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EL NO-HACER

Traductor: Santos Román

Con la amable colaboración de: Helen Gauriau, Isabel Zapata, Ma. Teresa Villar, Monique Beau
d’Aulnay y Pilar Fernández Galiana, practicantes asiduas del Movimiento Regenerador.

© Le Courrier du Livre, 1973.

Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción, total o pardal, sin permiso por escrito del editor.

I. S. B. N. 2-7029-0065-8 del original francés. LS. B. N. 84-85591-00-3 de la traducción.

Depósito legal: M. 40810-1978.

Impreso en Cedesa. Coruña. 26. Madrid.


SUMARIO

Prólogo

I. —¿Por qué la Escuela de la respiración?

II. — El folklore de lo espontáneo

III. - La respiración y la postura

IV. - La batalla del loto

V. -Movimiento y respiración

VI. - La ósmosis

VII. — Taiheki. Polarizaciones de la energía vital

VIII. — Taiheki (continuación)

IX. - Taiheki (continuación)

X. - Taiheki (fin)

XI. — Aspecto ambiente de la respiración

XII. - Aspecto “atención” de la respiración

XIII. — La dimensión inmaterial

XIV. - La dimensión inmaterial (continuación)

XV. - Él “terreno”

XVI. — El “terreno” (continuación)

XVII. — La normalización del “terreno”

XVIII. — El vientre que respira

XIX. - La necesidad de equilibrio

XX. - La necesidad de equilibrio (continuación)


PROLOGO

Desde el día en que tuve la revelación del “Ki”, del aliento (yo tenía entonces más de cuarenta
años), no cesaba de aumentar en mí el deseo de expresar lo inexpresable, de comunicar lo
incomunicable.

En 1970, a la edad de cincuenta y seis años, abandono mi empleo asalariado y me lanzo a una
aventura sin garantía ni promesa. Después de haber recorrido los Estados Unidos, llego a París.
Cuando decido no solamente permanecer allí, sino también emprender allí algo, mis amigos
franceses manifiestan una gran sorpresa.

Su argumento es éste: “Es difícil emprender algo nuevo en Francia. Hay tal cantidad de
prohibiciones que, incluso para nosotros los franceses, es ya casi imposible hacer cualquier cosa.
Con mayor razón, para un extranjero como usted. Con mayor razón, a su edad".

Tienen ciertamente razón. Por toda respuesta yo les digo: Ya veremos.

Habría podido comenzar igualmente en Italia, en Inglaterra o en cualquier otro sitio, donde no
habría encontrado el mismo tipo de escollos. Pero los escollos algunas veces, en vez de
desconcertarme, me intrigan y me estimulan.

El primer obstáculo que encuentro es la necesidad de constituir un dosier oficial antes de dar el
primer paso. Es un reflejo del carácter jurídico de la vida francesa. El mismo obstáculo, según lo
que yo conozco, no existe ni en Japón (1), ni en Italia. Implica, en todo caso, una larga paciencia,

(1) Para mí, se entiende, como japonés, pues los extranjeros tienen enormes dificultades con
la inmigración.
visitas infructuosas a personas con posibilidad de interesarse, citas pospuestas seguidas de
corteses negativas.

Entretanto, empiezo a escribir. Para escribir, como para pintar, no necesito ninguna autorización
administrativa. Es la única libertad de que gozo entonces con pleno derecho.

El trabajo no es fácil. La primera dificultad estriba, naturalmente, en escribir en francés, lengua


que he aprendido a una edad adulta. La segunda proviene de la naturaleza misma del tema. Este
no ha sido jamás tratado en ninguna lengua, ni siquiera en japonés, sobre todo bajo el ángulo y la
óptica con las que enfoco su desarrollo. A pesar de estas dificultades, me apasiono escribiendo. En
todo caso ésta sería la primera vez que un tema tan inaprensible habría sido tratado en una lengua
occidental.

En lugar de dejar mis manuscritos enmohecerse en el cajón, me pongo a difundirlos con los
medios de a bordo. Curiosamente, el número de interesados aumenta poco a poco. Hoy el número
de fascículos alcanza una veintena. Acepto la oferta del editor para publicarlos.

Se comprobará que cada uno de los artículos presenta una desigualdad en el tono, el estilo o la
expresión. Esta desigualdad debe excusársele a un principiante en el arte de escribir. Me dicen
que hay una mejoría en mi expresión a medida que avanzo. Es posible. En todo caso, en un tema
como este, no puedo pretender explicarlo todo. Si la explicación es completa, es inevitablemente
falsa. Mirándolo bien, yo sólo puedo indicar. Debo hacer como un mudo que trata de comunicar
algo.

Algunos meses después de haber terminado mis primeros artículos recibo la visita inesperada de
gente que me trae una propuesta. Son los que, cuándo mi breve paso por París, a principios de
1969, organizaron una velada de demostración en favor mío. Inmediatamente después de mi
marcha formaron una asociación bajo el nombre de Katsugen- kai, y me invitan a utilizarla. Así
obtengo la cobertura administrativa necesaria.

Dos años han transcurrido desde que he emprendido la tarea de hacer vivir esta asociación que,
desde el día de su nacimiento, no tenía más que una existencia nominal. Empezada el día de la
apertura con algunos participantes, hoy comienza a ser viable. Esta experiencia me ha permitido
conocer mejor el ambiente de Europa y tenerlo en cuenta.

La tendencia aristotélica domina todavía, lo que se


manifiesta por la necesidad de definir y clasificar. Una vez clasificado, el tema cesa de
desarrollarse en una acción: se convierte en una categoría restrictiva. Estas categorías son a
menudo dualistas: bien y mal, alma y cuerpo, pensamiento y acción, mental y físico, salud y
enfermedad. La actitud teórica que de ello se desprende nos hace rechazar de entrada todo lo que
no es conforme a una visión determinada.

Yo vengo a presentar una manera de ver diferente. Utilizo mi libertad de expresión para mostrar
que hay otra manera de pensar. Si la ciencia clásica resulta de la aplicación de una disciplina cuyos
principios son elaborados en el siglo XVII, ésta nace de una filosofía, y no de la filosofía llana.
También ciertas ramas de la ciencia, como la física moderna, escapan a la antigua disciplina en
busca de una nueva filosofía. La filosofía es una toma de posición que es libre en sí misma.

Me tropiezo, sin embargo, con la oposición del dualismo clásico: una filosofía no puede ser
asociada a una práctica. Esta oposición, que no es más que teórica, no presenta un obstáculo
importante. La fusión entre la teoría y la práctica se hace en el espíritu. El debate se volvería estéril
si se tratase de hacer admitir verbalmente ideas tales como: un bien puede ser un mal, un mal
puede ser un bien. Únicamente la práctica puede permitirnos sentirlas.

La prohibición es la forma que Occidente ha adoptado para salvaguardarse contra la caída en la


anarquía. Toma un cariz más sutil cuando presenta el revés de la medalla, bajo los nombres de
Milagro, Misterio y Magia. No basta con quitar las prohibiciones para llegar a ser libres. A un
sistema de prohibiciones sucedería otro sistema.

Sólo la respiración, penetrando en profundidad, podrá cambiar esta situación.

Sería vano buscar en mí, como se está acostumbrando a hacerlo, movido por un espíritu que exige
pruebas, cualidades que no poseo: un poder extraordinario, invulnerabilidad, eficacia y toda la
panoplia de seducciones.

¿Qué soy yo al lado de la grandeza del Amor cósmico del Maestro Ueshiba, de la técnica del No-
hacer del Maestro Noguchi o del refinamiento insondable del Maestro Kanzé Kasetsu, actor del
teatro Noh? Los he conocido a los tres: dos han muerto, sólo el Maestro Noguchi está vivo. Su
influencia continúa trabajando en mí. Ellos son maestros por
naturaleza. Yo, soy simplemente un ser que empieza a despertar, que busca y evoluciona.

Una extraordinaria continuidad de esfuerzos persistentes caracteriza las obras de estos maestros.
Tengo la impresión de encontrar en un terreno árido pozos de una profundidad excepcional. Allí
donde acaba el trabajo de categorización no es más que su punto de partida. Ellos han penetrado
mucho más allá. Han alcanzado las vetas de agua, la fuente de la vida.

Sin embargo, estos pozos no se comunican entre sí, aunque sea la misma agua la que los abastece.
La tarea que me incumbe es la de confeccionar un mapa geográfico de ellos, encontrar entre ellos
un lenguaje común.

Esta investigación del lenguaje común no habría podido ser emprendida sin la formación que he
recibido de mis aflorados maestros Marcel Granet, chinólogo, y Marcel Mauss, sociólogo, con los
que he trabajado en los años de la anteguerra. Ellos me han enseñado a extraer un hecho de
contextos inextricables, a poner en duda los valores establecidos.

El europeo no puede actuar más que si, previamente, comprende el motivo. De ahí la necesidad
de un desarrollo en el campo del pensamiento. Este trabajo puede ser interesante, pues si el
europeo comprende, los otros pueblos siguen.

Aquí debo insistir de nuevo sobre el hecho de que no hay una comprensión intelectual perfecta en
esta materia. Hay un mundo de diferencia entre el hecho de tener un mapa mostrando las fuentes
de agua y el hecho de saclarse en ellas. El lenguaje puede, tanto hacernos comprender como
engañamos. Mi trabajo implica una investigación constante para mejorar mi lenguaje, pero éste
no será jamás definitivo.

Trasponer el problema del "ki” al vocabulario francés, donde cada palabra sufre el imperativo de
definirse, de limitarse, es en sí mismo contradictorio, pues el “ki” es sugestivo e ilimitado por
naturaleza.

Es así como han surgido dificultades para la elección de la palabra “respiración”. Habiendo
comprendido que mi término tiene una extensión demasiado amplia, algunos han sugerido una
nueva palabra. Esto me conduciría a formular una doctrina inaccesible. Otros han preferido la
palabra “hálito”. Esta última tiene un ligero matiz oculto que he preferido apartar. He optado por
la palabra simple y co-
rriente, aún sabiendo los inconvenientes que ésto comporta.

A la hora en que Europa comienza a reflexionar sobre su menosprecio tradicional del cuerpo, ojalá
pueda yo esperar que mi pequeña contribución sea capaz de ayudar a la Humanidad a salir de la
crisis de la civilización.

París, 7 de junio de 1973


I

¿POR QUE LA ESCUELA DE LA RESPIRACION?

Tchuan Tsé, gran filósofo chino, ha dicho, hace dos mil quinientos años: el hombre verdadero
respira por los talones, mientras que la gente común respira por la garganta.

¿Quién respira hoy por los talones? Se respira por el pecho, por los hombros o por la garganta. El
mundo está lleno de estos inválidos que se ignoran.

El hombre moderno, el civilizado, actúa por la inteligencia y no puede actuar más que por ella.
Aplastado bajo el peso de innumerables prohibiciones que la sociedad le impone, encuentra cada
vez menos las posibilidades de actuar espontáneamente. Entregado a sí mismo, duda todavía en
actuar, bajo una vaga aprensión de falta de conocimiento o de falta de inteligencia.

Con todo lo civilizado que es, el hombre moderno se queda jadeando tan pronto como hace
algunos esfuerzos físicos. Enfrentado a una situación difícil, su aliento se corta. Y sin embargo ha
librado duros combates por adquirir su derecho de Hombre. Ha obtenido libertades y continúa
luchando por adquirir otras. Pero un día descubre que estas libertades no cubren más que
condiciones materiales, exteriores a él.

Al borde de la tercera revolución industrial, ¿qué proyecta hacer con sus medios, sus posibilidades,
sus ocios? Alimentos, vestidos, alojamiento, distracciones, viajes, las ofertas abundan, pero la
capacidad del hombre para consumirlas es limitada. No puede convertirse en Pantagruel de golpe,
ni estar en varios lugares a la vez. No queda más que un margen muy estrecho para la satisfacción
material, y sin embargo no cesa de aspirar a ella.
La sociedad quiere que el hombre sea Una máquina, una máquina que pueda producir y consumir
a la vez. Una vez adquirido el derecho del hombre, ¿qué queda de la dignidad de Hombre?

Con la palabra “respiración” no hablo de una simple operación bioquímica de combinación


oxígeno-hemoglobina. La respiración es, a la vez, vitalidad, acción, amor, espíritu de comunión,
intuición-premonición, movimiento.

Oriente conserva todavía estos aspectos bajo el nombre de prána o el de ki.

Occidente parece igualmente haberlos conocido: testigos, la palabra psiquis, alma-aliento, o


anima, de la cual derivan palabras como alma, animar, animal, animosidad, o spiro de la cual
hemos sacado palabras como espíritu, inspiración, aspiración, respiración.

La preponderancia dada a la filosofía del conocimiento, haciendo triunfar el espíritu racionalista en


Occidente, pone fin a estos aspectos fluidos e invisibles de los datos pre racionales. La oposición se
instala entre el hombre, sujeto del conocimiento, y el mundo, objeto del conocimiento. El mundo
existe independientemente del hombre. Este último cesa de mirar a través de su respiración. A
Dios se le mantiene a respetuosa distancia. La separación entre Dios y el hombre es definitiva.

Pienso que es inútil inventar otras palabras que respiración o aliento. El espíritu occidental, con su
tendencia intelectual y analítica, es incapaz, de cualquier modo, de admitir en su vocabulario una
palabra tan flexible como el ki: infinitamente grande, infinitamente pequeña, extremadamente
vaga, extremadamente precisa, muy común, a ras de tierra, técnica, esotérica.

Hoy día, una gran mayoría de los occidentales tiene las caderas bloqueadas desde la edad de la
pubertad. Ni hablar de respirar por los talones ni por las caderas. Para ellos, la Naturaleza se
encuentra a 50 km. de las aglomeraciones urbanas. Olvidan el hecho de que el hombre mismo
participa de la Naturaleza.

El hombre-naturaleza actúa y actúa bien, mientras el hombre-inteligencia no interviene para


falsear el camino. Sabe crecer a partir de una célula hasta el embrión, miles de veces mayor. ¿Qué
inteligencia le ha provisto de la osatura, de órganos y del cerebro con un cráneo para protegerlo?
Todos los sabios del mundo reunidos no son
capaces, con todo su espíritu racionalista, de producir un solo embrión, lo que una mujer, por
ignorante que pueda ser, realiza sin esfuerzo.

El Japón, gracias a la distancia que le separa del hogar europeo, ha sabido conservar su autonomía
cultural. Llamemos “filosofía de la acción” o “filosofía práctica” a las bases que apuntalan sus
tradiciones. La esencia de la acción es la respiración, el aliento, el ki.

El ikebana no es un simple arreglo decorativo de las flores. Evoca la presencia de la Naturaleza con
el mínimo de elementos puestos a su disposición. La ceremonia del té no es una cortesía de
degustación. Establece la comunicación espiritual de los participantes por medio de gestos. El tiro
con arco no es un deporte de habilidad. Enseña a respirar, a respirar con la Naturaleza. El teatro
Noh no se expresa; golpea de intuición a intuición. El Zen dirá, sin decirlo, al contrario que
Descartes: no pienso, luego no soy. El problema del ser, la acción, se coloca a un nivel bien
diferente del de la solución europea.

Dos métodos que voy a presentaros, el Aikido y el Movimiento Regenerador, están destinados a
haceros adquirir una respiración tranquila y profunda.

Nuestra Escuela de la respiración está abierta a cualquiera que se interese en ella. No es una
escuela de violencia, brutalidad, o de magia negra. Es una -escuela de comunión espiritual. Está
abierta a todas las convicciones religiosas y se interesa en ellas en la medida en que tienen
relación con la respiración.

MOVIMIENTO REGENERADOR

Preconizado por el Maestro Haruchica Noguchi, puede ser practicado no importa por quién,
excepción hecha de los moribundos, y de las mujeres durante algunos días después del parto,
período durante el cual su pelvis se vuelve a cerrar.

Una palabra sobre el Maestro Noguchi. Autodidacta, afortunadamente para él, pues así ha podido
evitar la contaminación de las ideas preconcebidas, fundó el método llamado Seítaí. Su primera
hazaña fue la curación que realizó, cuando tenía doce años, a sus vecinos que sufrían diarrea,
durante el gran terremoto que asoló la región de Tokyo en 1923. Entonces fue cuando encontró su
vocación, con la
cual continuó. Pero después de haber estudiado todos los métodos de curación, llegó a la
conclusión de que el hombre no puede ser salvado por métodos de curación. Así llegó a concebir
la idea del Seitai.

El Seítaí, literalmente coordinación física, presenta una idea bastante compleja, pues no se trata ya
de una noción corriente de buena salud, sinónimo de ausencia de enfermedad.

Demos aquí, a pesar de todo, algunos aspectos sobresalientes de esta idea.

Primero, el hombre que ha realizado el Seítai posee reflejos suficientemente desarrollados para
poder reaccionar a todas las anomalías, sin que necesariamente tome conciencia de ello. Vomitará
si la comida no le conviene, incluso si el paladar glotón desea aceptarla. Se evitará muchos casos
de envenenamiento. Su sensibilidad se incrementa, de modo que no será cogido desprevenido por
enfermedades. Las enfermedades son aceptadas más bien como fluctuaciones fisiológicas. No
busca curarlas, pues sabe explotarlas en provecho suyo. Su catarro es frecuente pero no dura
mucho tiempo, sólo el espacio de algunas decenas de minutos y, una vez pasado, se siente
refrescado.

