Sie sind auf Seite 1von 8

Pensar el silencio.

Reflexiones para educar


contra la barbarie

Alejandro Martínez Rodríguez


Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SEIPAZ)

Resumen
Durante los últimos años se han publicado varios trabajos orientados a considerar la relación
entre el aparato teórico gestado en torno a la filosofía del Holocausto y su posible aplicación a teo-
rías de la justicia y de la educación. El presente texto, haciendo pie en algunas de estas publicacio-
nes, traza un itinerario histórico desde el nuevo concepto de memoria hasta su posible aplicación
en la didáctica y en la educación.
Palabras clave: Memoria; Historia; Justicia; Responsabilidad; Ética; Filosofía.

Abstract
Thinking the silence. Educating against barbarism. Some reflections
Some works published along latest decades focus the attention on the relationship between
ideas on Holocaust’s philosophy and its application on justice and education theories. This paper
takes into account some of these known achievements for historically study the new concept of
memory and its employment in teaching and education.
Keywords: Memory; History; Justice; Responsibility; Ethics; Philosophy.

Historia con memoria que fue realmente desde mediados del siglo
XX, con todo el desarrollo metodológico de
La Historia, con mayúsculas, entendida las ciencias sociales, y muy especialmente
como disciplina académica, cerró el siglo con la imprescindible contribución de la his-
XIX como un discurso narrativo que era sos- toriografía marxista, cuando se desacreditó
tenido meramente como res gestae, al modo consciente y decididamente ese discurso de-
grecolatino, en evidente imbricación con los cimonónico heredado. Si bien lentamente, se
requerimientos de una representación legi- implantó entonces la percepción, en el seno
timadora del poder establecido y aludiendo de la profesión historiográfica, de que narrar
a una nunca bien fundada objetividad, más el pasado podía contribuir de algún modo a
soñada y presupuesta que metodológica- cambiar el estado de cosas presente. Había
mente lograda. Lo cierto es que poco des- una conexión, todavía no bien definida, en-
pués, ya en las primeras décadas del siglo tre tomar consciencia de la intencionalidad
XX, tuvo lugar una evidente evolución en no expresada en el ejercicio historiográfico y
los citados métodos más que en los conte- la posibilidad de dotar a éste de un alcance
nidos del discurso historiográfico. Se pasó político y moral de carácter reivindicativo.
así, en un primer momento, con la Escuela El ejercicio historiográfico se planteaba en
de los Annales, de la mera historia política un determinado contexto, con el que irreme-
hacia una historia más bien social y econó- diablemente debía mantener un diálogo. La
mica, si bien de nuevo más en sus pretensio- Historia no trataba tanto pues con aconteci-
nes que en sus contenidos y resultados. Y es mientos ya cerrados, con asuntos clausura-

