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DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA BÁSICA II

(PROCESOS COGNITIVOS)

Neuroética
Las bases neurales del juicio moral
Lydia Feito Grande

TESIS DOCTORAL
Director: Dr. Emilio García García
Programa de Doctorado: Neurociencia
2015
«Hace mucho tiempo, el hombre oía extrañado el sonido de
un golpeteo regular dentro de su pecho y no tenía ni idea de su
origen. No podía identificarse con algo tan extraño y desconocido
como era el cuerpo. El cuerpo era una jaula y dentro de ella había
algo que miraba, escuchaba, temía, pensaba y se extrañaba, ese algo,
ese resto que quedaba al sustraerle el cuerpo, eso era el alma.
Hoy, por supuesto, el cuerpo no es desconocido: sabemos que
lo que golpea dentro del pecho es el corazón y que la nariz es la
terminación de una manguera que sobresale del cuerpo para llevar
oxígeno a los pulmones. La cara no es más que una especie de
tablero de instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos
del cuerpo: la digestión, la vista, la audición, la respiración, el
pensamiento.
Desde que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo
desasosiega menos al hombre. Ahora también sabemos que el alma
no es más que la actividad de la materia gris del cerebro. La dualidad
entre el cuerpo y el alma ha quedado velada por los términos
científicos y podemos reírnos alegremente de ella como de un
prejuicio pasado de moda.
Pero basta que el hombre se enamore como un loco y tenga
que oír al mismo tiempo el sonido de sus tripas. La unidad del
cuerpo y el alma, esa ilusión lírica de la era científica, se disipa
repentinamente.»

M. KUNDERA: La insoportable levedad del ser. Madrid, Tusquets.


Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Índice

Prefacio…………………………………………………………………………. 9
Resumen …………………………………………………………………………. 11
Summary ……………………………………………………………………….. 17
1. Introducción ………………………………………………………………… 23
2. Objetivos de esta investigación ……………………………………………. 31
3. Aspectos metodológicos ……………………………………………………. 33
4. La neuroética como campo de estudio ……………………………………. 37
4.1. Ética y neurociencia. Mente y cerebro ………………………….. 37
4.2. Breve historia de la ética de la neurociencia ……………………. 44
4.3. La neuroética como disciplina …………………………………… 46
5. Ética de la neurociencia ……………………………………………………. 51
5.1. Problemas éticos derivados de las técnicas de neuroimagen ….. 53
5.2. La posibilidad de la mejora y el perfeccionamiento cerebral ….. 56
5.2.1. De lo terapéutico a lo perfectivo ……………………….. 58
5.2.2. La cuestión de la identidad ……………………………… 63
5.2.3. La idea de una naturaleza humana ……………………… 67
5.2.4. Neurociencia cultural …………………………………… 72
5.2.5. La mejora moral, hacia el binomio biológico-cultural …. 74
6. La investigación neurocientífica sobre la ética ……………………………. 77
6.1. Neurociencia de la moral: el mapa del cerebro moral ……………. 79
6.1.1. El modelo dual de toma de decisiones morales ……….. 83
6.2. El estudio de las emociones ……………………………………… 87
6.2.1. Anatomía de las emociones …………………………….. 90
6.2.1.1. El sistema límbico …………………………….. 90
6.2.1.2. La corteza prefrontal ………………………….. 91
6.2.1.2.1. La hipótesis del marcador somático …. 93
6.2.1.2.2. Estudios con neuroimagen funcional …. 95
6.2.1.3. La amígdala …………………………………….. 97
6.2.1.4. Otras regiones cerebrales implicadas en la
emoción ………………………………………………….. 99

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.2.2. Asimetrías cerebrales ……………………………………. 100


6.2.2.1. Afecto positivo: aproximación. Afecto negativo:
retirada …………………………………………………… 102
6.2.2.2. Hipótesis del hemisferio derecho contra hipótesis
de la valencia …………………………………………….. 103
6.2.2.3. Asimetrías faciales y asimetrías hemisféricas …. 105
6.2.2.4. Asimetría frontal con EEG y emoción ……….. 107
6.2.3. Diferencias entre géneros ……………………………….. 109
6.3. Neuronas espejo y teoría de la mente …………………………….. 116
6.3.1. Las neuronas espejo …………………………………….. 118
6.3.2. Comprender a los otros ………………………………….. 120
6.3.3. Críticas posibles a la teoría de la simulación …………… 123
6.3.4. Una vía de integración …………………………………… 124
6.4. El ámbito interpersonal y las diferencias individuales ………….. 126
6.4.1. El cerebro social: la interacción con otras personas …… 126
6.4.2. Diferencias individuales …………………………………. 130
6.4.3. Empatía y comprensión de las acciones morales de otros … 133
7. Neurociencia de la moral: posibilidades y limitaciones ……………………. 135
7.1. Enfoques en la investigación sobre los correlatos neurales de la
moral …………………………………………………………………….. 135
7.2. Lo que sabemos y no sabemos sobre los correlatos neurales de la
moral …………………………………………………………………….. 138
7.3. La amenaza del reduccionismo …………………………………… 140
7.4. La necesidad de contextualización ……………………………….. 145
7.5. La importancia de las teorías éticas ………………………………. 149
8. Implicaciones filosóficas de la investigación neurocientífica ……………… 157
8.1. La cuestión de la libertad …………………………………………. 159
8.2. Naturalización ……………………………………………………… 161
8.3. La deducción de normas a partir de la descripción neurocientífica … 165
8.3.1. El problema del contenido moral ……………………….. 165
8.3.2. De lo descriptivo a lo normativo ……………………….. 167
8.3.3. La imposibilidad de una ética universal con base biológica 170
9. El cerebro es modificable …………………………………………………… 173

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

9.1. Neuroeducación ……………………………………………………. 173


9.2. Cultivar las emociones …………………………………………….. 178
9.3. Un reto para el futuro ………………………………………………. 181
10. Conclusiones ……………………………………………………………….. 185
11. Notas ……………………………………………………………………….. 190
12. Bibliografía …………………………………………………………………. 203

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Prefacio

Esta investigación forma parte de un proyecto más amplio, en el que se entrelazan


aspectos y disciplinas muy diversos. Conocer cómo son los procesos de aprendizaje, cuáles
son los factores, biológicos o culturales, que determinan la toma de decisiones, y qué
importancia tiene esto para el desarrollo de capacidades –especialmente desde la
educación— y para la asunción de responsabilidades morales, supone trabajar desde la
ética –el ámbito de investigación al que me dedico principalmente—, como rama de un
saber más amplio y omniabarcante como es la filosofía –mi formación básica—, pero
también desde la ciencia, concretamente la neurociencia –en la que comencé a trabajar en
1998 realizando el Master en Neuropsicología Cognitiva y Neurología Conductual, y que
continué posteriormente con el doctorado en Neurociencia, del que forma parte este
trabajo—.

Considero pues que esto es tan sólo una pieza de un conjunto más grande en el que
se ponen en comunicación el análisis de problemas éticos, la toma de decisiones, la
educación en valores, la neurociencia, etc. Adentrarme en el conocimiento de las bases
neurales del juicio moral me ha permitido entender cómo funciona nuestro cerebro y cómo
interactúan los aspectos racionales y emocionales. La diversificación de los estudios en
neurociencia de la ética muestra la amplitud de factores que influyen en la toma de
decisiones morales, y cómo el procesamiento es más integral y complejo de lo que se
pensaba. Todo esto es esencial para comprender mejor la peculiaridad del ser humano, de
ese ser que construye mundos e inventa narraciones e historias para dar sentido a su vida.
Pero también para proponer cómo mejorar las capacidades humanas, como desarrollar el
potencial creativo, intelectual y moral de las personas, principalmente a través de la
educación y la formación en actitudes y valores. Por eso este trabajo, que es autónomo y
que tiene entidad por sí mismo, es sin embargo un conjunto de puertas abiertas para
investigaciones ulteriores.

Como en toda empresa humana, la tarea ha sido posible gracias a las enseñanzas y
el apoyo de otras personas. Quiero expresar mi agradecimiento a mi director de tesis, a

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

quienes me han transmitido sus conocimientos, a todas las personas que me han ayudado a
pensar, tanto desde el acuerdo como desde la discrepancia. Y, por supuesto, a quienes con
su cariño y dedicación, me sirven de soporte para mis proyectos, profesionales y
personales, y me dan razones para vivir. Gracias.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Resumen

Introducción

En este trabajo se da cuenta de las investigaciones en neurociencia relativas a las


bases neurales de la capacidad de tomar decisiones morales.

En primer lugar se describe la neuroética como disciplina, se comentan algunos


datos sobre su desarrollo. Se dedica después un capítulo a la ética de la neurociencia, para
comentar dos aspectos: los problemas éticos suscitados por las investigaciones realizadas
con técnicas de neuroimagen, que es relevante para tratar cuestiones metodológicas de la
investigación en neurociencia, y los desafíos generados por las posibilidades de
intervención y mejora en el cerebro humano, especialmente en lo relativo a la cuestión de
la responsabilidad que tenemos de lograr una mejora moral de la humanidad. Aunque aquí
se insiste en la mejora farmacológica, la reflexión anticipa algunas ideas que se recuperan
al final del trabajo, donde se habla de la posibilidad de una mejora educativa. Se comienza
así con la ética de la neurociencia para dirigirse después a la neurociencia de la ética,
enlazando ambas cuestiones.

El siguiente apartado se dedica, de modo más pormenorizado y extenso, al análisis


crítico de las investigaciones neurocientíficas sobre la moral. Se presentan algunos de los
resultados más notables, organizados conforme a tres aproximaciones conceptuales: (a) el
estudio de las bases neurales de las emociones, (b) las investigaciones de neurociencia
social relativas a la teoría de la mente y las neuronas espejo, y (c) los experimentos que
tratan de establecer cuáles son los correlatos neurales de la moral, estudiando
específicamente dilemas morales abstractos.

Se comentarán en el capítulo siguiente los logros y también las limitaciones de


estas investigaciones, planteando con ello una discusión relativa a la idoneidad y
posibilidades de la neurociencia de la ética. Las críticas que cabe plantear a estos
resultados son: (a) el reduccionismo de los planteamientos, que puede llevar a adoptar
posturas deterministas, (b) la falta de contextualización, que genera investigaciones poco
ecológicas y poco realistas, y (c) la dependencia de las teorías éticas implícitas.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El penúltimo apartado trata las implicaciones filosóficas de la investigación


neurocientífica. Se comentan aquí algunas de las dificultades generadas por la
neurociencia, al obligar a reconsiderar conceptos filosóficos fundamentales: (a) la idea de
libertad, (b) la epistemología naturalizada, y (c) la imposibilidad de lograr contenidos
normativos a partir de las investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral.

Para terminar, se dedica un capítulo a la neuroeducación, partiendo de la notable


característica de la neuroplasticidad. El estudio de las bases neurales aporta datos de gran
importancia para pensar en la ética, y nos plantean el reto de modelar nuestro cerebro.

Objetivos y método

El objetivo fundamental de esta investigación es analizar el campo de la neuroética,


aclarando sus aportaciones y sus características, y explicando algunos de sus resultados
más importantes, para después indagar críticamente en las aportaciones que la neurociencia
puede hacer a la ética, especialmente en lo que se refiere a la posibilidad de ofrecer
explicaciones válidas sobre la elaboración de juicios morales.

Las hipótesis que se proponen son tres: (1) la filosofía –la ética— es pertinente a la
neurociencia y la neurociencia a la ética, ya que ambas se aportan recíprocamente,
resultados y reflexiones que contribuyen a un enriquecimiento mutuo. La
interdisciplinariedad es el único modo de conocimiento acorde con la realidad, en el
ámbito de los temas que atañen a la neuroética.

(2) El diseño de las investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral


adolece de la dimensión contextual y cultural que da sentido a tales decisiones, y por otra
parte, la falta de atención a las teorías éticas subyacentes da lugar a interpretaciones
sesgadas de los resultados.

(3) El énfasis en la importancia de los aspectos emocionales en la toma de


decisiones morales, y la neuroplasticidad que exhibe el cerebro, permiten considerar la
educación como una clave para generar un pensamiento moral más elaborado.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Se ha elaborado una investigación de carácter documental, en la que, a través de la


recopilación, ordenación, selección y análisis de la bibliografía existente, se presenta una
descripción de la investigación en neuroética, para posteriormente valorar la idoneidad de
los enfoques utilizados en los estudios que tratan de encontrar los correlatos neurales de la
moral. Se trata, pues, de un trabajo de revisión, junto con un análisis crítico que trata de
determinar las limitaciones y las posibilidades de la neurociencia de la ética, y aportar
algunas sugerencias relativas a la importancia de estas investigaciones y los retos que
plantea para la ética y la educación.

Conclusiones

1. La neuroética, en sus dos dimensiones, ética de la neurociencia y neurociencia de la


ética, suscita interrogantes relativos a cuestiones que se inscriben dentro del terreno de la
bioética, pero añaden aspectos que repercuten en conceptos fundamentales de la reflexión
filosófica.

2. Es necesario prestar atención a los complejos factores implicados en los problemas


neuroéticos, y a las posibles malas interpretaciones.

3. La cuestión de la mejora cerebral se plantea actualmente a través de técnicas como


los neurofármacos o la estimulación cerebral. Subyace la pregunta acerca de la idoneidad
de la modificación de la naturaleza humana. Los estudios de neurociencia aportan datos
para comprender mejor cómo funciona el cerebro en la toma de decisiones morales, y
hacen evidente su plasticidad. Un enfoque educativo y cultural es el más apropiado para
plantear la posibilidad de una mejora moral.

4. Los estudios de neurociencia de la ética se pueden clasificar en tres grupos, en


función del elemento clave que analizan: los experimentos basados en las emociones y su
influencia en la moral, los que abordan la teoría de la mente y la cognición social, y los que
buscan los correlatos neurales de la toma de decisiones en el razonamiento moral abstracto.
A pesar de identificar áreas cerebrales implicadas en estos procesos, no es posible definir
áreas específicas para lo moral.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

5. Las emociones son esenciales en la cognición moral. Sin embargo, existe un


importante debate en relación al papel de las emociones en la toma de decisiones morales.

6. Existe un peligro de reduccionismo en los planteamientos de la investigación.

7. Las teorías éticas juegan una papel fundamental en el diseño de las investigaciones
sobre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética. Explicitarlas y tomar conciencia
de los compromisos que implican es imprescindible para abordar adecuadamente estas
cuestiones.

8. Las dificultades principales de los estudios que tratan de determinar los correlatos
neurales de la moral, especialmente cuando se plantean diseños experimentales con
dilemas hipotéticos, radican en su poca validez ecológica.

9. La mayoría de los estudios existentes se dedica a buscar los sustratos del “cerebro
moral”, tratando de encontrar los elementos comunes, con una activación cerebral
homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto. No obstante, se observan también
diferentes tipos de actividad neural y procesamiento, que están influidos por factores
contextuales, culturales y personales.

10. Los contextos sociales y culturales son importantes para la toma de decisiones en el
ámbito de la moral.

11. Los estudios sobre neurociencia de la ética afectan a conceptos filosóficos como la
libertad y la voluntad. Se ha afirmado que el cerebro determina la conducta, y por tanto no
existiría la libertad. Pero es un error considerar que la toma de decisiones no es libre si
existe una causa.

12. Las investigaciones que buscan los correlatos neurales de la moral tienden a
incurrir en un materialismo radical, que ha dado lugar a una nueva versión del naturalismo.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

13. La descripción de la arquitectura y funcionamiento del cerebro no puede generar


normas. Esto supone incurrir en la falacia naturalista, tratando de deducir el deber ser a
partir de lo que es. La neurociencia no puede pretender estipular cuáles son los contenidos
morales correctos, ni prescribir cómo debe ser la toma de decisiones morales.

14. Existe una conexión entre lo cognitivo y lo emocional, y esa relación tiene que ver
principalmente con la evolución del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar
soluciones a las dificultades de la vida en un contexto que es necesariamente social. La
plasticidad cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante de la
modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.

15. La filosofía y la ética son pertinentes a la neurociencia, y viceversa. La


interdisciplinariedad y la pluralidad de enfoques y perspectivas en el abordaje de los
correlatos neurales de la toma de decisiones morales es una característica esencial de la
neuroética. El estudio aquí presentado abre muchas puertas para seguir indagando, en
ulteriores investigaciones, sobre las implicaciones que tiene el conocimiento de las bases
neurales del juicio moral en la reflexión sobre la ética, y el modo de lograr una mejora
moral a través de la educación.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Summary

Introduction

This paper expounds the state-of-the-art in neuroscience research on the neural


basis of the ability to make moral decisions.

Firstly neuroethics is described as a discipline, and some facts about its


development are discussed. A chapter is then devoted to the ethics of neuroscience, to
comment on two aspects: the ethical questions raised by research with neuroimaging
techniques, what it is important to address methodological issues in neuroscience research,
and the challenges posed by the possibilities of intervention and improvement in the
human brain, especially with regard to the question of the responsibility we have to
achieve a moral improvement of humanity. While here the emphasis is on improving
drugs, reflection anticipates some ideas to be recovered afterwards, speaking about the
possibility of educational improvement. It thus begins with the ethics of neuroscience
before heading to the neuroscience of ethics, linking both issues.

The next section is devoted, in a more detailed and comprehensive manner, to the
critical analysis of neuroscientific research on moral. Some of the most remarkable results,
organized according to three conceptual approaches are presented: (a) the study of the
neural basis of emotion, (b) social neuroscience research on theory of mind and mirror
neurons, and (c) experiments trying to establish the neural correlates of morality,
specifically studying abstract moral dilemmas.

The achievements and limitations of these investigations, thereby posing a


discussion on the appropriateness and possibilities of neuroscience of ethics, will be
discussed in the next chapter. The criticisms can be raised to these results are: (a) the
reductionism of the approaches, that can lead to deterministic positions, (b) the lack of
contextualization, that generates unrealistic and not ecological research, and (c) the
dependence of the implicit ethical theories.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

The penultimate section deals with the philosophical implications of neuroscience


research. Here are discussed some of the difficulties generated by neuroscience, forcing to
reconsider fundamental philosophical concepts: (a) the idea of freedom, (b) the naturalized
epistemology, and (c) the failure to achieve regulatory content from research about the
neural correlates of morality.

Finally, a chapter is devoted to neuroeducation, based on the remarkable


characteristic of neuroplasticity. The study of the neural basis provides data of great
importance to think about ethics, and poses the challenge of shaping our brain.

Objectives and methods

The main objective of this research is to analyze the field of neuroethics, clarifying
their contributions and their features, and explaining some of its most important results,
then critically investigate the contributions that neuroscience can make to ethics, especially
as it refers to the ability to provide valid explanations on the development of moral
judgments.

The proposed hypotheses are three: (1) philosophy -ethics- is relevant to


neuroscience and neuroscience to ethics, as both results and reflections that contribute to
mutual enrichment are provided reciprocally. The interdisciplinary approach is the only
way of knowing according to reality, within the scope of the issues regarding neuroethics.

(2) The design of the research on the neural correlates of moral lacks of contextual
and cultural dimension that gives meaning to such decisions, and on the other hand, lack of
attention to the underlying ethical theories leads to biased interpretations of results.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

(3) The emphasis on the importance of emotional aspects in making moral


decisions, and the neuroplasticity the brain displays, allow to consider education as a key
to generate a more elaborate moral thinking.

It has been developed a documentary research, which, through the collection,


sorting, selection and analysis of the literature, presents a description of the research in
neuroethics, and then evaluates the appropriateness of the approaches used in the studies
attempting to find the neural correlates of morality. It is, therefore, a review paper, along
with a critical analysis that tries to determine the limitations and possibilities of
neuroscience of ethics, and to offer some suggestions on the importance of this research
and the challenges it poses for ethics and education.

Conclusions

1. Neuroethics, in two dimensions: ethics of neuroscience and neuroscience of ethics,


raises questions concerning issues that fall within the field of bioethics, but adds aspects
that affect fundamental concepts of philosophical reflection.

2. It is necessary to pay attention to the complex factors involved in neuroethical problems


and to possible misinterpretations.

3. The issue of brain improvement arises today through techniques such as


neuropharmacology or brain stimulation. Underlying there is the question of the
appropriateness of changing human nature. Neuroscience studies provide data to better
understand how the brain works in making moral decisions, and make clear its plasticity.
An educational and cultural approach is the most appropriate to raise the possibility of a
moral improvement.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

4. Studies in neuroscience of ethics can be classified into three groups, depending on the
key element discussed: experiments based on emotions and their influence on morals,
those addressing the theory of mind and social cognition, and those looking for the neural
correlates of decision making in the abstract moral reasoning. Despite having identified
brain areas involved in these processes, it is not possible to define specific areas for
morality.

5. Emotions are essential in moral cognition. However, there is considerable debate about
the role of emotions in making moral decisions.

6. There is a danger of reductionism in research approaches.

7. Ethical theories play a fundamental role in the design of research about ethics of
neuroscience and neuroscience of ethics. To explain these theories and to realize the
commitments that imply it is essential to adequately address these issues.

8. The main difficulties of the studies that try to determine the neural correlates of
morality, especially when experimental designs with hypothetical dilemmas arise, lie in its
low ecological validity.

9. Most of the studies is dedicated to find substrates of "moral brain", trying to find the
common elements with a homogeneous cerebral activation in all individuals, and outside
the context. However different types of neural activity and processing, which are
influenced by contextual, cultural and personal factors are also observed.

10. The social and cultural contexts are important for decision-making in the area of
morality.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

11. Studies on neuroscience of ethics affect philosophical concepts such as freedom and
will. It has been asserted that the brain determines behavior, and therefore there would be
no freedom. But it is a mistake to think that the decision is not free if there is a cause.

12. Research seeking the neural correlates of moral tend to incur a radical materialism,
which has resulted in a new version of naturalism.

13. The description of the architecture and functioning of the brain cannot generate moral
norms. This means incurring the naturalistic fallacy, trying to figure out what ought to be
from what is. Neuroscience cannot claim to stipulate what the contents are morally correct,
or to prescribe how should be making moral decisions.

14. There is a connection between the cognitive and the emotional, and that relationship is
primarily with brain evolution to optimize survival and finding solutions to the difficulties
of life in a context that is necessarily social. Brain plasticity opens up space for education
as a determinant of brain change in cultural contexts and in interaction with others.

15. Philosophy and ethics are relevant to neuroscience and viceversa. Interdisciplinarity
and plurality of approaches and perspectives in addressing the neural correlates of moral
decision-making is an essential feature of neuroethics. The study presented here opens
many doors to continue work on further research on the implications of the knowledge of
the neural basis of moral judgment in thinking about ethics, and on how to achieve moral
improvement through education.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

1. Introducción

Neurociencia, neuroética, neurofilosofía, neurocultura… son muchos los campos en


los que las investigaciones neurocientíficas están aportando no sólo nuevos datos, sino
nuevos enfoques y auténticas revoluciones epistemológicas para ciertas disciplinas. La
neuroética es uno de esos campos, en el que algunos no dudan en hablar de un cambio de
paradigma, mientras que otros se cuestionan si estamos ante una disciplina como tal y si
sus aportaciones son novedosas respecto de lo que ya la bioética o la ética de la
investigación están planteando.

Suele considerarse que William Safire, periodista del New York Times y presidente
de la Fundación Charles A. Dana, fue quien acuñó el término “neuroética” en 2003,
definiéndola como «el campo de la filosofía que discute lo correcto y lo incorrecto del
tratamiento o la mejora del cerebro humano». 1

Una posible definición de la “neuroética” que suele ser citada frecuentemente es la


siguiente, también de Safire: «el examen de lo que es correcto o no, lo bueno y lo malo
acerca del tratamiento, perfeccionamiento o invasión no deseada y preocupante
manipulación del cerebro humano.»2 También es relevante la definición que ofrece M.
Gazzaniga, si bien resulta excesivamente ambiciosa: 3 «la neuroética es algo más que una
bioética del cerebro. (…) En mi opinión, la neuroética debe definirse como el análisis de
cómo queremos abordar los aspectos sociales de la enfemerdad, la normalidad, la
mortalidad, el modo de vida y la filosofía de la vida, desde nuestra comprensión de los
mecanismos cerebrales subyacentes. (…) Es –o debería ser— un intento de proponer una
filosofía de la vida con un fundamento cerebral.»

La neuroética formaría parte así de la bioética, y buscaría respuestas a preguntas


tales como: si logramos disponer de técnicas de mejora del cerebro ¿cómo definiremos y
protegeremos nuestra capacidad de actuar éticamente?; ¿qué reglas habrán de regir el
tratamiento para cambiar el comportamiento criminal?; si una persona tiene una lesión
cerebral que le impide dar consentimiento informado ¿debe participar en un ensayo
clínico?; ¿se debería desarrollar un medicamento para mejorar la memoria o para evitar

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

recuerdos dolorosos?; ¿sería justo implantar un chip en el cerebro para un mejor


rendimiento académico?; ¿podría considerarse que las técnicas de neuroimagen aplicadas a
sospechosos de participar en actos terroristas sería una forma de tortura? En general, la
neuroética se refiere a las cuestiones que surgen de la relación entre la ética y las
neurociencias. De ahí la enorme variedad de temas que abarca, y las relaciones que
necesariamente establece con otros campos.

El de la neuroética es un campo en espectacular expansión en este momento.


Ligado a la reflexión sobre problemas éticos en un campo específico de la biomedicina, es,
por tanto, un aspecto de la bioética. De hecho, conviene constatar que el término
“neuroética” (neuroethics) aparece ya como entrada de la Enciclopedia de Bioética en su
tercera edición. 4 Pero su enorme desarrollo hace pensar a muchos que se trata más bien de
una disciplina particular que comparte alguna de sus características con la bioética.

Esta misma discusión se produjo con la ingeniería genética, cuando se debatía su


rango de novedad: ¿es un nuevo frente de problemas éticos que podemos abordar con las
herramientas del pasado, o más bien se trata de algo tan novedoso que nos obliga no sólo a
una reconsideración, sino a la construcción de una auténtica disciplina nueva que pueda
hacerse cargo de ella? ¿Es un cambio cuantitativo o cualitativo el que se está produciendo?
En aquella ocasión se estaba gestando la llamada “gen-ética”, que ha cobrado carta de
ciudadanía en el mundo de la ética. Otro tanto viene ahora a ocurrir con la neuroética:
¿temas nuevos para odres viejos, es decir, un nuevo reto para la bioética –y también para la
filosofía o la psicología—? ¿o una auténtica disciplina original? Probablemente nadie más
que el tiempo tiene la posibilidad de responder con certeza a esta pregunta que atañe, nada
menos, que al estatuto epistemológico de la neuroética. 5

Sin adentrarnos en tan espinoso tema, se puede no obstante, plantear la pregunta


por su novedad e importancia. La neuroética se referiría, en particular, a las cuestiones
relativas a la ética en las neurociencias. Pero ya aquí se abren dos posibilidades: la ética de
la neurociencia o la neurociencia de la ética. Ambas son campos de la neuroética. 6

(a) La ética de la neurociencia se refiere a los problemas éticos suscitados por los
nuevos conocimientos que nos ofrecen las neurociencias acerca de los mecanismos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

cerebrales que están en la base de nuestros comportamientos. A su vez, se divide en dos


subáreas:

(1) las cuestiones éticas relativas al diseño y ejecución de los estudios


neurocientíficos, y

(2) la evaluación de los impactos éticos, legales y sociales derivados de dichos


estudios.

La primera sería una “ética de la práctica”, que tendría una fuerte conexión con la
bioética, en tanto que aplicada a la neurociencia. Así, abordaría problemas comunes con
otras áreas bioéticas, tales como el diseño de los ensayos clínicos, las directrices en el uso
de células madre o tejidos fetales, las cuestiones relativas a la privacidad de los datos
obtenidos en la investigación neurológica, etc. Y también se referiría a elementos más
específicos como el consentimiento informado para participar en ensayos en las personas
con trastornos psiquiátricos.

La segunda tendría más que ver con las implicaciones éticas de la neurociencia. Un
área ciertamente más novedosa y peculiar, en donde sería preciso analizar las
potencialidades, y también los riesgos, de los conocimientos que se van obteniendo sobre
nuestro cerebro, el control del comportamiento, las disfunciones mentales, etc. Cuestiones
tales como el posible reduccionismo de las explicaciones neurofisiológicas para dar cuenta
de las acciones o pensamientos humanos –un tema de índole más filosófica que, sin
embargo, está generando una fuerte controversia—, o las consecuencias legales y éticas
que se derivarían de la supuesta demostración de una lesión cerebral en las personas que
cometen crímenes, o de la disponibilidad de técnicas de neuroimagen que pudieran
demostrar si una persona miente o dice la verdad, son sin duda retos para la reflexión, que
exigen un planteamiento interdisciplinar y que justifican la existencia de un campo
específico de la ética dedicado a la neurociencia.

(b) La neurociencia de la ética aborda otro fascinante terreno: el de los correlatos


neurales de los comportamientos morales. En este caso se trata de analizar si conceptos
propios de la filosofía moral, como el libre albedrío, la intención o la identidad personal se

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

pueden examinar a la luz de la función cerebral, buscando áreas o sistemas que puedan dar
cuenta de ellos.

La diferenciación entre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética es sin


duda de gran utilidad, y permite ordenar la enorme cantidad de temas, aproximaciones y
estudios que se acogen al título de neuroética, que es una de las tareas más necesarias en
este campo. No obstante es evidente que ambos campos están interrelacionados. Los
problemas éticos asociados con las técnicas de neuroimagen, la mejora cognitiva o la
neurofarmacología se enlazan necesariamente con la investigación sobre la arquitectura
funcional del cerebro, para comprender asuntos tan graves como la identidad personal, la
conciencia, la intencionalidad y la capacidad de elaborar juicios morales. Esta “neuroética
fundamental”, como también ha sido denominada, le proporciona a la neuroética aplicada
marcos teóricos para afrontar los problemas éticos. En mi perspectiva, el terreno de la
neuroética puede clasificarse como sigue:

- Neurociencia de la ética: Investigaciones sobre los sustratos neurales que generan un


reto intelectual para repensar temas y conceptos clásicos en ética, en filosofía y en otras
disciplinas no científicas.

En este caso, la neurociencia aporta información y obliga a repensar algunos


conceptos filosóficos, incluyendo la Ética.

Pero también la ética aporta clarificación para la investigación en neurociencia.


Porque los diseños de los estudios han de ser conscientes de las teorías éticas subyacentes,
deben definir los términos empleados y conocer los factores que influyen en su
comprensión y ejercicio.

- Ética de la neurociencia: Estudio de los problemas éticos generados por la investigación


en neurociencia. Por ejemplo, hallazgos inesperados, problemas de confidencialidad o
cuestiones propias de la ética de la investigación en general. Y también análisis de los
problemas éticos derivados de la aplicación de técnicas neurocientíficas. Por ejemplo, la
mejora cerebral, las posibilidades abiertas por la técnica que suscitan interrogantes sobre
sus impactos sociales, morales, legales, etc.

26
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

En uno y otro caso, estas investigaciones se inscriben dentro del campo más amplio
de la Bioética. No existiría una diferencia epistemológica importante respecto del análisis
de otros problemas éticos ligados a la biomedicina, si bien, en algunos de los problemas
analizados, es necesario tomar en consideración la especificidad propia de los mismos.

También dentro de la ética de la neurociencia se incluiría el análisis de los diseños


de investigación en neuroética fundamental (neurociencia de la ética), toda vez que la
selección de un marco conceptual o una metodología de trabajo puede convertirse en un
problema moral. Esto es, cómo analizar los juicios morales, cómo investigar la capacidad
de tomar decisiones morales, puede ser, en sí mismo, un problema ético.

En lo que sigue, se abordarán algunas de estas cuestiones, si bien con diferentes


énfasis. En primer lugar describiremos la neuroética como disciplina, y cómo se ha ido
desarrollando en su corta historia, cobrando un enorme y creciente auge en la actualidad.

Se dedicará después un capítulo a la ética de la neurociencia, específicamente para


comentar dos aspectos de especial importancia: los problemas éticos suscitados por las
investigaciones realizadas con técnicas de neuroimagen, que es relevante para tratar
cuestiones metodológicas de la investigación en neurociencia, y los desafíos generados por
las posibilidades de intervención y mejora en el cerebro humano, especialmente en lo
relativo a la cuestión de la responsabilidad que tenemos de lograr una mejora moral de la
humanidad. Aunque aquí se insistirá en la mejora farmacológica, la reflexión servirá de
base y anticipará algunas ideas que se recuperarán al final del trabajo, donde se hablará de
la posibilidad de una mejora educativa. Pretendemos con ello cerrar el círculo,
comenzando con la ética de la neurociencia para dirigirnos después a la neurociencia de la
ética, enlazando ambas cuestiones.

El siguiente apartado se dedica, de modo más pormenorizado y extenso, al análisis


crítico de las investigaciones neurocientíficas sobre la moral, es decir, la neurociencia de la
ética. Se presentarán algunos de los resultados más notables, organizados conforme a tres
aproximaciones conceptuales, que a pesar de sus diferencias guardan una estrecha relación:
(a) el estudio de las bases neurales de las emociones, (b) las investigaciones de

27
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neurociencia social relativas a la teoría de la mente y las neuronas espejo, y (c) los
experimentos que tratan de establecer cuáles son los correlatos neurales de la moral,
estudiando específicamente dilemas morales abstractos.

Se comentarán en el capítulo siguiente los logros y también las limitaciones de


estas investigaciones, planteando con ello una discusión relativa a la idoneidad y
posibilidades de la neurociencia de la ética. Tras repasar los enfoques y las conclusiones
más relevantes en la investigación sobre los correlatos neurales de la moral, se comentan
las críticas que cabe plantear a estos resultados: (a) el reduccionismo de los
planteamientos, que puede llevar a adoptar posturas deterministas, (b) la falta de
contextualización, que genera investigaciones poco ecológicas y poco realistas, y (c) la
dependencia, pocas veces puesta de manifiesto, de las teorías éticas implícitas.

Con ello se abre paso al penúltimo apartado, relativo a las implicaciones filosóficas
de la investigación neurocientífica. Se comentan aquí algunas de las dificultades generadas
por la neurociencia, al obligar a reconsiderar conceptos filosóficos fundamentales, como la
idea de libertad, a la luz de esta epistemología naturalizada. Y también la imposibilidad de
lograr contenidos normativos a partir de las investigaciones sobre los correlatos neurales de
la moral. El intento de deducir lo correcto a partir de las observaciones de zonas de
activación cerebral incurre en la falacia naturalista y excede su ámbito de trabajo,
pretendiendo ir más allá de la descripción y la explicación. La fuerte controversia que ello
ha suscitado remite de nuevo a los problemas éticos de la neurociencia, cerrando así el
círculo entre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética.

Para terminar, se dedica un capítulo a la neuroeducación, partiendo de la notable


característica de la neuroplasticidad. Los estudios sobre neurociencia de la ética aportan
información muy relevante que debe ser tenida en cuenta y utilizada para una mejora
moral, lograda a través de la educación, entendida no sólo como programas pedagógicos,
sino como cultivo de la mente, fomento de las capacidades que permiten desarrollar
nuestra capacidad moral, para llegar a un nivel de moral postconvencional con un máximo
de madurez en lo cognitivo y en lo afectivo, y, con ello, lanzar un ideal de mejora de la
humanidad, que se convierte en desafío para el futuro.

28
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El estudio de las bases neurales del juicio moral se revela como un apasionante
recorrido en el que se abren innumerables perspectivas. Cada una de ellas enfatiza y
profundiza en un aspecto relacionado con la toma de decisiones, pero todos ellos son
necesarios para ofrecer un panorama de los resultados actuales de las investigaciones.
Estos datos tienen una capital importancia para pensar en la ética, en la capacidad de elegir
en el mundo de los valores, y nos plantean el reto de modelar nuestro cerebro, a través de
la educación, buscando con responsabilidad una mejora moral.

29
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

2. Objetivos de esta investigación

El objetivo fundamental de esta investigación es analizar el campo de la neuroética,


aclarando sus aportaciones y sus características, y explicando algunos de sus resultados
más importantes, para después indagar críticamente en las aportaciones que la neurociencia
puede hacer a la ética, especialmente en lo que se refiere a la posibilidad de ofrecer
explicaciones válidas sobre la elaboración de juicios morales.

La primera hipótesis que anima esta investigación se resume en la afirmación de


que, más allá de la mera descripción de la observación de algunos vínculos entre ética y
neurociencia, la filosofía –la ética— es pertinente a la neurociencia y la neurociencia a la
ética –la filosofía--, ya que ambas se aportan recíprocamente, resultados y reflexiones que
contribuyen a un enriquecimiento mutuo, a pesar de las dificultades y controversias
suscitadas. Subsidiariamente, se plantea la hipótesis de que la interdisciplinariedad es el
único modo de conocimiento acorde con la realidad, en el ámbito de los temas que atañen a
la neuroética. De nuevo, no se trata de una mera constatación, en este caso del trabajo que
realizan los investigadores en neuroética, sino del intento de comprobación de la validez de
esta aproximación metodológica.

En relación a la neurociencia de la ética, a la que se dedicará una mayor atención,


se partirá de dos hipótesis complementarias: por una parte, que el diseño de las
investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral y otras operaciones mentales
relativas a la toma de decisiones en entornos sociales y valorativos, adolece de la
dimensión contextual y cultural que da sentido a tales decisiones, y por otra parte, que la
falta de atención a las teorías éticas subyacentes da lugar a interpretaciones sesgadas de los
resultados. Esto resulta especialmente importante en las conclusiones que se van
extrayendo sobre el papel que juegan los sustratos neurales en cómo se elaboran los juicios
morales y en qué medida las decisiones éticas de los seres humanos están condicionadas –o
determinadas— por sus condiciones físicas y fisiológicas. Las controversias suscitadas

31
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

obedecen en buena medida a un deficiente análisis y a un todavía escaso debate sobre los
elementos en juego.

Finalmente, en cuanto a las aportaciones de la neurociencia a conceptos


fundamentales de la ética y la filosofía, se pondrá a prueba la hipótesis de que el énfasis en
la importancia de los aspectos emocionales en la toma de decisiones morales, y la
neuroplasticidad que exhibe el cerebro, permiten considerar la educación como una clave
para generar un pensamiento moral más elaborado.

32
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

3. Aspectos metodológicos

La investigación en neuroética necesariamente se plantea desde una perspectiva


interdisciplinar. Como se verá más adelante, esto responde, en primer lugar, a la propia
definición de la neuroética: al tratarse de una disciplina en la que se engloba, por un lado la
reflexión ética y, por otro, la neurociencia, obliga a un tratamiento multidisciplinar que, en
sí mismo, es objeto de discusión y análisis. En segundo lugar, y como también se
comentará posteriormente, la interdisciplinariedad se evidencia ante las dimensiones de la
disciplina –la ética de la neurociencia, y la neurociencia de la ética—, que conducen a
aproximaciones diferentes, la primera más afín a los trabajos de la bioética, como ética
aplicada a la biomedicina, y la segunda más cercana a la investigación neurocientífica,
específicamente y de modo muy notable, a la realizada con técnicas de neuroimagen.

Por otro lado, dada la amplitud de los temas que aborda la neuroética, y teniendo
en cuenta que todavía es objeto de discusión el mismo estatuto epistemológico de esta
disciplina, parece lógico que se hagan aproximaciones metodológicas muy diferentes, o
bien que queden englobadas bajo el título de “investigaciones en neuroética”, trabajos y
estudios de muy diversa índole, que abordan cuestiones muy variadas.

Así mismo, en la bibliografía existente revisada se detectan dos importantes


problemas, que son destacados en varios casos por los propios autores: el primero de ellos
es la ausencia de una teoría omniabarcante que pueda englobar las diferentes y variadas
aproximaciones y resultados de la investigación. Este escollo es más patente en las
investigaciones de neurociencia de la ética, y sin duda no es exclusivo de ellas, sino que
atañe a la investigación psicológica en su conjunto. Los diferentes estudios no sólo parten
de supuestos teóricos diferentes, lo que dificulta enormemente su comparación, sino que se
sitúan en perspectivas que pueden ser complementarias, pero en las que escasamente hay
referencias mutuas y sí aparecen, sin embargo, argumentos a favor de la idoneidad de cada
uno de los planteamientos. Parece así que este amplio terreno de investigación adolece de
una vía de comunicación ad intra, que pueda dar cuenta de los fenómenos desde la
complementación.

33
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El segundo problema se refiere a la gran profusión de artículos y ensayos que se


puede encontrar, puesto que éste es un campo en expansión actualmente. De modo general,
se encuentra una enorme variedad de publicaciones que aportan resultados de investigación
sobre diversos aspectos o dimensiones concretas del estudio sobre los sustratos neurales de
lo moral. Esto supone una dificultad, pues son muchos los factores que parecen influir en
la toma de decisiones morales. Se echa en falta una reflexión, que sin duda excede el
objetivo de estas investigaciones, sobre cuáles son los elementos clave del juicio moral.

Por otro lado, muchos artículos constatan esta dificultad, y repasan lo que ya se
conoce, o proponen un planteamiento programático de los numerosos temas a tratar, sin
que se encuentren análisis profundos de dichos temas. En concreto muchos artículos
dedicados sobre todo a los aspectos éticos de la neurociencia, tratan de exponer los
interrogantes y problemas suscitados por este tipo de investigaciones, dedicando sus
esfuerzos a la descripción de los mismos y a la identificación de los puntos álgidos que
sería preciso abordar, sin embargo, escasean los trabajos de fondo en que, más allá de la
mera descripción, se emprendan exploraciones sobre dichos problemas, y se analice la
relación entre unos y otros temas.

En términos generales, y a pesar de que, como se ha comentado, la


interdisciplinariedad es una clave inexcusable de la neuroética en su conjunto, puede
decirse que lo más habitual es que la ética de la neurociencia sea un terreno típicamente
más tratado por los filósofos y por investigadores procedentes de otros ámbitos en los que
se analizan las implicaciones prácticas de los nuevos descubrimientos y aplicaciones de la
neurociencia, como los juristas, los sociólogos o los politólogos. Por su parte la
neurociencia de la ética parecería ser un terreno más eminentemente científico. Sin
embargo, considero que ambos terrenos están interconectados y que se aportan
mutuamente valiosos datos y análisis, de modo que la colaboración puede ser muy
fructífera. Así, la ética de la neurociencia probablemente iluminará buena parte de las
investigaciones neurocientíficas, examinando aspectos éticos que le conciernen y, de modo
mucho más intrínseco a la propia investigación, aportando los marcos teóricos y
conceptuales necesarios para el diseño de la investigación. Igualmente, la neurociencia de
la ética tiene mucho que decirle a la ética, puesto que buena parte de sus afirmaciones y
supuestos se verán afectados por los hallazgos de la investigación. De ahí que, a pesar de la

34
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

diferenciación entre dimensiones de la neuroética, haya una conexión que nos permite
afirmar la existencia de un dominio más amplio.

Tal es la posición que defienden autoras como A. Roskies, 7 quien no obstante es


quien propuso la distinción entre las dos dimensiones de la neuroética, 8 o como P.S.
Churchland, bien conocida por ser probablemente la autora más relevante del ámbito de la
neurofilosofía, 9 una subdisciplina estrechamente vinculada con el tema que nos ocupa. Una
y otra encuentran en los estudios de neurociencia de la ética una fuente de datos para poner
en cuestión ciertos conceptos éticos asumidos como válidos, y, a su vez, a partir de las
conclusiones extraídas de su estudio, orientar e iluminar el trabajo de la ética de la
neurociencia. En esta línea Churchland y Casebeer afirman: 10

«Necesitamos una teoría normativa de la moralidad en funcionamiento


antes de poder identificar los correlatos neurales de la cognición moral; pero
por el lado contrario, una ventaja de identificar los correlatos neurales de la
cognición es que puede permitirnos eliminar ciertas teorías morales por ser
psicológica y neurobiológicamente irreales. Sin embargo, esta circularidad
(aunque parezca lo contrario) no es un círculo vicioso: las teorías y sus
dominios co-evolucionan, informándose unos a otros, en muchas áreas de
las ciencias.»

Es esta línea metodológica que siguen las investigaciones de filósofas como P.S.
Churchland o A. Roskies la que se toma como inspiración metodológica en esta
investigación. Para poder analizar hasta qué punto es viable esta interdisciplinariedad entre
neurociencia y ética, y en qué medida está siendo utilizada en los diversos estudios que se
están llevando a cabo, se ha realizado una revisión bibliográfica amplia y una ordenación
de la información aportada por los numerosos estudios. Ello permite determinar cuáles son
las limitaciones y dificultades existentes en estas investigaciones, desde el punto de vista
de su pertinencia en el abordaje de la ética, y también explorar hasta qué punto se
reconocen los problemas en dichas investigaciones, o se asumen presupuestos tácitos o
nombres comunes.

35
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Se ha elaborado una investigación de carácter documental, en la que, a través de la


recopilación, ordenación, selección y análisis de la bibliografía existente, se presenta una
descripción de la investigación en neuroética, sus partes y enfoques más relevantes, para
posteriormente realizar una reflexión crítica acerca de la idoneidad de los enfoques
utilizados en los estudios que tratan de encontrar los correlatos neurales de la moral, y
proponer la pertinencia de una cuidadosa selección de los conceptos y teorías éticas que
sustentan el propio diseño de las investigaciones.

Se trata, pues, de un trabajo de revisión, que no pretende ser exhaustivo, pero que
ofrece un panorama general de lo que actualmente se conoce sobre las bases neurales de la
toma de decisiones morales, y de la inscripción de estas investigaciones en el contexto más
amplio de la neuroética. Además, se ha realizado un análisis crítico de esta información,
tratando de comprobar si las hipótesis apuntadas eran adecuadas, esto es, determinar si son
válidas las conclusiones relativas a los correlatos neurales de la capacidad de tomar
decisiones morales.

Puede considerarse que estas son también las limitaciones de este trabajo: al no ser
exhaustivo, no puede ofrecer una pormenorizada relación de todos los resultados de
investigación en este campo. Sin embargo, esto se justifica porque el propio avance de los
estudios ha ido ampliando y diversificando la extensión del terreno de exploración en lo
concerniente a los fundamentos cerebrales de la toma de decisiones morales. Hemos creído
más conveniente ofrecer una revisión general del estado de la cuestión, enfatizando
algunos aspectos, que trata de ser completa, si bien, como se ha indicado, no exhaustiva.
Por otro lado, al ser una revisión, no aporta resultados empíricos novedosos, pero sí ofrece
un análisis crítico que trata de determinar las limitaciones y las posibilidades de la
neurociencia de la ética, y aportar algunas sugerencias relativas a la importancia de estas
investigaciones y los retos que plantea para la ética y la educación.