Segundo, su respiración penetra más profundamente que en la gente ordinaria.

Tercero, su sueño no dura mucho rato, porque es profundo. Se repone de su cansancio muy
rápidamente.

Cuarto, tiene el cuerpo flexible, no tenso ni rígido.

Quinto, se concentra y se relaja a voluntad.

Sexto, sus necesidades son precisas. No interroga a los especialistas para saber lo que hay que
comer o lo que hay que hacer. Su cuerpo lo sabe.

Séptimo, el desfase entre su pensamiento y su acción desaparece. Su torpeza cede el puesto a la


destreza sin que él mismo sepa cómo se ha operado este cambio.

Octavo, tiene serenidad de espíritu, etc.

La técnica del seítaí presenta, sin embargo, un gran defecto: su aprendizaje dura demasiado
tiempo. Hay que calcular una veintena de años para formar un experto. Por muy perfeccionada
que sea no podrá satisfacer la demanda de una sociedad industrializada, sobre todo cuando se
piensa en los miles de millones de individuos que componen la población mundial. Un experto
podrá tratar entre 50 y 150 personas al día como máximo.
Esto no es más que una gota de agua en el océano. Y es, por otra parte, difícil encontrar gente que
quiera consagrar veinte años de su vida a este estudio.

Paralelamente a esta técnica, existe un método que el Maestro Noguchi preconizaba desde el
principio de su carrera: el Movimiento Regenerador. La ventaja de este último, que es muy
apreciable, es que no necesita ninguna técnica especial y que todo el mundo, después de algún
entrenamiento, puede practicarlo a su voluntad.

La finalidad y la evolución fisiológica que aporta son los mismos que los de la técnica seítaí. Si la
técnica seítaí pertenece a una enseñanza esotérica, el Movimiento Regenerador pertenece a una
enseñanza exotérica, y por lo tanto abierta a todos.

La ironía de la naturaleza humana, sin embargo, hace que este método, accesible a todo el mundo,
haya quedado como patrimonio exclusivo de los miembros voluntarios de la Sociedad Seítaí. Una
especie de amor propio impedía a la gente dedicarse a un método demasiado simple.

Un día, en febrero de 1968, me propuse reunir algunas personas para formar un club de
Movimiento Regenerador. Hice un informe sobre ello a la Asociación Seítaí, que lo publicó en su
revista mensual. El resultado fue inesperado. Fue el latigazo que suscitó la formación de clubs en
todos los rincones del Japón. Se cuenta hoy con unos 50.000 adherentes registrados en los
clubs. Y si se cuenta a los no registrados, la cifra llega a doblarse o a triplicarse. Organicé
igualmente clubs en Roma y en París durante mis breves visitas de paso por Europa.

Más tarde pude comprobar que, a pesar de la comprensión muy rápida de los europeos, estos
clubs se disolvían también muy rápidamente, faltos de un personaje central.

La personalidad del líder del grupo es extremadamente importante. Todo depende de ella, de si
los participantes salen de una sesión más relajados, o bien más fatigados que antes. Hay una
cuestión de ambiente, de influencia invisible del líder, que depende de la apertura de su espíritu,
de su formación general y, en fin, de su respiración.

Que el Movimiento Regenerador tenga efectos terapéuticos, ésto es evidente, pero no es más que
un aspecto secundario. Sería lo mismo decir que lo propio de una estatua es proyectar su sombra.

Así, nosotros no acogemos a aquéllos cuya única preocu-


pación es curarse de tal o cual enfermedad. La enfermedad no es más que una sombra. Que vayan
de la Ceca a la Meca, a la vana búsqueda de su sombra: es problema de ellos, no nuestro. El
nuestro es, únicamente, la vuelta a la normalidad.

Esto plantea una pregunta capital, a saber: ¿qué es el movimiento en el hombre?

Hace tiempo Maine de Biran adelantaba tímidamente la cuestión ¿Cómo sucede que un
pensamiento abstracto, por ejemplo el de levantar el brazo, se transforma en una acción real de
levantar el brazo?

Mientras que Occidente permanece sin resolver el problema, Oriente ha conocido el secreto
desde siempre, sin formularlo de todos modos en un lenguaje convencional. Los japoneses se
contentaban con dedicarse a fondo a la adquisición de las técnicas, tradicionales y esotéricas.

El verdadero objeto del Movimiento Regenerador debe ser el hacer conocer, mediante la práctica,
la diferencia fundamental entre la fuerza física (entendida en sus dos acepciones, la física y la del
físico) y la respiración, motor del movimiento espontáneo.

AIKIDO

Fundado por mi añorado Maestro Morihei Ueshiba, muerto en abril de 1969, que he tenido la
suerte de conocer íntimamente durante más de diez años, el Aikido es un arte marcial de amor.
Para el que entiende por arte marcial una técnica agresiva de combate, esta expresión parece
contradictoria. Sin embargo, ésto es lo que el Maestro no cesaba de afirmar: doctrina de no-
resistencia, arte marcial de Amor, y no deporte ni técnica de combate.

Si con más de ochenta años de edad y bajo de estatura, él proyectaba a una banda de atacantes,
jóvenes y vigorosos, tan fácilmente como si fueran paquetes de cigarrillos, esta fuerza
extraordinaria no era en absoluto la fuerza, sino la respiración. Después preguntaba, acariciándose
la barba blanca e inclinándose preocupadamente hacia ellos, si no les había hecho daño. Los
atacantes no se daban cuenta de lo que les había pasado. De pronto eran transportados por un
cojín de aire, veían la tierra arriba y el cielo abajo, antes de aterrizar. Se tenía una confianza
absoluta en él sabiendo que
no haría jamás daño a nadie. Era la imagen de un abuelo jugando con sus nietos.

Su ideal se expresaba en la fórmula: el mundo es una misma familia. Fórmula que no es difícil de
comprender, pero difícil de poner en práctica. El fue una de las raras personas que la ponía en
práctica.

Sería inútil entrar en el detalle de la técnica, como lo sería enseñar la natación a alguien que no se
mete en el agua.

Pero tan pronto como uno se pone a practicar, no tarda en apercibirse de una cosa: el desfase
entre el pensamiento y la acción. No hablo de proezas o de acrobacia, sino de simples gestos
como: avanzar la mano para coger la del adversario, o andar describiendo un círculo. Se siente uno
bloqueado por todas partes.

Se produce a menudo una especie de duda o de confusión en el pensamiento, que se traduce en la


acción por una repetición de errores ridículos. Se equivoca uno de mano a cada momento: se
tiende la mano izquierda en lugar de tender la derecha y, además, se gira la muñeca en el sentido
inverso del que se ha pedido. Dolorosa constatación, pues uno se creía al menos dueño de su
cuerpo. Pero no; no se tiene el control del cuerpo, ni de los miembros. No es asombroso que se
produzcan en el mundo tantos crímenes cometidos involuntariamente. Se dirá: no he querido
hacer ésto, o era más fuerte que yo. Jesús ha dicho, hace dos mil años: tú renegarás de mí tres
veces antes de que el gallo cante.

La acción en el Maestro Ueshiba era provocada por la intuición, no por la voluntad ni por una
decisión razonada. La intuición estaba ligada a la acción de una manera tan natural, íntima e
inmediata que no existía ningún desfase entre ellas.

El que me ataca, decía, por el mismo hecho de querer atacarme, está perdido de antemano. No se
trataba de una bravata sino del enunciado de una verdad tan imparcial como un axioma
matemático.

Con el permiso del Maestro, algunos discípulos han tratado de atacarle de improviso, en los
momentos más inesperados. No han tenido éxito jamás. Unos han golpeado en el vacío, otros
contra la pared, a expensas de sus manos contusionadas por ello.

Hay un hecho de premonición en el proceso. Un proceso racional comporta varlas etapas:


reconocimiento de los da-
tos visuales, auditivos u otros, de los gestos del agresor; reflexión sobre el significado de estos
gestos; conclusión probable o segura del hecho de un ataque dirigido contra uno; reflexión sobre
los medios eficaces de defensa, ya sea parar el golpe, ya sea esquivarlo; conclusión racionalmente
obtenida; decisión para poner en ejecución los medios aprendidos; puesta en ejecución, etc.

Durante el tiempo que usted habría tardado en recorrer todas estas etapas, su agresor le habría
infligido cincuenta puñetazos, tomado una ducha, cambiado de camisa y se habría ido a tomar un
vaso de whisky en un bar. Pero ésto no se acaba ahí, el debate continúa. La percepción de los
datos puede obtenerse si la atención ya está dirigida a ellos. ¿Qué hacer si su atención está en otra
parte? ¿O si es atacado por detrás, donde usted no puede ver? ¿O si está dormido?

Queda aún una incertidumbre: la de saber si los gestos son verdaderamente significativos de una
agresión o simplemente de una broma, o de un tic nervioso. Las interpretaciones son diversas y
sólo el resultado puede aportar la confirmación. Pero si se espera el resultado, es demasiado
tarde.

El Maestro Ueshiba decía que cuando un ataque venía dirigido contra él, veía una bola blanca
dirigirse hacia él, antes de que el ataque se produjera realmente. Bastaba entonces evitar esta
bola para que el golpe diera en otra parte.

La intuición capta los impulsos en su nacimiento. ¿De dónde vienen estos impulsos? Ninguna ley
de causalidad lo explica. La inercia no explica el nacimiento de un movimiento.

Uno de los puntos más importantes en la enseñanza del Maestro, me parece a mí, es su concepto
del espacio-tiempo. Ni el tiempo ni el espacio existen, decía.

Occidente ha sido el origen del concepto del espacio- tiempo homogéneo. El espacio y el tiempo
existen a priori. El hombre viene solamente a situarse sobre los ejes que le preexisten.

¿Son las palabras de un loco éstas de negar la existencia de un marco que precede a la de todos
los otros?

En la práctica respiratoria que consiste en hacer vibrar las manos juntas delante del vientre, con
los ojos cerrados, decía: colocaos al Principio del Cielo y de la Tierra e inspirad solamente. ¿Qué
significa ésto?

Esto significa que usted está en el origen del espacio-tiem


po y que es usted mismo el creador de un espacio-tiempo que se deriva de su personalidad, de su
alma.

Bergson ha dado un pequeño paso en esta dirección. Pero ¿no había dicho Jesús: “¿Antes de que
Abraham fuera, yo soy”?

El lugar en que se practica el Aikido es sagrado, no por un respeto moral, sino porque allí reina un
espacio-tiempo diferente del de la vida corriente. Usted está sobre el Puente Flotante Celeste
(Ame-no-Ukihashi).

El saludo que usted hace al entrar en el dojo (sala donde se practica) le sacraliza, y el de salida le
desacraliza. Después de salir, usted vuelve a ser un hombre de la multitud, en conflicto con las
obligaciones que la sociedad le impone.

LOS PUNTOS DE VISTA DE NUESTRA ESCUELA

La Escuela de la Respiración, aún siendo selectiva, no es una escuela cerrada y exclusiva. Uno es
libre de inscribirse en ella, sea exclusivamente, sea con adhesión simultánea a otras
organizaciones o disciplinas existentes en otras partes.

Nuestros puntos de vista son abiertos. Nos interesamos en otras disciplinas respiratorias y sobre
todo en el campo del pensamiento en relación con la respiración.

En la presente exposición les he hecho entrever la existencia de otras posibilidades que las
propuestas por el pensamiento occidental.

No tengo en absoluto la intención de decir que un pequeño número de maestros japoneses sean
los únicos poseedores de los secretos de la intuición. Ejemplos de intuición existen tanto en
Occidente como en Oriente, tanto en la gente anónima como en los hombres de genio.

Estos ejemplos, sin embargo, no han encontrado ningún lugar en la corriente principal del
pensamiento occidental. Las teorías en que se basa éste son incapaces de interpretarlos. Tan
pronto se les admira como extraordinarios, como se les rechaza por raros e imposibles.

Magia, Misterio, Milagro, las etiquetas están a punto, y una vez clasificados se les echa al cesto del
olvido.

Los fenómenos como la premonición, la telepatía, la psicometría, la telequinesia, no son de ningún


modo, desde el punto de vista de la respiración, cosas imposibles.
Sin adentramos de todos modos en estas aventuras, estamos dispuestos a concederles derecho de
ciudadanía. Un acercamiento ideológico parece necesario.

Debates, recogida de testimonios, no están excluidos de nuestras actividades.

Nuestro esfuerzo, comparado con lo que queda por hacer, es ciertamente muy pequeño. Nosotros
tratamos de contribuir modestamente, por nuestra parte, a señalar la Vía que permitirá al hombre
volver a encontrar su libertad interior.
II

EL FOLKLORE DE LO ESPONTANEO

La montaña es montaña. La montaña es no montaña. Es así que se la llama montaña

WANSHI, patriarca Zen chino (s. XII)

El difunto Padre S. Candau, misionero jesuíta, uno de los raros europeos que, no solamente
comprendía y hablaba el japonés, sino que leía, escribía y daba conferencias en esta lengua tan
poco emparentada con la suya, decía, en un artículo de revista: La cosa más difícil de comprender
en la lengua japonesa es la palabra “ki”.

En efecto, si los japoneses la utilizan cientos y cientos de veces al día, sin pensar en ello, es
prácticamente, y yo diría también teóricamente, imposible encontrarle un equivalente en las
lenguas europeas.

Si la palabra, tomada aisladamente, permanece intraducible en francés, no es de todos modos


imposible traducir las expresiones corrientes en las que se encuentra incorporada. Citaré algunos
ejemplos:

ki ga chiisai: palabra por palabra, su ki es pequeño. Se toma demasiadas preocupaciones por nada.

ki ga okii: su ki es grande. No se preocupa por cosas pequeñas.

ki ga shinai: no tengo ki para... No tengo ganas de... O, ésto es superior a mí.


ki ga sum: hace ki para... Mé da en la nariz, tengo el presentimiento, siento intuitivamente...

waru-gi wa nai: no tiene mal ki, no es malo, no tiene malas intenciones.

ki-mochi ga ii: el estado del ki es bueno, me siento bien.

ki ni naru: ésto atrae mi ki, no consigo liberar mi espíritu de esta idea. Algo extraño, anormal
detiene mi atención, a pesar mío.

ki ga au: nuestro ki coincide, estamos en la misma longitud de onda.

ki o komeru: concentrar el ki. Para la cuestión de la concentración, no he visto en ninguna otra


parte un ejemplo tan altamente manifestado como en el Japón. Cierto, los japoneses tienen sus
defectos, pero agradezco el poder apreciar en su tradición la concentración sostenida a todo lo
largo de la realización de cada acto.

Pero el proceso de concentración causa, en general, molestias “mortales” a los occidentales, que
no se interesan más que en la obra, en la novedad de las intrigas, en el testimonio tangible del
acto.

Se comprenderá este grado de concentración si se observa, en un museo, un bello sable japonés.


El herrero japonés emplea mucho tiempo en concebir el sable que va a forjar y, una vez decidido,
se purifica durante algunos días, y se retira a su taller sacralizado con su ayudante. Nada de
contacto con el mundo exterior, ni siquiera con su familia, durante el período de fabricación. El
sable es el alma del samurai. Exige respeto.

ki-mochi no mondai: está condicionado por el estado del ki. No es el objeto, el resultado tangible,
sino el gesto, la intención, Jo que cuentan.

Cuando se realiza un acto de manera espontánea y con gusto, o de forma rutinaria,


calculadamente o de mala gana, la obra es la misma, pero el sentimiento que se experimenta con
ella es diferente. Yo he visto buen número de casos en que los japoneses se encolerizaban a causa
de estas modalidades de realización, a las cuales la gente se está volviendo cada vez menos
sensible en las sociedades modernas. Para hacer un paralelo a lo que acabo de decir, el ki-mochi
ha llegado a ser casi sinónimo de obsequio. Al presentar éste, se dice: es mi ki-mochi. Lo que
quiere decir: el objeto es muy modesto, no es más que un signo de mi profundo agradecimiento.
Se roza entonces el campo de la psicometría.
Se podrían citar aún varios cientos de expresiones con la palabra ki.

Si los japoneses son en su mayor parte incapaces de decir lo que es el ki, ésto no impide que sepan
instintivamente en qué momento hay que decirlo o no decirlo.

Él ki pertenece al campo del sentir y no al del saber.

El conocimiento puede ser definido y transmitido a otra persona. El sentir es una experiencia
primarla, previa a todo esfuerzo de la inteligencia. Ninguna explicación podrá transmitirlo
adecuadamente a alguien que no comparta la misma experiencia.

La pregunta primordial en Occidente es la que comienza por “por qué”. El por qué nos conduce al
conocimiento discursivo del problema. Si éste puede ayudarnos a resolverle, también es capaz de
inducirnos a error.

Dos escritores japoneses, Ryunosuke Akutagawa y Naoya Shiga fueron un día invitados a un
almuerzo.

Se sabe que Akutagawa es el autor de una pequeña novela de la que se ha sacado más tarde la
célebre película “Rasho- mon”, dirigida por Kurosawa. Era muy inteligente, pero su final fue
trágico: agotado su impulso vital y su inspiración, buscó el medio de morir sin sufrimiento. Tomó
unos medicamentos que le condujeron lentamente a un sueño profundo del que no volvió.

Shiga, al contrario, era muy intuitivo. Nada de teoría, nada de declamación, Pero hacía
observaciones de apariencia muy anodina, sin insistencia, que tenían, sin embargo, un impacto
terrible en la gente que le escuchaba, porque reconocían que eran profundamente justas.