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013), pp. 159-166 - 159 -


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

dos, con sujetos muertos, sino con el entra- de la imaginación escasamente reconocido
mado político y moral de un contexto pre- (White, 2003; Jenkins, 2009).
sente, con la fundamentación misma de la Pero de algún modo todo este viraje des-
realidad contemporánea. Y así, la narración crito fue un giro meramente metodológico,
histórica dejó de ser, con el paso del tiempo, tras el que no había una reflexión lo suficien-
una mera representación para convertirse en temente meditada y consciente sobre el cala-
un artefacto de carácter productivo. do ideológico de cuanto significa el ejercicio
Más tarde, y en continuidad con esto, la historiográfico. Y es que la narración histó-
progresiva implantación de un paradigma rica no es inocente y aséptica, como antes
postmoderno de estudios culturales, con mencionábamos. Al contrario, escoge, nom-
nuevos fundamentos críticos, dio lugar a un bra y ordena un conjunto de hechos y prota-
replanteamiento casi total de lo que signi- gonistas, en torno a un hilo conductor, for-
ficaba narrar la historia, hasta el punto de zosamente ideologizado y por tanto parcial.
ponerse en entredicho la consistencia de la Muy al contrario, paradójicamente, los his-
historiografía misma, entendida como un toriadores siguen hoy resistiéndose a con-
discurso de pretensiones científicas que se siderar que su trabajo no se asimila plena-
había asumido con naturalidad cuando era mente al de un científico de bata blanca que
en realidad un artificio cargado de semán- investiga entre pipetas. Y sin embargo, la
tica política. La Historia siempre fue políti- consciencia en torno al calado ideológico del
ca y por tanto siempre escondió algún tipo discurso histórico fue de hecho la clave para
de contenido ideológico, alguna intencio- que se desarrollara un concepto de memoria
nalidad tras la voz de sus presuntamente entendido precisamente como alternativa a
autorizados narradores. De hecho, fue con ese ejercicio tradicional de la Historia1. Y es
demasiada frecuencia el discurso que caía que no se trataba tan sólo de completar la
del lado de los vencedores, la narración que mera historia política con un estudio tam-
daba cuenta de sus gestas, hitos y victorias. bién de las condiciones económicas y socia-
Y por tanto no era, en modo alguno, un dis- les, etc., como pretendieron las corrientes
curso descriptivo con pretensiones asépti- renovadoras de principios de siglo. Se trata-
cas, por mucho que la Historia tendiera a ba, más bien, de sacar a la luz la historia de
verse a sí misma como una ciencia en sen- quienes no habían podido contarla. Habla-
tido estricto, al servicio de un ideal de ver- mos pues de una restitución moral: se trata-
dad. Así la historiografía del siglo XX, poco ba de revertir una injusticia narrativa. Y es
a poco, construyó un discurso alternativo y que a diferencia de esa res gestae, un discur-
crítico consigo misma, tendiendo su mirada, so de vencedores, los vencidos, las minorías,
progresivamente, hacia aquellos espacios fueron creando un mar de silencios cuyo eco
menos iluminados en el registro histórico por fortuna todavía resuena, hasta el punto
habitual (Iggers, 1998). Por último, y casi en de que podemos hablar ya de una historia
el otro extremo de este movimiento pendu- de los vencidos, de una memoria, tan histo-
lar, el narrativismo, producto de la aproxi- riográfica como política, que se ha esforza-
mación de la historiografía a ese citado do por dar voz a los que fueron silenciados
paradigma postmoderno, llegó a plantear por la Historia (Mate, 1991). De ahí que la
que el discurso historiográfico carecía de contraposición entre memoria e Historia no
una entidad científica propiamente dicha, ponga tan sólo sobre la mesa una suerte de
tratándose más bien de un género literario discusión metodológica, sino antes bien un
como tantos otros, con sus particularida- trasunto de fundamentación moral en torno
des, sí, pero también con una gran dosis de a algo tan naturalizado y asumido como la
ficción, metafórico y con un protagonismo narración historiográfica.

1 Una exposición más pormenorizada de la evolución del concepto de memoria durante el siglo XX puede
encontrarse en el epígrafe “3. La memoria y el siglo XX” dentro del primer capítulo de mi trabajo La paz y
la memoria (Martínez Rodríguez, 2011a).

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 160 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