36
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

4. La neuroética como campo de estudio

4.1. Ética y neurociencia. Mente y cerebro

Reflexionar sobre la relación entre los aspectos éticos y el cerebro es una tarea que
puede considerarse antigua, tomada en un sentido amplio, ya que la cuestión acerca del
significado de la mente y su imbricación en un sustrato material ha sido uno de los grandes
temas de la historia del pensamiento. Planteado en sus términos clásicos, como el debate
entre alma y cuerpo, o en una nomenclatura más cercana, mente y cerebro, ha estado
presente desde hace siglos en la historia de la filosofía y ha sido objeto de análisis por obra
de pensadores como Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Zubiri y muchos otros.

Muchas de las teorías propuestas por los filósofos anticiparon respuestas a


preguntas que después han podido ser elucidadas, o al menos comprendidas con más datos,
por medio del trabajo de las neurociencias. A la altura de nuestro tiempo, es evidente que
las neurociencias están obligando a la filosofía a reflexionar sobre sus propios conceptos, a
la luz de los resultados aportados por las investigaciones científicas sobre el cerebro. En el
fondo se trata de una vieja y querida pregunta para la filosofía: ¿qué podemos conocer? y,
en última instancia, ¿quiénes somos?

El ser humano se comprende a sí mismo como un conjunto de pensamientos,


sentimientos, capacidades, motivaciones, etc. que le permiten desarrollar unas acciones, un
comportamiento, y que son dependientes de una determinada configuración físico-
biológica. Pero, para poder dar una explicación de esos elementos que lo constituyen,
necesita describir no sólo los componentes biológicos, sino también los elementos socio-
culturales que, en interacción con los primeros origina y configura su peculiar
especificidad.

«El cerebro del hombre adulto puede considerarse como resultado de


al menos cuatro evoluciones ensambladas y sujetas cada una a la
variabilidad aleatoria: la evolución de las especies durante los tiempos

37
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

paleontológicos y sus consecuencias sobre nuestra constitución genética; la


evolución individual por la epigénesis de las conexiones neuronales que
concurren en el desarrollo del individuo; la evolución cultural, también
epigenética, extracerebral, que comprende desde la temporalidad
psicológica hasta la memoria milenaria; y, por último, la evolución del
pensamiento personal, igualmente epigenética, que se produce en la
temporalidad psicológica y moviliza la memoria individual y cultural,
cognitiva y emocional.»11

A la altura de nuestro tiempo, y estando la controversia aún abierta, el debate entre


mente y cerebro parece haberse decantado por una perspectiva monista, en la que, a pesar
de las diferencias entre unos autores y otros, se acepta de modo bastante generalizado un
sustrato material, el cerebro, como origen de todos los procesos mentales. Y si a algo han
contribuido las neurociencias es a poner en entredicho todas las posiciones idealistas o
espiritualistas que pretendían explicar la conciencia o la identidad humana como fruto de
algo inmaterial, quizá para salvar una dignidad que percibían amenazada por la crudeza de
las explicaciones científicas.

La neurociencia –de la que ciertamente no podemos hablar en singular pues abarca


enfoques muy diferentes— se inscribe dentro de las llamadas ciencias cognitivas. El
“hexágono cognitivo” muestra las seis disciplinas que, interrelacionadas entre sí, enfocan los
temas relacionados con el conocimiento humano. 12 La filosofía, como filosofía de la mente,
reflexión sobre las teorías de la mente y también como epistemología (teoría del
conocimiento). La antropología en cuanto explicación del ser humano, su desarrollo
filogenético y ontogenético, las influencias socio-culturales en su aprendizaje y constitución.
La psicología por su explicación de los procesos psíquicos relacionados con el conocimiento
y la conciencia, específicamente el campo de la neuropsicología, que estudia la relación
cerebro-conciencia-conducta a través de estudios empíricos y analizando las lesiones
cerebrales. La lingüística que estudia el lenguaje, tanto a nivel sintáctico como semántico, y
la formación de conceptos. La inteligencia artificial, que aporta modelos que permiten
entender el procesamiento cerebral y reproducirlo artificialmente. Y las neurociencias
(neurofisiología, neurobiología, neuroanatomía, etc.) que aportan datos fundamentales sobre
la estructura y funcionamiento del cerebro.

38
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Filosofía

Antropología Psicología

Lingüística Inteligencia artificial

Neurociencias

La multidisciplinariedad de las ciencias cognitivas, en sí misma, muestra una


interesante dimensión en el estudio de la relación mente-cerebro: la necesidad de una
visión compleja y diversa, con enfoques variados y modos de explicación conceptualmente
diferentes. Y éste es su mayor valor: al estudiar el conocimiento humano de modo
interdisciplinar, las diferentes aproximaciones dialogan a la búsqueda de una teoría más o
menos global que pueda explicar y dar respuesta a preguntas que la filosofía ha venido
planteando desde antaño y a los nuevos interrogantes que se han ido suscitando. Una
integración o modelo, probablemente no exento de dificultades, que pueda dar cuenta de
los distintos fenómenos sin entrar en claras contradicciones, y que es muy necesario a la
vista de la diversidad existente.

Obviamente, todas estas cuestiones incluyen importantes problemas éticos,


principalmente derivados de los conceptos de libertad, conciencia, responsabilidad,
identidad, etc. que se construyan. Así, a modo de ejemplo, en la historia de la filosofía, y
específicamente desde la Modernidad, por obra de I. Kant, se ha insistido en que la
dimensión racional del ser humano es lo que le confiere una peculiaridad tan notable que
genera un estatuto especial, el de la dignidad. Tal condición es la base de la afirmación de
la libertad, pues el ser humano es capaz de darse a sí mismo leyes morales, y también de la

39
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

responsabilidad, pues la posibilidad de elegir remite inmediatamente a la necesidad de


justificar la opción elegida. Tal es la condición moral del ser humano. Y, aún más, por
tener dignidad el ser humano, es sujeto de la obligación moral, no sólo como agente de la
acción, a lo que se ha hecho referencia, sino como receptor pasivo del respeto. Esto quiere
decir que no todo está permitido en las acciones que llevamos a cabo sobre los seres
humanos.

De aquí se derivan dos importantes consecuencias para el tema que nos ocupa: por
una parte, los descubrimientos generados por la investigación neurocientífica pueden
obligarnos a repensar conceptos que tienen una larga tradición en la historia del
pensamiento y que son el soporte, por ejemplo, del sistema jurídico-legal en el que se
mueven las sociedades occidentales. El tema, como puede observarse, dista de ser banal. Si
la afirmación, por ejemplo, de la existencia de ciertos patrones generales de activación
cerebral ante ciertos dilemas morales, pudiera dar como resultado algún cambio en nuestro
concepto de responsabilidad –tema éste que es objeto de discusión, como se verá más
adelante—, será preciso analizar qué consecuencias tendría esto desde un punto de vista
social, político y cultural.

Por otra parte, la misma investigación neurocientífica, sus métodos y posibilidades,


y las aplicaciones futuras que puedan preverse, como por ejemplo la mejora cerebral,
generan importantes interrogantes éticos, algunos de los cuales no distan demasiado de
reflexiones y análisis que ya se han elaborado previamente para otras cuestiones similares
–por ejemplo, en ética de la investigación con seres humanos—, quedando así emplazados
dentro de la tarea bioética en la que se inscribe buena parte del trabajo de la neuroética. Sin
embargo, para otros problemas tendremos que arbitrar nuevas estructuras de análisis,
puesto que su novedad e implicaciones exceden los territorios ya explorados. De este
modo, la propia neurociencia se convierte en objeto de examen ético.

Los conceptos y teorías que se están manejando en la investigación neurocientífica,


y que condicionan tanto el diseño de los experimentos como la interpretación de los
resultados, afectando por tanto a su validez, son cuestionables. Obligan a analizar en
profundidad las teorías filosóficas subyacentes, las definiciones de “lo moral” o “lo ético”

40
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

que se están empleando y, sobre todo, exigen un cuidadoso análisis de cuáles son los
elementos que se observan.

La historia de la ética sigue aportando una información y unos resultados


interesantes y valiosos, por más que seamos conscientes de que es deudora de los
conocimientos científicos y de los contextos ideológicos que en cada época han estado
vigentes y se han aceptado como paradigmas válidos. La historia del pensamiento no es un
mero cúmulo de “opiniones antiguas” que sirven para las charlas de café. La filosofía es
una disciplina con más de veinticinco siglos de historia intentando aportar luz acerca de los
fenómenos de lo humano. No es aceptable una “sustitución” de la filosofía por la ciencia,
sencillamente porque esto supone, no sólo un profundo desconocimiento de la filosofía, su
método y sus aportaciones, sino también un profundo desconocimiento de la propia
ciencia, que no ostenta la pretendida objetividad de la que algunos quieren hacer gala. 13

Más aún, cada vez más se va haciendo patente que buena parte de las afirmaciones
que la neurociencia puede hacer, aportando evidencias científicas, coincide con lo que los
filósofos han venido explicando desde hace siglos con otro lenguaje y otros métodos de
análisis. No parece prudente desdeñar todo este trabajo teórico.

Por otro lado, la neuroética depende de la investigación en neurociencia, y no es


ajena a la elección sobre el modelo teórico que se esté utilizando para explicar el
comportamiento humano. Los modelos más frecuentes en neurociencia tienden a ser
reduccionistas e ingenuos, postulando que si elementos tales como la conciencia o la toma
de decisiones son productos de la actividad neural del cerebro, una explicación científica
rigurosa y bien elaborada del mismo será suficiente para dar cuenta de ellas.

Establecer la conexión entre la mente y el cerebro no resulta sorprendente en


nuestros días. Sin embargo, afirmar que el cerebro es el sustrato necesario no significa que
seamos capaces de explicar todos los pensamientos, juicios, capacidades y
comportamientos humanos. Y menos aún que exista una predeterminación de los mismos,
evidenciable al observar el funcionamiento del cerebro.

41
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Con todo, no se trata de defender a toda costa la pertinencia de la filosofía, sino de


situar la reflexión y la investigación neurocientífica en el entorno complejo,
multidisciplinar e incierto en que necesariamente ha de moverse. Al contender con los
asuntos de lo humano no es posible hallar verdades incuestionables, la filosofía ha
aprendido esto a lo largo de su historia. Pero también la ciencia está sometida a paradigmas
vigentes y a marcos teóricos aceptados, y es consciente de que la validez de sus premisas
es sólo provisional. Los presupuestos verificacionistas hace mucho tiempo que fueron
cuestionados y relativizados por una concepción más abierta y falsacionista. Es necesario
comprender que las investigaciones sobre los sustratos neurales de lo moral asumen, de
modo explícito o tácito, ciertos presupuestos y teorías, desde las que interpretan sus
hallazgos. Y sus resultados son expresiones de verdades parciales sobre el cerebro y el ser
humano, siempre sometidas a revisión. Y esto no es fruto de nuestro desconocimiento, sino
de cómo es la propia realidad. «La investigación es inacabable no sólo porque el hombre
no puede agotar la riqueza de la realidad, sino que es inacabable radicalmente, a saber,
porque la realidad en cuanto tal es desde sí misma constitutivamente abierta.»14

Comentarios como algunos de los que hace M. Gazzaniga, 15 indicando que es


evidente que hay una naturaleza humana única que nos determina de modo claro,
existiendo por tanto una ética universal subyacente, y afirmando que «los encarnizados
debates seculares sobre la naturaleza de las decisiones morales y su similitud o diferencia
se resuelven ahora de manera rápida y clara con la moderna imagen cerebral», 16 no son
afortunados a la altura de nuestro tiempo, pues confunde religión y filosofía, prescinde de
las críticas al positivismo y parece adoptar ingenuamente una perspectiva de la ciencia
como salvadora de nuestras incertidumbres y nuestros males –una visión de la historia de
la humanidad que proponía A. Comte en el siglo XIX y que ha sido desechada—, y
defiende la posibilidad de una ética universal sin atender a lo cultural, y sin analizar qué
significa “ética universal”.

Un debate más fructífero entre la ética –la filosofía— y la neurociencia se


encuentra, por ejemplo, en la conversación entre J.P. Changeux y P. Ricoeur, en la que se
manifiestan las notables diferencias entre disciplinas pero, al mismo tiempo, desde un
enfoque comprehensivo y deliberativo, se subrayan las aportaciones mutuas e incluso la
posibilidad de resolver el problema como ya lo hiciera Descartes –al que sin embargo

42
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

tantas acusaciones de dualismo le han sido dirigidas—: con una “tercera sustancia”, el ser
humano, diferente de lo material y lo mental.

«la cuestión es saber en qué medida los conocimientos que tenemos


sobre nuestro cerebro nos dan una nueva concepción, una representación
diferente de lo que somos, de lo que son nuestras ideas, nuestros
pensamientos, las disposiciones que intervienen en nuestro juicio. Y,
efectivamente, en el plano de la cuestión moral es algo fundamental.
(Changeux)
No creo exagerado decir que la distancia semántica es tan grande entre las
ciencias cognitivas y la filosofía como entre las ciencias neuronales y la
filosofía. Esa distancia entre vivencia fenomenológica y dato objetivo
recorre toda la línea de división entre las dos aproximaciones al fenómeno
humano. Pero ese dualismo semántico (…) no puede ser más que una
posición de partida. La experiencia múltiple, amplia y completa está
compuesta de tal modo que ambos discursos no dejan de ser correlativos en
numerosos puntos de intersección. (Ricoeur)» 17

En este sentido una autora como K. Evers propone el concepto de “materialismo


informado” para oponerse al dualismo y al reduccionismo ingenuo que exhiben algunos
planteamientos en neurociencia. 18 Esta propuesta asume que es posible explicar los
procesos cerebrales, y que es adecuada una perspectiva evolutiva en la que la conciencia, la
moral y otros rasgos de lo humano pueden comprenderse como fruto de una actividad
neural que cumple una función biológica. Pero, junto a ello, se incluyen otros elementos de
la experiencia subjetiva que son relevantes para dar cuenta de quiénes somos. Se trataría
así de desarrollar una concepción neurocultural no disociativa y dinámica de la experiencia
humana.

En resumen, las investigaciones sobre los sustratos neurales de lo moral aportan


interesantes resultados para la explicación de lo que ocurre en nuestro cerebro cuando
elegimos, tomamos decisiones, evaluamos y actuamos. Sin embargo son visiones por ahora
incompletas y parciales de un fenómeno complejo como la moralidad, y están muy lejos de
poder ofrecer una explicación válida. La neurociencia no puede prescindir de lo social, lo

43
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

cultural, lo motivacional, etc. y todos éstos son campos que remiten a otras disciplinas y
aproximaciones. Como mostraremos más adelante, no es posible dar cuenta de lo moral sin
una perspectiva compleja, dinámica, interdisciplinar, con un fuerte apoyo en la reflexión
filosófica.

4.2. Breve historia de la ética de la neurociencia

El origen de esta aproximación a la ética de la neurociencia suele situarse en el


frecuentemente citado hito de la investigación realizada durante la Segunda Guerra
Mundial por parte de los médicos de la Alemania nazi, y en la preocupación que generó,
dando lugar a los primeros documentos y acuerdos internacionales en materia de ética de la
investigación con seres humanos. El Código de Nüremberg, resultado de los juicios
posteriores a la guerra, o la Declaración de Helskinki de la Asociación Médica Mundial,
son algunos de esos resultados, que han marcado un hito en la determinación de las
obligaciones éticas relativas a la investigación con humanos, y que han servido para
sensibilizar ante los riesgos y abusos que, en ocasiones de modo intencionado y en otros
casos movidos por un grave desconocimiento y un excesivo celo en el ansia de saber más,
han llevado a muchos investigadores a cometer tropelías éticamente inaceptables.

Años más tarde, en 1978, el Informe Belmont –elaborado para determinar los
principios que deberían regir la investigación con seres humanos, tras el desvelamiento del
lamentablemente famoso estudio de la sífilis de Tuskegee— se convirtió en la clave de la
moderna bioética. Con ello hemos podido llegar a la situación actual, en la que se afirma
de modo generalizado que los criterios éticos no son en modo alguno un mero ornamento o
añadidura prescindible, sino que, antes bien, son un requisito imprescindible para poder
considerar que una investigación es técnicamente correcta.

En relación a la investigación específicamente relacionada con el cerebro, también


hay un evento importante que suscita la preocupación ética, en este caso, la popularización
de la psicocirugía para el tratamiento de los pacientes con enfermedad mental. Al final del
siglo XIX se plantearon las correlaciones entre cerebro, pensamiento y conducta, que

44
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

llevaron a que durante la primera mitad del siglo XX se realizasen operaciones quirúrgicas
en lóbulo prefrontal para intentar aliviar el sufrimiento de los pacientes cuya enfermedad
era resistente a los tratamientos. Las consecuencias nefastas desde el punto de vista de los
cambios de personalidad de los pacientes, suscitaron una gran preocupación acerca de la
eficacia e idoneidad de esta terapia. No obstante siguieron empleándose. Esto, unido al
incremento de investigaciones relativas a la relación entre cerebro y comportamiento, llevó
al establecimiento, por parte de la UNESCO, de la Organización Internacional para la
Investigación Cerebral (International Brain Research Organization).

En Estados Unidos, la Sociedad de Neurociencia (Society for Neuroscience, SfN)


creó en 1972 un Comité sobre Responsabilidad Social, con el propósito de informar a los
investigadores y al público sobre las implicaciones sociales de la investigación en
neurociencia. Esta preocupación se ha mantenido hasta la actualidad: en 2003 la SfN inició
una conferencia anual sobre neuroética, y en 2005 una serie titulada “Diálogos entre
Neurociencia y Sociedad”, que mantiene hasta nuestros días. 19

En los primeros años de la década de 1980, la Oficina de Evaluación de Tecnología


(Office of Technology Assessment, OTA) encargó un estudio sobre el impacto potencial de
la neurociencia como parte de un proyecto relativo a las implicaciones de la tecnología
para el envejecimiento. 20 En este informe se destacaron los beneficios médicos de la
investigación neurocientífica y se examinaron los impactos de la neurociencia en el
trabajo, el sistema judicial y la educación.

En 1995 el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO desarrolló un estudio


similar para explorar la ética y las neurociencias. 21 El informe subrayaba los retos de la
investigación del comportamiento, especialmente el engaño y la manipulación, y los
problemas derivados de la utilización de sujetos humanos. Y también destacó la dificultad
de informar al público de los hallazgos de la neurociencia, por su posibilidad de ser
malinterpretados.

Por otro lado, los avances en biología molecular, la puesta en marcha del Proyecto
Genoma, y las posibilidades futuras de aplicar los conocimientos genéticos, generaron una
notable preocupación, que dio como resultado la decisión de dedicar una parte de los

45
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

fondos para la investigación al estudio de los aspectos éticos, legales y sociales –lo que se
denominó ELSI, Ethical, Legal and Social Issues—. Un hecho sin precedentes en la
historia de la investigación que ha influido notablemente en el planteamiento posterior de
las implicaciones éticas de la investigación en neurociencia. De hecho, las interrelaciones
entre genética y neurociencia son destacadas por numerosos investigadores, y, del mismo
modo, desde el punto de vista ético, así como la genética originó una subdisciplina, la
GenÉtica, la neurociencia ha propiciado la NeuroÉtica. 22

4.3. La neuroética como disciplina

Las primeras alusiones a la “neuroética” aparecen a finales del siglo XX. Según J.
Illes y T. Raffin 23, la primera referencia a este término y al nuevo campo que se abre es la
de R.E. Cranford, en 1989, que habla del papel que debe jugar el neurólogo en cuanto
experto que se enfrenta con el cuidado del paciente y con decisiones al final de la vida,
donde el componente ético es esencial. 24 No mucho después, desde el terreno de la
filosofía –o, para ser más precisos, desde la neurofilosofía, campo éste también de gran
novedad e interés, que tiene su figura más representativa en P.S. Churchland 25—, se
comienza a indagar la implicación del estudio del cerebro en el concepto de la identidad
personal y el yo. Y también comienza a analizarse la influencia de la neurofisiología y la
neuropsicología en la educación, como muestra el trabajo de A. Pontius. 26

Con todo, el punto de arranque oficial de esta nueva disciplina puede situarse en
2002. Ese año la revista Neuron y la AAAS organizaron un simposio interdisciplinar
titulado “Comprender las bases neurales de los comportamientos complejos: las
implicaciones para la ciencia y la sociedad”. También en 2002, la Royal Institution
organizó en Londres un evento titulado “El futuro de la neurociencia” para analizar la
neurociencia y sus implicaciones sociales. En 2002 algunos autores empezaron a publicar
artículos en los que planteaban problemas éticos de las neurociencias. 27 Y, sobre todo, tuvo
lugar la primera conferencia mundial sobre neuroética, celebrada en mayo de 2002 en San
Francisco (California, Estados Unidos), auspiciada por la Fundación Dana y organizada
por las Universidades de Stanford y California. Esta reunión, que convocó a

46
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neurocientíficos, bioeticistas, abogados, políticos, etc. por su necesario carácter


interdisciplinar, tenía por objeto delimitar la disciplina y plantear las líneas maestras de su
futuro. El resultado de ese trabajo puede apreciarse en la publicación a que dio lugar. 28 Son
cinco los bloques en que se plantea el estudio de la neuroética: el problema del yo, la
identidad; las implicaciones sociales y legales; la investigación y las aplicaciones en
farmacología, clínica y cibernética; la recepción pública de la cuestión; y el futuro de esta
nueva disciplina.

El sumario de conclusiones de esta reunión nos ofrece un amplio listado de


afirmaciones, cada una de las cuales remite a un campo de investigación y una red de
interrelaciones que convendría indagar:

- Los comportamientos éticos y emocionales están conectados. De hecho, emoción y


razón pueden ser parte de un continuo neural.

- Sea lo que sea a lo que llamamos libre albedrío (o voluntad libre), el cerebro opera
para elegir entre varios deseos o elecciones con que se presenta. En este sentido
existe una autodeterminación (o al menos el cerebro está dispuesto conscientemente
a dar crédito al trabajo que hace).

- Para comprender realmente el cerebro necesitamos nuevos paradigmas. Los nuevos


datos nos obligan a abandonar los viejos modelos. Pero nuestra mayor comprensión
no disminuye la libertad. “Menos magia no es menos interesante”.

- Los descubrimientos de la neurociencia no sólo cubren el espectro que va desde el


comportamiento hasta los circuitos, células y moléculas, sino que se extiende al
dominio de la física.

- Antes de utilizar las nuevas tecnologías de la neurociencia (aplicaciones) sería


importante definir “normal” y “anormal”. En todo caso, la neurociencia es una
disciplina aún muy joven, por lo que se necesitaría mucha más investigación para
poder llegar al punto de predecir correctamente comportamientos o definir
características.

47
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

- No es sin embargo demasiado pronto para empezar a pensar cómo se debería


evaluar la aplicabilidad de ciertos criterios de investigación, o establecer directrices
al respecto para llevarlas a la práctica.

- La neuroética debe introducirse en todas las disciplinas implicadas. Es importante,


como primer objetivo, desarrollar un léxico común.

- Sería importante asegurar la financiación pública y privada para la investigación en


neuroética. Los frutos de la investigación neurocientífica serán los conductores de
la agenda neuroética.

- Es vital desarrollar nuevos y efectivos tratamientos para los desórdenes


neurológicos y psiquiátricos. Tal es una de las metas más importantes de la
investigación neurocientífica. El acercamiento a la clínica genera nuevos y difíciles
problemas para la neuroética (protección de la privacidad, consentimiento
informado, etc.). La neuroética podría ayudar a regular el uso de los nuevos
tratamientos en la clínica.

- El incremento de la capacidad de intervenir en la función cerebral irá haciendo cada


vez más difícil distinguir tratamiento de mejora. La neuroética tiene que jugar aquí
un papel en la definición de lo que puede ser dañino para el individuo o para la
sociedad.

Con todo ello, queda patente que éste es un campo interdisciplinar cuya potencialidad
es enorme y cuyo ámbito de reflexión es “transversal” por cuanto afecta a todas las áreas
relativas a la neurociencia. De ahí, que, como reconocen J. Illes y T. Raffin, exista una
irrenunciable responsabilidad, no sólo de conocer más, sino de analizar ese conocimiento:
«Nuestra responsabilidad en la persecución de nuevo conocimiento es un mandato
histórico; más allá de la neurociencia, sin embargo, con capacidades sin precedente para
ahondar más profundamente en el pensamiento humano en salud y en enfermedad, nuestras
responsabilidades éticas han alcanzado un amplio nuevo nivel.»29

48
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

La Comisión Europea, consciente también de la importancia de esta cuestión, lanzó


en 2004, en colaboración con la Fundación King Baudouin de Bélgica y otras
organizaciones, el proyecto titulado “Encuentro de mentes: deliberación de ciudadanos
europeos sobre la ciencia del cerebro” (Meeting of Minds), en el que 126 ciudadanos
europeos evalúan y discuten aspectos éticos, legales y sociales derivados de las
neurociencias. Sus recomendaciones han sido publicadas en 2006. 30

Son también relevantes los proyectos que últimamente se han puesto en marcha
para incentivar y promover la investigación en neurociencia. Entre ellos, por ejemplo,
podemos mencionar dos: En 2013, el presidente de EEUU B. Obama, decretó la creación
de la Presidential Commission for the Study of Bioethical Issues, como parte de la
Iniciativa BRAIN (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies), 31
un proyecto financiado con 100 millones de dólares, similar en importancia para la
neurociencia a la que tuvo el Proyecto Genoma para la genética. El objetivo es impulsar la
investigación sobre el cerebro, para afrontar enfermedades como el Alzheimer, el
Parkinson o las lesiones producidas por los traumatismos cráneo-encefálicos.

Por su parte, en ese mismo año, la unión europea puso en marcha el Proyecto
Cerebro Humano Human Brain Project) 32 con la intención de desarrollar tecnologías de
computación y nuevos tratamientos para el cerebro. Para ello se han diseñado seis
plataformas dedicadas a la neuroinformática, la simulación cerebral, la computación de
alto rendimiento, la informática médica, la computación neuromórfica y la neurorobótica.

En ambos proyectos se incluye un apartado de análisis de los problemas éticos, para


identificar las dificultades, promover el diálogo con los agentes sociales y formular
recomendaciones.

El campo de la neuroética está gozando de un espectacular avance, tanto en los


proyectos de investigación que, ligados a la neurociencia, se están desarrollando, como en
la existencia de centros dedicados a esta disciplina (International Neuroethics Society, The
Oxford Centre for Neuroethics en Reino Unido, Center for Neuroscience & Society de la
Universidad de Penssylvania, el programa de Neuroética del Satnford Center for
Biomedical Ethics, o el National Core for Neuroethics en la Universidad de British

49
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Columbia, en Vancouver, por citar sólo algunos de los más activos), o en la profusión de
publicaciones que se pueden encontrar (existen ya revistas dedicadas exclusivamente a este
campo, como Neuroethics, o American Journal of Bioethics Neuroscience), desarrollando
líneas de trabajo tan diferentes como la cognición moral, la voluntad y la libertad, la
neuroantropología, la modificación y mejora del cerebro, la responsabilidad legal, las
interfaces cerebro-computador, la neurocirugía, el neuromarketing, etc.

50
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

5. Ética de la neurociencia

Comparando sin ambages la neuroética con la ética de la ingeniería genética, M.


33
Farah afirmaba en 2005 que se le ha concedido poca importancia a la neuroética hasta el
momento, pero que, al igual que ocurrió con la gen-ética, será un campo de enorme
desarrollo. Diez años más tarde, el desarrollo de la neuroética es espectacular, tanto por el
número de estudios que se han publicado al respecto, como por la influencia que la
perspectiva neurocientífica está teniendo en todos los campos.

No obstante, Farah también afirmaba que la novedad es relativa, pues muchos de


los problemas éticos a que hemos de enfrentarnos no son exclusivos de las neurociencias.

Buena parte de los problemas éticos suscitados por la neurociencia son similares a
otros problemas bioéticos que han ido surgiendo previamente en la biomedicina, como la
seguridad de los métodos de investigación y tratamiento, la limitación en las expectativas
generadas por las nuevas terapias, la disponibilidad de pruebas predictivas para
enfermedades futuras que no tienen curación (como el Alzheimer o la enfermedad de
Huntington), o la amenaza a la confidencialidad y la privacidad.

Sin embargo, hay otras cuestiones neuroéticas que son específicas y únicas de la
neurociencia, por razón de la peculiar materia de la que trata este campo. El cerebro, como
órgano de la mente, es el lugar en donde reside el sentido de nuestra identidad. Por ello, las
intervenciones en el cerebro tienen implicaciones éticas distintas a las realizadas en otros
órganos. Además, el conocimiento creciente que vamos adquiriendo sobre las relaciones
entre mente y cerebro afecta a las definiciones de capacidad, salud o enfermedad mental, e
incluso de muerte. Igualmente, en la medida en que cambie nuestra comprensión de los
mecanismos que subyacen a los comportamientos, pueden verse afectados conceptos que
no sólo tienen implicaciones éticas sino también legales, como la responsabilidad.

51
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

La mayor parte de los problemas éticos en la neurociencia resultan de dos


desarrollos:

(1) la capacidad de visualizar la función cerebral en los seres humanos vivos, con
una resolución espacial y temporal suficiente como para captar fluctuaciones de actividad
con significación. Esto está llevando a la posibilidad de explicar procesos cognitivos o
comportamientos en función de las activaciones cerebrales, en ocasiones con un
planteamiento excesivamente simplificador.

La neuroética ha de enfrentarse a las implicaciones prácticas que las


neurotecnologías tienen para los individuos y para la sociedad. Especialmente las nuevas
posibilidades de monitorizar y manipular la mente humana a través de la neuroimagen,
abren la posibilidad de transgredir el derecho a la privacidad de los individuos, accediendo
no sólo a sus comportamientos, sino también a sus pensamientos, lo que puede tener
consecuencias de gran calibre.

Y (2) la capacidad de alterar la actividad cerebral por medios físicos o químicos, de


modo selectivo, para inducir cambios funcionales específicos. Este segundo aspecto
conduce a las posibilidades de mejora, esto es, de modificación de rasgos y capacidades, de
modo permanente o temporal, que puede suponer una alteración de nuestra identidad y,
quizá, de nuestra misma naturaleza humana. Esta alteración de las funciones cerebrales en
los humanos normales –es decir, los que no presentan rasgos que puedan considerarse
patológicos—, con la finalidad de mejorarlas, comienza a ser una posibilidad real y otro
frente de preocupación.

Todos estos avances en las neurociencias están iluminando también la cuestión


acerca de la relación entre mente y cerebro. Aquí se abre una importante cuestión
filosófica, relativa a las implicaciones que las razones por las cuales la gente muestra un
determinado comportamiento, tienen en nuestras leyes, costumbres y normas morales.

52
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

5.1. Problemas éticos derivados de las técnicas de neuroimagen

La historia de la neuroimagen moderna comienza en los años 70 del siglo XX con


la Tomografía Axial Computarizada (TAC), rápidamente se desarrollan otras técnicas
radiológicas como la Tomografía por Emisión de Positrones (PET) y la Tomografía por
Emisión de Fotón Único (SPECT), que utilizan radiación en marcadores que permiten
obtener la imagen de la función cerebral, y la Resonancia Magnética (MRI), que trabaja
con campos magnéticos, y que puede ser estructural –obteniendo una imagen anatómica—
o funcional –obteniendo una imagen de activación cerebral—. Todas estas técnicas se han
utilizado en la investigación de la cognición y la emoción, PET y SPECT desde los años
80, y MRI desde los 90, que es la alternativa no invasiva, y por tanto la que resulta de
preferencia en los estudios actuales. También otras técnicas como la electroencefalografía
(EEG) y los potenciales evocados (ERP), han encontrado nuevas posibilidades en este tipo
de estudios. Y se siguen desarrollando técnicas de neuroimagen no invasivas, como la
magnetoencefalografía (MEG) o la espectroscopia con infrarrojos (NIRS), que pretenden
medir la actividad cerebral localizada.

Haciendo una comparación entre ventajas e inconvenientes del uso de las


tecnologías más frecuentemente utilizadas en la investigación, Illes y Racine 34 proponen
los siguientes:

Técnica Ventajas Limitaciones


EEG No-invasiva, bien tolerada, bajo coste, Resolución espacial limitada en
resolución temporal por debajo del segundo comparación con otras técnicas

MEG No-invasiva, bien tolerada, buena resolución Alto coste, mercado y disponibilidad
temporal extremadamente limitados

PET Muy desarrollado para la detección de cáncer y Requiere inyección o inhalación de


para medir la función cognitiva, en desarrollo contraste, demora de más de 30 min.
como herramienta de predicción de enfermedad entre estimulación y adquisición de
que implique neurocognición (como en datos, disponibilidad limitada, alto coste
Alzheimer)

SPECT Usos para cartografiar enfermedad psiquiátrica y Requiere inyección intravenosa de

53
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neurológica, incluyendo traumas craneales, contraste, alto coste


demencia, desórdenes anímicos, derrames,
impacto de abuso de drogas en función cerebral
y comportamiento agresivo atípico o
irresponsable

fMRI No-invasivo, repetibilidad del estudio, sin Alto coste del equipo, necesidad de
riesgos conocidos. Nuevas aplicaciones de la experiencia para utilizar y mantener los
resonancia en mapas de difusión (difusión tensor sistemas
maps, DTI) muestran buena correlación con
inteligencia, capacidad lectora, personalidad y
otras medidas de rasgos

Todas estas técnicas generan una serie de problemas éticos, 35 y muchos de ellos no
son nuevos, como los riesgos que puede conllevar su uso, la necesidad de obtener un
consentimiento informado válido (y las dificultades que esto comporta cuando se trata de
pacientes con enfermedades mentales), o la posibilidad de encontrar hallazgos inesperados
de anormalidades cerebrales y la duda acerca de su revelación. 36

Pero también hay problemas éticos nuevos que exigen un cuidadoso análisis.
Evidentemente, las nuevas técnicas de neuroimagen permiten, cada vez más, inferir rasgos
y estados psicológicos de los individuos, y en muchos casos esto puede hacerse sin
cooperación ni consentimiento de las personas, con lo que se convierte en una peligrosa
arma de “lectura de la mente”. 37 Haber encontrado rasgos en el cerebro de enfermedades
como la depresión o la esquizofrenia, abre la posibilidad de que la historia o el futuro
psiquiátrico de una persona puede inferirse a partir de la neuroimagen, con las
implicaciones sociales y personales que eso puede conllevar.

Algo parecido ocurre con los correlatos neurales de la personalidad. Rasgos como
la extroversión/introversión, el neuroticismo, la búsqueda de novedad, la evitación del
daño, o la dependencia del premio se estudian con técnicas de neuroimagen, si bien
obteniendo resultados muy variados, algunos convergentes y otros divergentes. 38 Algunos
de estos estudios pueden tener consecuencias notablemente complejas, por ejemplo los que
se refieren a actitudes raciales. 39 Pero lo mismo probablemente cabría decir de las

54
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

diferencias en la resolución o valoración de dilemas morales, o en la determinación de las


preferencias. 40 Todo esto puede tener importantes repercusiones sobre la privacidad de las
personas, y genera una duda acerca de la posibilidad de que los empleadores, abogados o
compañías de seguros pudieran tener acceso a esta información –tema que, por otro lado,
no es exclusivo de estas técnicas, y que se ha planteado con enorme interés en la
investigación genética—.

Por supuesto, tanto estas cuestiones como las que se mencionarán a continuación,
parten de la base de una confianza excesiva en la posibilidad de hacer interpretaciones y
predicciones psicológicas certeras y objetivas de las medidas de activación cerebral
obtenidas por neuroimagen, lo cual es, cuando menos, cuestionable. El problema reside en
que se tiende a ver los datos de la neuroimagen como algo más preciso, correcto y objetivo,
de lo que realmente es. 41 Una buena dosis de escepticismo parece, en este caso,
recomendable.

En esta lectura de los pensamientos, se busca también la discriminación de la


verdad y la mentira, o de la mentira intencionada, e incluso algo relacionado, de
significación legal notable: la diferenciación entre la memoria falsa –es decir, un error en
el recuerdo que se produce cuando una persona cree equivocadamente que recuerda un
acontecimiento que no ha tenido lugar—, y la memoria verídica. 42

Algunos autores hablan ya de las “huellas digitales del cerebro” (brain


fingerprinting), un método que ya se ha aceptado como evidencia en los juicios y que se
defiende como modo de cribado para la detección de terroristas. Se trata de una técnica
basada en los potenciales evocados que presume poder ayudar a discriminar criminales de
inocentes. 43

Esto apunta hacia la capacidad de conocer las actitudes y pensamientos de una


persona para predecir sus acciones, algo que sería de especial utilidad en la justicia u otro
tipo de sistemas sociales donde la detección de la mentira sería un interesante objetivo.
También algunas aplicaciones de la neuroimagen funcional se refieren a esta cuestión.
Incluso se piensa en la posibilidad de predecir futuros crímenes violentos. 44 Así se propuso
una legislación en la Britain’s Mental Health Act, 45 en la que se permitía la detención de

55
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

individuos que todavía no habían cometido un crimen, pero que se estimaba que eran una
potencial amenaza para la seguridad pública. Esos individuos se diagnosticarían como
“Grave desorden de personalidad peligrosa”, un término que no tenía definición médica ni
legal. 46

Todo esto puede conducir no sólo a nuevas posibilidades y riesgos en el ámbito


jurídico-legal, o a nuevas técnicas que permitan una aproximación diferente, sino también
a un cambio en la concepción de la responsabilidad y la culpa. La capacidad de hacer
previsiones de futuro, elecciones responsables y prudentes, o adoptar el punto de vista
ajeno, también tiene un correlato neural. 47 Esto tiene importantes repercusiones desde el
punto de vista de una neurociencia de la ética, como se comentará más adelante. Pero
también genera la duda acerca de si estos resultados afectarán a nuestro modo de
comprender la responsabilidad legal y moral. 48

5.2. La posibilidad de la mejora y el perfeccionamiento cerebral

Otro de los frentes de preocupación, como se ha mencionado, es la posibilidad de la


mejora. Entre las muchas posibilidades de modificación de la actividad cerebral, se
encuentran las técnicas de mejora neurocognitiva, esto es, la utilización de drogas y otras
intervenciones no farmacológicas en el cerebro (psicocirugía, estimulación cerebral
profunda, etc.) para mejorar a las personas en cuanto a sus capacidades mentales.

Existen técnicas no farmacéuticas que pueden alterar la función cerebral y que, por
tanto, también se convierten en herramientas de mejora. Las más importantes son la
estimulación magnética transcraneal (TMS), la estimulación del nervio vago, o la
estimulación cerebral profunda. Estos métodos se han utilizado ya para mejorar la función
mental o el ánimo en pacientes con enfermedades neuropsiquiátricas médicamente
49
intratables.

La investigación relativa a los efectos de estos métodos no farmacéuticos en la


función cerebral de individuos normales se ha limitado a la TMS, la técnica menos

56
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

invasiva, y ha generado el interrogante acerca de la idoneidad de la mejora de las


capacidades cerebrales. Por ahora el perfeccionamiento de la cognición a través de la
alteración directa de la función cerebral se refiere a dos tipos de función: la atención y la
memoria. La atención se ha estudiado a partir del Déficit de Atención con Hiperactividad
(TDAH), en que se ven afectadas la memoria de trabajo, las funciones ejecutivas y el auto-
control cognitivo. Sin embargo, rápidamente se han comenzado a emplear los hallazgos
para una mejora de la atención en sujetos normales.

La mejora de la memoria es un objetivo que sin duda tendría bastante aceptación


social. Esta modificación perfectiva podría tener resultados beneficiosos: permitiría evitar
la consolidación de ciertos recuerdos en los trastornos de estrés postraumático, y podría
servir para evitar recuerdos dolorosos en cualquier persona. No obstante, hay datos que
muestran que una memoria prodigiosa está ligada a dificultades en el pensamiento y
resolución de problemas. 50

En muchos casos, estas nuevas posibilidades generan preocupación e interrogantes


éticos. Se discute sobre los objetivos de las transformaciones, sobre los fines que
persiguen. Pero también, obviamente, sobre los medios para lograrlos. Por ejemplo, es muy
posible encontrar un acuerdo mayoritario en considerar que tener más memoria es algo
mejor que conformarse con la capacidad actual y sus olvidos. Sin embargo, no hay tal
acuerdo en la utilización de neurofármacos o chips integrados en el cerebro para lograrlo.

La novedad del planteamiento actual reside en la disponibilidad de una serie de


tecnologías que abren espacios de mejora antes inimaginables. En algunos casos se trata de
cambios realmente espectaculares, pero en otros, los que probablemente se van
incorporando con más facilidad y rapidez en la sociedad, son simplemente aplicaciones
nuevas de cosas conocidas, o nuevos desarrollos que van más allá de lo inicialmente
buscado.

La pregunta por la deseabilidad o idoneidad moral de la mejora dista de tener una


fácil respuesta. 51 De nuevo, éste no es un tema exclusivo de la neurociencia, pues se
plantea también con la cirugía estética, la utilización de la hormona de crecimiento en
niños sanos, o la ingeniería genética. En el ámbito de la neurociencia, las dudas provienen

57
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

sobre todo del uso de psicofármacos u otras técnicas neurocientíficas, donde, en primer
lugar, existe una gran preocupación por la seguridad, los efectos colaterales y las
consecuencias no deseadas. En segundo lugar, también hay una fuerte inquietud respecto a
las influencias sociales que estas técnicas de mejora cerebral pudieran tener: cómo
afectarían a nuestro modo de vivir, si se introducirían nuevas formas de discriminación, si
habría una fuerte presión social, o coacción, a favor de la mejora que influyera en la
competitividad y desarrollo académico o profesional, etc.

Pero, sobre todo, en tercer lugar, se plantea un conjunto de dificultades relativas a


la implicación que estas técnicas de mejora pueden tener en la misma concepción de la
persona, de la salud, de la búsqueda del sentido de la vida. Los cambios en el cerebro
producen cambios en la persona, y aunque comprendamos que somos seres dinámicos y
que el cambio es parte sustancial de nuestra vida, surge el interrogante acerca de la
valoración de las técnicas que mejoran nuestras capacidades, modificando así nuestra
personalidad y nuestro modo de vivir. 52 Ésta es una cuestión de índole filosófica que
enlaza con el otro enfoque de la neuroética que abordaremos a continuación, la
neurociencia de la ética.

5.2.1. De lo terapéutico a lo perfectivo

El debate más relevante en torno al tema del perfeccionamiento cerebral tiene que
ver con los psicofármacos. La psicofarmacología ha ido desarrollándose y mejorando sobre
todo en los problemas derivados de los efectos secundarios. Sin embargo, los
medicamentos cuya intención era terapéutica, afectan a la función cerebral también en la
gente sana, lo que genera la posibilidad de su utilización para la mejora de las funciones
normales –no patológicas o disfuncionales—. Este potencial de mejora no es, ciertamente,
nada nuevo, ni exclusivo de los medicamentos psicotrópicos. El uso de sustancias químicas
para alterar los rasgos afectivos o cognitivos normales es habitual (por ejemplo, el
consumo de alcohol), y en la medida en que los efectos secundarios puedan ser más
tolerables, su uso puede hacerse más atractivo.

58
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Fármacos que se habían desarrollado originalmente para tratar enfermedades como


la narcolepsia o el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) –por tanto, con un
objetivo claramente terapéutico—, se utilizan ahora, fuera de la indicación inicial, para
incrementar la memoria, el período de atención, o la capacidad para concentrarse en tareas
cognitivas. 53 Incluso, algunos de estos fármacos pueden mejorar las funciones ejecutivas, o
la capacidad de resolver problemas, 54 lo cual, sin duda es algo atrayente para multitud de
personas. De hecho, existen estudios que muestran cómo uno de estos medicamentos para
el TDAH, el Ritalin (metilfenidato), es el más utilizado, para rendir mejor en los exámenes,
entre los estudiantes universitarios (dependiendo de los estudios, se estima entre un 10% en
Europa, y casi un 20% en Estados Unidos). 55

Muchas personas valoran este tipo de usos de los fármacos, por una parte, como
algo preocupante que tiene que ver con el problema, más global, del uso de las drogas, y,
por otra parte, como una forma de engaño o falsificación, pues los logros obtenidos de este
modo no serían fruto del esfuerzo personal, sino de una ayuda química. 56

Buena parte de los problemas éticos generados por esta posibilidad son similares a
los que se han planteado ante otras posibilidades de mejoras físicas, como el dopaje en el
deporte para lograr marcas o ganar competiciones, o la utilización de la hormona del
crecimiento para mejorar la altura de los niños. Pero también hay algunos problemas éticos
nuevos que surgen en relación a la mejora cerebral, pues estos cambios afectan al modo de
pensar y sentir de la gente, lo que genera nuevas preocupaciones en relación a lo que se ha
dado en llamar “libertad cognitiva”.

La libertad cognitiva es la libertad de tener el control soberano sobre la propia


conciencia. Es una extensión de los conceptos de libertad de pensamiento y autoposesión.
El “Centro para la libertad cognitiva y la ética” –un centro americano, sin ánimo de lucro,
fundado y dirigido por el neuroeticista Wrye Sententia y el teórico legal Richard Glen
Boire—, define la libertad cognitiva como “el derecho de cada individuo a pensar
independiente y autónomamente, para utilizar todo el espectro de su pensamiento, e
implicarse en múltiples modos de pensamiento.” 57

59
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Un individuo que disfruta de libertad cognitiva es libre para alterar el estado de su


conciencia utilizando cualquier método de su elección, incluyendo elementos tan variados
como la medicación, el yoga, las drogas psicoactivas, la oración, etc. Tal individuo nunca
sería forzado a cambiar su conciencia contra su voluntad. Así, por ejemplo, un niño que es
obligado a consumir Ritalin como prerrequisito para ir a la escuela pública, no disfruta de
libertad cognitiva, y tampoco un individuo que fuera forzado a tomar anti-psicóticos para
poder ir a juicio.

El papel creciente de la psicofarmacología en la vida cotidiana suscita también


problemas éticos, como la influencia del mercado farmacéutico en nuestras concepciones
de la salud mental y la normalidad, y el sentido crecientemente maleable de identidad
personal que resulta de lo que Peter Kramer llamó “psicofarmacología cosmética”, 58 esto
es, el uso de drogas para mejorar la cognición de los individuos normales y sanos.

