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En el parvulario, tuvieron una profesora que las quería mucho. Era, además, la
única persona que distinguía quién era Erika, quién Elisabeth y quién Eva. Los
demás las llamaban «las trillizas», siempre sin nombre.
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Se vistieron con el traje del domingo. Eva y Erika se quedaron ante la puerta
llenas de respeto y no sabiendo qué cosa decir. Elisabeth se fue directo a él y le
preguntó. Ella quería saber cómo se sentía y muy concretamente le planteó la
pregunta. Hans Haab, que era muy reservado para con su familia, no quería
dejarles saber a ellos lo deprimido que estaba. Así, pudo hablar como un adulto
con ella, aunque Elisabeth tenía sólo ocho años.
Elisabeth era sencillamente rebelde. Si alguien hacía daño a Erika o Eva, ella era
la que devolvía. Se defendía bien. Una vez un cura pegó a sus dos hermanas, lo
hizo bien fuerte. Elisabeth le tiró el libro de cantos a la cabeza diciéndole:
Luego fue en autostop y a pie otras veces con «Servicio Internacional» a Polonia
y tuvo la inmensa bendición de ver Maydanek, un campo de concentración donde
murieron 960.000 niños. Cuando vio el campo de concentración, cuando el olor
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de la cámara de gas aún perduraba, cuando vio los vagones llenos de zapatos de
niños asesinados y vagones llenos de cabellos de mujer, esta experiencia nunca
en la vida la abandonaría.
Ella comienza a hacerse preguntas como para qué estudiar medicina. Igualmente
se pregunta cómo un hombre y una mujer pueden matar miles de niños
inocentes y el mismo día al llegar a su casa y preocuparse por la rubéola de su
hijo. A partir de este momento nada la pararía, ni la prohibición de su padre
impidió que estudiara medicina. Se vio forzada por ello a abandonar la casa
familiar. Se mudó a una buhardilla cerca del lago de Zurich.
Durante el primer año los dos trabajaron juntos como internos en el mismo
hospital. Apenas les llegaba para pagar el alquiler. Los primeros años en América
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Al año siguiente tuvo que abandonar el puesto de pediatría por segunda vez al
aparecer otro embarazo que perdería más tarde. Finalmente, en el verano de 1960
pudo abrazar a su precioso hijo Kenneth.
Poco tiempo después llegó la noticia de que su padre estaba muriendo. Toma el
avión hacia Zurich con su bebé, saca al anciano padre del hospital para llevarlo a
casa donde lo cuidará hasta la muerte. Tres años más tarde nacería su hija
Barbara.
Trabajó como médico en una clínica universitaria y se dio cuenta de que los que
estaban en proceso de morir estaban terriblemente solos. Sabían que iban a
morir y realmente necesitaban hablar de ello con alguien. Es así como empezó a
hablar con ellos dándose cuenta que no es tan triste como cree la mayoría de la
gente.
Trabajó mucho con niños difíciles y ciegos, a los que sólo se les mencionaba
como «la hidrocefalia del número 15» o «el cáncer de páncreas» de la sala tal o
cual. Ella siempre supo que «el cáncer de páncreas» tenía en casa tres hijos y no
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sabía cómo pagar las facturas, pues ella conocía a las personas por sus
nombres, no por su diagnóstico.
Los padres de Elisabeth no iban a la iglesia y eso repercute en los hijos. Ella
encontró la religión, su devoción y al Señor Dios al lado de los cientos de
moribundos que atendió. De ellos aprendió mucho sobre la fe o la esperanza,
sobre Dios y sobre la religión.
Hablaban a los que iban a morir. Enfermeras, sacerdotes del hospital, médicos y
estudiantes venían a escuchar lo que los moribundos quieren enseñarles y lo
que pueden aprender de ellos.
Hablarle de la muerte a alguien que está muriendo parecía entonces muy raro.
Hablar con alguien cercano a la muerte acerca de su experiencia se criticaba
como exhibicionismo y fue por ello rechazado por muchos.
En su libro describe las cinco etapas diferentes por las que pasa todo paciente
con un diagnóstico mortal: Negación, Rebelión, Negociación, Depresión y
Aceptación. Al final cuando ha aceptado y llega a término con su propia muerte,
esta persona se halla totalmente en paz. El ayudarle a atravesar estos cinco
estados es una experiencia maravillosa. Por ellos deben pasar también los
miembros de la familia.
