esta comunidad más grande como se experimenta la
catolicidad de la Iglesia. Se trata de una comunidad que ha de estar en comunión con la
Iglesia.
CONCLUSIÓN
Este ensayo ha querido mostrar en qué sentido la familia cristiana puede llevar el titulo
de Iglesia doméstica que le dan el Vaticano II y Pablo VI, siguiendo a San Juan
Crisóstomo. No se trata de una simple imagen o de una vaga comparación, útiles para
NORMAN PROVENCHER
animar la vida cristiana de las familias. Sin ser una Iglesia local o particular, la familia
cristiana es una verdadera célula de Iglesia. Encontramos en ella diversas realidades que
son esenciales a la constitución misma de la Iglesia entera: la presencia de Cristo, la
misión de evangelización, la vida de oración y de caridad. Representa, de alguna
manera, una unidad fundamental de la Iglesia, y realiza su presencia concreta en un
medio determinado.
Hemos de admitir, con todo, que la familia no es siempre una realidad perfecta y
acabada. A menudo es un proyecto, un poco como cualquier comunidad cristiana, como
la Iglesia misma.