La mejora de los estados de ánimo es, probablemente, uno de los aspectos que más
dudas suscitan, en la medida en que parecen no sólo propiciar un cambio adaptativo,
posibilitando que ciertas capacidades puedan desarrollarse mejor, sino que parecen influir
y modificar aspectos que tienen que ver con la identidad de los individuos.

El ejemplo más conocido es el uso de los ISRS (inhibidores selectivos de la


recaptación de serotonina), como el Prozac (fluoxetina), una clase de compuestos
típicamente usados en el tratamiento de cuadros depresivos, trastornos de ansiedad, y
algunos trastornos de personalidad. Son los antidepresivos más prescritos en muchos
países.

Algunos casos relacionados con el Prozac, indicaban que los pacientes parecían
“mejor que bien”, y los autores lanzaron la hipótesis de que este efecto se podría observar
también en individuos sin ningún trastorno psiquiátrico. A partir de ese momento, el uso de
la llamada “píldora de la felicidad” se ha extendido de un modo vertiginoso. Sin embargo,
sigue siendo controvertido este uso de un fármaco en situaciones no patológicas, que
refleja de modo visible cómo nuestras sociedades desarrolladas amplían progresivamente
sus demandas de salud hacia la búsqueda incesante del bienestar. Por otro lado, es también
objeto de debate la veracidad de las promesas y expectativas generadas por estos fármacos

60
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

y, en general, la idoneidad del uso cosmético de estos antidepresivos. Los opositores a la


farmacología cosmética creen que el uso de estos fármacos es la manifestación de un
consumismo propiciado por el mercado y, por tanto, sometido a intereses económicos. 59
Sin embargo, sus defensores, como A. Caplan, consideran que los individuos tienen
derecho a determinar si quieren usar esos fármacos o no, y por tanto es un ejercicio de la
autonomía individual. 60

La pregunta abierta es si estas técnicas de mejora son adecuadas. Por una parte,
como apunta Caplan, parece que los individuos deberían tener la posibilidad de elegir
cómo quieren vivir y lograr sus objetivos. Así, al disponer de técnicas que puedan
favorecer el desarrollo de las capacidades, sería una cuestión de libertad elegir su uso o no.
Este es el planteamiento de Julian Savulescu quien, partiendo de la constatación de que
todos buscamos mejorarnos, esto es, ser más inteligentes, estar más sanos, tener más
fuerza, estar más atractivos, etc., afirma que, en el caso de que dispusiéramos de una
técnica biomédica que nos permitiera hacer mejoras, no sólo no sería inmoral utilizarla,
sino que sería obligatorio. 61

Savulescu considera que si pudiéramos hacer que nuestros hijos tuvieran más
posibilidades, desde el punto de vista biológico, sería legítimo ofrecérselas. No habría
razón para aceptar las mejoras ambientales y no las biológicas, éstas también deben ser
utilizadas, pues pueden ser igual de determinantes y/o posibilitadoras. En buena medida, su
argumentación trata de buscar la coherencia: si aceptamos tratar enfermedades, debemos
aceptar la mejora, pues hay una difícil distinción entre enfermedad o discapacidad –que
justifica la terapia— y malestar –que abre paso a la mejora—, teniendo en cuenta la
pluralidad en la definición de salud.

Más aún, Savulescu formula un “Principio de beneficencia procreativa” 62 según el


cual las parejas, o personas individuales, deben seleccionar al niño, de entre los hijos
posibles que podrían tener, del que se pueda esperar que va a tener la mejor vida, o al
menos una vida mejor que los otros, basándose en la información relevante disponible.

La “mejor vida” se define como aquella que pueda disfrutar de mayor bienestar. Y
la legitimidad de su persecución radica en el hecho de que los padres siempre buscan ese

61
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

objetivo, aunque por medios ambientales (por ejemplo, eligiendo el momento de tener a su
hijo cuando su situación económica sea favorable). La novedad está en la aceptación de
medios biológicos para lograrlo.

Por ello Savulescu considera que la selección de genes, patológicos o no, la


selección de sexo, la selección de embriones, o la mejora son una obligación moral. En su
opinión, no sólo se puede, sino que se debe seleccionar y buscar la mejora. No hacerlo,
disponiendo de los medios, sería inmoral.

Evidentemente, esto implica la posibilidad de que las mejoras hagan, de dichos


individuos o de sus descendientes, posthumanos. 63 La razón fundamental que justifica esta
postura es que, el hecho de que algunas personas pudieran hacer malas elecciones, dando
lugar a un subhumano, más que a un posthumano (como pronostican las antiutopías), no es
razón suficiente para rescindir el derecho a elegir de las personas. No al menos en una
democracia liberal. De ahí que, más que medidas restrictivas, sea necesario promover
contramedidas adecuadas como la educación, la persuasión, y una reforma social y
cultural.

Sin embargo, por otro lado, las modificaciones biológicas introducen de modo muy
palpable una cuestión importante: el cambio de la identidad de los individuos. Conviene
tener en cuenta que esto no es exclusivo de las intervenciones farmacológicas, ni de las
técnicas de mejora biológica. También los cambios educativos, culturales, ambientales, son
determinantes para la vida de los individuos, los configuran y les dotan de unas
capacidades y posibilidades, a costa de perder otras. Y sus cambios pueden ser tan
irreversibles e impuestos como los biológicos. No obstante, permanece una convicción,
quizá irracional, de que sólo –o mayormente— lo biológico es lo que puede cambiar
“nuestra naturaleza” y, por tanto, puede hacernos perder nuestra misma humanidad.

A ello cabe añadir que nuestra cultura ve con buenos ojos el esfuerzo, la constancia,
el empeño en ser mejor, como virtudes que muestran un afán de superación y un cultivo y
desarrollo de nuestras capacidades. Pero siempre por medios ambientales y culturales. De
hecho, en relación al mencionado fármaco Prozac, se hizo famoso hace años un libro
titulado Más Platón y menos Prozac en el que Lou Marinoff 64 se planteaba la necesidad de

62
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

no confiar tanto en los fármacos, y dedicar más atención al cultivo de una reflexión serena
sobre uno mismo, de un análisis racional de las propias emociones y del modo de afrontar
los conflictos y, en definitiva, de promover y favorecer un crecimiento y maduración
personal, antes de abandonarse a las bondades de un fármaco en el que depositamos todas
nuestras esperanzas de recuperación y, quizá, de logro de la felicidad.

Pero, cabe preguntarse por qué confiamos tanto en estos cambios culturales, y
sospechamos de las modificaciones biológicas. Por qué concedemos tanta importancia a
nuestras capacidades intelectuales y afectivas, y sin embargo, creemos que es mejor
cultivarlas con esfuerzo en lugar de mejorarlas desde su sustrato material. O incluso, por
qué pensamos que podríamos perder nuestra humanidad, nuestra identidad, por modificar
nuestra condición biológica. Parecería que nos genera una gran preocupación la posibilidad
de “no ser nosotros mismos” si utilizamos psicofármacos –u otras técnicas— para
incrementar nuestras capacidades, a pesar de que un “yo mejorado” no sería,
necesariamente, menos yo que el “natural”. De hecho, no está claro que exista realmente
un “yo natural” no modificado, teniendo en cuenta que somos realidades dinámicas en
permanente cambio, influidos por factores de muy diversa índole. Posiblemente, incluso,
podría afirmarse que un yo que pudiera desarrollar al máximo sus capacidades, actualizar
sus potencialidades, sería la realización plena, y por tanto “más yo”.

5.2.2. La cuestión de la identidad

Estas preguntas son las que conducen al debate acerca de la identidad, y las claves
de la continuidad del yo. David DeGrazia 65 distingue entre dos sentidos diferentes de
identidad: la identidad numérica y la identidad narrativa. Algunas tradiciones filosóficas se
han centrado en la identidad numérica, entendida como la relación que tiene una entidad
consigo misma, como siendo una y la misma a lo largo del tiempo. Los cambios que se van
produciendo a lo largo de los años son accidentales, de modo que la persona puede
asumirlos, aunque sean enormes, sin perder la noción de que dichos cambios le ocurren a
él o ella. Esta continuidad psicológica, y también biológica –pues, según las diferentes
teorías, se enfatiza una u otra—, incorpora también una concepción de un sustrato esencial

63
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

de la persona, que sirve de soporte para sus características. Los debates se centran en cuál
es ese elemento subyacente, una entidad autoconsciente, o un organismo vivo.

La identidad narrativa, por su parte, se refiere a la autoconcepción que tiene el


individuo de sí mismo: sus valores, su biografía, sus experiencias vividas, los roles que lo
definen, etc. De modo que lo importante está en el relato que puede hacer, que en algunos
momentos puede encontrar un punto de inflexión, una crisis de identidad, que obliga a su
protagonista a reconfigurar la lógica de esa autobiografía.

Esta interesante distinción había sido ya propuesta, de modo más profundo y


elaborado, por P. Ricoeur. 66 Los conceptos que maneja el pensador francés son el de
identidad como “mismidad” y como “ipseidad”, lo que le sirve para denunciar no sólo su
posible confusión, sino el fracaso de cualquier reflexión sobre la identidad personal que
ignore la dimensión narrativa.

La mismidad hace referencia a la permanencia en el tiempo –equivaldría a lo que


DeGrazia denomina identidad numérica—, tiene que ver con el hecho de que algo sea una
sola y la misma cosa, lo cual supone unicidad y también identificación o reconocimiento
de lo mismo consigo mismo. Pero puede ir más allá, introduciendo una dimensión más
cualitativa, que toma en consideración el factor tiempo. En este caso se busca una
continuidad, por similitud, entre los estadios de desarrollo de un individuo, y por tanto, una
permanencia en el tiempo.

Evidentemente, este planteamiento conduce a la pregunta sobre la existencia de un


sustrato, que sea el soporte de esa permanencia y continuidad. En este punto es donde
Ricoeur introduce el concepto de ipseidad, al afirmar que la constitución de la identidad
supone la mismidad pero no se agota en ella. Dicho de otro modo, la ipseidad “recubre” la
mismidad, como una segunda naturaleza que, sin embargo, es lo esencial, es lo que
determina el yo, en el que se reconoce una persona, el rasgo distintivo de su identidad. Por
eso, para pensar la persona y su identidad es imprescindible recurrir a esta identidad
narrativa, porque es la que puede decirnos “quién” es ese sujeto humano. No es sólo un
“qué”, es una identidad, un conjunto de posibilidades que se han configurado a lo largo del
tiempo, en el movimiento de una narración, generando una historia.

64
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El tema, obvia decirlo, es complejo y muy interesante, pero excede los objetivos
que aquí pretendemos. Baste decir que, desde el punto de vista de la posible modificación
de la identidad, los dos tipos suponen aproximaciones diferentes. La preocupación por los
criterios que determinan si alguien sigue siendo el mismo en diferentes tiempos, a pesar del
cambio, conciernen a la identidad numérica, a la mismidad, mientras que la pregunta
acerca de qué es lo nuclear en la autoconcepción de una persona, y por tanto, qué sería
necesario preservar para que siga siendo la misma, 67 concierne a la identidad narrativa.

Teniendo esto en cuenta, la posibilidad de una mejora que cambiara ciertas


características del individuo, no afectaría a la identidad numérica, según DeGrazia, pues,
en su sentido biológico, los cambios mentales de una persona no generarían otro organismo
humano, sino el mismo. Más cuestionable es su afirmación de que, en su sentido
psicológico, no se perdería la continuidad, en la medida en que la persona mejorada
mantendría el recuerdo de quién era antes de la intervención. Según DeGrazia, el criterio
de identidad como persistencia de una y la misma “vida mental” no se vería afectado,
porque existirían conexiones psicológicas a lo largo del tiempo (por ejemplo, recuerdos de
experiencias previas) o continuación de capacidades mentales, aunque éstas hayan sido
mejoradas o modificadas en sus rasgos. No obstante, es posible pensar en modificaciones
que afecten a la memoria (por ejemplo, eliminación de recuerdos dolorosos o traumáticos),
en cuyo caso sí se podría producir una alteración de esa continuidad psicológica.

Según DeGrazia, el error común, al no diferenciar estos dos tipos de identidad, es


considerar que las mejoras en las características mentales pueden afectar la identidad de la
persona en su conjunto, haciendo que sea otra y distinta de la anterior. Sin embargo, hay
continuidad, al menos parcial, por la persistencia del organismo. El cambio se daría en
cuanto a la identidad narrativa, y puede suponer una clara modificación de la biografía y la
historia de un individuo. Pero, además, las intervenciones de mejora afectan la identidad
narrativa en la medida en que influyen en la autoconcepción que el sujeto tiene de sí
mismo. Alguien que adquiere nuevas capacidades, posiblemente se percibe a sí mismo de
modo diferente y esto, sin duda, cambiar su modo de ser y afrontar su relación con el
mundo.

65
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Así, la crítica a la mejora insiste en la posibilidad de cambiar algunos aspectos


nucleares de la identidad narrativa, de modo que el resultado sea una persona diferente. Es
lo que plantea, por ejemplo, el President’s Council on Bioethics. 68 Pero esto exige
determinar cuáles son esos aspectos nucleares, que definen la identidad, y que, o bien son
específicos de cada sujeto, o de modo más general, son comunes a todos los individuos y,
por tanto, equivaldrían a definir una naturaleza humana dada. Teniendo en cuenta que nos
situamos dentro del terreno de la identidad narrativa, y no de la identidad numérica, hablar
de una “esencia” humana resulta, cuando menos complejo. Sólo sería posible hablar de
unas capacidades básicas que se modulan de modo diferente en cada individuo (por
ejemplo, pensar, proyectar, comunicarse, etc.), dando como resultado un núcleo de rasgos
que el propio sujeto considera básicos y definitorios de su persona y modo de ser (por
ejemplo, alguien considerará que su capacidad de comunicación lo define y caracteriza, por
ser éste un factor determinante en su biografía, sin el cual no podría entenderse ni ser él
mismo o ella misma).

Con todo, el problema sigue abierto, pues la pregunta acerca de la bondad de una
modificación que pretende mejorar estos rasgos no se puede responder de modo
simplificador afirmando que ese núcleo de identidad es inviolable. De hecho, las
modificaciones que todos experimentamos a lo largo de nuestro tiempo vital, y que
configuran nuestra biografía, son en ocasiones casuales e inesperadas (por ejemplo, un
accidente que deje secuelas físicas o psíquicas en una persona), pero también, en otros
casos, buscadas deliberadamente (por ejemplo, alguien que se realice algunos cambios
quirúrgicos en su cuerpo, para sentirse mejor y más seguro). Por supuesto, la valoración
que se pueda hacer acerca de la seriedad o frivolidad de las razones para el cambio, no
afecta a la valoración moral sobre su corrección, en la medida en que fuera voluntario y
libremente elegido, y salvando las situaciones en que se pudiera detectar una alteración en
la interpretación de la realidad, susceptible de ser abordada desde otra perspectiva (por
ejemplo, que la elección de una cirugía transformadora fuera fruto de un evento traumático
que hubiera generado una depresión en la persona).

Por tanto, que las personas elijan cambios que alguien pueda considerar absurdos,
no es un argumento sólido para afirmar que la mejora pueda ser incorrecta moralmente. El
problema se sitúa en el rechazo a una modificación de rasgos, considerados nucleares, que

66
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

parecerían inviolables por su posibilidad de hacer perder la identidad de las personas, de


hacer perder la misma humanidad.

Resulta evidente que definir estos rasgos resulta complejo, quizá imposible, y no es
nuestro objetivo aquí, pero sí es necesario subrayar que, sean cuales sean, y aun
suponiendo que pudiéramos acordar universalmente cuáles son, no son resultado exclusivo
de la biología, no están determinados de modo absoluto por lo orgánico, sino que son el
resultado de una interacción entre la naturaleza y el medio, entre lo biológico y lo cultural.
Y por ello, insistir en la objeción a la modificación biológica puede ser un planteamiento
parcial y una visión reduccionista del problema.

5.2.3. La idea de una naturaleza humana

Los debates filosóficos propiciados por la neurociencia retoman en buena medida


viejas discusiones. La posibilidad de realizar cambios en los seres humanos nos conduce,
como se ha visto, a una pregunta acerca de ese núcleo que nos define como seres humanos
y, por ello, se plantea, una vez más, la cuestión acerca de la existencia de una naturaleza
humana.

Uno de los autores que ha abordado esta cuestión desde la ciencia actual es S.
Pinker, quien afirma que existen diferencias innatas de comportamiento que resultan
significativas entre los individuos. Este tipo de planteamientos ha reabierto un viejo debate
relativo a la influencia de lo biológico-genético y lo ambiental-cultural en la configuración
de los sujetos. Es la clásica distinción entre naturaleza y cultura, que vuelve a resurgir al
enfatizarse los aspectos neurofisiológicos y genéticos del ser humano y considerarlos
determinantes.

Según Pinker, 69 el miedo a afirmar una naturaleza humana, con raíz en la genética,
responde a cuatro temores básicos: en primer lugar, la desigualdad, ya que si las personas
tuvieran, por naturaleza, facultades mentales diferentes, esto significaría una mejor

67
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

dotación para ciertas actividades, lo cual podría dar lugar a discriminaciones o a una nueva
forma de eugenesia.

En segundo lugar, la imperfección, pues si la gente tiene ciertos sentimientos de


modo innato, todo afán socio-político por crear un mundo más justo es una pérdida de
tiempo. El cambio social sólo puede tener lugar si hay espacio para la transformación.

En tercer lugar, el determinismo, es decir, la imposibilidad de atribuir


responsabilidad a los agentes, pues ellos estarían siempre actuando conforme al patrón que
marca su cerebro, sus genes o su evolución.

En último lugar, el nihilismo, en tanto que si los motivos y los valores humanos son
productos de la fisiología cerebral, forzados por la propia evolución, en realidad no
existirían, tan sólo serían resultados explicables biológicamente.

En su opinión, todos estos miedos obedecen a concepciones erróneas y no se siguen


necesariamente de la afirmación de una naturaleza humana. Por ello, considera que es
compatible la afirmación de la libertad, de la toma de decisiones o del perfeccionamiento
por medio de factores ambientales, aun asumiendo la existencia de una naturaleza
dependiente de factores genéticos. Por ello critica tres afirmaciones frecuentes, que
responden a ideas bastante clásicas: en nuestro mundo contemporáneo se habría instalado,
según su diagnóstico, una convicción acerca de que la mente es una tabla rasa, de modo
que no existen capacidades o temperamentos innatos, sino que todos son generados por el
aprendizaje, la cultura y la sociedad. También, al afirmar esta condición, el ser humano
sería bueno por naturaleza, el mito del buen salvaje que no tiene maldad inherente, sino
generada por una corrupción externa propiciada por la sociedad. Y, finalmente, en la
medida en que lo más importante de nosotros mismos es de alguna manera independiente
de nuestra biología, nuestras posibilidades de experiencias y decisiones no pueden
explicarse por razones fisiológicas ni evolutivas. Estas son las ideas que se ven
comprometidas por los datos de las ciencias actuales, especialmente la genética y la
neurofisiología. No obstante, la evidencia empírica se interpreta como una amenaza y, por
ello, se combate en nombre de la defensa del ser humano.

68
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Pinker no tiene reparos en afirmar, a partir de los datos científicos, que existen
diferencias biológicas –genéticas, neurológicas, etc.— entre los individuos, y que éstas son
determinantes. En este sentido, los seres humanos no serían tablas rasas, sino que
dispondrían de una serie de posibilidades o limitaciones innatas, que, no obstante, pueden
ser, al menos parcialmente, modificadas. Enfatizar estos elementos frente a la fuerza de las
explicaciones socioculturales no es, en su opinión, incompatible con la defensa de los más
vulnerables, con la lucha por la igualdad, o con la búsqueda de la justicia. Por ejemplo, en
relación a las diferencias entre varones y mujeres, Pinker subraya la importancia capital
que tiene distinguir entre la proposición moral de que las personas no deben ser
discriminadas por motivo de sexo, que él considera el núcleo del feminismo, y la
proposición empírica de que hombres y mujeres son biológicamente indistinguibles. 70 Para
él, resulta evidente que son dos cosas diferentes, y que la distinción entre sexos no obsta a
la lucha contra la discriminación, antes bien, considera que es esencial, precisamente para
proteger ese núcleo del feminismo. 71

Su compromiso sociopolítico puede ser correcto, pero en el ámbito de la


explicación de lo humano se le ha criticado a Pinker –al enfatizar demasiado el aspecto
biológico—, por incurrir en ese tipo de reduccionismo que resulta tan frecuente en nuestros
días, al pretender que las ciencias serán capaces de ofrecer una explicación completa del
ser humano.

Esta cuestión –expuesta aquí de un modo muy resumido—, la idea de una


naturaleza humana, está sin duda en la línea de las preocupaciones de otros pensadores que
también han tenido en cuenta los datos de la ciencia de su época, para llegar a conclusiones
interesantes. Así, por ejemplo, X. Zubiri asume que el ser humano parece irreductible a su
naturaleza, pero que sin duda es naturaleza, pues su condición física y biológica son
inexcusables y condicionan o posibilitan su mismo modo de ser. Pero al mismo tiempo,
algo de razón tenía J. Ortega y Gasset al afirmar que el ser humano tiene historia y que, por
tanto, es algo más o diferente, propio de las personas que están en un espacio construido,
propio, habitado y posibilitante que es el mundo. 72

El ser humano, según Zubiri, se encuentra en una situación radicalmente distinta


con respecto al resto de los seres vivos, puesto que se encuentra arraigado en su naturaleza

69
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

y conjugándola con su libertad. La implantación en la realidad forma una unión indisoluble


con la libertad que el ser humano va haciendo, por apropiación, conformando de este modo
su vida.

Además, como animal de realidades, el ser humano tiene que realizar el modo de
realidad que le es propio: el ser persona. Esa peculiaridad es la que le permite que su modo
de ser real sea la autoposesión, es decir, estar sobre sí, ser “suyo”, y esto es lo que le
confiere su “personeidad”, su ser persona. La forma de realidad humana, la personeidad,
adquiere después modulaciones concretas que son su personalidad. Cuando hablamos de
persona, por tanto, entendemos por tal la unidad concreta de la personeidad según la
personalidad. Esto quiere decir que hay un cierto elemento “constructivo” en la
configuración de la personalidad, dependiente en parte de las posibilidades biológicas que
ese sujeto concreto tiene, y en parte de las posibilidades ambientales, temporales, históricas
y culturales que se le abren en su mundo. Por eso, dice Zubiri “el hombre tiene naturaleza e
historia; y en el marco de su naturaleza, el hombre inscribe su existencia personal. De
manera que una persona determinada es lo que en su historia y en su vida le pertenece;
porque "no todo lo que pasa en mí o conmigo es mío". 73

Puede interpretarse que la dimensión de personalidad abre ese espacio histórico y


cultural, sin el cual la vida humana no sería realmente humana. El ser humano es agente y
autor de su propia vida, constructor de su biografía. Y esa vida que la persona ejecuta
también está condicionada por una determinada época, un determinado contexto socio-
cultural, unas determinadas peculiaridades individuales, etc., lo que conforma todo un
contexto que ya le viene dado a la hora de ejecutar sus acciones. 74

El ser humano se encuentra en un espacio de posibilidades, abierto a la realidad


misma por la inteligencia. Esta capacidad es la que permite que las acciones ejecutadas lo
sean en vista a la propia realidad del sujeto en tanto que realidad. Es decir, el ser humano
se “va haciendo” en su fluir en la realidad. Y las acciones realizadas van configurando una
figura del yo. La conciencia así no es tan sólo una transición entre estados de cosas, como
si sólo fuera un espectador de lo que ocurre, sino que proyecta la propia realidad. El
recorrido de la vida humana alcanza su unidad interna completándose y configurándose en
la realidad, pues cada acción revierte sobre la realidad del mismo ser humano. Por eso

70
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Zubiri, al enfatizar este aspecto constructivo, fluyente e inacabado, se apoya en la realidad


física y en el ámbito o campo de posibilidades dadas, pero explica al ser humano como una
interacción que deviene, cambia, se constituye y da como resultado una nueva realidad.

Probablemente, considerar que el ser humano puede describirse por su naturaleza,


es decir por su condición genética, por sus rasgos biológicos –lo que configura su
personeidad—, y por su apropiación de posibilidades, la forma de personalidad que va
adquiriendo, que es dinámica, abierta, cambiante, e inconclusa, es una visión compleja y
acorde con los datos científicos. De esta manera, los avances en la neurociencia actual le
proporcionarían a Zubiri nuevas bases en las que sustentar su descripción de la naturaleza
humana, pero su planteamiento podría recibir críticas similares a las vertidas contra Pinker,
pues enfatizar el arraigo biológico del ser humano es precisamente lo que hace este autor.

Le salva a Zubiri el no haber prescindido de la situación del ser humano como


realidad que tiene un mundo, como modo propio de ser. Sin embargo, a la altura de nuestro
tiempo, parecería necesario quizá ampliar la descripción, para dar cabida al impacto de lo
cultural como auténtico elemento configurador de la identidad. Que los aprendizajes
recibidos son capaces de modificar físicamente nuestro cerebro –generando, por ejemplo,
nuevas conexiones neuronales— es algo ahora bien sabido, que sin duda llevaría a afirmar
la interacción entre lo biológico y lo cultural. Que existen diferencias cerebrales
correlativas a las diferencias de costumbres, de género, de lenguaje, etc. también permitiría
matizar algunas cuestiones. Que nuestras capacidades tecnológicas tienden a permitir la
modificación cerebral y con ello lograr efectos como la mejora de la memoria o la
atención, supone también un ámbito de reflexión que obligaría a revisar y completar buena
parte de las afirmaciones pues, si los recuerdos forman parte de la identidad de la persona,
al quedar como el sustrato de las acciones pasadas y las experiencias vividas, poder
intervenir en la memoria, además de una esperanza para los enfermos de Alzheimer, puede
constituir una inquietante forma de reconfiguración de la personalidad sobre la que es
preciso reflexionar.

71
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

5.2.4. Neurociencia cultural

Según lo visto, a menos que se insista en que sólo se puede hablar de naturaleza
humana desde una perspectiva formal, enfatizando la existencia de unas capacidades que
son posibilidades que pueden desarrollarse o no, el debate acaba por dar la razón a quienes
buscan un sustrato material para todo lo que somos y, con los datos de la neurociencia, ese
sustrato es básicamente el cerebro y sus procesos. Pero, como se ha indicado, conviene
completar y matizar esta perspectiva con una dimensión más ambiental y cultural. Todos
los seres humanos están sujetos a interacciones ambientales, culturales y sociales. Y las
diferencias en esas experiencias determinan también distintos estilos cognitivos. Cada vez
más, los estudios en neurociencia sugieren que esas diferencias ligadas a la cultura tienen
una importancia capital. Así, por ejemplo, algunos estudios muestran cómo los
occidentales tienden a procesar los datos con una perspectiva más analítica, mientras que
los asiáticos tienden a prestar más atención a la información contextual. 75

Este es el campo que viene desarrollando la llamada “neurociencia cultural”,


investigando las variaciones culturales en los procesos psicológicos, neurales y genómicos,
como modo de comprender la relación bidireccional que existe entre estos procesos y sus
propiedades emergentes. Chiao la describe como “un campo interdisciplinar que tiende un
puente entre la psicología cultural, las neurociencias y la neurogenética para explicar cómo
los procesos neurobiológicos, como la expresión genética y la función cerebral, dan lugar a
valores, prácticas y creencias culturales, además de cómo la cultura moldea los procesos
neurobiológicos a escala macro y micro temporal”. 76 Esto es, la neurociencia cultural trata
de analizar cómo los rasgos culturales modulan y configuran la neurobiología y el
comportamiento, y en sentido inverso, cómo los mecanismos neurobiológicos facilitan la
emergencia y transmisión de los rasgos culturales. 77

La importancia de estos estudios sobre las influencias de lo cultural y lo genético en


la función cerebral descansa en la evidencia creciente de que la cultura influye en los
procesos psicológicos y en el comportamiento. En la medida en que el comportamiento es
resultado de la actividad neuronal, la variación cultural en el comportamiento es el
resultado de la variación cultural en los mecanismos neurales subyacentes.

72
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Como se comentará más adelante, los estudios realizados se han centrado


principalmente en cómo estas variaciones culturales repercuten en cómo las personas se
perciben a sí mismas en relación a los otros (individualismo frente a colectivismo), el
reconocimiento de las emociones, la empatía, o la teoría de la mente. 78

Los hallazgos de la neurociencia cultural tienen importantes implicaciones: por un


lado revelan la naturaleza sensible a las diferencias culturales del cerebro humano, lo que
nos permite comprender que este órgano, a nivel biológico, puede ser modulado y
configurado por los contextos socioculturales. Estos contextos tienen que ver con espacios
de interacción social, en los que puede darse la cooperación o la lucha, y en los que el
cerebro humano podrá desarrollar procesos neurocognitivos que ayuden al individuo a
funcionar y adaptarse a un ambiente sociocultural específico. Esto puede ayudarnos a
pensar sobre los conflictos y malentendidos que surgen entre personas procedentes de
diferentes grupos culturales. Y nos obliga a volver sobre la cuestión de la universalidad y
la peculiaridad cultural en los mecanismos neuronales que subyacen a la cognición y el
comportamiento humano. 79

La influencia bidireccional de lo cultural y lo biológico reabre también el viejo


debate de lo natural y lo cultural, de “lo nacido” y “lo hecho”, para establecer un enlace
entre ambos elementos. El cerebro se muestra como un órgano relacional que es capaz de
vincular el mundo biológico del organismo con el mundo social y cultural del ambiente. En
medio de una fuerte influencia de los planteamientos más biologicistas y materialistas, que
parecen querer reducir todo lo que somos a un sistema causa-efecto aparentemente
determinado, esta perspectiva viene a subrayar cómo muchos aspectos de nuestros patrones
de pensamiento y comportamiento, o más aún, nuestra misma biología, son configurados
por el ambiente en el que nos desarrollamos. Y este ambiente, donde están las personas,
sus ideas, sus valores, y sus acciones, son tan reales como cualquier otro elemento del
mundo físico. 80

Y, por otro lado, al permitirnos entender las diferencias culturales en los


comportamientos humanos, nos obliga a repensar cuánto y cómo podemos determinar las
acciones de los individuos, en la medida en que la cognición y el comportamiento se

73
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

adhieren a un cierto ambiente cultural, resultando en una suerte de “imprinting” cultural


del cerebro. Sin duda, esto tiene importantes consecuencias para la educación, y de hecho,
una de las cuestiones que suscita la neurociencia cultural es qué clase de experiencias,
durante el desarrollo, pueden facilitar la capacidad de los cerebros de los individuos para
encajar dentro de una cultura específica y para interactuar con personas de otras culturas
diferentes. Este nexo entre la naturaleza y la cultura supone también asumir que no somos
receptores pasivos, sino que constantemente estamos creando condiciones nuevas para
nuestro pensamiento y nuestras acciones. Volveremos sobre ello más adelante.

5.2.5. La mejora moral, hacia el binomio biológico-cultural

Regresando ahora al tema de la mejora de las capacidades por medio de


neurofármacos, la investigación en neurociencia cultural también puede aportar luz, por
ejemplo, a la determinación de cómo ciertas sustancias bioquímicas o neurotransmisores
podrían ser sensibles a las experiencias culturales. Esto abre una puerta a la posibilidad de
mejorar rasgos de los individuos que sean socialmente valiosos. Es lo que se ha dado en
llamar “mejora moral”, esto es, la mejora de rasgos y comportamientos considerados
promotores de valores fundamentales, que tradicionalmente hemos cultivado a través de la
cultura y la educación, como la justicia o la solidaridad.

Autores como Savulescu consideran que, dada la peligrosa tendencia de los seres
humanos a la autodestrucción, sería justificable buscar una mejora moral que disminuyera
la maldad, contribuyera al desarrollo de actitudes más benevolentes, más amables, más
altruistas, etc. Si, como apuntan los resultados de las investigaciones neurocientíficas,
nuestras disposiciones morales están basadas en nuestra biología, sería razonable modificar
nuestros comportamientos a través de un cambio biológico, que podría ser tan sencillo
como la introducción de determinadas sustancias químicas en el agua que bebemos. 81 Y
esto, como en otras ocasiones, se plantea no sólo como una posibilidad aceptable, sino
como un imperativo moral: si podemos mejorar la vida y la convivencia humana, tenemos
obligación de hacerlo. 82

74
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Así las cosas, si tenemos en nuestras manos la posibilidad de hacer que el mundo
sea más humano, que la justicia se vea desarrollada y completada por la solidaridad, sin
que otros intereses se antepongan ante el florecimiento de las personas. Si estamos
desarrollando fármacos que, una vez probada su seguridad, puedan ofrecernos la
posibilidad de ser más comunicativos, más abiertos, tener mayor atención y memoria,
pensar mejor y más rápido, eliminar recuerdos que nos disturban o nos duelen, estar más
alegres y plenos de energía. Si todo esto nos permite ser más y desarrollar al máximo
nuestras posibilidades, hacer que podamos elegir con mayor libertad, dando lo mejor de
nosotros mismos. Si todo esto es posible, y el ejemplo de los neurofármacos apunta en esta
dirección, queda planteada la pregunta acerca de qué es lo que resulta tan perturbador y
alarmante.

La respuesta, tras el breve análisis realizado, se sitúa en la necesidad de enfatizar el


aspecto cultural y, por tanto, la educación. Por supuesto que no podemos desdeñar ni
prescindir del arraigo biológico del que somos deudores. Y posiblemente no sea
descabellado introducir algunas modificaciones, pues el afán de mejora es lícito, y si
aceptamos las modificaciones ambientales, también deberíamos ser capaces de diseñar
racionalmente, con prudencia y responsabilidad, cómo introducir algunas modificaciones
biológicas. Pero, precisamente por esa doble interacción entre lo biológico y lo cultural, de
la que somos resultado, conviene evitar la ingenuidad de pensar que las técnicas de mejora
cerebral harán todo sencillo y evidente. Difícilmente podremos crear un mundo más justo o
podremos ser mejores personas, si no tomamos en consideración que los seres humanos
somos un conjunto articulado y dinámico de elementos biológicos y elementos culturales,
que construimos nuestras vidas en un espacio de interacción y convivencia en el que vamos
generando nuevas posibilidades continuamente –como ésta, de la mejora, que requiere
seguir pensando a fondo—, y en el que dotamos de sentido nuestra identidad y nuestra
existencia narrativamente, haciendo nuestra historia.

Darnos cuenta de esa interacción entre lo biológico y lo cultural es una clave


esencial para evitar los reduccionismos en los que puede incurrir la investigación
neurocientífica actual. Pero además, nos obliga a prestar atención a la otra dimensión de la
neuroética: la neurociencia de la moral, esto es, los elementos neurales subyacentes a la
toma de decisiones, a la elección de valores, y a la construcción de una identidad moral. Si

75
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

lo biológico condiciona nuestro comportamiento, pero puede ser alterado, y además es


susceptible de influencia cultural, no sólo se hace imprescindible reflexionar sobre la
idoneidad ética de cualquier posible modificación, sino que para comprender la raíz misma
de nuestros comportamientos morales, tendremos que atender a los elementos subyacentes
que operan en nuestro cerebro y nos llevan a la acción. Este es el núcleo de nuestra
investigación y a ello dedicaremos los siguientes apartados.

76
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6. La investigación neurocientífica sobre la ética

La neurociencia de la ética atañe a la segunda de las aproximaciones al campo de la


neuroética: la búsqueda de los correlatos neurales de la moral. Desde el siglo XIX se
vienen haciendo observaciones sobre los cambios en la conducta moral de los individuos
tras sufrir lesiones cerebrales. Buena parte de los estudios de neurociencia actuales parten
del mismo punto, preguntándose que partes del cerebro son las responsables de los
sentimientos, el razonamiento, el conocimiento o las conductas.

Puede afirmarse que la característica más sobresaliente de los estudios actuales es


que, a pesar de la profusión de investigaciones que tratan de desvelar cuáles son las áreas
encargadas de ciertos procesos, ese afán aparentemente localizacionista se conjuga con la
afirmación, cada vez más frecuente, de que los procesos complejos, como la toma de
decisiones morales, es resultado de la integración de la actividad de varias áreas, y que lo
que tradicionalmente se consideraron sistemas separados: la parte cognitiva y la parte
emocional, trabajan en realidad juntos, de modo que la cognición moral no puede ser
separada de la cognición social, y este factor interpersonal, mediado por lo emocional, es
determinante para lo que denominamos juicios morales.

No deja de sorprender la cantidad de esfuerzos destinados a encontrar el “lugar


cerebral de la moral” y los muchos estudios que han ido encontrando algunas respuestas.
Especialmente a partir de la “revolución afectiva” de los años 90 del siglo XX, se han
propuesto modelos de explicación del modo en que el cerebro resuelve problemas. Por
ejemplo, el modelo social intuicionista sugiere que el juicio moral es como un juicio
estético, ya que una acción produce un sentimiento de aprobación o desaprobación
instantáneo, como una suerte de intuición. 83

Sin duda, el estudio de lesiones sigue siendo capital en este tipo de aproximaciones,
pero a ello se ha unido un creciente énfasis en las bases neurales afectivas de los juicios
sociales. Los estudios de A. Damasio 84 en relación con pacientes con daños en porciones

77
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

ventrales y mediales del lóbulo frontal revelan, como se comentará más adelante, que esas
lesiones producen déficits emocionales e incapacidad para generar y utilizar los llamados
“marcadores somáticos”, representaciones neurales de estados corporales que imbuyen de
significación afectiva las opciones de comportamiento, guiando así en la toma de
decisiones. Sin embargo, no hay afectación de la función cognitiva, lo que parece apoyar la
hipótesis de que la toma de decisiones tiene más que ver con los aspectos emocionales de
lo que se creía.

En esta línea se han realizado estudios dirigidos a analizar aspectos tales como la
tendencia a la agresividad y la violencia en las personas con lesiones en estas áreas, 85 o las
diferencias entre pacientes que han sufrido la lesión en la infancia y los que eran adultos en
ese momento. 86 Y también a indagar en los interrogantes que suscita este tipo de
cuestiones, 87 por ejemplo, la incapacidad de los pacientes con daño en la zona órbitofrontal
para planear adecuadamente las acciones con una cierta previsión de futuro, 88 o la posible
asimetría hemisférica en las lesiones –que parece apuntar una interesante conclusión: que
el procesamiento de comportamientos de aproximación y emociones positivas se asocia
con la corteza prefrontal izquierda, mientras que el procesamiento de los comportamientos
de evitación y las emociones negativas están ligadas a la corteza prefrontal derecha—. 89

La investigación sobre los correlatos neurales de las conductas y de las emociones


se ha acercado también al campo de la neurociencia cognitiva social. De hecho, R.
Adolphs considera que la neurociencia ofrece una vía de conciliación entre las
aproximaciones biológicas y psicológicas al comportamiento social. 90 La cognición social,
desde esta perspectiva neurocientífica, se mueve en los mismos terrenos mencionados:
apunta a las emociones, a las formas de percepción de las normas sociales –por ejemplo, se
estudia la capacidad de reconocimiento de expresiones faciales—, 91 también estudia la
teoría de la mente (mentalización) como clave de la interacción social, 92 el proceso de
toma de decisiones y procesamiento de la información social, 93 así como los problemas
morales, y los aspectos neuropsiquiátricos. 94

En lo que sigue se expondrá el estado de la cuestión en lo referente a la búsqueda


de los correlatos neurales de la moral. Prestaremos atención a los estudios sobre las
emociones y sus bases neurales, para conocer más a fondo cómo se han enfocado, de qué

78
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

supuestos parten y qué resultados ofrecen. En la medida en que se han planteado también
diferencias entre hemisferios en estos trabajos, dedicaremos atención específicamente a las
asimetrías en los patrones de activación de determinadas áreas del cerebro en relación a las
emociones positivas y negativas. Nos acercaremos a las diferencias existentes también en
relación al género y al proceso de desarrollo del cerebro. Y finalmente comentaremos la
dimensión social, las bases neurales de la teoría de la mente como clave para la interacción
con otras personas.

6.1. Neurociencia de la moral: el mapa del cerebro moral

Buena parte de los estudios en este campo de la neurociencia de la ética han tratado
de elaborar una suerte de “mapa del cerebro moral”. El énfasis ha estado en localizar las
áreas cerebrales implicadas en determinados procesos, presuntamente relacionados con el
juicio moral (pensamientos y comportamientos morales).

J. Greene y J. Haidt aportan una interesante tabla-resumen en donde reflejan los


resultados relevantes en la neuroanatomía del juicio moral: 95

1. Giro medial frontal (Brodmann 9 y 10): se asocia con los juicios morales personales,
también con los impersonales. 96 Con la visión de imágenes con contenido moral y con los
juicios relativos al perdón. Lo cual implica que su lesión produciría un empobrecimiento
en la capacidad de juzgar, ciertas reacciones agresivas y ausencia de empatía.

2. Cíngulo posterior y corteza retroesplénica (Brodmann 31 y 7): se asocia también los


juicios morales, de modo semejante al anterior. Su lesión produce incapacidad para el
reconocimiento de caras.

3. Surco temporal superior, lóbulo parietal inferior (Brodmann 39): está relacionado con
los juicios morales personales. Su lesión origina incapacidad para el juicio.

79
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

4. Corteza órbitofrontal y ventromedial (Brodmann 10 y 11): asociada con los juicios


morales simples y con las imágenes con contenido moral. Su lesión produce juicios
prácticos empobrecidos, reacciones agresivas, empatía y conocimiento social disminuidos,
y dificultad para las tareas relativas a la mentalización (atribución de mente, ToM).

5. Polo temporal (Brodmann 38): tiene relevancia en los juicios morales simples. Y su
lesión afecta a la memoria autobiográfica.

6. Amígdala: implicada en el reconocimiento de imágenes con contenido moral. Su


lesión da lugar a juicios sociales pobres, tanto a partir de caras como de acciones.

7. Corteza prefrontal dorsolateral (Brodmann 9, 10 y 46) y lóbulo parietal (Brodmann 7 y


40): asociada a los juicios morales impersonales.

A estas áreas puede también añadirse el hipocampo, implicado en procesos de


memoria que afectan a la comprensión de las emociones de otras personas. 97

Los estudios orientados a la localización del “cerebro moral” trataban de buscar


áreas que pudieran ser utilizadas sólo para la cognición moral, diferenciándose de otras
clases de cognición. Para ello se utilizó principalmente la resonancia magnética funcional
(fMRI) contrastando estímulos presuntamente morales con otros no morales. En algunos
estudios esos estímulos eran sentencias o frases, expresando contenidos morales, por
ejemplo, “Disparó a su víctima produciéndole la muerte”, o expresando contenidos
neutros, por ejemplo, “Da un paseo”. La comparación entre las activaciones cerebrales en
uno y otro caso mostró una mayor actividad de la corteza prefrontal ventromedial en
relación a las frases con contenido moral. 98

Otros estudios utilizaron estímulos visuales, mostrando a los sujetos de


experimentación escenas con contenido moral (por ejemplo, agresiones físicas de una
persona a otra) y no moral (por ejemplo, animales peligrosos). 99 En este caso se analizaban
también dimensiones relativas a la relevancia emocional y el contenido social de los
estímulos. Y las activaciones aparecieron mayormente de nuevo en regiones de la corteza
prefrontal ventromedial.

80
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

En muchos de estos estudios se han ido mostrando activaciones relacionadas con


procesos que están relacionados con la toma de decisiones morales, como el sentimiento de
aversión, la atención, etc. Hay mecanismos y procesos —como la percepción de la
implicación de los actores, o la comprensión de lo anterior y lo posterior en una
situación— que son comunes en la toma de decisiones, sean morales o no. Juegan un papel
en lo moral, pero también en otros ámbitos. Sin embargo, que estos elementos estén
implicados en los juicios morales, no significa que sean específicos de lo moral. Así, se ha
ido haciendo evidente que lo emocional y lo social es determinante, si bien no exclusivo,
del “cerebro moral”.

Como se comentará más adelante, el estudio del “cerebro moral” está


necesariamente vinculado al compromiso emocional y el procesamiento social (teoría de la
mente). Las investigaciones más conocidas son las de Greene y cols, y su abordaje se ha
realizado principalmente a través de dilemas morales. Frente a las dos aproximaciones
metodológicas anteriores (frases y estímulos visuales con contenido moral/no moral), se
trata ahora de buscar una mayor complejidad en la toma de decisiones. Por ello se
presentan dilemas personales (es decir, con implicación personal emocional) e
impersonales (donde hay menos compromiso emocional). 100 En este caso también se
observa activación de la corteza prefrontal ventromedial.

Algunos resultados muy interesantes apuntan que la activación cerebral para las
respuestas emocionales en dilemas morales (básicamente la zona mencionada de la corteza
prefrontal ventromedial) difiere de la que se produce cuando hay un razonamiento
abstracto y se trabaja con principios morales, que tendría lugar principalmente en la corteza
prefrontal dorsolateral. 101 Esto parece apoyar la hipótesis de que parte del procesamiento
moral tiene que ver con lo emocional, si bien es una tarea más distribuida por otras áreas
cerebrales.

También son relevantes los estudios realizados en pacientes con déficits en el


procesamiento moral. Por ejemplo, se ha estudiado la demencia frontotemporal, 102 que
provoca una empatía disminuida y una emoción mitigada. Estos pacientes muestran ser
más proclives a aceptar dañar a otros. Un mandato moral (“no dañar a otros”) que se ha

81
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

evidenciado habitualmente en los estudios como respuesta emocional más básica y


frecuente.

Del mismo modo, las lesiones focales en la corteza prefrontal ventromedial


disminuyen la empatía y la emoción, 103 pero dejan incólumes las funciones cognitivas,
intelectuales. Estos pacientes parecen incapaces de generar respuestas emocionales
apropiadas ante la información sobre intención de dañar, por lo que desarrollan sus juicios
morales apoyándose en los resultados neutrales (como el hecho de que exista una regla
conocida que diga que un comportamiento determinado —por ejemplo, producir daño a
otro— es una falta, por lo que no debería llevarse a cabo). De este modo se puede apreciar
con claridad que el juicio moral está influido por lo emocional de modo muy radical. La
información abstracta se asocia a respuestas emocionales generadas por la corteza
prefrontal ventromedial. 104

La cognición moral también parece relacionada con lo que podríamos denominar


“cerebro social”, esto es, un conjunto de capacidades cognitivas sociales que tienen que ver
con la comprensión de las intenciones (la mente de otros agentes), la evaluación de sus
acciones, o la valoración de la culpabilidad. Más adelante se explicará la importancia de la
teoría de la mente. Por ahora baste decir que el cerebro social implica una serie de regiones
cerebrales implicadas en el razonamiento sobre otras mentes, otros agentes, sobre sus
creencias e intenciones, lo que supone la posibilidad de elaborar juicios morales.

