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Revista Historia y Justicia

12 | 2019
Varia

Tensiones entre el cuidado antivenéreo y el


control de las corporalidades en la
Reglamentación de Casas de Tolerancia (Santiago
de Chile 1896-1925)
Tensions between the anti-venereal care and the control of corporalities in the
“Tolerance Regulation” (Santiago de Chile 1896-1925)
Tensions autour du soin antivénérien et contrôle des corporalités dans la
Réglementation des Maisons de Tolérance (Santiago du Chili 1896-1925)

Marlene Vera Gutiérrez

Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/rhj/1867
DOI: 10.4000/rhj.1867
ISSN: 0719-4153

Editor
ACTO Editores Ltda

Referencia electrónica
Marlene Vera Gutiérrez, « Tensiones entre el cuidado antivenéreo y el control de las corporalidades en
la Reglamentación de Casas de Tolerancia (Santiago de Chile 1896-1925) », Revista Historia y Justicia
[En línea], 12 | 2019, Publicado el 29 mayo 2019, consultado el 05 julio 2019. URL : http://
journals.openedition.org/rhj/1867 ; DOI : 10.4000/rhj.1867

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Tensiones entre el cuidado antivenéreo y el control de las corporalidades en ... 1

Tensiones entre el cuidado


antivenéreo y el control de las
corporalidades en la
Reglamentación de Casas de
Tolerancia (Santiago de Chile
1896-1925)
Tensions between the anti-venereal care and the control of corporalities in the
“Tolerance Regulation” (Santiago de Chile 1896-1925)
Tensions autour du soin antivénérien et contrôle des corporalités dans la
Réglementation des Maisons de Tolérance (Santiago du Chili 1896-1925)

Marlene Vera Gutiérrez

NOTA DEL EDITOR


Recibido: 21 de enero de 2019 / Aceptado: 05 de mayo de 2019

Introducción
1 La presente investigación tiene por objetivo problematizar la dicotomía que existe en el
Reglamento de las Casas de Tolerancia entre las características de cuidado y el control de
las mujeres que ejercían el comercio sexual en Santiago de Chile entre los años 1896 y
19251.
2 Por una parte, cuidado del contagio venéreo y de las condiciones sanitarias de los grupos
populares, a quienes las prostitutas pertenecían; por otra parte, el control ejercido que

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tendió a cercar/restringir las prácticas y espacios de las mujeres que vendían sexo en el
periodo mencionado. La pregunta acerca de las funciones del Reglamento surge a partir
de un trabajo previo en el que se buscaba comprender cómo era representada la
prostitución desde la perspectiva de las mismas mujeres que la ejercían2.
3 Una larga lista de investigadores ha puesto su atención en la importancia de las
corporalidades y de su construcción social en contextos determinados. Los cuerpos y su
posicionamiento en un rol social particular son fundamentales en las elecciones de los
mecanismos de control de los Estados3. Esta importancia radica en que, a partir de su rol
(como mujer, hombre, obrero, delincuente, madre, prostituta, por ejemplo) se puede
determinar e intentar controlar la utilidad económico-sexual productiva y reproductiva y
la utilidad social de los cuerpos4. Así, una serie de dispositivos de control, normalización y
disciplinamiento se materializan a través de medidas legislativas y judiciales que recaen
sobre los cuerpos, los espacios que habitan y sus prácticas. No obstante, de acuerdo con
autores como James Scott, Michel de Certeau y Josefina Ludmer5, los sujetos subalternos
desarrollan, ante estos intentos de control, determinadas prácticas de resistencia en los
mismos espacios sociales que habitan.
4 Por su parte, el análisis del comercio sexual y sus participantes en Chile ha cobrado mayor
relevancia investigativa en los últimos años6. La construcción de la figura de “la
prostituta” y de la práctica de la “prostitución” a lo largo de la historia ha respondido al
entramado de paradigmas y teorizaciones que rigen los discursos políticos y sociales de
un determinado contexto7. De este modo, la representación hegemónica del intercambio
sexo/dinero y de quienes participan de esta industria varían de acuerdo con su marco
contextual médico, legislativo, moral, etc.8. El siglo XIX marca, por su carácter higienista,
moralizador y proletarizador, un importante estigma en las mujeres que vendían sexo
posicionándolas en un espacio de subalternidad y criminalidad9. De ahí la importancia del
análisis de este periodo y la representación levantada en torno a estas mujeres.
5 Así, este trabajo se presenta como una contribución al desarrollo de estas dos áreas de
análisis: por una parte, analizo el Reglamento de Casas de Tolerancia como un dispositivo
de control de los cuerpos subalternos y criminalizados de las mujeres prostitutas de la
época. Y, por otra parte, es un acercamiento al modo en que el Reglamento de las Casas de
Tolerancia concibe la venta de sexo y establece límites para el comercio sexual, sus
espacios, sus sujetos y sus prácticas en Santiago de Chile.
6 Con el objetivo de problematizar las dicotomías presentes en el Reglamento de las Casas
de Tolerancia, realizo el análisis a partir del mismo documento conservado en el Archivo
Nacional Histórico. Este se encuentra impreso en una libreta sanitaria de prostitución 10 y
en cuya versión aparecen también los decretos de la alcaldía posteriormente añadidos a
las disposiciones iniciales. Para llevar a cabo la investigación utilizo las herramientas y
perspectivas del análisis de discurso11, considerando que las manifestaciones discursivas
ideológicas (legitimadas a través de las reglamentaciones, leyes, obligaciones, derechos,
etc.) se transforman en prácticas sociales reales para los sujetos de una sociedad 12. A
partir de esto, utilizo el Reglamento de las Casas de Tolerancia como un medio de análisis
tanto para la ideología que lo sustenta como para la realidad en la que se inserta.
7 A partir de lo mencionado, propongo que este documento reglamentario presenta
tensiones a partir de dos aspectos: la finalidad de cuidar la salud sexual de la población
evitando el contagio venéreo debía incluir a las prostitutas en sus procedimientos de
cuidado y tratamiento médico, por una parte13. No obstante, en la práctica, se conseguía
aislar y controlar a las prostitutas por su configuración como foco infeccioso, como

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sujetos-parias. Así, a través del Reglamento, se evidencian tanto las motivaciones médicas
higienistas de cuidado como la necesidad de mantener el cuerpo de la prostituta cercado
y controlado14, suprimiéndose su pertenencia al mismo grupo social que deben cuidar.
8 Para dar cuenta de estas tensiones, pongo en contraste el análisis del Reglamento de las
Casas de Tolerancia con algunas declaraciones de prostitutas conservadas en expedientes
judiciales15. En estos textos se pueden leer las versiones en primera persona de mujeres
que, dedicadas al comercio sexual, entregan sus propias perspectivas respecto de la vida
en el lupanar. Ya sea como testigos, acusadas o demandantes, a través de sus
declaraciones, es posible acceder a una mirada directa del interior del lupanar.
9 Para llevar a cabo este análisis, en la primera sección del artículo busco explicar, a partir
de un contexto higienista, reglamentario y conservador, cómo se construye
históricamente la figura de “la prostituta” y la necesidad de las elites médico/políticas de
normar estas corporalidades, aún más por ser corporalidades marginales, reprimidas 16,
como la de quienes vendían servicios sexuales. En la segunda sección describo y analizo el
Reglamento de las Casas de Tolerancia, considerándolo como un dispositivo legal que
permite el gobierno de un grupo social determinado y que, a su vez, legitima el
entramado ideológico que lo sustenta17. El tercer apartado se enfoca en la preocupación y
la necesidad surgida desde los médicos/higienistas de prevenir y curar las enfermedades
venéreas convertidas en uno de los grandes problemas que conllevaba la prostitución;
esto supondría una de las motivaciones principales para la implementación de un sistema
reglamentario respecto del comercio sexual en Chile. El cuarto apartado busca identificar
cómo el Reglamento cumplía funciones reales de control y limitación en los cuerpos,
espacios y prácticas de los sujetos relacionados con la incipiente industria del sexo de
fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Finalmente, establezco un análisis que
enfrenta ambas funciones (cuidado y control) dirigidas a un mismo cuerpo social: el del
prostíbulo.

1. Higienismo y conservadurismo: origen de las


políticas regulatorias del cuerpo de la prostituta
10 El Reglamento de las Casas de Tolerancia analizado en este trabajo no surge de manera
espontánea a fines del siglo XIX, sino que se plantea como una solución, desde la mira
higienista, a los problemas que traía consigo la prostitución en la época. La motivación de
su escritura y la necesidad de su implementación se sustentaron en la gran influencia de
los miembros del cuerpo higienista en las prácticas políticas de la época 18. Esta
preocupación por las políticas públicas nacía del convencimiento de que eran los
organismos estatales quienes debían hacerse cargo de la salubridad19. Tal convicción
llevó, incluso, a algunos médicos e higienistas a cumplir roles en cargos políticos 20.
11 Este grupo, que se configuraba como una elite en la sociedad, basaba su pensamiento en
un conjunto de creencias (transformadas, posteriormente en prácticas) acerca de “la
constitución de los organismos, la salud y el origen de las enfermedades”. Para
comprender en qué consistían sus ideas centrales, Mauricio Folchi las resume en cuatro
puntos principales: en primer lugar, consideraban que el estado de salud de las personas
se encontraba en directa relación con las condiciones ambientales en las que vivían; de
ahí la importancia de mantener espacios ventilados y lugares habitacionales limpios. En
segundo lugar, adherían a la teoría miasmática, considerando el miasma como un

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elemento dañino e invisible encontrado en el aire y emanado por diversos elementos