En cualquier caso, esta citada y a menu- constante, apuntando siempre hacia el futu-
do manida contraposición entre memoria e ro, como una flecha. Al contrario, el tiempo,
Historia debe matizarse, porque las ciencias como diría Walter Benjamin, es dialéctico y
históricas ya han asumido en buena parte de algún modo esa línea antes homogénea
este giro teórico, ya sea en términos meto- presenta ahora fisuras, huecos, espacios por
dológicos o en términos de fundamenta- los que otro pasado respira y a través de los
ción, de tal modo que la Historia que hoy se que es posible revertir su direccionalidad
practica en las universidades y en las aulas unívoca (Mate, 2006). De tal modo que nos
es ya de un modo u otro una Historia con reencontramos aquí y allá con intersticios
memoria (Cuesta, 2011). Una Historia, pues, por los que el olvido y el silencio todavía se
a enorme distancia de la Historia al modo dejan palpar, como esperando que alguien
decimonónico a la que al principio aludi- tome cuenta de su aliento y lo atienda. Eso
mos, anquilosada en su método y cómplice es lo que convierte al ejercicio de la memoria
en su legitimación política. Aunque quedan en un revulsivo político, capaz de aportar
excepciones, afortunadamente el relato his- un tinte revolucionario a un ejercicio, el de
tórico contemporáneo no es ya esa res gestae la narración histórica, que en falso renuncio
de los vencedores, sino un conjunto mucho a su contenido ideológico, se había acomo-
más complejo, elaborado y plural de relatos, dado tras el engañoso espejismo de un oficio
complementarios e incluso contrapuestos, de bata blanca. Este empoderamiento es lo
de un modo u otro al servicio de un ideal que alguna vez hemos denominado como
moral de reparación y justicia. “capitalizar la experiencia” (Martínez Rodrí-
guez, 2011b). Y es que el concepto de tiempo
asumido tras la modernidad era cómplice
Justicia y memoria: recordar como de una determinada ordenación moral y
redimir2 política. Hablamos de un tiempo lineal, im-
placable, casi condenatorio, que sanciona
Como subrayábamos antes, a diferencia conforme transcurre, escogiendo qué sea
de la Historia, la memoria es consciente de digno de rememorarse tan sólo conforme a
que el ejercicio historiográfico tiene en sus su fuerza para imponerse en el devenir de
manos un artefacto moral. Toda narración es los acontecimientos. A cambio, una concep-
un ejercicio moral, de hecho, porque el mero ción mesiánica del tiempo nos sitúa ante un
nombrar implica una decisión, una intencio- marco totalmente alternativo en el que la
nalidad, una voluntad, etc.3 La narración es apertura sustituye a la linealidad. El tiempo
el resultado de un sujeto consciente que se- mesiánico es un tiempo sobre el que cabe
lecciona tanto lo que ilumina como aquello la soberanía. Es un tiempo político, poié-
que deja en penumbra en su composición de tico, productivo. Es nuestro tiempo, recae
los hechos. Dicho de otra manera: la memo- en nuestras manos, y de nosotros depende
ria asume que la narración histórica puede articularlo para que sea artificio de justicia
contribuir a hacer justicia, iluminando y y reparación moral. Es por tanto el tiempo
dando voz allí donde antes hubo oscuridad de la posibilidad, de la verdad, y al mismo
y silencio. De hecho existe un nexo entre tiempo implica una responsabilidad inédita
cómo presentemos el pasado y la posibili- anteriormente, ya que jamás habíamos sido
dad o no de que sus heridas se rediman. A conscientes de jugarnos tanto en el relato
este respecto, el tiempo, tal y como lo pien- historiográfico (Martínez Rodríguez, 2011c).
sa la teoría de la memoria, no es una línea En línea con esto, la tan manida idea de
continua que sigue el aliento de un vector una “verdad histórica” remite a una visión

2 Sobre este nexo temático véase Sucasas y Zamora (2010) y Zamora y Mate (2011).
3 Igualmente, sobre el trasunto moral que implica el discurso historiográfico, véase el epígrafe “1. La histo-
ria como posguerra” del primer capítulo de La paz y la memoria (Martínez Rodríguez, 2011a).

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 161 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