Al salir de la comida donde estaban invitados, Akutagawa dijo desdeñosamente: “Nos han invitado
y lo que nos han servido ha sido arenques”.

En el Japón, como en los demás países del mundo, el arenque pasa por ser un pescado corriente.
Akutagawa estaba indignado por la idea de invitar a alguien con un plato tan poco noble. Sobre lo
cual Shiga hizo esta observación: “De todos los platos servidos, fué sin embargo el arenque a la
parrilla el mejor”.

Se dice que después de los coloquios literarios que tenían a menudo entre ellos, Akutagawa salía
agotado, pálido, agobiado por las pequeñas observaciones de este tipo hechas por Shiga.
Las discusiones nos emborrachan de palabras y nos impiden ver lo que pasa realmente delante de
nuestra nariz.

Se cuenta en el Japón que un ladrón, acompañado por su hijo, robó en una casa cuyos ocupantes
estaban ausentes. Volviendo por el camino, con un saco lleno de objetos robados sobre la espalda,
preguntó a su hjjo:

- ¿Verdad que nadie nos ha visto?

- No, dijo éste, pero Otsuki-san (la honorable luna) nos mira.

Al oir ésto el ladrón fué presa del miedo, arrojó su saco y huyó a todo correr.

Hablando de ladrones, citaré un proverbio japonés cuyo sentido es el opuesto al de la historia


precedente: “Incluso para un ladrón, en diez argumentos hay tres partes de verdad”.

La magia del verbo ha sido desde siempre un arma para el hombre. Un buen orador es capaz de
convencemos de que lo blanco es negro, y de que lo negro es blanco.

Recuerdo una historia real que se produjo en los Estados Unidos. Un joven fué acusado de un
crimen y llevado ante la justicia. El presidente, gracias a su experiencia como hombre de edad,
reconoció en seguida que se trataba de un inocente. Pero no le correspondía naturalmente a él
pronunciarse a favor o en contra antes de que el procedimiento normal hubiese acabado. En los
Estados Unidos la sentencia es sometida al voto de los miembros del jurado, compuesto de
ciudadanos corrientes de todos los oficios, que no son especialistas en materia jurídica.

El procurador general empezó su informe. El oficio de procurador consiste en decir no solamente


que lo negro es negro, sino también que lo blanco es negro. Era, además, reputado por su gran
elocuencia y, al escucharlo, no había ninguna posibilidad de que el joven fuese declarado inocente.
Pidió una pena severa para el acusado. Los miembros del jurado, después de un debate, se
pronunciaron por la no culpabilidad del acusado, con gran asombro del procurador general.

Para explicar esta historia es preciso mencionar un pequeño incidente que se había producido
paralelamente a la acción principal. El presidente había sacado un puro muy largo durante el
proceso, y había comenzado a fumar. Al principio no le habían prestado atención y habían
escuchado el informe. A medida que el tiempo pasaba la gente
había empezado a inquietarse por la ceniza del puro; ésta corría el riesgo de caer y la atención era
atraída instintivamente; pero la ceniza no caía.

Al final la cosa llegó a ser verdaderamente inquietante. La ceniza continuaba alargándose


sin caer. Si hubiera caído, habrían pensado: ¡por fin! Y, después del apaciguamiento, la atención se
habría vuelto sobre la lectura del informe. El hecho es que la atención de los miembros del jurado
hacia el acta de acusación fue distraída por esta ceniza que no caía.

Después del proceso, el presidente mostró el secreto del misterio: simplemente había introducido
un trozo de alambre en su puro.

Hace algunos años me pidieron que diera un curso de lengua japonesa para el personal de
navegación de una compañía aérea. Azafatas, camareros y jefes de cabina eran destinados
durante tres meses al sector que servía Tokyo, y se les quería dar algunos elementos de la lengua
para ser agradables a una clientela cuya importancia aumentaba de día en día.

Yo reflexioné mucho sobre la cuestión. ¿Es posible enseñar el japonés en diez lecciones a
tripulaciones compuestas de europeos? Sobre todo, a los que debían, después de este período,
cambiar de sector para no utilizar nunca lo que hubieran aprendido.

Teniendo en cuenta las exigencias del oficio y las circunstancias, pensé que existía otra cosa más
importante y más útil que el conocimiento de algunos elementos de la lengua. Es así como
confeccioné, junto al curso de idioma, un curso titulado Conocimiento del Japón.

La primera pregunta que hice a las tripulaciones fué ésta: durante el servicio a bordo ¿han notado
una diferencia fundamental entre la actitud general de los pasajeros japoneses y la de los
pasajeros occidentales?

La respuesta fue asombrosamente unánime:

— Sí, justamente, a menudo me he preguntado porqué eran tan diferentes.

Para precisar esta diferencia tomemos un ejemplo. Si un occidental os pide un vaso de agua y le
lleváis un vaso de whisky, ¿qué pasa? El dirá: no, no es whisky lo que yo he pedido, sino un vaso de
agua. Es categórico. Pero ¿un japonés? La cosa no es nunca clara. Su actitud no es categórica. El
acepta incluso si le lleváis otra cosa que lo que ha pedido. ¿Por qué?
El occidental ve en la ejecución de vuestro trabajo la obtención del objeto o del servicio que él ha
precisado y os ha comunicado. Pero el japonés ve en ello otra cosa y es el gesto, es la intención, o
lo que llamamos ki-mochi en japonés. Desde el momento en que le habéis prestado un servicio de
buena voluntad, él no se atreve a protestar incluso si ha habido error en la ejecución.

En 1945, inmediatamente después de la guerra, un joven teniente americano de las Fuerzas de


Ocupación venía a menudo a visitarnos. Nos gustaba charlar con él. Una noche dijo:

“He notado una cosa muy curiosa, desde nuestro punto de vista americano. Los japoneses parecen
no atreverse a decir no. Tenemos una señora japonesa en nuestro domicilio; la invitamos a beber
saké; ella acepta. ¿Otro vaso más? Sí. ¿Otro vaso más? Sí. Y así continuamos. Al final, ella está
completamente ebria y rueda por el suelo. Es amable. Nosotros nos damos muy bien cuenta de
que no se atreve a decir que no. Su reacción nos divierte mucho”.

La pobre señora era víctima de la curiosidad de los soldados americanos que sacaban de todo ello
una experiencia sociológica con poco gasto.

Pues bien, dije yo a los alumnos, puede ser molesto para ustedes saber que hay una diferencia
mental entre los japoneses y los occidentales, pero no lo podemos remediar. Hay que aceptar el
hecho; ustedes están aquí para servir a los clientes y no para educarlos. Los japoneses dicen sí por
el kimochi y, cuando dicen no, es también por el kimochi. Pero yo cometería un grave error si
dijera que tal hecho es exclusivamente japonés, y que es debido al carácter impenetrable de lo
que ustedes tienen la costumbre de llamar el misticismo oriental. Incluso los occidentales tienen
su kimochi, si bien no tienen una palabra tan adaptable para decir la misma cosa. Les voy a citar un
ejemplo europeo que se ha producido realmente.

Había un importante cliente de una compañía aérea, poseedor de un R.A.T.P., es decir, una carta
acreditativa ante toda la compañía. Es en este caso el servicio contable quien se encarga de
confeccionar, al final de cada mes, una factura global de las cantidades debidas. Se trataba, pues,
de un usuario asiduo, un buen cliente de la compañía.

Un día el servicio contable notó que la facturación de este usuario se había anulado. El cliente
había cesado de
Utilizar las líneas de esta compañía, y se sabía sin embargo que no había muerto y que continuaba
viajando mucho. Se envió a un inspector para conocer el motivo de este brusco desinterés.

El cliente lo recibió fríamente y respondió a las preguntas evasivamente. Pero después de mucha
paciencia y disciplina, el inspector acabó por obtener la confidencia de lo que le había pasado.

Un día en el que sentía gran sed, al subir a bordo pidió en seguida a una azafata un vaso de agua.
Después de haber vaciado el vaso, se instaló en su asiento. Como continuase teniendo sed, le hizo
una seña a la azafata; ésta vino y le dijo:

-¿Qué es lo que quiere ahora?

-No, nada. Gracias, respondió él. Y éste fué su último viaje en un avión de esta compañía.

Ustedes ven que hay dos maneras bien distintas de expresar el deseo. La una, lógica, sistemática,
discursiva. Yo siento una necesidad. ¿Hambre? No. ¿Sed? Sí. ¿Qué me hace falta? ¿Cerveza? No.
¿Agua? Sí. ¿Qué cantidad? ¿Tres vasos? No. ¿Un vaso? Sí, etc. Todo está basado en un sistema
binario entre sí y no. El deseo será comunicado en un lenguaje claro para ser bien comprendido y
ustedes no tendrán más que ejecutar el contenido de este mensaje.

Pero el otro no es sistemático ni lógico. Es una expresión espontánea de la persona. No se articula


en una sabia construcción verbal. Pero es total. Conduce en una fracción de segundo a una actitud
de aceptación o de rehúse. No hay alternativa posible. Es lo que los japoneses llaman el kimochi.

Este curso obtuvo un buen resultado. El porcentaje de asistencia sobrepasaba el 80%, aunque no
era obligatorio. Incluso años después, mis alumnos me visitaban o me enviaban tarjetas postales
desde lejanas escalas.

Había también excepciones, como el caso de la señorita X, azafata. ¡Oh! Encima éso ¿eh? Ya
tenemos bastante trabajo a bordo ¿y todavía tenemos que ocuparnos de la mentalidad de los
pasajeros? ¡Vaya! ¡Que no!

Ella no volvió más al curso. El azar me condujo, uno o dos meses después, a reconocer su nombre
en un comunicado: una violenta protesta de los pasajeros. Ella apagaba la luz a una hora fija, todas
las luces, sin preocuparse de saber si los pasajeros estaban leyendo o escribiendo.
Cada país tiene su fauna, su flora y su folklore. Si el ki, o el kimochi, no fueran más que una
particularidad del folklore japonés, no habría ningún interés en hablar de ellos salvo para un
pequeño grupo de orientalistas o de aficionados a las curiosidades exóticas. Pero yo creo
firmemente que esta cuestión es objeto de un interés general, y he aquí cómo se presenta la cosa,
sobre un plan, digamos, más teórico esta vez.

Si miro la historia de Europa con perspectiva suficiente para no preocuparme con infinitos
detalles, creo reconocer dos corrientes principales que se dibujan en la evolución del
pensamiento.

La una, platónica, sostiene que el mundo es la proyección de las ideas que le preexisten, y por lo
tanto la proyección de una existencia noumenal sobre el plano fenomenal. La otra, aristotélica,
parte de las realidades tangibles o, dicho de otro modo, fenomenales, para sacar de ellas ideas
generales.

Tal simplificación es ridícula, dirían los historiadores. Yo no soy historiador y no insisto sobre la
validez de mi opinión. Retengo estas dos corrientes en la medida en que ellas representan, aún en
nuestros días, las tendencias mentales de los occidentales.

Está uno tentado de decir que las ideas preexisten a los fenómenos cuando se ven las fórmulas
simples y sublimes de la física de Newton. Se siente que no es necesario estudiar todos los casos
del fenómeno para verificarlas. La gravitación se aplicará tanto en la Inglaterra del siglo XVII como
en el Japón del siglo XX, y a cualquier piedra, botella, vaso, cuerpo humano que caigan.

Cuando hablamos de un árbol, de un animal, de una máquina, es a través de las ideas generales,
de los conceptos, como podemos entendemos. No hay ciencia más que de lo general.

Noto, sin embargo, fuera de estas corrientes principales, otra corriente claramente diferente de
éstas últimas, que se encuentra un poco al margen del pensamiento occidental. Es la que
representan Plotino y Bergson, y que habla de la espontaneidad. Esta no entra ni en la categoría
de las ideas noumenales ni en la de las ideas generales.

Recibimos la visita inesperada de un viejo amigo. Tenemos una agradable sorpresa y lanzamos un
grito de alegría. Es espontáneo. Pero sería falso decir que tal es la eterna
ley de la amistad, que hace que lancemos un grito de alegría cuando encontramos a un viejo
amigo.

Es igualmente falso decir que el reencuentro de viejos amigos se acompaña en general de un grito
de alegría, y que, por consiguiente, yo debo lanzar en este caso un grito de alegría. Se comprende
que la espontaneidad no se confunde con un gesto comercial o rutinario.

En Occidente se es muy hábil en manejar los conceptos. Esta forma de enfocar el mundo ha
permitido el progreso de la ciencia y de la tecnología.

En lugar de mirar la montaña de frente con un sentimiento complejo y mal definido, lo que es una
experiencia primarla, podemos transponerla a un concepto de montaña, lo que nos permite
analizarla y especular según las exigencias de nuestras necesidades particulares: medir su altura,
describir su configuración, estudiar su formación geológica y su vegetación, etc.

El único error es creer en el valor absoluto del concepto. Ya a finales del siglo XIX, los lingüistas han
empezado á descubrir la complejidad extraordinaria de las lenguas de las sociedades llamadas
primitivas.

Contrariamente a lo que se había creído ingenuamente hasta entonces, es decir, que el lenguaje
humano había empezado con signos simples para llegar a formas más desarrolladas y más
enriquecidas, se ha encontrado que las lenguas primitivas poseían términos extremadamente
específicos y concretos, sin tener términos genéricos ni generales.

El carácter no-conceptual de la lengua china ha sido estudiado por Marcel Granet; y Masson-
Oursel llega a la misma conclusión en lo que concierne a las lenguas de la India. En realidad no hay
lenguas verdaderamente conceptuales más que en el grupo europeo.

En 1945, inmediatamente después de la guerra, me paseaba por las calles de Pusan, en Corea del
Sur, antes de hacerme repatriar al Japón. He notado entonces que las señales en los cruces ponían
“go” y “stop” en inglés, “susume” y “tomaré” en japonés, pero no había palabras coreanas. La
explicación dada por mis amigos coreanos era que no existían tales palabras en coreano. Tienen
diferentes expresiones para cada caso, por ejemplo, cuando se trata de un inferior o de un
superior que se desplaza de aquí a allá o de allá a aquí. Evidentemente, no se pueden poner todas
estas señales en un poste de señalización de carreteras.
Los términos generales o conceptos son, ciertamente, muy cómodos e incluso indispensables para
el que quiere introducir en las realidades confusas un encadenamiento lógico de voluntades, para
conocerlas o actuar sobre ellas. El peligro está en creer, por la fuerza de esta costumbre mental,
que los conceptos son valores absolutos, definidos sin ningún equívoco, de formas y contornos
rígidos, constantes e inmutables, y en tomar seguidamente las realidades por accidentes
desgraciados que les sobrevienen a nuestros perfectos conceptos racionales.

He constatado que tal actitud es un hecho bastante extendido en Francia. No olvido tampoco que,
en las antípodas de esta actitud, Francia ha producido a Choderlos de Laclos, J. J. Rousseau,
Voltaire y Napoleón. La puesta en duda teórica de los conceptos no es difícil y es una cosa ya
hecha desde hace medio siglo. La dificultad reside en su puesta en práctica.

Desde la invención de la palabra “insomnio”, mucha gente cree en esta enfermedad y traga
píldoras. Mientras que el sueño no es más que un relajamiento de la voluntad, se esfuerzan en
dormirse. El cuerpo se convierte entonces en un campo de batalla entre la voluntad y la
contravoluntad, del que sale magullado. Si no se es prisionero de la palabra, se duerme cuando se
tiene sueño y no se duerme en el caso contrario. La cosa más simple del mundo se convierte en la
más difícil; lo paradójico arrasa al hombre, dividido entre la tesis y la antítesis.

Somerset Maugham, novelista inglés, había sido estudiante de medicina antes de escoger su
carrera definitiva. Un día, haciendo una autopsia, mientras buscaba una víscera precisa, no la
encontró en su sitio. Preguntó a un antiguo alumno, que le dijo:

- ¡Oh! ya sabes, en el cuerpo humano estas cosas no se encuentran nunca en el mismo sitio.

Esto fué el relámpago que atravesó todo su ser. Hasta entonces, había mantenido un concepto
perfectamente ideal del hombre. Era la imagen del hombre según el atlas de anatomía en uso por
los estudiantes. La respuesta del veterano, en lugar de conducirle a la reflexión trivial de que los
accidentes son normales, fué una revelación turbadora: los hombres son diferentes los unos de los
otros.

Es la resonancia de esta revelación lo que da a los personajes de sus novelas un carácter tan vivo y
tan espontáneo
que los lectores tienen la impresión de haberlos ya encontrado en alguna parte, y ésto incluso
para los que no aparecen más que una vez al azar de las circunstancias de la intriga.

Los grandes escritores verán a través de las paredes, dice Maugham, pero yo veo al menos lo que
pasa delante de mi nariz.

Así, en el Japón, bien que se hayan creado innumerables terminologías nuevas para hacer frente a
la aportación de las ciencias occidentales, no se ha podido conceptualizar íntegramente el
lenguaje, ni suprimir un fondo de folklore que surge de lo espontáneo. Testigos, estas palabras ki,
o kimochi, de las que he tratado de haceros sentir la importancia.

Si la puesta en duda de los conceptos es una obra relativamente reciente en Francia con Bergson y
la Escuela Francesa de Sociología, ella no es más que el primer paso en la enseñanza del Zen, cuya
tradición se remonta ya a varios siglos en el Japón.