(agua putrefacta, elementos en descomposición, excrementos, entre otros); esto hacía que
los espacios populares fueran fundamentalmente insalubres bajo esta mirada. Una tercera
creencia era la seguridad de la posibilidad de impedir el contagio de las enfermedades; y
esto podía llevarse a cabo “ya fuera por la vía de la prevención del contagio (impidiendo
que los enfermos se mezclaran con los sanos), o por la vía de atacar los focos de las
enfermedades, mediante el saneamiento de los lugares potencialmente infecciosos”.
Finalmente, los higienistas afirmaban que era responsabilidad del Estado, a través de las
políticas públicas enfocadas en la salubridad, preocuparse por las condiciones de higiene
y salud de las personas; manifestaban, a través de esto, su preocupación y enfoque social 21
.
12 Las prácticas higienistas se encontraban dirigidas a mejorar las condiciones ambientales,
la salubridad y a fomentar la profilaxis, especialmente en los sectores populares de la
población (que no contaban con los medios para acceder a la incipiente y creciente
privatización de la cobertura médica)22. Este enfoque social23 los llevó a poner la mirada
sobre uno de los grandes problemas asociados con la prostitución: el contagio de
enfermedades venéreas y la naturalización con que este tipo de enfermedades eran
padecidas por las clases populares24.
13 Sostengo que es en este punto en que una de las primeras dicotomías surge desde la
misma ideología que sustenta el pensamiento higienista. A pesar de su constante
preocupación por la salud de los grupos sociales menos beneficiados y del mejoramiento
de políticas en materias de salud, su pensamiento se encontraba estrechamente ligado a
ideas conservadoras que discriminaban, criminalizaban y estigmatizaban ciertos
comportamientos dentro las costumbres de los mismos grupos populares. Así, dentro de
lo que se podría considerar como algunos elementos degenerativos de la raza se
encontraban, por ejemplo, la prostitución y el alcoholismo. Los discursos y perspectivas
que surgían desde las élites respecto de los grupos populares tendían a omitir la
multiplicidad de prácticas de “lo popular”, generando una tendencia a la
homogeneización y estigmatización de los espacios y prácticas del bajo pueblo 25. Se
generaba, de este modo, la tensión entre la constante preocupación de las condiciones de
salubridad de sectores populares y la condena moral, estigmas y prejuicios sobre el mismo
grupo social.
14 Basados en este entramado de prejuicios (clase, etnia y género), y sumando las corrientes
positivistas y darwinianas de las que provenían sus ideas relacionadas con la salud 26, los
miembros de las elites higienistas construyeron una imagen hegemónica tanto del cuerpo
femenino como el espacio habitado por este27.
15 La construcción de las corporalidades y su posicionamiento en un rol social particular
resulta fundamental para establecer cuáles son los espacios y las prácticas permitidos/
prohibidos para estos cuerpos28. En la Antigua Grecia, por ejemplo, la venta de servicios
sexuales se llevaba a cabo sin cargar con el estigma de la “mujer mala”; estas mujeres, de
hecho, compartían lugar en la sociedad con las otras mujeres (madres, hijas) e, incluso
gracias a su nivel de instrucción y tipo de servicios sexuales entregados, algunas de estas
mujeres eran las únicas en la sociedad que podían administrar sus propias finanzas y
participar en reuniones intelectuales masculinas29.
16 Así, de acuerdo con Melissa Gira Grant (2016), la palabra prostituir (en el inglés to
prostitute) se comenzó a utilizar en el siglo XVI con el sentido de “poner algo a la venta”,
que no fue, necesariamente, un servicio de tipo sexual. El cuerpo-paria y la sexualidad en

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desacato que les son atribuidos a las mujeres que venden sexo vinieron a instalarse en el
imaginario en el siglo XIX30 “en tanto producto de aquella institución que después llegó a
conocerse como prostitución”31. En contraste con la “mala mujer” o “prostituta” (que
recibía la condena moral de los grupos conservadores del siglo XIX), se encontraba la
“buena mujer” en su rol de “esposa” y “madre”, configurando la construcción del cuerpo
femenino aceptado, útil.
17 Entonces, la construcción de las corporalidades femeninas generaba el contraste entre la
figura femenina considerada como “aceptada” y una figura negativa de la feminidad que,
justamente, no se ajustaba al rol social impuesto a la mujer del siglo XIX: de madre y
esposa abnegada32 y centrada en las tareas de reproducción33.
18 La importancia que recibió la figura de “La Mujer” durante el proyecto ilustrado que
dirigía al país en este periodo fue fundamental en tanto la posicionaba como la principal
responsable del cuidado del hogar, el bienestar de su marido y la salud de sus hijos 34. Esta
responsabilidad familiar (y, por lo tanto, con el Estado), la obligaba a permanecer dentro
del modelo legítimo de familia nacional y a naturalizar lo que María Antonieta Vera llama
‘superioridad moral de la mujer’35.
19 De acuerdo con María Soledad Zárate (1995), las mujeres populares, en contraste con la
imagen hegemónica construida por las elites, eran poseedoras de un carácter más festivo,
extrovertido y alegre, actitudes por las cuales “eran calificadas de inmorales, prostitutas
y ‘aposentadoras de ladrones’ en sus ramadas”36. Además, en el proceso migratorio desde
los sectores rurales hacia las principales ciudades del país, el Estado otorgaba ‘mercedes
de sitio’, entregando la posibilidad a las mujeres solteras de “arrancharse” en sectores
urbanos, llegando a estar en esta situación dos tercios de la población urbana hacia 1850 37.
Así, las mujeres solteras arranchadas construirían “quintas” y “fondas”, que se
convertirían en espacios de entretenimiento, baile y, en algunos casos, comercio sexual,
incrementando su carácter “inmoral”. La imagen hegemónica construida en torno a las
mujeres populares, por lo tanto, se relacionaba de manera directa con la ausencia de
recato manifestada en las fiestas, bailes y en su carácter más expresivo.
20 Las prostitutas, por su parte, y justamente por representar lo opuesto a la ‘superioridad
moral’ del rol femenino, eran consideradas como mujeres degeneradas moralmente; la
prostitución se relacionaba directamente con “una ‘virulencia’ que aquejaba a las mujeres
abandonadas o poco instruidas; rescatarlas era un deber nacional”38. No obstante, como
ya he mencionado, el conflicto con el comercio sexual no solamente se desarrollaba en
torno a la condena moral que se levantaba en frente a este oficio, sino que, además, en
considerar a las prostitutas como un foco infeccioso de enfermedades venéreas 39 y, por lo
tanto, un peligro para la salubridad del cuerpo social.
21 El higienismo, por lo tanto, puso especial atención en esta “problemática social”, puesto
que los dos grandes conflictos relacionados con la prostitución eran de particular interés
de los miembros de este Panóptico higienista40: por una parte, era imperiosa la necesidad de
rescatar y regenerar moralmente a las mujeres ignorantes, degeneradas y abandonadas;
y, por otra parte, las condiciones de salubridad social se veían amenazadas por el
creciente contagio de enfermedades venéreas.
22 Los miembros pertenecientes al cuerpo higienista nacional buscaron distintos frentes de
acción para llevar a cabo su misión sanitaria y moralizadora. Su activa participación en
cargos políticos y la influencia de su pensamiento en las decisiones legales que se
tomaban en el país permitieron su intervención en la discusión respecto de la

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reglamentación de la prostitución en Santiago de Chile. Este deseo moralizador higienista


deviene norma a través del nuevo sistema de reglamentación implementado en 1896.
23 El Reglamento de las Casas de Tolerancia –afirmo –tras su interés de implementar
acciones sanitarias contra las enfermedades venéreas en cuidado de la población, esconde
su verdadera función: controlar los cuerpos, los espacios y las prácticas de las mujeres
que, habiendo ignorado su rol social impuesto, eran objetivadas como un peligro tanto
para la salud pública como para el orden social y moral del país.

2. El Reglamento de las Casas de Tolerancia y la


libreta sanitaria41
24 Como resultado de la preocupación higienista y del peligro para la salubridad nacional
que representaban las “mujeres degeneradas” se implementó en 1896 el Reglamento de
las Casas de Tolerancia. Esto ya que el entramado de saberes que sustentaba las
construcciones reglamentarias y judiciales en el siglo XIX opera sobre el “control y
protección sobre las conductas privadas de los ciudadanos”42. Así, este dispositivo
normativo43 consta de una primera versión que reglamentaría las condiciones para que se
lleve a cabo la prostitución y las prácticas tanto de regentes y prostitutas como del
dispensario municipal y médicos. Posteriormente, y de acuerdo con el análisis de aquellos
aspectos que habrían quedado fuera del marco regulatorio del Reglamento, distintos
“decretos de la alcaldía” se sumaron para complementar las primeras normas de 1896 y
disminuir tanto los espacios como las prácticas que se encontraban permitidos para las
prostitutas.
25 Describiré a continuación, para su posterior análisis, los principales artículos del
Reglamento de las Casas de Tolerancia que se encontraban dirigidos a los principales
sujetos involucrados en la venta de servicios sexuales y sus condiciones sanitarias: los/as
regentes de lupanares y casas de remolienda, los médicos y dispensario municipal y,
finalmente, las prostitutas.
26 Los regentes, de acuerdo con el Reglamento, eran los responsables de hacer cumplir las
disposiciones de este dentro de la casa de remolienda o lupanar que él/ella dirigiera. No
obstante, en su posición de dirección de un prostíbulo, utilizaban las normas del
Reglamento para justificar abusos o malos tratos en contra de las mujeres que trabajaban
en los espacios que ellos regentaban. Esto ocurría, por ejemplo, en el prostíbulo de
Armando Olivares44, en el que, de acuerdo con las declaraciones de más de 25 prostitutas
que allí ofrecían servicios sexuales, las mujeres se encontraban encerradas sin posibilidad
de salir o asomarse a la puerta bajo ninguna circunstancia. Frente a esta acusación, el
regente explicó45 que solamente se preocupaba de cumplir las disposiciones
reglamentarias que prohibían que las mujeres “se estacionen en las puertas, ventanas i
veredas de sus habitaciones”46, rehuyendo, de esta forma, la acusación de maltrato,
secuestro y encierro que algunas prostitutas hacían.
27 Los/as regentes, sostengo, se configuraban como una extensión del Reglamento dentro de
los burdeles, puesto que eran quienes estaban a cargo de corroborar el permanente
cumplimiento de las disposiciones. Esta función la llevaban a cabo no solo preocupándose
de que estas se respetaran (cuando eran de su conveniencia), sino que, además, pudiendo
actuar de manera abusiva utilizando como excusa el cumplimiento de los artículos del
Reglamento, tal y como se observó en el ejemplo.