sin aristas del pasado, cuando sin embargo Hoy prima el relato en primera persona de
éste se revela cada vez más como un trasun- los que protagonizaron la realidad y nos la
to poliédrico, lleno de puntos de vista que se han traslado por unos medios u otros. Esto
componen y contribuyen de hecho a gene- supone, desde luego, toda una revolución
rar una “verdad histórica” que es más rica y en las fuentes que suministran el material
más compleja en tanto en cuanto integra esa epistemológico para la narración histórica.
diversidad como parte sustancial de su re- Voces que antes carecían de interés, crédito
lato. Por otro lado, la narración histórica se o legitimidad ante la pluma del historiador
compuso a menudo como un relato especu- son ahora precisamente el foco principal de
lar que cobraba sentido en la medida en que su atención, por la complementariedad que
retrataba a una alteridad de rasgos precisos implica su discurso, originado a menudo en
contra la que sostener su propia identidad los márgenes, en zonas de claroscuro, don-
(Hartog, 2002). Y es que no podemos olvidar de la experiencia del silencio obliga a una
que el pasado es uno de los sustratos funda- elaboración distinta del recuerdo. Pensar el
mentales de eso tan complejo y tan funda- silencio es sin duda, hoy en día, la principal
mental que denominamos identidad. Lo que tarea de la historiografía. Y asumir, con ello,
seamos depende directamente de lo que fui- que su ejercicio no es ya en modo alguno un
mos. O mejor dicho, de lo que seamos capa- asunto académico digno de libros y congre-
ces de sostener, inventar, recrear o imaginar sos. El historiador ya no trabaja con la vida
que fuimos. La identidad se articula de he- clausurada y quieta de los muertos sino con
cho como una continuidad en torno a un eje la experiencia viva, sensible y susceptible de
temporal que la sostiene y la fundamenta. Y los vivos, en los que el pasado se mantiene
en este sentido, como apuntaba el narrati- despierto.
vismo, hay una dosis enorme de ficción en la Durante siglos se asimiló en cierta ma-
elaboración de las narrativas históricas, que nera la figura del historiador a la figura del
redibujan los hechos casi a placer, buscando juez, en la medida en que el responsable de
su encaje en una lógica que dote de sentido a un relato historiográfico sancionaba qué
su presente estado de cosas. De nuevo la na- debía formar parte o no de la Historia. El
rración histórica es un asunto moral, siem- historiador impartía justicia escogiendo los
pre ligado a la intencionalidad y al contexto protagonistas de su relato. Hoy diríamos
de quienes lo sostienen. más bien que impartía injusticia, al escoger
La idea de un discurso histórico plural, generalmente de forma interesada y cómpli-
donde conviven voces complementarias e ce los hilos que integraban su composición.
incluso a menudo contrapuestas, es indiso- Por eso a día de hoy la reflexión moral sobre
ciable del nexo entre la idea de verdad histó- el ejercicio historiográfico retoma, aunque
rica y el concepto de experiencia. Y es que se en un sentido netamente contrario, la posi-
ha abandonado ya el esquema que hacía de bilidad de hacer justicia mediante el relato
la representación historiográfica una cons- histórico. El historiador vuelve a ser juez, sí,
trucción objetiva en manos de un profesional pero no al sancionar arbitrariamente sobre el
autorizado. La Historia es ahora la memoria pasado, sino haciendo suyo ese citado alien-
de quienes han tenido una experiencia en el to mesiánico que permite reabrir heridas ce-
pasado y prolongan su vivencia rememo- rradas en falso o devolver la voz a quien fue
rándola e integrándola en el discurso que da precisamente acallado por la historiografía
sentido a su identidad contemporánea. Es la de antaño. La Historia decimonónica juz-
idea de la Historia vista como memoria de gaba; hoy la historiografía pone su relato al
testigos, víctimas y verdugos. Así, la verdad servicio de la justicia y la reparación. El giro
histórica se compone de experiencias y no es tan notable como evidente.
ya de distantes y lejanos puntos de vista en Asistimos así ante el desvelamiento de
manos de académicos. La Historia comienza un nuevo régimen de verdad a la hora de
con sus protagonistas y no tanto con la figu- evaluar el fundamento del discurso histo-
ra clásica del istor, de ese testigo que narra- riográfico, abierto ahora a una pluralidad
ba la experiencia ajena en tercera persona. discursiva antes inédita y marcada además