Frente a la espontaneidad humana, ¿qué solución se propone? Si ciertas espontaneidades son


aceptables e incluso deseables en la sociedad, no lo son todas ellas.

En este último caso, la sanción, que entonces nos llama la atención, nos conduce al
estancamiento, a la extinción del dinamismo, sin conseguir sin embargo suprimir los actos bien
decididos, los que precisamente no deseamos que se produzcan. No es la amenaza de excomunión
lo que impide a la gente suicidarse. La impotencia de los hombres de bien estalla ante los actos de
determinación, sean éstos juzgados buenos o malos.

Conocemos la solución de Choderlos de Laclos, expresión literaria. El autor se desdobla y condena


a Valmónt a morir en un duelo. La solución de Napoleón ha dado a los franceses el sentido de la
gloria, pero ésto ha costado la vida a varios millones de hombres.

La solución japonesa es muy distinta. No condena lo espontáneo; lo acepta como un hecho


natural.

El movimiento regenerador evacúa lo espontáneo inhibido; el aikido, arte marcial, dirige lo


espontáneo; el Zen lo trasciende.
III

LA RESPIRACION Y LA POSTURA

Me ha ocurrido asistir a algunas sesiones de zazen en el Japón. He conocido al maestro Sogen


Asahina de Engakuyi en Kamakura, al Maestro Soen Nakagawa de Ryutakuyi en Mishima y al
Maestro Inoué cuando su seminario en Tokyo. Eran personajes muy interesantes. Pero mis
horarios no me permitían continuar.

En París dispongo de más tiempo y he hecho una experiencia en el dojo Zen de Europa, bajo la
dirección del Maestro Deshimaru.

El zazen me era penoso como lo es para todos los principiantes. Yo adoptaba la posición del loto,
pero sufría mucho de los pies. Me sentía mal sentado, sobre todo en el coxis.

El Maestro Deshimaru corregía mi postura de vez en cuando. Durante dos meses, antes de su
marcha al Japón para el rodaje de una película de televisión sobre el zen, intervino en total tres
veces para corregir mi postura.

Sus intervenciones no eran nunca brutales. El me hacía confidencia de sus reflexiones.

-Creía que era inútil corregirle la postura a su edad, pero está mejorando.

-Usted tenía una postura un poco inclinada hacia delante, pero ésto va mucho mejor ahora.

-Su conocimiento del seítai y del aikido le ayuda ciertamente.

-Dudo a veces en intervenir, porque vale siempre más que ésto se haga por sí solo.

Esta última observación me ha impresionado particular-


mente, pues revelaba una larga experiencia en la disciplina, llena de numerosos éxitos y fracasos.
Son los principiantes los que, tan felices, saltan a la primera ocasión que se presenta para corregir
los defectos.

Después de la marcha del Maestro Deshimaru, hace tres meses, han pasado no pocas cosas en lo
que a mí concierne.

Durante su ausencia las sesiones de zazen continuaban, dirigiéndolas sus discípulos por tumo.

Después del zazen he tomado la costumbre de instalarme en un café con Guy para hablar de
diferentes cosas. Guy conoce muy bien la crisis que atraviesa el pensamiento, occidental; él la ha
vivido y dominado gracias a la revelación del zen.

Un día hice una broma sobre el cartesianismo.

- ¿Quiere usted imitar mi postura delante de mis ojos, a un metro cincuenta aproximadamente, al
lado de los otros practicantes, para que yo pueda examinarla tranquilamente?

El cartesianismo no es ninguna ayuda cuando se trata de la postura. Digo cartesianismo, no para


hablar del pensamiento de Descartes, sino lo que los franceses entienden generalmente por esta
palabra. Descartes no ha sido quizá nunca cartesiano, lo mismo que Maquiavelo, maquiavélico, y
Epicuro, epicúreo.

Guy se echó a reír y se puso a contar una historia que le había ocurrido.

En el verano de 1970 pasó una temporada en el Japón con una veintena de otros practicantes
franceses para visitar los templos zen. Durante una visita a un templo en Tokyo, un monje japonés
les hizo una demostración de “kinjin”. Se puso a imitar los modales de cada uno de los franceses,
sin malicia, desde luego. Imitaba tan bien que Guy podía reconocer a cada uno de sus amigos. Se
decía “¡Ah! es exactamente él. Es él exactamente”. Pero cuando el monje se puso a imitar a Guy,
éste exclamó: ¿Soy yo el que hace ésto? ¡Es increíble! Aquéllo le afectó mucho y aquel día recibió
un gran shock.

De igual modo, cuando me veo obligado a reconocer mi voz en la cinta de un magnetofón, su


escucha se me hace insoportable. La razón es sencilla: no estoy habituado a oir mi voz desde el
exterior, como oigo las de los otros.

La cuestión de la postura es mucho más compleja de lo


que se quiere creer. Debe tenerse en cuenta el rechazo instintivo por parte del individuo de
admitir lo que es a los ojos de otro.

El cartesianismo presupone el yo fijo, inmóvil y permanente ante un problema fijo, inmóvil y


permanente.

Una disciplina mental semejante no puede ser más que perjudicial, tanto para el zazen como para
el aikido, en los cuales el yo es impermanente.

¿Qué decir de un practicante de aikido que se planta estúpidamente delante de su adversario


como si éste último fuese un dato inmóvil?

Rechazo la idea de corregir mi postura como si se tratase de un terrón de arcilla que se modela
con los dedos.

Me concentro, por el contrario, en hacer más profunda mi respiración y en la búsqueda interior de


la postura, teniendo en cuenta el hecho de todo un juego complejo de señales, centrípetas y
centrífugas, de los haces musculares de todas las partes de mi cuerpo.

Un día, Guy me preguntó si estaría libre el día siguiente por la noche.

“Querría filmarle a usted como ejemplo de postura” dijo.

Guy estaba, en efecto, preparando una película de 16 milímetros sobre el zen.

"¿Ejemplo de mala postura, quiere usted decir?”

“ ¡Qué va! De buena postura. Usted es perfecto. El arqueado de las caderas, los hombros, los
codos, todo es como debe ser”.

Me quedé un poco asombrado por su afirmación, pues yo calculaba por lo menos uno o dos años
para que mi postura llegase a ser más o menos presentable. Nunca al cabo de tres o cuatro meses.
Pero lo cierto es que yo era incapaz de juzgar mi postura, no disponiendo de la distancia suficiente
ni del ángulo apropiado para colocar mi mirada ante ella. Si él hubiese de igual modo afirmado lo
contrario, yo habría estado obligado a aceptarlo. Me puse a su disposición para dejarme filmar.

Comparar las tres disciplinas de la tradición japonesa, Seitai, Aikido y Zen, objetivamente, por así
decir en pie de igualdad, sería una idea difícilmente realizable si me encontrase en el Japón. Cada
una presenta un mundo apar-
te, con una clientela diferente. Tal tentativa pasaría por un sacrilegio a los ojos de los practicantes
de cada una de las disciplinas. La idea ni siquiera se les ocurriría porque están demasiado
profundamente comprometidos en la vía que han escogido para toda la vida.

El clima de Europa es, en este sentido, muy diferente del de Japón. No es imposible que un pintor
discuta con un físico, que un filósofo converse con un músico. Existe la búsqueda constante de un
lenguaje común, válido en todos los campos, lo que es un rasgo característico de Europa.

La distancia que me permite observar y comparar campos tan diferentes el uno de los otros de la
tradición japonesa no es, pensándolo bien, únicamente de carácter geográfico.

Observemos que, entre las 800 lenguas repertoriadas en el mundo,- sin contar las variedades
dialectales, el grupo europeo, que no es más que un subgrupo del grupo indo- ario, es el único que
no posee el equivalente de la palabra “ki”, que sobreentiende el complejo conjunto
espontaneidad-respiración-intuición.

Para simplificar la comparación, me hago esta pregunta: ¿Qué hay de común entre las tres
disciplinas que he mencionado más arriba?

Hay dos puntos a destacar: la respiración y la postura.

Existen numerosos métodos de respiración en el mundo, pero se les puede clasificar a grosso
modo en dos categorías: respiración pulmonar y respiración abdominal.

La respiración pulmonar, que activa el movimiento del diafragma, es de origen occidental; está
extendida por el mundo entero formando parte de la gimnasia que se aprende en la escuela. La
respiración abdominal es, por el contrario, de origen oriental, y de ella existe una gran variedad.
Por no citar más que unos ejemplos, tenemos: anapana sati, del budismo theravada, pranayama,
del yoga, que apunta a la absorción del prana del Universo, la respiración taoista, la Makashikan
de la secta Tendai búdica, la Susokukan de la secta Rinzai Zen, la Unshudu de la secta Soto Zen,
etc.

La respiración pulmonar, que es muy superficial, no tiene consecuencias, incluso si se la practica


mal. El único problema consiste en saber si el aire está polucionado o no.

Surge todo un problema cuando se pasa a la respira


ción abdominal. Su eficacia es evidente cuando está bien dirigida. El Aikido, ejecutado sin
respiración abdominal, es una danza de locos. El Zazen, sin respiración abdominal, es una siesta
con los ojos abiertos.

El defecto principal de la respiración abdominal es que, cuando se la practica mal, provoca el


bloqueo del plexo solar, en el hueco del estómago y, seguidamente, la rigidez de todo el cuerpo.
La sangre sube a la cabeza, y no se puede salir del estado de extrema tensión que se apodera
entonces del cuerpo. Esta tensión puede, por otra parte, llegar hasta a ocasionar hemorragias
cerebrales.

Muchos monjes zen han conocido el “zembyo”, enfermedad del zen, caracterizada por la
congestión cerebral, la rigidez del cuerpo, etc. Es por ésto por lo que Hakuino (1685-1768), gran
monje de la secta Rinzai Zen, ha preconizado un método para descongestionar el cerebro.

¿Pór qué el zazen, saludable para unos, puede ser nocivo para otros? Se encuentra aquí un
problema que preexiste al zazen, tanto como al Aikido.

Sabemos que, incluso sin hablar de escoliosis, de cifosis o de lordosis, nuestro cuerpo está sujeto a
la disimetría y a toda clase de deformaciones posturales.

Bastará mirar vuestros zapatos para constatar que el desgaste no es uniforme en las suelas y en
los tacones. Hay un desgaste característico de cada uno que no se hace por un esfuerzo voluntario
o intencional, y que denota las deformaciones posturales.

Los antiguos evadidos del presidio de Cayena decían a todo el que trataba de evadirse: en el
bosque, uno se pierde fácilmente. Cada vez que llegues a una bifurcación toma a tu derecha.

Esto quiere decir que al ser el paso izquierdo más corto que el derecho, cuando uno cree dirigirse
todo recto se vuelve fatalmente al punto de partida, después de haber descrito un amplio círculo.

La sabiduría del cuerpo conoce instintivamente estas deformaciones que le son propias y, cuando
se practica la respiración abdominal, se toma instintivamente una postura irregular, a fin de evitar
el bloqueo del plexo solar.

Los que tienen una anomalía en la sexta dorsal no tiene más remedio que mantener sus hombros
a alturas desiguales, el izquierdo más alto que el derecho o viceversa, si quieren respirar con el
vientre. Los que tienen la primera lumbar
protuberante no pueden enderezar la espalda, si quieren evitar endurecer el plexo solar. Y así
sucesivamente.

Ahora bien, si se fuerza a la gente a adoptar una postura correcta ante una mirada exterior, ¿qué
pasa? se ponen rígidos o no pueden aguantar. Se les quita así el trabajo de compensación
postural, arbitrariamente.

- ¡Ah! ahora comprendo bastantes cosas, dice Guy; una vez he asistido al Maestro Deshimaru para
aprender el manejo del palo (1). Entonces veía gente que tenía malas posturas. El Maestro
Deshimaru no les corregía. Al contrario, tocaba solamente a la gente que tenía una postura casi
perfecta. Yo me preguntaba por qué. Son más bien aquéllos los que tienen necesidad de ser
corregidos ¿no? Entonces me he puesto a bajarle el hombro izquierdo a uno, levantarle la cabeza a
otro. Pero cuando me he vuelto, no hacía ni siquiera treinta segundos, veía, a los que acababa de
corregir volver a tomar su postura habitual, el hombro levantado, la cabeza inclinada, como antes.
Ahora, después de su explicación, todo se vuelve perfectamente claro.

No se notan estas deformaciones cuando se está ocupado en discutir de negocios; en hacer


llamadas telefónicas, o en acudir a las citas. Es cuando se practica la respiración abdominal cuando
las distorsiones llegan a ser notorias. El Maestro Noguchi, del Seítaí, considera todos los métodos
de respiración abdominal, ya se trate de la mejora de la salud o de una práctica espiritual, como
una exhibición de defectos.

La corrección postural es un tema extremadamente delicado que exige mucha experiencia. Por
ello es por lo que se necesita un maestro experimentado. De otra manera, cualquiera puede
hacerlo, e incluso se puede inventar una máquina para hacer este trabajo.

En los tiempos feudales, los samurais estaban expuestos en todo momento a toda clase de riesgos
que ponían su vida en peligro. Atacados, incluso de improviso, debían tratar de desenvainar el
sable y mostrar como mínimo tres pulgadas del filo fuera de la vaina antes de morir. Si no, eran
tratados de cobardes, y sus familias eran expropiadas y desheredadas.

Ellos se entrenaban, pues, en el oficio de las armas, pero el entrenamiento solo no bastaba para
resolver todos sus

(1) Kyosiku: empleado durante el zazen para despertar o calmar (N. del T.)
problemas. Buenos practicantes, con una técnica excelente cuando se trataba de manipular su
sable de bambú, bien cubiertos con la armadura de protección, no eran necesariamente buenos
combatientes cuando los combates eran a shinken, con sables de verdad. La inminencia del peligro
de muerte era un poderoso factor psíquico que provocaba el endurecimiento del plexo solar y, en
consecuencia, el de todo el cuerpo. Ellos perdían así su agilidad habitual.

Shimizu Jirocho es un personaje muy popular en el Japón: vivió desde el final del feudalismo, bajo
el shogunato de Tokugawa, hasta después de la restauración del régimen imperial de los Meiji, en
el siglo XIX. Su oficio era el de organizar los salones de juego, que estaban estrictamente
prohibidos por las autoridades. Era un poco como un contestatario a favor del pueblo contra las
autoridades, y era uno de los más poderosos patrones de los grupos de jugadores clandestinos de
la época, teniendo gran número de hombres a sus órdenes. Era una especie de “bandido
generoso” como Robin Hood de los Bosques. De ahí su gran popularidad.

Debía mantener duros combates contra las fuerzas del orden y, sobre todo, contra las fuerzas de
otros patrones de grupos de jugadores con los que tenía a menudo luchas de influencia.

No había aprendido jamás a manejar el sable pero su sangre fría le salvaba siempre. El contó a un
maestro del sable cómo se comportaba en un combate.

-Toco con mi sable el de mi adversario y lo balanceo dos o tres veces, a derecha e izquierda. Si
rechaza el mío con rigidez, no dudo un instante, doy un paso adelante y barro a mi adversario a
sablazos. Pero si el otro, por el contrario, cede a mi sable sin ofrecer resistencia, es que tengo que
habérmelas con un hombre más diestro que yo. Retiro mi sable y huyo a todo correr.

-Usted conoce el secreto de las armas sin haberlo estudiado, dijo el maestro con asombro.

La sangre fría, la flexibilidad del cuerpo, todo consiste en saber si el plexo solar es lo
suficientemente flexible como para dejar pasar la respiración al vientre.

Se ganaría mucho eliminando, antes de hacer cualquier cosa, estas dificultades posturales.

El Seítaí, que quiere decir “el físico coordinado”, no es otra cosa, en la aplicación técnica, que la
eliminación de las distorsiones posturales.
Es posible que ensayando toda clase de métodos saludables se obtengan resultados opuestos, si
no se tienen en cuenta estos bloqueos que preexisten a los métodos.

Los que se quejan de dolor de riñones no están, de hecho, más que en el estadio inicial de la
agravación. Y recurren generalmente a su voluntad para vencer las dificultades.

Así, yo he conocido los efectos desastrosos de la voluntad cuando no tiene en cuenta la sabiduría
del cuerpo. Incluso practicando una disciplina que debería flexibilizar el cuerpo, se consigue un
cuerpo más endurecido que antes. Se pasa del primer estado del sufrimiento conscientemente
sentido al segundo estado de la insensibilidad. Se cree haber ganado la causa, porque ya no se
sufre. De hecho, el estado no ha hecho más que agravarse.
IV

LA BATALLA DEL LOTO

“Todas las medidas son no medidas. Con mi intuición, ¿qué relación?

SHODOKA DE YOKA DAISHI

Ahora que a muchos intelectuales les pica la curiosidad por saber lo que el Zen representa para
ellos, he recibido algunas de sus confesiones.

Hay unos que han llegado a la comprensión del zen, pasando por el yoga, o el budismo theravada,
o por algunos pensadores, etc.

La de mi amigo Guy es interesante en el sentido de que él ha seguido la evolución del pensamiento


occidental en su aguda actualidad.

Según él, el zen no es un objeto de curiosidad de una minoría intelectual sino una cuestión que
concierne a todos los occidentales en general.

La tradición monoteísta, dice, hace incrementarse el sentido de culpabilidad, fomenta una


psicología malsana, y nos conduce a la agresividad. El zen, por el contrario, nos libera de esta
culpabilidad en vez de ligamos a ella, y nos adapta a las circunstancias.