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28 Por otra parte, eran los regentes de los lupanares quienes debían pagar por las visitas
médicas semanales que se hacía (obligatoriamente) a las mujeres que trabajaran en su
establecimiento (un peso por cada mujer examinada)47. Como es de esperar, quienes se
encontraban a cargo de los lupanares buscaban ganar dinero gracias al servicio sexual de
las mujeres y no perderlo en las visitas médicas, por lo que, de acuerdo a María Espinoza
(quien trabajara en el prostíbulo de Armando Olivares), no todas las mujeres eran
examinadas por el médico, por cuanto “Olivares es quien cura a las niñas de la casa que se
enferman de males venéreos haciéndolas sufrir mucho; y el médico municipal que va tres
veces por semana solo vé a las que están sanas, pues no les presenta a las demás” 48.
29 Esta práctica de “esconder” o de “no presentar” a las mujeres en las visitas médicas tenía
por objetivo, además del ahorro del costo del examen, que las prostitutas que padecían de
alguna enfermedad venérea no tuvieran que realizarse tratamientos médicos, sino que
pudieran seguir entregando servicios sexuales a pesar de su situación. Lo que da cuenta
de que, a pesar de que el regente tuviera el rol de ejecutor del Reglamento dentro del
lupanar, de acuerdo a su conveniencia también podía obviar ciertas disposiciones que no
le beneficiaban de manera directa o que podrían significar pérdidas monetarias para
ellos.
30 Además de estas tareas, quienes estuvieran a cargo de las casas de tolerancia debían
preocuparse por el cumplimiento de los aspectos más generales relacionados con los
lupanares: del registro inicial de este en la alcaldía; del registro del nombre, edad, estado
civil, ocupación anterior y la situación de alfabetismos o analfabetismo de cada persona
que residiera en su prostíbulo49; que el lupanar no se encontrara ubicado a menos de 150
metros de colegios, iglesias o cuarteles50; de la higiene y aseo del interior del espacio
dedicado al comercio sexual51; y de la prohibición del ingreso de niños mayores de 5 y
menores de 18 años al lugar (ya sea como prostitutas, como clientes o como hijo de
cualquiera de los anteriores)52.
31 Por otra parte, se encuentran aquellos artículos dirigidos a los encargados del aspecto
sanitario de este Reglamento. Desde los artículos 15 al 22 emitidos el 27 de marzo de 1896,
las disposiciones reglamentarias se encuentran dirigidas a las funciones que debían
cumplir los médicos en este intento reglamentario de la prostitución. Ahora bien, estas
ordenanzas, como veremos a continuación, se encuentran enfocadas más en controlar las
prácticas de las prostitutas que en las responsabilidades mismas de los médicos, quienes,
inicialmente y de acuerdo a las retóricas fundantes del higienismo, debían velar por la
profilaxis, el tratamiento de enfermedades venéreas y la prevención del contagio de las
mismas.
32 En primer lugar, el médico debía visitar las casas de tolerancia al menos una vez a la
semana, exceptuando los casos en que la Inspección Sanitaria solicitara mayor cantidad
de visitas por prostituta. Durante estos exámenes rutinarios, él era el responsable de
certificar que la mujer examinada correspondía con la identidad, fotografía y las
características entregadas en la libreta sanitaria, de esta manera, se evitarían los cambios
de identidad entre las mujeres de un mismo lupanar53.
33 En segundo lugar, debían llevar a cabo el examen ginecológico de la totalidad de las
mujeres que vivieran en el prostíbulo y prescribir “las medidas de higiene i de profilaxia
que estime convenientes para la salubridad de las casas de tolerancia i burdeles” 54. En el
caso de que una mujer se encontrara afectada de alguna enfermedad venérea contagiosa,
debía derivarla inmediatamente a un hospital para comenzar el tratamiento respectivo.

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Y, por el contrario, si las mujeres se encontraban en condiciones de salud positivas, se les


extendía un certificado “que acredite su buena salud, el cual llevará, además de la firma
del médico, un timbre o sello especial a cada médico i sin cuyo requisito no será válido” 55.
Este sello caducaba una vez pasados los 8 días, plazo en que el médico visitaría
nuevamente la casa y podría examinarla para corroborar si la mujer aún se encontraba
libre de enfermedades venéreas o si era necesario prescribir un tratamiento a causa de
algún contagio.
34 No obstante, el trabajo de visitas y revisión ginecológica, los profesionales que llevaban a
cabo la examinación no podían dar tratamiento médico a las mujeres que se encontraran
enfermas o que padecieran de algún contagio, sino que su función se limitaba únicamente
a diagnosticarlas. Esto generaba una interrupción en el trabajo médico, puesto que daba
lugar a irregularidades en el tratamiento de las enfermedades debido a los conflictos que
los/as regentes podrían generar para no perder los ingresos generados por una de las
mujeres (como ya he evidenciado con anterioridad).
35 Un ejemplo de esto se puede encontrar en el informe médico solicitado por el juez en el
caso de Armando Olivares, cuyo procedimiento consistió en llevar a cabo un examen
ginecológico y diagnóstico a las mujeres que trabajaban en dicho lupanar. El doctor Juan
Rawema, a cargo de este informe, antes de exponer caso a caso la situación de las mujeres
considera necesario introducir el texto con las siguientes palabras:
Creo oportuno y de algún interés dejar constancia en este informe de que en la
pieza en donde practiqué el examen, existe, además de la silla ginecológica a que
me he referido, y que es de una construcción burda, asemejándose a las de la misma
especie que usan los especialistas en enfermedades de señoras, aparatos e
instrumentos como espéculos, pinzas, sondas, estiletes, desinfectantes, etc. Todo lo
que se necesita para curaciones de enfermedades venéreas, como si se tratara de un
dispensario para este objeto.
Algunas asiladas me refirieron habían sido curadas por Armando Olivares y también
por una prostituta que lo secundaba en estas operaciones.
Este abuso, del cual le quiero llamar la atención de Ud.; se debe a la poca vigilancia
del respectivo servicio municipal. Es fácil suponer el daño que unos inexpertos
pueden causar en los órganos genitales de las mujeres56.
36 A través de este informe, del examen de las mujeres y de las declaraciones de las
prostitutas a lo largo de toda la investigación, se da cuenta de que el trabajo de los
médicos y del Dispensario Municipal no se ajustaba estrictamente a las disposiciones del
Reglamento. Además, queda en evidencia la facilidad con la que los/as regentes podían
pasar por alto tanto los diagnósticos como los tratamientos de las mujeres que se
encontraran enfermas demostrando la pérdida de efectividad de la “fiscalización” médica.
37 Los principales intereses higienistas y motores de impulso de este Reglamento (la
profilaxis del contagio venéreo, la salubridad de los espacios populares, el control médico
de las mujeres enfermas, entre otros) se veían interrumpidos por las prácticas concretas
que se llevaban a cabo en estos espacios y que no se condecían con los principios de
higiene y sanidad que se intentaban implementar.
38 Finalmente, el Reglamento se encontraba principalmente enfocado en las mujeres que
llevaban a cabo la prostitución. De este modo, establecía que las mujeres que se dedicaran
a la venta de servicios sexuales debían realizar una inscripción inicial en la Inspección
sanitaria y declarar, además de sus datos personales, el tipo de prostitución que llevaba 57
y las motivaciones para dedicarse a este oficio. Una vez completada la inscripción
obtendrían una libreta en cuyo interior se encontrarían sus datos, fotografía,

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características y estado de salud actual firmada por un médico semanalmente. La libreta


sanitaria se transformaba en una suerte de documento identitario/médico de las
prostitutas, pero que, al mismo tiempo, las encasillaba en un espacio criminalizado; era el
documento que evidenciaba su pertenencia al espacio clandestino y su desacato frente a
las normas morales y sociales que las condenaban. Esta primera disposición
reglamentaria (la inscripción) clasificaba a las prostitutas en tres tipos: aisladas, asiladas y
clandestinas58 (estas últimas podían trabajar de manera independiente o en un prostíbulo,
pero debían someterse, de igual modo a las disposiciones reglamentarias en caso de ser
descubiertas en su clandestinidad59).
39 Además, se establecía que, al momento de llegar a un lupanar a ofrecer servicios sexuales,
el regente debía anotar en una libreta una lista en que se encontraran todos los objetos
personales de la mujer60. Quedaba así en registro no solo su identidad, características,
retrato y estado de salud, sino que además todas las pertenencias de estas mujeres. A
través del registro de la información personal de las prostitutas, el control que podían
alcanzar las autoridades sobre este grupo de mujeres podía llegar a ser de un elevado
nivel61.
40 Luego de la primera publicación en 1896 en la que se establecían normas más bien
generales respecto de las responsabilidades de los regentes y de los médicos, se
implementaron nuevas reglas a través de un “decreto de la alcaldía” en 1899. Este decreto
venía a complementar aquellos aspectos que, luego de un primer periodo de aplicación
del Reglamento, se observaron débiles o carentes de control. Así, los seis artículos del
decreto se encontraban enfocados en restringir los espacios y las prácticas de las mujeres
que llevaran a cabo el comercio sexual.
41 Las nuevas disposiciones sumadas al Reglamento a través de este decreto buscaban cercar
los espacios de acción de las mujeres a través de la prohibición de estacionarse “en puertas,
ventanas i veredas de sus habitaciones”62 y de la obligación de mantener constantemente
cerradas las “puertas y ventanas a la calle de una casa de tolerancia”63. Además, se
sumaba el impedimento de la “intromisión o permanencia de prostitutas en lugares
públicos”64. Asevero que a través de estas disposiciones restrictivas referente a los lugares
permitidos/prohibidos se aislaba del exterior a las prostitutas, confinándolas a un solo
espacio estigmatizado y marginalizado: el prostíbulo.
42 El artículo final de este decreto de 1899 dictaminaba una multa de 20 pesos a las
“infractoras de cualquiera de dichas disposiciones”65, suma que equivalía,
aproximadamente al valor de una noche con una mujer en un prostíbulo66. Ante esta
situación es importante recalcar que las mujeres que trabajaban en un lupanar no
recibían directamente el dinero por los servicios sexuales entregados, sino que eran
regentes y proxenetas quienes administraban los ingresos, muchas veces dejando sin
ninguna paga a las mujeres que entregaban los servicios sexuales. Las mujeres, en muchos
casos, trabajaban a cambio de comida, vivienda y vestuario, sumidas en una situación de
alta precariedad y siendo prácticamente nulos los ingresos monetarios67. Por lo tanto, y
en este contexto, se veían impedidas de pagar el monto de las multas establecidas en el
Reglamento.
43 Más tarde, el 31 de octubre de 1902, se implementa un nuevo decreto proveniente de la
alcaldía en el que principalmente se profundiza y detalla el procedimiento y protocolo de
examen médico, diagnóstico y lugares de tratamientos de enfermedades venéreas68. No
obstante, se agregan dos artículos que dicen relación directa con las prácticas de control
hacia las denominadas “mujeres públicas”. El artículo seis decretaba que “ninguna asilada

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podrá abandonar la casa en que se encuentra sin previo aviso de ocho días a la Inspección,
indicando al mismo tiempo su nuevo domicilio”69. Es decir, el lugar de habitación de las
mujeres inscritas debía ser de conocimiento de la alcaldía y cualquier modificación no
solo debía registrarse, sino que anunciarse con anticipación, impidiendo cualquier
movimiento o cambio de casa de manera imprevista o no planificada. Por su parte, el
artículo siete, mencionado con anterioridad, establecía la obligación del regente de
mantener un inventario con las pertenencias de las mujeres. De este modo, a través de
este artículo, era posible mantener un control de los objetos que eran de su posesión y los
que iba adquiriendo una vez dentro del lupanar.
44 El 31 de diciembre de 1902 un nuevo decreto proveniente de la alcaldía se sumaba a este
Reglamento, esta vez orientado a normar a los cafés asiáticos que, hasta el momento, no
eran considerados dentro de los lupanares regidos por la reglamentación y habían
funcionado como prostíbulos clandestinos70. Las prohibiciones y normas reiteraban
aquellas establecidas para los lupanares, pero esta vez dirigidas a los cafés asiáticos 71,
quedando ahora dentro del espacio de control del Reglamento.

