Juan Sebastián López 1102 Filosofía Mario habla sobre la ejemplaridad de Eliot de una cultura estructurada en tres instancias individuo, grupo élite y la sociedad en su conjunto. Pasa a referirse al ensayo contestatario de 1971 en el que G. Steiner responde a Eliot en su In Bluebird’s Castle. Some Notes Towards the Redefinition of Culture, escandalizado porque éste omitiera en su trabajo una reflexión sobre el Holocausto, pues poco hacía que la Segunda Guerra Mundial había acabado. A través de sus reflexiones Steiner pretende colmar el vacío del estudio de Eliot, de modo que Vargas Llosa sintetiza su análisis para cumplir con el panorama amplio que desea presentar. Steiner dijo que le parecía irresponsable toda teoría dela cultura que no tenga como eje la consideración de los modos del terror que acarrearon por obra de la guerra, del hambre y de las matanzas deliberadas de unos setenta millones de seres humanos muertos en Europa y Rusia entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el fin de la Segunda. Y refiriéndose a la religión, considera que todo gran arte nace de una aspiración a la trascendencia, noción ligada no sólo a la religión sino a la idea de un dios único, idea que concibe el pueblo judío y que viene a ser remplazada por la del dios mosaico del cristianismo, que mezcla ideales monoteístas y prácticas politeístas. El dios único cae víctima de los filósofos de la Ilustración, convencidos de que una cultura laica acabaría con la violencia y las matanzas; pero el mundo sin dios vino a ser dominado por el diablo, y se inicia la era de la pos cultura. Steiner se había referido al discurso hablado y escrito como columna vertebral de la conciencia cultural, una palabra que está siendo cada vez más subordinada a la imagen. Así, la cultura del libro a la que se refería Eliot parece ser cada vez más marginal Como se ha hecho hincapié en teorías acerca del discurso, el que posee cada ser humano se construye con base en múltiples ideas. Prueba de ello, son las continuas menciones que Vargas Llosa hace de diferentes autores de disímiles latitudes. En esta primera división, Eliot, Steiner y Debord son nombrados, debido a sus célebres textos “Notes Towards the Definition of Culture”, “En el castillo de Barba Azul” y “La Societé du Spectacle”, respectivamente. Una de las ideas que postula el autor de “Pantaleón y las visitadoras”, a partir de su lectura de la sociedad y de diversas obras, es que “Luego de la familia, la principal transmisora de la cultura a lo largo de las generaciones ha sido la Iglesia, no el colegio”. Esta reflexión se une a otras que irá desarrollando a lo largo de este libro, como es el de aquella que, mencionada por Juan Pablo II en su “Carta a los artistas”, vincula la conexión entre el arte y la religión. Otra idea que hará parte de su discurso particular será el del deterioro de la palabra, ya que “está cada vez más subordinada a la imagen”, hecho que genera que la actual definición de cultura se asocie, de manera directa, con la diversión: “La cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura”. Finaliza esta parte con un debate en torno a lo que es y no es arte: “El único criterio más o menos generalizado para las obras de arte en la actualidad no tiene nada de artístico; es el impuesto por un mercado intervenido y manipulado por mafias de galeristas”. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse. En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente que son de este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que todos somos poseedores. La cultura es o era, cuando existía un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando o incomunicando entre sí era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claras, en su incesante trayectoria, las prelaciones, la diferencia entre lo que es importante y lo que no lo es, entre el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo ni antes ni ahora fue posible-, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias, Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y el juego, sin riesgo de desintegrarse.