Hace treinta años, el zen no habría tenido el éxito que conoce hoy día en Europa. Pero, desde
entonces, todo ha cambiado.

Pasando por el existencialismo ateo de J.P. Sartre y Heidegger, las nociones en las cuales el
Occidente ha colocado su fe, tales como el valor, la substancia y la finalidad, han sido enteramente
derribadas. En Occidente no se encuentra nada para salvar la situación. Es la crisis de Occidente.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Bridgman, físico americano, se ha
suicidado de desesperación, después de haber alcanzado la conclusión de que las partículas
elementales de la materia no existen en realidad.

Si la materia no existe, el sentido de la finalidad que hemos conservado desde el tiempo de los
griegos, es aniquilado de un solo golpe. Todo no es más que un absurdo.

El suicidio de Bridgman ha sido un gran shock para los intelectuales occidentales.

Viene después Marcuse, que preconiza el rechazo de todos los valores establecidas y la
adquisición de la libertad El está en el origen de los movimientos contestatarios de los estudiantes
que vemos propagarse por el mundo entero. Pero de hecho no hace más que exhortar a la
destrucción.

Tal ha sido en resumen la opinión de un intelectual occidental sobre la evolución del pensamiento
moderno.

Creo por mi parte que la crisis de Occidente no es un hecho nuevo que data únicamente de
después de la guerra, sino que es el resultado de una larga evolución del pensamiento que se
remonta muy lejos en la historia.

Con Copérnico, el mundo terrestre deja de ser el centro del universo. Newton ha elaborado un
sistema de universo situado sobre ejes homogéneos, pero el descubrimiento de la velocidad de la
luz reduce este sistema a no ser nada más que una ínfima parte de un universo más grande. Y el
universo de Einstein ¿es la última palabra de la ciencia?

Que todas las investigaciones científicas hayan conducido a la abolición del punto fijo, a la
negación del valor absoluto de los conceptos y a la destrucción, quiero creerlo de buen grado.

¿Es que todo el encaminamiento tortuoso del pensamiento occidental es inútil? Inútil si ya se está
liberado de todo sufrimiento humano. Útil si no se está. Útil, no solamente para los occidentales,
sino para toda la humanidad, pues es inevitable que ésta tome una capa de occidentalización
tarde o temprano, con el progreso técnico e industrial.

Por la palabra occidentalización, entiendo la tendencia a la polarización de toda actividad humana


en el cerebro, esta parte frontal de la cabeza. Por comodidad, llamaré a esta tendencia cerebro-
céntrica.

- ¡Ah!, dice mi amigo Cuy, la palabra cerebro-céntrica


explica toda la historia de Occidente, desde los Egipcios hasta nuestros días.

Pido disculpas a la Academia Francesa por mi neologismo, pero lo necesito y ya tengo un


partidario.

Opongo el cerebro-céntrico al ventro-céntrico; he aquí las diferencias esenciales entre los dos.

El cerebro-céntrico depende de la percepción de los cinco sentidos, cuyos datos son traspuestos
en nociones generales, llamadas conceptos. A partir de estos conceptos, construye una
representación del mundo, que debe ser en principio coherente en su conjunto. Actúa sobre el
mundo así representado por la puesta en ejecución de la conclusión que obtiene por su actividad
intelectual. Piensa que basta apelar a su voluntad para actuar.

Pero ¡ay!, la voluntad no puede actuar más que por medio de los llamados músculos voluntarios,
cuyo alcance está limitado a una pequeña parte de la actividad corporal.

Ningún tirano en el mundo, aunque fuera un zar ruso, podía dar órdenes como: bostece,
estornude, estremézcase, haga latir su corazón más fuerte, transpiré abundantemente, etc.

Todo lo que podemos hacer es realizar esfuerzos voluntarios. Para transpirar, podemos ejecutar
un trabajo muscular; ¿pero si el cuerpo se niega a transpirar? Conozco más de un caso de este
tipo.

En el ventro-céntrico, las señales dadas por las neuronas de la corteza cerebral, no son el motor
que suscita la acción. Es la espontaneidad. El mismo no sabe de dónde viene esta fuerza que le
empuja a actuar. En Occidente se conocen ejemplos célebres: Jesús y Napoleón. Pero la
espontaneidad no es siempre buena. Choderlos de Laclos ha sufrido por ella, él que estimaba ante
todo la apacible vida de familia. La espontaneidad no es de hecho ni buena ni mala. Transciende el
bien y el mal.

El ambiente en Europa, sin embargo, es tal que, en el curso de los siglos, Dios deja de ser esta
fuerza que soplaba a través del cuerpo de Jesús. Este se ha convertido en un Magistrado.
Decididamente, Europa quiere llevarlo todo a la cuestión de la conciencia.

He tenido la idea de representar esta relación con un símbolo bien conocido: el triángulo. El
cerebro-céntrico es un triángulo invertido, con la base arriba y la cúspide abajo. Representa el
circuito: percepción-conciencia-voluntad. Es
significativo que los grandes pensadores occidentales han sido siempre representados en
caricatura con una gruesa cabeza y los pies minúsculos.

El ventro-céntrico es un triángulo bien asentado, con la base abajo y la cúspide arriba. Este
triángulo coincide curlosamente con la postura de zazen; es la pirámide humana.

El ideal de la medicina oriental, desde hace milenios, ha sido: la cabeza fría y los pies calientes.
Esta disposición asegura el control de la espontaneidad. La medicina occidental ignora la
importancia de esta disposición. Los pies no son más que una parte banal del cuerpo. No es
sorprendente que se acabe por tener la cabeza caliente y los pies fríos.

Hoy día es inevitable que se participe en la civilización cerebro-céntrica. Yo no tengo en modo


alguno la intención de predicar la vuelta a la vida primitiva por medio del retiro en las montañas o
el nomadeo en el desierto. Lo esencial no está en el género de vida que se lleva. Robinson Crusoe
ha mantenido, en su vida solitaria, el uso del calendario gregoriano.

El cerebro-centrismo es como un viaje que se ha emprendido con un billete de ida simple. La ida y
vuelta no puede ser asegurada por la simple negación de todas las comodidades, así como de
todos los inconvenientes que ofrece la vida moderna.

La vuelta será asegurada por el reconocimiento del valor ventro-céntrico. Sin embargo, el paso del
cerebro al vientre no es cosa fácil. El cerebro tiene un circuito: conciencia y voluntad, y el vientre
no actúa más que por la espontaneidad y la intuición.

En el curso de nuestras conversaciones, Guy me hace comprender que los occidentales no creen
más que en la voluntad, como motor de toda acción, y que las interpretaciones que doy, por
ejemplo, sobre los pasajes de los evangelios, no serían fácilmente aceptadas con ellos.

Voy a relatar aquí un pequeño incidente cuya importancia no es despreciable, en mi opinión, por
su contenido.

Un día Guy me dice:

- Usted hace la postura del loto. Yo hago el medio loto. Pero es preciso absolutamente que haga el
loto, porque el medio loto no es estable. No es como debe ser. No es perfecto.
Durante el zazen, los tres puntos formados por las dos rodillas y las nalgas dan la base a la
pirámide postural que debe soportar todo él peso del Cielo contra la Tierra. Si las dos rodillas no
están bien equilibradas, toda la estructura sufre de esta debilidad. Hacer una hora de zazen es
morir una hora. Es un largo y profundo viaje de búsqueda interior, más allá de la Vida y de la
Muerte. Cuanto más seriamente se compromete uno en ello, más. insatisfecho se está de una
postura de compromiso como el medio loto.

Algunos días más tarde me dice, con un aire radiante: -Acabo de hacer el loto. No ha durado
mucho tiempo, pero lo he conseguido.

Después explica a sus amigos:

-El Sr. Tsuda no está de acuerdo en lo que hacemos con la voluntad. Pero yo voy a probar con mi
voluntad. Haré el loto. El loto no tiene nada de comparable con el medio loto; hay un mundo de
diferencia.

Se estremecía casi de alegría pensando alcanzar al fin el objetivo supremo de su vida: es decir,
hacer zazen “sin objeto’’.

Así comenzó la batalla del loto, batalla que un hombre valiente ha librado contra un enemigo
aplastante de superioridad, que no era otro que él mismo. El acontecimiento no figurará
probablemente en los anales de la historia del zen, pero su importancia no es por ello menor. he
seguido atentamente el desarrollo de la batalla.

—Esta mañana he hecho también el loto. Es formidable, si puedo continuar así, abandonaré todo.
No tendré necesidad de nada. Me retiraré a las montañas para vivir allí como ermitaño.

Estaba verdaderamente contento del éxito que había obtenido. Pero ha añadido:

- ¡Oh! pero ésto hace daño en los tobillos, ¿eh?

-Si no me dolieran los tobillos, podría continuar el loto. Pero ¡cómo duele!
Entonces yo le he comunicado la reflexión:

-En el seitai, nos ocupamos de la postura de relajación.

Cuando se pone uno firmes todo el mundo se parece más o menos. Pero es en descanso cuando se
ven las diferencias. Por ejemplo, cuando usted está aquí en el café, está siempre sentado con la
pierna izquierda colocada sobre la derecha, y nunca al contrario. Usted lo hace inconscientemente
y no sabe por qué lo hace. Yo diría incluso que ni se ha dado cuenta de ello. La razón es que su
pierna izquierda está más contraída y fatigada que la derecha. Por eso es por lo que tiene más
necesidad de descansar que la derecha.

Le he hecho hacer lo contrario de su costumbre, es decir, la derecha colocada sobre la izquierda.

-¡Ah! ya veo. No me encuentro bien así. No es natural.

Me preguntó de dónde venía ésto. Normalmente es él quien hubiera debido saberlo, puesto que
se trata de su cuerpo. Pero de hecho nadie conoce lo que pasa en sí mismo, a pesar del precepto
de Sócrates: “Conócete a tí mismo”.

Le he dicho que es la tendencia espontánea e inconsciente de cada uno, lo que no quiere decir
nada si se trata de establecer una relación de causa a efecto.

He añadido un pequeño detalle para divertirle:

-Su tendencia hace que usted coma más cuando está emocionado.

-¡Vaya, vaya! ¡Pues es verdad!

Estaba muy intrigado por ello.

Sin embargo, cada día, la batalla del loto hacía estragos: una hora de postura inmóvil delante de la
pared. Al cabo de dos semanas me dijo:

-No puedo más. He capitulado.

Estaba sin aliento y encima cojeaba.

-¿Capitulación?

-Capitulación. No puedo más. Al principio creía que eran los tobillos. Pues bien, no. Ya no son los
tobillos. Es la columna vertebral, es todo el organismo que se rebela contra mí. Me duele por
todas partes.

Me ha contado todo ésto de buen humor, sin amargura. Nos hemos reído mucho sin mala
intención.

Me alegraría si esta experiencia le sirviera para conocer los límites de la voluntad, y si pudiera
abrirle las puertas a la espontaneidad.
V

MOVIMIENTO Y RESPIRACION

-Se diría que es un manicomio, dice Guy, comentando su experiencia del movimiento regenerador
a sus amigos.

El espectáculo es en efecto bastante sorprendente. Es incluso desconcertante para el que lo ve por


primera vez.

Quién habría creído que tal hombre o tal mujer, si se les encontrase en la calle o en una oficina,
podrían entregarse a movimientos tan imprevisibles, tan frenéticos, sobre todo en un país donde
la risa se considera como incongruente (decía Valery).

He aquí que una señora hace girar los brazos como hélices mientras que otra se desploma y
solloza. De pronto se oye un gran estallido de risa sonora que, por efecto de contagio, sacude a
todo el mundo con una hilaridad irresistible. Y ésto no es todo. Hay un señor que, como sin
relación con los otros, se pone a boxear en el vacío, aullando hasta desgañitarse.

Pero ¿por qué todo ésto? Nadie puede explicar la razón de su movimiento. Como quien no sabe
justificar su acción de manera plausible frente a los otros es generalmente calificado de loco en la
sociedad, correría mucho riesgo de ser tratado duramente si no estuviera al abrigo de la mirada
malévola de los curiosos.

¿Cómo puede uno moverse sin que antes se piense y se determine lo que se va a hacer? Es normal
que se reflexione antes de hacer algo. De otro modo no se necesitaría la inteligencia. Esto es
verdad. Es verdad frente a la sociedad. No lo es del todo frente a nosotros mismos.
Fuera de las líneas maestras de su conducta, como el desplazamiento de un sitio a otro, la
realización de un trabajo, etc., uno ejecuta un número indeterminado de movimientos, 'sin estar
consciente de ello.

¿Es que uno lo piensa cada vez que guiña los ojos? Ni siquiera lo recuerda. ¿Y cuando bosteza? ¿Y
cuando estornuda? ¿Y cuando tose? ¿Y cuando tiene tics nerviosos?

Cuando uno anda no dice a cada momento: hay que adelantar el pie izquierdo balanceando al
mismo tiempo la mano izquierda hacia atrás y la mano derecha adelante, etc. No sabe ni siquiera
con qué pie ha empezado. A menudo no se está consciente de su andar. La prueba es que se
charla al tiempo que se anda y se gesticula.

Si no se es consciente de lo que se hace con los músculos voluntarios, como los brazos y las
piernas, se está enteramente fuera de control cuando se trata de las actividades de los músculos
involuntarios.

Uno puede aún controlarse cuando lleva el alimento a la boca y lo mastica. Yo diría incluso que el
control que se ejerce en este caso no es siempre cosa segura. (Os acordáis, seguramente, de
alguna de vuestras comilonas. En el curso de estas comidas, ¿controlabais la cantidad de alimento
que tragabais?) Pero una vez que el alimento ha pasado al esófago, ya no se puede hacer nada. He
oído hablar de personas muertas como consecuencia de una oclusión del esófago provocada por
un alimento.

Se puede tener un conocimiento del proceso digestivo. Pero no se trata más que de un
conocimiento general. No se sabe nada de lo que sucede realmente. ¿Se puede decir sin
equivocarse a dónde ha ido a parar la zanahoria que se ha comido, en este preciso momento?

Si el corazón y los pulmones de uno no trabajaran más que siguiendo las propias órdenes
conscientes ¿qué pasaría, cuando uno duerme?

Un agente de policía, asaltado por la sospecha, detuvo en una calle de Tokyo a un hombre que
tenía una mirada inquieta. Descubrió que se trataba de un criminal perseguido. ¿Por qué tenía una
mirada inquieta? Porque los músculos oculares estaban contraídos a pesar suyo, lo que hacía que
los movimientos de los globos oculares fuesen bruscos. El sentido de culpabilidad había
obstaculizado el control de los músculos voluntarios.

Si uno es hombre sabe bien que existe un órgano, consi-


derado como símbolo de la virilidad, que no obedece a nuestra voluntad.

Someter los músculos involuntarios al control de los músculos voluntarios se llamará


“masturbación”. La masturbación, entendida en este sentido más amplio, y no exclusivamente en
su sentido sexual, existe por doquier en la vida social, pues el procedimiento es muy cómodo. Pero
dejémoslo.

La voluntad, sobre la cual el mundo occidental ha basado su esperanza, no tiene de hecho más
que un campo de actividad muy limitado. No actúa sobre los glóbulos sanguíneos, sobre los
cabellos, sobre cada una de las células que componen el cuerpo. Y sobre los músculos voluntarios,
que son su propio campo, presenta fallos.

Sako, mi amigo africano, se quejaba de su dolor de hombro. Le digo: espere que abra mi dojo.

Marcos, el dentista, esperaba también su apertura. Tenía un problema típico de su profesión; No


solamente debía estar de pie todo el día, sino que tenía que adoptar toda clase de posturas
peligrosas para examinar la boca de Sus Clientes. Estaba tan cansado que le costaba trabajo
levantarse por las mañanas.

Sako, Marcos, igual que Guy, teniendo todos problemas diferentes, tenían un punto común:
buscaban la verdad.

El día de la apertura hubo una treintena de personas. Muchos vinieron quizá por cortesía, pero ni
Sako ni Marcos estaban allí por cortesía. Se habrían enfadado mucho si no les hubiera invitado.

Empecé por explicar a los participantes lo que tenía intención de hacer.

En enero de 1969, cuando pasé por París, hice una demostración del movimiento regenerador.
Hubo una cuarentena de participantes, pero la mayor parte permanecieron como espectadores.
París es la única ciudad que yo conozca donde hay espectadores del movimiento. No les había ni
en Tokyo, ni en Roma, ni en Los Ángeles. Todo el mundo participaba en el movimiento.

En Francia algunos han continuado con el movimiento después, pero para la mayoría ésto era ya
cosa muerta.

Esta vez, dos años después, he venido a trabajar a pie de


obra. Voy primero a propagar el movimiento en Francia y desde allí, en los otros países de Europa.
La posibilidad de propagarlo en los Estados Unidos no está excluida.

La razón por la cual he escogido Europa para empezar es la siguiente:

En el Japón, el mayor interrogante, si puedo decirlo así, es ¿cómo se hace?

Los japoneses intentan primero saber cómo se hace y, una vez adquirido el saber, son
extremadamente rápidos en ejecutar. Intentan siempre perfeccionar la ejecución y son maniáticos
de la precisión.

En los Estados Unidos la interrogante mayor es: ¿qué se hace? Una vez que están convencidos del
interés de la cosa, organizan el asunto para hacerlo rentable.