En este caso, las investigaciones apuntan que la región cerebral que es


particularmente selectiva para la representación de estados mentales vinculados al juicio
moral es la unión temporoparietal. 105 En estudios que utilizaron estimulación magnética
transcraneal para interrumpir de modo pasajero la actividad de la unión temporo-parietal
durante la elaboración de juicios morales, se observó una reducción del papel que jugaban
las intenciones en dichos juicios, incrementándose, por el contrario, el rol de los resultados
esperados. 106 No obstante, existe un debate abierto acerca de si esta región cerebral es
específica para el razonamiento sobre estados mentales. 107

Todos estos hallazgos han llevado a plantear que los seres humanos poseen
capacidades y sensibilidad para responder a los estímulos, aprender del ambiente y de los

82
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

otros, esto es, habilidades que actuarían como un terreno proto-moral que permitiría
adquirir posteriormente conceptos morales como “lo bueno” o “lo correcto” (como se verá
más adelante, esto tiene importantes repercusiones desde el punto de vista educativo).
Estos patrones de activación cerebral ligados a lo moral se muestran vinculados a factores
diferenciales como la edad, 108 el sexo, 109 la influencia del grupo, 110 las perspectivas en
primera o tercera persona, 111 o los resultados esperados. 112

El intento de buscar una mayor precisión para encontrar zonas de activación que
fueran únicas para la moral se ha revelado infructuoso. El cerebro moral está relacionado
con el cerebro emocional y con el cerebro social, y sin duda son otras muchas regiones
cerebrales las que sustentan las capacidades cognitivas necesarias para la elaboración de
juicios morales (evaluación, causación, razonamiento, agencia, control cognitivo, etc.).
Capacidades que, por su parte, exhiben su funcionamiento en otros ámbitos no
relacionados con la cognición moral. A ello cabe añadir que se observan diferencias en
función de los contextos, culturas e individuos.

Todo esto hace pensar que no existen sistemas, regiones o substratos cerebrales
específicos para la moral. Aunque existen zonas del cerebro que con mucha frecuencia
aparecen activadas durante la toma de decisiones morales. Más bien el cerebro moral
descansa sobre procesos multimodales, se apoya en muchas partes del cerebro y, por tanto,
se podría decir que la moralidad está “en todo el cerebro”. 113

6.1.1. El modelo dual de toma de decisiones morales

Como puede apreciarse, la complejidad creciente de los estudios sobre los


correlatos neurales de la moral ha supuesto modificaciones en la metodología y
aproximaciones de los estudios, tratando de encontrar cuáles serían las regiones cerebrales
implicadas en el juicio moral. La vinculación con lo emocional se ha manifestado como un
factor innegable. No obstante, el papel que se les atribuye a las emociones en la toma de
decisiones morales —si los patrones de activación que se observan son causa o efecto de
los juicios morales que se generan, si los dos procesos se activan simultáneamente, si

83
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

existe algún control racional sobre las emociones, etc.— puede interpretarse de modos
diferentes. La relación entre lo emocional y lo cognitivo es afirmada por todos, pero el
modo de darse esa relación difiere según las investigaciones.

Algunos estudios han defendido un sistema dual en el que razonamiento


(básicamente sólo cognición) y emoción tienen sistemas anatómicamente diferentes, que
incluso pueden entrar en conflicto en situaciones de toma de decisiones morales
difíciles. 114 Desde esta teoría dual se afirma que en algunas decisiones las áreas cerebrales
cognitivas son capaces de suprimir la influencia de las emocionales. Una suerte de control
cognitivo que permitiría que la “elección racional” predominara sobre la “elección
emocional”. 115

Este es el tipo de estudios que desarrollaron investigadores como J. Greene,


utilizando para ello dilemas éticos. Como se ha comentado, esta aproximación es más
compleja que los estudios basados en patrones de activación ligados a frases o imágenes
con contenido moral. En este caso se plantean escenarios morales en los que es preciso
tomar una decisión. El objetivo es determinar si las áreas relacionadas con la emoción se
activan durante las respuestas a dichos dilemas, y si existe diferencia entre los llamados
escenarios “personales” e “impersonales”. Las transgresiones morales “personales”
estarían ligadas, según Greene, al daño a un individuo como consecuencia de la acción
realizada por un agente. 116 En el caso de los dilemas impersonales, el agente no es quien
produce el daño directamente.

Los dilemas empleados son algunos de los clásicos dilemas morales empleados en
filosofía, como el del tranvía. Este ejemplo fue propuesto hace algunas décadas por
Philippa Foot en el contexto del debate sobre el aborto, 117 para diferenciar entre las
acciones de matar y dejar morir, y desde entonces se ha utilizado profusamente para tratar
cuestiones relativas a la decisión moral, y ha sido analizado como modelo de
exploración. 118

El dilema del tranvía propone una situación en la que una persona se encuentra ante
una vía en la que están cinco personas, cuando observa que se dirige hacia ellas un tranvía
a gran velocidad que, con toda seguridad, las arrollará. Esa persona se haya en disposición

84
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

de activar un cambio de agujas, de modo que el tranvía se desviaría hacia otra vía
divergente, en la que hay una sola persona. La pregunta que se plantea es si el sujeto en
cuestión activaría o no el cambio de agujas, matando a una persona pero salvando a cinco.

Una segunda versión de este dilema es el de la pasarela. En este caso, el


protagonista se encuentra en una pasarela que pasa por encima de la vía por la que, como
en el caso anterior, circula un tranvía que va a matar a cinco personas. A su lado hay un
desconocido, una persona de gran tamaño. La pregunta en este caso es si empujaría al
desconocido de modo que, al caer, pudiera parar el tranvía, muriendo, pero salvando la
vida de las otras cinco personas.

Estos dilemas se han utilizado en otros muchos estudios. En todos ellos se pide a
los participantes elegir si la solución propuesta es apropiada o no. Y al parecer la respuesta
mayoritaria es que sería aceptable hacer el cambio de agujas para salvar a cinco personas, a
costa de la vida de una (en el dilema del tranvía), mientras que no sería adecuado empujar
al desconocido (en el dilema de la pasarela) a pesar de que ello tuviera como consecuencia
que murieran cinco personas. La explicación que se aporta para esta diferencia reside en el
distinto compromiso emocional en uno y otro caso.

Greene y cols. propusieron que la respuesta mayoritaria de los sujetos era una
respuesta emocional de aversión a un acto dañino, que conducía a rechazar dicho acto. Se
genera así una respuesta que puede calificarse como “utilitarista” en la medida en que se
realiza un cálculo (cinco vidas frente a una vida) que justifica racionalmente una acción
inmoral. La respuesta utilitarista sería así una incongruencia emocional, una predominancia
de lo cognitivo. Los sujetos tienen que superar su aversión emocional al acto dañino,
comprometiéndose con un razonamiento cognitivo. Por eso hablan Greene y cols. del
control cognitivo y del conflicto entre las emociones y la razón, apoyándose en la
evidencia de una mayor activación de las áreas cerebrales asociadas con el conflicto
cognitivo y el razonamiento abstracto (corteza cingular anterior y corteza prefrontal
dorsolateral). 119

En un estudio similar 120 se propuso el mismo dilema del tranvía, pero se hizo una
doble presentación: en primera persona, es decir, el sujeto de experimentación era el actor,

85
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

comprometido activamente en tomar la decisión de desviar o no el tranvía, y en ejecutar


dicha acción; y en tercera persona, esto es, el sujeto era una observador de la situación. En
este caso, con la presentación en primera persona, el 65% de los participantes encontraron
que la acción de desviar el tranvía era aceptable, mientras que siendo meros observadores,
este porcentaje ascendía al 90%.

En la presentación en tercera persona existía una mayor activación lateral (de la


corteza prefrontal dorsolateral y de la unión temporoparietal). Sin embargo, se observó
también una activación común en la corteza medial prefrontal y en la corteza cingular
posterior. Esto se ha interpretado como una diferencia debida a que la condición de
observador supone una comprensión de la mente del actor, lo que tiene que ver con la
teoría de la mente. 121 Volveremos más adelante sobre ello.

Según estos estudios se plantea el interrogante acerca de si el juicio impersonal (es


decir, con menos compromiso emocional) es utilitarista, y el juicio personal (con mayor
influencia de lo afectivo) es “deontológico”. Así se ha planteado en algunos foros, lo que
unido al hecho de que la respuesta mayoritaria parece ser la utilitarista (y esto es aún más
acusado en las presentaciones en tercera persona), hace pensar que los juicios
deontológicos serían irracionales o, al menos, más emocionales. Greene se apresura a
responder que su hipótesis es que el juicio deontológico es afectivo en su núcleo, mientras
que el juicio consecuencialista es ineludiblemente racional. 122

El asunto dista de ser baladí. Tradicionalmente los juicios deontológicos se han


considerado tremendamente exigentes porque se basan en la observancia de principios
morales, que se pretenden universales, y que generan una obligación absoluta, sin tomar en
consideración las consecuencias que se deriven de ellos, tanto para el agente como para
cualquier otra persona. Parecen, pues, muy racionales, pues no obedecen a los deseos o
necesidades de quien los ejecuta, sino a la realización de un deber.

Greene plantea que ese modo de tomar decisiones morales no es la forma natural de
proceder. Más bien está basado en un componente emocional (por ejemplo, una
repugnancia a dañar a un ser humano), que no aparece en los juicios utilitaristas, pues éstos

86
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

sólo pueden elaborarse a partir de un cálculo de costes y beneficios que, aunque tenga
algún componente afectivo, es eminentemente un análisis racional.

Como se comentará posteriormente, el grave error en el que incurren este tipo de


especulaciones es que van mucho más lejos de lo que se obtiene en los estudios, tratando
de ofrecer respuestas sobre los contenidos morales, no sólo sobre los fundamentos neurales
de los modos de tomar decisiones morales.

6.2. El estudio de las emociones

El estudio de las emociones es uno de los temas más apasionantes a los que se
enfrenta la neurociencia. De hecho, como se ha comentado, a lo largo de la última década
del siglo XX, se produjo una “revolución afectiva” ligada al desarrollo de explicaciones
sobre el modo en que el cerebro afronta la resolución de problemas.

La investigación sobre los sustratos neurales de la toma de decisiones, en entornos


en los que se plantea una interacción con seres humanos es una línea de trabajo de
creciente interés. La profusión de publicaciones sobre estas cuestiones es muy llamativa.
Una parte de estos estudios tienen que ver con lo que se denomina “neurociencia social
cognitiva”, que trata de desentrañar el procesamiento cerebral en lo relativo a las
interacciones sociales, a la toma de decisiones, a los juicios morales o a la llamada “teoría
de la mente” (atribución de estados mentales a las personas). Todo ello desde una
perspectiva cognitiva que apunta con más énfasis los elementos “racionales” o de
pensamiento, pero que ha ido abriendo paso al estudio de los aspectos emocionales.

Esta aproximación recibe el nombre de “neurociencia afectiva” 123 y busca


explicaciones desde las emociones o los estados mentales de agrado/desagrado o
acercamiento/alejamiento. Todo ello parte de la convicción de que estos elementos son
tanto o más importantes que los estrictamente cognitivos en la explicación del ánimo, de la
toma de decisiones, o de las conductas de los individuos. Las emociones, así, se consideran

87
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

esenciales, en su interacción con otros procesos cognitivos, como fundamento del


comportamiento, y también como elemento básico adaptativo.

Este tipo de investigaciones que se están desarrollando en la actualidad han de


contender, como se ha comentado, con la enorme dificultad de establecer resultados
convincentes, ya que hay muchas aproximaciones experimentales diferentes, cuya validez
es también distinta y donde la replicación y la repetición no siempre son posibles, y sin que
exista por tanto aún acuerdo general sobre los resultados.

Con todo, hay algunos aspectos en los que es posible apuntar algunas afirmaciones,
que son las hipótesis más sólidas en la investigación: el primero de ellos es que ciertas
formas de emociones positivas y negativas muestran diferentes patrones de asimetría
cerebral funcional, especialmente en los territorios corticales prefrontales. 124 Así, parece
que el procesamiento de comportamientos de aproximación y emociones positivas se
asocia con la corteza prefrontal izquierda, mientras que el procesamiento de los
comportamientos de evitación y las emociones negativas están ligados a la corteza
prefrontal derecha. 125

También se destaca la importancia de las diferencias individuales, y se apunta la


posibilidad de que las diferencias en patrones asimétricos de activación en estas zonas
prefrontales puedan ser, al menos parcialmente, predictores de rasgos de reacción afectiva
de los sujetos, incluso predisposiciones a padecer ciertas psicopatologías. 126

Otro de los puntos generalmente admitidos, y que, como se ha mencionado, tiene


un especial interés para el tema que nos ocupa, es el papel de las emociones en la toma de
decisiones y cómo los juicios y las valoraciones, o las determinaciones de la acción, están
fuertemente imbricadas con los elementos afectivos. Este tipo de teorías, como se ha
explicado anteriormente, se han puesto a prueba a través de estudios de neuroimagen, 127 y
también por medio de estudios de lesiones, como en las relevantes aportaciones de A.
Damasio 128 en relación con pacientes con daños en porciones ventrales y mediales del
lóbulo frontal. Desde el punto de vista de las asimetrías cerebrales, el estudio de las
lesiones apunta a la necesidad de una afectación bilateral para que se produzcan esas
dificultades en las funciones ejecutivas. Sin embargo, en relación con las diferencias

88
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

hemisféricas apuntadas, también se investigan los distintos resultados de las lesiones en


cada hemisferio.

Puede afirmarse que los estudios actuales rechazan la separación entre lo emocional
y lo racional. Más bien apuntan a una relación, de modo que el razonamiento moral se
muestra como algo que no es dependiente exclusivamente de regiones corticales, y las
emociones no parecen surgir de modo aislado de la actividad límbica. El sistema es
complejo y no todos los investigadores aceptan la teoría dual propuesta por Greene. Para
muchos, a pesar de la especialización existente, no existirían límites tan claros ni
competición entre emoción y cognición. En realidad las distintas opciones posibles se
evidencian cuando las elecciones racionales están dotadas de un rasgo emocional
sobresaliente. 129

Se plantea así una teoría de integración entre lo cognitivo y lo emocional, que


considera que en las decisiones morales no puede distinguirse entre ambos procesos, no al
menos para determinar cuál de ellos actúa causalmente en la toma de decisiones. Y además
en contextos complejos se plantean enormes dificultades para la decisión, siendo la
articulación de ambos procesos lo que genera un comportamiento.

En cualquiera de las aproximaciones se afirma, sin embargo, que el papel de las


emociones es crucial para la toma de decisiones morales. Como se ha indicado, la mayor
parte de los estudios actuales asumen que los juicios y decisiones morales tienen que ver
con las emociones. Y también, como se dirá más adelante, con la comprensión de ciertas
normas sociales, cuya observancia permite asumir que la acción es moralmente válida.
Dada la relevancia de estas investigaciones, en lo que sigue, se completará la exposición
del panorama de investigaciones sobre los elementos que influyen en la toma de decisiones
morales.

89
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.2.1. Anatomía de las emociones

6.2.1.1. El sistema límbico

El estudio de las emociones tiene una larga historia. Desde las teorías de Darwin o
Freud sobre el papel que el cerebro jugaba en la expresión de las mismas, pasando por las
teorías de James-Lange (1884) y Cannon-Bard (1927), entre otros, hasta los estudios de la
neurociencia actual, han sido muchos los intentos por explicar la conexión entre las
emociones y los sentimientos, que tan importantes son en nuestra vida, y el cerebro. Las
bases neurales de las experiencias emocionales son objeto de estudio y, como se ha
comentado, con un interés renovado en los últimos años.

Se puede decir que la primera aproximación a la localización cerebral de las


emociones tiene que ver con la definición del lóbulo límbico, por parte de Paul Broca
(1878). Este autor observó unas áreas corticales diferentes de la corteza circundante,
formando un anillo alrededor del tronco cerebral, incluyendo la corteza alrededor del
cuerpo calloso –principalmente la circunvolución cingular—, y la corteza de la superficie
medial del lóbulo temporal con el hipocampo. Broca no dijo nada acerca del papel del
lóbulo límbico en las emociones, sin embargo, posteriormente sus estructuras han sido
asociadas con ellas.

La primera de esas asociaciones vino de la mano de James Papez, quien, en la


década de los años treinta del siglo XX, propuso un “sistema de las emociones”, un
circuito en el que había conexión entre áreas corticales y corteza cingular –que sería la que
produciría la experiencia de las emociones—. El hipotálamo gobernaría la expresión
conductual de las emociones. 130 La correlación entre el circuito de Papez y el lóbulo
límbico de Broca hizo que, de modo general, se hable de “sistema límbico” para referirse a
las estructuras responsables de la sensación y expresión de las emociones. La expresión fue
popularizada por Paul MacLean en 1952 –quien consideraba que las estructuras límbicas
serían una de las tres divisiones funcionales del cerebro: cerebro de reptiles, cerebro
antiguo de mamíferos, cerebro nuevo de mamíferos. El sistema límbico correspondería al
cerebro antiguo de los mamíferos, y su evolución habría permitido que aparecieran las

90
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

emociones, así como la evolución de la neocorteza habría dado lugar al pensamiento


racional en los animales superiores—.

Los estudios posteriores han ido descubriendo que, a pesar de la existencia de las
conexiones que Papez establecía en su circuito, los elementos implicados en él
efectivamente participan en las emociones, pero no hay evidencia de que formen un
sistema como el descrito. Con todo, el concepto de un sistema límbico unificado es un
modo abreviado, aunque conveniente, de explicar los circuitos neurales implicados en la
experiencia y expresión emocional. 131 Las teorías de Papez y MacLean han tenido una
importantísima influencia en las investigaciones posteriores sobre la emoción.

6.2.1.2. La corteza prefrontal

La mayor parte de los investigadores en la actualidad coinciden en conceder un


papel relevante en las emociones a la corteza prefrontal. Esta idea viene avalada por
muchos datos obtenidos a partir de estudios de lesiones, neuroimagen y electrofisiología.
La corteza prefrontal está implicada en funciones ejecutivas, sin embargo hay una relación
consistente entre estas funciones y el procesamiento afectivo. No en vano son muchos los
estudios que encuentran que procesos tales como la toma de decisiones o la elaboración de
juicios morales, están muy relacionados con aspectos emocionales, y por tanto, parece
lógico que sean las mismas estructuras las que estén implicadas.

Basándose en estudios anatómicos y neurofisiológicos con primates no humanos,


hallazgos de neuroimagen en humanos y modelización computarizada, Miller y Cohen 132
han propuesto una teoría comprehensiva de la función prefrontal, en la que sostienen que la
corteza prefrontal mantiene la representación de metas y los medios para lograrlas.
Especialmente en las situaciones ambiguas, la corteza prefrontal envía señales a otras áreas
del cerebro para facilitar la expresión de respuestas apropiadas a la tarea, ante la
competencia de otras alternativas potencialmente más fuertes. Así en el terreno de la
emoción, hay situaciones de control, por ejemplo, la disponibilidad de un premio
inmediato puede ser una alternativa de respuesta muy potente que puede no ser la mejor

91
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

para las metas generales de la persona. En tal caso, se requiere que la corteza prefrontal
produzca una señal de tendencia a otras áreas del cerebro que guíen el comportamiento
hacia la adquisición de una meta más adaptativa, que en este caso supondría retrasar la
gratificación.

La planificación y la anticipación parecen influidas claramente por aspectos


afectivos, en la medida en que hay una experiencia emocional asociada cuyo resultado
pronosticado sirve como clave para la toma de decisiones. Muchos estudios han trabajado
con pacientes con lesiones en ciertas zonas de la corteza prefrontal, particularmente en la
zona ventromedial, observando profundas mermas en la capacidad de tomar decisiones.
Este tipo de estudios tuvo su origen en el famoso caso de Phineas Gage, 133 quien sufrió un
accidente en el que una barrena atravesó su cráneo y su cerebro por la zona orbitofrontal.
Aunque sobrevivió, su comportamiento afectivo y su personalidad cambiaron
drásticamente, de modo que exhibía una conducta impulsiva e inestable.

Utilizando el cráneo de Gage, que ha sido conservado, Damasio y cols.


reconstruyeron el volumen cerebral y el recorrido de la barra, demostrando que el daño se
produjo primariamente en la corteza prefrontal órbitofrontal/ventromedial. 134 El estudio de
lesiones en este área se ha convertido en uno de los más fructíferos, de modo que se ha
mostrado que los pacientes con lesiones bilaterales de la corteza prefrontal ventromedial
tienen dificultades para anticipar consecuencias futuras, tanto positivas como negativas, lo
que influye en una toma de decisiones inadecuada. 135 Sin embargo, estos daños no afectan
a la respuesta del individuo a premios o castigos inmediatos, sólo a la interpretación de
claves que anticipen lo que ocurrirá en el futuro.

Este tipo de estudios 136 permite afirmar que hay sistemas cerebrales que captan la
asociación entre diferentes decisiones y sus consecuencias afectivas, antes de que el sujeto
alcance un conocimiento explícito de las contingencias vigentes y, por otro lado, parece
que el conocimiento implícito contribuye a la realización deliberada de decisiones
adaptativas. 137 Esto guarda relación con la importante teoría propuesta por Antonio
Damasio, denominada “teoría del marcador somático”. 138

92
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.2.1.2.1. La hipótesis del marcador somático

Hay coincidencia en subrayar el papel de la corteza prefrontal en la toma de


decisiones morales. Algunos de los primeros estudios realizados con resonancia magnética
funcional mostraron activación de la corteza prefrontal dorsolateral cuando se realizaban
juicios morales. 139 Otros explicaron el proceso de toma de decisiones como un sistema “de
arriba abajo” implicando la corteza prefrontal dorsolateral hacia la corteza prefrontal
ventromedial y algunas estructuras límbicas subcorticales. Y en relación al papel de la
corteza prefrontal ventromedial, son muchas las investigaciones que han mostrado su
importancia en el procesamiento de las emociones. En este sentido son relevantes los
estudios que han mostrado –en el contexto de las respuestas a los dilemas morales
planteados por Greene y otros— que los pacientes que sufren daño en esta área cortical
tienden a exhibir respuestas más utilitaristas, esto es, consideran que es aceptable matar a
una persona para salvar a cinco. 140

Estos estudios de lesiones prefrontales han aportado mucha información en relación


a los componentes emocionales implicados en los juicios morales. El modelo más
interesante de éstos es la “hipótesis del marcador somático” propuesta por A. Damasio. 141
La corteza prefrontal ventromedial es una zona de integración que recibe información
multisensorial y emocional, y que atribuye valor positivo o negativo generando lo que
estos autores denominan un “marcador somático”, esto es, un conjunto de respuestas
somáticas asociadas a la valencia del estímulo y generadas a partir de la experiencia previa.
Por ejemplo, si un estímulo tiene una valencia negativa (insultar a alguien puede provocar
una agresión), cuando se plantea la posibilidad de realizar esa acción —o incluso sólo
pensarla— se genera un conjunto de respuestas somáticas negativas, que sirven de alerta y
permiten “avisar” anticipadamente al sistema cognitivo de que la acción es inadecuada.
Con este marcador somático las personas pueden tomar decisiones, basándose en sus
experiencias previas.

Esta hipótesis trata de explicar la relación entre las emociones y los procesos de
razonamiento y toma de decisiones. Afirma que el “feed-back” somático que proporciona

93
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

la activación orgánica de origen emocional también contribuye al proceso de decisión


consciente, actuando como una “marca” negativa para las opciones del pasado asociadas
con consecuencias negativas –y viceversa—. Es decir, el sujeto se vería inclinado a optar
por las decisiones más adaptativas, en función de una inclinación producida por una “señal
somática”. Esta teoría es consistente con los hallazgos comentados en relación a la
imposibilidad de tomar decisiones racionalmente adecuadas por parte de los pacientes con
lesión prefrontal: los déficits que muestran son resultado de una disfunción en los sistemas
de codificación de conocimiento implícito acerca de consecuencias afectivas asociadas a
estímulos o conductas.

La adquisición de señales de marcador somático se hallan en la corteza prefrontal


porque su posición neuroanatómica lo favorece, ya que recibe señales procedentes de todas
las regiones sensoriales, de varios sectores biorreguladores del cerebro –como los núcleos
neurotransmisores del tallo cerebral, la amígdala, el cingulado anterior y el hipotálamo—,
y las zonas de convergencia de la corteza prefrontal son depósito, así, de representaciones
disposicionales, por la categorización de situaciones en que el organismo se ha visto
implicado.

Según Tirapu-Ustárroz, Muñoz-Céspedes y Pelegrín-Valero, 142 para aceptar esta


hipótesis es preciso asumir: que el razonamiento y la toma de decisiones dependen de
operaciones mentales que se sustentan en la actividad coordinada de áreas corticales
primarias; que todas las operaciones mentales dependen de algunos procesos básicos como
la atención y la memoria de trabajo; que el razonamiento depende del conocimiento acerca
de las situaciones y opciones de acción –almacenado en corteza cerebral y núcleos
subcorticales en forma de disposiciones— y que este conocimiento –innato y adquirido
sobre estados corporales y procesos de biorregulación, y conocimiento acerca de hechos y
acciones— refleja la experiencia individual y su categorización otorga la capacidad de
razonamiento –categorización soportada por mecanismos de atención y de memoria
funcional básica, sin los que sería imposible—.

Una de las críticas que se han vertido contra la hipótesis del marcador somático es
que los marcadores no son realmente necesarios para la toma de decisiones, ya que es el
conocimiento previo lo que puede guiar para tomar decisiones ventajosas. 143 Para defender

94
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

su hipótesis frente a esta crítica, y para subrayar el papel de las emociones en la toma de
decisiones morales, y su intrínseca relación con los procesos racionales, Reimann y
Bechara 144 se apoyan en otras dos aproximaciones complementarias que enfatizan este rol
de lo afectivo: el “afecto anticipatorio” y “la red de fuerza de respuesta emocional”.

El afecto anticipatorio se define como los estados emocionales que se experimentan


mientras se anticipan resultados significativos relativos a la decisión a tomar. Este afecto
anticipatorio sería similar al marcador somático. Los estudios que trabajan con este
concepto confirman la existencia de estados emocionales que permiten anticipar
resultados, proporcionando soporte empírico a la afirmación de que este componente
emocional es determinante en la toma de decisiones. 145

Por su parte, la red de fuerza de respuesta emocional es un concepto desarrollado en


el contexto de la explicación de las respuestas y elecciones de los consumidores. 146 Se
refiere al hecho de que cuando se les ofrece a los sujetos diferentes marcas y se les pide
que valoren qué sentimientos les producen, utilizando una lista de sentimientos positivos y
negativos, se obtiene un número de factores positivos y negativos para cada marca. La
diferencia entre las dos valencias constituye la red de fuerza de la respuesta emocional.
Esta red sirve para predecir si los individuos elegirán esa marca o no. De nuevo, este
concepto es consistente con la hipótesis del marcador somático en la medida que se reduce
la elección a una competición entre respuestas emocionales positivas y negativas, lo que
permite afirmar que juegan un papel clave en la elección.

6.2.1.2.2. Estudios con neuroimagen funcional

Estos resultados, obtenidos en la investigación a partir de lesiones, también se han


estudiado con técnicas de neuroimagen funcional, si bien en este caso la evidencia es más
confusa y las hipótesis muy variadas. 147 Dos regiones de especial interés son la ínsula, que
parece implicada en la representación de información propioceptiva y sería, por tanto, el
sustrato de los sentimientos conscientes, 148 y la corteza cingular anterior, que tendría que
ver con la detección de errores y la monitorización de la respuesta. Estas dos zonas parecen

95
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

verse activadas por situaciones de interacción social, como el rechazo por parte de otros
individuos, o por la empatía por el sufrimiento de otros. 149

A todo lo dicho cabe añadir que, según Rolls, 150 la corteza prefrontal también
tendría una función de mantenimiento de las asociaciones de refuerzo, de modo que se
producirían unas modificaciones sinápticas en la zona orbitofrontal que permitirían al
organismo retener el valor de recompensa de un gran número de estímulos. Estas
asociaciones se almacenarían durante largos períodos de tiempo y se recurriría a ellas
siempre que se encuentre de nuevo en el futuro un estímulo aprendido. Este concepto de
memoria de trabajo afectiva es diferente del que defienden Davidson, Jackson y Kalin, 151
quienes consideran que se trata más bien del mantenimiento de la emoción actual durante
periodos en que el estímulo emocional ya no está presente, proceso que jugaría un
importante papel en la dirección del comportamiento en ausencia de incentivos
inmediatamente disponibles.

Por otro lado, también hay diferencias funcionales en los sectores dorsolateral y
ventromedial de la corteza prefrontal: este último estaría implicado mayormente en la
representación de estados afectivos elementales, tanto positivos como negativos, en
ausencia de incentivos inmediatamente presentes, mientras que el dorsolateral estaría más
directamente relacionado con la representación de metas hacia las que están dirigidos esos
estados elementales. 152

Esto también implica que hay varias subdivisiones importantes de la corteza


prefrontal que son especialmente relevantes en el procesamiento afectivo. La primera de
esas divisiones, como se ha podido apreciar en los comentarios previos, es la que se refiere
a las zonas dorsolateral, ventromedial y orbitofrontal, y la segunda es la distinción entre
sectores derecho e izquierdo en cada una de estas regiones, que se tratará más adelante con
mayor detalle.

96
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.2.1.3. La amígdala

La amígdala se encuentra situada en el polo del lóbulo temporal, por debajo de la


corteza en el lado medial. Es un complejo de núcleos al que llegan aferencias desde la
neocorteza de todos los lóbulos del cerebro, y desde las circunvoluciones hipocámpica y
cingular. Es interesante tener en cuenta que se transmite hasta la amígdala la información a
partir de todos los sistemas sensoriales.

La relación de la actividad de la amígdala con el afecto negativo está muy presente


en la bibliografía, particularmente en lo que se refiere a la respuesta a estímulos adversos
externos. 153 Aunque sigue siendo objeto de controversia si la amígdala es necesaria para la
expresión del temor condicionado por el aprendizaje, o si es el lugar donde se almacena la
información aprendida. 154 Tampoco queda claro hasta qué punto participa la amígdala en el
aprendizaje de asociaciones con estímulos, tanto negativos como positivos, ni si existen
diferencias funcionales entre la amígdala derecha e izquierda. 155

Uno de los puntos en que la amígdala parece tener un papel primordial, y que está
generando un enorme número y variedad de estudios, es el reconocimiento de emociones
en los rostros. Por ejemplo, Adolphs y cols., 156 Calder y cols., 157 y Broks y cols.158
muestran que el reconocimiento de signos faciales de temor estaba dañado en pacientes
con lesión bilateral de la amígdala, mientras que el reconocimiento de otras expresiones
faciales estaba intacto.

En general, los estudios de pacientes con lesión amigdalar sugieren que esta
estructura juega un importante papel tanto en la percepción como en la producción de
ciertas formas de emoción negativa. Sin embargo, no se ha respondido a la pregunta por el
papel que pueda tener en las emociones positivas. De hecho, es importante que estos
estudios de lesiones se complementen con otros de neuroimagen funcional en sujetos
intactos. Los que se han realizado hasta ahora con resonancia magnética funcional (fMRI)
y tomografía por emisión de positrones (PET) sólo han permitido comprobar que se
producen cambios en la amígdala en respuesta a estímulos emocionales, lo cual deja

97
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

abierta la pregunta acerca de si la amígdala está implicada en todas las emociones, a pesar
de la relevancia que parece tener en los afectos negativos.

Otra cuestión que queda abierta es la que se refiere a la existencia de asimetrías


funcionales en esta región. Algunos investigadores han encontrado cambios en la
activación de la amígdala izquierda cuando se ha experimentado la excitación (arousal) de
afectos negativos, mientras que otros han encontrado cambios en la derecha, y otros
bilaterales. Por tanto, puede que haya importantes diferencias entre derecha e izquierda,
pero no es posible por el momento determinar de modo preciso cuáles son. 159

Davidson utiliza el término “estilo afectivo” para referirse al amplio rango de


diferencias individuales en los distintos componentes de la reactividad afectiva y el ánimo
o disposición. 160 Por ejemplo, el tiempo necesario para recobrarse de un estímulo negativo,
es decir, para volver al estado basal, es un mecanismo que gobierna las diferencias
individuales en el afecto negativo. El estilo afectivo consistiría en una serie de rasgos
específicos de la reactividad emocional y afectiva que se pueden medir de modo objetivo
conforme a los siguientes parámetros: el umbral de respuesta; la magnitud de la respuesta;
el tiempo de subida hasta el grado máximo de respuesta; la función de recuperación de la
respuesta; y la duración de la respuesta.

Los estudios que tratan estas diferencias en la activación de la amígdala y el estilo


afectivo se pueden agrupar en dos conjuntos: el primero de ellos es el representado por
análisis como el de Drevets y cols., 161 que trataban de examinar la relación entre las
medidas de flujo sanguíneo con PET en reposo y la gravedad de la depresión en un grupo
de pacientes depresivos. El resultado fue que los pacientes con un flujo basal incrementado
en la amígdala tenían rangos de depresión más grave. El segundo tipo de estudios es el que
examina la relación entre las diferencias individuales en la reactividad del flujo sanguíneo
o metabolismo de la amígdala ante un cambio emocional y otros índices comportamentales
o de autoinforme de reactividad emocional. Un ejemplo es el estudio de Cahill y cols.162
que encontraba que los sujetos con una tasa metabólica mayor en la amígdala en respuesta
a películas emocionalmente negativas que se les mostraban, tenían un mejor recuerdo libre
de esas películas tres semanas después de haberlas visto.

98
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Los estudios de Davidson y su equipo sobre esta cuestión han permitido afirmar
que la activación frontal extremadamente derecha o extremadamente izquierda
correlaciona con diferencias sistemáticas en la disposición al afecto positivo o negativo.
Del mismo modo, sostienen que otras medidas de asimetría prefrontal podrían predecir la
reactividad ante elementos experimentales que provoquen emoción. Y así lo muestran los
resultados de sus estudios: aquellos individuos con activación basal prefrontal izquierda
mostraron afectos más positivos ante estímulos positivos –películas—, y aquellos con
activación prefrontal más derecha mostraron más afecto negativo ante estímulos negativos.
Estos hallazgos les permiten apoyar la idea de que las diferencias individuales en las
medidas electrofisiológicas de la asimetría en la activación prefrontal marcan algún
aspecto de la vulnerabilidad a los elementos que provocan emociones negativas y
positivas. Todo ello supone una vía de estudio de los componentes del estilo afectivo,
algunos de los cuales tienen más que ver con la activación prefrontal, mientras que otros,
como la regulación de la emoción o su duración, tienen que ver también con la amígdala, y
obligan a estudiar la posible relación con la asimetría en la activación. Además, las
diferencias individuales en la asimetría prefrontal tienen que ver con el tiempo de
recuperación ante un estímulo emocional importante, lo que puede tener repercusiones en
algunas patologías, como la depresión o la ansiedad, y también con ello se abre la puerta a
inquietantes preguntas acerca de la relevancia del estilo afectivo en los comportamientos
con interacción social. 163

6.2.1.4. Otras regiones cerebrales implicadas en la emoción

Aunque la corteza prefrontal y la amígdala son los componentes más importantes


del circuito implicado en el procesamiento de la emoción, también hay estudios que
evidencian que hay otras regiones cerebrales que participan en la respuesta afectiva. Entre
ellas, conviene mencionar la parte posterior del hemisferio derecho, que, a partir de
estudios comportamentales, estudios de lesiones y obteniendo datos electrofisiológicos,
muestra estar implicada tanto en la percepción de la información emocional, como en el
componente excitador (arousal) de la emoción. 164

99
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Otras tres regiones que se conoce que están implicadas en el procesamiento


emocional a través de estudios de neuroimagen son el striatum ventral, la corteza cingular
165
anterior, y la corteza insular.

La primera de ellas, el striatum ventral, tiene que ver con el afecto positivo. Esta
región está muy inervada por neuronas dopaminérgicas y algunos estudios con PET han
encontrado incrementos de dopamina en esta región durante el disfrute de un videojuego.
El sistema de dopamina mesolímbica está implicado en la motivación por incentivo o
premio, y parece que juega un importante papel en lo que Davidson 166 denomina “afecto
positivo de motivación de logro pre-meta”, una forma de afecto positivo que surge cuando
alguien se acerca progresivamente hacia una meta deseada.

Se observa activación de la corteza cingular anterior en la mayoría de los estudios


de la emoción con neuroimagen, cuando se compara una condición emocional con una
condición neutral control. Esta región podría tener importancia en la mediación de los
efectos atencionales de la excitación (arousal) afectiva. Por su parte, la activación de la
corteza insular durante la emoción probablemente está asociada a los cambios autonómicos
que se producen cuando se evoca la emoción.

6.2.2. Asimetrías cerebrales

Como ya se ha comentado anteriormente, son muchos los estudios dedicados a


observar las posibles diferencias interhemisféricas relativas al procesamiento emocional.
Algunas de ellas ya se han destacado, al hacer referencia al “estilo afectivo” en relación a
la amígdala, y hemos dejado para abordar en este momento las asimetrías que han sido
estudiadas con mayor profusión, las relativas a la corteza prefrontal.

Algunos estudios tempranos evaluaron el ánimo subsiguiente al daño cerebral,


encontrando que los pacientes con lesión en el hemisferio izquierdo, particularmente en la
corteza prefrontal, tenían más propensión a desarrollar síntomas depresivos, en
comparación con los pacientes que tenían lesiones en regiones homólogas del hemisferio

100
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

derecho. 167 En estos estudios, la mayoría de las lesiones incluyen más de un sector de la
corteza prefrontal, pero la mayoría de los pacientes tienen afectada la zona dorsolateral.
También se ha encontrado una correlación entre la lesión de la corteza prefrontal
dorsolateral izquierda y los síntomas depresivos, lo que se interpreta como demostración
del papel que juega este área en el afecto positivo que, al verse afectada, incrementa la
posibilidad de sintomatología depresiva. Aunque no todos los estudios actuales son
consistentes con estos resultados, la mayoría vienen a apoyar la idea de que el daño en
corteza prefrontal izquierda tiene relación con el ánimo deprimido. 168

La diferente implicación de la corteza prefrontal izquierda y derecha en ciertas


formas de emoción positiva y negativa se apoya en medidas electrofisiológicas de
activación regional en sujetos normales expuestos a estímulos que provocan la emoción.
En estos estudios se ha encontrado un incremento de la activación anterior izquierda
durante el afecto positivo, y un incremento de la activación anterior derecha durante el
afecto negativo. 169

Sin embargo, este tipo de estudios muestra dificultades en cuanto a la replicación,


debido a limitaciones metodológicas. 170 De hecho, hay pocos estudios de neuroimagen
para estudiar las asimetrías prefrontales en procesos afectivos. Algunos de estos problemas
tienen que ver con la complejidad derivada de la asimetría de la anatomía estructural,
particularmente en el tejido cortical, lo que hace extremadamente difícil extraer regiones
homólogas para análisis de asimetrías. El tamaño de las regiones puede diferir en los dos
lados del cerebro, el homólogo anatómico puede no estar exactamente en la misma
localización en cada hemisferio, y la forma del territorio cortical en cada lado del cerebro
también es diferente con frecuencia. Este tipo de obstáculos son los que hacen que la
neuroimagen se encuentre con grandes problemas para hacer inferencias sobre patrones de
activación asimétrica. 171

Con todo, se han encontrado diferencias de activación, por medio de fMRI, en


regiones de la corteza prefrontal, que predijeron una disposición a una emoción negativa.
Los individuos con mayor cambio de señal en el lado derecho –comparado con cambio en
la señal del lado izquierdo— en respuesta a imágenes negativas, comparadas con imágenes

101
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neutrales, mostraban mayor disposición a afecto negativo. Resultado que es consistente


con los hallazgos obtenidos mediante medidas de actividad eléctrica del cerebro.

Como se ha comentado anteriormente, los estudios revelan que los individuos con
mayor activación basal prefrontal relativa en el lado izquierdo tienen mayor capacidad de
recuperación del estado inicial tras un estímulo negativo, lo cual hace pensar que las
diferencias individuales en la activación prefrontal asimétrica tienen que ver con el tiempo
de la respuesta emocional, y que los individuos con mayor activación izquierda se
recuperan más rápidamente de los afectos negativos o del estrés, que los que tienen mayor
activación derecha. El mecanismo que puede estar subyacente a este resultado lo
explicaron LeDoux y sus colaboradores: 172 existe un camino descendente entre la corteza
prefrontal medial y la amígdala, que es inhibidor y que, por tanto, representa un
componente de extinción. En ausencia de este input inhibitorio normal, la amígdala
continúa activada.

6.2.2.1. Afecto positivo: aproximación. Afecto negativo: retirada

Por otro lado, conviene tener en cuenta que varios autores coinciden en distinguir
dos formas principales de motivación y emoción, representadas en circuitos neurales
diferentes. Un primer sistema es el de aproximación, que facilita el comportamiento
apetitivo y genera ciertas formas de afecto positivo. El segundo es el sistema de retirada,
que facilita la separación de un organismo de las fuentes de estimulación aversiva y genera
ciertas formas de afecto negativo. Las regiones que sustentan estos sistemas son las ya
mencionadas anteriormente. Algunas de ellas participan en ambos circuitos, mientras que
otras están implicadas mayormente en uno de los sistemas que en el otro. Por ejemplo, el
nucleus accumbens tiene que ver con el sistema de aproximación, mientras que la amígdala
está implicada en el sistema de retirada.

Existiría también una valencia en algunos, pero no todos, los componentes de estos
circuitos, de tal modo que hay interacciones complejas entre las estructuras dentro de un
circuito con influencias excitadoras e inhibidoras. Y el comportamiento emocional puede

102
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

ser generado sin la activación de todos los componentes del circuito. También hay
interacciones entre ambos sistemas, pero parecen diferenciados. En particular, se ha
mostrado la importancia de examinar los niveles de activación en los componentes de estos
circuitos separadamente en los hemisferios derecho e izquierdo, ya que algunas formas de
psicopatología o estilo afectivo implican diferencias bilaterales en estos sistemas. Por
ejemplo, como se ha mencionado, la disminución de la activación en la región prefrontal
izquierda y derecha se muestra asociada con déficits tanto en el sistema de aproximación
como en el de retirada, respectivamente, y como tal, está asociada con síntomas como la
anhedonia.

Aunque conviene mencionar que, a pesar de que las diferencias individuales en


algunos aspectos del estilo afectivo están influidas por los niveles de activación de los
componentes de los circuitos, y en relación con la asimetría de la activación prefrontal,
esas diferencias son sólo causas que contribuyen a un estilo afectivo y, como tales, no son
suficientes ni necesarias para la producción de un tipo de estilo afectivo o psicopatología.
Por ejemplo, cuando un individuo con hipoactivación prefrontal izquierda es expuesto a los
eventos negativos de la vida durante un período prolongado de tiempo, podemos predecir
que hay un incremento de la probabilidad de desarrollar la depresión. Pero, como causa
que contribuye, no deberíamos esperar que todos los sujetos con relativa activación
anterior derecha estuvieran deprimidos, ni deberíamos esperar que todos los sujetos
deprimidos muestren activación anterior derecha, ya que los mecanismos son más
complejos. 173

6.2.2.2. Hipótesis del hemisferio derecho contra hipótesis de la


valencia

Todos estos estudios han dado lugar a dos teorías que se refieren a la diferenciación
en la especialización hemisférica del procesamiento de la emoción: una de ellas es la
“hipótesis del hemisferio derecho” que sugiere que el hemisferio derecho está
especializado únicamente en el procesamiento de la emoción y que el hemisferio izquierdo
tiene, como mucho, un papel de apoyo en la percepción emocional. 174 Por su parte, la

103
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

“hipótesis de la valencia” sugiere que el hemisferio derecho está especializado en la


percepción y generación de emociones negativas o de evitación, mientras que el hemisferio
izquierdo está especializado en la percepción y generación de emociones positivas o de
aproximación. 175 Evidentemente, cada teoría conducirá a diferentes predicciones respecto
a la percepción de información positiva, pero ambas predicen que el hemisferio derecho es
superior al izquierdo en el procesamiento de la información negativa.

Teniendo en cuenta este planteamiento, Smith y Bulman-Fleming 176 se preguntan si


las diferencias en las capacidades perceptivas de los hemisferios cerebrales ante los
estímulos conscientemente percibidos, se establecen también en la percepción
inconsciente. Los estudios previos relativos a percepción inconsciente mostraban una
ventaja del hemisferio derecho en la discriminación del afecto. 177 Y los estudios de
neuroimagen parecen apoyar esta hipótesis, así, Whalen y cols. 178 hallaron que la amígdala
derecha no sólo era sensible a los estímulos emocionales percibidos inconscientemente,
sino que podía diferenciar entre emociones positivas y negativas que se percibían sin
conciencia. Específicamente, la amígdala derecha mostraba incremento de activación ante
la presencia de estímulos de temor, e índices menores de activación cuando se presentaban
estímulos de felicidad. Por tanto, hay evidencia de que el hemisferio derecho es sensible a
la percepción inconsciente de la emoción, y lo que se plantean estos autores es estudiar
más a fondo estos patrones de activación ante la percepción consciente e inconsciente. Su
conclusión será que cuando se utilizan estímulos emocionales negativos –en este caso,
palabras—, las asimetrías hemisféricas que se observan cuando se trata de percepción
consciente, no aparecen en la percepción inconsciente. Además, la ventaja hemisférica
lleva a un mayor grado de percepción consciente y a un grado reducido de percepción
inconsciente.

Queda abierta la pregunta de si utilizando estímulos positivos se obtendrían los


mismos resultados, lo que daría apoyo a la hipótesis del hemisferio derecho, o si habría una
ventaja para el hemisferio izquierdo en la percepción consciente, lo que apoyaría la
hipótesis de la valencia.