3. Lucha antivenérea a través del Reglamento de las


Casas de Tolerancia
45 Las enfermedades venéreas se constituyeron en uno de los grandes problemas sanitarios
de fines del siglo XIX y principios del siglo XX72. A raíz de esta situación, la preocupación
de los miembros del cuerpo higienistas iba dirigida tanto a la prevención como al
tratamiento de dichas enfermedades, además de fomentar la educación respecto de estas
en los sectores populares, quienes consideraban los males venéreos como parte normal de
su estado de salud73.
46 La preocupación respecto del contagio venéreo y, por lo tanto, la lucha médica, política y
social al respecto, comenzó en 1860 y, de acuerdo con Álvaro Góngora “se acentuó de
modo oficial a comienzos del siglo XX”74. El Reglamento de las Casas de Tolerancia surge
en 1896 con el interés principal de parte del panóptico higienista de controlar y disminuir la
transmisión de enfermedades venéreas75, relacionando directamente la prostitución con
este tipo de padecimientos y, objetivando el cuerpo de la prostituta como principal foco
infeccioso de este tipo de afecciones.
47 Los fines profilácticos, de cuidado y tratamiento del Reglamento han quedado de
manifiesto en los textos de higienistas de la época que con preocupación escribían acerca
del fenómeno de la prostitución. Esta preocupación se debía, por una parte, a asociar la
prostitución fundamentalmente con enfermedades venéreas y, por otra parte, por la
dificultad que históricamente había presentado este fenómeno para ser controlado y/o
eliminado en las sociedades.
48 Uno de los debates entre los miembros del cuerpo médico-higienista respecto de la venta
de sexo dice relación con el modo de enfrentarse a este fenómeno, destacando dos
posturas: abolicionista y reglamentarista. Hacia fines del siglo XIX y principios del siglo
XX, comenzaron a cobrar fuerza los argumentos abolicionistas en contraste con las líneas
de pensamiento que consideraban el reglamentarismo como la mejor manera de abordar
la prostitución y sus problemáticas. Estas dos posturas, cada una con sus argumentos, se
debatían no solo en el plano de las ideas, sino que la pugna iba dirigida a la modificación
de las legislaciones y las prácticas políticas.

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En referencia a las ideas abolicionistas, Álvaro Góngora comenta:


El abolicionismo criollo representó básicamente una posición “intolerante” de la
prostitución reglada, en cuanto fue el más enconado enemigo de la “casa”, y
condenó severamente la permisividad manifestada por la sociedad, máxime por sus
autoridades y ámbitos directivos, para con el oficio 76.
49 Al respecto, Jorge Aldunate, en el año 1921 (cuatro años antes de prohibirse la
prostitución), explicaba que “Esta es la corriente conservadora que busca que el Estado
declare ilegal la práctica de la prostitución. En otras palabras, busca que el Estado persiga
penalmente a las prostitutas, pero, sólo a ellas, y no a su clientela”77.
50 A continuación, presento algunos de los principales argumentos y opiniones de los
profesionales que defendían una postura reglamentarista. Es posible observar, a partir de
ellos, tanto las causas que motivarían la implementación de las disposiciones
reglamentarias como la funcionalidad y efectividad de estas.
51 El doctor Ramón Staforelli señalaba en la investigación encargada y revisada por el doctor
Luis Prunes, que “la reglamentación tiene por objeto aislar y tratar las prostitutas
contagiosas, con el fin de impedirles transmitir las enfermedades de que están afectadas”
78
. De acuerdo con Staforelli, este objetivo se esperaba cumplir a través de tres elementos
principales: la inscripción de las prostitutas, las visitas sanitarias efectuadas a las mismas
y la hospitalización y tratamiento de las mujeres que se encontraran enfermas. Este tipo
de argumentos eran los utilizados por el sector higienista que respaldaba la
reglamentación de la prostitución, considerándola un modo directo y efectivo de
preocuparse de este “mal social”. No obstante, al mismo tiempo, representa una
posibilidad de tratamiento médico para estas mujeres, pues a través de estas medias (el
aislamiento y tratamiento de las enfermas y la revisión semanal) sería posible, de acuerdo
con esta mirada, evitar el contagio hacia el resto de la población.
52 Por su parte, el doctor Octavio Maira, en su memoria para graduarse de licenciado en la
Facultad de Medicina y Farmacia (1887), decide trabajar con lo que denomina “una de las
más espinosas cuestiones sociales que pueden presentarse á la consideración del
higienista: la reglamentación de la prostitución pública”79. En esta tesis, además de
analizar la prostitución, sus causas y los datos recolectados en nuestro país al respecto,
explica en qué consiste el reglamentarismo y cuáles son los principales argumentos en
favor y en contra de este. En relación con la principal motivación del establecimiento de
un sistema reglamentario, Maira comenta:
Los filósofos como los legisladores, los gobernantes como los hombres de ciencia
han procurado en todo tiempo detener la propagación de las afecciones venéreas y
han dirigido contra la prostitución, fuente inevitable de contagio, todas sus
miradas. Hemos probado anteriormente que era imposible exterminarla y de
acuerdo con esta creencia los esfuerzos se han dirigido á detener su desarrollo y á
vigilar en la medida de lo posible el estado sanitario de las prostitutas. Esta ha sido
la causa principal de la reglamentación80.
53 La existencia permanente de mujeres que contravinieran los roles hegemónicos
impuestos y que representaran un foco infeccioso venéreo y social era el problema real
que los grupos higienistas deseaban combatir. La imposibilidad histórica de eliminar la
red social que sustentaba el comercio sexual en Chile los llevaba a proponer la
reglamentación como el mecanismo de control más adecuado. Por otra parte, la certeza
de la incapacidad estatal de erradicar la prostitución de manera definitiva lleva a las elites
a aplicar un sistema normativo municipal como solución al creciente problema moral y
venéreo81.

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54 Las acciones de fiscalización del cumplimiento de estas normas y disposiciones


reglamentarias correspondían tanto a médicos como policías. El rol principal que estos
grupos cumplían consistía en realizar las visitas semanales de las casas y la verificación
tanto de las condiciones sanitarias de las mujeres como del funcionamiento “legal” de las
casas de remolienda82.
55 Tres eran las principales acciones que estos “grupos fiscalizadores” debían verificar en su
cumplimiento: Primero, la inscripción de las prostitutas en la Inspección Sanitaria,
legalizando así su situación; segundo, las visitas médicas y revisiones ginecológicas
semanales; y, tercero, el tratamiento de las mujeres enfermas de males venéreos. No
obstante, y como se daba cuenta a través del informe del doctor Rawema presentado con
anterioridad, la efectividad de la aplicación de estas disposiciones era deficiente y las
prácticas de profilaxis, cuidado y tratamiento no siempre eran llevadas a cabo de la
manera reglamentaria exigida.
56 En este contexto, la discusión entre los discursos abolicionistas y reglamentaristas cobró
cada vez mayor relevancia en la sociedad y en las presiones higiénico-políticas por parte
de un grupo del cuerpo higienista nacional83. Una vez implementado el Reglamento de las
Casas de Tolerancia no se observó, por parte de los abolicionistas, una modificación
importante en masividad de las enfermedades venéreas en la población popular
(objetivando como responsable de esto a la prostituta), sino un aumento considerable de
ellas84 o en la cantidad de denuncias por desórdenes e inmoralidades relacionados con el
comercio sexual.
57 A partir de 1917, año en que se funda la Liga Chilena de Higiene Social (cuyos miembros
enarbolaban los argumentos abolicionistas como una de sus banderas respecto de la
prostitución), las ideas anti-reglamentaristas inundaban las campañas educadoras de esta
Liga. Buscaban, a través de estas campañas, sumar adherentes a su sistema de
pensamiento, por una parte, y, por otra, modificar el sistema reglamentario
implementando la abolición. Misión que lograron cumplir en el año 1925, cuando el
comercio sexual fue prohibido85.
58 Uno de los principales argumentos abolicionistas, expuesto por Octavio Maira en su
empeño por explicar estas ideas detractoras, consistía en poner en tela de juicio la
utilidad real de las disposiciones reglamentarias y, a la luz de su poca eficiencia, sostener
que era inútil en sus intentos por normar. Así, Explicaba Maira que los abolicionistas se
preguntaban: “¿de qué sirve el Reglamento cuando una pequeña parte solamente queda
sometida á sus disposiciones y la gran mayoría sigue ejerciendo su comercio sin que la
policía pueda inspeccionarla?”86.
59 Respecto de esta última aseveración, me atrevo a afirmar que, a través de este argumento
abolicionista se expresaba uno de los grandes conflictos políticos, médicos y sociales a la
hora de enfrentar la reglamentación de la prostitución: tanto las redes sociales que
sostienen el comercio sexual87 como el flujo económico que beneficia a sus participantes
son desarrollados y mantenidos bajo el manto de la marginalidad que impide, a través de
un muro que podríamos llamar “clandestinidad”, una real inserción estatal médica o
reglamentaria88.
60 De este modo, las ideas reglamentaristas y, por lo tanto, el sistema judicial reglamentario
fue sustituido por lo que, en ese entonces, los grupos abolicionistas creían sería la
solución al “problema de la prostitución”: la prohibición89.