En Europa la interrogante mayor es: ¿Por qué se hace? Los europeos hablan mucho, discuten
mucho y son muy lentos en ejecutar cualquier cosa. Pero tienen una comprensión más rápida que
los japoneses y los americanos.

Dado que en los tiempos modernos todas las ideas, comprendidas las que no son de origen
europeo, han tomado impulso partiendo de Europa antes de influenciar el mundo, es preciso
primero empezar por Europa, suscitar las discusiones, hacer descubrir la razón profunda y
convertirla en comunicable.

Si se compara el mundo actual a un cuerpo humano con la disposición de las funciones fisiológicas,
Europa es la cabeza, los Estados Unidos los hombros, el Japón el vientre o las caderas.

Después di una pequeña explicación del movimiento regenerador. Su principio: abandonarse al


movimiento espontáneo. Su método: la excitación del bulbo raquídeo y la suspensión
momentánea del sistema voluntario.

Todo es tan simple que podría casi explicarse en cinco minutos.

Nos pusimos a trabajar. Hice hacer el movimiento regenerador mutuo que consiste en fusionar el
impulso espontáneo de los dos compañeros, sentados uno detrás del otro; el segundo, llamado
donante, teniendo las manos colocadas sobre la espalda del primero, llamado receptor.

De ordinario, el movimiento no arranca fácilmente con gente que no tiene experiencia en él. Es
difícil para cualquiera imaginar un movimiento que sea completamente espontáneo y libre.
Afortunadamente había algunos fieles del
movimiento que habían practicado desde hacía dos años. Su presencia permitió crear una
atmósfera favorable.

Una señora se puso a girar los brazos. Otros dos o tres se pusieron a contorsionar las caderas. En
fin, se ganó la partida.

De pronto resonó una risa, entrecortada, serena, sin motivo. Era Sako el que reía. Fue
verdaderamente inesperado. Su risa provocó ecos en los otros practicantes. Y, de repente, cesó.

El balance de esta sesión: dos señoras con los brazos en hélice, algunos con movimiento lateral,
algunos con movimiento rotatorio, etc.

Después de la sesión, Sako hizo esta reflexión delante de todo el mundo. “Cuando vine por
primera vez a Francia, quedé sorprendido por el ambiente glacial en el metro parisino. Me dije:
debe de haber un muerto, y miré alrededor. Me puse tan triste que quería volver en seguida a
África”.

Sako, en todo caso, ha demostrado con su acto, esta contra-verdad psicológica: uno ríe porque ríe,
y no porque la cosa es divertida, cómica, ingeniosa o graciosa. El sintió en sí mismo esta fuerza
irresistible que sacudió todo su ser. También se detuvo en seco tan pronto como se le pasaron las
ganas.

Lo que me ha parecido bien es que todo el mundo ha aceptado tácitamente, sin discusión,
deshacerse de esta pesada carga, de tres mil años de antigüedad: el deber de justificarse con el
por qué de su acto. Uno volverá a cargar con este peso tan pronto como se franquee el umbral del
dojo para ir a sumergirse en la vida social.

Si cada uno de los participantes no sabe explicar por qué hace tal o cual cosa, lo siente muy bien,
como quien se lleva la mano a donde le pica. Pero, en calidad de oficiante, yo longo que observar.
Teóricamente, soy el único que tiene los ojos abiertos. Tengo que observar que la Señora Tal se
golpea la espalda, con la mano derecha, en la décimo-primera vértebra dorsal y en la primera y la
tercera lumbares con sorprendente precisión. Tiene molestias en los ovarlos.

Pero todo evoluciona. Cada vez se cambia de forma; Alain, a quien yo había pedido que sacara
algunas fotos de nuestras sesiones, soltó la máquina y se puso a hacer el movimiento. Al principio,
apenas se movía. Lanzaba pequeños gemidos y yo me preguntaba si sollozaba o reía. Pero se
desencadenó poco a poco. Empezó a golpear el tatami con las
manos y los codos, a un ritmo de jazz. No contento con ésto, se puso a aullar, a rodar por tierra, a
levantarse de un salto, a golpear en el vacío, a mugir. Lo bauticé “nuestro león”. Una vez gritó tan
fuerte que uno de los participantes se precipitó a cerrar las ventanas para no llamar la atención de
los vecinos.

Un día, se oyó la voz de Marcos que decía: ¡Ah! ¡Esto sí que es bueno! Yo dando volteretas. En
efecto, al volverme le vi caer patas arriba. Desde ese día se ha convertido en un bulldozer que se
abre paso entre el amontonamiento de los practicantes.

Cada sesión nos reserva sorpresas. He visto a Guy, normalmente bastante pacífico en su
movimiento, darse codazos violentos como “yabbings” de boxeador. Tenemos también una
bomba de relojería, una señora que, habiéndose quedado casi inmóvil durante la sesión, empezó a
tener convulsiones lanzando gritos cuando estábamos a punto de marcharnos, etc., etc. Es
prácticamente imposible prever lo que va a suceder.

Pienso que el rodaje del movimiento regenerador tarda más o menos dos o tres semanas. Después
de este período, ya no se sorprende uno de nada; piensa uno que todo es posible.

Después de las sesiones, Marcos me ofrece siempre llevarme a casa. A menudo nos paramos en el
camino y me invita a una copa.

Las observaciones que hace son muy interesantes; no dejo de aprender.

-Con medios tan sencillos, se consiguen resultados... mientras que se suele complicar uno tanto...
bueno, es aberrante.

A menudo no acaba sus frases, como si tratara de apreciar las resonancias profundas que se
despiertan en su interior.

Me ha contado cómo ha llegado a dar la voltereta. Era una cosa que no había intentado jamás
hacer desde su infancia. Se decía a sí mismo: como de costumbre, esta tarde haré el simpático
camellero. Empezaba a mover la cabeza a derecha y a izquierda cuando, de golpe, sintió que una
fuerza inesperada le empujaba por el trasero, haciéndole dar la voltereta.

-No he hecho nada a propósito, se lo juro. Pero... pero ... Es increíble.


Somos afortunados por tener un local donde nadie nos molesta, pero si “nuestro león” se
desencadenara en la calle...

- ¡Ah! sí. En seguida será la camisa de fuerza, bromuro, ambulancia... pero nada de problemas. Lo
mantendrán vigilado.

La vida social ofrece ventajas, pero también inconvenientes.

Guy, por su parte, me dijo que había conseguido hacer el loto durante un cuarto de hora. Esta vez
era prudente. Tanteaba el terreno para ver si era capaz de continuar durante más tiempo. Pero la
gran diferencia radicaba en la respiración. (El hace el movimiento regenerador antes de ir a zazen).

-Ahora respiro con el vientre, sin esfuerzo. Se hincha así, por sí solo.

Más tarde consiguió mantenerse tres cuartos de hora. Había obtenido lo que buscaba: la postura
del loto. Recibió la ordenación de sangha, monje budista, hizo voto de dejar su familia (shukke), es
decir, de abrazar una nueva vida, prescindiendo de esta pequeña vida familiar. No tendrá que
retirarse a las montañas, como había dicho; son las montañas las que vendrán a él.

El movimiento regenerador puede ser algunas veces muy violento en apariencia, pero es
esencialmente diferente de un movimiento voluntario: el pulso no cambia. Si se imitasen por un
esfuerzo voluntario algunos de estos movimientos, el corazón no podría evitar latir más fuerte, y
uno se sentiría muy cansado. En realidad, se sale después del movimiento regenerador
completamente relajado. El mejor momento es cuando, con un semblante muy sereno, nos
decimos adiós, mientras que diez minutos antes un espectador desavisado se hubiera espantado
ante tal exhibición.

Un día, Guy me dice:

-André Malraux hace el movimiento regenerador, ¿lo sabe usted?

-¿Cómo es ésto?

—Lo he visto en la televisión. Era exactamente ésto.

No me extraña en él.

El movimiento regenerador es un desahogo general, mental y físico. Lo mental y lo físico son


inseparables, a menos de introducir entre ellos Una frontera artificial por comodidad intelectual.
Toda civilización es hipnotismo. Por hipnotismo entiendo la orientación de nuestra sensibilidad en
una dirección conscientemente determinada. Así, cuando un hipnotizador dice: Usted está en el
paraíso, el hipnotizado no ve más que los ángeles, las flores, etc. Naturalmente, todo depende del
gusto de cada uno, pues los hay que prefieren los bistecs a las flores.

Un peligro inminente, como el de un sablazo sobre nuestras cabezas, nos hipnotiza y nos
inmoviliza. Un peligro más permanente, constituido por palabras inventadas por los hombres,
ejerce sobre nosotros una hipnosis más duradera.

Un pulular de palabras en “ismo” nos aplasta ya, comenzando por el esnobismo, el esnobismo anti
esnob, el anti-esnobismo esnob; capitalismo, comunismo, chauvinismo, humanismo y qué sé yo
más.

Cada uno de los ismos presenta un sueño de la humanidad. No es tarea nuestra destruir estos
sueños, estas pequeñas construcciones del espíritu humano, minúsculas ante el Universo.

Las construcciones nos abrigan contra la intemperie. Pero no olviden que, por encima de las
nubes, está el cielo azul.

El movimiento regenerador nos “deshipnotiza”. Después de dos o tres semanas de rodaje los
practicantes ya no tienen necesidad de que se les predique sobre ello. Lo saben.

Cada uno de ellos tiene problemas. Estos problemas pueden ser de orden diverso: moral,
sanitario, religioso, familiar, postural, deportivo, financiero, trágico, cómico, trágico- cómico, y qué
se yo más.

Para mí, son “problemas”. Los problemas son bloqueos. Hay bloqueo allí donde no hay
respiración.

Todo lo que quiero saber es si hacen el movimiento o no. No les hago otras preguntas. ¿Qué voy a
hacer con explicaciones llenas de palabras tan largas como barras de pan?

En contra del cartesianismo para el cual el yo es fijo y permanente, y el problema, fijo y


permanente, digo simplemente que ni el yo, ni el problema son fijos ni permanentes.

Los practicantes saben que el problema cambia de aspecto: se intensifica, se acentúa, se esfuma,
desaparece.

Incluso si el problema es exterior, y tiene la pretensión de ser inmutable, el yo, el terreno,


cambian. Se lo mira con ojos diferentes.
Toda esta transición se hace inconscientemente, y yo he cometido el error de evocarlo, como si
sacudiese a un niño dormido para saber si estaba bien dormido. Es necesario, no para los
practicantes, sino para la gente que lo ignora.

Hacer el movimiento es un poco, como decía Marcos, jugar al escondite. Se espera, con un placer
anticipado mezclado con temor, las sorpresas que el movimiento reserva cada vez. Es como jugar
al escondite consigo mismo, con su subconsciente. ¿Qué decir de una señora que, después de
haber estado llorosa durante dos meses, pasa ahora por risueña?

Varias veces nos han sorprendido las observaciones hechas por los espectadores: les ha parecido
que el movimiento era una hipnosis.

Esta es la diferencia esencial entre los espectadores y los practicantes. Los espectadores, con sus
nociones bastantes vagas, se contentan con meter en el mismo cesto todas las cosas que se les
presentan.

La hipnosis es una polarización del consciente en una orientación dada, mientras que el
movimiento regenerador libera el consciente de sus ataduras. Los practicantes están plenamente
conscientes. No están ni en el paraíso ni en el infierno. Están en nuestro dojo.

El consciente, durante el movimiento, permanece bien despierto. Pero no interviene en el


movimiento. Cesa de dar órdenes. Confía en la sabiduría del cuerpo.

Si tengo el honor de ser comparado con un hipnotizador, ¿con qué idea hipnotizo a la gente? Con
la vacuidad, quizás.

-Esto es zen, dice Guy. Meditación en movimiento.

-No, ésto no es zen.

—Pues sí, sí, para nosotros es lo mismo.

En el fondo tiene razón. Yo he hablado desde el punto de vista japonés; él desde el punto de vista
occidental.

¿Es qué tendría que volver sobre este punto para ver qué lugar debería atribuirse al movimiento
regenerador en relación con el zen propiamente dicho?

¿Son rivales o se complementan?

El hecho de que yo me haya retirado al balcón “europeo” me permite hacer un trabajo de síntesis
que sería impensable en el Japón. Desde aquí capto en mi campo visual todas las grandes
montañas: zen, aikido, seitai, movimiento regenerador, el teatro Noh, la caligrafía, y quizá muchas
otras cosas.
VI

LA OSMOSIS

Hago esta experiencia:

Una persona se pone de pie ante mí, con la espalda girada hacia mí. Coloco mi mano sobre su
espalda y espiró profundamente, mientras visualizo que mi espiración pasa por mi mano a través
de su cuerpo.

Digo visualizar, y no imaginar. Imaginar es una actividad intelectual, pero visualizar es un acto. Se
dirá que la respiración no puede pasar por. las manos y, con mayor razón, no puede pasar a través
del cuerpo de otro. Entendido en el sentido de la respiración pulmonar, estoy completamente de
acuerdo en admitir que es imposible. Pero yo entiendo por respiración algo muy diferente. Es un
conjunto que comprende los aspectos más diversos. La respiración es a la vez intuición,
espontaneidad, movimiento, premonición, atención, simpatía, comunión, y qué sé yo más. Esta
diversidad me obliga a presentar estos aspectos uno por uno, para hacer el recorrido completo de
la idea, pero estos aspectos deben ser captados como formando algo indivisible.

Nada me impide visualizar mi respiración pasando desde la base del vientre a mis manos y al
cuerpo de mi compañero. Es un acto mental. Pero tiene un efecto físico. Mi compañero, como
atraído por una fuerza invisible, vacila y cae hacia atrás en mis brazos.

¿Es que esta experiencia es concluyente para demostrar algo? Yo diría que no. Pues ésto a veces
funciona de maravilla, y otras nada en absoluto.

En el caso de Christiane, no tengo ni siquiera necesidad de tocar su espalda. Coloco mi mano a una
distancia de veinte centímetros detrás suyo y ella cae hacia atrás como si yo fuera un potente
aspirador.
Este es un caso extremadamente sensible. Ella no puede ni siquiera soportar sentarse delante de
mí en el coche. Un día le ofrecí el sitio de delante, para evitarle la molestia de absorber el humo de
mis cigarrillos. Inmediatamente después, la veía agitarse de derecha a izquierda.

-Pare, dijo ella, siento que el movimiento regenerador se pone en marcha.

Bajamos del coche para cambiar el asiento. Yo no había hecho nada con intención. Sólo mi
presencia detrás de ella era suficiente para perturbarla. Evidentemente, un coche no está hecho
para el ejercicio del movimiento regenerador.

Pero todo el mundo no es como ella. Los practicantes saben por experiencia que hay gente con la
que tienen la sensación de tocar una pared de hormigón.

Este fenómeno de atracción, unas veces manifiesto, otras imperceptible, no puede explicarse por
la ley newtoniana de la inercia, pues ninguna fuerza física ha actuado en este caso. Yo no he tirado
ni empujado.

Entre mi pareja y yo hay una fusión de sensibilidad a la que podría dar el nombre de ósmosis,
evitando al mismo tiempo admitir la noción de un disolvente material. El disolvente concreto,
aquí, es el ki, la respiración, la sensibilidad la pulsión.

La palabra ki, como he dicho ya, plantea problemas a todo el que trata de traducirla a las lenguas
europeas. Aún en las frases se puede bordear la dificultad traduciéndola indirectamente. Es la
traducción directa la que agobia a los compiladores de diccionarios o a los investigadores de las
verdades filosóficas.

Se me ha dicho que en Occidente hay palabras como magnetismo, radiación, vibración,


emanación, etc. Ciertamente, corresponden al ki, en el caso presente. Pero no cubren todos los
aspectos del ki.

Son términos de fenómenos físicos trasladados al campo de los fenómenos biológicos. Pero la
biología oficial no reconoce estos términos.

Curiosamente, es más bien la cirugía la que es consciente de la deficiencia. Los cirujanos confían
siempre en una fuerza misteriosa sin nombre que, una vez terminada la operación, realiza lo
esencial para reordenarlo todo, mientras que, si los mecánicos olvidan apretar un solo tornillo, el
motor no funciona.

Si el ki fuera un fenómeno cualquiera, no habría ningún


inconveniente grave en adoptar uno de estos términos. De hecho, no lo es. Adoptando palabras
como magnetismo o emanación, yo me vería forzado a abandonar todas las posibilidades de
desarrollo filosófico que deseo emprender.

Se han intentado diversas experiencias para demostrar la existencia de la emanación, pero no son
concluyentes. Sin embargo, los tests llamados parapsicológicos han dado ya resultados contrarios
a la teoría de la probabilidad.

Mientras se busque en el campo de los fenómenos una explicación satisfactoria, no se llegará a


ella. El ki no pertenece al sistema de pensamiento que opone el fenómeno al noúmeno.

El ki puede actuar sobre los fenómenos; es todo lo que se puede decir. En cuanto al ki mismo, se le
puede sentir, o no sentir en absoluto. No puede demostrarse objetivamente. Si se demuestra, ya
no es el ki.

Si el ki flota en la incertidumbre, no puede ser objeto de la ciencia en el sentido siglo XIX de la


palabra. Puede igualmente ser un desafío a la ciencia del siglo XX, ahora que se está forzado a
aceptar la incertidumbre como una verdad rigurosa (principio de incertidumbre de Heisenberg).