Un estudio posterior de estos mismos autores 179 ratifica la ventaja del hemisferio
derecho para la percepción consciente y su déficit para la percepción inconsciente, pero

104
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

apunta un dato más que resuelve el interrogante: la ausencia de diferencias hemisféricas


para la percepción de las emociones positivas, lo que proporciona evidencia en contra de la
hipótesis del hemisferio derecho. Esto significa que esta hipótesis tiene sus limitaciones
cuando se aplica a sujetos neurológicamente intactos, en estudios de comportamiento, lo
cual puede implicar que es la hipótesis de la valencia la que resulta válida, o bien que es
posible pensar en una hipótesis que combine ambas.

6.2.2.3. Asimetrías faciales y asimetrías hemisféricas

Como se ha podido apreciar, buena parte de estos estudios se apoyan en las


asimetrías de la expresión facial. Conviene comentar la razón que sustenta este interés. Los
estudios neuropsicológicos muestran que la expresión emocional se expone
predominantemente en el lado izquierdo de la cara. Algunos autores defienden una
“hipótesis de dirección motórica”, según la cual, mientras que las emociones negativas se
exponen predominantemente en el lado izquierdo de la cara, las emociones positivas
(entendiendo por tales las no neutrales o controladas) se expresan preferentemente en el
lado derecho de la cara. Una posible explicación es la teoría de la valencia que hemos
comentado: que el hemisferio derecho regula el comportamiento de retirada, mientras que
el hemisferio izquierdo regula el comportamiento de aproximación. A ello cabe añadir que
sólo los dos tercios inferiores de la cara están inervados predominantemente de modo
contralateral.

La mayoría de las investigaciones realizadas con elctroencefalograma (EEG) están


de acuerdo con esta distinción hemisférica-morfológica. En un curioso estudio que trata de
relacionar los resultados de la investigación en el campo de la estética y en el campo de la
neuropsicología, se analizan los retratos realizados por Rembrandt, en los que se observa
que las mujeres muestran el lado izquierdo de la cara, mientras que los hombres muestran
el lado derecho. La hipótesis de trabajo es que el pintor eligió pintar el lado izquierdo de
las mujeres para captar sus cualidades íntimas, que pueden haber enfatizado
inadvertidamente sus emociones negativas. Los modelos masculinos, por su parte,
exponían su lado derecho para revelar sus cualidades de extroversión, que podrían estar

105
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

enfatizando sus emociones positivas. Más aún, el estudio se plantea la posibilidad de que
una asimetría hemisférica pudiera afectar a los juicios del espectador ante la obra de
Rembrandt. Es decir, que las diferencias hemisféricas fueran más perceptivas que
expresivas. 180

Éste es un modelo que han utilizado también otros autores, presentando rostros
felices o tristes, frente a rostros neutros, en el campo visual derecho o izquierdo, y
observando que los tiempos de reacción son más rápidos al juzgar las presentaciones en el
lado derecho, cuando la expresión era feliz (es decir, estaba siendo juzgada por el
hemisferio izquierdo del observador), y viceversa cuando era triste. 181 Esto sugiere que
cada hemisferio estaría especializado en juzgar, además de producir, exposiciones
emocionales positivas y negativas.

Si esto es así, los retratos que muestran el lado izquierdo de la cara serían
procesados mayormente por el hemisferio derecho, que es más sensible a las emociones
negativas. Por tanto, aparecerían como menos agradables, ya sea porque son vistos más
directamente por el hemisferio derecho del observador, o porque el hemisferio derecho del
modelo expresa emociones más negativas en el lado izquierdo de su cara. Esta idea se
apoyaría en la investigación sobre belleza facial, que sugiere que es la fisonomía de
composiciones derecha-derecha e izquierda-izquierda lo que determina que un rostro sea
atractivo, y no los procesos perceptivos asimétricos que puede generar una imagen
182
invertida en espejo.

En una línea semejante, hay estudios que tratan las asimetrías en el movimiento
facial que acompaña a la expresión facial de las emociones. De nuevo estamos ante
investigaciones que plantean la existencia de asimetrías en patrones de activación de
regiones específicas del cerebro, en respuesta a ciertos tipos de emociones negativas o
positivas. Y de nuevo la organización asimétrica del afecto en los dos hemisferios
cerebrales sirve de base conceptual para investigar cómo la emoción actúa de modo
asimétrico en los dos lados de la cara. Según lo dicho anteriormente, se podría esperar,
especialmente en la zona inferior de la cara, que las expresiones emocionales se mostraran
mayormente en el lado izquierdo, y que las emociones negativas también aparecieran más

106
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

en el lado izquierdo, debido al papel de las regiones prefrontales derechas en el afecto


negativo. 183 Tal es el resultado del estudio de Nicholls y cols. 184

La explicación basada en los sistemas de aproximación-retirada sería la que


cobraría aquí relevancia, al permitir dar una razón de la especialización de ciertas regiones
prefrontales: los territorios prefrontales dorsolaterales izquierdos tienen que ver con la
emoción positiva, especialmente en las formas que implican afecto que lleva a la
implementación de metas agradables, los mecanismos de aproximación; por su parte los
territorios prefrontales laterales derechos serían los que tendrían relación con el afecto
negativo y la retirada, especialmente en lo que se refiere a la vigilancia ante pistas de
amenaza en el ambiente. La separación de estas funciones en hemisferios diferentes podría
minimizar la interacción competitiva entre ambos sistemas, facilitando la respuesta
adaptativa a los estímulos de premio y castigo.

6.2.2.4. Asimetría frontal con EEG y emoción

Últimamente los estudios de la emoción con EEG han observado un importante


desarrollo. El electroencefalograma (EEG) de actividad alfa asimétrica en las regiones
anteriores del cuero cabelludo ofrece una gran variedad de medidas que resultan muy
interesantes para los investigadores de las emociones. Este es un campo muy prometedor
en el que las variables asociadas con la técnica (asimetría frontal EEG) son muchas, por
ejemplo, el temperamento de los niños, los auto-informes como medidas de afecto y
personalidad, la timidez y la ansiedad social, la función inmune, la memoria de material
narrativo triste, etc. 185

Uno de los fundamentos teóricos más sólidos y admitidos de modo más general es
el de Davidson que, como se ha comentado, se refiere a los dos sistemas aproximación-
retirada en relación con la actividad frontal izquierda y derecha. Harmon-Jones 186 afirma
que este modelo incluye componentes de motivación y de valencia. Así, identifica un
“modelo de valencia” de asimetría EEG en el que los niveles relativos más altos de
activación frontal izquierda están asociados con la expresión y experiencia de las

107
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

emociones positivas, y los niveles altos relativos de actividad frontal derecha se asocian
con la experiencia y expresión de emociones negativas; y también un “modelo
motivacional” en el que los niveles altos de actividad relativa frontal izquierda se
relacionan con la expresión de emociones de aproximación, y los niveles altos de actividad
relativa frontal derecha se relacionen con la expresión de emociones de retirada. Existiría
además un “modelo de motivación con valencia” –donde se sitúa Davidson—, que sería
una combinación de los dos anteriores, al asociar los afectos positivos con la
aproximación, y los afectos negativos con la separación. Y éste es el que toman como
base la mayor parte de los estudios con EEG.

Los estudios de asimetría EEG y emoción pueden clasificarse en cuatro


categorías: 187 investigación sobre los rasgos de la EEG de asimetría frontal y otras
medidas de rasgos; estudios sobre la asimetría frontal como predictor de cambios de estado
dependientes; investigaciones sobre EEG de asimetría frontal y medidas de psicopatología;
y estudios de activación de EEG de asimetría frontal como medida de estado. Esto
significa que la asimetría no es, por sí misma, un mecanismo, sino un marcador para
algunos procesos neurales subyacentes. De hecho, Coan y Allen se plantean si la asimetría
EEG puede considerarse un mediador, un moderador o una correlación en los estudios en
que se emplea. Hay toda una discusión abierta acerca de la idoneidad metodológica de esta
técnica, y sobre sus dificultades, especialmente para establecer asociaciones entre las
asimetrías observadas con EEG, los mecanismos neurales responsables de tales asimetrías,
y los resultados de comportamiento u otros (que pueden tomar la asimetría como una
variable independiente).

También conviene tener en cuenta que los propios investigadores destacan la


necesidad de utilizar mecanismos más fiables y objetivos para el estudio de las emociones
que los autoinformes. Y que existen algunas limitaciones de la técnica, como el hecho de
que el EEG frontal sólo pueda registrar medidas de las áreas dorsolaterales de la corteza
prefrontal; las diferencias en las localizaciones de los electrodos de referencia; la
posibilidad de que se estudien otras bandas de frecuencia diferentes de alfa; la
inobservancia de las variaciones bilaterales por un exceso de interés en las asimetrías; o la
necesidad de una investigación comparativa entre animales y humanos. 188

108
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Este tipo de “llamadas de atención” resultan de gran importancia, ante los avances
de estos estudios. Así, Davidson, como ya se comentó anteriormente, alerta respecto a la
bibliografía existente sobre la asimetría en EEG frontal, insistiendo en el hecho de que la
corteza prefrontal –o los sectores particulares de la corteza prefrontal que son objeto de los
estudios con EEG— representa sólo una pequeña porción del circuito de la emoción. De
modo que, para ciertos tipos de procesos emocionales, la presencia de un patrón particular
de asimetría prefrontal funcional puede ser necesario, pero no suficiente, para el estado
emocional en cuestión, o puede ser simplemente una causa que contribuye al estado
emocional.

6.2.3. Diferencias entre géneros

Todos percibimos diferencias entre hombres y mujeres, sin embargo cabe


preguntarse hasta qué punto la descripción de esos elementos se basa en realidades, o es
meramente un conjunto de tópicos malintencionados. Las bromas y los análisis,
presuntamente fiables, acerca de lo que distingue a uno y otro sexo, han llenado páginas
interminables en nuestra cultura. Desde los símbolos del escudo y la lanza de Marte, que
representa a los varones, y el espejo de Venus, que representa a la mujer, hasta las mil y
una diferencias que comentamos sobre costumbres, sensibilidades o reacciones típicas de
unos y otros, lo cierto es que resulta arriesgado tratar esta cuestión.

Los viejos debates han estado centrados en dos distinciones que resultan útiles y
que van cobrando nuevas dimensiones. La primera de ellas es la separación y diferencia
entre el sexo y el género. Al hablar del sexo se hace referencia a los aspectos biológicos del
dimorfismo sexual. Por tanto, están aquí contenidos elementos de genética, endocrinología,
anatomía, fisiología, neurología, etc. que describen las diferencias observables. Por su
parte, el género se refiere a los aspectos psicológicos, sociales y culturales. Es decir, a
elementos que contribuyen y construyen una cierta identidad, y que por tanto se estudian
desde la psicología, la sociología, la antropología, etc.

109
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

La segunda distinción es también antigua y tiene una larga tradición en el


pensamiento: la diferente relevancia entre la naturaleza y la cultura (nature/nurture) para la
configuración de una personalidad individual. Al hablar de la naturaleza estamos más
anclados en la biología, en la existencia de elementos innatos que conforman cada sexo y
lo configuran. Al hablar de la cultura subrayamos los elementos aprendidos, dependientes
de la sociedad, el ambiente, el medio en que vive el individuo.

El debate ha estado centrado en buena medida en la diferente relevancia que se le


ha concedido a uno y otro elemento. Como se ha comentado, para algunos, lo que somos
depende principalmente de elementos “naturales”, biológicos, no elegidos, que determinan
nuestros comportamientos y nos hacen ser de un cierto modo, irrenunciable y condicionado
previamente. Mientras que para otros, la clave de nuestra identidad está en lo que el medio
ha hecho con nosotros, lo que el aprendizaje, los condicionantes socioculturales o las
tradiciones han querido ir configurando.

No cabe duda de que cualquiera de estas dos posiciones, mantenida de modo


radical, puede llevar a un determinismo radical que sería inaceptable. En ambos casos
podríamos estar afirmando una cierta prefiguración, en la que los cambios serían
accidentales y superficiales, en donde no tiene espacio ninguna forma de libertad, pues
existiría un condicionante previo inapelable. Sin embargo, probablemente ambas tienen
parte de razón en sus presupuestos y probablemente hay elementos tanto biológicos como
culturales que explican nuestra identidad como personas.

La novedad actual reside en que las nuevas investigaciones aportan alguna luz y
datos relevantes a esta vieja cuestión, reabriendo el debate y suscitando una y provocadora
cuestión: ¿podríamos hablar de racionalidades, modelos de pensamiento, o sistemas de
toma de decisiones, diferentes en hombres y en mujeres?

En los años 90 del siglo XX, al comienzo de la famosa década del cerebro, la
medicina abandonó la idea de que las mujeres son “hombres pequeños” para comenzar
investigaciones específicas sobre la cuestión de género. Desde entonces los datos
científicos han ido incrementándose y generando nuevos planteamientos. 189

110
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Se describieron las evidentes diferencias existentes, por ejemplo diferencias


anatómicas (que clásicamente se habían explicado por observación de estructuras
diferentes y que ahora se completan con la observación de funcionamientos diferentes por
medio de técnicas de neuroimagen funcional); diferencias hormonales; diferencias de
aprendizaje (que cambian el cerebro en su misma estructura); o diferencias de capacidades:
como el lenguaje y otras.

Se apuntaron algunos datos que son relevantes para la posible distinción entre los
cerebros de hombres y mujeres. 190 Sólo por citar algunos ejemplos: que los hombres tienen
un 4% más de neuronas que las mujeres, aunque las mujeres tienen más conexiones
neuronales. También que las mujeres tienen un cuerpo calloso mayor, lo que significa
mayor conexión interhemisférica y a más velocidad. Los estudios muestran también que el
lenguaje suele estar situado en el hemisferio dominante (izquierdo mayormente) en los
hombres, mientras que en las mujeres parece haber actividad en ambos hemisferios. O que
el sistema límbico es mayor en las mujeres (lo que se interpreta como una mayor capacidad
para la comprensión de sentimientos, también un olfato más desarrollado, y una mayor
tendencia a la depresión. Mientras que los hombres mostrarían una mayor tendencia a los
comportamientos violentos y menor empatía).

Sin duda, los datos no son suficientes y la interpretación y significado de los


mismos es lo más relevante, y está teñido de intereses, presupuestos, teorías e ideologías
subyacentes. De hecho, si se observan los comentarios y estudios (más o menos
científicos) que se han ido desarrollando, se puede apreciar cómo el contexto político-
cultural de cada época ha ido marcando los significados. Afirmaciones que consideraban
inferiores a las mujeres por su condición biológica, y estudios con carácter sexista son
impensables en nuestra época, acostumbrados a la reivindicación de los derechos de las
mujeres. De hecho, la defensa de la igualdad de las mujeres dio como resultado, en este
debate, la preeminencia de lo cultural frente a lo biológico por rechazo de la opresión y el
exceso de simplificación de las explicaciones sexistas. Se ha insistido en que cualquier
planteamiento acerca de las diferencias entre hombres y mujeres puede suponer cuestionar
la capacidad intelectual de las mujeres y por tanto justificar su discriminación (esto es, la
desigualdad en derechos). 191

111
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Se evidencia así la clara influencia de lo socio-político en las teorías científicas,


especialmente en temas polémicos, en donde intervienen con facilidad presupuestos de
experiencia y prejuicios, no siempre salvables ni explícitos.

Sin embargo, actualmente se cuestiona con fuerza el reduccionismo, tanto cultural


como biológico, y se afirma que tampoco es deseable, ni probablemente correcto, un
planteamiento estrictamente culturalista, desechando la parte biológica. La postura más
razonable y completa parece ser un continuo combinado de biología y cultura, en el que el
peso relativo de una y otra parte está por determinar.

Uno de los estudios que han reabierto este debate es M. Hines quien, en una
conocida investigación, 192 trataba de buscar una posible correlación entre los sexos y las
preferencias ante los juguetes presuntamente masculinos (balón y coche), los
presuntamente femeninos (muñeca y sartén) y los presuntamente neutros (perro de peluche
y libro de colores). Sus resultados apuntan a que ellos pasan casi el doble de tiempo que
ellas con el coche y la pelota, y viceversa, mientras que apenas hay diferencias en los
juguetes neutros. Lo que parece corroborar una experiencia que muchos calificarían de
claramente aprendida. Sin embargo, lo más interesante de este estudio, es que la
explicación es biológica, no cultural, porque los sujetos de experimentación eran monos.

Hines, consciente de la polémica que pueden suscitar este tipo de investigaciones,


comentaba que la medición de diferencias psicológicas entre sexos es compleja, no sólo
porque en su mayoría son características que no pueden observarse ni medirse de modo
directo y cuantitativo, sino también porque los instrumentos de medición carecen del
acuerdo metodológico y teórico suficiente como para hacer dicha investigación.

Si a ello unimos que todos los individuos tienen sus propias opiniones sobre esta
cuestión de las diferencias entre sexos, y que, al ser una cuestión de valores, hay que tener
un exquisito cuidado en no proyectar las convicciones personales en la interpretación de
los resultados, es claro que dista mucho de ser un tema neutro. Más bien, en muchos casos,
en las investigaciones sobre este tema nos encontramos afirmaciones subjetivas, relativas a
los roles de hombres y mujeres. Y también se constata que la mayor parte de los
investigadores buscan diferencias entre sexos, siendo mucho más minoritaria la

112
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

publicación de hallazgos de semejanzas, lo cual induce a sospechar de un notable sesgo en


el planteamiento de las investigaciones.

Otro autor que conviene mencionar y que goza de un enorme prestigio en la


comunidad científica por sus estudios sobre el autismo es S. Baron-Cohen. 193El autismo se
define últimamente como un déficit de desarrollo de una teoría de la mente. Según este
autor, el autismo sería una forma extrema de cerebro masculino. En sus estudios encuentra
una interesante conexión entre el trastorno autista y la mayor influencia de la testosterona
en el desarrollo prenatal. De ahí que plantee una teoría relativa a las diferencias entre los
cerebros masculinos, que responderían a lo que él denomina una “mente de sistemas”, y los
cerebros femeninos, que se caracterizarían por una “mente de relaciones”.

La sistematización, que sería la característica más típica del cerebro masculino,


consiste en el impulso de analizar un sistema, del tipo que sea: un sistema mecánico como
una máquina o un ordenador; un sistema natural como el clima, en el que intentamos
descubrir normas o leyes que rijan dicho sistema; un sistema abstracto como las
matemáticas o la música; o un sistema que se pueda coleccionar, como una biblioteca o
una colección filatélica.

Cabe destacar que un sistema tiene normas, o leyes, y que se puede esclarecer cómo
funciona el sistema mediante la comprensión de las leyes. Parece que a los hombres les
interesan más los sistemas y su funcionamiento.

Por su parte, el cerebro femenino estaría más capacitado para la empatía, esto es, la
capacidad de reconocer las emociones y pensamientos de otra persona, pero también de
responder emocionalmente a los pensamientos y sentimientos de esa persona. Esto se ha
comprobado en otros estudios posteriores 194 mostrando cómo las mujeres muestran una
mayor activación en la corteza prefrontal derecha y en el surco temporal que los hombres,
en tareas de reconocimiento de expresiones faciales. Esto lleva a pensar que en las mujeres
se activan más las áreas de neuronas espejo en las interacciones cara a cara, lo que puede
suponer una mayor capacidad de “contagio emocional” y, por ende, mayor empatía.

113
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Las investigaciones en relación a las diferencias de género en cuanto al juicio moral


han insistido en que la sensibilidad moral de las mujeres está asociada con la actividad
neural relacionada con la empatía. Esto probablemente se explica por una mayor actividad
de la ínsula, región que juega un importante papel en la empatía. 195

También se ha apuntado que las mujeres muestran una mayor activación del
cíngulo posterior durante la evaluación de dilemas morales relativos al cuidado, frente a los
dilemas relativos a la justicia. 196 Esto coincidiría con la conocida propuesta de C.
Gilligan, 197 corrigiendo la teoría del desarrollo moral de L. Kohlberg 198 en lo relativo a las
aproximaciones más propias de las mujeres.

El cíngulo posterior parece relacionado con el procesamiento emocional y auto-


reflexivo 199 y podría participar en los procesos de memoria y representación emocional en
el contexto de los juicios morales. 200 Por ello es posible que la respuesta emocional de las
mujeres esté asociada con su diferente sensibilidad moral.

Por su parte, los hombres tendrían una activación mayor en el surco temporal
superior, que parece estar implicado en el juicio de dilemas personales complicados. 201 Se
sugiere que esto significaría que los hombres utilizan más recursos cognitivos para obtener
información contextual y evaluar los aspectos de violación moral en los estímulos
presentados. Mientras que las mujeres se centrarían más en la percepción del individuo que
sufre la transgresión moral, donde hay un componente emocional más acusado. 202

Coincidiendo con este tipo de resultados, Fumagalli y cols. 203 encontraron


diferencias entre géneros en la respuesta a dilemas morales, atribuibles a una diferente
activación de los circuitos emocionales. Los hombres harían elecciones más “pragmáticas”
sin tener en cuenta el potencial daño para otras personas, lo cual se asocia con un
planteamiento más utilitarista, que contrasta con las elecciones de las mujeres, más
cercanas a una ética del cuidado.

Sin embargo, estos autores subrayan la imposibilidad de determinar si estas


diferencias en el juicio moral –razonamiento femenino orientado a la evitación del daño
para otros, la preocupación por las relaciones sociales y el cumplimiento de las

114
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

expectativas de otros, y razonamiento masculino orientado a los principios más abstractos


de la justicia y a una perspectiva individualista— son debidas a efectos culturales o reflejan
diferencias innatas.

En su perspectiva, la respuesta a este interrogante es más compleja que la


tradicional distinción entre lo cultural y lo biológico (nurture/nature), ya que en su estudio
no encuentran diferencias debidas a factores culturales como la educación y las creencias
religiosas.

Una buena aproximación es la de Jerome Bruner, quien habla de dos modos de


pensamiento: lógico-científico y narrativo. Se trataría de dos modalidades de
funcionamiento cognitivo. 204 El pensamiento paradigmático o lógico-científico hace
referencia al ideal de un sistema matemático, formal, de descripción y explicación. La
clave de esta modalidad es la categorización y la existencia de operaciones para establecer
categorías y para relacionarlas entre sí a fin de constituir un sistema. En este modo de
pensamiento se busca la verdad empírica y el lenguaje, principalmente busca la coherencia
y la no contradicción. De ahí que se pueda afirmar que estamos en el terreno de los
argumentos.

La segunda modalidad es el pensamiento narrativo, mucho más preocupado por las


intenciones y acciones humanas, por las vicisitudes y las consecuencias de su transcurso.
Explica una experiencia situada en el tiempo y en el espacio. Por ello, lo más peculiar de
este modo cognitivo es la producción de relatos y obras dramáticas. Busca lo particular, se
preocupa por la condición humana. Al hablar de relatos, se habla de historias, de
experiencias vividas, donde la coherencia no es tan importante como la búsqueda de
sentido y la creación de mundos posibles.

Ni uno ni otro modo de pensar es necesariamente excluyente. Es posible que haya


tipos de racionalidad diferentes, y también es posible que existan diferencias entre sexos.
Algunas de ellas probablemente derivadas de nuestra condición biológica, que en cierto
modo nos determina y limita, pero también posibilita. Otras, quizá las más importantes,
afincadas en nuestros aprendizajes, en las tradiciones y valores que hemos ido asumiendo,
en la cultura en la que nos inscribimos y desde la que cobra sentido lo que somos. A esto es

115
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

a lo que llamamos identidad, y es también la biografía, la historia que narra a cada uno de
nosotros como persona. Eso nos diferencia y distingue, haciéndonos únicos, pero también
nos iguala en la condición humana y en la vida.

Es importante conocer los modos de ser distintos, las raíces de nuestras


desigualdades, principalmente porque la diversidad es enriquecedora y probablemente las
racionalidades discrepantes pueden ser también fuente de crecimiento, complementariedad
y creatividad. Pero sobre todo, porque son experiencias de ser humano, y de ellas siempre
se aprende.

6.3. Neuronas espejo y teoría de la mente

Como acabamos de ver, la investigación sobre los correlatos neurales de las


conductas y de las emociones es un campo de investigación en alza, que se acerca también
al campo de la neurociencia cognitiva social. De hecho, R. Adolphs considera que la
neurociencia ofrece una vía de conciliación entre las aproximaciones biológicas y
psicológicas al comportamiento social. 205 La cognición social, desde esta perspectiva
neurocientífica, se define como la capacidad para construir representaciones de las
relaciones entre uno mismo y los otros, y para usar estas representaciones de modo flexible
para guiar el comportamiento social. Apunta, por tanto, como se ha indicado, no sólo a los
elementos “racionales” sino también, y de modo creciente, a las emociones, a las formas de
percepción de las normas sociales –por ejemplo, como se ha visto, se analiza la capacidad
de reconocimiento de expresiones faciales—, 206 y también estudia la teoría de la mente
(mentalización) como clave de la interacción social. 207 La teoría de la mente (ToM, theory
of mind) o “mentalización” se refiere a los correlatos neurales de la capacidad de explicar y
predecir el comportamiento de otras personas, atribuyéndoles estados mentales
independientes.

Los estudios de neuroimagen han ido mostrando la existencia de un sistema neural


distribuido que subyace a ToM. Dicho sistema implica varias áreas cerebrales:
principalmente el surco temporal superior –que sería responsable de la detección del agente

116
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

que actúa y de los estímulos provenientes del movimiento biológico de otra persona—, los
polos temporales –que están asociados con procesos mnemónicos, aportando un contexto
semántico y episódico a los estímulos que se están procesando— y la corteza prefrontal
medial –que analiza los estímulos y produce una representación de los estados mentales
propios y ajenos—. De modo menos importante también parecen estar implicadas la
amígdala y la corteza órbitofrontal. No obstante, las investigaciones relacionadas con las
llamadas “neuronas espejo” (MNS, mirror neuron system) van aportando, día a día, nuevos
datos que obligan a revisar y ampliar estas descripciones. Las neuronas espejo son un tipo
especial de neuronas que se activan cuando un individuo realiza una acción y también
cuando observa una acción similar llevada a cabo por otro individuo.

Todas estas investigaciones neurocientíficas dan lugar a otro frente de reflexión de


enorme importancia por sus implicaciones filosóficas: cómo se alteran conceptos tales
como la voluntad, la libertad o la identidad, al encontrar los sustratos neurales de nuestras
conductas e incluso de nuestros pensamientos, y cómo se modulan en la interacción social.
Está presente aquí, de nuevo, el riesgo de un cierto determinismo reduccionista en la
explicación del ser humano, por un excesivo apego a los datos científicos. 208

Será necesario, y cada vez más, analizar las implicaciones que tiene el hecho de que
la neuroimagen, más que cualquier otra técnica de investigación cerebral, indique, como
afirma M.J. Farah, que «importantes aspectos de nuestra individualidad, incluyendo
algunos de los rasgos psicológicos que nos importan a la mayoría como personas, tienen
correlatos físicos en la función cerebral.»209 Esto tiene que ver, por ejemplo, con la
investigación sobre los correlatos neurales de la conciencia, 210 o con la más polémica
relación entre experiencia religiosa y cerebro, establecida a partir de los estudios con
pacientes que padecían epilepsia del lóbulo temporal, y que en ocasiones mostraban
intensos sentimientos religiosos durante las crisis. 211

117
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.3.1. Las neuronas espejo

Hasta hace poco tiempo, la atribución de significado a las acciones observadas en


otros individuos se explicaba a partir de complejos mecanismos relacionados con la
memoria, las experiencias previas y los procesos de razonamiento. Sin embargo, con el
descubrimiento de las denominadas “neuronas espejo”, es posible explicar de un modo más
sencillo esa situación tan habitual para todos de comprender inmediatamente lo que otro
individuo está haciendo. Entender las acciones y las intenciones es una tarea que, aunque
en ocasiones requiera de procesos más elaborados, se realiza de modo más directo y simple
por medio de las neuronas espejo.

Estas neuronas fueron descubiertas por el equipo de G. Rizzolatti en la década de


los años noventa del siglo XX. 212 Observaron cómo ciertas neuronas del cerebro del mono
(macaco) se activaban no sólo cuando el individuo realizaba acciones motoras dirigidas a
una meta, sino, sorprendentemente, también cuando dicho individuo meramente observaba
cómo alguien (otro mono, o un humano) realizaba la misma acción. En la medida en que
este conjunto de células parecía “reflejar” las acciones de otro en el cerebro del
observador, recibieron el nombre de neuronas espejo. Este descubrimiento que, como en
tantas ocasiones en la historia de la ciencia, fue por azar, se ratificó posteriormente con
experimentos específicamente diseñados para observar si las neuronas espejo se activaban
ante la observación de acciones (y no sólo durante su ejecución), y si estaban implicadas en
la comprensión de las acciones (activándose cuando el mono no podía ver la acción
realmente, pero tenía suficientes datos para producir una representación mental de la
misma, es decir, cuando podía imaginarla).

La confirmación de esta actividad de las neuronas espejo llevó a preguntarse si este


mismo sistema existía también en los seres humanos, lo cual se ha demostrado a partir de
numerosos experimentos en los que han sido de incalculable ayuda las técnicas de
neuroimagen.

Los conjuntos de neuronas espejo parecen codificar plantillas para acciones


específicas, lo cual permite a un individuo no sólo llevar a cabo acciones motoras sin

118
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

pensar en ellas, sino también comprender las acciones observadas, sin necesidad de
razonamiento alguno.

Dicho de modo más sencillo: si hasta ahora considerábamos que el movimiento, por
ejemplo de una mano, era el resultado de un proceso mental en el que, analizadas por el
cerebro las percepciones y datos sensoriales, se emitía una respuesta adecuada (que, en el
caso de acciones intencionales complejas, requeriría de unas capacidades cognitivas
realizadas por regiones especializadas para ello), y que la zona motora del cerebro era la
encargada de ejecutar dicha respuesta en forma de movimiento, ahora parece ser que el
sistema motor es mucho más complejo, y puede ser el sustrato neural de procesos
atribuidos al sistema cognitivo.

Esto tiene dos importantes consecuencias: por una parte, obliga a revisar lo que
hasta este momento se ha venido afirmando respecto a las regiones motoras del cerebro (el
sistema motor no puede ser ya concebido como un mero “ejecutor pasivo” de órdenes
emitidas por otra región cerebral, parece tratarse más bien de un complejo entramado de
zonas corticales diferenciadas, capaces de realizar las funciones sensoriomotoras que
parecerían propias de un sistema cognitivo superior) y por otro lado, supone un importante
reto para nuestras convicciones filosóficas acerca de la importancia de la comprensión
consciente de los actos humanos.

El propio Rizzolatti reconoce que las neuronas espejo nos permiten entender la
mente de los demás, no sólo a través de un razonamiento conceptual sino mediante la
simulación directa. Sintiendo, no pensando. Y ello porque somos criaturas sociales, y
nuestra supervivencia depende de entender las acciones, intenciones y emociones de los
demás.

La importancia de estos descubrimientos es de tal categoría que un prestigioso


investigador como V.S. Ramachandran no tuvo ningún reparo en afirmar que «las neuronas
espejo harán por la psicología lo que el ADN hizo por la biología: proporcionarán un
marco unificador y ayudarán a explicar una multitud de capacidades mentales que hasta
ahora han permanecido misteriosas e inaccesibles a los experimentos». 213

119
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.3.2. Comprender a los otros

Las investigaciones de G. Rizzolatti, V. Gallasse, M. Iacoboni, L.M. Oberman, V.S.


Ramachandran y otros muchos permiten afirmar que existe un vínculo entre la
organización motora de las acciones intencionales y la capacidad de comprender las
intenciones de otros. Esto supone la disolución de la barrera entre uno mismo y los otros, y
es fácil comprender la ventaja que implica desde el punto de vista de la supervivencia. La
comprensión de las intenciones y las emociones de otros es esencial para la vida social y el
fundamento de los comportamientos morales.

Ramachandran llama a las neuronas espejo “neuronas de la empatía” por ser las
implicadas en la comprensión de las emociones de los otros. De algún modo, si la
observación de una acción llevada a cabo por otro individuo activa las neuronas que
permitirían al observador realizar la misma acción, estaríamos ante una suerte de “lectura
de la mente”. Las neuronas espejo del observador actúan como un sistema que permite la
comprensión de las acciones y por tanto la empatía, la imitación, y la teoría de la mente.
Incluso se ha sugerido que el sistema de neuronas espejo sería el mecanismo neural básico
para el desarrollo del lenguaje. 214 Rasgos todos ellos de capacidades relevantes para la
hominización, desde un punto de vista evolutivo.

Un elemento esencial de todas estas hipótesis radica en la introducción de la


intención en la comprensión de la acción. Los primeros estudios planteaban la función de
las neuronas espejo para entender la acción (el “qué” de la acción), sin embargo, lo más
interesante está en la comprensión de la intención de dicha acción (el “por qué”) sin la cual
no sería más que un mero reflejo, como el nombre venía a indicar (neuronas espejo).
Determinar por qué se ejecuta una acción es básico para su comprensión real, y tiene que
ver con detectar la meta u objetivo de dicha acción. Para estudiar este tipo de cuestiones se
han llevado a cabo estudios con resonancia magnética funcional, 215 analizando las
respuestas de los observadores a acciones con y sin contexto que les diera sentido. Los
resultados muestran la activación de ciertos grupos de neuronas sólo cuando los actos
motores se incrustan en acciones que tienden a una meta. V. Gallese 216 habla de un

120
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

“mecanismo de simulación incorporado” cuya activación da lugar a la adscripción de


intenciones, proceso que se daría siempre por defecto. La predicción de la acción y la
adscripción de intenciones serían así fenómenos relacionados, con un mismo mecanismo
funcional (la simulación incorporada).

Cada investigador utiliza terminología diferente, lo cual complica un tanto la


comprensión de estos estudios. Sin embargo, hay un acuerdo bastante generalizado acerca
de que la comprensión de las acciones humanas tiene que ver con la capacidad de simular
las acciones observadas en otros (es decir, que el observador represente los estados
internos de otros individuos con su propio sistema motor, cognitivo y emocional). Esta
simulación posibilita una comprensión de los otros humanos que permite percibirlos como
semejantes, una “multiplicidad compartida de intersubjetividad” como lo llama V.
Gallese, 217 esto es, permite la atribución de una mente.

La atribución de pensamientos e intenciones a otros, lo que se denomina teoría de la


mente, ha sido objeto de estudio conforme a dos hipótesis en pugna: (1) la teoría-teoría,
que, apoyándose en estudios de comportamiento, propone que los individuos desarrollan
una ToM en los primeros años de vida probando reglas dadas relativas a las funciones de
los objetos y organismos con los que interactúan, y generando cognitivamente una teoría
acerca de lo que los otros piensan. (2) Y la teoría de la simulación que, como se ha
señalado, propone que la ToM es un desarrollo de la capacidad de interpretar las acciones
de otros a través de la simulación (o representación). Esta segunda hipótesis parece más
sólida, en la medida en que los estudios van mostrando que las neuronas espejo están
implicadas en esta comprensión de las intenciones, en la imitación, en la empatía, y, por
tanto, son la clave del comportamiento social de los individuos.

Buena parte de las investigaciones afirman, en la misma línea, que una deficiencia
en ToM y en la capacidad de empatía sería la explicación más plausible para el autismo.
Hace tiempo que se sabe que existe un componente del electroencefalograma (EEG), la
onda mu, que se bloquea cuando una persona hace un movimiento muscular voluntario.
Este componente también se bloquea cuando una persona ve a alguien realizar la misma
acción, lo cual ha dado lugar a que Ramachandran y Altschuler sugieran que la supresión
de la onda mu serviría para disponer de una prueba sencilla y no invasiva para monitorizar

121
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

la actividad de las neuronas espejo. En los niños con autismo se observa que la supresión
de la onda mu sí se produce cuando realizan un movimiento voluntario, pero no cuando
observan a alguien realizar la acción, de lo cual se deduce que el sistema motor está
intacto, pero no así el sistema de neuronas espejo. Estos hallazgos se han comprobado
también con otras técnicas como la magnetoencefalografía, la resonancia magnética
funcional o la estimulación magnética transcraneal. En todos los casos se muestra que en el
autismo existe una disfunción de las neuronas espejo. Esto explicaría la mayoría de los
síntomas del trastorno autista: falta de habilidades sociales, ausencia de empatía, déficits de
lenguaje, imitación pobre, dificultad para comprender las metáforas, etc.

Todo esto nos hace pensar que las neuronas espejo son el mecanismo esencial para
comprender las intenciones de otros, para desarrollar una teoría de la mente y, por ende,
para capacitarnos para la vida social. Como indicaba V.S. Ramachandran, las neuronas
espejo suponen la disolución de la barrera entre yo y los otros. La capacidad de adoptar el
punto de vista de otro supone, entre otras cosas, la posibilidad de una imitación intencional
y, por tanto, de un aprendizaje basado en la imitación. Este elemento tiene importantes
consecuencias desde el punto de vista evolutivo, lo cual, además, según este autor, permite
afirmar que el sistema de las neuronas espejo marca un antes y un después en el debate
entre naturaleza y cultura. La naturaleza humana depende de modo crucial de la capacidad
de aprendizaje facilitada, al menos parcialmente, por este sistema. Gracias a él el cerebro
humano se especializó para la cultura y se convirtió en el órgano por excelencia de la
diversidad cultural. O, lo que es lo mismo, es lo que nos permite ser esencialmente
humanos.

«Incluso el rasgo que constituye la quintaesencia de lo humano,


nuestra propensión a la metáfora, puede estar basada parcialmente en la
clase de cruces de dominios de abstracción que median las neuronas espejo;
(…) Esto explicaría por qué cualquier mono podría alcanzar el cacahuete,
pero sólo un humano, con un sistema de neuronas espejo adecuadamente
desarrollado, puede alcanzar las estrellas.» 218

122
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.3.3. Críticas posibles a la teoría de la simulación

A pesar de la solidez de la teoría de la simulación y de su amplia aceptación, desde


la teoría-teoría se plantean algunas críticas que han generado una interesante controversia
con implicaciones filosóficas.

Desde la teoría-teoría se plantea la duda acerca de si es posible sostener que la


teoría de la mente ha de estar basada, primordial o exclusivamente, en experiencias propias
previas. Aunque es evidente que la experiencia tiene un papel importante, cuestionan que
su grado de importancia sea tan decisivo. Cabría preguntarse hasta qué punto las
experiencias propias contribuyen a que el mecanismo de activación de las neuronas espejo
funcione adecuadamente. Es decir, de hecho se observa que las neuronas espejo son la
clave para la empatía de los estados emocionales, por ejemplo para sentir asco o dolor.
También hay evidencias de que la activación de las neuronas espejo depende del grado de
familiaridad con la acción y su contexto. Pero podría pensarse asimismo que las teorías, lo
aprendido cognitivamente, puede modificar dichas experiencias. Hay experimentos con
bailarines, cuyo grado de activación de las neuronas espejo está relacionado con sus
competencias motoras. Sin embargo, no hay estudios que analicen qué ocurriría con otro
tipo de competencias no motoras, como el pensamiento.

Quizá este experimento sería complejo, ya que el modo de exploración del


pensamiento obligaría probablemente a un abordaje a través del lenguaje, lo que supondría
una actividad motora. Pero si pudiéramos imaginar cómo explorarlo, tendríamos que
plantearnos la hipótesis de que las teorías y los conceptos utilizados para las actividades
cognitivas también tuvieran algún mecanismo “reflejo” (de neuronas espejo). Nótese que
no se trata aquí de comprender las intenciones, sino las ideas de los otros. Los elementos
subyacentes a su acción intencional, las razones o convicciones de sus mismas intenciones.
Parece posible pensar que las teorías pudieran estar jugando un papel determinante en la
interpretación de las experiencias propias y que después se “proyectaran” para la
comprensión de las acciones de otros.

123
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

En tal caso, quedarían como cuestiones abiertas si el hecho de no tener la


experiencia previa imposibilitaría completamente la comprensión, si se produciría
activación de las neuronas espejo, y si podría darse el caso de que se activaran pero
produciendo como resultado una interpretación errónea o simplemente diferente de las
intenciones de los otros. Por supuesto, la interpretación de los datos sería aquí mucho más
confusa, y dependiente, a su vez, de la teoría que sustentaran los investigadores.

La importancia que todo esto puede tener desde el punto de vista de las relaciones
entre personas pertenecientes a grupos culturales diferentes es enorme. Si las experiencias
previas son determinantes para la activación de las neuronas espejo, este mecanismo será
un elemento de importancia indiscutible para la socialización y la interacción con otros
humanos en un entorno de sentido homogéneo, pero no posibilitará, o al menos no
facilitará, la interacción social con individuos procedentes de otro entorno de sentido
diferente. Se producirá continuamente lo que, por otra parte, es una constante en nuestro
modo de interpretar la realidad: un intento de comprensión sometiéndolo a nuestras
experiencias previas. Pero probablemente esto no es exclusivo de una teoría de la
simulación, pues otro tanto ocurriría con las teorías que utilizamos, como patrones
explicativos previos, según la teoría-teoría.

6.3.4. Una vía de integración

Quizá pudiera pensarse en la posibilidad de que ambas hipótesis tengan razón: las
neuronas espejo estarían mostrando un mecanismo de activación que tiene que ver con las
experiencias previas, que propician una simulación o representación por parte del
observador, posibilitando la comprensión de las intenciones, y que, dependiendo de las
circunstancias y la acción en cuestión, también se ve modulado por teorías o reglas
mentales. En este sentido, las teorías actuarían a modo de esquemas producidos por las
propias experiencias, pero modificados por elementos no experienciales.

Pero también, inversamente, las experiencias se verían modificadas por las teorías.
De modo que la construcción de unas bases psicológicas para la vida cotidiana, de un

124
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

“sentido común”, no sería un producto de la teoría, como se suele entender, sino un


resultado de ambas: experiencias y teorías. Habría una mutua influencia entre experiencias
y teorías.

Desde el punto de vista de la teoría de la mente parece que la utilización de teorías


es un elemento esencial. El desarrollo de la mente pasa, según muestran los estudios, por
etapas en las que se van generando patrones de comprensión, posibilitados por capacidades
que quizá podamos considerar universales. La teoría de la mente no sólo es capaz de
comprender las intenciones, y también el engaño, sino que aprende a utilizarlo. Esto nos da
otra pista para la reflexión: la teoría de la mente podría ser también un mecanismo de
autocomprensión. Y en él, sin duda, influirían las teorías, como patrones que sirven no sólo
para comprender las intenciones de otros, sino para dotar de sentido a las propias. La
posibilidad de la simulación estaría propiciada por la teoría. Dicho de otro modo, la
constitución de la mente propia es deudora del aprendizaje de patrones de conducta de
otros. Y esto supondría un mecanismo de habituación que, además de afirmar la
importancia de las teorías, y colocarlas incluso como previas a la posibilidad de la
simulación, subrayaría aún más el comentado problema de la comprensión intercultural.

También es verdad que no todos los autores que defienden la teoría-teoría están de
acuerdo con esta afirmación de que el proceso de enculturación sea tan relevante. Los que
mantienen que los conocimientos o reglas (teorías) se obtienen por teorización o
enculturación, proponen también una analogía entre el modo en que el científico cambia
sus teorías, y el modo en que el niño va cambiando sus patrones o reglas. Otros, sin
embargo, sostienen que la teoría está en un módulo de la mente, innato y prefigurado, que
se desarrollará, independientemente de las experiencias que el sujeto tenga, o siendo estas
experiencias un mero desencadenante del desarrollo de dicha teoría.

Como se puede apreciar, uno de los problemas adicionales es la propia definición


de teoría. Si por “teoría” se entiende un sistema interpretativo, se podría decir que, al
hablar de la teoría de la mente nos referiríamos a conceptos, conocimientos y esquemas
explicativos que subyacen a los comportamientos propios y que posibilitan la comprensión
de los ajenos. Pero desde la teoría de la simulación se apunta a un mecanismo
aparentemente mucho menos “construido” y más experiencial e incontrolable de un modo

125
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

consciente. En tal caso tendríamos que pensar que la mayor virtud de las neuronas espejo
es también su mayor defecto: posibilitar la comprensión de las intenciones de un modo
unívoco y condicionado. Nos abre la vía de la comunicación con otros de un modo muy
radical y definitivo, pero también nos incapacita para una comprensión alternativa o
discordante. Necesitaríamos recurrir a la teoría (conceptos, conocimientos) para salvar esta
situación.

Quedan abiertos muchos interrogantes en este tema, algunos de ellos serían, por
ejemplo, si se podría cambiar el patrón de activación de las neuronas espejo por medio del
aprendizaje de teorías, si sería posible pensar en “cambiar de mente”, cómo se modifican
los patrones de activación de las neuronas espejo en función de experiencias y teorías, y
acercándonos a las aplicaciones y, por tanto, al campo de la ética de la neurociencia, qué
implicaciones tiene todo esto para la educación. La investigación aún tiene mucho que
hacer, por ejemplo para explicar si es posible esta interacción entre simulación y teoría, y
si dicha interacción es igual en las diferentes etapas del desarrollo, o en los niños y en los
adultos, y también para encontrar una explicación plausible de la teoría de la mente y su
relación con las neuronas espejo, o para responder a la pregunta acerca del módulo
intérprete y su sustrato neural.

Puede que Ramachandran exagere al afirmar que las neuronas espejo serán a la
psicología lo que el ADN a la biología, 219 pero, en cualquier caso probablemente estamos
ante uno de los puntos de inflexión de este interesantísimo campo de conocimiento.

6.4. El ámbito interpersonal y las diferencias individuales

6.4.1. El cerebro social: la interacción con otras personas

Hablar de la comprensión de la mente de los otros supone considerar que la toma de


decisiones morales implica adentrarse en el terreno de lo interpersonal y la interacción
social. Hay toda una gama de estudios que abordan esta cuestión, como otra de las claves

126
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

fundamentales para la comprensión del funcionamiento cerebral en el proceso de toma de


decisiones morales.

Buena parte de estos estudios intentan resolver interrogantes abiertos como por
ejemplo si existen diferencias entre las perspectivas planteadas en primera persona y en
tercera persona. Habitualmente las investigaciones que plantean dilemas morales se
presentan en primera persona, esto es, el sujeto es el actor que ha de realizar la acción,
mientras que los estudios que analizan la reacción de los individuos se presentan en tercera
persona, como un observador. Esto genera un importante problema metodológico: el
debate sobre la relación entre lo racional y lo emocional en la cognición y el juicio moral
está influido por una diferente aproximación en los estudios. Los protocolos más
“racionalistas” usan los dilemas morales para estudiar los juicios morales, y lo hacen con
una perspectiva en primera persona. Por su parte, los protocolos más “emocionalistas”
emplean sentencias o imágenes con valor emocional, presentadas en tercera persona, para
evaluar las reacciones morales. Esto supone estar introduciendo otras variables, que
interactúan y modifican los resultados sobre los mecanismos neurales de la moral.

