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Por qué algunas personas, niños o adultos, logran salir adelante después de haber
sufrido situaciones adversas, traumatismos y amenazas graves contra su salud y su
desarrollo en tanto otras quedan seriamente afectadas para el resto de su vida?
Hace dos décadas esta pregunta produjo un cambio radical en la manera de encarar
las repercusiones personales y sociales que sufren los seres humanos después de
una crisis severa. Más que de una nueva forma de tratar el llamado estrés
postraumático, se trata de una mirada distinta acerca de la manera en que los
diferentes seres humanos afrontan las posibles causa de ese estrés: malas
condiciones y vejaciones en la familia, reclusión en campos de prisioneros,
situaciones de crisis, como las causadas por la viudez o el divorcio, las grandes
pérdidas económicas o de cualquier otra índole.
En lugar de preguntarse por las causas de la patología física o espiritual que esas
catástrofes generan, el nuevo punto de vista supone indagar de qué condiciones
está dotada esa minoría; por qué y de qué manera logra escapar a los males
propios de los llamados «grupos de riesgo”. De los núcleos más expuestos se
comenzó a trabajar con chicos de la calle y, dentro de ellos, con una minoría libre
de las patologías a las que la teoría y las estadísticas parecían condenados
fatalmente —alcoholismo delincuencia, adicción a las drogas, etc.—. Para
convenirse, en cambio, en seres predispuestos a llevar una vida de proyectos y
realizaciones en personas integradas y normales. Este fenómeno, denominado
“resiliencia”, hoy es objeto del creciente interés de parte de educadores,
psicoterapeutas y sociólogos. Se apunta a las potencialidades del sujeto (aquello
que puede hacer bien) que a un pronóstico que lo condena por sus «fallas de
origen” y al que sólo se puede ayudar rescatando a lo de lo que hace mal.
Todos los seres humanos somos dueños en mayor o menos grado de una capacidad
de resiliencia. Todos, niños y adultos, aprendemos a reponemos de las crisis, a
seguir adelante. El lenguaje, popular refleja muy bien el sentimiento de que sólo
hasta cieno punto somos vulnerables y que —salvo casos extremos— la gente se
recupera más tarde o más temprano: “La vida continúa” “hay que seguir tirando”,
“el mundo no se acaba’hoy”, etcétera. Pero, mientras existen seres dotados en alto
grado de una resiliencia natural, que a veces son vistos como invulnerables a la
adversidad, existen personas que por diversas causas se entregan a situaciones de
estrés cada vez más notables, que acaban en crisis depresivas o enfermedades
somáticas. «Es como si les faltaran elementos en la caja de herramientas de la vida
grafican muy bien las licenciadas Lea Teitelman y Diana Arazi, psicólogas y
docentes especializadas en esta nueva óptica que apuntala los aspectos más
positivos de la personalidad
1)La capacidad de juego. No tomarse las cosas tan a pecho que el temor impida
hallar las salidas. Y en esto e sentido del humor, el “mirar las cosas como desde el
revés de un larga vista permite tomar distancia de los conflictos. La creatividad, la
multiplicación de los intereses personales, los juegos de la imaginación relegan esas
causas de alarma a su justo lugar, relativizarlas para no deprimirse.
3)El auto sostén. Se puede resumir como un mensaje que la persona elabora
para si misma. “Yo sé que esto me va a pasar”, se dice ante un mal trance. O sea:
“Me quiero, confío en mí, me puedo sostener en la vida.
APRENDER DIVIRTIÉNDOSE
“La novedad que aporta la idea de resiliencia, corrobora la doctora Maria Cristina
Chardon, que investiga actualmente en temas de ‘educación y salud, es que se
dictan cursos a maestros y expertos en pedagogía para que enseñen a vivir de otra
manera. Es curioso que actualmente los docentes consulten ahora cómo transmitir
el sentido del honor, el gusto por el juego. »
La resiliencia es más que resistir a los embates, al temor a los riesgos, es tomar
cada circunstancia adversa como un desafío que pone a prueba todas las
potencialidades de un individuo. Reemplaza el temor a no poder por el aliciente de
pasar airosamente cada prueba. Toma ese reto como una diversión, no como una
desgracia que lleva ala consabida frase “Esto tenía que pasarme a mí”, pasando por
alto que a cualquiera le puede pasar de todo El sentido de la resiliencia ayuda
«abrir la puerta para ir a Jugar”. Vivir como dice Leopoldo Marechal: "Con ese
estricto sonido del juego que suele hacer de la pena la rosa"
Volviendo a los chicos de la calle, los que por su condición de tales suelen tener
mayores carencias (padres que se preocupen, maestros particulares, libros, lugar y
tiempo para estudiar), es muy interesante la experiencia que se lleva a cabo en
Chile. Se realizan talleres de circo con una frecuencia de tres horas un día por
semana. Durante estos talleres los participantes son capacitados en las siguientes
técnicas: malabarismo con clavas, pelotitas y argollas; acrobacia en el piso y saltos
en trampolines bajos; piruetas y juegos de clown. Todo en un ambiente de juego,
música y humor. Cuando los participantes alcanzan niveles de capacitación que les
permite elaborar y participar de números artísticos, éstos realizan presentaciones
en su comunidad. Aparte de lograr un medio de ida, los chicos se integran
fácilmente en la sociedad y al apartarse de un medio que los daña encuentran
incentivos para desarrollarse en otras direcciones. Otra manera de modificar sin
prédicas ni represión los hábitos negativos que los hacen sentir inferiores y
excluidos. “Los chicos podemos salir de la calle y dejar de metemos en problemas,
siempre que no den otros lugares por donde andar, un sitio para llegar y sobre todo
alguien que nos acompañe a caminar.” (Testimonio de un chico de la calle, citado
en varios trabajos sobre resiliencia.)
Un poco de historia
4 A tener nuestras propias necesidades, tan importes como las de los de demás
5 A experimentar y expresar nuestro pensamiento propio, así como a ser sus únicos
jueces.
11 A decidir qué hacer con lo que es nuestro, con nuestro propio cuerpo y nuestro
tiempo.
UN MODELO DE SUPERACIÓN:
Boris fue un niño judío nacido en Ucrania, que residía en Francia al comenzar La
Segunda Guerra Mundial. Cuando tenía seis años, logró escapar de un campo de
concentración nazi del que no saldría vivo ningún miembro de su familia. Durante
dos años vivió todo tipo de peripecias, hasta que finalmente fue instalado por la
Asistencia Pública en una granja para huérfanos. Allí pasó su infancia y parte de su
adolescencia.