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4. El Reglamento como instrumento de control de


actores, prácticas y espacios de la prostitución
61 La prostitución era un oficio que existía gracias a una red compleja de sujetos, espacios y
prácticas que sustentaban el sistema del comercio sexual y lo consideraban como un
negocio que, en la marginalidad, generaba beneficios económicos para cierto sector
popular de la población. Este espacio recibía la condena moral y social de los miembros
del grupo higienista del país a causa del no cumplimiento de los roles femeninos
establecidos en la sociedad para las mujeres de la época y también a causa de ser
considerado como el centro del contagio venéreo. En otras palabras, el mundo de la
prostitución representaba un peligro para el correcto funcionamiento de la república y de
sus fines modernizadores del sistema político, económico y social.
62 Frente a este cuerpo social que se levantaba como un espacio peligroso respecto de las
condiciones sanitarias y morales en la construcción del país, la solución surgida desde el
panóptico higienista y su influencia en las decisiones políticas fue el Reglamento de las
Casas de Tolerancia. Así, las ideas higienistas/conservadoras de las elites se
materializaron en los artículos de una norma que vendría a docilizar90 tanto los cuerpos
de las prostitutas como a la red compleja de sujetos que sustentaban el comercio sexual.
63 La norma, de acuerdo con Michel Foucault91, funciona como una herramienta utilizada
por las “sociedades de normalización” y que tiene una doble funcionalidad que la hace
efectiva al momento de su aplicación. Esta característica de doble implementación reside
en que “puede aplicarse tanto a un cuerpo al que se quiere disciplinar como a una
población a la que se pretende regularizar”92. Sostengo que esta particularidad es la que
permite al Reglamento alcanzar no solo a las mujeres cuyo oficio era la prostitución, sino
que al sistema que lo sustentaba (sujetos, espacios y prácticas del comercio sexual)
64 El flujo económico generado por el comercio sexual, además de la posición “inadaptada
moralmente” de las mujeres que participaban de esta red, representaba una posición de
desacato a las características tanto de la industria nacional incipiente como de los roles
de género establecidos de acuerdo al sistema sexo/género que regía el país. Los sujetos
que participaban de los mercados sexuales en Chile lo hacían, en ocasiones, para no
proletarizarse93, dejando de ser un aporte en la generación de ganancias y beneficios para
los grandes capitalistas de la sociedad, transformándose, de esta manera, en un problema
económico además de moral e higiénico.
65 El funcionamiento del comercio sexual como negocio que encuentra su nicho en la
clandestinidad se presenta como el escenario en el que se manifiestan las tensiones entre
las prácticas de los sujetos involucrados y los intentos regulatorios94 estatales para
controlar este espacio. Se manifiesta, así, lo establecido por Ana Gálvez, quien explica que
la aplicación concreta los dispositivos utilizados para normar los cuerpos “siempre debe
transar con los rechazos, distorsiones y artimañas de los sometidos, tratándose, más que
un avallasamiento, de un enfrentamiento entre discursos y prácticas sociales”95.
66 Esta tensión entre las normas jurídicas y las prácticas sociales se debe a que, dentro de su
espacio de subalternidad, los sujetos tienen la posibilidad de posicionarse en un lugar de
resistencia96. Así, a través de distintas prácticas, desde su misma posición paria, son
capaces de generar una infrapolítica que les permita mantener las apariencias
hegemónicas a la vez que resistir a estas imposiciones. Sostengo que esta sería una de las

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características del comercio sexual que, a pesar de los intentos normativos y


abolicionistas ha logrado, desde la marginalidad, instalarse en las distintas sociedades
adaptándose a los distintos marcos jurídicos y judiciales en que se insertan.
67 Presento a continuación de qué manera el Reglamento de las Casas de Tolerancia
estableció el control e intento de docilización de las prácticas de los sujetos, y de los
espacios en que estos habitaban. Pondré en tensión la motivación de cuidado sanitario del
cuerpo higienista presentada con anterioridad, en contraste con el funcionamiento de
norma regulatoria y disciplinaria97 sobre el comercio sexual.
68 El Reglamento de las Casas de Tolerancia, además de las disposiciones generales respecto
de los lupanares y sus características, entregaba una pauta que regulaba el
comportamiento de los sujetos relacionados con la prostitución.
69 Ciertamente cada uno de los actores que participaban del comercio sexual debía cumplir
con responsabilidades y respetar las normas impuestas a sus respectivos roles; no
obstante, de acuerdo a lo mencionado con anterioridad, tanto para los médicos como para
los regentes, las acciones exigidas por este Reglamento decían relación con el registro, la
fiscalización, el control de las prácticas y el tratamiento de las prostitutas. A partir de esto,
argumento que gracias a la reglamentación de la tolerancia, médicos y regentes se
convertían en extensiones del Reglamento dentro del lupanar (o de las habitaciones
independientes en que las mujeres ejercieran el oficio), en herramientas del ejercicio de
control municipal sobre la figura criminalizada de la prostituta.
70 Las funciones reglamentarias que cumplían los médicos98 los convertían en una suerte de
ente “fiscalizador” y responsable de mantener el registro y control de estas mujeres. Se
modifica, a través de estas prácticas, la función inicial de procurador de buena higiene y
salud, convirtiéndose en encargado de la inspección sanitaria semanal de los cuerpos
prostituidos. Por su parte, los regentes debían centrar su atención y rol fiscalizador en las
prácticas99 de las mujeres que vivieran en sus lupanares. Estas responsabilidades
transformaban a los regentes en una extensión del Reglamento en la casa de Tolerancia y,
además, les entregaba los espacios necesarios para pasar por alto los pocos derechos de
las mujeres, cuando esto fuera de su conveniencia100.
71 La prostituta era, por lo tanto, el sujeto sobre el cual recaían todas las responsabilidades,
limitaciones y normas. Estas mujeres no solo debían responder a las disposiciones del
Reglamento como instrumento coercitivo, sino que, además, enfrentarse a la fiscalización
y presión constante y diaria tanto de regentes como de médicos. Esto las posicionaba en el
último eslabón de la cadena social condenatoria construida sobre la imagen de las
prostitutas, disminuyendo al máximo tanto sus posibilidades de acción como de
habitación.
72 ¿Por qué era necesario este entramado de normas y sujetos colaboradores en las
funciones disciplinarias y restrictivas101 ante las prostitutas?
73 En primer lugar, se presentaban como una figura disidente y opuesta a la construcción de
la “superioridad moral femenina”102 que se había instalado desde los discursos elitistas;
criminalizando así no solo el comercio sexual, sino que específicamente a aquellas
mujeres que lo llevaban a cabo. En segundo lugar, el cuerpo de las prostitutas era
objetivado como el gran foco contagioso de enfermedades venéreas103; se levantaban,
entonces, como el gran problema de los padecimientos de salud sexual en la población. En
tercer lugar, el negocio del comercio sexual permitía que estas mujeres escogieran este
oficio como una posibilidad de resistir al trabajo proletarizado104; esto significaba un

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desarrollo económico al margen del crecimiento de la proletarización de la fuerza de


trabajo en Chile, dinero que no enriquecía a los dueños de las fábricas a través de la
plusvalía, sino que alimentaba la misma marginalidad que lo producía.
74 Establezco que son estos los tres motivos principales que llevan al Panóptico Higienista a
generar este cerco alrededor del cuerpo de las prostitutas. Así, el Reglamento no solo
sería una solución al contagio proliferado de las enfermedades venéreas y una acción de
cuidado sanitario de la población, sino que también se transformaría en un mecanismo
para normar y controlar las prácticas del comercio sexual. De acuerdo con Michel
Foucault, esta necesidad reglamentaria surge puesto que
el cuerpo está también directamente inmerso en un campo político. Las relaciones
de poder lo convierten en una presa inmediata: lo cercan, lo marcan, lo doman, lo
someten a suplicio, lo fuerzan a trabajos, lo obligan a ceremonias, exigen de él
signos. Este cerco político del cuerpo va unido, en función de relaciones complejas y
recíprocas, a la utilización económica del cuerpo105.
75 En el campo de poderes sustentados en las retóricas higienistas y moralizantes de este
contexto, el control de las mujeres que se dedicaban al comercio sexual se impuso a través
del Reglamento de dos principales maneras: registrando las identidades y características
de cada uno de ellos, por un lado, y cercando sus cuerpos y limitando sus prácticas en
espacios marginados, por otro lado.
76 En un primer aspecto, el registro de las mujeres se justifica a través de la necesidad de
clasificar y cuantificar tanto la cantidad de prostitutas y el tipo de prostitución que
llevaban a cabo, como la situación de salud de las mismas. No obstante, la obligación de
las estas mujeres no solo del registro de sus identidades, sino que de sus características
físicas y fotografía106, domicilio107, pertenencias108, entre otros datos de su vida personal,
revelan la necesidad de mantenerlas identificadas y localizadas en todo momento,
acentuando, a través de esta práctica, el carácter criminalizado construido en torno a las
prostitutas.
77 El registro no era una toma inicial de datos con fines administrativos o de cuantificación
del fenómeno de la prostitución (acciones que podrían haber significado un aporte real en
cuanto a la creación de políticas públicas relacionadas), sino que más bien un mecanismo
de identificación carcelaria con el fin de clasificar rasgos raciales, expresivos, indicadores
de clase, etc. Esta nueva zoología109, utilizada en el sistema de registro, posicionaba a las
prostitutas en la misma posición de criminalidad que los delincuentes que ingresaban al
sistema penitenciario hacia fines del siglo XIX en Chile.
78 En segundo lugar, tanto en el Reglamento como en los decretos de la alcaldía sumados
posteriormente, se hace especial énfasis a los espacios físicos que están permitidos y
prohibidos para las prostitutas. Es decir, luego de ser identificadas como sujetos abyectos
en la sociedad, sus espacios de movilidad eran restringidos y delimitados: las mujeres de
una casa de tolerancia tenían “estrictamente prohibido (…) que se estacionen en las
puertas y ventanas y veredas de sus habitaciones”110. Pero no solamente tenían la
obligación de mantenerse dentro de la casa, sino que además “las puertas i ventanas a la
calle de una casa de tolerancia deberán permanecer constantemente cerradas, o bien
provistas de una mampara que impida la vista al interior”111.
79 La identificación, diferenciación y valoración de los espacios públicos y privados, desde la
antigua Grecia112 en adelante han mantenido el espacio doméstico, privado y “femenino”
por antonomasia, como el lugar de las prácticas de reproducción y mantenimiento de la
vida, en contraste del espacio público y “masculino” que representa las actividades

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productivas de la sociedad113. Dentro de esta distinción y valoración de los espacios en que


los sujetos habitan, el espacio doméstico y privado, según Celia Amorós, se caracteriza
porque los sujetos (que ya se encuentran en una posición de subalternidad social al
habitar este espacio), pierden la posibilidad de reconocimiento individual, encarnando no
solo una posición abyecta, sino que anónima, viviendo en el espacio de las idénticas 114.
80 Las limitaciones espaciales y el aislamiento al que estaban sometidas las mujeres
convertían su espacio doméstico (que ya se caracterizaba por su doble funcionalidad en
tanto hogar y prostíbulo, casa y trabajo en un mismo lugar) en un espacio carcelario. Las
prostitutas se encontraban imposibilitadas no solo de salir, sino que era necesario
clausurar el contacto visual entre ellas y el exterior, enclaustrando a estas mujeres en un
espacio reprimido, oculto por la marginalidad y la imposibilidad del contacto con la
sociedad fuera del prostíbulo115.
81 El control del espacio que las prostitutas habitaban incluía, también los posibles
movimientos, cambios de lupanar o de ciudad. Así, las mujeres no tenían permitido dejar
las casas en las que trabajaran o vivieran “sin previo aviso de ocho días a la Inspección,
indicando al mismo tiempo su nuevo domicilio, bajo pena de multa por cada infracción” 116
. En otras palabras, no solamente vivían las prostitutas en espacios limitados y aisladas del
exterior, sino que además a causa de este “sistema de reclusión” planteado bajo la forma
de un Reglamento, debía conocerse su domicilio incluso con anticipación a la fecha de
cambio, cercando de manera absoluta los cuerpos y acciones de las prostitutas.

