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El Niño que Domó el Viento – Ensayo – Karen Rico Díaz

El niño que domó el viento nos habla de lo que pasa cuando se reúne el talento, el
conocimiento y la necesidad. Una aldea en la República de Malaui padece sequía en sus
cosechas. Mientras Trywell (Chiwetel Ejiofor), un hombre de familia, lucha por mantener
viva a su familia en un ambiente de hambre y desesperación, su talentoso hijo William
(Maxwell Simba) tiene la oportunidad de ir a la escuela algunos días, donde encuentra un
libro sobre energía eólica que salvará a su aldea de una muerte segura. Pese a la
desconfianza de su padre, la necesidad y el talento de William lo llevan a construir la
primera turbina de energía eólica de la aldea.
El conocimiento frente a la opresión
William es expulsado de la escuela a los pocos días por no pagar la matrícula, negándole
así el acceso a la biblioteca y a sus profesores cuando más los necesita. A pesar de estar
sumido en un sistema opresor en el que se le niega la educación, su talento lo lleva a
buscar los recursos que necesita para aprender: se infiltra en la biblioteca y consulta a su
profesor para conseguir la información que le faltaba.
Cuando termina de construir el molino, su padre le dice “A donde quiera que vayas, ve a la
escuela”, haciendo referencia a que el conocimiento está en donde sea que lo busques. El
niño que domó el viento demuestra que la información es poder y que, algo tan simple
como un libro, hace la diferencia en un mundo donde reina la ignorancia.
Inspiradora pero real
La película está dotada de una crudeza que no se romantiza en ningún momento. Muestra
un conflicto político y social decepcionante, pero a la vez transmite una resolución
realista. Libre de deux ex machina y de finales milagrosos que dejan al espectador con un
sabor semi-dulce, el desenlace es atinado en el mensaje que pretende enviar.
El niño que domó el viento muestra a una familia que está al borde de la muerte y a un
niño que, gracias a su imaginación y al poder de la información, puede ver más allá de lo
que otros vieron. Al final de la cinta no tendremos imágenes de la familia alimentándose y
aliviada, pero sí contemplaremos al bosque renacer poco a poco, y eso es una señal de paz
venidera; en otras palabras, un cierre brillante que enseña que es posible plantear un
argumento inspirador y a la vez realista.
Lo predecible no siempre es malo
La cinta es predecible, y el desarrollo del William y sus talentos lleva rápidamente a
deducir el final feliz de la cinta. A pesar de ello, la transformación lenta y real de los
personajes sumergen al espectador en una historia que sensibiliza, conciencia, entretiene
y, lo más importante, grita una realidad.
En el desarrollo de la relación entre William y su inseguro padre, y con una madre que no
desea que su hija sea una mujer tradicional, se denota la actuación de cada personaje,
misma que acentúa la fuerza emocional de la historia.
El niño que domó el viento sabe que lo importante es el camino y no el arribo. El
espectador sabe qué pasará, pero se deja mecer por el argumento de la cinta mientras
llega a su meta.
En resumen, la cinta tiene crítica social, actuaciones consistentes y un final inspirador. Esta
película tiene todo para llevarse al menos una nominación a los próximos premios Óscar.

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