Son bastantes los estudios que han encontrado diferencias entre las dos
perspectivas. Se observa, por ejemplo, una mayor activación en la corteza prefrontal
medial dorsal y en la unión temporoparietal (ambas consideradas partes de la red ToM) en
las presentaciones en tercera persona. 220 También hay estudios que muestran mayor
activación en la corteza prefrontal medial y la corteza cingulada posterior en las
presentaciones en primera persona. 221

Hay estudios que han mostrado que las situaciones negativas hacen visible una
tendencia a atribuir las acciones propias (en primera persona) a causas externas, mientras
que los comportamientos de otros individuos (tercera persona) se imputan a causas
internas. Es lo que se ha llamado “sesgo actor-observador”. 222 El estudio de Nadelhoffer y
Feltz muestra, utilizando el famoso dilema del tranvía, que si dicho dilema se plantea en
primera persona (esto es, el sujeto es actor, comprometido activamente en ser quien tiene
que cambiar la aguja del tranvía), el 65% de los participantes encuentran que la acción de
cambiar la aguja (y por tanto matar a una persona para salvar a cinco) es moralmente
aceptable, mientras que cuando el dilema se plantea en tercera persona (es decir, el sujeto

127
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

es un observador) ese porcentaje asciende al 90%. Por tanto son diferentes procesos los
que están operando en esas dos perspectivas.

Y, como se ha indicado, hay activación diferencial de redes neurales distintas en las


presentaciones en primera y tercera persona. Aparentemente, el observador, que tiende a
atribuir los comportamientos a causas internas, está haciendo un intento de comprensión de
las intenciones del actor, por tanto está trabajando la red de ToM, que es importante para
estas evaluaciones morales de las acciones de otros.

Avram, M. et al. encuentran también estas diferencias. 223 Muestran que la corteza
prefrontal ventromedial juega un papel importante en la relevancia emocional, mientras
que la corteza prefrontal antero-medial contribuye a sintetizar la información moral,
permitiendo estrategias apropiadas para la toma de decisiones.

También afirman que el hipocampo está implicado en los juicios morales en tercera
persona. Esto es compatible con hallazgos de otros estudios que han relacionado la
actividad del hipocampo en la comprensión de las emociones y comportamientos de
otros. 224 La activación del hipocampo estaría relacionada con la inducción y
mantenimiento de las reacciones emocionales, y también sugiere una relación con el papel
que juegan los recuerdos y la proyección de la conciencia de uno mismo en la elaboración
de juicios sobre otras personas.

Con todo, parece haber evidencia tanto para una diferenciación en los patrones de
activación neural como para patrones comunes. La interpretación de Avram et al. es que
las diferencias tienen que ver con el “sesgo actor-observador”. Las presentaciones en
primera persona se evalúan en función de la situación. Si los sujetos no pueden controlarla,
se distancian del estímulo a pesar de tener una fuerte reacción emocional. Las
presentaciones en tercera persona generan una evaluación que considera las características
internas de los actores. Para ello recogen información relevante y se internan en procesos
ToM.

Es interesante también pensar cómo la emoción social que se puede producir en un


individuo ante la observación del comportamiento de otro, actúa como motor de cambio de

128
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

su propio comportamiento. Algunos estudios apuntan que tras intentar entender la


información sobre los protagonistas de una historia y generar una respuesta emocional los
sujetos cambian su perspectiva espontáneamente hacia dentro para juzgarse a sí mismos, y
sugieren que las emociones sociales implican regiones neurales implicadas en el
sentimiento del yo, y en un alto nivel de conciencia. 225 Sin embargo, quedan muchas
preguntas abiertas acerca de los sustratos neurales que expliquen cómo las evaluaciones
relativas a los comportamientos de otras personas pueden incitarnos a examinar nuestra
propia conducta, y a intentar mejorarla.

Todo esto debería ser tenido en cuenta en los estudios sobre decisiones morales. De
hecho, lo más interesante son las conclusiones que se pueden extraer: en primer lugar, es
imprescindible ser cuidadoso en la interpretación de los estudios de neuroimagen sobre los
sustratos neurales de la moralidad, ya que la misma elección de los estímulos que se
propone a los sujetos que participan en las investigaciones puede ser determinante, dando
lugar a activaciones neurales diferentes.

En segundo lugar, a pesar de que la mayoría de los estudios existentes se ha


dedicado a buscar los sustratos del “cerebro moral” como algo que fuera común, con una
activación homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto, parece que los
diferentes tipos de estímulos que se ofrecen a los sujetos experimentales implican también
diferentes tipos de actividad neural y procesamiento, están influidos por factores
contextuales, con sesgos en función del papel a desempeñar y, sin duda, condicionados por
diferencias culturales.

Así, aunque puedan existir elementos comunes en ese sustrato neural de las
decisiones morales, también se evidencian diferencias en función de la situación y las
circunstancias del individuo, lo que nos conduce a la necesidad de atender a esas
peculiaridades particulares.

129
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.4.2. Diferencias individuales

Aunque parece evidente que no existe un “cerebro moral”, esto es, una región
cerebral específica para el razonamiento y el juicio moral, sino que más bien son muchas
las áreas implicadas, también es cierto que, como se ha expuesto anteriormente, hay
algunas zonas especialmente relevantes en el procesamiento del juicio moral. Entre esas
áreas sin duda tiene notable preeminencia la corteza prefrontal. Las investigaciones han
demostrado que se producen cambios funcionales en los circuitos neurales que soportan la
cognición moral, específicamente en la corteza prefrontal ventromedial. Más aún, se ha
mostrado que la capacidad de elaborar juicios morales superiores está ligada con una
actividad reducida en la corteza prefrontal dorsolateral y el surco temporal superior. 226 E
incluso se han encontrado diferencias en valores morales ligadas con el volumen de
materia gris. 227

Basándose en estos datos, Prehn y cols. 228 han hallado diferencias entre los sujetos
que alcanzan un nivel postconvencional de razonamiento moral y los que tienen un
desarrollo moral inferior. Comparando los estilos de razonamiento moral, las personas que
se sitúan en el nivel postconvencional mostraban un mayor volumen de materia gris en la
corteza prefrontal ventromedial. Además observaban en estos sujetos mayor apertura a las
experiencias nuevas y menor neuroticismo.

Este hallazgo relacionado con un nivel más sofisticado de razonamiento moral


supone afirmar que existen diferencias entre los individuos, que pueden ser atribuidas a los
rasgos de personalidad. Los datos aportados revelan que esas diferencias individuales en el
razonamiento moral tienen que ver con el desarrollo afectivo y socio-cognitivo en aspectos
tales como la estabilidad emocional, el procesamiento cognitivo más elaborado utilizando
principios abstractos, o la perspectiva que toma en consideración las necesidades de otras
personas.

Algunos estudios sugieren también que las diferencias de personalidad en lo


relativo a la sensibilidad ante la justicia –es decir, la preocupación que tiene un individuo
por la justicia— pueden actuar como predictor de los juicios relacionados con este

130
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

concepto, como la alabanza y la culpa. E incluso pueden modular la respuesta neural y la


conectividad funcional cuando los sujetos evalúan acciones realizadas por otros. 229 La
evaluación de acciones malas (por ejemplo, dañar a otros) se produce de un modo más
rápido y con mayor asignación de culpa, en los individuos con más sensibilidad ante la
justicia, y la zona de activación son primariamente el surco temporal superior, mientras
que la evaluación de las acciones buenas (por ejemplo, ayudar a otra persona) recluta
sistemas prefrontales (dorsolaterales y mediales), y también el estriado dorsal que tiene
conexión con esas áreas.

De nuevo aquí se plantea la existencia de un “perfil emocional” –como lo denomina


Davidson 230— propio de cada individuo, regido por circuitos cerebrales específicos e
identificables. Ese perfil está configurado por seis dimensiones: la resistencia (rapidez o
lentitud con la que alguien se recupera de los eventos adversos), actitud (tiempo que el
sujeto es capaz de mantener una emoción positiva), intuición social (pericia para captar e
interpretar las señales que ofrecen las demás personas en las interacciones sociales),
autoconciencia (comprensión de uno mismo y conciencia de las propias emociones y de las
señales corporales, conocimiento de las razones que están operando en sus decisiones y
comportamientos), sensibilidad al contexto (regulación de las respuestas emocionales
teniendo en cuenta el contexto situacional en el que se encuentra la persona), y atención
(concentración, capacidad de filtrar las distracciones y centrarse en una tarea, receptividad
ante los estímulos). 231

Como se comentó anteriormente, ese perfil emocional no sólo determina nuestra


identidad como sujetos, sino que afecta a cómo cada persona se siente frente a su entorno y
cómo se comporta, o cuán susceptible es al estrés o a determinados trastornos
psiquiátricos.

El perfil emocional es bastante estable en el tiempo, forma parte de las


características de una persona. Pero no es inmodificable. Puede ser alterado tanto por las
experiencias vividas casuales, como por un esfuerzo intencional y consciente de modificar
alguno de los rasgos de ese perfil. Para ello es necesario un cultivo deliberado de
cualidades mentales específicas. Esto quiere decir que se puede cambiar el cerebro –sus
patrones de actividad y su misma estructura— con la actividad de la mente.

131
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El perfil emocional sufre cambios en el desarrollo, como demuestran los


experimentos en los que se ha observado que los rasgos de timidez o extraversión
manifestados en la primera infancia, se modificaban posteriormente como resultado de
nuevas circunstancias en el entorno. 232 Experiencias como la muerte de un familiar, por
ejemplo, pueden cambiar radicalmente el carácter y el perfil emocional de una persona. Lo
que hace pensar que la modificación del entorno puede ser un factor determinante para
producir cambios en el cerebro.

También es posible cambiar la estructura y función del cerebro por medio del
aprendizaje, el hábito y el entrenamiento. Por ejemplo, los taxistas que necesitan aprender
las calles y los recorridos en una gran ciudad, muestran un crecimiento significativo del
hipocampo, región que se asocia con la memoria espacial. 233

Y lo que resulta más interesante es que el cambio también puede producirse por
medio de los pensamientos, con la mera actividad mental. El estudio de Pascual-Leone es
un buen ejemplo: 234 tomando un grupo de voluntarios, a la mitad de ellos se les enseñó a
tocar con la mano derecha una pieza de piano para cinco dedos. Por medio de técnicas de
neuroimagen determinaron qué parte de la corteza motora estaba implicada en mover esos
dedos, y observaron una expansión de dicha zona. A la otra mitad del grupo de voluntarios
se les indicó que debían imaginar que tocaban las notas (sin tocar las teclas), y las
imágenes mostraron que también se había incrementado la corteza motora en estos sujetos.
El pensamiento, pues, había cambiado la corteza motora.

Estos datos permiten apoyar la noción de “neuroplasticidad dependiente del uso”


que afirma que el tamaño de una región cerebral es influido por su uso. Una mayor
conectividad sináptica y arborización dendrítica puede incrementar el volumen de materia
gris, que se observa en estos estudios. 235 Pero sobre todo llevan a pensar cuán importante
es la formación, la educación, teniendo en cuenta la posibilidad de alterar y modificar
nuestro cerebro.

132
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

6.4.3. Empatía y comprensión de las acciones morales de otros

Los estudios sobre la empatía están alcanzando un enorme desarrollo últimamente.


Relacionada con la teoría de la mente y la capacidad de comprender las intenciones de
otros, la empatía parece reclutar redes neurales similares a las que se activan en la
experiencia directa de la emoción acerca de la que se siente empatía. 236 Esta similitud entre
las activaciones neurales para las emociones propias y de otros ha hecho pensar que las
representaciones mentales que subyacen a las experiencias de emoción son el mecanismo
que permite la empatía y la resonancia afectiva, esto es, serían lo que nos capacita para
entender y compartir las emociones de otras personas.

Dejando de lado las diferentes definiciones y estudios sobre la empatía, 237 conviene
centrarse en el interrogante que abre esta posibilidad de “sentir lo que sienten otros”. En
muchos casos, se insiste en la necesidad de promover la empatía como modo de combatir
los comportamientos antisociales, los conflictos o agresiones, y como vía para potenciar la
solidaridad, el altruismo o la ayuda humanitaria. Se concibe así la empatía como uno de los
factores que podrían promover una “mejora moral” reduciendo el egoísmo.

Sin embargo, bastantes estudios muestran que la empatía está ligada al sesgo del
238
grupo, de modo que los comportamientos altruistas se dirigen hacia las personas o
grupos que se perciben como similares o más cercanos a uno mismo. Así, por ejemplo, será
más fácil sentir empatía con personas de la misma etnia, 239 o con aquellos con los que no
exista una relación competitiva sino cooperativa — por ejemplo, se siente más empatía con
el dolor de los jugadores del equipo de quien uno es fan, que con los del equipo
contrario—. 240

El comportamiento prosocial se puede inducir también a través de sutiles


manipulaciones de la percepción y conexión interpersonal. Por ejemplo, el mero hecho de
pensar sobre los estados mentales de otra persona influye en las decisiones que se tomen en
los dilemas morales planteados en una investigación como las que aquí hemos ido
comentando. 241 Una mayor “humanización” y conexión tiene que ver con una mayor

133
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

activación de las estructuras cerebrales relacionadas con la empatía y la mentalización,


pero no necesariamente implica una decisión compatible con las normas morales
existentes. 242 Es decir, los sentimientos de empatía pueden suscitar una menor tendencia a
hacer daño a otras personas, pero, dependiendo de las circunstancias, pueden conducir a
decisiones que inflijan un daño “colateral” a otros individuos, o que no sean acordes con la
moral socialmente aceptada. Por eso no puede decirse que un incremento de empatía nos
haga comportarnos mejor moralmente.

Esto implica varias cosas importantes: en primer lugar, las investigaciones deberían
diferenciar los niveles de observación de la activación neural de las descripciones más
conceptuales relativas a la empatía, para no establecer relaciones causales erróneas. 243

En segundo lugar, la empatía está implicada en la capacidad de sentir el dolor de


otros, pero puede ser reforzada o debilitada por variables personales, actitudes implícitas o
preferencias del grupo. La motivación para cuidar de otros está así ligada al vínculo que
establezcamos. Y ese enlace está basado en nuestra biología, pero es tan flexible como para
permitir que la empatía se establezca con un amplio rango de “otros” —personas, pero
también animales, e incluso objetos inanimados que se perciben como vulnerables—. Todo
ello hace pensar que sería más adecuado utilizar conceptos precisos como preocupación,
perspectiva afectiva o emociones compartidas, en lugar de hablar, en general, de
empatía. 244

En tercer lugar, dada la complejidad de la relación entre empatía y moralidad, y las


múltiples variables que pueden estar en juego, los intentos de mejorar moralmente deberían
ir dirigidos más bien a la promoción de una sociedad más imparcial, donde las actitudes a
favor de otras personas no dependan de los vínculos emocionales que se puedan sentir.

134
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

7. Neurociencia de la moral: posibilidades y limitaciones

La neurociencia moral intenta elucidar los mecanismos cognitivos y afectivos que


subyacen al comportamiento moral. Los estudios anteriormente señalados –algunos
planteados específicamente para analizar el fenómeno moral, otros para investigar aspectos
relacionados— han realizado aproximaciones a la cuestión desde las lesiones y su
influencia en los comportamientos, o buscando directamente los correlatos neurales de las
emociones y los juicios morales, y en todos ellos hay un notable acuerdo entre los datos de
la neuroimagen funcional y la evidencia anatomo-clínica. Sin embargo, y a pesar de que
hay patrones de activación consistentes entre los estudios, también hay hallazgos
diferenciales.

Por otro lado, existen algunas limitaciones en la investigación neurocientífica sobre


la moral, que son comunes a buena parte de los estudios analizados. En lo que sigue
comentaremos los puntos de acuerdo y de divergencia en el estudio de la neurociencia
moral, y también algunas de sus limitaciones.

7.1. Enfoques en la investigación sobre los correlatos neurales de la


moral

Los enfoques en la investigación y las teorías que subyacen detrás de ellos, difieren
notablemente, de modo que puede afirmarse que los marcos de referencia utilizados tienen
implicaciones directas en la comprensión de las bases neurales de la cognición moral,
algunas fructíferas, otras que limitan seriamente sus posibilidades. Según lo expuesto, entre
las perspectivas de investigación más relevantes pueden citarse las siguientes: 245

- Control cognitivo en el juicio moral. Ésta es la apuesta de Greene y cols. 246 Su hipótesis
se deriva en parte del estudio de Millar y Cohen 247 sobre la función dla corteza prefrontal,

135
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

en el que se asume que la corteza prefrontal está implicada específicamente en el


“procesamiento controlado”. La perspectiva de procesamiento jerárquico de Greene supone
que los procesos de control cognitivo que llevan a cabo la corteza prefrontal lateral y el
córtex cingular anterior predominan sobre las respuestas emocionales (que se atribuyen al
corteza prefrontal medial, el córtex cingular posterior y el surco temporal superior)
produciendo respuestas utilitaristas a los dilemas morales. Por el contrario, las áreas
emocionales favorecerían los juicios morales “personales”. La teoría propone unos roles de
cognición y emoción que compiten mutuamente en el juicio moral.

- Hipótesis del marcador somático. A partir de las observaciones de pacientes con lesión
en corteza prefrontal ventromedial, que no podían tomar decisiones apropiadas en la vida
real, a pesar de comprender las implicaciones de las situaciones sociales, 248 Damasio y
cols. trabajan con la hipótesis del marcador somático, según la cual estos pacientes no son
capaces de “marcar” esas implicaciones con una señal que automáticamente distinga las
acciones ventajosas de las perniciosas. Bechara y cols. 249 mostraron que los individuos
normales desarrollaban respuestas galvánicas en la piel anticipatorias cuando
contemplaban una elección arriesgada, y comenzaban a elegir de modo ventajoso aún antes
de ser conscientes de la mejor estrategia. Los pacientes con lesión en corteza prefrontal
ventromedial no desarrollan respuestas autonómicas anticipatorias y se comportan como si
fueran insensibles a las consecuencias futuras, sean positivas o negativas, guiándose
primariamente por previsiones inmediatas que al final les llevan a una pérdida neta.

- Modelo de respuesta-marcha atrás social. Lo propusieron Blair y Cipolotti 250 para


explicar las deficiencias de comportamiento social de pacientes con daño en córtex
órbitofrontal, y estaba influido por el trabajo de Rolls y cols. 251 quienes mostraron que los
pacientes con este tipo de lesiones tenían déficit en la extinción y en las tareas de respuesta
y marcha atrás. La sociopatía de estos pacientes era el resultado de una dificultad para
modificar las respuestas de comportamiento, especialmente cuando van seguidas de
resultados negativos. Blair y Cipolotti proponen un mecanismo social de respuesta-marcha
atrás, un sistema inhibitorio dependiente del adecuado funcionamiento del córtex
órbitofrontal que normalmente se activa al percibir o al esperar la ira de otras personas.
Blair 252 sugiere también que habría un mecanismo inhibitorio diferente, el mecanismo de
inhibición de la violencia, que en la psicopatía daría lugar a la agresión.

136
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

- Sociopatía como fallo de una teoría de la mente (ToM). Lough y cols. 253 proponen que es
una disociación entre la deficiencia en los mecanismos de ToM y la ejecución normal lo
que subyace a los cambios de personalidad observados en algunos casos de demencia
frontotemporal, y consideran que esto es compatible con una cognición moral anormal
como la que se observa en el autismo y en el síndrome de Asperger, que típicamente se
asocian con deficiencias en ToM. 254

- Marco de referencia de evento-complejo-estructurado (SEC). Supone que las funciones


ejecutivas realizadas por la corteza prefrontal están basadas en el conocimiento de una
secuencia de eventos almacenada. Las representaciones SEC son memorias a largo plazo
de secuencias de eventos que guían la percepción y ejecución de actividades orientadas a
una meta. La representación SEC incluye conocimiento situacional extraído de los eventos
y una organización temporal de los mismos. Esto implica un enlace entre representaciones
de objetos, acciones y mapas especiales almacenados en regiones posteriores del cerebro.
Esta hipótesis predice que las diferentes subdivisiones de la corteza prefrontal almacenan
diferentes tipos de contenidos o dominios de conocimiento de eventos, 255 lo que parece
estar apoyado por la evidencia clínica y de neuroimagen. Esto subrayaría la importancia de
la corteza prefrontal para las actividades orientadas a una meta, y tiene consecuencias para
la cognición moral.

- Hipótesis de la sensibilidad moral. En este caso se parte de que la observación de


imágenes que muestran violaciones morales activan específicamente la corteza prefrontal
anterior, el córtex órbitofrontal medial, el surco temporal superior, el tronco cerebral y
estructuras límbicas. La corteza prefrontal parece estar más ligada a la predicción de los
resultados sociales futuros, y el córtex órbito frontal con las asociaciones automáticas
sociales y emocionales. Esto parece ser consistente con la hipótesis de que existe una red
que implica todas estas áreas y que representa los eventos sociales y emocionales ligados a
la “sensibilidad moral”, que se define como un etiquetado de eventos sociales con valores
morales. 256

- Modelo del intuicionismo social, de J. Haidt. 257 Considera que hay una primacía de la
intuición moral, entendida como los procesos rápidos, automáticos y habitualmente

137
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

cargados de emociones, en los que aparece un sentimiento evaluativo de bueno/malo o


gusto/disgusto. Esta intuición es anterior a todo razonamiento, y tiene primacía frente al
razonamiento moral, menos afectivo y más controlado. Su planteamiento se apoya en una
serie de estudios que indican que las personas muestran reacciones casi instantáneas ante
las escenas o las historias relativas a violaciones morales. En algunos casos ni siquiera
saben explicar por qué consideran que una acción es incorrecta, pero sienten que lo es. Y
estas reacciones afectivas son buenos predictores de los juicios y los comportamientos
morales, de modo que suele haber coincidencia entre la intuición primera y la conducta y el
razonamiento justificativo posteriores. Esta aproximación asume que las reacciones
afectivas son un punto de arranque con mucha fuerza, si bien no ejercen una determinación
absoluta. El razonamiento moral, producto de la evolución cultural, puede corregir y
modificar las intuiciones que emanan de esos elementos básicos, de modo que las
decisiones finales pueden ir en contra de la primera intuición, por ejemplo si es
considerada un impulso egoísta. Y esa evaluación depende de un conjunto de normas
establecido por una comunidad, en la que viven los individuos.

Como se puede apreciar, las investigaciones son deudoras de las teorías


subyacentes que actúan como supuestos o marcos de referencia para el diseño de los
experimentos y la interpretación de los resultados. En algunos casos dichas teorías apuntan
a mecanismos específicos que permiten una mejor predicción en los resultados, pero en su
mayoría tienen grandes problemas para explicar aspectos clave del juicio moral.

7.2. Lo que sabemos y no sabemos sobre los correlatos neurales de


la moral

Probablemente todo esto supone una limitación de la propia neurociencia de la ética


y está en la base de la afirmación de que los procesamientos cerebrales implicados en lo
moral son más amplios y dependen de la coordinación de muchas áreas. Ésta parece ser la
conclusión principal a la que se puede llegar, después de los estudios realizados, y aun
siendo conscientes de lo mucho que queda por saber. Así Casebeer y Churchland 258

138
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

afirman que la hipótesis más aceptable es que la cognición moral es un acontecimiento


cerebral a gran escala, dependiente de una coordinación apropiada de muchas áreas. El
organismo que mejor se desenvuelva con las normas será el que utilice señales
multimodales, unidas a sistemas ejecutivos con claves apropiadas, que comparta ricas
conexiones con estructuras cerebrales afectivas, que recurra a memorias condicionadas y
que pueda atisbar en las mentes de otros, como para pensar y actuar con un
comportamiento que permita desarrollar una función lo mejor que pueda. Todas estas
capacidades tienen correlatos neurales, pero estarán basados en relaciones funcionales, de
modo que la localización de funciones es un objetivo desviado. Aunque hay regiones
especializadas para funciones concretas, las funciones complejas son más globales.

Por su parte, Damasio 259 resume las aportaciones de los estudios de lesiones
cerebrales en las siguientes afirmaciones: la lesión de un conjunto de regiones cerebrales
limitadas puede comprometer el aprendizaje y desarrollo del comportamiento moral
aunque permita la mayoría de las otras funciones cerebrales importantes. El conjunto de
regiones cerebrales identificadas por estos correlatos patológicos también están implicadas
en las decisiones que no pertenecen específicamente a las normas éticas. Estas regiones
parecen ser parte de un sistema implicado en la toma de decisiones en general, y en las
decisiones referentes al comportamiento social.

Por otra parte, el hecho de que las regiones críticas estén implicadas también en el
procesamiento de las emociones, especialmente de las emociones con componente social,
hace que sea razonable sugerir que los sistemas cerebrales que soportan la toma de
decisiones –general, social y moral—, y los que soportan la emoción, se solapan en los
territorios de la corteza prefrontal, en la que la lesión produce el síndrome de sociopatía
adquirida. El sector ventromedial de la corteza prefrontal, dada su posición anatomo-
funcional, parece adecuado para controlar la conexión entre decisión-opción y acción,
además del resultado de la opción/acción, tanto de hecho como en términos emocionales.
Ese control está basado en las experiencias acumuladas, en el sistema de premios y
castigos, que tiene valor emocional, y en la especificación sociocultural del desarrollo del
individuo.

139
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

El grado de “sabiduría” de la decisión, basado en este control del sector


ventromedial de la corteza prefrontal 260 tiene que ver con la categorización y
sedimentación de experiencias pasadas. Además, el hecho de que los mismos sistemas
neurales se activen tanto si el asunto es una cuestión moral o un problema económico,
apoya la noción de que el comportamiento moral hace uso de un sistema cerebral
organizado alrededor de un propósito más amplio. El conocimiento moral y la toma de
decisiones morales son, por tanto, casos especiales de conocimiento social y toma de
decisiones sociales, las cuales, por su parte, son casos especiales del conocimiento general
y la toma de decisiones general. Damasio afirma no sólo que no hay “centros morales” en
el cerebro, sino que no hay siquiera un “sistema moral” diferente. Más bien opina que hay
sistemas de conocimiento y toma de decisiones que manejan el comportamiento moral y
social como parte de su actividad. Los componentes del sistema –como el área
ventromedial de la corteza prefrontal— no trabajarían en solitario para producir un cierto
comportamiento, sino que funcionarían junto con otros elementos de modo concertado para
producir ciertos resultados.

7.3. La amenaza del reduccionismo

El panorama de investigaciones neurocientíficas sobre la emoción y su papel en la


toma de decisiones es enorme. Lo mostrado aquí no es sino un resumen incompleto de
algunos de sus resultados. Conviene no perder de vista que cualquier investigación que
pretenda afirmar algo con precisión en este tema, requiere un conocimiento riguroso de los
aspectos científicos, so pena de incurrir en errores lamentables. Del mismo modo, buena
parte del rechazo que ha producido, en algunos casos, este espectacular desarrollo de las
neurociencias no deriva de los datos que aporta, sino de las conclusiones gratuitas,
apresuradas, atrevidas e ignorantes que se han querido obtener de ellos.

No es aceptable hacer especulaciones o pretender haber resuelto graves problemas


filosóficos tan sólo por haber obtenido algunas evidencias empíricas. Como tampoco es
admisible que se hagan reflexiones sobre los comportamientos o los razonamientos
humanos sin atender a los datos que aporta la neurociencia. Por eso, el diálogo ponderado,

140
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

riguroso y serio, entre neurociencia y filosofía es el único camino válido para no caer en la
trivialidad, ni en la descalificación fácil y mutua.

En este tipo de estudios es de especial relevancia la insistencia en evitar los


enfoques muy reduccionistas, que podrían conducirnos a una suerte de “nueva frenología”
con un afán localizacionista que dista mucho de la complejidad de los sistemas neurales.
En este sentido, los frecuentes comentarios de autores como Davidson subrayando la
importancia de las interacciones, y la limitación de los resultados, son útiles y
convenientes. Este mismo autor comenta lo que denomina “siete pecados en el estudio de
la emoción” que habrían de ser superados: 261

(1) “El afecto y la cognición son sustentados por circuitos neurales separados e
independientes.” Además de que los circuitos del procesamiento cognitivo y afectivo se
solapan, como se ha comentado, parece claro que la emoción tiene que ver con muchos y
diferentes subcomponentes y que se comprende mejor como un conjunto en una red
distribuida de circuitos corticales y subcorticales.

(2) “El afecto es subcortical.” Algunos autores sostienen esta idea. Sin embargo, en
los estudios con humanos se muestra que el afecto es cortical y subcortical, y que depende
de cuál es el proceso afectivo específico que se está estudiando. La amígdala es requerida
para el aprendizaje inicial de los estilos afectivos, pero no se necesita una vez que esas
tendencias han sido aprendidas. Los resultados son, pues, complejos, y exigen una gran
cautela antes de sacar conclusiones.

(3) “Las emociones están en la cabeza.” En realidad la emoción implica también


componentes periféricos y viscerales, que son cruciales para entenderla. La hipótesis del
marcador somático de Damasio probablemente también está en esta línea de interacción
entre lo somático-corporal y lo mental-cerebral.

(4) “Las emociones pueden estudiarse desde una perspectiva puramente


psicológica.” Obvia decir que la neurociencia aporta datos, por ejemplo anatómicos, que
son fundamentales para las teorías psicológicas.

141
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

(5) “Las emociones son similares en su estructura a lo largo de las edades, y entre
especies.” La tendencia a considerar que los procesos emocionales básicos son siempre los
mismos resulta difícil de sostener, ya que hay importantes cambios madurativos e
inducidos por la experiencia en los circuitos que soportan la emoción y su regulación. Los
cambios de desarrollo que ocurren en la función cognitiva, también influyen en la
emoción. Y, en cuanto a la posibilidad de trasponer los resultados obtenidos en animales a
los humanos, parece claro que hay diferencias que no es posible dejar de lado y que exigen
cautela a la hora de establecer analogías.

(6) “Emociones específicas se sustentan en localizaciones concretas del cerebro.”


Más bien parece haber bastantes datos que apuntan a que el afecto está representado en
sistemas neurales distribuidos. El reto del estudio de la emoción es igual que el de la
cognición: la descomposición de los fenómenos complejos en sus constituyentes más
elementales. Y es importante establecer relaciones entre procesos y localizaciones. Sin
embargo, cada uno de los subcomponentes es implementado en circuitos diferentes, pero
que se solapan y que están interconectados.

(7) “Las emociones son estados de sentimientos conscientes.” Aunque el lado


experiencial consciente de la emoción tiene un papel incuestionable en los mecanismos
adaptativos, muchos estudios apuntan a que al menos una parte del afecto que generamos
es inconsciente.

En una línea semejante, Cacioppo y cols. 262 apuntan cuatro principios que, en su
opinión, deben tenerse en mente al investigar en el tema de la neurociencia social:

(1) La cognición social, la emoción y el comportamiento tienen bases neurales, pero


la interpretación de los resultados observados no es directa ni simple.

(2) La localización funcional de los procesos o representaciones de componente


social no es una búsqueda de los “centros”, es decir, una localización de funciones
sensoriales o motoras no prueba que el procesamiento complejo integrador del cerebro esté
compartimentado de un modo similar.

142
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

(3) Los cambios localizados en la activación cerebral, en relación a una función,


muestran un sustrato neural. Pero hay que tomar con cautela estos resultados. Se trata de
no aceptar sin más que la observación de una activación cerebral diferencial durante una
operación signifique que esa región cerebral sea el sustrato neural del procesamiento de esa
operación, e igualmente que una región cerebral no sea un sustrato neural de una operación
en el caso de zonas no activadas.

(4) La belleza de una imagen cerebral no dice nada acerca de la significación


psicológica de la imagen. La especificación de las relaciones entre comportamiento y
cerebro no puede venir exclusivamente de los estudios de neuroimagen, sino que depende
de múltiples métodos en los que la región cerebral puede ser una variable dependiente y
también una variable independiente. Además, la interpretación de las imágenes depende de
las condiciones en que se obtienen dichas imágenes y para establecer una comparación será
necesario articular una hipótesis acerca de la secuencia de eventos que se produce entre el
estímulo y la respuesta. Todas estas orientaciones, perfectamente asumibles en la
neurociencia afectiva, insisten de nuevo en la necesidad de abandonar presupuestos
reduccionistas y simplistas, y en destacar la enorme importancia de un enfoque
multidisciplinar.

Sin embargo, continuamente aparecen publicaciones en las que se exhiben sin


pudor conclusiones simplificadoras y reduccionistas sobre la relación entre cerebro y
conducta. Un ejemplo es el artículo publicado en el Wall Street Journal (27/28 de Abril,
2013) por el psiquiatra y neurocientífico Adrian Raine, en el que afirmaba que sería
posible “identificar qué genes específicos promueven el comportamiento criminal”,
apoyándose en resultados como el enlace existente entre niveles bajos de actividad en las
regiones prefrontales del cerebro y la psicopatía.

Es importante mantener la alerta y la precaución ante estas afirmaciones. Otra


filósofa preocupada por la neurociencia, P. Churchland, refiriéndose a la posibilidad de
prevenir los comportamientos criminales, comenta que sin duda existen genes
determinantes para la microestructura del cerebro, enlazada a su vez a varios rasgos de
personalidad y en consecuencia al comportamiento. La conexión entre el genoma y el
comportamiento se ha demostrado más de una vez en estudios con gemelos, como también

143
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

apunta Raine. Sin embargo, establecer una relación causal es extraordinariamente difícil,
incluso en animales menos complejos que el ser humano, y para conductas conservadas y
controladas por el cerebro como los ciclos de sueño. La relación entre genes y conducta es
menos clara, sencilla y directa de lo que se nos quiere hacer creer. Los genes son parte de
redes, y hay interacciones entre elementos de la red y su ambiente.

Por eso, según afirma Churchland, 263 la relación causal entre un gen y ciertas
estructuras del cerebro implicadas en el comportamiento agresivo es una vasta y elaborada
red de elementos interactivos. Más aún, algunas de estas estructuras del cerebro responden
al sistema de recompensas, el cual modula la probabilidad de que se dé un comportamiento
agresivo hacia otros humanos en función de la sensibilidad a normas culturales. Además, la
conexión puede entenderse no como un enlace al comportamiento criminal como tal, sino
como un rasgo más general, tal como la susceptibilidad a la impulsividad en contextos que
implican miedo o rabia.

En este sentido, son pertinentes las palabras de Brodmann, un pionero en el estudio


de la organización del cerebro humano que, allá por 1909, mucho antes de disponer de las
modernas técnicas de neuroimagen u otras aproximaciones metodológicas
contemporáneas, afirmaba:

«Realmente, las teorías recientemente han abundado, como la


frenología, en el intento de localizar las actividades mentales complejas
tales como la memoria, la voluntad, la fantasía, la inteligencia o las
cualidades espaciales como la apreciación de la forma y la posición, a zonas
corticales circunscritas (…) Estas facultades mentales son nociones
utilizadas para designar complejos extraordinariamente implicados de
funciones mentales (…) Uno no puede pensar que tengan lugar de otro
modo que a través de una interacción infinitamente compleja e implicada y
de la cooperación de numerosas actividades elementales (…) En cada caso
particular [estos] supuestos lugares elementales funcionales están activos en
diferente número, en diferente grado y en diferente combinación (…) Tales
actividades son siempre el resultado (…) de la función de un gran número

144
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

de subróganos distribuidos más o menos ampliamente sobre la corteza


cerebral.»264

Aunque Brodmann probablemente hubiera revisado algunas de sus afirmaciones si


pudiera tener los datos de que disponemos en la actualidad, su intuición de la complejidad
es de una rabiosa actualidad, ya que conecta con ese enfoque que trata de comprender sin
simplificar, atendiendo a las relaciones y a las interacciones.

7.4. La necesidad de contextualización

Los estudios que se realizan para comprender la actividad cerebral en relación a la


toma de decisiones morales son poco ecológicos, esto es, aunque puedan ser acertados en
medir determinados procesos, no guardan relación con lo que sería un proceso de toma de
decisiones en la realidad. 265 En muchos casos, dada la complejidad de lo que se trata de
conocer, es preciso descomponerlo en partes, analizando cada uno de esos elementos
desligado de su contexto. Sin embargo, este recurso experimental es poco adecuado para
comprender cómo toma decisiones una persona.

En relación con este problema señalado, hay algunas limitaciones que comparten
todas estas aproximaciones y que se pueden considerar dificultades propias del estudio de
los correlatos neurales de la moral:

En primer lugar, no tienen, en general, validez ecológica. En los estudios sobre la


cognición moral, la validez ecológica es esencial, porque los juicios morales dependen
fuertemente de los contextos situacionales y culturales. 266 Las limitaciones del método
experimental impuestas por los estudios de neuroimagen pueden tener un impacto notable
en la realización de las tareas relativas a la cognición moral. 267 Aparte de las condiciones
materiales de los estudios, que no reproducen la realidad y someten a los sujetos de
investigación a una situación incómoda y quizá con poca confianza para exponer sus
verdaderas opiniones, las personas pueden ofrecer respuestas basadas en valores diferentes,
derivados de opiniones, culturas o creencias subyacentes que no suelen hacerse explícitas y

145
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

que son difíciles de estudiar. Los juicios morales en casos hipotéticos, que suelen ser
extremos y que definen situaciones irreales, pueden probar algunos puntos de vista, pero se
alejan notablemente del razonamiento moral tal como se ejecuta en la vida real. Las
opciones suelen ser dicotómicas, los casos son extremos e improbables, no hay modo de
matizar, comentar o hacer excepciones, no se explican las razones de las decisiones
tomadas, y no se analizan los factores de familiaridad con la situación o de contextos
culturales o valorativos que pudieran estar condicionando la respuesta. De ahí que todo
resulte meramente “aproximativo”.

Estos problemas pueden ser el resultado de un diseño experimental que no tenga en


cuenta las características específicas de la cognición moral, que la convierten en algo tan
difícil de analizar con las técnicas de neuroimagen habituales. Casebeer 268 resume dichos
rasgos:

(a) La cognición moral es “caliente”, es decir, los estados afectivos son parte del
juicio moral, de modo que una persona que considere que una acción es inmoral, tenderá a
enfadarse ante quienes la ejecuten. Este componente emocional es difícil de identificar
como tal en los experimentos.

(b) También es social. Los juicios morales no se hacen en el vacío, sino que forman
parte de un marco social en el que hay normas, valores, derechos, obligaciones. Este
contexto es esencial en el análisis de cualquier problema moral, pero es difícilmente
reproducible en un entorno experimental. Una propuesta que trata de salvar esta dificultad
es la de Montague y cols. 269 que realizan resonancias magnéticas funcionales
simultáneamente a varios individuos mientras éstos realizan una interacción social.

(c) La cognición moral es distribuida, lo que significa que es parte de una red más
amplia que se ve modificada por las interacciones con el mundo. El comportamiento social
y moral tiene su base fisiológica en el eje tronco cerebral-sistema límbico-corteza
prefrontal, y tiene conexiones con la corteza sensorial y multimodal. Esto significa que
buena parte del cerebro está implicada en estos procesos. Las condiciones limitadas y
reducidas del entorno experimental no son las más adecuadas para evaluar la capacidad
neural para la moral.

146
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

(d) Así mismo, la cognición moral es orgánica, esto es, los juicios morales son
dependientes del contexto, de modo que, en función de las circunstancias, una misma
acción puede ser valorada positiva o negativamente. Obviamente, en los experimentos es
necesario tener en cuenta este contexto, pero puede ser difícil plantearlo sin comprometer
otros aspectos a analizar.

Los dilemas que se utilizan en la investigación sobre los correlatos neurales del
juicio moral proceden del ámbito de la ética, donde se analizan de un modo más complejo.
Tal como se plantean en los estudios aquí comentados cabría objetar, desde este mismo
planteamiento “orgánico”, que el dilema sigue siendo dependiente del contexto. Los
valores morales de los individuos diferirán notablemente dependiendo de lo que hayan
aprendido en su contexto social, de sus creencias o de otros factores también emocionales
que puedan ser relevantes. De ahí que sus respuestas ante un dilema abstracto sean muy
diferentes de lo que serían en la vida real. Por ejemplo, las personas que aparecen en los
casos no tienen rostros, ni nombres, ni género, ni edad, ni etnia, ni vínculos con el sujeto
que toma la decisión. Nada de esto es real. Difícilmente pueden analizarse los elementos
emocionales, con validez ecológica, en un caso hipotético de estas características.

(e) Los juicios morales son genuinos, en el sentido de que las emociones, las
razones y las acciones van unidas. Muy en relación con lo que se acaba de comentar, las
fuerzas que operan en el comportamiento real no aparecen en los planteamientos
hipotéticos. Los experimentos son pensamiento “a secas” sobre problemas morales. Sin
embargo, en la vida real existen cosas tales como la motivación, o la ausencia de la misma,
que no son fácilmente reproducibles en las investigaciones.

(f) Finalmente, la cognición moral es dirigida hacia algo, hacia un objetivo. Un


juicio moral adecuado tiene una función social, de desarrollo y supervivencia, en un
sentido amplio. De modo que los juicios sirven como guías para la acción. Al aislar el
componente cognitivo en un entorno experimental se pierde la direccionalidad y la
intencionalidad del juicio moral (en el sentido de que no es preciso que guíe la acción), lo
cual puede distorsionar las respuestas.

147
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

En segundo lugar y en relación con los componentes contextuales o culturales, otra


limitación de los estudios es que la inferencia de mecanismos cognitivos y neurales a partir
de los comportamientos o los juicios morales puede ser equivocada, especialmente porque
dichos comportamientos o juicios pueden estar mediados por factores culturales y
situacionales. Por ejemplo, hay diferencias en las estrategias de categorización entre los
sujetos occidentales y los asiáticos, y los valores morales o las preferencias sociales están
determinados por la cultura. 270 Las tareas que ejecuta la corteza prefrontal tienen que ver
con valores culturales y experiencias sociales aprendidas, con información contextual que
se ha ido integrando a lo largo del desarrollo, 271 y por ello es difícil interpretar los
resultados de las respuestas “correctas/incorrectas” en sujetos normales y con lesiones en
ese área, a menos que dispongamos de información sobre los valores del sujeto previos a la
lesión, el contexto valorativo y cultural en el que se inserta y del que proviene, y las
diferencias de juicio entre sus iguales.

En tercer lugar, y también en relación a las lesiones de la corteza prefrontal, Moll


et al. 272 apuntan que no se hacen predicciones específicas sobre los efectos de estas
lesiones en el comportamiento moral. La función de la corteza prefrontal se ha descrito
mediante la aproximación “procesual”, que sostiene que la función cognitiva de la corteza
prefrontal se puede explicar en términos de actuación sin especificar una representación, lo
que significa que la corteza prefrontal sería un almacén sin contenido de módulos de
procesamiento, y la aproximación “representacional”, que trata de establecer cuál es el tipo
de información almacenada en la corteza prefrontal. La primera, procesual, predice que las
lesiones cerebrales producirán disociaciones dependientes de la tarea, mientras que la
segunda, representacional, considera que serán dependientes del contenido. 273

El enfoque procesual tiene dificultades para aportar evidencias de que la lesión en


la corteza prefrontal conduzca a deficiencias universales en estos procesos, y según Moll et
al. no se ve cómo esa disfunción puede dar lugar a cambios complejos emocionales y de
personalidad. Parecería, pues, que la perspectiva representacional explicaría mejor el rol de
la corteza prefrontal en la cognición moral, al dar cuenta del hallazgo de que las tareas de
razonamiento moral dependen de modo crucial del contenido de la información a
evaluar. 274 Pero entonces, de nuevo, nos encontraremos con el problema cultural-
contextual antes apuntado, y no será posible hacer predicciones.

148
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

7.5. La importancia de las teorías éticas

A todo esto cabe añadir que las teorías éticas juegan un importante papel en el
diseño e interpretación de los estudios. Este es, probablemente, un punto crucial de las
limitaciones de estas investigaciones. Como se apuntó anteriormente, parece claro que las
teorías éticas que sean aceptadas o rechazadas por los investigadores, determinarán el
modo en que se plantearán los estudios, y también el modo en que se explicarán los
hallazgos de los experimentos. Desde un punto de vista taxonómico –y ciertamente
simplificador— se podría decir que es relevante ser kantiano y defender un enfoque basado
en la obligación moral y en el cumplimiento de los mandatos morales, o ser utilitarista y
componer la toma de decisiones a partir de un cálculo de consecuencias, o ser aristotélico y
entender la moral como una vía de realización del ideal de vida buena. Cualquiera de las
teorías éticas en la que se apoye la investigación, introducirá un marco de referencia
interpretativo.

Y en muchos casos no se analiza o explicita cuál es ese marco, ni se justifica su


idoneidad. Las diferentes propuestas relativas al papel que juegan las emociones en el
juicio moral están teñidas de teorías que no siempre se explicitan, pero que resultan
determinantes para las conclusiones que se proponen.

Así, por ejemplo, la teoría dual propuesta por Greene y cols. parte de los datos
obtenidos en una investigación en la que se presume que los sujetos toman decisiones
morales basándose en una suerte de control racional de las emociones. El hecho de que la
mayor parte de las personas decida que es aceptable sacrificar a un individuo para salvar a
cinco se interpreta como un resultado de ese control que, sin embargo, fracasa cuando el
componente emocional es excesivamente impactante. Y, lógicamente, cuando el dilema se
presenta en tercera persona, y el sujeto de experimentación es un mero observador, se
incrementan las respuestas etiquetadas como “utilitaristas”, puesto que, sin ser el ejecutor
de la acción, es mucho más sencillo controlar la parte afectiva. Esto incluso le permite a
Greene concluir que las decisiones “deontológicas” serían realmente las más emocionales,
puesto que son las que no se someten al control racional.

149
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Esta teoría está basada en la afirmación de una separación entre los procesos
racionales y los afectivos, en donde se produce un conflicto que es necesario resolver. Y la
solución del control racional es favorable a las decisiones utilitaristas. Esto presupone que
“lo más correcto” es un cálculo de consecuencias típico del planteamiento utilitarista, y
este punto evidencia una deuda con un marco teórico determinado. En el contexto
anglosajón –y de modo creciente en otros contextos culturales—, esta teoría ética tiene un
fuerte arraigo, frente a los modelos más deontológicos y basados en principios, que tienen
más vigencia en el continente europeo, y por ello no sorprende su apuesta.