Conclusión
82 A la hora de analizar los distintos elementos que participan de la construcción del
comercio sexual en Chile, la mirada en perspectiva histórica permite comprender: por un
lado cómo se articulan las distintas retóricas para establecer representaciones
hegemónicas de este fenómeno; y, por otro lado, cómo estas retóricas son utilizadas como
mecanismos jurídico-normativos para controlas estas corporalidades parias. A partir de
esta idea, surge el análisis del primer intento normativo municipal del comercio sexual en
Chile: el Reglamento de las Casas de Tolerancia.
83 Las disposiciones de este Reglamento dan cuenta de las retóricas higienistas y
conservadoras que buscaban evitar el contagio venéreo a través de medidas médicas y
sanitarias de cuidado y tratamiento, pero que, al mismo tiempo, criminalizaban a las
mujeres que vendían sexo y las aislaban, cercando sus cuerpos y sus prácticas.
84 Frente a las inquietudes y preocupaciones de los miembros del cuerpo higienista, la
implementación de un Reglamento que regulara las prácticas y se utilizara con fines
profilácticos se presentó como la mejor opción. Inicialmente las enfermedades venéreas y
las condiciones higiénicas de los sectores populares era la motivación principal para el
establecimiento de estas disposiciones. No obstante, en base al análisis del mismo
Reglamento de las Casas de Tolerancia, afirmo que, en la realidad de los prostíbulos, el
efecto mayor, en contraste con el cuidado que pretendían dichas disposiciones, fue el de
controlar, cercar y limitar a las prostitutas.
85 La construcción de la imagen femenina surgida desde las retóricas higienistas en el país
relevaba en las mujeres un carácter moral superior117. Este se encontraba basado en su
capacidad reproductiva y de cuidado doméstico y familiar118, siendo la mujer “a quien se
le concedía un rol importante en la construcción del sistema ideológico como madre” 119.

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Las prostitutas, entonces, en tanto mujeres que vivían del comercio sexual, se levantaban
como las grandes representantes de la “inmoralidad” y la “vida licenciosa”, haciendo “un
escarnio de su dignidad de mujer”120. La criminalización de las prostitutas viene
acompañada de una condena moral que la convierte en un sujeto peligroso para los
estándares que las elites querían levantar. Tal y como menciona Carla Rivera, durante
este periodo, las mujeres en situación de criminalidad “irrumpen directamente contra las
normas jurídicas, sociales y morales vigentes que se relacionan con la maternidad y el
hogar, porque reniegan de su condición esencial: la biológica. Son presas de una prensa
cientificista que las transforma en seres monstruosos, no humanos”121.
86 Frente a esta representación hegemónica criminalizada y al desacato frente a este “deber
ser” de “la Mujer”, el Reglamento es la herramienta normativa122 que viene a poner los
límites permitidos a estas mujeres que se encontraban fuera de los parámetros sociales y
morales aceptados. En esta escritura y reescritura de los cuerpos, como construcciones
sociales123 en los distintos sistemas sexo/género124, sostengo que los cuerpos de las
prostitutas se construyen bajo la imagen de la criminalización y, a través del Reglamento,
son encarcelados dentro de los lupanares o habitaciones donde llevaban a cabo el
comercio sexual.
87 Por su parte, y de acuerdo con el estudio del Reglamento, puedo concluir que tanto para
los regentes como para el cuerpo médico (los otros sujetos a quienes va dirigido el
Reglamento) las normas y limitaciones dicen relación más con el registro y control de las
prácticas y espacios de las prostitutas que con las propias. Esto es, ambas figuras se
transforman en extensiones de las normativas en la casa, pudiendo aplicarlas o eludirlas
de acuerdo a su propia conveniencia.
88 En relación con las medidas de control establecidas por el Reglamento para las mujeres
dedicadas al comercio sexual, tanto el registro inicial, como las visitas médicas
permanentes y el estricto aislamiento al que estaban sometidas, funcionaban como
mecanismos para someter a las prostitutas a la sensación de constante vigilancia y
ejercicio de poder, bajo la mirada constante de regentes, policías y médicos. Así, los
grupos político/higienistas que establecieran estas disposiciones reglamentarias, se
transformarían en una suerte de panóptico higienista, como lo propone Ana Gálvez
Comandini125.
89 El rol fiscalizador, entonces, entabla una permanente tensión con el rol de profesional de
la salud preocupado de la profilaxis y el tratamiento de las enfermedades venéreas
(supuesta motivación principal del Reglamento). Los discursos higienistas con enfoques
sanitarios entran en una relación conflictiva con la realidad de la práctica médica en el
lupanar, revelando, de esta manera, el escaso uso de estos mecanismos con fines sanitaros
y, al mismo tiempo, los latentes objetivos de dominio sobre los cuerpos de las mujeres
resistentes a los roles impuestos para ellas.

Fuentes
90 Archivo Nacional Histórico de Chile, Fondo Judicial Criminal de Santiago, caja 2751,
expediente 14, 1909.
91 Archivo Nacional Histórico de Chile, Fondo Judicial Criminal de Santiago, caja 948,
expediente 1, 1909.

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NOTAS
1. Utilizo en este artículo tanto los conceptos de “prostituta” y “prostitución” como
pertenecientes a un imaginario histórico del siglo XIX y XX que responde a las discusiones frente
al comercio sexual de la época. Dejo fuera, entonces, la carga negativa y condenatoria que han
adquirido estas palabras en la actualidad dentro de algunas discusiones, considerándolas en su
carácter histórico.
2. Vera Gutiérrez, Marlene, Las prostitutas y su discurso: voces que emergen desde los archivos (Santiago
de Chile 1880-1925), Tesis de Magíster en Estudios de Género y Cultura, mención Humanidades,
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4. Fuster, Nicolás, El cuerpo como máquina. La medicalización de la fuerza de trabajo en Chile, Ceibo,
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Revista Nueva Antropología, México, Vol. 8, nº30, 1986, 95-145.
5. Scott, James, Los dominados y el arte de la resistencia, Ediciones Era, México, 2000; Ludmer,
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6. Rivera Aravena, Carla, “Mujeres malas. La representación del delito femenino en la prensa de
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Disciplina y desacato. La construcción de identidad en Chile, siglos XIX y XX, SUR, Santiago, 1995, pp.
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7. Bell, Shannon, Reading Writing and Rewriting the Prostitute Body, Indiana University Press,
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8. Villa Camarma, Elvira, “Estudio antropológico en torno a la prostitución”, Cuicuilco, México,


Vol. 17, 2010, pp. 157-179; Tirado Acero, Misael, “El debate entre prostitución y trabajo sexual.
Una mirada desde lo socio-jurídico y la política pública”, Revista de Relaciones Internacionales,
Estrategia y Seguridad, Vol. 6, 2011, pp. 127-148.
9. Bell, S., Reading, Writing, Op. Cit.; Gira Grant, M., Haciendo de puta, Op. Cit.
10. Archivo Nacional Histórico de Chile (ANHCh), Fondo Judicial Criminal de Santiago (FJCS), caja
(c) 2751, expediente (e) 14.
11. Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquets Editores, Buenos Aires, 1973; Van Dijk, Teun,
Ideología, Gedisa, Barcelona, 1999; Wodak, Ruth & Meyer, Michael, Métodos de análisis crítico del
discurso, Gedisa, Barcelona, 2003.
12. Van Dijk, T., Ideología, Op. Cit.
13. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit.; Staforelli, Ramón, La prostitución, sin dato,
Santiago, 1925; Maira, Octavio, La reglamentación de la prostitución desde el punto de vista de la higiene
pública, Tesis de pregrado en Licenciado en la Facultad de Medicina y Farmacia, Universidad de
Chile, Santiago, 1887.
14. Chartier, Roger, Escribir las prácticas, Op. Cit.; Foucault, Michel, Hay que defender la sociedad.
Curso del Collège de France (1975-1976), Akal, Madrid, 2003; Foucault, Michel, Vigilar y castigar, Op.
Cit.
15. Brangier, Víctor, & Morong, Germán, “Desde la justicia al abordaje historiográfico: los
expedientes judiciales-criminales decimonónicos del Archivo Nacional Histórico”, Historia Da
Historiografía, Ouro Preto, nº21, 2016, pp. 96-103; Derrida, Jacques, Mal de archivo: una impresión
freudiana, Editorial Trotta, Madrid, 1997; Farge, Arlette, La atracción del archivo, Edicions Alfons el
Magnánim, Valencia, 1991; Felman, Shoshana, Testimony: Crises of Witnessing in Literature,
Psychoanalysis, and History, Routledge, New York and London, 1992.
16. La categoría de “sujeto popular reprimido” instalada por Guillermo Sunkel cobra importancia
en la medida que las prostitutas y, en general, los sujetos relacionados a la prostitución se
encuentran fuera, incluso de aquellos grupos de izquierda obrera (populares representados), en
cuyos espacios de representación poseen la capacidad de emitir un discurso. No ocurre lo mismo
con los grupos populares no representados y reprimidos, quienes utilizan otros mecanismos de
sobrevivencia social y a quienes corresponden otras prácticas, espacios y conflictos. El estudio de
estos grupos, por lo tanto, debe responder a otra matriz de análisis que considere las diferencias
mencionadas. Al respecto, véase Sunkel, Guillermo, Razón y Pasión en la prensa popular. Un estudio
sobre cultura popular, cultura de masas y cultura política, Ocho Libros, Santiago, 2016.
17. Foucault, M., El orden del discurso, Op. Cit.; Van Dijk, T., Ideología, Op. Cit.
18. Araya, Claudia, “La construcción de una imagen femenina a través del discurso médico
ilustrado. Chile en el siglo XIX”, Historia, Santiago, Vol. I, Nº 39, enero-junio 2006, pp. 5-22; Durán,
Manuel, “Medicalización y disciplinamiento. La construcción higienista del espacio femenino.
1850-1920”, Nomadías, Santiago, nº9, 2009, pp. 123-139; Folchi, Mauricio, “La higiene, la salubridad
pública y el problema de la vivienda popular en Santiago de Chile (1843-1925)”, en López, Rosalba
Loreto, Perfiles habitacionales y condiciones ambientales. Historia urbana de Latinoamérica, siglos XVII-
XX, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 2007, pp. 361-390; Fuster, N. El cuerpo
como máquina, Op. Cit.; Gálvez, A. “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit.; Góngora, Á,
La prostitución en Santiago, Op. Cit.; Salinas Meza, René, “Salud, ideología y desarrollo social en
Chile, 1830-1950”, Cuadernos de Historia, Santiago, nº3, 1983, pp. 99-126; Vera, María Antonieta. “La
superioridad moral de la mujer. Sobre la norma racializada de la femineidad en Chile”, Historia y
Política, nº36, julio-diciembre 2016, pp. 211-240; Zárate, María Soledad, “Enfermedades de
Mujeres. Ginecología, médicos y presunciones de género. Chile, fines del siglo XIX”, Revista
Electrónica de Historia, 2001, pp. 1-30.
19. Folchi, M., “La higiene, la salubridad pública”, Op. Cit., p. 365.
20. Durán, M, “Medicalización y disciplinamiento”, Op. Cit., p. 124.