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Cuando empezó sólo trabajaba con adultos. Fue después que se dio cuenta de
que nadie se ocupaba de los niños moribundos. Aquí es donde Carl Jung la
ayudó mucho. Sin él, nunca lo hubiese podido hacer. Él descubrió muy temprano
que los niños hablan a través de sus dibujos y que conocen su gravedad.
Una vez vio un dibujo de un niño de cinco años. Había pintado un tumor cerebral
en el lado derecho de la cabeza. Él sabía que iba a morir. Puede verse mucho en
los dibujos, pudo hablar con el niño. No fue necesario hablar sobre la muerte en
abstracto. Le dijo:
Estuvimos hablando sobre la pierna de madera, luego sobre el cielo, las estrellas,
la muerte, los ángeles que le ayudarán con la pierna de palo. Los niños son
increíblemente perceptivos y serán nuestros maestros.
Cuando habla con niños muy pequeños le preguntan cómo es morir y siempre
les dice que es como cuando un capullo se abre y el gusanito que había dentro
sale volando como mariposa. Y este lenguaje simbólico procede de su
experiencia en aquel campo de concentración donde en todos los barracones los
niños habían grabado mariposas con las uñas. En Maydanek todas las paredes
de los barracones estaban llenas de mariposas grabadas por niños.
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Ella no sabía en aquel tiempo que los niños lo saben todo. Ahora lo sabe por su
experiencia con pacientes moribundos. Cuando este envoltorio está tan
estropeado y ya no puede vivir, libera a la mariposa. Eso es el auténtico ser
interior.
Conoció una vez una niña que tenía lupus. Su mayor deseo era poder ir a casa
por Navidad aún si tuviera que volver al hospital al día siguiente. Era su última
Navidad. Le dijo que no era problema y que lo iba a consultar. Los doctores
estuvieron en contra de su decisión, pues decían que podía enfriarse, morir y
sería su culpa. Firmó el permiso, pues quería complacerla antes de que muriera.
De esta manera «secuestró» a varios niños, sabía lo que había que hacer para
salir del hospital. Los niños le han enseñado mucho. Por la noche abría la
ventana, llamaba a la ambulancia y le entregaba al niño a través de la ventana.
Los enviaba a sus casas a pasar la Navidad con sus padres. Allí, el árbol era vivo
y solía tener sus velas encendidas. Hizo estas cosas así muchas veces.
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Elisabeth le dijo:
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Los talleres tuvieron gran aceptación. En los años 1970 los experimentos sobre
nuevas formas de psicoterapia se expandieron a muchos países. Elisabeth fue
nombrada «mujer del año» en Estados Unidos y recibió docenas de títulos y
doctorados «honoris causa».
Todavía vivía con sus hijos y su marido en Chicago pero los lazos familiares
fueron puestos a prueba. Elisabeth era adicta al trabajo, era buena en el trabajo y
para ganar dinero, pero no era buena para disfrutarlo. Su marido amaba la buena
vida y se quejaba que ella lo dejaba siempre solo y le dio un ultimátum, pero ella
no aceptó y se marchó.
Durante años, Elisabeth buscó una definición clara sobre la muerte. Recolectó
testimonios de experiencias cercanas a la muerte. Se interesó especialmente
sobre los niños que horas antes de morir hablan de haber recibido la visita de
seres ya fallecidos. Investigó y experimentó lo que sucede después de la muerte.
Describió los encuentros que ella tuvo con personas ya fallecidas. Su afirmación
definitiva y desafiante era que la muerte no existe, es una ilusión.
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algo bioquímico, pero podía probar que hay vida después de la muerte. Lo
demostraba al confirmar científicamente lo que las personas experimentan antes
de su muerte irreversible.
Si has visto el otro lado, si has visto la luz, ya no temes a la muerte. Esta luz no
es energía ni física, ni psíquica, de la cual las personas puedan crear un cuerpo
nuevo. Esto es real pero no es la realidad.
El fuego no sólo destruyó sus manuscritos, sino también los que personas del
campo de la investigación que estudiaban juntos le habían enviado. El material
era de grandísimo valor y no se podrá reproducir en muchos casos.
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Su hijo Kenneth quiso sacarla del lugar, temía por su persona. Salió del pueblo a
comprar una alguna ropa y al día siguiente se la llevó. Ella no paraba de decir:
-¡Quiero reconstruirlo!
Y su hijo dijo:
Luego compró una casa para ella a media hora de coche de distancia.