Recordemos la historia de una mujer que se curó al tocar la orla del manto de Jesucristo. Si se
trataba de una emanación, ¿por qué afectó más especialmente a esta mujer y no a la gente que
rodeaba a Jesús más de cerca? ¿Por qué Jesús no realizó milagros entre los Nazarenos?

Milagros, los vemos todos los días. Un recién nacido busca el pecho de su madre, sin haberlo
aprendido. Se ve a los bebés o a los niños preferir una persona a otras, sin que se pueda explicar el
por qué.

Se ha hablado de un astronauta que habría sido sometido a una experiencia de telepatía durante
su viaje a la luna y surgió la pregunta de si el hombre podía tener una potencia de emanación
capaz de recorrer centenas de millares de kilómetros. Además, hace falta que el astronauta escoja
una entre los miles de millones de emanaciones que cubren la tierra para entrar en comunicación.
Sería vano intentar la experiencia.

La telepatía no existe de hecho en función de la distancia, como su nombre dice; se trata


únicamente de una cuestión de ósmosis, de fusión de sensibilidad.

El ki trasciende el cuadro de fenómenos definido por el espacio y el tiempo.


Como la gran masa de gente no es sensible más que a los fenómenos, como la riqueza y la
pobreza, el trabajo y el rendimiento, la felicidad y la desgracia, los accidentes, la enfermedad, etc.,
todo lo que trasciende el mundo de los fenómenos parece no tener razón de ser.

Curiosamente el Japón ha conservado una tradición en la que la sensibilidad al ki es primordial.

Hubo un tiempo en que esta sensibilidad comprometía la vida o la muerte de los hombres. A los
samuráis se les suponía capaces de captar el sak-ki, el ki mortífero, antes de que el fenómeno de
ataque se produjese.

La palabra ósmosis es un término de física, y hay que despojarla de su contenido material para
captar bien esta relación. En japonés se tienen palabras como “kanno”, sentir y reaccionar, que se
aplica a las relaciones humanas, y expresiones como “ki ga au”, el ki se comunica, lo que
corresponde mejor a lo que estamos buscando.

Esta comunicación directa entre los seres humanos es cada vez más ignorada en las sociedades
modernas. Nos comunicamos por medio de palabras y no existe otra realidad que la de las
palabras. El hombre está definido por su palabra y no por su acto.

He oído a un señor murmurar:

-Hoy día nos hemos vuelto tan insensibles a los sufrimientos de los demás, y de tal modo
desprovistos de compasión, que haría falta un gran cataclismo para despertarnos.

Las tradiciones japonesas ofrecen otras soluciones que el cataclismo. El aikido, la vía de la
coordinación del ki, es un arte de “fusionar” el ki, por lo tanto, una forma marcial de ósmosis; y el
zen insiste sobre el “ishin den shin”, la transmisión “de mi alma a tu alma”.

A fin de conseguir el efecto de ósmosis, he instituido dos tipos de ejercicios: expiración


concentrada y movimiento regenerador mutuo.

Estos ejercicios se hacen en principio por parejas: donante y receptor o, dicho de otro modo, entre
el que hace la exósmosis y el que hace la endósmosis. El donante no hace más que espirar a través
de sus manos en el cuerpo del receptor que, por su parte, se deja penetrar y se abandona; la
diferencia entre la espiración concentrada y el movimiento regenerador mutuo es que la primera
es inmóvil y estática, mientras que el segundo es móvil y dinámico.
La finalidad de estos ejercicios no está en algo exterior al acto. Hay algunos que preguntan si
pueden curar las enfermedades. Ciertamente; pueden tener efectos terapéuticos, pero el objetivo
no está ahí. Eso sería como decir que lo propio de una estatua es proyectar su sombra.

El objeto del acto está en el acto mismo.es decir, en establecer la ósmosis entre dos seres, que son
ordinariamente independientes y sin relación directa.

Me encargo de enseñar a la gente cómo puede uno deshacerse de una envoltura


momentáneamente, fuera de las obligaciones sociales, y respirar libremente. Los medios son
simples a más no poder. Quisiera propagarlos en el seno de las familias y entre la genta que
comprende.

Un director, con la cabeza llena de cifras y especulaciones, entra en la oficina y ve a una secretaria;
se trata en este caso de una francesa que conozco bien.

-Buenos días, señorita, ¿cómo está usted?

-Escuche. He pasado una noche terrible. He sufrido...

- ¡Ah! Bien. Perfecto, perfecto. Yo, estoy bien, gracias.

Sin poner más atención en ello, empuja la puerta y desaparece. ¿Cómo quieren ustedes que haya
el menor contacto humano entre seres como éstos, salvo un cambio mecánico de palabras
convencionales?

Nada de discusión. Nada de charla. Es así como hago hacer la espiración concentrada y el
movimiento regenerador mutuo.

La finalidad de la espiración concentrada no está en buscar particularidades; está en el acto mismo


de concentración, que debe ser hecho, como dice el Maestro Noguchi, en un espíritu de cielo
puro.

Es demasiado simple para ser fácil. Es demasiado simple para que se pueda explicar.

Son, sin embargo, los que son capaces de visualizar el cielo puro los que pueden dominar las
tormentas. Un espejo demasiado sucio no refleja la verdad.

Lo que se obtiene haciendo la espiración concentrada es difícil de describir, pues se cesa de ser
observador para convertirse en practicante. Pero se comprueba que hay gente muy transparente y
gente en quien ésto no pasa. Los niños son generalmente más transparentes que los adultos, pero
se dispersan fácilmente. De la transparencia a la opacidad de la madera hay, si se quiere, millares
de matices. Incluso la transparencia no es una cosa constante. Varía en un mismo
individuo según los momentos. Hay que tener en cuenta las circunstancias, los ruidos, las
imaginaciones, las preocupaciones, las condiciones físicas, la temperatura y la humedad. Todo es
inconstancia. La transparencia es percibir un rincón de ciclo azul a través de las nubes.

Es a través de este rinconcito de cielo azul como la gente se fusiona, como se comulga. Es efímero,
pero un instante de comunión es más precioso que horas de sermones.

Hay gente que dice cuando pongo las manos:

- ¡Oh! Usted tiene las manos calientes.

Esto no es exacto. No es calor lo que les transmito. Es la espiración concentrada la que activa su
cuerpo, quien, a su vez, desprende calor. El calor no es más que una contingencia; pueden
producirse igualmente otras sensaciones, picoteos, convulsiones, cosquillas.

No son las sensaciones lo que buscamos, sino la concentración. De la concentración todo lo que
puede decirse de positivo es “sin noticias, buenas noticias".

Es en los aspectos negativos donde se tienen algunas veces sorpresas.

Una señora japonesa se ha puesto a hacer la espiración concentrada sobre su hijo que había
marchado a Hawai. La ha hecho como si su hijo estuviera delante de ella, y ha sentido un frío, una
sensación de vacío.

Como en esta concentración la distancia no cuenta, ella habría podido hacerla de igual modo si el
hijo hubiese estado delante de ella como en la luna o sin saber dónde exactamente.

Alarmada, ella pidió a su marido noticias de su hijo. El le dijo que, en efecto, le había ocurrido un
accidente, pero que no había que inquietarse. Dos semanas más tarde le dijo que la cosa se había
agravado, y un mes después que había muerto.

El marido sabía que su hijo se había matado, en un accidente de coche, el mismo día que su mujer
había sentido frío frente a ella, pero no había querido trastornarla de golpe. El reprodujo
exactamente la táctica que los franceses conocen en la canción “Todo va muy bien, señora
Marquesa”.

El movimiento regenerador, bien que se le clasifique administrativamente bajo el capítulo de


gimnasia, se diferencia completamente de ella en naturaleza. Se está en un estado de sensibilidad
muy particular. Si en un ejercicio gimnás-
tico la elección del compañero no es de importancia primordial, lo es en el movimiento
regenerador. Si caemos con un compañero que no nos conviene, el resultado puede ser algunas
veces desastroso. En lugar de sentir un gran alivio, sale uno todo fatigado, contraído, nervioso.

El Maestro Noguchi no hacía más que rechazar a la gente que no le venía bien al principio de su
carrera. Decía: no; no puedo soportar sus coronas dentales, o cualquier otra cosa. Tenía menos de
veinte años. Hoy, con la edad y la experiencia, se acomoda a todo el mundo.

Más aún que la elección de compañero, el papel del oficiante en las sesiones de movimiento
regenerador parece predominante.

Al principio, yo no pensaba así. Puede hacer el movimiento quien sea, donde sea y cuando sea:
hay que hacer, simplemente, el trabajo de iniciación.

La realidad, según mi experiencia, no es siempre así. El papel del oficiante es estar allí, un poco de
la misma manera que el monje zen. Teóricamente, nada impide hacer zazen uno solo. Un pequeño
espacio, un cojín, es todo lo que hace falta. Pero al cabo de cinco minutos se está tan turbado que
no se consigue continuar. Por ello es por lo que hace falta un dojo y un maestro para hacer zazen.

¿Qué es lo que turba al individuo en un acto tan simple? Se trata de sentarse y nada más. Sin
embargo, ésto no se consigue. La causa del trastorno es el exceso de imaginación, el exceso de
actividad cerebral que se refleja en una mala postura y una respiración poco profunda.

El papel de oficiante en el movimiento regenerador, si una tal cosa debe existir, consiste
esencialmente en estar allí. En un sentido, este papel es más difícil que el de un técnico seitai,
cuyo aprendizaje exige aproximadamente veinte años. Se puede ser un buen oficiante al cabo de
un año o se puede no llegar a serlo nunca.

El acto es simple. Pero mantener la simplicidad es difícil. Es como el trabajo del equilibrista.
Avanzar cada paso sin perder el equilibrio, es sencillo. Se puede perder el equilibrio de treinta y
seis maneras. Se dice uno: ¡Vaya! He olvidado apagar el gas. Y se cae uno.

Conozco también casos de gente sencilla, sin pretensiones, que han obtenido resultados notables.

No turbarse, no dejarse influir por las agitaciones, mante-


ner la calma; ésto es algunas veces difícil incluso para maestros avanzados.

Los europeos tienen horror a la confusión. Nada de confusión entre los principios. Nada de
confusión entre el Bien y el Mal. Nada de confusión entre el hombre y Dios.

Yo he aportado un principio de fusión, y no de confusión. ¿Cómo van ellos a reaccionar?

Estoy ya recogiendo respuestas, más bien positivas.


VII

TAIHEKI

POLARIZACIONES DE LA ENERGLA VITAL

El individuo se difumina cada vez más en la sociedad moderna, en la cual no representa más que
un número de la serie. Es desde ahora difícil deshacernos de los beneficios aportados por el
desarrollo industrial, pero éstos no son en el fondo más que ofertas convencionales y
uniformadas.

Ha pasado la época en que la demanda creaba la oferta. Hoy, es la oferta quien crea la demanda.
Como decía un comentarista en la radio el otro día, el desarrollo de los medicamentos ha creado
nuevas enfermedades desconocidas hace diez años.

Ya se trate de capitalismo o comunismo, la diferencia está sólo en la manera de repartir el pastel.


La relación entre el individuo y su parte del pastel, su disfrute real, que debería ser lo más
importante cuando se piensa en la satisfacción que se quiere obtener de él, está completamente
dejado de lado. Se discute únicamente de cifras.

Se considera al individuo en su haber, no en su ser. El individuo se convierte en un objeto material


sin individualidad. El pensamiento moderno deriva de una filosofía estática que se orienta
inevitablemente hacia el materialismo.

He tenido la suerte de conocer algunos aspectos de la tradición japonesa. Mi experiencia puede


ser aún superficial, pero el contraste que ofrece con relación a la manera de pensar moderna es
impresionante. No se trata aquí de la satisfacción material, sino de la profundización de la
sensibilidad. En otro tiempo Eugen Herrigel ha hablado de un maes-
tro arquero que daba en el blanco sin apuntarle. El arco japonés no ha cambiado de forma desde
hace siglos, mientras que los occidentales han inventado arcos provistos de visor. Si se tratase
únicamente de conseguir resultados materiales, un arco occidental es ciertamente superior a un
arco japonés. Pero una carabina es superior a un arco, un cañón es superior a una carabina y, así
seguido, hasta la bomba de hidrógeno.

Si los japoneses persisten en conservar su arco primitivo, es que buscan otra cosa que los
resultados materiales inmediatos.

Pasa igual con el Seitai.

El objeto de éste no es aliviar los males, o la curación de las enfermedades. Esto es asunto de la
Medicina.

El objeto del Seitai es regularizar el circuito de la energía vital, que se encuentra polarizada en
cada individuo, y normalizar así su sensibilidad.

La filosofía que subtiende el Seitai es el principio de que el hombre es un Todo indivisible, lo que le
diferencia evidentemente de la ciencia humana occidental, que está basada sobre un principio
analítico.

El principio del hombre indivisible deriva de una actitud que ve al hombre en su acto: Ya hemos
visto con Herrigel que un arquero no es un hombre que tira con arco, sino el que se identifica con
el arco, con el tiro.

Hay una diferencia fundamental de filosofía: la filosofía estática y analítica del Occidente, por una
parte, y la dinámica e indivisible de las artes japonesas, por otra.

Esta diferencia ha perturbado mucho a Herrigel quien, siendo profesor de filosofía occidental, no
había cesado de hacerse preguntas.

El hombre, según el Seitai, no es un montaje de diferentes piezas. Lo mental y lo físico no son más
que dos aspectos de la misma cosa. El hombre es esencialmente la manifestación de su propia
vida. Es su vida quien le ha proporcionado sus órganos, sus miembros, los distintos sistemas que le
son necesarios. Es su vida quien le da el apetito y los deseos. Y no viceversa.

La alimentación mejor estudiada no vale nada para un hombre que ya no respira. El aire más puro
no impide que los hombres mueran. ¿Qué se le puede conceder a alguien que desea el deseo?
El Seitai tiene, ante todo, que ver con el individuo en su individualidad, y no con un hombre medio
estadísticamente establecido.

La misma vida es invisible, pero, manifestándose en los individuos, da lugar a una infinidad de
fórmulas diferentes. El Seitai quiere que la vida se manifieste en su integridad en los individuos.
Este es el ideal de “Zensei”, vida integral.

El que hay vivido su vida en toda su integridad, sabrá morir con una muerte tranquila y apacible.

Pero la realidad está lejos de alcanzar este estado de cosas. La mayoría de los hombres piensan
que la muerte es una agonía espantosa, y en efecto, viven muy agitados y mueren en el
sufrimiento.

La energía vital, actuando sobre cada uno de los individuos, se encuentra polarizada, según las
características que le son propias. Esto implica que cada uno siente y actúa diferentemente.

La idea de que cada uno tiene su sensibilidad particular forma la base misma del Seitai. Toda la
técnica está construída sobre los datos de la individualidad y rio sobre la noción general del
individuo.

Refirámonos a la noción de taiheki (costumbres corporales); esta noción facilita la comprensión de


las tendencias espontáneas que se manifiestan en los distintos individuos.

Un técnico Seitai debe observar a los individuos en la particularidad de sus movimientos


inconscientes. Debe después reajustar estos movimientos, sea por Una acción directa de su parte,
sea haciéndoles hacer una gimnasia concebida “a medida” según la particularidad de cada
individuo. Mi principio es que el hombre no necesita ninguna técnica para vivir plenamente. Y el
Maestro Noguchi, que tiene la reputación de poseer una técnica fantástica, está de acuerdo
conmigo sobre ello. Esto es contradictorio, se dirá, pero es el principió mismo del Seitai. Es por
ésto por lo que la técnica seitai se diferencia de otras técnicas que apuntan más bien a reparar las
anomalías.

La técnica Seitai cubre, pues, una ciencia de observación de los movimientos espontáneos e
inconscientes.

Esta ciencia ha empezado a tomar una forma sistemática hacia 1955, pero antes el Maestro
Noguchi utilizaba una clasificación muy gráfica de animalista.

Su dojo era frecuentado por gente que él relacionaba con rasgos de animales. Se decía: he aquí un
zorro, he aquí un
tigre, etc. Esta clasificación comprendía más de doscientas variedades de movimientos o de
posturas. Había, por ejemplo, el tipo jirafa, que se ha convertido, después de la sistematización, en
el tipo 1, tipo vertical, o cerebral activo; el tipo tigre, ahora tipo 5, llamado antero-posterior, o
pulmonar activo.

Un día, una señora vino toda furiosa a casa del Maestro Noguchi y le dijo:

-Maestro. Hace diez años usted me ha comparado a una foca. Pues bien, estas focas, acabo de
verlas en el zoo.

El se acordó en efecto de haberlo dicho, pero se acordó también de que, aquél día, ella sonreía
incluso, contenta con la comparación.

No es únicamente por evitar incidentes de este género, sino por necesidad de facilitar la
enseñanza, por lo que creó el sistema taiheki, reduciendo el número de tipos a 12 categorías de
base, en lugar de doscientas.

Hoy día el estudio de los taiheki se ha convertido en una de las actividades más importantes de la
Sociedad Seitai. El Maestro Noguchi invita a los miembros y a las organizaciones exteriores
interesadas a proseguir el estudio hasta la posteridad en los siglos venideros. También pide a los
interesados que respeten la numeración adoptada para evitar confusiones inútiles.

Iniciada con la aplicación práctica en los individuos humanos, el estudio de los taiheki parece tener
hoy día una perspectiva mucho más amplia. He tenido la suerte de dialogar con el Maestro
Noguchi sobre los escritores, los músicos, sobre los caracteres nacionales, etc. Incluso las grandes
ciudades pueden tener un taiheki particular. Nada asombroso en el fondo, pues toda obra humana
debe denotar una cierta polarización de la energía vital.