Sin embargo, desde otra perspectiva teórica, se podrían extraer conclusiones muy
diferentes. El modelo deontológico afirma que las leyes morales que los seres humanos se
dan a sí mismos son de obligado cumplimiento, sean cuales sean las consecuencias que se
deriven de ello. Lo que otorga moralidad a la acción es la observancia de un principio
moral, la salvaguarda de un valor fundamental, que no se negocia, ni cede ante ninguna
consecuencia. De ahí que la afirmación del valor de la vida no sea objeto de posible
cuestionamiento. Alguien formado en este modelo y que asume sus compromisos teóricos,
considerará que el dilema planteado no tiene más que una salida posible: no hacer nada.
Porque el principio moral que obliga a defender el valor de la vida es un principio
absoluto, sin excepciones. Aunque las consecuencias sean dramáticas, el mandato es claro
y contundente: no matar. El sujeto no puede asumir la responsabilidad de ser el ejecutor de
una acción de matar. Incluso aunque sepa que las consecuencias son desastrosas y terribles
para otros. En este caso, no parece extraño que la lucha interna del sujeto de
experimentación dispare el factor emocional. Sin embargo, el control racional parece
evidente. Y ese control, que ejercen ciertas áreas del cerebro sobre otras, es, sin duda,
aprendido, y fruto de la aceptación de una cierta teoría moral. Esto supone que las
conclusiones extraídas pueden interpretarse de diferentes modos, según los presupuestos
teóricos que se admitan.

Este ejemplo sirve para ilustrar el problema del marco teórico, esto es, que en las
investigaciones se observa una importante carencia en el análisis de los presupuestos
teóricos que subyacen al diseño experimental y que van a jugar un papel determinante en la
interpretación de los resultados y en las conclusiones que se obtengan. Los resultados de

150
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

las investigaciones neurocientíficas deberían ser cuidadosamente evaluados, teniendo en


cuenta los marcos teóricos que muchas veces operan de modo implícito.

Esto, que puede parecer un mero problema teórico, tiene implicaciones evidentes en
la investigación sobre los correlatos neurales de la moral. En el ejemplo del tranvía y la
pasarela, el hecho de utilizar estos dilemas supone ya una cierta toma de posición en ética,
ya que, en primer lugar, se aborda una perspectiva dicotómica, en la que caben sólo dos
opciones, que son opuestas y que admiten una única posibilidad correcta, en segundo lugar
se plantea la necesidad de decidir, pero sin tener que exponer las razones de la decisión
tomada, y en tercer lugar, no se evalúan las diferencias posibles entre personas procedentes
de entornos culturales y valorativos distintos.

Todo esto supone asumir un determinado concepto de la ética, en el que los


interrogantes se plantean en forma de dilemas, con dos opciones posibles, una de las cuales
tiene que ser necesariamente incorrecta. Es un modelo decisionista que se apoya en la
teoría de la elección racional, donde la evaluación de la acción más adecuada depende de
una técnica que, estratégicamente, busca la opción que optimice el resultado. Sin embargo,
otros modelos éticos más deliberativos, 275 plantean las cuestiones como problemas, como
situaciones de conflicto entre valores, donde las respuestas no son dicotómicas, sino
plurales y abiertas. En esta perspectiva no tiene cabida una decisión que no admita matices,
que no pueda ponderar todos los valores, aproximaciones y perspectivas posibles, y que
finalmente elija una opción sin tratar de salvar la otra. Este modelo es más afín a un
concepto dinámico de la ética, que la considera terreno de las decisiones prudentes en
situaciones de incertidumbre. Un planteamiento descontextualizado y simplificador, como
el de los dilemas morales no puede reflejar esta riqueza y, por tanto, sus aportaciones son
sólo datos relevantes que exigen ulterior investigación y que no permiten extraer
conclusiones generales.

Los resultados de estas investigaciones son, por otra parte, bastante previsibles,
pero no nos dicen gran cosa acerca de cuáles son los elementos que están jugando un papel
en la toma de decisiones. Quiere esto decir que estamos ante una aproximación claramente
decisionista. Es cierto que se justifica por razones metodológicas, para llevar a cabo un
estudio cuya pretensión es, exclusivamente, determinar si hay activación en zonas

151
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

cerebrales implicadas en la emoción, cuando los sujetos han de tomar una decisión moral.
Pero, de hecho, se ha tomado partido por una teoría ética.

De hecho, en un estudio posterior 276 se puso a prueba esa aparente correlación entre
los juicios utilitaristas asociados con tiempos más largos de respuesta y con una mayor
activación de la corteza prefrontal dorsolateral y el lóbulo parietal, y los juicios
deontológicos asociados con una mayor activación en áreas relacionadas con la emoción,
como la corteza prefrontal ventromedial, el surco temporal superior y la amídgala. Las
diferencias en la activación neural se han interpretado como reflejo de distintos
subsistemas neurales que subyacerían a los juicios morales utilitaristas y deontológicos de
modo general (no sólo en el caso de dilemas tan extremos como los que propone Greene).
Sin embargo, estos autores consideran que esa propuesta teórica no está avalada por los
datos, y requiere mayor investigación.

Su propuesta alternativa es una ilustración de la crítica que aquí planteamos a la


invisibilidad de las teorías subyacentes a las investigaciones. Kahane y cols. afirman que
resulta más determinante el carácter “intuitivo” o “contraintuitivo” de los dilemas
presentados, que el contenido de las decisiones. Así, por ejemplo, muchas personas
estarían dispuestas a aceptar la mentira como modo de evitar un gran daño a otros seres
humanos. Esa situación promueve una elección utilitarista, porque la maximización del
bienestar es lo más intuitivo, lo que permite una respuesta moral casi inmediata, sin
reflexión. Lo decisivo en cuanto a las activaciones cerebrales es ese carácter intuitivo, que
exige menos procesos de control, menos deliberación, y resulta más sencillo.

Desde esta perspectiva no se puede afirmar una asociación general entre zonas de
activación y juicios utilitaristas o deontológicos. Más bien es necesario tener en cuenta la
disposición previa de los sujetos, si los dilemas les resultan intuitivos o no. Y por ello
encuentran también que los juicios morales de las personas que no son filósofos no están
basados en teorías morales explícitas (como el utilitarismo o el deontologismo), sino que
tienen que ver con los casos particulares. 277 Esto subraya la importancia de tener en cuenta
los múltiples factores que pueden influir en la toma de decisiones, y la necesidad de que
los enfoques de investigación incluyan esa complejidad para poder ofrecer una explicación
mínimamente completa del fenómeno de la moralidad.

152
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

La pretendida “limpieza” de los casos es también su limitación, si lo enfocamos


desde una perspectiva no decisionista. Lo importante, desde este otro enfoque, no es si los
sujetos dicen que lo correcto es empujar al extraño o no hacerlo, sino las razones que
justifican su decisión. La información acerca de cuáles son las áreas cerebrales que se
activan en la decisión moral no nos dice nada acerca del auténtico proceso de razonamiento
y toma de decisiones. Lo cual, enlazando con otras limitaciones comentadas, puede ser una
cuestión a tener en cuenta acerca de la posibilidad de incurrir en peligrosos reduccionismos
al intentar simplificar lo moral.

De fondo subyace el problema de definir qué es lo moral. El concepto de moral que


se adopte determina notablemente lo que se va a estudiar. Éste debería ser el primer paso
para la investigación: precisar qué entendemos por moral. Esta es una grave y compleja
cuestión —que no pretendemos resolver aquí— que ha ocupado a muchos filósofos y que
no tiene una respuesta única válida. En muchos de los estudios neurocientíficos y
psicológicos se tiende a dar definiciones simples, en las que se enfatiza la idea del
cumplimiento de normas socialmente válidas, la evitación del daño, y las acciones
altruistas, aparentemente anti-evolutivas, que realizan los individuos. En tal caso, las
investigaciones analizan situaciones de conflicto personal, presuntamente con contenido
moral, en las que el sujeto se ve obligado a elegir una acción, o a determinar si la acción es
válida.

Sin embargo, el tema dista de poder zanjarse fácilmente. En la historia de la ética se


han sucedido propuestas teóricas muy variadas que han considerado la moral de muchos
modos diferentes. Desde quienes han afirmado, como el tantas veces citado David Hume,
que el origen de los comportamientos morales está en los sentimientos y que, por tanto, los
juicios morales dependen de un factor emocional más que de razones, como quería el
intelectualismo moral. Hasta quienes afirman, como Paul Ricoeur, que la moral tiene que
ver con actuar bien, con otras personas, en marcos sociales e institucionales. Pasando por
Inmanuel Kant que consideraba que la clave de lo moral está en el deber, y en el
cumplimiento de ciertos mandatos considerados universales. O por Aristóteles, que
hablaba de una vida buena, desarrollando ciertas virtudes para llegar a ser lo mejor que
podemos ser.

153
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Cada una de estas teorías, cada corriente y escuela filosófica que ha hablado de los
comportamientos morales ha tenido que enfrentarse a la pregunta acerca de la clave
fundamental, el núcleo de lo que permite decir de un ser humano que tiene un
comportamiento moralmente válido. Todas ellas aportan una visión sobre la moralidad,
pero un estudio que pretende hablar de la cognición moral, de la toma de decisiones
morales en el ser humano, no puede comprometerse con un contenido específico y,
seguramente, tiene que poder dar cuenta de todos ellos.

Teniendo en cuenta esta dificultad, una perspectiva más valiosa y coherente es


asumir que lo más que podemos llegar a afirmar es que la moral es una capacidad, una
posibilidad de actuar, resultado de nuestra libertad, esto es, poder elegir entre un abanico
de opciones, conforme a un objetivo, una norma, o una preferencia, y hacernos,
necesariamente, responsables de las consecuencias de dicha acción. Esa capacidad de
elegir, ese compromiso con unos valores o unas normas, y esa conciencia de las
consecuencias, son los elementos que subyacen a toda decisión moral y, por tanto, los que
pueden servir para definir de qué estamos hablando cuando nos referimos a los juicios
morales.

Los juicios morales tienen que ver con la elección entre unos determinados valores,
que pueden promover algo considerado bueno o generar algo considerado malo. Y al
hablar de lo bueno y lo malo estamos ya excediendo el marco planteado, pues la capacidad
moral se refiere a la posibilidad de elegir, no al contenido de la elección.

Esta distinción, que propusiera J.L.L. Aranguren, entre una moral como estructura y
una moral como contenido, 278 se revela como algo tremendamente útil. En los estudios de
neurociencia se analiza la estructura moral de las personas, es decir, los sustratos neurales
subyacentes a esa capacidad de realizar juicios morales, de elegir y de actuar en
consecuencia. Por otro lado, también han sido objeto de análisis los contenidos de las
decisiones, de modo que se ha establecido, por ejemplo, cuál es la respuesta más frecuente
ante un dilema moral. E incluso se ha querido llegar más allá, sobrepasando las
competencias y posibilidades de los estudios, determinando si la respuesta era o no
“correcta”, o podía etiquetarse dentro de un modelo ético. Sin embargo, a pesar de que

154
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

algunos han querido llegar más lejos, la descripción del dato empírico de la frecuencia de
los contenidos elegidos no dice nada sobre la validez de la decisión, sobre su corrección o
bondad, ni sobre cuáles son las causas de que los sujetos elijan dicho contenido.

Precisamente ésta es una de las críticas que se le puede plantear a algunos estudios
de neurociencia de la moral: que exceden su campo, establecen relaciones causales, y
tratan de extraer conclusiones normativas de lo que es meramente una descripción. Se
plantea incluso la posibilidad de establecer una suerte de ética universal con base cerebral.
Volveremos sobre ello más adelante.

155
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

8. Implicaciones filosóficas de la investigación neurocientífica

Todas estas investigaciones neurocientíficas dan lugar a otro frente de reflexión de


enorme importancia por sus implicaciones filosóficas: cómo se alteran conceptos tales
como la voluntad, la libertad o la identidad, al encontrar los sustratos neurales de nuestras
conductas e incluso de nuestros pensamientos. Esta cuestión remite a la clásica discusión
sobre mente-cerebro, si bien con un planteamiento basado en las neurociencias, que aporta
una luz novedosa y que nos obliga a matizar muchas afirmaciones hechas en el pasado. El
riesgo de un cierto determinismo reduccionista en la explicación del ser humano, por un
excesivo apego a los datos científicos, está en la mente de muchos. 279

Será necesario analizar las implicaciones que tiene el hecho de que la neuroimagen,
más que cualquier otra técnica de investigación cerebral, indique que «importantes
aspectos de nuestra individualidad, incluyendo algunos de los rasgos psicológicos que nos
importan a la mayoría como personas, tienen correlatos físicos en la función cerebral.»280
Esto tiene que ver, por ejemplo, con la investigación sobre los correlatos neurales de la
conciencia, 281 o con la más polémica relación entre experiencia religiosa y cerebro,
establecida a partir de los estudios con pacientes que padecían epilepsia del lóbulo
temporal, y que en ocasiones mostraban intensos sentimientos religiosos durante las
crisis. 282

Este tipo de planteamientos “cierran el círculo” entre ética de la neurociencia y


neurociencia de la ética, ya que, a pesar de situarse en el mismo sector de interés de hallar
los correlatos neurales de los estados mentales con contenido moral, acaba por plantear
serios interrogantes éticos y filosóficos sobre la propia neurociencia, sus posibilidades, sus
límites y su capacidad para generar un nuevo modelo de ser humano.

Así, por ejemplo, para dar cuenta de por qué los seres humanos tenemos creencias y
formamos “narraciones con sentido” acerca de la realidad que nos rodea, M. Gazzaniga
propone la hipótesis del “intérprete del hemisferio izquierdo”. Como se ha comentado, el
cerebro no es una estructura unitaria, sino que parece funcionar de manera modular,

157
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

especializándose las distintas áreas en funciones concretas. La interrelación y coordinación


entre los distintos módulos daría como resultado la experiencia consciente. Sin embargo,
para poder dar sentido a las informaciones diferentes recibidas, y para lograr una
interpretación coherente que posibilite la identidad personal, es preciso que exista un
“módulo intérprete”. A partir de sus estudios en pacientes que habían sufrido una
comisurotomía, como solución extrema en el tratamiento de la epilepsia, Gazzaniga283
llega a la conclusión de que en el hemisferio izquierdo existe una zona de interpretación,
cuya función principal es la coherencia: los datos recibidos tienen que hacerse
comprensibles para el sujeto que, además, ha de compatibilizarlos con sus experiencias
previas, sus respuestas habituales, o, como gusta decir Gazzaniga, sus creencias. Esto es
aplicable a la situación de un paciente que, por una lesión cerebral, no puede mover un
miembro, y que “inventa” una explicación para la ausencia de movimiento –como en la
anosognosia con hemiplejia—, pero también, en la vida cotidiana, a la necesidad de
mantener las convicciones personales ante las evidencias que pudieran amenazarlas.

Evidentemente, este tipo de planteamientos pueden tener una considerable


influencia en el modo en que comprendemos la intencionalidad de nuestros actos o la
identidad personal y los sistemas de creencias. Algunos autores consideran que esto supone
una auténtica amenaza al modo como la filosofía ha tratado las cuestiones y desconfían,
como Searle, de las explicaciones que incurren en un materialismo acrítico. 284 Otros
consideran que es un desafío interesante para los filósofos morales y para los
neurocientíficos, obligando a una perspectiva interdisciplinar que sea capaz de desarrollar
aproximaciones, tanto teóricas como experimentales, para comprender el mundo real. 285 En
la perspectiva de Churchland, 286 ciertos presupuestos de la filosofía moral necesitan ser
recalibrados ante la emergencia de un nuevo paradigma en ética: una “ética naturalizada” o
neuroética. Desde esta aproximación, en la que, como se ha indicado anteriormente, han de
conciliarse las aportaciones de la filosofía, el derecho, la psicología, la neurociencia y otras
disciplinas, se pondrán a prueba buena parte de los conceptos tradicionales.

158
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

8.1. La cuestión de la libertad

Uno de esos conceptos es, por ejemplo, el de libertad o voluntad libre. Uno de los
descubrimientos que más discusión han generado es el de Libet. Este investigador midió, a
través de potenciales evocados, la actividad cerebral de los sujetos de estudio al realizar
movimientos voluntarios con las manos, llegando a la conclusión de que existía una
activación cerebral anterior al momento en que los sujetos eran conscientes de su decisión
voluntaria de mover la mano. Ese “potencial de preparación” previo hace pensar que el
cerebro “decide” antes de que seamos conscientes de ello. Muchas personas han
considerado que este resultado suponía una negación de la libertad, en la medida en que el
cerebro toma decisiones antes de que seamos conscientes de ellas, lo cual significaría una
determinación involuntaria.

Sin embargo, hay dos elementos importantes que conviene tener en cuenta: en
primer lugar, el propio Libet afirma que el tiempo de antelación (potencial de preparación)
es entre 500 y 1000 milisegundos anterior al movimiento de la mano, lo cual significa que
en algún punto dentro de ese intervalo se toma la decisión consciente. Dado que la señal
neural para que se produzca el movimiento tarda entre 50 y 100 milisegundos en viajar
desde el cerebro hasta la mano, resta un tiempo en el que la parte consciente puede decidir
si sigue adelante con el movimiento o lo detiene. El libre albedrío se sitúa entonces en este
“poder de veto”. 287

En segundo lugar, sería necesario precisar mucho más en el concepto de libertad


y/o libre albedrío para poder afirmar que este descubrimiento lo pone en cuestión y en qué
medida. De nuevo las teorías éticas y filosóficas resultarán de gran ayuda, y también de
gran complejidad, para explicar qué es exactamente lo que la neurociencia está
condicionando. No se pretende aquí resolver fácilmente esta cuestión que requeriría un
análisis mucho más detallado, sin embargo conviene mencionar que parece claro que no
podemos desprender la idea de libertad de sus sustratos neurales, en la medida en que las
acciones libres son acciones intencionales de sujetos conscientes dentro de un contexto de
valores, y por tanto están mediadas por lo que sucede en su cerebro, por su configuración
personal, sus recuerdos y experiencias. Desde esta perspectiva, afirmar que “el cerebro

159
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

decide antes que yo” supone una suerte de dualismo que parece querer salvaguardar un
reducto del individuo al margen de sus procesos cerebrales. Pero el procesamiento también
es parte de la identidad de la persona, por más que no seamos conscientes de ello ni
podamos controlarlo del todo.

Es el cerebro quien decide, pero el cerebro soy yo. Churchland 288 afirma que la
hipótesis más plausible de cuantas ahora se están manejando es que el cerebro es quien
hace elecciones y decide sobre las acciones. Más aún, estos eventos serían el resultado de
unos procesos causales extremadamente complejos. Sin embargo, la idea de causalidad
requiere un cuidadoso tratamiento. Que un acontecimiento sea causado por factores
antecedentes no significa necesariamente que dicho acontecimiento sea predecible. En los
sistemas complejos, pequeños cambios momentáneos pueden amplificarse en el tiempo
dando como resultado grandes diferencias que, además, son resultado de interacciones
múltiples, impredecibles.

Por otro lado, una opinión frecuente es que los actos voluntarios no son causados,
de modo que la libertad radica en la ausencia de causa. Las razones podrían justificar elegir
una opción, pero no afectarían causalmente a la voluntad, de suerte tal que la voluntad
actuaría en un “vacío causal”. Recurriendo a las clásicas teorías de D. Hume, Churchland
afirma que las elecciones no pueden ser independientes de factores tales como los hábitos,
las creencias o los deseos. Las decisiones libres lo son, no porque no estén causadas, sino
precisamente por lo contrario: porque son causadas y exigen un acto de voluntad. Dicho de
otro modo, la voluntad libre consiste en el control que el agente tiene de sus actos,
deliberadamente, con conocimiento e intención. La libertad tiene que ver con la posibilidad
de controlar las acciones y decisiones, no con el hecho de que tengan una causa. Desde el
punto de vista de la responsabilidad esto es esencial: las personas pueden actuar porque
hay elementos –causas— que han propiciado una elección o una acción. Si esas causas
han impedido una decisión voluntaria, es decir, han sido determinantes, el agente será
menos responsable que si pudo decidir voluntariamente. De ahí que la clave resida en el
control que la persona puede ejercer sobre las causas que influyen en sus acciones.

Las regiones o sistemas cerebrales que son importantes para el mantenimiento del
control son las que se han mencionado: corticalmente, las áreas órbitofrontal, ventromedial

160
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

frontal, dorsolateral frontal y el córtex cingular. Subcorticalmente, todas las áreas que
tienen un papel en las emociones y las motivaciones, y que pertenecen al sistema límbico,
como la amígdala, el hipotálamo, etc. Y, además de todo ello, sistemas de enlace entre
estas regiones cerebrales, los llamados sistemas de proyección de neurotransmisores no-
específicos, que se identifican a través del neurotransmisor secretado en la terminación
axonal: serotonina, dopamina, norepinefrina, epinefrina, histamina y acetilcolina, y que se
consideran “no-específicos” porque tienen un efecto general en su función de modulación
de la actividad neuronal.

El tema es de indudable interés porque nos obliga a preguntarnos si la preocupación


ante estas “amenazas” a la libertad se deriva de una visión mecanicista y determinista del
cerebro, o si procede de las implicaciones que tal planteamiento podría tener para la
cuestión de la responsabilidad moral. En este sentido, Roskies 289 afirma que los problemas
del análisis de la libertad residen en otra parte y no son exclusivos ni dependientes de los
conocimientos neurocientíficos. La incomodidad deriva no tanto de la posible
determinación del cerebro, sino del posible reduccionismo de las descripciones que se
hagan de la toma de decisiones, del comportamiento y, por tanto, de la responsabilidad,
como estados causados por una cierta configuración cerebral. 290 De ahí la importancia de
un problema propio de la ética de la neurociencia: analizar cómo los resultados de la
neurociencia son interpretados y transmitidos al público, para evitar informaciones
sesgadas, interpretaciones que no sean capaces de poner a prueba los presupuestos sobre
los que se asientan, o conclusiones simplificadoras que lleven a una comprensión
inadecuada –por ejemplo de la idea de responsabilidad moral, y legal— y puedan generar
miedos o expectativas infundados, o, peor aún, decisiones sociales basadas en conceptos
reduccionistas, cuyas consecuencias podrían ser muy negativas.

8.2. Naturalización

Muchos autores hablan de una filosofía naturalizada como característica propia de


esta aproximación en la que los datos científicos son tan relevantes. Desde esta
perspectiva, deudora de la propuesta de epistemología naturalizada que hiciera W.V. Quine

161
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

en los años 60 del siglo XX, 291 se asume que el modo de revelar cómo podemos conocer la
realidad se deriva de una explicación biológica sobre el funcionamiento del cerebro
humano. 292 Esto supone asumir varias afirmaciones, de las cuales la primera y más
importante es que el cerebro es fruto de la evolución, lo que nos asemeja a otras especies
en la medida en que se den capacidades derivadas de desarrollos similares del sistema
nervioso. Esa dimensión evolutiva también nos permite comprender que la cognición no
puede separarse del “nicho ecológico” que la sustenta, la estructura corporal. Es decir, que
lejos de entender el cerebro como un mera computadora capaz de realizar operaciones
generales –como quizá en su día defendió la metáfora fuerte del ordenador para explicar el
funcionamiento del cerebro—, más bien es preciso observar el cerebro como una
herramienta para la supervivencia del individuo. Así, un mayor control sensoriomotor y
una mayor velocidad de procesamiento le dan al sujeto más posibilidades de sobrevivir.

En la comprensión de ese cerebro, es esencial el estudio de los correlatos neurales


de la mente y sus procesos. Se trataría de aislar los correlatos neuronales mínimos
suficientes para tipos específicos de contenidos fenoménicos, como la moral. Esto supone
necesariamente que dichos correlatos serán relativos a un sistema, y que están influidos por
condiciones internas y externas, pero debería ser posible describir un conjunto mínimo
suficiente para activar ciertos contenidos conscientes en la mente del sujeto.

El problema reside en los posibles malentendidos y reduccionismos, pues es


evidente que mostrar empíricamente la existencia de una correlación no es lo mismo que
lograr una explicación. Se van definiendo en los diversos estudios correlaciones entre
estados o procesos cerebrales y estados de conciencia, pero no queda claro si hay una
relación causal entre ellos. De hecho, las interpretaciones podrían ser muy variadas: desde
el monismo materialista más extendido que entendería que el estado mental y el estado
cerebral son idénticos, son la misma cosa, si bien vista desde el lado del sujeto o desde el
dato objetivo; hasta una posición dualista, que considerase el estado mental como algo
completamente diferente del proceso cerebral; o un resultado suyo, en la interpretación
epifenomenalista. Con ello se pone de manifiesto, una vez más, que el papel de las teorías
es esencial para poder dar sentido a los datos obtenidos en la investigación empírica, y que
ninguna afirmación o hipótesis está exenta de valores y conceptos propios del paradigma
vigente en el que se inscribe.

162
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Con este tipo de respuestas se pretende resolver el clásico problema mente-cerebro.


Es un notable ejemplo de cómo todas estas investigaciones están poniendo en cuestión la
propia labor de la filosofía, 293 cuya validez y necesidad son puestas en duda por quienes
consideran que sus problemas serán resueltos ahora por las neurociencias, en una suerte de
renovado positivismo que, a pesar de estar superado, tiene, sin embargo, una insospechada
fuerza.

Algunos autores consideran que el exceso de énfasis en los logros de la


neurociencia para dar respuesta a los problemas filosóficos da lugar a un reduccionismo
simplificador y materialista en las explicaciones o, lo que es peor, a un absurdo que
Maxwell Bennet y Daniel Hacker denominan “falacia mereológica”. 294 Según estos
autores, las descripciones neurocientíficas atribuyen toda clase de funciones al cerebro,
convirtiéndose éste así en el agente de dichas acciones. Es decir, se le asignan al cerebro
poderes y actividades que corresponden a un sujeto sintiente, lo que supone un grave error,
al tomar la parte por el todo.

En la misma línea se sitúa Alva Noë al afirmar que «el sujeto que experimenta no
es una parte del cuerpo. No somos nuestro cerebro, sino que el cerebro es una parte de lo
que somos.» Y por ello, para entender fenómenos complejos, como la conciencia, la
capacidad de pensar, sentir y comprender el mundo, «debemos considerar un sistema más
amplio, del que el cerebro no es sino un elemento más. (…) La conciencia requiere la
operación conjunta del cerebro, el cuerpo y el mundo.»295 No se trata de que la mente sea
sustituida por el cerebro, como parecen defender en ocasiones autores como P.
Churchland, 296 y que, por tanto, las explicaciones teóricas puedan suplirse con
explicaciones empíricas, sino de que el cerebro es el sustrato material de la mente, pero
ésta es propia de los sujetos, no del cerebro por sí mismo. Los cerebros no tienen mente,
las personas sí.

Cuando A. Damasio nos indica: «el amor, el odio y la angustia, las cualidades de
bondad y crueldad, la solución planeada de un problema científico o la creación de un
nuevo artefacto, todos se basan en acontecimientos neurales en el interior de un cerebro, a
condición de que el cerebro haya estado y esté ahora interactuando con su cuerpo. El alma

163
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

respira a través del cuerpo, y el sufrimiento, ya empiece en la piel o en una imagen mental,
tiene lugar en la carne»297, apunta que Descartes se equivocaba al separar mente de cuerpo
y al establecer una disociación entre sentimientos y razón. 298

Quizá haya que hacer algunas relecturas de Descartes para hilar más fino en esta
crítica, pues si bien es cierto que considera que mente y cuerpo son dos entidades
separadas, también es verdad que su referencia al “pensar” dista mucho de ser ajena al
sentir. Así, en la Segunda Meditación define la “res cogitans” como una cosa «que duda,
que comprende, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que
imagina también, y que siente.»

Pero sobre todo, sin desmerecer el trabajo de Damasio, conviene recordar que
frente a ese “pienso, luego existo” que parece tan excesivamente racionalista, ya había
quienes, contemporáneos de Descartes, buscaban las razones del corazón, como B. Pascal,
o trataban de analizar la relación entre la sensibilidad y la intelección, como Malebranche
o, posteriormente, Maine de Biran; también había ya reaccionado M. De Unamuno con su
encendido “Siento, luego existo”, y ya había pensadores que buscaban relaciones, por otro
lado lógicas, entre emociones y pensamiento. Baste mencionar a P. Laín Entralgo, cuya
teoría respecto a cuerpo y alma está sólidamente fundamentada en un autor como X.
Zubiri, con su “inteligencia sentiente”. Aunque Laín llega a una posición emergentista con
matices quizá algo diferentes de los que apunta Damasio, lo cierto es que su posición se
asemeja mucho a la de este autor: «La compleja estructura del cerebro sólo puede ser
correctamente entendida viéndola como una subunidad, todo lo eminente que se quiera, en
la total estructura del cuerpo. El hombre no es un cerebro que gobierna la actividad del
resto del cuerpo, como el capitán la del navío a sus órdenes; el hombre es un cuerpo
viviente cuya vida en el mundo –vida personal, vida humana— requiere la existencia de un
órgano perceptor del mundo y rector de la acción personal sobre él: el cerebro.» 299 Véase
también este otro texto lleno de referencias que nos recuerdan la “razón vital” de J. Ortega
y Gasset: «en toda estructura física, y el cerebro lo es, el todo es más que la suma de sus
partes; más que ellas y antes que ellas. Y, regida por el cerebro, la estructura del cuerpo
entero. Certeramente lo vio y supo decirlo Miguel de Unamuno: “Yo, el yo que piensa,
quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo, con los estados de conciencia que
soporta (y crea, añado yo). Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente.” 300 “Se piensa

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

con la vida”, ha escrito Julián Marías. Sí; con la vida, en tanto que realizada y operante
como actividad cerebral.» 301

Puede que la neuroética sea una oportunidad más de aprender a escucharnos desde
las distintas disciplinas, de comprender que no puede hacerse filosofía sin ciencia, ni
ciencia sin filosofía, de entender que para poder saber algo es preciso querer seguir
sabiendo.

A la altura de nuestro tiempo sería ingenuo pensar que la ciencia está exenta de
valores. Como la filosofía de la ciencia se ha encargado de poner de manifiesto, cualquier
investigación científica —como cualquier empresa humana— está teñida de intereses,
compromisos epistemológicos y valores. De ahí que los métodos de investigación deban
ser también puestos a prueba, por su dependencia de los marcos teóricos y valorativos que
los sustentan. Esto es relevante para el tema que nos ocupa porque la “naturalización”
supone afirmar que la neurociencia puede ofrecernos datos esenciales para explicar por qué
tomamos ciertas decisiones morales, ya que describe lo que de hecho se da en la realidad.
Esos hechos descriptivos se presumen independientes del contexto, y se exponen como
datos válidos, sin dependencia de una cierta interpretación. Y, lo que es peor, se incurre en
una falacia, al intentar extraer proposiciones normativas de los que es meramente una
descripción.

8.3. La deducción de normas a partir de la descripción


neurocientífica

8.3.1. El problema del contenido moral

Como se ha comentado con anterioridad, en muchas de las investigaciones sobre


los correlatos neurales de la moral se utilizan dilemas con contenido moral. Aunque la
investigación pretenda tan sólo determinar cuáles son las zonas de activación para la

165
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

elaboración de este tipo de juicios, parece claro que elegir unos u otros contenidos resulta
extremadamente relevante. En buena medida, la diferente activación puede obedecer al
tipo de dilema planteado, a los contenidos de la decisión, pero también al bagaje cultural
del individuo, a las expectativas que tenga, a sus experiencias previas y a las influencias
que todo esto pueda tener en la elección del contenido concreto.

Las críticas al reduccionismo, la simplificación y la falta de contexto que muestran


estos estudios ya han sido expuestas con anterioridad. La necesidad de un abordaje
metodológico simplificado para un fenómeno tan complejo como la moralidad puede ser
también una grave limitación e introducir sesgos en los resultados. Así, por ejemplo, al
seleccionar la evitación del daño a otras personas como un rasgo fundamental y
aparentemente general de la experiencia moral, se está afirmando que ese contenido en
concreto forma parte de una serie de elementos clave de la capacidad moral de los seres
humanos, que es universal, transversal a todas las culturas y tradiciones, intemporal y
permanente. Esto supone que sería posible definir un conjunto de opciones morales básicas
que serían comunes a todas las personas. La investigación sobre esos contenidos básicos
permitiría obtener una descripción del fenómeno moral, aunque fuera parcial.

Sin embargo, no existe tal acuerdo en esos contenidos morales básicos. Propuestas
como la del intuicionismo social de Haidt, 302 que trata de establecer un núcleo de
intuiciones morales básicas, son fuertemente criticadas desde otras posiciones más
constructivistas que consideran que no existe un conjunto básico de contenidos morales
sino que, más bien, esos contenidos se van definiendo en función de los valores que una
cultura va considerando irrenunciables. De este modo, a pesar de los esfuerzos por lograr
un cierto “sentido común moral”, se pone de manifiesto la enorme diversidad de opciones
morales, y la imposibilidad de reducir el fenómeno moral a un conjunto mínimo básico.
Desde esta perspectiva, lo que compartimos todos los seres humanos es la capacidad de
elaborar juicios morales, pero no así los contenidos de las decisiones. La investigación
sobre los correlatos neurales de lo moral debería quedar restringida a esa dimensión
estructural (la capacidad de hacer juicios morales), so pena de incurrir en un sesgo cultural.

Evidentemente, el acceso a lo estructural no puede hacerse más que a través de los


contenidos, por tanto ésta es una dificultad insalvable de las investigaciones en la

166
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neurociencia de la moral. No obstante, una vez que se ha tomado conciencia de este


problema, sirve como elemento crítico para valorar los resultados de los estudios.

En este sentido, Young y Koenigs 303 comentan que los estudios realizados han ido
iluminando aspectos de la cognición moral normal, en sujetos sanos, y cómo se altera en
situaciones patológicas. De este modo, la emoción parece jugar un papel integral y quienes
padecen un déficit en el procesamiento emocional, exhiben también, sistemáticamente, un
“juicio moral anormal”. En realidad, “normal” hace referencia a lo que es más frecuente.
No tiene un valor normativo, no establece lo que es correcto, tan sólo indica que, en ciertas
circunstancias, con ciertas variables, es lo que aparece en un mayor número de casos. Por
eso, afirmar que un juicio moral es “anormal” tan sólo indica que es infrecuente.

Sin embargo, el deslizamiento hacia la posibilidad de que los términos


normal/anormal pudieran incluir un juicio sobre la validez o corrección de la elección es
bastante visible.

8.3.2. De lo descriptivo a lo normativo

La investigación empírica no puede determinar qué es lo correcto. El ámbito de los


estudios en neurociencia de la moral es el de la descripción y explicación de lo que ocurre
en nuestro cerebro cuando tomamos decisiones morales. Este es su objetivo, y los métodos
científicos empleados, en el mejor de los casos, permiten describir los fenómenos
estudiados con precisión y rigor. Exceder ese ámbito y tratar de ofrecer una propuesta de
contenidos a partir de lo que se observa es incurrir en una falacia, tratando de deducir lo
que sería correcto a partir de lo que de hecho ocurre. Así, si la mayoría de los sujetos toma
una decisión determinada ante un cierto dilema moral, podría deducirse, erróneamente, que
esa es la decisión correcta, por ser la que resulta más frecuente, en la que parecen estar de
acuerdo casi todos los seres humanos.

Este tipo de planteamientos, sin embargo, es bastante frecuente. La evidencia


empírica se invoca para alcanzar conclusiones en el ámbito de los contenidos morales. Esta

167
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

es una forma naturalista de realismo moral, esto es, la convicción de que existen verdades
morales, hechos morales, que son objetivos y que pueden descubrirse en la realidad. Y este
naturalismo moral rechaza la distinción entre hechos y valores, entre los datos y las
normas. Así, las observaciones de la actividad cerebral subyacente a los juicios morales
lleva a extraer conclusiones normativas sobre lo correcto.

No obstante, estos estudios no pueden determinar qué es lo moralmente correcto. El


salto de lo que se describe como “normal” hacia lo normativo es incorrecto. El hecho de
que la mayor parte de los individuos consideren que es mejor dañar a una persona para
salvar a muchas tan sólo nos indica lo que es más frecuente, pero no nos asegura que sea lo
más correcto. El propio J. Greene explica que los hechos relativos a cómo la gente, de
hecho, piensa o actúa, no implican —al menos no de modo directo— ningún dato sobre
cómo deben actuar o pensar las personas. 304

Sin embargo, también afirma que la neurociencia tiene el potencial de ayudarnos a


comprender nuestras “concepciones de sentido común sobre la moralidad”. Supone que
existen realmente cosas correctas e incorrectas –objetivamente buenas o malas—,
independientemente de lo que una persona o un grupo pueda pensar sobre ello. En su
opinión —que expresa la convicción básica del naturalismo moral que no diferencia entre
lo que es y lo que debe ser— esa valoración moral es inherente a los actos percibidos, y
existe con independencia de las creencias y valores personales o culturales. Por eso, si la
neurociencia nos ayuda a comprender cómo hacemos juicios morales, también nos
permitirá determinar si nuestros juicios son percepciones de verdades externas o
proyecciones de actitudes internas.

La justificación para su convicción reside en los mecanismos evolutivos: la


selección natural nos ha equipado con mecanismos para hacer juicios morales intuitivos,
basados en la emoción. Por tanto, la verdad moral es una suerte de producto de procesos
cognitivos eficientes que utilizamos para tomar decisiones morales.

Este naturalismo moral incurre en una grave falacia, denunciada en el siglo XVIII
por D. Hume, y denominada “falacia naturalista” por G.E. Moore en el siglo XX. Esa
falacia consiste en establecer conclusiones morales, relativas al ámbito del “deber ser”, a

168
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

partir de afirmaciones descriptivas, de hechos, relativas al “ser” de las cosas. Pasar de los
hechos a los valores es una inferencia errónea. Lo normativo no puede derivarse de lo
descriptivo, sencillamente porque pertenecen a esferas diferentes.

Esta es una grave controversia filosófica que ahora se hace patente en los estudios
sobre neurociencia de la moral. Afirmar que, de hecho, las personas toman con mayor
frecuencia ciertas decisiones morales, o que se activan ciertas áreas cerebrales al procesar
los estímulos con contenido moral, no puede convertirse en una proposición normativa que
establezca que esas decisiones son las correctas, o que ese es el modo adecuado de tomar
decisiones.

Más aún, no se ha estudiado cuál es la razón de que la mayor parte de las personas
decidan de ese modo. Asumir que existe una base biológica para un determinado contenido
de los juicios morales es una afirmación excesivamente arriesgada. Es muy posible que
exista un aprendizaje previo que explique por qué se elige una determinada acción
considerada correcta, y que, por tanto, independientemente de que el área cerebral
implicada para tomar la decisión se pueda identificar, haya sido un factor cultural y externo
el que haya generado esa respuesta que, una vez aprendida, se repite y ratifica, fortificando
las conexiones neuronales que la posibilitan.

Un interesante estudio de Molenberghs y cols. 305 muestra que las áreas cerebrales
implicadas en la toma de decisiones relacionadas con dañar a otros, esto es la corteza
órbitofrontal lateral, están menos activas cuando los individuos consideran que la violencia
contra un grupo determinado está justificado, como en el caso de los soldados en una
guerra. Evidentemente esto implica que la sensación de culpa tiene que ver con marco
teórico, dentro del cual el juicio moral cobra sentido, lo cual induce a una cierta acción,
considerada aceptable. Sin duda esto introduce un factor cultural que explica el marco
teórico en que se inscribe el sujeto. Y también nos muestra que los individuos, otrora
pacíficos, que asumen que matar a las personas es algo inaceptable y que no tienen
intención de dañar, pueden convertirse en asesinos, si consideran que la acción está
justificada. A pesar de que pudiera pensarse que el cerebro tiene una innata tendencia a
rechazar el daño, y que está diseñado para sentir empatía y no infligir daño, parece
perfectamente posible que individuos normales y sanos elijan comportamientos

169
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

inaceptables, cuando existen razones, culturalmente válidas, para justificar esas acciones y
exonerarles de la culpa.

En la interpretación de los resultados obtenidos en la investigación neurocientífica


no puede dejar de tenerse en cuenta los contextos sociales y políticos en que se plantean las
preguntas y los dilemas. Las convicciones de carácter normativo no pueden ser puntos de
referencia innegociables, toda vez que los contenidos morales exigen una justificación que
no puede obtenerse de la mera descripción observacional. Lo que Wagner y Northoff
denominan “neuronalización”, 306 esto es, la reducción de los conceptos éticos a hechos
descriptivos de la neurociencia es un peligro grave, porque se asume que las descripciones
son independientes del contexto, lo que puede tener consecuencias desastrosas,
especialmente en las cuestiones aplicadas de la neuroética (lo que anteriormente incluimos
bajo la denominación de ética de la neurociencia).

No obstante, estos autores comentan que, dada la importancia de los datos


empíricos para la elaboración de propuestas normativas, y también la relevancia de estas
construcciones valorativas para el trabajo de la neurociencia, sería necesario introducir de
alguna manera un método de influencia mutua que denominan “enlace norma-hecho”. Esta
noción asume que la interfaz entre lo descriptivo y lo normativo permite desarrollar mejor
la relación entre estas dos esferas, evitando la falacia naturalista. El enlace consistiría en un
movimiento de ida y vuelta entre los conceptos normativos y los hallazgos de la
neurociencia. Pero también sería necesario, añaden, una aproximación metodológica nueva
que pueda dar cuenta de esa dinámica de influencia mutua entre hechos y normas. Es
precisa una reflexión sobre el propio método de investigación en la neurociencia de la
moral.

8.3.3. La imposibilidad de una ética universal con base biológica

Las propuestas del naturalismo moral en neurociencia han abierto el camino para un
proyecto aún más ambicioso: la búsqueda de un patrón universal para el juicio moral. A.
Cortina 307 lo resume del siguiente modo: si se pudieran descubrir en el cerebro algunos

170
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

códigos acuñados por la evolución, que pudieran explicar nuestro modo moral de conocer
y obrar, entonces estos códigos permitirían fundamentar un tipo de ética que sería común a
todos los seres humanos, precisamente por estar inscrita en el cerebro. Encontraríamos así
una ética universal.

La propuesta es tentadora y ambiciosa, pero probablemente ingenua, desorientada y


errónea. Especialmente en aquellos autores que, con presupuestos positivistas y naturalistas
como los ya explicados, considerarían que con una ética universal basada en la
neurociencia, se podría dar al traste con las teorías éticas filosóficas o con las morales
religiosas. Otros autores, más afinados, también buscan una ética universal desde las
neurociencias, pero no consideran que puedan hallar sus contenidos, sino tan sólo la
estructura moral universal que se modularía de forma diferente en cada cultura. Son
propuestas mejor fundamentadas.

En este contexto se sitúa la hipótesis de la “gramática moral universal” propuesta


por M. Hauser y otros. 308 Basándose en los enfoques de N. Chomsky y J. Rawls, la
hipótesis afirma que el sentido de la justicia es innato en los seres humanos, del mismo
modo que el lenguaje. Ambos están determinados por procesos cerebrales y pueden
concebirse como disposiciones para adquirir una lengua o un sentido de la justicia,
partiendo de un conjunto de principios y reglas dados biológicamente y que guían la acción
humana de modo inconsciente. Existiría así una moral innata, que actuaría como una
gramática universal. Los seres humanos tendríamos capacidades lingüísticas y morales
innatas, que formarían parte de nuestra naturaleza, y que serían resultado de un proceso
evolutivo. Esas capacidades son previas a la cultura, que puede posteriormente moldearlas
y dirigirlas.

Esta “gramática moral” no dispondría de unos contenidos concretos, sino que se


define como una estructura que hace posible aprender el lenguaje moral y, por tanto, nos
capacita para aprender a formular contenidos. Será a través de la educación y la cultura
como se vayan guiando los contenidos, lo que explicaría la pluralidad de valores.

Sin embargo, esas predisposiciones formarían ese conjunto básico de capacidades


morales que, como comentamos anteriormente, es necesario para orientar las

171
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

investigaciones en neurociencia de la moral. Pero la existencia de estas predisposiciones no


podría implicar la exigencia de responder a ellas, no puede establecer un juicio
universalmente válido sobre su idoneidad, pues entonces estaríamos incurriendo de nuevo
en la falacia naturalista. La descripción de los mecanismos cerebrales y evolutivos no
genera normas morales.

Sin duda tenemos una estructura moral compartida, que se evidencia en la


capacidad para elegir entre las posibilidades que se nos ofrecen, y tomar decisiones.
Posiblemente se pueda plantear un conjunto mínimo de capacidades comunes a todos los
seres humanos, con base en mecanismos neurales, como la empatía y la posibilidad de
entender la mente de los otros seres humanos. Sin embargo, desde la neurociencia no se
puede llegar más lejos. Y esto no es una ética universal, sino tan sólo su condición de
posibilidad.

Por eso es esencial la educación. De hecho, las normas vigentes en una sociedad,
los valores que se promuevan, tienen influencia real en el curso de los acontecimientos.
Cambian a las personas y las sociedades. Porque normas y valores no sólo prescriben las
acciones, sino que las promueven o contribuyen a que se den. Educar con razones
vinculadas a emociones es, pues, algo que puede contribuir a que lo biológicamente
adaptativo se convierta en lo deseable, o a que convenga cuestionarlo.

172
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

9. El cerebro es modificable

9.1. Neuroeducación

La plasticidad cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante


de la modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.
La neurociencia actual muestra incontables evidencias de que existe una conexión entre lo
cognitivo y lo emocional, y que esa relación tiene que ver principalmente con la evolución
del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar soluciones a las dificultades de la
vida en un contexto que es necesariamente social.

«La razón de que el hombre sea un animal social más que cualquier abeja y
que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza no hace nada en vano.
Sólo el hombre, entre los animales, pose la palabra. La voz es una indicación del
dolor y del placer; por eso la tienen también los otros animales. (Ya que por su
naturaleza han alcanzado hasta tener sensación del dolor y del placer e indicarse
estas sensaciones unos a otros). En cambio, la palabra existe para manifestar lo
conveniente y o dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los
humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo
bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación
comunitaria de ésas funda la casa familiar y la ciudad.»309

La cita es de Aristóteles, en la Política. La neurociencia viene a mostrar lo que la


filosofía viene afirmando desde el siglo V a.C.: que el ser humano es constitutivamente un
ser social, que su vida no es sólo biológica (bios) sino que es vida humana cuando se
realiza entre otros, en el marco de la comunidad, de lo político (zoé), y que esto es
posibilitado por su capacidad de pensar y sentir, y de expresarlo a través de palabras. No
hay posiblemente mejor expresión de lo que el ser humano es, y de lo que ahora describen
los diferentes estudios de neurociencia.