Tras una serie de pequeños infartos, el día de la Madre de 1995 sufrió uno mayor,
esta vez grave. El resultado: varias estancias en el hospital, hemiplejía y dolores
fuertes. Todo fue muy triste, los infartos la cambiaron mucho. Se volvió
paranoica.
Elisabeth está deprimida, triste y sola, vive cerca del desierto de Arizona, retirada
del mundo tras el último percance que la lesionó tan brutalmente. Pasa 18 horas
diarias sentada en una silla y eso no es vida para ella, es no existir, es vegetar.
Uno de esos largos días recibió la llamada de un desconocido llamado José. Hoy
lo llama «mi sanador». Se convirtió en uno de los más asiduos acompañantes de
estos últimos años. Elisabeth le preguntó a José:
-No me las expliques, enséñamelas de una en una y las aprenderé todas hasta
acabar -le pidió.
Primero tuvo que aprender a quererse a sí misma. Era algo que odiaba.
Tenía que mirarse al espejo, pero esto era imposible para ella.
Cada ejercicio era peor que el anterior. Un día le dijo que ya sabía lo que ella
tenía que aprender: A rendirse.
Después de un tiempo Elisabeth se dio cuenta de que debía dejar que el Jefe se
ocupara de las cosas. Una vez aprendido esto, todo fue más fácil.
El 8 Julio 2001 las tres hermanas celebraron juntas su 75 aniversario. Con gran
sorpresa de todos, Elisabeth llegó desde América. Fue la última vez que las
trillizas estuvieron juntas. Pocos meses más tarde moriría Erika.
sentamos sobre las ramas del árbol de la vida observando el pasar de las
gentes como hormiguitas. Sonreímos satisfechos.
Cuando llega una nueva vida, llega también el miedo, pues al mismo tiempo
llega la muerte. La conciencia de la muerte transforma nuestra percepción
sobre la vida. Ahí está y no puede posponerse. Sucede ahora.
Tuve una madre que durante toda su vida sólo dio y dio. Hay algo que no
supo nunca: aceptar. Y su mayor miedo fue siempre pensar que podría
convertirse en un vegetal, sencillamente no vivir, sino sólo vegetar. Tuvo un
infarto y vegetó durante cuatro años, sin hablar, pero con plena lucidez. Era
lo peor que le podía pasar.
Cuando se vive como trilliza los regalos son siempre problema. Yo lo entendí
al cabo de varios años. Teníamos los mismos vestidos, los mismos zapatos,
los mismos padres, el mismo dormitorio, la misma almohada, no teníamos
absolutamente nada que pudiésemos llamar «mío». Teníamos las mismas
notas y teníamos que ir siempre dándonos las manos al colegio. El primer
recuerdo de mi hermana, a los dos años y medio aproximadamente, es que
mi padre la bañó dos veces seguidas a ella dejándome a mí sin baño aquel
día.
Esta vida mía ha sido muchas cosas, pero jamás fácil. Esto una realidad, no
una queja. He aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer
sin dolor.
Durante toda la vida se nos ofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que
debemos seguir. Si no prestamos atención, tomamos malas decisiones y
acabamos con una vida desgraciada. Si ponemos atención, aprendemos las
lecciones y llevamos una vida plena y feliz, que incluye una buena muerte.
Los niños moribundos, mucho más que los adultos dicen exactamente lo que
necesitan para estar en paz. La mayor dificultad está en escucharles y
hacerles caso.
Los curas a veces hacen más daño que ayuda. En lugar de dar amor
incondicional, actuando de forma ejemplar para que los niños aprendan del
ejemplo, siembran miedo y culpa. Hacen esto para llenar sus iglesias y
hacerlos dependientes de ellos. Usan a Jesús como excusa diciendo que él les
castigará después. Esto son tonterías. Por las experiencias de la vida después
de la muerte que he conocido puedo decirlo: nadie fue castigado por Jesús.
Por el contrario, todos ellos recibieron amor incondicional. Jesús no es un
vengador ni un juez. Esto es falso y me disgusta mucho.
Hoy estoy segura de que hay vida después de la muerte y que la muerte,
nuestra muerte física, es sencillamente la muerte del envoltorio. La
conciencia y el alma prosiguen en un plano distinto. No hay ninguna duda.
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El mundo sólo tiene un Dios, tanto para los protestantes como para los
católicos, los budistas o los judíos. Yo hablo siempre a este Dios y Creador de
todo lo vivo. Yo creo en esto.
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