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 162 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

con un sentido netamente político. Si bien procedimiento contemplativo, una narra-


la historiografía clásica servía sobre todo al ción sin ideología, meramente descriptiva,
ejercicio de definición y fundamentación de para convertirse en un artefacto intencional
una determinada identidad política, hoy no y de alcance revolucionario, en conexión
cabe sino asumir la evidencia de una plura- con ese aliento mesiánico que apuntábamos.
lidad desbordante, no ya sólo visible en las Podría decirse que contar la historia es el
calles, sino evidente asimismo en nuestros primer modo de cambiar la historia. Y por
parlamentos y en nuestras aulas. Un mundo tanto, los historiadores tienen también en su
plural requiere una historiografía plural que mano dar pie a cierto ejercicio de la justicia,
haga suyo un nuevo concepto de la iden- no meramente simbólico, conforme sea el al-
tidad, no ya tan marcadamente especular, cance de su labor. No hablamos, por supues-
sino en constante interrelación y diálogo con to, de una justicia penal, pero sí de una jus-
la alteridad. Si bien durante siglos la historia ticia epistemológica que a veces da lugar a
se construía frente a un otro, hoy aspiramos procesos de reparación y rehabilitación en el
más bien a un constante juego de espejos en plano de los tribunales. Sin una conciencia
el que puntos de vista a veces contrapuestos plena del contenido ideológico que articula
se reflejan y reconocen sus distancias e in- el discurso narrativo historiográfico sería in-
suficiencia, hasta el punto de servir el relato viable este alcance que mencionamos.
historiográfico como principio de una repa-
ración moral a veces inimaginada. Y es que
ante un conflicto pasado, incluso reciente, El imperativo anamnético: educar
cabe hoy sostener puntos de vista contra- contra la barbarie
puestos e igualmente válidos porque son
de hecho las vivencias concretas de sujetos Así las cosas, el ejercicio del recuerdo es
concretos. Un conflicto no es nunca una rea- ya mucho más que un discurso destinado
lidad unilateral en la que una parte lleva la a dormir el sueño de estantes y bibliotecas,
razón y por tanto tiene el derecho a imponer a cantar las gestas y grandezas de los pro-
su narrativa, mientras que la otra parte care- tagonistas más renombrados. La Historia
ce de voz y autoridad moral para ofrecer el está hoy, más que nunca, en las calles y sus
discurso de su experiencia. Sin caer en una protagonistas son sobre todo las víctimas,
exposición idealista, lo cierto es que a día de los silenciados, los parias de su relato. Y
hoy es posible plantear a cada actor implica- hay mucho de desobediencia civil en una
do en un conflicto que su relato del mismo orientación redentorista del discurso his-
es tan sólo un fragmento, y por tanto una tórico. En este sentido, conviene recordar
visión parcial, de lo acontecido. La verdad que la filosofía ha elaborado un conjunto
histórica no reside en ningún sitio concreto de reflexiones al hilo del acontecimiento
y al mismo tiempo está en todas partes. extremo del Holocausto, entendido como
Como hemos repetido en varias ocasio- la sima última de nuestro comportamiento
nes, la historiografía decimonónica era polí- como civilización, el punto más bajo en el
tica, sí, pero por mor de su complicidad con que nuestra cultura se transmutó en barba-
el orden establecido. La historiografía que rie (Calcerá, 2011). Después de Auschwitz
hace suya la evidencia de la memoria es po- apenas nada podía mantenerse tal y como
lítica, sí, pero premeditadamente y hacien- había sido antes de ese acontecimiento fi-
do suyo un aliento redentor, una vocación nal. El Holocausto se yergue pues en el ima-
revolucionaria y convirtiendo así su relato ginario colectivo como un acontecimiento
histórico en un ejercicio de empoderamien- que nos requiere constantemente permane-
to y de justicia, mediante un nombrar que cer vigilantes en el esfuerzo por evitar cual-
recuerda y redime. Es a través de este ejerci- quier atisbo de repetición de tal barbarie.
cio, una suerte de juego de luces, en claros- Y no hablamos ya de evitar la posibilidad
curo, intentando enfocar aquellos espacios misma, efectiva, de una hecatombe de sus
del pasado que quedaron en penumbra, mismas proporciones, sino de cualquier
como el relato histórico deja de ser ya un barbarie a pequeña escala, las violencias