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21. Folchi, M., “La higiene, la salubridad pública”, Op. Cit., p. 364.
22. Salinas Meza, R., “Salud, ideología”, Op. Cit., p. 106.
23. Durán, M, “Medicalización y disciplinamiento”, Op. Cit.; Folchi, M., “La higiene, la salubridad
pública”, Op. Cit.; Fuster, N. El cuerpo como máquina, Op. Cit.
24. Francke Argel, Doménica, “Urbe moderna y espacio prostibular chileno: esbozando algunas
relaciones a partir de las propuestas higienistas del médico Octavio Maira (1887)”, Historia,
Santiago, Vol. 1, nº24, enero-junio 2017, p. 43; Gálvez, A. “Lupanares, burdeles y casas de
tolerancia”, Op. Cit.; Góngora, Á, La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 77.
25. León, Marco Antonio, Construyendo un sujeto criminal. Criminología, criminalidad y sociedad en
Chile. Siglos XIX y XX, Editorial Universitaria, Santiago, 2015.
26. Araya, C., “La construcción de una imagen femenina”, Op. Cit.; Durán, M, “Medicalización y
disciplinamiento”, Op. Cit.; Rivera Aravena, C., “Mujeres malas”, Op. Cit.; Stuven, Ana María,
“Modernidad y religión en Chile. La imagen de la mujer y su rol social durante el siglo XIX”. XIV
Jornadas de Historia de Chile, Santiago, 2001; Vera, M. A., “La superioridad moral”, Op. Cit.
27. Araya, C. “La construcción de una imagen femenina”, Op. Cit.; Durán, M, “Medicalización y
disciplinamiento”, Op. Cit.
28. Bell, S., Reading, Writing, Op. Cit.
29. Bell, S., Reading, Writing, Op. Cit; Wells, Jess, Herstory of Prostitution, Op. Cit.; Licht, Hans, Sexual
life in Ancient Greece, Routledge, New York, 2009.
30. Bell, S., Reading, Writing, Op. Cit; Gira Grant, M., Haciendo de puta, Op. Cit.
31. Gira Grant, M., Haciendo de puta, Op. Cit. pp. 36.
32. Araya, C. “La construcción de una imagen femenina”, Op. Cit.; Urriola, I., “Espacio, oficio y
delitos femeninos”, Op. Cit.; Stuven, Ana María, Modernidad y religión, Op. Cit.
33. Cisterna Jara, Natalia, Entre la casa y la ciudad. Las representaciones de los espacios público y
privado en novelas de narradoras latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX, Editorial Cuarto
Propio, Santiago, 2016; Rubin, G., “El tráfico de mujeres”, Op. Cit.
34. Vera, M. A., “La superioridad moral”, Op. Cit.; Zárate, M. S., “Enfermedades de mujeres”, Op.
Cit.
35. Vera, M. A., “La superioridad moral”, Op. Cit., p. 233.
36. Zárate, M. S. “Mujeres viciosas”, Op. Cit.
37. Pavez, J., “Comunidad e inmunidad sexual”, Op. Cit., p. 110.
38. Durán, M, “Medicalización y disciplinamiento”, Op. Cit., p. 128.
39. Gálvez, A. “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 75. Góngora, Á, La
prostitución en Santiago, Op. Cit
40. Ana Gálvez Comandini utiliza la idea del panóptico para denominar al “sistema sanitario/
legal que pretendía organizar y vigilar el mundo de la prostitución, por medio de agentes del
Estado que debían velar por el fiel cumplimiento de la ley”, Gálvez, A. “Lupanares, burdeles y
casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 74.
41. Tanto el Reglamento de las Casas de Tolerancia, como un ejemplar de una libreta sanitaria se
encuentran conservados en ANHCh, FJCS, c. 2751, e. 14. Sobre la evolución legislativa del
comercio sexual en Chile, véase Lampert, María Pilar; Cifuentes, Pamela & Vargas, Andrea,
Comercio Sexual, Informe ante la Comisión Permanente de Derechos Humanos, Nacionalidad y
Ciudadanía, del Senado, Santiago, 2014.
42. Cisterna Jara, N., Entre la casa y la ciudad, Op. Cit., p. 49.
43. Foucault, M., Hay que defender, Op. Cit.
44. Este proceso cuenta con la declaración de más de 25 mujeres que trabajaron en el lupanar de
Armando Olivares y Rosa Amelia Salazar. La investigación se llevó a cabo para indagar acerca del
posible asesinato de un militar a manos del regente. Las mujeres, entonces, en calidad de testigos,
cuentan sus experiencias, opiniones y percepciones sobre el homicidio, entregando también

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detalles de su vida cotidiana, sus prácticas, relaciones y proyecciones. Véase ANHCh, FJCS, c. 948,
e. 1, 1909.
45. ANHCh, FJCS, c. 948, e. 1, 1909.
46. Reglamento de las Casas de Tolerancia (Decreto de la alcaldía, 1899), artículo 1, ANHCh, FJCS,
c. 7251, e. 14, 1909.
47. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), “De los médicos” artículo 16,
ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
48. ANHCh, FJCS, caja 948, expediente 1. Declaración de María Espinoza.
49. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 2, ANHCh, FJCS, c. 7251,
e. 14, 1909.
50. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 13, ANHCh, FJCS, c.
7251, e. 14, 1909.
51. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 6, ANHCh, FJCS, c. 7251,
e. 14, 1909.
52. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 8, ANHCh, FJCS, c. 7251,
e. 14, 1909.
53. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), “De los médicos” artículo 18,
ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
54. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), “De los médicos” artículo 20,
ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
55. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), “De los médicos” artículo 17,
ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
56. ANHCh, FJCS, c. 7551, e. 14, Informe doctor Juan Rawema, 25 de enero de 1908.
57. Las mujeres que se dedicaban al comercio sexual lo hacían de dos modos: aisladas o asiladas.
El primer tipo de prostitución se llevaba a cabo en piezas arrendadas con este fin o en las mismas
casas de las mujeres; el espacio era propio y las ganancias de las mujeres eran administradas por
ellas mismas y no por un regente. Por su parte, la prostitución asilada se desarrollaba en casas de
remolienda y lupanares, en donde las mujeres habitaban bajo el mando de un regente que
administraba su tiempo, pertenencias y ganancias.
58. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 120.
59. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículos 10, 11, 12, ANHCh,
FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
60. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (31 de octubre de 1902), artículo
7, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
61. No obstante, de acuerdo con Marco A. León, las técnicas de recolección de información,
fotografía y administración de la documentación que se levantaba a partir de las técnicas de
identificación criminal eran aún incipientes durante el siglo XIX. Esto tuvo como resultado la
poca efectividad en el trabajo criminológico de las instituciones judiciales y penales. León M. A.,
Construyendo un sujeto criminal, Op. Cit.
62. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (29 de diciembre de 1899),
artículo 1, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
63. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (29 de diciembre de 1899),
artículo 2, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
64. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (29 de diciembre de 1899),
artículo 4, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
65. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (29 de diciembre de 1899),
artículo 6, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
66. ANHCh, FJCS, c. 948, e. 1. Declaración de José Barahona Flores, 4 de febrero de 1908.
67. ANHCh, FJCS, c. 948, e. 1. Declaración de Ester Marchant, 23 de enero de 1908. Las
declaraciones de las distintas mujeres que participaron del proceso judicial en este caso

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respaldan y reafirman el funcionamiento del sistema de pago dentro del lupanar. Afirmando
(quienes habrían trabajado en más de un prostíbulo) que era una práctica común dentro de este
espacio.
68. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (31 de octubre de 1902),
artículos 1-5, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
69. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (31 de octubre de 1902), artículo
6, ANHCh, FJCS, c. 7251, e. 14, 1909.
70. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 78.
71. Reglamento de las Casas de Tolerancia, decreto de la alcaldía (31 de diciembre de 1902),
artículo 6, ANHCh, FJCS, c. 2751, e. 14, 1909.
72. Francke Argel, D., “Urbe moderna y espacio prostibular”, Op. Cit.; Gálvez, A., “Lupanares,
burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit.; Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit.; Lampert,
M. P., et al., Comercio Sexual, Op. Cit.
73. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 77.
74. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 79.
75. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 75.
76. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 273
77. Aldunate Eguiguren, Jorge, El problema de la prostitución, Imprenta Universitaria, Santiago,
1921, p. 45. Actualmente, el paradigma abolicionista busca justamente lo contrario, penalizar la
compra de servicios sexuales, pero no la venta de ellos, ya que, bajo esta concepción, las
prostitutas serían víctimas de un sistema patriarcal capitalista que las esclaviza sexualmente. La
visión de Aldunate responde al actual paradigma prohibicionista que penaliza la compra, la venta
y la administración de servicios sexuales, mirada que criminaliza todos los roles de los
participantes de este grupo económico-social que configura la venta de sexo. El análisis de este y
otros paradigmas en torno a los modelos jurídicos que regulan el comercio sexual se puede
encontrar en mayor detalle en Villa Camarma, E., “Estudio antropológico”, Op. Cit.; Tirado Acero,
M., “El debate entre prostitución y trabajo sexual”, Op. Cit.
78. Staforelli, R., La prostitución, Op. Cit., p. 23.
79. Maira, O., “La reglamentación”, Op. Cit., p. 3.
80. Ibíd., p. 16.
81. Francke Argel, D., “Urbe moderna y espacio prostibular”, Op. Cit.
82. Francke Argel, D., “Urbe moderna y espacio prostibular”, Op. Cit., p. 43.
83. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 81.
84. Góngora, Á., La prostitución en Santiago, Op. Cit., p. 243.
85. Para un análisis más detallado acerca de los momentos y situaciones reglamentarias vividas
en Santiago de Chile respecto de la prostitución y cómo fue esto desarrollándose en el tiempo,
véase Gálvez, A. “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit.
86. Maira, O., “La reglamentación”, Op. Cit., p. 23.
87. Ayala, Ignacio, “Marginalidad social”, Op. Cit.
88. La clandestinidad y la marginalidad del comercio sexual en su sentido más amplio es una de
las grandes barreras a la hora tanto de reglamentar como de abolir este negocio. La historiografía
relacionada con la prostitución ha dado cuenta de la imposibilidad de contar con estadísticas
exactas de mujeres participantes en este oficio, de números de lupanares en las ciudades y de
cantidad de personas contagiadas de enfermedades venéreas, justamente a causa de la condena
moral y la criminalización que existe en torno a la entrega de servicios sexuales pagados. Así lo
han declarado tanto los médicos de la época, enfocados desde distintas perspectivas en esta
temática (Aldunate Eguiguren, 1921; Azcarrunz, 1901; Maira, 1887; Prunes, 1926; Staforelli, 1925,
entre otros), como quienes se han dedicado a reconstruir los distintos aspectos de la prostitución
en Chile en la actualidad (Ayala, 2015; Canales, 2005; Gálvez, 2014; Góngora, 1999; Hutchinson,
1998)

