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TEXTO 8

Si tuviéramos que imaginar en qué se convirtió la vida para el capitán Alegría,


deberíamos hablar de un torbellino de aceite: lento, pastoso, inexorable.
Paseando su soledad en aquel hangar de angustias, envuelto en el vacío,
trasladando consigo la distancia entre él y el universo, aguardó el momento que
precede al final ignorando que el final no estaba escrito.
Nueve días estuvo esperando su turno. Cada madrugada, al azar, como recuas,
un grupo de prisioneros era obligado a formar en el hangar y conducido, de a
dos en fondo, hasta unos camiones que se perdían ruidosamente en un paisaje
tibio y desolado. Pocos se despedían. Los más se iban en silencio. Es probable
que a Alegría, acostumbrado a observar a su enemigo, la muerte sin aspavientos
le resultara familiar, pero la vida aprisionada en la casualidad de estar o no estar
en el rincón elegido para designar los muertos debió de resultarle insoportable.
Podemos suponer cierto alivio cuando el día dieciocho, exhausto bajo la lluvia
inclemente, fue él uno de los miembros de la recua. En el camión, hacinados y
guardando el equilibrio, todos los condenados se miraban a los ojos, se cogían
de la mano, se apretaban unos contra otros. A mitad de camino, una mano
buscó la suya y su soledad se desvaneció en un apretón silencioso, prolongado,
intenso, que le dio cabida en la comunidad de los vencidos. Tras la mano, una
mirada. Otras miradas, otros ojos enrojecidos por la debilidad y el llanto
sofocado. “Perdonadme”, dijo, y se zambulló en aquel tumulto de cuerpos
desolados.

ALBERTO MÉNDEZ, Los girasoles ciegos

1. Explique la organización de las ideas del texto.


El texto se organiza en dos partes:
A. Los dos primeros párrafos. En ellos se narra el periodo tras el consejo de guerra, en
el que el capitán Alegría espera el momento de ser fusilado.
A1. El narrador especula sobre las sensaciones del protagonista, mientras
aguarda su fusilamiento en el hangar en que estaba preso: contrapone el
sentimiento de su destino inevitable con la lentitud con que el tiempo pasaba.
A2. Anticipa de manera velada lo que luego nos será narrado: el capitán Alegría
no morirá en el fusilamiento.
A3. Describe la rutina de la vida en el hangar, donde cada mañana un grupo de
presos partía en camiones para ser fusilados.
A4. Supone que la falta de un criterio en la elección de los condenados, que
atribuye al azar, era un motivo de angustia para el protagonista.
B. El tercer párrafo. Narra la mañana en que por fin Alegría es llamado para ser
fusilado.
B1. De nuevo especula el narrador con los sentimientos del protagonista, que
imagina aliviado cuando finalmente es citado para subir al camión.
B2. Describe el traslado de los condenados el camión: buscan consuelo y apoyo
unos en otros, en los momentos inmediatamente anteriores a la muerte.
B3. El capitán Alegría es incluido, integrado en ese grupo humano, donde se
diluyen las fronteras entre vencedores (él mismo: se siente movido a pedir
perdón por haber formado parte del otro bando) y vencidos.

2a. Explique brevemente la intención del autor del texto.


En los cuatro relatos que componen el libro, el autor defiende la premisa de que en una
guerra, salvo contadas excepciones, todos son derrotados, con independencia de la
victoria o derrota militar. En este sentido, es significativa la integración final del
capitán Alegría en el grupo de los condenados a muerte, como un vencido más.

2b. Señale tres elementos de cohesión textual.