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 163 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

cotidianas, las exclusiones asumidas, etc. Educar en la responsabilidad


Y también, por supuesto, esa suerte de vio- histórica
lencia metafísica que se ejerce en el caso
del relato historiográfico, que a menudo De acuerdo con lo dicho hasta aquí, se
aniquila sujetos y experiencias mediante diría que del modo como pensemos nuestra
el perverso arte de no darles un nombre. relación con el pasado depende en buena
Surge así lo que se dio en llamar el impe- medida nuestra capacidad a la hora de de-
rativo anamnético, esto es, la obligación de sarrollar nuestra ciudadanía en un contex-
pensar el acontecimiento del Holocausto, to presente. El pasado es, de algún modo,
y con él toda relación con nuestro pasado, un material inflamable con el que podemos
bajo el imperativo de sentar las bases para y debemos tratar constantemente, siendo
que no se vuelva a repetir (Zamora, 2004). además un terreno privilegiado para de-
O dicho de otro modo: la obligación y ne- sarrollar un ejercicio de empoderamiento,
cesidad de aprehender el pasado encami- como decíamos, de toma de consciencia
nado a desactivar la barbarie. De nuevo, la de lo que significa y obliga asumir nuestra
Historia como un trasunto moral, antes que propia soberanía. Los sujetos y comunida-
nada. No se trata ya del tan manido adagio des pueden elaborar su identidad haciendo
que sugiere que hay que estudiar la histo- suyo un discurso propio sobre su pasado,
ria para intentar que no se repita. Eso suena no dejando ya su historia en manos de
hoy, como ayer, un tanto banal. El imperati- otros. Desentenderse del propio pasado es
vo anamnético nos apela en última instan- renunciar a un ejercicio de soberanía seme-
cia en un plano de soberanía. No se trata jante al que supone desentenderse de las
de estar alerta, vigilantes, para evitar la re- urnas electorales. La posibilidad misma de
petición de la barbarie. Se trata de lograr- contar nuestro pasado es ya una conquista
lo tomando las riendas del tiempo y de su irrenunciable de la que no queda sino res-
relato; se trata de apoderarse de la memo- ponsabilizarse. En este sentido, las aulas
ria, y con ella de nuestra identidad. Seamos son un espacio privilegiado para construir
ciudadanos o historiadores, somos respon- y desarrollar el nexo entre nuestro pensa-
sables del pasado que tenemos en la medi- miento de la historia y nuestra noción de la
da en que somos los encargados de sostener ciudadanía.
su relato. El pasado existe en la medida en Dos breves casos, ejemplos aleatorios
que lo reproducimos, lo reconstruimos y lo pero elocuentes, nos pueden ayudar a bajar
divulgamos. De ahí que debamos hacernos hasta las aulas el enfoque general aquí des-
cargo de ese imperativo anamnético antes crito y que se ha incorporado ya a las discu-
mencionado y que nos impulsa a vertebrar siones académicas:
el citado relato bajo unas coordenadas mo- a) Por un lado, el mapa multicultural que
rales muy específicas. El ejercicio del re- por fortuna enriquece las aulas de nuestro
cuerdo no es ya pues una mera opción, casi país es una ocasión espléndida para el desa-
poética, sino una obligación ciudadana, un rrollo de didácticas orientadas a desenmas-
deber político, una responsabilidad com- carar el contenido ideológico de cualquier
partida y por ello parte sustancial del tejido discurso histórico. Alumnos con orígenes
moral de una comunidad. En este sentido, sudamericanos, por ejemplo, pueden reivin-
paradójicamente, el único interés verosímil dicar, proponer y exponer en el aula un dis-
del estudio de la historia reside, no ya en curso menos sesgado e incluso alternativo
sí misma y en sus propios contenidos, sino al que a menudo se presenta en las aulas y
en su servicio a la reflexión sobre un futuro en los libros de texto sobre temas tan asenta-
en común, sobre la posibilidad de un teji- dos en el imaginario historiográfico español
do ciudadano compartido (Jonas, 2004). La como el mal llamado “descubrimiento de
Historia nos llama a responsabilizarnos del América”, en sustitución de la políticamente
futuro y se aleja, cada vez más, de ese dis- incorrecta “conquista de América” (epítetos
curso contemplativo y ensimismado, tan a cual peor, porque América ya estaba ahí
decimonónico. antes de que nadie la “descubriera” y, por