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89. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 81.
90. Foucault, M., Vigilar y castigar, Op. Cit.
91. Foucault, M., Hay que defender, Op. Cit.
92. Foucault, M., Hay que defender, Op. Cit, p. 229.
93. Esta realidad se ve reflejada en la Boleta de Inscripción perteneciente a Blanca Maldonado (20
años) quien, frente a la pregunta de los motivos que la llevan a trabajar en el comercio sexual,
responde que es “por no desear trabajar”. ANHCh, FJCS, caja 948, expediente 1, 2 de febrero de
1907. Ciertamente, la realidad de las mujeres que se dedicaron a la prostitución es compleja y
diversa, existiendo muchos motivos, entre ellos destacó el contexto de pobreza en el que se
encontraban. Al respecto, véase Zavala, Emelina, La prostitución en Valparaíso entre los años
1890-1910. La visión de la prostituta, Tesis de Magister en Historia, Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso, 2007. No obstante, uno de los resultados obtenidos de mi tesis de magister titulada
Las prostitutas y su discurso: voces que emergen desde los archivos. Santiago de Chile 1880-1925, dice
relación justamente con la capacidad agente de las mujeres de escoger la prostitución (en lugar
de la lavandería, servicios domésticos, costura, ente otros oficios) como medio de ingreso
económico a causa del mayor beneficio que este les entregaba: a las prostitutas asiladas les
aseguraba una casa, alimentación y vestuario; mientras que a las aisladas cierta libertad
económica y espacial al ser administradoras de su tiempo, vivienda y trabajo. Es importante dar
cuenta de la multiplicidad de experiencias de estas mujeres (entre las que se encuentran tanto la
trata de personas y el abuso, como la voluntariedad y agencia), posicionando, en este caso
particular, el análisis desde la perspectiva de estas últimas: participantes activas y voluntarias del
comercio sexual.
94. Chartier, R., Escribir las prácticas, Op. Cit., p. 45.
95. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 74.
96. Scott, J, Los dominados y el arte, Op. Cit.; Ludmer, J, “Las tretas del débil”, Op. Cit.; Certeau de,
M., La Invención, Op. Cit.
97. Foucault, M., Hay que defender, Op. Cit, p. 229.
98. El registro por parte de la Inspección Sanitaria; la comprobación de identidad y
características semanalmente a través de la libreta sanitaria; las visitas ginecológicas; la
actualización de la situación sanitaria de cada una de ellas, entre otras.
99. Inventariar sus pertenencias; impedir que las mujeres se asomaran a puertas o ventanas del
recinto; controlar los posibles desórdenes dentro del prostíbulo, prohibir la salida de las mujeres
al exterior, etc.
100. El análisis de las declaraciones de las prostitutas que trabajaban en el lupanar de Armando
Olivares y Rosa Amelia Salazar da cuenta de cómo los/as regentes utilizaban las disposiciones del
reglamento para abusar de la relativa libertad que las prostitutas tenían viviendo en una casa de
tolerancia. Este abuso y maltrato se llevaba a cabo a través de la imposibilidad de salir de la casa,
requisar las pertenencias de las mujeres y entregarles vestuario insuficiente, entre otros actos de
violencia infligidos a las prostitutas. Véase ANHCh, FJCS, c. 948, e. 1, 1909. Esta información se
puede obtener de las declaraciones de Prácedes Rubio Lagos (28 de enero de 1908), Ester
Marchant (23 de enero de 1908), Carmen Díaz Román (23 de enero de 1908), Elvira Carrera
Manzanares (29 de enero de 1908), entre otras.
101. Chartier, R., Escribir las prácticas, Op. Cit.; Foucault, M., Vigilar y castigar, Op. Cit.; Foucault, M.
Hay que defender, Op. Cit.
102. Vera, M. A., “La superioridad moral”, Op. Cit.
103. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit.; Rivera Aravena, C., “Mujeres
malas” Op. Cit., p. 92.
104. Ayala, I., “Marginalidad social”, Op. Cit.
105. Foucault, M., Vigilar y castigar, Op. Cit., p. 35.

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106. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 2, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
107. Reglamento de las Casas de Tolerancia (27 de marzo de 1896), artículo 3, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
108. Reglamento de las Casas de Tolerancia (31 de octubre de 1902), artículo 7, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
109. Foucault, M., Vigilar y castigar, Op. Cit. pp. 234-236.
110. Reglamento de las Casas de Tolerancia (29 de diciembre de 1899), artículo 1, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
111. Reglamento de las Casas de Tolerancia (29 de diciembre de 1899), artículo 2, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
112. Habermas, Jürgen, Historia y Crítica de la opinión pública, Gustavo Gili, Barcelona, 1999, p. 43.
113. Arendt, Hannah, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 45-47; Cisterna Jara, N.,
Entre la casa y la ciudad, Op. Cit.
114. “…el espacio privado, en oposición al espacio de los pares o iguales, yo propongo llamarlo
espacio de las idénticas, el espacio de la indiscernibilidad, porque no hay nada sustantivo que
repartir en cuanto a poder ni en cuanto a prestigio ni en cuanto a reconocimiento, porque son las
mujeres las repartidas ya en este espacio” Amorós, Celia, Participación, cultura política y Estado,
Editorial de la Flor, Buenos Aires, 1990, p. 10.
115. Respecto de este tratamiento del espacio prostibular y la reclusión de las mujeres dedicadas
al comercio sexual, Ana Gálvez comenta: “Este decreto lo que hace es invisibilizar y excluir de la
vida cotidiana y citadina a la prostitución ya que cualquier manifestación pública del oficio era
considerada una grave ofensa contra el orden moral imperante” Gálvez, A., “Lupanares, burdeles
y casas de tolerancia”, Op. Cit., p. 77.
116. Reglamento de las Casas de Tolerancia (31 de octubre de 1902), artículo 6, ANHCh, FJCS, c.
2751, e. 14, 1909.
117. Vera, M. A., “La superioridad moral”, Op. Cit.
118. Araya, C., “La construcción”, Op. Cit.; Durán, M, “Medicalización y disciplinamiento”, Op.
Cit.; Stuven, A. M., Modernidad y Religión, Op. Cit.
119. Durán, M, “Medicalización y disciplinamiento”, Op. Cit., p. 125.
120. Maira, O., “La reglamentación”, Op. Cit., p. 24.
121. Rivera Aravena, Carla, “Mujeres malas”, Op. Cit., p. 92.
122. Foucault, M., Hay que defender, Op. Cit.
123. Cisterna Jara, N., Entre la casa y la ciudad, Op. Cit., p. 46; Butler, Judith. “Variaciones sobre
sexo y género: Beauvoir, Wittig y Foucault”, en Lamas, Marta, El género: la construcción cultural de
la diferencia sexual, Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa, México DF, 1996, pp. 312-313.
124. Utilizo el concepto de “sistema sexo/género” explicado por Gayle Rubin, el cual incluye
tanto los modos de reproducción económica y sexual, como el pensamiento y estructura social
patriarcal. Al respecto, véase Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía
política del sexo”, Revista Nueva Antropología, nº30, 1986, pp. 103-106.
125. Gálvez, A., “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia”, Op. Cit.

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RESÚMENES
Este artículo problematiza las funciones de cuidado y control del “Reglamento de las Casas de
Tolerancia” en Santiago de Chile, entre los años 1896 y 1925. Sostengo que, tanto el mencionado
Reglamento como la libreta sanitaria cumplieron una doble funcionalidad: por una parte, cuidado
y prevención de enfermedades venéreas y de la condición médica de las prostitutas; mientras
que, por otra, regulación y control de las prácticas, los cuerpos y los espacios que estos habitan.
Explico cómo el Reglamento de tolerancia delimitaba el cuerpo de las prostitutas, a partir de qué
mecanismos lograba cercarlo y aislarlo para mantenerlo en un espacio de marginalidad y otredad
y cómo éste influía en las prácticas cotidianas, laborales y personales de estas mujeres.

This article addresses the functions of medical care and control of the body displayed in the
“Tolerance Houses’ Regulation” in Santiago de Chile between 1896 and 1925. I argue that both the
Regulation and the sanitary notebook fulfill a dual function: on one hand, care/prevention of
venereal diseases and, therefore, the medical condition of prostitutes, and, on the other hand,
regulation and control of practices, bodies and places they inhabit. I explain how the “tolerance
regulation” delimits the body of prostitutes, through mechanisms that managed to surround and
isolate it in order to maintain it in a space of marginality and otherness. I show how this
influences the life, work and personal practices of these women.

Cet article problématise les fonctions de soin et de contrôle du « Réglement des Maisons de
Tolérance » à Santiago du Chili entre 1896 et 1925. Je soutiens que aussi bien le réglement en
question que le livret sanitaire ont une double fonction : soin et prévention des maladies
vénériennes et situation médicale des prostituées, d’une part ; régulation et contrôle des
pratiques liées aux corps et aux espaces qu’ils habitent, d’autre part. J’explique comment le
Réglement de tolérance définit le corps des prostituées, de façon à l’enfermer dans un espace de
marginalité et d’altérité. Cette délimitation du corps influe sur les pratiques quotidiennes, de
travail ou personnelles, de ces femmes.

ÍNDICE
Mots-clés: prostitution, politiques régulatoires, travail sexuel, tolérance, Santiago du Chili
Keywords: prostitution, regulatory policies, sex work, tolerance, Santiago de Chile
Palabras claves: prostitución, políticas regulatorias, comercio sexual, Reglamento de tolerancia,
Santiago de Chile

AUTOR
MARLENE VERA GUTIÉRREZ
Magíster en Estudios de Género y Cultura, mención Humanidades, Universidad de Chile. El
presente artículo profundiza algunos temas abordados en mi tesis de Magíster, titulada Las
prostitutas y su discurso: voces que emergen desde los archivos. Santiago de Chile 1880-1925, cuya

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investigación fue financiada por el FONDECYT Regular n°1161532, “Hacia una sociología de la
cultura popular ausente. Corporalidad, representación y mediatización de ‘lo popular reprimido’
y ‘lo popular no representado’ en Santiago de Chile (1810-1925)”, a cargo de Chiara Saez-Baeza.
Correo electrónico: mgp.vera[at]gmail.com

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