La cohesión la constituyen todas las funciones lingüísticas que relacionan los elementos
del texto, facilitando la comprensión de su estructura y su contenido. Esta cohesión se
consigue por medio de una serie de procedimientos: gramaticales (elipsis, deixis,
recurrencias…) o por medio de marcadores textuales (modalizadores, organizadores o
conectores).
Dentro del primer tipo, en el texto pueden observarse, por ejemplo, una elipsis en la
omisión del sujeto en varios enunciados, por cuanto el lector conoce que se trata del
capitán Alegría: “…aguardó el momento…” (línea 4), “Nueve días estuvo esperando su
turno…” (línea 6), “Perdonadme, dijo, y se zambulló…” línea 20). También hay varios
casos de deixis textuales anafóricas, relativas asimismo al protagonista: “…su
soledad…” (línea 3), “…la distancia entre él y el universo…” (línea 4), “… su turno.”
(línea 6), y otros más en el tercer párrafo. En cuanto a las recurrencias, destaca en el
texto la idea de angustia, de vacío, isotopía con términos como “soledad” (3),
“desolado” (9), “inclemente” (13),”debilidad” (19), “llanto” (19)… Se complementa con
otras isotopías: la relativa a la prisión: “hangar” (3), “prisioneros” (7), “condenados”
(15), y a la muerte, esta última también recurrencia léxica: “muerte” (10), “muertos”
(12), “final” (5). Igualmente pueden observarse recurrencias sintácticas, en forma de
paralelismo: “…se miraban a los ojos, se cogían de la mano, se apretaban unos contra
otros.” (15-16); “…otras miradas, otros ojos enrojecidos…” (19).
En cuanto a los marcadores textuales…

3. Escriba un breve ensayo sobre el siguiente tema: “¿Puede justificarse una guerra?”

¿Qué justifica una guerra? ¿Cuándo puede decirse que es moralmente justa? ¿Puede, de
hecho, afirmarse de alguna guerra que es “justa”? En teoría, lo sería aquella en la que
los combatientes se impusieran ciertos límites: la causa justa, la intención correcta, la
declaración formal, la razonable expectativa de la victoria, haber agotado todos los
demás recursos, la proporcionalidad de los daños con las ventajas, y, dentro de ello, la
proporcionalidad de los medios bélicos respecto de los fines intentados, la inmunidad
para los no-combatientes… Desde otra perspectiva menos formal, la guerra suele
justificarse cuando es para defender a los inocentes, para restituir los bienes
arrebatados injustamente, para castigar acciones punibles, para defenderse de un
ataque o para evitar uno con el que se ha amenazado. Sin dejar de lado los evidentes
efectos negativos de la guerra, cabe pensar que, en determinadas circunstancias, podría
llegar a justificarse.

Todos los pueblos han librado guerras en varios momentos de su historia. Y quizás
aquello que primero viene a nuestra mente, cuando pensamos en la guerra, sea el
aspecto nocivo y ominoso que acarrea. La guerra trae consigo pérdidas humanas y
materiales, la vida en su totalidad se trastoca y las personas se ven dominadas por el
miedo y la desprotección, sin contar con que se suprimen muchos de los derechos que
habían sido considerados como vitales.

Todo esto es innegable y hasta obvio. Pero, por fuerza, la guerra beneficia también a un
buen número de personas. Esto es así porque, en realidad, resultaría muy extraño que
las conquistas humanas, en términos de patrimonio territorial, instituciones, cultura,
conocimiento, etcétera, se hubieran obtenido siempre de manera pacífica. Pero,
además, la guerra tiene un sentido trágico en virtud del cual se da la manifestación de
acciones extraordinarias por su valor y solidaridad con el género humano, que quizá no
emergieran de no darse este tipo de confrontación humana. De allí que la guerra
provoque en nosotros emociones y sentimientos encontrados, cuyos cauces de
expresión más claros han sido el arte y la literatura.

En conclusión, la guerra parece ir asociada a algo que no obedece a un límite o control,


aquello que se sale del cauce "normal" de los acontecimientos humanos y que ocasiona
grandes males y penurias. La justicia, en cambio, implica el equilibrio y la equidad de
obras y acciones, nunca logrado de manera plena, pero presente en cuanto modelo al
cual se aspira. ¿Cómo conciliar, entonces, estas dos nociones, estos dos ámbitos de la
realidad? Una posible solución estriba en hacer de la guerra un aspecto más de un
orden superior bajo el cual los males ocasionados por ella encuentran una justificación
moral y racional: se puede matar, destruir, violentar y demás porque hay una especie de
racionalidad oculta que pone en equilibrio lo que de por sí se juzga como esencialmente
malo. Pero justificar moralmente la guerra no es una tarea sencilla.

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