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 164 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

supuesto, antes de que nadie la “conquis- La historia, en suma, debe ser siempre
tara”). En todo caso, con la denominación pretexto para una reflexión ulterior y no un
que hoy funciona con carta de naturalidad contenido suficiente en sí mismo. De nada
cualquiera diría que América entró en la sirven cronologías minuciosas y una abun-
historia gracias a su descubrimiento por dancia de datos estadísticos, por ejemplo, si
Colón. Semejante boutade bien merece una no se enfocan hacia una reflexión ulterior en
reflexión en las aulas, al margen de los pro- los términos citados líneas más arriba. No se
lijos detalles que se suelen suministrar sobre trata de trasladar al alumnado meramente
la cronología y protagonistas de los aconte- “lo que pasó” sino de proponer en el aula
cimientos. La reflexión sobre meros juegos una reflexión sobre “cómo se contó lo que
semánticos, como el que nos permite tran- pasó”, y hasta qué punto los rasgos que de-
sitar de la “conquista” al “descubrimiento” finieron ese relato han condicionado lo que
de América pueden mostrar a los alumnos hemos asumido que pasó. La realidad de-
hasta qué punto las palabras, también las pende de cómo sea contada; hacemos cosas
que se emplean en una clase de historia, no con palabras, como decía Austin (1982). La
son inocentes y esconden, en su nombrar, performatividad del lenguaje se aprehende
una carga ideológica. E igualmente, el caso más que nunca en el caso del relato histo-
del contacto con América es ocasión propi- riográfico. En este sentido, la dialéctica entre
cia para deconstruir el relato historiográ- memoria e Historia es una ocasión más pro-
fico como una narración sostenida contra picia que nunca para vehicular el aula como
una alteridad definida hasta el punto de la un espacio de formación del sustrato moral
caricatura, en el caso de los indígenas ame- del sujeto, al tiempo que su predisposición
ricanos con los que contactó la tripulación ciudadana. Se trata, en última instancia, de
castellana. La posibilidad de componer un emplear el aula como un espacio y un tiem-
relato plural, donde se integren puntos de po destinados al desarrollo personal de los
vista dispares pero complementarios, salta a alumnos. Con demasiada frecuencia la di-
la vista ante este contexto. dáctica de la Historia se desacredita a sí mis-
b) De igual manera, alumnos en clara mi- ma con una insistencia impertinente en el
noría por su representación, dados sus orí- mero conocimiento retentivo de los hechos.
genes, dentro del colectivo del aula, como A lo sumo se intenta que se articulen cade-
afroamericanos, subsaharianos o asiáticos, nas de causas y consecuencias, pero rara vez
pueden compartir, bajo un enfoque cons- se parte de una somera descripción de unos
tructivo, la experiencia de la minoría, la acontecimientos para establecer desde ellos
sensación de sentirse el foco de atención por una reflexión compartida sobre cuestiones
constituir la diferencia. Este es un pretexto como las arriba citadas: qué significa formar
excelente para ejemplificar la necesidad y parte de una diferencia, qué carga ideológi-
fundamento, tanto político como moral, de ca anida en el uso del lenguaje, etc.
facilitar las vías para un discurso histórico El pasado es un material tan frágil como
elaborado por las propias minorías en torno fecunda. Debemos tratarlo con respeto pero
a su exclusión. Y de igual manera serviría sin miedo. Es seguramente el terreno educati-
como pretexto para asentar la idea de que vo más propicio para discutir los fundamen-
el relato histórico no es unívoco sino que tos de una sociedad plural, libre y responsa-
admite narraciones complementarias, inclu- ble. Cualquier reflexión sobre lo que significa
so contrapuestas, porque se nutre de hecho hoy la ciudadanía debería pasar, de un modo
de experiencias diferenciadas. No existe un u otro, por una discusión acerca de cómo nos
único relato histórico, sino una discusión relacionamos con nuestro propio pasado y
histórica a partir de relatos dispares, que con el de los demás. En última instancia, la
iluminan espacios complementarios del pa- posibilidad de una educación contra la bar-
sado. La verdad histórica, como decíamos, barie reside en el logrado esfuerzo por pen-
no está escrita en tablas de piedra sino que sar el silencio, tal y como encabezábamos
mana de la experiencia concreta de sujetos estas líneas. El espacio dedicado a la Historia
concretos. en las aulas debería atender tanto al olvido,

