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EL VICTIMARIO

Un caso típico es cuando la mujer conforma la pareja y llega al matrimonio por necesidad y no por
amor.

Las razones pueden ser una familia que la echó de su hogar, una soledad que la atormenta, la falta
de dinero, la presión social de ver que sus amigas ‘concretan’, o un embarazo no deseado.

La chica busca pareja. La encuentra. Nace una relación. Crece el vínculo. Y al poco tiempo
deciden sellar la unión casándose. Los primeros meses es todo compartir. Pero ya entonces se
empieza a notar que la balanza desequilibra. Las quejas y los reclamos se suceden y en
determinado punto se vuelven intolerables.

El velo del romance se cae y el hombre comienza a ser víctima del maltrato. Una agresión que se
da mayormente de forma verbal, pero que también puede llegar a ser física.

Cuando la génesis de la relación no es el amor y el deseo por el otro, cuando la mujer no está
preparada anímica y psicológicamente para amar y convivir con otra persona o para afrontar la
maternidad, puede dispararse un cuadro neurótico en el que descargará sus amarguras
inconscientes sin resolver sobre su marido, primero, y sus hijos, después.

A partir de entonces, no importa lo que él haga, siempre estará mal. Y de un modo u otro ella
encontrará cómo deformar lo sucedido para justificar su compulsiva necesidad de agredirlo y
humillarlo.

En casos leves, la agresora se limitará a manipular y exigirle siempre más a su pareja. Pero en
casos graves, donde la mujer sufre un trastorno de personalidad, su violencia puede ser terrible
para el prójimo, pasando de lo verbal a lo físico.

Buscará para su cometido a personas con la autoestima baja igual que ellas. Porque esto también
es real: el victimario tampoco se quiere mucho a sí mismo. Pero su narcisismo lo priva de toda
humildad y autocrítica y sólo busca culpar a la víctima de su propia infelicidad intrínseca.

No importa acá el éxito en el campo profesional o social de uno u otro. Servirá sólo a nivel
discursivo. Puertas adentro, los títulos y el dinero quedan en un segundo plano.
Un dato curioso es que estas mujeres no buscan separarse. Es decir, si la convivencia con alguien
‘tan estúpido’ es intolerable, lo lógico es que busque otra persona ‘mejor’. Pero no sucede. Lo que
en definitiva evidencia su intención: el maltrato en sí.

LA VICTIMA
La víctima verá cómo sus actos y opiniones son permanentemente juzgados de manera
desproporcionada, y cómo es puesto en el lugar de una persona tonta, mala o inservible que sólo
le complica la vida a su mujer. Se le resaltarán todos los defectos o, llegado el caso, se le
atribuirán algunos inexistentes.

Si cansado de lo que le toca vivir elige ignorarla, ella le dirá que él sólo se preocupa por sus
problemas y escuchará frases como: “¡Nada más te importa lo tuyo!, ¡yo no significo nada para ti!”.
Si en cambio decide brindarle cariño y contenerla, lo tratará de infantil: “¡Eres un baboso!, ¡con esto
no arreglas nada!”.

Si por el contrario reacciona enfrentándola, lo tildará de violento: “¿Quién te has creído?”, ¡a mí no


me hables así!”.
Algunos buscarán refugiarse en el trabajo, la familia o los amigos. Otros comenzarán a desarrollar
conductas de riesgo: alcohol, drogas, apuestas, salidas hasta la madrugada. Lo que en definitiva
dará más razones a su mujer para continuar quejándose. El viaje de ida se completa cuando llega
la infidelidad para recuperar el sexo o el amor perdido.

Lo que está en juego no solo es la relación. Si el hombre no se aleja a tiempo puede desarrollar
cuadros depresivos, trastornos de la personalidad o problemas sexuales.

Entre los hombres hay un tipo que es el que peor la pasa: el que se vuelve cómplice de la
situación. Este es el que genera mayor desprecio: ¡No sirves para nada!, ¡cómo me arrepiento de
haberme casado contigo!”. Tienden a ser personas infantiles que ven a su pareja como una ‘madre
justiciera’ que tiene razón y les da su merecido. Estos sujetos quedan anulados y a expensas de lo
que su esposa decida.

QUÉ HACER
Lamentablemente no hay mucho que el hombre puede hacer al respecto. La agresora debería
asumir su maltrato para comenzar un tratamiento terapéutico y esto con el tiempo podría revertir la
situación. Pero no suele ocurrir que la persona violenta se asuma como tal. Si la percepción de la
mujer será siempre inequívoca y furiosa es casi imposible que haya espacio para el diálogo o la
negociación.
Quienes peor la pasarán serán esas personas inmaduras y dependientes de la figura femenina. No
podrán establecer un corte y terminarán con su autoestima aún más por el piso, justificando el
accionar de su pareja: “Ella tiene razón, soy un estúpido, hago todo mal”.
El consejo es siempre consultar con un profesional de la salud mental y, llegado el caso, tomar
distancia. Nadie debe sufrir innecesariamente. Mucho menos los problemas de otra persona que
no sabe ni querer ni respetar.
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viernes 11 de octubre a las 9 PM por Investigation Discovery.

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