173
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Los estudios con lesiones en el área prefrontal nos han mostrado que, sin un
adecuado control emocional, no es posible tomar decisiones adecuadas, de modo que el
pensamiento racional se ve comprometido, por más que las áreas cerebrales que lo
controlan permanezcan indemnes. Esto significa que existen procesos emocionales
relacionados y subyacentes a nuestro proceso de toma de decisiones y también,
necesariamente, a nuestro aprendizaje. Por eso las implicaciones educativas de estos
hallazgos son importantes.

Immordino-Yang y Damasio 310 ofrecen dos hipótesis en relación a esta cuestión: en


primer lugar, los procesos emocionales son requisitos necesarios para que las habilidades y
conocimientos adquiridos en la escuela puedan ser transferidos a nuevas situaciones y a la
vida real. En segundo lugar, es una ruta emocional la que permite que las influencias
sociales de la cultura modelen el aprendizaje, el pensamiento y el comportamiento.

Apoyan sus hipótesis en las investigaciones realizadas, no sólo con pacientes


adultos que han sufrido un daño cerebral prefrontal, y que muestran una alteración en el
procesamiento de las emociones, con la consiguiente incapacidad para tomar decisiones
socialmente válidas, sino en los niños con daño cerebral, que muestran que, a pesar de
tener una inteligencia normal, nunca llegan a aprender las reglas que gobiernan el
comportamiento social y moral, a diferencia de los adultos que sí las aprendieron y
muestran conocerlas, aunque sean incapaces de utilizarlas para guiar su conducta.

Aparentemente los niños no llegaron a aprender qué es lo correcto y lo incorrecto,


cuáles son las reglas de la conducta social, o las normas éticas. Esto significa que los
pacientes con un daño prefrontal temprano sufren lo que estos autores denominan “pérdida
del timón emocional”. No tienen la capacidad de señalar las situaciones como positivas o
negativas desde el punto de vista afectivo, y por tanto fracasan en el aprendizaje del
comportamiento social normal. Son insensibles a las respuestas de otras personas a sus
acciones, por ello no responden a los intentos de enseñarles normas de comportamiento.
Sin embargo, sus dificultades se restringen al ámbito social o moral, no afecta a la
realización de tareas cognitivas.

174
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Los datos obtenidos de estas investigaciones les permiten afirmar que carecer de
ese “timón emocional” supone un problema aún más grave en la medida en que no pueden
guiar su vida diaria. Sin el acceso a ese conocimiento social y cultural, estos niños no
pueden utilizar su conocimiento. Los sistemas neurobiológicos que soportan el
funcionamiento emocional en las interacciones sociales y la conducta moral son también
los que soportan la toma de decisiones en general. Esto es, el comportamiento social es un
caso particular de la toma de decisiones, y la moralidad es un caso particular de
comportamiento social.

Su interesante planteamiento afirma que existe un solapamiento entre cognición y


emoción, al que denominan “pensamiento emocional”. Este pensamiento emocional abarca
procesos de aprendizaje, memoria y toma de decisiones, tanto en contextos sociales como
no sociales. Dentro del dominio del pensamiento emocional juega un papel esencial la
creatividad, permitiendo el reconocimiento de problemas y situaciones complejos y
generando respuestas flexibles e innovadoras. La razón y el pensamiento racional
contribuirían a este proceso, de modo que se produce un camino de ida y vuelta en el que
el pensamiento racional informa lo emocional y viceversa. Por supuesto, no olvidan que
existen aspectos corporales de la emoción. Sensaciones que contribuyen a los sentimientos
y que pueden influir en los pensamientos. También aquí hay un camino de ida y vuelta,
pues los pensamientos pueden disparar las emociones, con una manifestación corporal.

La cuestión tiene enorme importancia para la educación. Las emociones permiten la


toma de decisiones, ofrecen un repertorio de acciones adecuadas para responder a
diferentes situaciones. Si el objetivo de la educación es conseguir que los niños desarrollen
estrategias cognitivas y de comportamiento, reconozcan la complejidad de las situaciones y
puedan responder a ellas de modos cada vez más sofisticados, flexibles y creativos, es
claro que resulta esencial cultivar las emociones.

Más aún, los mismos procesos son necesarios para las respuestas morales, lo que
hace pensar que el juicio moral, las respuestas creativas a los problemas morales, y el
pensamiento social necesario para afrontarlos, tiene que fomentarse con una educación que
tenga en cuenta los aspectos emocionales. La creatividad es esencial para la supervivencia

175
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

biológica y evolutiva, pero también para la supervivencia en un contexto social y cultural,


donde se plantea el más difícil de los retos: la toma de decisiones morales.

Desde el punto de vista educativo esto implica que no sólo será necesario promover
el aprendizaje del pensamiento racional y el razonamiento lógico, sino que también será
necesario cultivar las emociones, como mecanismo para utilizar esas capacidades en el
mundo real.

Immordino-Yang y Faeth 311 proponen tres estrategias para integrar las emociones
en el aprendizaje:

(1) establecer conexiones emocionales relevantes con lo que se está aprendiendo,


como clave fundamental para poder recordar esa información. Establecer conexiones
emocionales implica diseñar experiencias educativas que fomenten ese vínculo emocional
con lo que estudian. Pueden comenzar con permitir algún grado de elección en la selección
del tema a explorar por parte de los estudiantes. Esa participación infunde una sensación de
apropiación y autoría que supone una mayor motivación, una mayor implicación
emocional y un aprendizaje más significativo. Enfrentarse a problemas abiertos también
contribuye a ese mayor grado de conexión, promoviendo la creatividad y el interés.

(2) Desarrollar intuiciones académicas inteligentes, es decir, se debe enseñar a los


estudiantes a comprender sus respuestas emocionales a su propio aprendizaje y cómo
aprovecharlas. Los profesores deberían animar a los estudiantes a utilizar sus propias
intuiciones, lo cual supone incorporar señales emocionales no conscientes en la adquisición
de conocimientos. Con ello se logra un mayor recuerdo de los contenidos y una mejor
aplicación de los mismos a situaciones nuevas.

3) Los profesores deberían ser más conscientes de cómo manejar activamente el


clima social y emocional de la clase. Es esencial generar emociones positivas en el aula,
para ello se debe incentivar una cohesión social entre los estudiantes, para que se sientan
en un entorno seguro, donde podrán expresar y aprender de sus errores.

176
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Con estrategias como éstas se busca desarrollar esa conexión entre lo emocional y
lo racional, asumiendo que el ser humano opera como un sistema integrado en el que no
pueden disociarse ambos factores.

A pesar del enorme desarrollo que está teniendo la neuroeducación, 312 hasta ahora,
buena parte de las propuestas existentes se han centrado en la utilización de los datos de las
neurociencias para mejorar el rendimiento en funciones cognitivas, atención, lenguaje,
memoria o cálculo matemático. 313 Todos estos aspectos son esenciales, y el rol de la
estimulación cognitiva o la motivación para potenciarlos es muy útil. Sin embargo, es
preciso ir más allá logrando mejorar procesos complejos con la toma de decisiones,
específicamente en el campo de la moral. Esto implica no sólo fortalecer procesos básicos,
como la memoria o la atención, sino optimizar los procesos de integración pues, como se
ha visto, los mecanismos subyacentes al juicio moral son distribuidos e interrelacionados.
Un pensamiento complejo como la ponderación de las circunstancias de un problema
moral en la vida real, exige desarrollar y perfeccionar ese “cerebro moral” en su doble
dimensión cognitiva y emocional.

Por ejemplo, las diferencias en las respuestas de los sujetos de investigación ante
las presentaciones en primera persona y en tercera persona, que se mencionaron
anteriormente, son una clave a tener en cuenta para esa mejora del cerebro moral. Buena
parte de la ética atañe a la capacidad de comprender el punto de vista de otras personas,
como modo de promover el respeto mutuo, la tolerancia, y buscar una resolución pacífica
de los conflictos. Esto implica el desarrollo de una teoría de la mente, pero también exige
tomar conciencia sobre las diferencias de perspectiva cuando se elabora un juicio sobre la
conducta ajena, y cuando se toma una decisión sobre una acción personal.

Las emociones juegan un papel crítico en el comportamiento y sirven de guía para


el desarrollo de las capacidades morales. 314 Pero, junto a ellas, la determinación de si una
acción es moral, el juicio que se elabora sobre una conducta, no descansa exclusivamente
en lo afectivo. Requieren también la capacidad de integrar una representación de los
estados mentales de otras personas –y también de los propios, como desarrollo de la
autoconciencia moral—, y un análisis de las consecuencias de las acciones.

177
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Ser actor supone, como se ha comentado, una mayor exigencia de ponderación de


los elementos en juego y las consecuencias previsibles. Este dato puede ser esencial para
una buena aproximación educativa. La formación ética debería servir para elaborar juicios
morales más sofisticados y complejos. Por ello, las aproximaciones en primera/tercera
persona ofrecen una oportunidad para promover un análisis de las emociones y los juicios
morales en la evaluación de la acción ajena, comparándolo con el juicio y las emociones en
la evaluación de la acción propia. A la vista de esta perspectiva, se podría regresar de
nuevo a la acción del otro y revisar el juicio elaborado, potenciando una mayor finura en la
evaluación. Los datos que aporta la neurociencia son, así, relevantes para el diseño de
estrategias de formación.

9.2. Cultivar las emociones

El “estilo afectivo” del que habla Davidson hace pensar en las motivaciones de los
individuos, en las capacidades, talentos y talantes, actitudes y aptitudes, que distinguen a
identifican a los individuos. En buena medida, la identidad moral está determinada por
esos estilos afectivos, por un “carácter” que tiene, qué duda cabe, un anclaje biológico. Sin
embargo, ese talante o carácter, es también construido, en la medida en que es el resultado
de lo aprendido, de las experiencias, de la influencia cultural, del lenguaje, y de las
posibilidades y situaciones a las que el individuo ha tenido que enfrentarse. De hecho,
también los estudios neurocientíficos apoyan la idea de que el cerebro muestra una gran
plasticidad y mecanismos reguladores para la adaptación al medio. Es un sistema
dinámico, en constante interacción con el ambiente, modificado por lo interno y lo externo.
Por ello es difícil pensar que la cultura –en tanto que estímulos generados por la acción
humana— no pueda tener un papel muy relevante en su configuración, si bien no exclusivo
ni absoluto.

De este modo, es posible cultivar, potenciar y desarrollar ciertas capacidades a


través de influencias externas, no sólo aprendizajes y educación, o factores del medio
como la cultura y el ambiente, sino también técnicas con una función de modificación,
como la meditación. Resulta sorprendente cómo estas técnicas han recibido una enorme

178
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

atención en los últimos tiempos. Más allá de la moda pasajera, la meditación es ahora
utilizada para tratar a los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo, depresión y
trastornos de ansiedad, cáncer, dolor crónico, etc. 315 En todos los casos parecen obtenerse
resultados muy positivos. Y la neurociencia analiza estos resultados, desde el conocimiento
de que el cerebro puede cambiar como respuesta a la actividad mental. 316 Investigadores
bien conocidos como Davidson y Goleman llevan décadas estudiando esta cuestión, 317
promoviendo cambios en las actitudes y en los valores (por ejemplo la compasión),
poniendo en comunicación la cultura oriental y occidental –a través de su relación con el
Dalai Lama— y buscando un modo de mejorar a las personas y el mundo que las rodea. El
potencial del cerebro es enorme para lograrlo.

Este dinamismo propio de la inteligencia humana y acorde con los datos de las
neurociencias, ya fue visto por un filósofo como X. Zubiri, para quien el cerebro
condiciona, posibilita, adapta y permite la creación:

«a pesar de que inteligencia y sensibilidad, sean irreductibles, sin embargo


constituyen una estructura profundamente unitaria. No hay cesura ninguna
en la serie biológica. En el hombre, todo lo biológico es mental, y todo lo
mental es biológico.»318

Las dimensiones del “pensar” y el “sentir” no están disociadas, sino que forman
parte del modo propio de ser inteligente y tomar decisiones el ser humano. Sin embargo,
las emociones han sido consideradas tradicionalmente “sospechosas” en el ámbito del
juicio moral. La toma de decisiones tenía que recaer necesariamente en lo racional, pues
son los argumentos y razonamientos los que pueden determinar lo correcto, los que pueden
aspirar a universalizarse. Y en ese espacio, las emociones parecen distorsionar el juicio y
llevar a un subjetivismo. Es lo que se ha dado en llamar el “intelectualismo moral”.

En el mismo marco conceptual, otro tanto cabe decir de la neurociencia, en la que


el papel de las emociones en la toma de decisiones ha sido, y sigue siengo objeto de
debate. Algunas interpretaciones pensaron que la determinación de las conductas a partir
de los mecanismos de activación de los circuitos emocionales en el cerebro supondría una
cierta “pasividad” del sujeto, que quedaría sometido a un tipo de procesamiento no

179
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

voluntario, capaz incluso de generar decisiones racionalmente inadecuadas. Desde este


punto de vista, las funciones ejecutivas se verían “distorsionadas” o “favorecidas” por los
elementos emocionales, siendo éstos entonces moduladores de los aspectos más cognitivos.

Así, el ser humano sería, principalmente, un “producto” de las pulsiones o fuerzas


emocionales que lo arrastran irremediablemente hacia un tipo de acción que, a pesar de ser
consciente, está determinada por factores no controlables por el sujeto. O desde una
perspectiva dualista se establecería una suerte de división entre el “yo emocional” y el “yo
racional”, de modo que las emociones serían siempre sospechosas por irrumpir en el
ámbito del pensamiento ordenado y lógico de la parte racional, de ahí que, aunque se vean
como irrenunciables (y el sujeto sea pasivo por imposibilidad material de tener unas
emociones distintas de las que espontáneamente surjan), sea necesario educar a los
individuos en el control, dominio y, en muchos casos, desatención y menosprecio de las
emociones.

En buena medida, esta última aproximación es acorde con lo que el intelectualismo


moral ha intentado defender durante siglos: la capacidad de pensar con criterios racionales
supone el mejor y más cualificado modo de tomar decisiones. De ahí que todo lo que
pueda ser calificado de “irracional” deba ser relegado a un espacio de menor relevancia.

Sin embargo, ni lo irracional tiene una dimensión tan paupérrima en la toma de


decisiones de los seres humanos, ni la perspectiva dualista y pasiva es sostenible a partir de
los datos de la neurociencia. Las emociones son parte del procesamiento y de la toma de
decisiones. La activación emocional no sería más que una parte del procesamiento
cognitivo, de modo que estos dos procesos actuarían de modo conjunto e indisoluble,
dando como resultado un tipo de razonamiento que unifica lo emocional y lo racional en la
toma de decisiones. Lo emocional no sería, desde esta perspectiva, un factor de distorsión,
sino una parte esencial del modo humano de pensar.

La filosofía ha ido dando cabida a las emociones en los últimos tiempos, generando
enfoques que concilian y articulan ambas dimensiones. Así, la razón vital de J. Ortega y
Gasset, o la inteligencia sentiente de X. Zubiri, abren un espacio para esta integración. Los

180
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

estudios de la neurociencia contribuyen a dotar de datos empíricos esta perspectiva,


proporcionando la explicación del sustrato material de las funciones mentales.

No se puede “pensar sin sentir”, entre otras cosas porque en la dimensión práctica,
que es la que atañe a la ética, no es posible tomar decisiones sin valorar, y en la valoración,
además de los elementos racionales que pudiéramos utilizar como justificación explicativa,
hay sin duda emociones. Qué es lo importante para el ser humano depende, en buena
medida, de su idoneidad para la supervivencia, y por tanto tiene sentido entender que el
cerebro se caracteriza por su capacidad de adaptación evolutiva. Sin embargo, el modo
humano de sobrevivir en un entorno que ha sido modificado culturalmente es radicalmente
diferente de la mera supervivencia física, y la posibilidad de valorar influye y es influida
mutuamente por la cultura. El ser humano es un animal cultural, interpretativo, creador, su
cerebro le dota con herramientas para este privilegiado y único modo de vivir:
interactuando con el medio para convertirlo en un mundo con sentido, y en esa tarea se
encuentran y compenetran las funciones cognitivas y las emocionales. La ética es, como
dice P. Ricoeur, el ideal de vida buena, vivida para y con los demás en instituciones
justas, 319 el papel de las emociones en la toma de decisiones relativas a la vida buena es
esencial, y esta empresa es la específicamente humana.

9.3. Un reto para el futuro

A la altura de nuestro tiempo, ninguna investigación científica puede pretenderse


independiente y aislada de los contextos sociales que les dotan de sentido y legitimidad. Es
necesario comprender estas interacciones y aprovecharlas para un trabajo interdisciplinar.
La neurociencia no puede prescindir de la filosofía, ni de otras muchas disciplinas que
hablan de lo humano. Del mismo modo que esos otros saberes deben conocer y apoyarse
en los datos que aporta la neurociencia. No es posible sostener una pretendida neutralidad
axiológica de los investigadores, pues tienen compromisos con la humanidad y su
promoción; y tampoco es posible admitir que, desde la descripción y explicación
científicas, se pueda agotar el campo de la comprensión de los fenómenos humanos, ni que

181
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

se excedan los límites del campo de la neurociencia para hacer afirmaciones que pretenden
mostrar cómo quedan obsoletas e inútiles otras disciplinas como la filosofía.

La neurociencia debe trabajar, junto con otros saberes, ampliando nuestro


conocimiento sobre lo humano, y asumiendo un reto práctico: la construcción de un mundo
mejor. La neurociencia tiene ante sí un desafío formidable: además de describir y explicar
cómo funciona nuestro cerebro, debe asumir la responsabilidad de promover y orientar en
la “modelación” del cerebro, ofreciendo sugerencias sobre cómo potenciar el desarrollo
moral para lograr juicios más elaborados, propios del nivel postconvencional, sobre cómo
generar emociones compatibles con valores como la tolerancia, la compasión, la
solidaridad o la justicia, o sobre cómo incrementar la creatividad y la capacidad de
innovación para encontrar respuestas novedosas a los problemas éticos.

La apuesta por la mejora humana cobra así un nuevo sentido, innegable y necesario:
un mayor conocimiento exige un compromiso para hacer que los seres humanos puedan
desarrollar al máximo sus capacidades, cognitivas y afectivas. Puede ser discutible si esa
mejora debe realizarse sólo mediante la educación, la formación y el entrenamiento mental,
o si adicionalmente pueden emplearse modificaciones biológicas como los neurofármacos
o la implantación de dispositivos electrónicos, pero sin duda, es imprescindible lograr una
humanidad mejor, que no busque su destrucción sino su florecimiento.

Esta mejora debería darse en varios ámbitos. Tomando como base la propuesta de
D. DeGrazia, 320 se puede afirmar que la mejora ha de realizarse en tres niveles: (a) la
mejora motivacional, esto es, promover motivaciones y rasgos de personalidad que inviten
a hacer lo correcto. Este es el campo de las emociones, que deberían ser educadas hacia
decisiones que impulsen la justicia y la compasión. Esto debe ir acompañado –pues
irremediablemente, como hemos visto, lo emocional y lo racional caminan unidos— de (b)
una mejora de la introspección y el autoconocimiento, una mejor comprensión, al nivel
más cognitivo y racional, de lo que implican las acciones y las decisiones, de lo que resulta
más correcto. Y todo ello que conduce a (c) una mejora del comportamiento, más
conforme con las normas morales y con la promoción de valores.

182
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Sin duda, que existan normas morales y que deba realizarse “lo correcto”, promover
“lo justo” y buscar “el bien”, dista de aclarar cuáles son las conductas más adecuadas en
cada situación. El hecho de que podamos promover, principalmente a través de la
educación y el entrenamiento, actitudes y compromisos morales, no implica que vayamos a
lograr un acuerdo sobre lo que es correcto, o que vayamos a determinar de una vez por
todas cuál es la decisión más indicada en cada caso. Por eso el nivel de los contenidos
morales no puede estar predeterminado, y todos los esfuerzos que se hagan en intentar
deducir un elemento normativo de lo que ocurre, o traten de encontrar contenidos morales
específicos e innatos en nuestro cerebro, están abocados al fracaso. La multiplicidad de
modos de lo moral es enorme, y cada sistema de valores es deudor de los aprendizajes y
experiencias, de la cultura, las tradiciones y creencias, del lenguaje, e incluso de una
realidad histórica determinada.

Pero, además, es que la ética, por definición, es un saber de lo práctico. Tiene que
ver con la decisión y la acción humana adecuada a cada situación, en cada circunstancia,
valorando lo que está en juego en cada caso, y exigiendo, por tanto deliberación y
prudencia. Y como ya nos advirtiera Aristóteles, no existen verdades absolutas, es
necesario ponderar todo lo que está en juego. Para ello, nada mejor que un cerebro
entrenado, que tenga la capacidad de elaborar juicios morales complejos:

«deliberamos sobre las cosas que dependen de nosotros, y que no


son siempre invariablemente de una sola y misma manera; por ejemplo, se
delibera sobre las cosas de medicina, sobre las especulaciones de comercio y
sobre los negocios. Se delibera sobre el arte de la navegación más que sobre
el arte de la gimnástica, en la proporción que la primera de estas artes es
menos precisa que la segunda. Lo mismo sucede en todo lo demás; y se
delibera más sobre las artes que sobre las ciencias, porque aquellas
presentan más materia a la incertidumbre y al disentimiento.» 321

Podemos, y debemos, promover valores, actitudes y responsabilidad para tomar


decisiones en favor de sociedades que sean posibilitadoras de la convivencia, y
generadoras de nuevas ideas para seguir construyendo el futuro. La neurociencia nos da
claves fundamentales para saber cómo modular y modificar nuestro cerebro para lograrlo.

183
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

Esto significa que tenemos un compromiso por posibilitar el desarrollo de capacidades, de


mejorar lo que somos, para que, deliberando lo que conviene en cada situación, seamos
capaces de lograr, juntos, un mundo mejor. Ese es el reto que se le plantea a la
neurociencia para el futuro, y esa es su responsabilidad.

184
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

10. Conclusiones

1. La neuroética, en sus dos dimensiones, ética de la neurociencia y neurociencia de la


ética, es un campo en expansión que suscita importantes interrogantes relativos a
cuestiones que se inscriben dentro del terreno de la bioética, tanto en el ámbito de
la investigación como en el de la aplicación. Incorporan sin embargo una notable
novedad al tratar aspectos que dependen de y repercuten en conceptos
fundamentales de la reflexión filosófica, que constituyen, en buena medida las
bases de nuestra cultura.

2. Es esencial abordar los problemas neuroéticos, tanto por sus consecuencias sociales
y legales, como por sus influencias para tales conceptos fundamentales. Sin
embargo, es necesaria una exquisita atención a los muchos y complejos factores
implicados, y a las posibles malas interpretaciones que pudieran generar falsas
creencias, expectativas o miedos en el público.

3. La cuestión de la mejora cerebral se plantea actualmente a través de técnicas como


los neurofármacos o la estimulación cerebral. De fondo subyace la pregunta acerca
de la idoneidad de la modificación de la naturaleza humana. Los estudios de
neurociencia aportan datos de incuestionable valor para comprender mejor cómo
funciona el cerebro en la toma de decisiones morales, y hacen evidente su
plasticidad. Un enfoque educativo y cultural es el más apropiado para plantear la
posibilidad de una mejora moral.

4. Los estudios de neurociencia de la ética se pueden clasificar en tres grupos, en


función del elemento clave que analizan: los experimentos basados en las
emociones y su influencia en la moral, los que abordan la teoría de la mente y la
cognición social, y los que buscan los correlatos neurales de la toma de decisiones
en el razonamiento moral abstracto. Las investigaciones han puesto de manifiesto la
relevancia de la corteza prefrontal y otras áreas como la amígdala, el surco
temporal superior y otras en la elaboración de los juicios morales. Los circuitos
empleados en la emoción y en las funciones ejecutivas juegan un importante papel

185
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

en las decisiones morales. Sin embargo, no es posible definir áreas específicas para
lo moral, no existe el “lugar de la moral”, se podría decir que la moral está en todo
el cerebro.

5. Las emociones son esenciales en la cognición moral. Hay acuerdo en que son la
clave de la motivación, tienen que ver con los valores del grupo, y determinan las
decisiones morales. Sin embargo, existe un importante debate en relación al papel
de las emociones en la toma de decisiones morales. El modelo dual afirma que
existe un control cognitivo sobre las emociones. Sin embargo, otras aproximaciones
hablan de un intuicionismo moral que parece regido por las emociones. No hay
acuerdo sobre el papel de causa o consecuente de las emociones en el juicio moral.

6. Existe un peligro de reduccionismo en los planteamientos, que es preciso evitar a


toda costa. No es posible pensar que la descripción de los correlatos neurales del
juicio moral y la explicación del proceso de toma de decisiones en el cerebro
agoten la comprensión de un fenómeno complejo como la moralidad. En buena
medida en las investigaciones se evidencia un problema metodológico, tratando de
buscar patrones que predeterminen los comportamientos. La complejidad del tema
obliga a una escrupulosa tarea de análisis.

7. Las teorías éticas juegan una papel fundamental en el diseño de las investigaciones
sobre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética. Explicitarlas y tomar
conciencia de los compromisos que implican es imprescindible para abordar
adecuadamente estas cuestiones. No son adecuados los planteamientos simplistas
que califican las decisiones de los sujetos de experimentación como opciones
utilitaristas o deontológicas, sin analizar lo que implica asumir estas teorías, los
conceptos subyacentes, y la influencia en la interpretación de los resultados.

8. Las dificultades principales de los estudios que tratan de determinar los correlatos
neurales de la moral, especialmente cuando se plantean diseños experimentales con
dilemas hipotéticos, radican en su poca validez ecológica. Son poco realistas y, por
tanto, inadecuados para el estudio de la moral, que es un fenómeno complejo. Las
decisiones morales están influidas por multitud de variables que no pueden ser

186
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

incluidas en los estudios, por razones de limitación metodológica. Por ello, las
investigaciones sólo pueden aportar descripciones parciales que, en ningún caso,
explican la complejidad del juicio moral real.

9. La mayoría de los estudios existentes se dedica a buscar los sustratos del “cerebro
moral”, tratando de encontrar los elementos comunes, con una activación
homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto. A pesar de que pueda
existir ese elemento común, se observan también diferentes tipos de actividad
neural y procesamiento, que están influidos por factores contextuales, con sesgos
en función de cómo se presentan los estímulos a los sujetos de experimentación y,
sin duda, condicionados por diferencias culturales y también por características
personales como el estilo afectivo o las experiencias vividas.

10. Los contextos sociales y culturales son importantes para la toma de decisiones en el
ámbito de la moral. Cada vez se van presentando más estudios que analizan estos
factores. No obstante, los experimentos aportan datos respecto a zonas de
activación cerebral implicadas en los procesos de juicio moral, pero no abordan los
razonamientos, quedando una “zona oscura” en la investigación, que es sin
embargo de enorme interés. La experiencia subjetiva y el dato objetivo no pueden
ser analizados del mismo modo y es difícil establecer una correlación entre ellos.

11. Los estudios sobre neurociencia de la ética afectan a conceptos filosóficos como la
libertad y la voluntad. Se ha afirmado que el cerebro determina la conducta, y por
tanto no existiría la libertad. Pero es un error considerar que la toma de decisiones
no es libre si existe una causa. La voluntad libre consiste en el control que el agente
tiene de sus actos, deliberadamente, con conocimiento e intención. La libertad tiene
que ver con la posibilidad de controlar las acciones y decisiones, no con el hecho de
que tengan una causa.

12. Las investigaciones que buscan los correlatos neurales de la moral tienden a
incurrir en un materialismo radical, que ha dado lugar a una nueva versión del
naturalismo. Esta perspectiva trata de reducir todos los procesos mentales a sus
bases biológicas, de modo que la “naturalización” supone afirmar que la

187
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

neurociencia puede ofrecernos datos esenciales para explicar por qué tomamos
ciertas decisiones morales, ya que describe lo que de hecho se da en la realidad. El
problema de la naturalización reside en simplificar y reducir la realidad a lo
biológico, y en tratar de determinar lo correcto a partir de lo natural.

13. La descripción de la arquitectura y funcionamiento del cerebro no puede generar


normas. Esto supone incurrir en la falacia naturalista, tratando de deducir el deber
ser a partir de lo que es. La neurociencia no puede pretender estipular cuáles son los
contenidos morales correctos, ni prescribir cómo debe ser la toma de decisiones
morales. La neurociencia de la ética puede aportar información sobre la estructura
moral de las personas, pero en ningún caso sobre los contenidos morales. Por ello
es ingenua y errónea la pretensión de encontrar una ética universal con base
biológica.

14. La neurociencia de la ética aporta evidencias de que existe una conexión entre lo
cognitivo y lo emocional, y que esa relación tiene que ver principalmente con la
evolución del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar soluciones a las
dificultades de la vida en un contexto que es necesariamente social. La plasticidad
cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante de la
modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.
Los conocimientos que aporta la neurociencia pueden orientar en la “modelación”
del cerebro, ofreciendo sugerencias sobre cómo potenciar el desarrollo moral para
lograr juicios más elaborados, propios del nivel postconvencional, sobre cómo
generar emociones compatibles con valores como la tolerancia, la compasión, la
solidaridad o la justicia, o sobre cómo incrementar la creatividad y la capacidad de
innovación para encontrar respuestas novedosas a los problemas éticos. Lograr este
desarrollo de las capacidades humanas es la apuesta por la mejora humana que se
convierte en reto para el futuro.

15. El papel de los componentes emocional y racional en la vida moral ha sido


destacado por numerosos autores en la historia de la filosofía. La filosofía y la ética
son pertinentes a la neurociencia, y viceversa. La aportación de los resultados de las
investigaciones neurocientíficas sobre esta cuestión es una oportunidad para

188
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

desarrollar un fructífero debate interdisciplinar, cuyo objetivo ha de ser lograr una


descripción completa y compleja del fenómeno de la moral. La
interdisciplinariedad y la pluralidad de enfoques y perspectivas en el abordaje de
los correlatos neurales de la toma de decisiones morales es una característica
esencial de la neuroética. A pesar de lo mucho que han avanzado nuestros
conocimientos, lo más apasionante de la investigación sobre el cerebro es lo mucho
que nos queda por saber. El estudio aquí presentado abre muchas puertas para
seguir indagando, en ulteriores investigaciones, sobre las implicaciones que tiene el
conocimiento de las bases neurales del juicio moral en la reflexión sobre la ética, y
el modo de lograr una mejora moral a través de la educación.

189
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

11. Notas

1
Safire, W. (2003).
2
Safire, W. (2002) p.5.
3
Gazzaniga, M.S. (2006) pp.14-15.
4
Wolpe, P.R. (2004a).
5
Parens, E. & Johnston, J. (2007). Wilfons, B.S. & Ravitsky, V. (2005).
6
Roskies, A. (2002).
7
Roskies, A. (2006b).
8
Roskies, A. (2002).
9
Churchland, P.S. (1986). Churchland, P.S. (2002b).
10
Casebeer, W.D. & Churchland, P.S. (2003) p.171.
11
Changeux, J.P. y P. Ricoeur (1999).
12
A estas seis añaden también, algunos autores, otras dos disciplinas, más matizadamente: distinguen entre
psicología cognitiva y neuropsicología (siendo dos, por tanto, y no sólo una, psicología) por una parte, y
entre filosofía de la mente y epistemología evolucionista (en lugar de filosofía). Cf. E. García (2001).
13
Aunque dista mucho de ser favorable a los filósofos, M. Bunge también se manifiesta a favor de un
encuentro entre filosofía, psicología y neurociencias, ya que comparten algunos conceptos y principios, y
están necesariamente imbricadas. M. Bunge (1994).
14
X. Zubiri «Sentido de la vida intelectual». En: J.A. Nicolás & O. Barroso (eds.) Balance y perspectivas de
la filosofía de X. Zubiri. Comares. Granada, 2004. p.7.
15
Gazzaniga, M. (2006).
16
Gazzaniga, M. (2006) p.170.
17
Changeux, J.-P. & Ricoeur, P. (1999) p.32.
18
Evers, K. (2007). Evers, K. (2010).
19
http://www.sfn.org
20
Office of Technology Assessment (1984)
21
International Bioethics Committee UNESCO (1995)
22
Roskies, A.L. (2007).
23
Illes, J. & Raffin, T.A. (2002).
24
Cranford, R.E. (1989).

190
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

25
En concreto, Illes, J. y Raffin, T.A. se refieren a la contribución de P.S. Churchland en: Roy, D.J., Wynne,
B.E. & Old, R.W. (eds.) (1991).
26
Pontius, A.A. (1993).
27
Canli, T. & Amin, Z. (2002). Farah, M. (2002). Illes, J. & Raffin, T.A. (2002). Roskies, A. (2002). Rose,
S.P.R. (2002).
28
S. Marcus (ed.) (2002).
29
Illes, J. & Raffin, T.A. (2002) p.344.
30
Meeting of Minds European Citizens’ Panel (2006).
31
http://braininitiative.nih.gov
32
http://www.humanbrainproject.eu
33
Farah, M. (2005). Recoge aquí, de modo actualizado, lo que exponía en otro artículo anterior: M. Farah
(2002).
34
Illes, J. & Racine, E. (2005a). Esta es una versión simplificada de la tabla más completa que ellos
presentan.
35
Ethics and Humanities Subcommittee of the American Academy of Neurology (1998). Illes, J. (2004a).
Illes, J. (2003). Kulynych, J. (2002). Desmond, J.E. & Annabel Chen, S.H. (2002). Stevenson, D.K., &
Goldworth, A. (2002). Hinton, V. (2002). Rosen, A.C., Bokde, A.L.W., Pearl, A. & Yesavage, J.A. (2002).
36
Illes, J., Desmond, J.E., Huang, L.F., Raffin, T.A. & Atlas, S.W. (2002). Katzman, G.L., Dagher, A.P. &
Patronas, N.J. (1999). Kim, B.S., Illes, J., Kaplan, R.T., Reiss, A. & Atlas, S.W. (2002a).
37
Farah, M. & Wolpe, P.R. (2004).
38
Fischer, H., Wik, G. & Fredrikson, M. (1997). Johnson, D.L. ,Wiebe, J.S., Gold, S.M. et al. (1999).
Sugiura, M., Kawashima, R., Nakagawa, M. et al. (2000). Canli, T. & Amin, Z. (2002). Canli, T., Zhao, Z.,
Desmond, J.E. et al. (2001).
39
Phelps, E.A., O’Connor, K.J., Cunningham, W.A., et al. (2000). Hart, A.J., Whalen, P.J., Shin, L.M., et al.
(2000). Phelps, E.A. (2001).
40
Greene, J., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., et al. (2001). Phan, K.L., Wager, T., Taylor, S.F. &
Liberzon, I. (2002).
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Dumit, J. (2004).
42
Langleben D., Schroeder, L., Maldjian, J.A. et al. (2002). Lee, T.M., Liu, H.L., Tan, L.H. et al. (2002).
Cabeza, R., Rao, S.M., Wagner, A.D. et al. (2001).
43
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44
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45
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46
Canli, T. & Armin, Z. (2002). Buchanan, A. & Leese, M. (2001).

191
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

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Krawczyk, D.C. (2002).
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Denno, D. (2003). Garland, B., (Ed.) (2004).
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Mahli, G.S. & Sachdev, P. (2002).
50
Luria, A.R. (1968).
51
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52
Farah, M. & Root Wolpe, P. (2004). Kass, L. (2003). Fukuyama, F. (2002).
53
Butcher, J. (2003). Greely, H., Sahakian, B., Harris, J. et al. (2008).

54
Mehlman, M.J. (2004).
55
http://www.ritalinabusehelp.com/current-issues-in-ritalin-use. Acceso: 20 Abril 2013.
56
President's Council on Bioethics (2003).
57
"FAQ - Center for Cognitive Liberty & Ethics (CCLE)". General Info. Center for Cognitive Liberty and
Ethics. Actualizado: 2003-09-15. http://www.cognitiveliberty.org/faqs/faq_general.htm. Acceso: 3
Noviembre 2014.
58
Kramer, P. (1994).
59
Healy, D (2000).
60
Caplan, A. (2003).
61
Savulescu, J. (2012).
62
Savulescu, J. (2002).
63
Cfr. Feito, L. (2013) El debate ético sobre la mejora humana. Diálogo Filosófico 86, 267-90.
64
Marinoff, L. (2010).
65
DeGrazia, D. (2005a). DeGrazia, D. (2000). DeGrazia, D. (2005b).
66
Ricoeur, P. (1996).
67
X. Zubiri afirma que el hombre (el ser humano) siempre es el mismo, pero nunca es lo mismo. En este caso
se habla de unos rasgos de realidad humana como persona (“personeidad”) y de una concreción por
apropiación de posibilidades en forma de “personalidad”. Zubiri, X. (1994) Zubiri, X. (1986).
68
President’s Council on Bioethics (2003).
69
Pinker, S. (1995). Pinker, S. (2001). Pinker, S. (2003).
70
Cfr. Feito, L. (2008) «Cerebros de mujeres y cerebros de hombres ¿Conflicto de racionalidades?» En: L.
Feito (ed.) El conflicto de racionalidades. Madrid: Universidad P. Comillas. pp.205-215.
71
Pinker, S. (2005) Debate "The Gender of Gender and Science“ Universidad de Harvard. Recuperado de:
http://edge.org/3rd_culture/debate05/debate05_index.html

192
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

72
Ortega y Gasset, J. (2004) “Historia como sistema”. Obras Completas VI. Madrid, Taurus.
73
Zubiri, X. (2002) Sobre el problema de la filosofía y otros escritos (1932-1944). Madrid. Alianza. Pp.297-
8.
74
Zubiri, X. (1984) El hombre y Dios. Madrid. Alianza.
75
Goh, J.O.S., et al. (2010). Goh, J.O.S., et al. (2011).
76
Chiao, J.Y. (2010).
77
Chiao, J.Y., Bebko, G.M. (2011).
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Adolphs R (2009). Chiao JY, et al. (2009). 
X u X, Zuo X, Wang X, Han S (2009).
 Zhu Y, Zhang L, Fan
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79
Han, S. Et al. (2013).
80
Roepstorff, A. (2013).
81
Savulescu, J. (2012).
82
Savulescu, J., Persson, I. (2012).
83
Haidt, J. (2001).
84
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Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D. & Damasio, A.R. (1997). Christen, Y., Damasio, A. & Damasio, H.
(eds.) (1995).
85
Grattan, L.M. & Eslinger, P.J. (1992).
86
Grafman, J. et al. (1996).
87
Bechara, A. (2004).
88
Bechara, A., Damasio, H. & Damasio, A.R. (2000).
89
Granel, D., Bechara, A. & Denburg, N.L. (2002). Davidson, R.J. & Irrwin, W. (1999). Davidson, R.J.,
Jackson, D.C. & Kalin, N.H. (2000).
90
Adolphs, R. (2003).
91
Edwards, K. (1998).
92
Blakemore, S.J. & Decety, J. (2001). Gallagher, H. et al (2000). Fine, C., Lumsden, J. & Blair, R.J.R.
(2001).
93
Rilling, J.K. et al. (2002). Kahn, I. et al. (2002).
94
Baron-Cohen, S. (1995). Frith, U. (2001). St. George, M. & Bellugi, U. (eds.) (2000). Mitchell, D.,
Colledge, E., Leonard, A. & Blair, R. (2002).
95
Greene, J. & Haidt, J. (2002).
96
La diferencia entre juicios morales personales e impersonales hace referencia a la diferencia entre aquellas
violaciones morales que cumplen los siguientes requisitos: pueden causar daño serio a una persona en

193
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

particular, de modo que el daño no es resultado de desviar una amenaza existente a otra parte, que serían las
denominadas personales, y las que no cumplen tales criterios que serían las impersonales. Greene, J.D.,
Sommerville, R.B., et al. (2001).
97
Immordino-Yang, M.H. & Singh, V. (2013). Perry, D., Hendler, T., Shamay-Tsoory, S.G. (2011).
98
Moll, J., Eslinger, P.J. & de Oliveira Souza, R. (2001). Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Eslinger, P.J., et al.
(2002). Heekeren, H.R., Wartenburger, I., Schmidt, H., Schwintowski, H.P., Villringer, A. (2003).
99
Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Bramati, I.E. & Grafman, J. (2002). Harenski, C.L. & Hamaan, S. (2006).
100
Greene, J.D., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001).
101
Paxton, J.M. & Greene, J.D. (2010).
102
Mendez, M.F., Chen, A., Shapira, J. & Miller, B. (2005). Mendez, M.F., Anderson, E. & Shapira, J.
(2005). Mendez, M.F. (2006).
103
Anderson, S.W., Barrash, J., Bechara, A. & Tranel, D. (2006). Ciaramelli, E., Muccioli, M., Ladavas, E.
& di Pellegrino, G. (2007).
104
Bechara, A. & Damasio, A.R. (2005).
105
Young, L. & Saxe, R. (2008). Young, L., Cushman, F., Hauser, M., & Saxe, R. (2007).
106
Young, L., Camprodon, J., Hauser, M., Pascual-Leone, A. & Saxe, R. (2010).
107
Decety, J. & Lamm, C. (2007).
108
Blakemore, S.J. (2008).
109
Fumagalli, M., Ferrucci, R., Mameli, S. et al. (2010).
110
Finger, E.C., Marsh, A.A., Kamel, N. et al. (2006).
111
Avram, M., Hennig-Fast, K,, Bao, Y. et al. (2014).
112
Berns, G., Bell, E., Capra, C.M. et al. (2012).
113
Young, L. & Dungan, J. (2012). Zahn, R., de Oliveira-Souza, R., Moll, J. (2011).
114
McClure, S.M. et al. (2007) .
115
Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M., Cohen J.D. (2004).
116
Greene, J.D., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., Darley, J.M., Cohen, J.D. (2001).
117
Foot, P. (1967).
118
Thomson, J.J. (1976). Greene, J.D. (2008).
119
McClure, S.M., Botvinick, M.M., Yeung, N., Greene, J.D., & Cohen, J.D. (2007).
120
Naddelhoffer, T. & Feltz, A. (2008).
121
Avram, M., Hennig-Fast, K,, Bao, Y. et al. (2014).

194
Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

122
Greene, J.D. (2008).
123
Lo denomina así, por ejemplo, Pankseep, J. (1998). En la misma línea, que ha llegado incluso a trasladarse
al público no especializado pueden citarse obras como: Damasio, A. (1994). Goleman, D. (1996). LeDoux, J.
(1996).
124
Murphy, F.C. et al. (2000).
125
Granel, D., Bechara, A. & Denburg, N.L. (2002). Davidson, R.J. & Irrwin, W. (1999). Davidson, R.J.,
Jackson, D.C. & Kalin, N.H. (2000).
126
Davidson, R.J. (1998a). Davidson, R.J. (1994). Davidson, R.J. (1998b).
127
Harenski, C.L. & Hamann, S. (2005). Moll, J., De Oliveria-Souza, R., Eslinger, P.J. et al. (2002). Greene,
J., Sommervilles, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001). Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M.,
Cohen J.D. (2004). Heekeren, H.R., Wartenburger, I., Schmidt, H., Schwintowski, H.P., Villringer, A.
(2003).
128
A.R. Damasio. (1994). Damasio, H., Grabowski, T., Frank, R., Galaburda, A.M. & Damasio, A.R.
(1994). Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D. & Damasio, A.R. (1997). Christen, Y., Damasio, A. &
Damasio, H. (eds.) (1995).
129
Moll, J., Zahn, R., de Oliveira-Souza, Krueger, F., Grafman, J. (2005).
130
Bear, M.F., Connors, B.W., Paradiso, M.A. (2002).
131
LeDoux, J.E. (1987).
132
Miller, E.K., Cohen, J.D. (2001).
133
Harlow, J.M. (1868). A.R. Damasio. (1994).
134
Damasio, H., Grabowski, T., Frank, R., Galaburda, A.M. & Damasio, A.R. (1994).
135
Bechara, A., Damasio, A.R., Damasio, H., Anderson, S. (1994). Bechara, A., Damasio, H., Damasio,
A.R., Lee, G.P. (1999). Bechara, A., Tranel, D., Damasio, H., Damasio, A.R. (1996).
136
Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D., Damasio, A.R. (1997).
137
Aguado, L. (2002).
138
Damasio, A.R. (1994). Damasio, A.R., Tranel, D., Damasio, H. (1991). Damasio, A.R. (1998b).
139
Greene, J.D., Sommerille, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001). Moll,J., Eslinger, P.J., de Oliveira-Souza, R.
(2001).
140
Koenigs, M., Young, L., Adolphs, R. et al. (2007).
141
Bechara, A. & Damasio, A.R. (2005). Damasio, A.R. (1996). Damasio, A.R. (1994).
142
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Gallese, V. (2001). Posteriormente lo ha denominado también “costumbre intencional” (intentional
attunement): Gallese, V. (2006).
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Gracia, D. (2000). Gracia, D. (2001).
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Kahane, G., Wiech, K., Shackel, N. et al. (2012).
277
Kahane, G. & Shackel, N. (2010).
278
J.L.L. Aranguren (1958). Esta distinción tiene su origen en los trabajos de Xavier Zubiri y ha sido
desarrollada por Diego Gracia (1989).
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297
Damasio, A.R. (1994) p.14.
298
El libro de Damasio es una fuente inagotable de inspiración tanto para psicólogos, como para
neurocientíficos o filósofos, de ahí que sea cita obligada. Sobre el tema de su obra discuten por ejemplo:
Churchland, P.S. (2001). Martínez Sánchez, A. (2004). Bechtel, W. (1991). Ricoeur, P. & Changeux, J.P.
(1999). O el propio Damasio en obras posteriores: Damasio, A.R. (2001b).
299
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D.R. & Black, N.B. (2014).
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al. (2005). Lutz, A., Brefczynski-Lewis, J.A., Johnstone, T., Davidson, R.J. (2008). Hölzel, B.K., Carmody,
J., Vangel, M. et al. (2011).Tang, Y.Y., Hölzel, B.K., Posner, M.I. (2015).
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