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 165 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez


Pensar el silencio. Reflexiones para educar contra la barbarie

al posible relato de los vencidos, como al por- IGGERS, G. (1998). La ciencia histórica en el siglo
menorizado y escolástico recuento de datos XX. Las tendencias actuales. Barcelona: Idea
y cifras, el clásico discurso de los vencedo- Books.
res, la anquilosada e irreflexiva res gestae que JENKINS, K. (2009). Repensar la historia. Madrid:
mencionábamos al principio. La posibilidad Siglo XXI.
de que la Historia sea, finalmente, una asig- JONAS, H. (2004). El principio de responsabilidad.
natura con un alcance moral y ciudadano, Barcelona: Herder.
depende directamente de esa proporciona- MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, A. (2011a). La paz y la
memoria. Madrid: Los Libros de la Catarata.
lidad. No se trata ya sólo de conocer lo que
MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, A. (2011b). Capitali-
pasó sino de pensar cómo se ha transmitido y
zar la experiencia: Mesianismo, capital y mo-
qué se escogió contar. En línea con la concep-
dernidad. En Bermejo, A. (coord.). Umbrales
ción de la historia proporcionada por Walter filosóficos: posicionamientos y perspectivas del
Benjamin podemos decir que el pasado es en pensamiento contemporáneo. Murcia: Universi-
cierta medida reversible. No es ya un registro dad de Murcia.
cerrado y concluido cuyos acontecimientos MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, A. (2011c). Desmon-
tan sólo cabe mirar con distancia cientificis- tar nuestros relojes: deconstrucción del tiem-
ta. Al contrario, el pasado está vivo, abierto a po como crítica de la subjetividad. En Dome-
nuestra intervención, ya en los tribunales, ya nech, C., Martos, P. y Ochoa, P. (eds.). Filoso-
en las aulas, y nos ofrece un caldo de cultivo fías subterráneas. Topografías. Madrid: CSIC.
sin parangón para la reflexión sobre lo que MATE, R. (1991). La razón de los vencidos. Barcelo-
significa compartir la convivencia. na: Anthropos.
MATE, R. (2006). Medianoche en la historia: comen-
tarios a las tesis de Walter Benjamin “Sobre el
REFERENCIAS concepto de historia”. Madrid: Trotta.
SUCASAS, A. y ZAMORA, J. A. (2010). Memoria-
AUSTIN, J. L. (1982). Cómo hacer cosas con palabras: política-justicia. Madrid: Trotta.
Palabras y acciones. Barcelona: Paidós. WHITE, H. (2003). El texto histórico como artefacto
CALCERÁ, D. (2011). Holocausto y filosofía. Educar literario. Barcelona: Paidós.
contra la barbarie. Mallorca: Objeto perdido. ZAMORA, J. A. (2004). Th. W. Adorno. Pensar con-
CUESTA, R. (2011). Historia con memoria y di- tra la barbarie. Madrid: Trotta.
dáctica crítica. Con-Ciencia Social, 15, 15-30. ZAMORA, J. A. y MATE, R. (eds.) (2011). Justicia
HARTOG, F. (2002). El espejo de Heródoto. Buenos y memoria. Hacia una teoría de la justicia anam-
Aires: FCE. nética. Madrid: Trotta.

Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) - 166 - pp. 159-166 / Alejandro Martínez

Das könnte Ihnen auch gefallen