Los 12 tipos de taiheki son los siguientes:

1. cerebral activo, 2. cerebral pasivo, 3. digestivo activo, 4. digestivo pasivo

5.pulmonar activo, 6. pulmonar pasivo, 7. urinario activo, 8. urinario pasivo,

9. pelvis cerrada, 10. pelvis abierta, 11. hipersensible, 12. obtuso,

De 1 a 10 se ven las regiones de polarización, que son en número de cinco: cerebro, órganos
digestivos, pulmones, órganos urinarios, pelvis.
11 y 12 son un poco especiales, pues son más bien estados que regiones.

Para una misma región, se tienen un número impar y un número par. Los números impares se
aplican a las personas que actúan por exceso de energía, en el campo de la región respectiva. Los
números pares son personas que sufren la influencia exterior por la escasez de energía.

Como introducción, debo contentarme con una esquematización un poco simple, pero la cuestión
es extremadamente compleja. Debo desarrollar el tema según una comprensión gradual.

EL GRUPO CEREBRAL: llamado también vertical.

El tipo 1. —cerebral activo

En éste, la energía vital sube al cerebro. Es el fenómeno llamado de sublimación cerebral en el


psicoanálisis. Los datos inmediatos de su experiencia son traducidos en palabras o en signos, y su
cerebro trabaja para ordenarlos. Razona etapa por etapa para llegar a la conclusión. Tiene
necesidad de desprenderse de las realidades concretas para establecer una armonía en su
pensamiento. Es ante todo lógico. Sus ideas deben estar de acuerdo con un principio de base que
él ya habrá escogido. No puede adoptar indiferentemente principios que se contradigan entre
ellos.

Tiene una preferencia instintiva por las líneas. Cuando ve un objeto, es atraído por sus líneas y las
retiene en la memoria, pero no a menudo el color.

Es una conversación, sigue el encadenamiento de las ideas, pero no pone atención a la tonalidad
de las voces.

Está atento al significado de los nombres, y le gustan los honores. Tiene tendencia a preferir los
substantivos a los verbos.

Es teórico y puede concebir inventos.

Pero precisamente a causa de su desprendimiento de las realidades concretas, se contenta con


encontrar las fórmulas exactas sin pensar en ponerlas en práctica. Conoce por ejemplo los
métodos teóricos para detener tal o cual peligro, pero cuando se encuentra realmente ante la
situación se aleja del lugar para permanecer como espectador. Este desprendimiento le permite
tener un espíritu crítico y un juicio objetivo.

Necesita pensar antes de actuar y, más frecuentemente, no actúa. Como su pensamiento


evoluciona, pasa de una conclusión a otra.
Como sus conclusiones no están directamente ligadas al acto, no conoce las verdaderas decisiones
que comprometen al individuo en su destino. En su cerebro se desarrolla una carrera vertiginosa
de hipótesis y contra-hipótesis. Afirmará sus conclusiones, declarará sus decisiones, pero éstas
flotan en el aire tan pronto como surge una dificultad. Sus decisiones no son, en el fondo, más que
sus conclusiones, pomposamente disfrazadas.

Confrontado con hechos que están en contradicción con su pensamiento, negará más bien la
realidad de estos hechos que abandonar su pensamiento, tan importante es el lugar que éste
ocupa en su persona.

Él está, pues, perfectamente de acuerdo con su pensamiento, del cual está firmemente consciente
pero, una vez salido de ahí, no sabe ni lo que pasa delante de sus narices.

Es como la imagen de la jirafa, según la clasificación animalista del Maestro Noguchi.

Morfológicamente, tiene la cabeza alargada, la talla esbelta y un porte vertical.

Todos sus movimientos comienzan por la tensión en el cuello, que yergue la cabeza. Esta tensión
cervical acompaña la contracción de los tendones de Aquiles. Paso por alto otros muchos detalles
técnicos, que conciernen a la primera vértebra lumbar, la tercera cervical, o el dedo gordo del pie.

El Seitai ha profundizado sus investigaciones sobre la correlación de las tensiones entre los
distintos puntos del cuerpo, y la relación entre estas tensiones y ciertos gestos particulares.

Los ejemplos históricos de los taiheki podrían ser de gran utilidad, pero los estudios no están aún
bastante adelantados en este campo.

Se encontrará un feliz acierto del tipo 1 en la música de J. S. Bach, en sus melodías arquitecturales
de investigaciones lineales.

El escritor Ryunosuke Akutagawa, autor de una novela de la cual se ha sacado la película


“Rashomon”, es del tipo 1.

Colectivamente hablando, el grupo étnico europeo tiene un rasgo común que refleja el tipo 1,
sean cuales sean las otras tendencias particulares a la nación y al individuo.

El tipo 2. —cerebral pasivo.

La tensión en el cerebro, en el tipo 1, da lugar a la bús-


queda de fórmulas, y queda, pues, a nivel mental, mientras que en el tipo 2 engendra reacciones
físicas. Los reflejos a nivel del diencéfalo son muy rápidos.

Sufre náuseas si ve algo sucio o insoportable. La tensión cerebral puede provocarle dolores de
estómago o diarrea. Es a menudo candidato a la úlcera de estómago.

Es propenso a dejarse influenciar mucho más fuertemente por rumores inverificables que por
verificaciones hechas directamente.

Diferente del tipo 1, no llega a encontrar conclusiones netas, a saber “a qué atenerse”. Siente las
opresiones de las ideas. No se atreve a contradecir a los demás. Los dolores que padece son el
resultado de su introversión. Empieza a excusarse, larga y minuciosamente, antes incluso de que
se haya pensado en interrogarlo.

Los que se lanzan a la erudición, a fuerza de llenarse la cabeza con ideas que no son las suyas,
pueden verse afectados por este tipo, a posteriori.

Soseki Natsume, escritor japonés, muestra en sus escritos las características del tipo 2, tal vez con
una mezcla del tipo

9.

Sospecho que Franz Kafka es del mismo tipo.

La sabiduría del cuerpo hace que la gente del tipo 2 ponga los pies sobre alguna cosa elevada,
como la silla o la mesa, para relajar los tendones de Aquiles y descansar así la cabeza.

EL GRUPO DIGESTIVO. - llamado también lateral.

El tipo 3.-digestivo activo.

La particularidad de este grupo, ya se trate del tipo activo o pasivo, es que su cuerpo está, por así
decirlo, dividido en dos lados: izquierdo y derecho. Si siente dolor, es casi siempre en el mismo
lado de los dos, cabeza, vientre, pierna, pie, etc. Tiene un lado más pesado que el otro, y su
marcha acusa un balanceo lateral.

En el tipo 3 su cuerpo denota una cierta redondez.

El exceso de energía está sublimado en la digestión. Emocionado, enfadado, excitado, él come.


Puede continuar comiendo después de estar bien saciado. La vida no vale nada sin el placer de la
mesa.

Su sistema nervioso simpático es fácilmente inervado, y


su corazón late a menudo muy fuerte. Es el tipo mismo de la simpaticotonía.

En general es “bon vivant”, jovial, expansivo, pero también sentimental e irritable. Su presencia en
una reunión da a ésta un tono alegre y abierto.

Pero en cuanto se ve privado de alimento, el valor le abandona. Se siente vaciado de toda su


fuerza.

Si monta en cólera, es mucho menos para atacar realmente a alguien que para satisfacer una
necesidad biológica, en este caso para calmar, por medio de un golpe explosivo, su plexo solar
endurecido. No hay que buscar en este caso otras consecuencias.

No tiene inclinación por el deporte. Si le gusta, es como espectador. Sus caderas, habituadas al
movimiento lateral, pero no al movimiento vertical, antero-posterior y rotativo, no le permiten
lanzarse hacia delante. No puede moverse tan rápido como hubiera querido.

Por el contrario, es muy rico en sentimientos. Decide todo en función de los sentimientos,
simpatía y antipatía. Escoge, no porque es justo, sino porque le gusta.

Por consiguiente, está muy atormentado cuando la razón le impone realizar algo. Pospondrá su
decisión hasta el último momento, porque su sentimiento vacila entre sí y no. Cuanto más tiempo
tiene para reflexionar, más se atormenta. En última instancia se lanza a una improvisación.

Si al tipo 1 le gustan las líneas rectas, los argumentos rectilíneos, el tipo 3 tiene su preferencia por
las curvas. Pero es sobre todo en los colores donde muestra una sensibilidad pronunciada. La
riqueza de colores le encanta.

En una conversación, es más afectado por el tono o, dicho de otro modo, por el color de la voz,
que por el contenido de los argumentos. Por otra parte, tiene esta facultad particular de sentir el
color cuando oye un sonido. La concordancia entre el sonido y el color es una realidad para él.

Se encontrarán muchos artistas del tipo 3.

Coloristas como Bonnard reflejan bien el ambiente del tipo 3.

En la música tenemos a Schubert, que sabe hacer vibrar la fibra con un sentimiento suave, y en
Debussy encontraremos un juego mixto de color y de sonido.

El tipo 4.-digestivo pasivo.

En éste son los reflejos parasimpáticos los que predomi-


nan. Su corazón no late fuerte como en el tipo 3. Permanece tranquilo y taciturno. Es afable y
sensible a los sentimientos de los demás. Pero, en él, un fondo de sentimiento permanece
coagulado. No puede vaciarlo mediante un golpe explosivo como el tipo 3. Esta coagulación
produce la pérdida de apetito, los dolores de estómago y otras perturbaciones digestivas.

Es sensible a los colores, pero prefiere los colores más obscuros.

Su sentimiento no es persistente como en el tipo 9, en el que continúa actuando hasta la completa


satisfacción. Parece simpático y pasa desapercibido, pero en el interior de sí mismo las
coagulaciones continúan actuando. Si bien se presta a aceptar los sentimientos de los demás,
oculta su verdadero sentimiento. Si muestra tres cosas de su preferencia, son cosas destinadas a
camuflar su verdadero sentimiento. Es la cuarta, la que esconde, la que es el verdadero objeto de
su elección.
VIII

TAIHEKI

POLARIZACIONES DE LA ENERGLA VITAL

(Continuación)

EL GRUPO PULMONAR. - llamado también antero-posterior.

El tipo 5.-pulmonar activo.

En el tipo 1, la acción no es más que una proyección sobre la realidad vulgar del pensamiento que
le preexiste. Lo que importa es el pensamiento, y no la acción. Pero en el tipo 5, el pensamiento y
la acción coexisten.

El no puede pensar, con la cabeza descansada, en una habitación resguardada de los ruidos
exteriores. En este caso, corre el riesgo de dormirse. Al contrario, necesita agitaciones para pensar
bien. Estudiará escuchando la radio, o mirando la televisión. Estudiará mejor si, previamente, ha
gastado su energía, haciendo gimnasia o practicando un deporte. El exceso de energía, que es
permanente en él, no le permite permanecer tranquilo.

Piensa al mismo tiempo que actúa, y actúa al mismo tiempo que piensa. No puede pensar por
pensar, como el tipo 1; piensa para actuar. Un pensamiento desprovisto de toda utilidad práctica
es difícil de concebir en él.

El “Pensador” de Rodin representa el pensamiento tal como existe en el tipo 5. Ancho de


hombros, con las extremidades de las manos y de los pies hacia dentro, el cuerpo recogido,
concentra su energía en pensar para actuar mejor.
Un hombre del tipo 1 pensará, más bien, mirando hacia el techo.

En él, la tensión comienza en los hombros. La fuerte anchura de éstos le da potencia a los
pulmones.

Su cuerpo, igual que su cabeza, se presentan en forma de triángulo invertido. Es la imagen misma
de lo que hacen los hombres modernos su ideal: porte desenvuelto, movimiento rítmico, enérgico
si hace falta, y emprendedor.

Si el tipo 1 no actúa más que en virtud y en nombre de un principio que cree de buena gana
universal, el tipo 5 puede actuar si conoce las consecuencias de una acción. Es práctico. Está
pronto a aceptar una proposición útil, sin preocuparse de la cuestión de principio.

La sensación de la energía sin consumir le empuja a la acción y a la aventura. Calcula los peligros,
descuenta los efectos y pesa los intereses.

Tiene un buen sentido de la orientación. Puede indicar en qué dirección se encuentra el objeto
que busca, qué camino tomar y cuánto tiempo necesita para ir. El tipo 1, en cambio, no es a
menudo capaz de dar indicaciones concretas.

La gusta mostrarse capaz de dominar sus emociones, de minimizar la importancia de los


sentimientos que hubiese sentido. En este aspecto es contrario al tipo 3, que no es capaz de
contener sus emociones.

Si siente la necesidad de mostrarse magnánimo, grande de espíritu, es en compensación a su


espíritu calculador. De vez en cuando le entran ganas de hacer despilfarrar.

Tiene reflejos rápidos para defender sus intereses, y esta autodefensa puede conducirle a un
reniego instintivo cuando se siente amenazado.

Simón Pedro ha renegado de Jesús tres veces antes de que cante el gallo. Si el tipo 5 niega la
verdad, no es que no sea sincero. Es casi una necesidad biológica más fuerte que su voluntad.

Es sensible a las formas de los objetos y de los actos. En la música es sensible al ritmo.

El tipo 6.-pulmonar pasivo.

Su porte es antero-posterior como el del tipo 5 y, por este hecho, tiene dificultad en inclinarse
lateralmente. Pero es diferente del tipo 5 en muchos puntos.

Cuando el tipo 5 se contrae en los hombros, se prepara


para emprender una acción. El tipo 6, con los hombros tensos, al contrario, no emprende nada.
Permanece separado de la acción. Si es perturbado por el menor ruido, no puede estudiar.

Su órgano respiratorio es débil y sufre de escasez de energía. Se constipa frecuentemente.

Mientras que el tipo 5 es empujado por el deseo de mostrarse magnánimo y capaz de dominar sus
emociones, el tipo 6 no puede más que soportarlas, sin poderlas exteriorizar.

En compensación a su inacción, le gusta proferir palabras inflamadas, exaltarse en la devoción, o


soñar con la esperanza.

Numerosos combatientes comunistas, durante el tiempo en que el comunismo era perseguido en


el Japón, eran del tipo 6. Se trataba de un medio muy simple para convertirse en héroe con poco
gasto. Idealistas de arengas violentas, instigaban a la masa, pero ellos mismos, mientras daban la
impresión de acción inmediata, no actuaban jamás.

Pero hay momentos en que el tipo 6 actúa: es cuando está en un ciclo biológico ascendente.
Mientras que el tipo 5, en un ciclo ascendente, tiene los hombros tensos y no puede evitar actuar,
al tipo 6, al contrario, tiene los hombros caídos, y actúa inconscientemente.

Es entonces cuando hace cosas que su conciencia no puede admitir. Su acción se realiza sin pasar
por el control de su conciencia. Da patadas al gato, maltrata a los niños o, si es una mujer, araña la
cara de su marido sin saber por qué.

Su acción es una especie de desahogo inconsciente. En los otros tipos, el complejo o la inhibición
no están ligados directamente a la acción, pero en el tipo 6 esta conexión es directa.

El gesto histérico es mucho más frecuente en el tipo 6. El síntoma histérico, tal como es, se
presenta sin ninguna finalidad, pero, en tanto que exigencia, tiene una finalidad extremadamente
precisa.

Los médicos conocen numerosos casos en que son importunados por las llamadas de los pacientes
a deshora, porque, para empezar, ellos han prodigado amabilidad, precipitándose para aportarles
sus cuidados. En este caso pueden plantearse la pregunta: ¿no se trata de casos del tipo 6?

Un niño cae al suelo y se desuella la piel. Se le hace una cura. A punto de curar, vuelve a caer otra
vez. Hay que recomenzar las curas. O bien otro niño se rompe el brazo, cayen-
do sobre las losas, ante los ojos de sus padres. Son fenómenos frecuentes en niños del tipo 6,
cuando el exceso de energía les empuja a descargarse inconscientemente, a poner al desnudo el
deseo latente de atraer la atención de los demás sobre ellos.

Si a un hombre del tipo 6 le duelen las muelas, hay que ver si tiene simplemente dolor o si quiere
mostrar que sufre, o si quiere atraer la compasión de los demás, mostrando, a través del dolor de
muelas, de qué manera lo maltrata su mujer. Un hombre a quien su mujer ha dicho “tú no sabes
desenvolverte en la vida”, se ha enfadado y ha acabado por tener una oclusión intestinal. Esta
clase de enfermedades que tiene una causa psicológica puede ser mucho más grave en su
resultado que las enfermedades físicas, porque puede fácilmente conducir a la muerte.

Por el contrario, cuando se demuestra a esta gente la causa psicológica de su desahogo patológico,
por ejemplo, la mala lengua de su esposa, se reponen rápidamente.

Como su acción surge a pesar de su voluntad, pueden llegar muy lejos algunas veces. Pueden
martirizarse, sin sentir dolor, a imitación de San Sebastián.

Si una mujer da a luz en un taxi, en el tren o en un avión, sin poder esperar a estar en un lugar
conveniente, hay muchas probabilidades de que sea del tipo 6.

El grupo antero-posterior, el pulmonar activo igual que el pulmonar pasivo, come mucho. El tipo 3
come mucho también, pero come para su placer. Los pulmonares comen a casa de su inquietud.
Tienen que llenar el depósito. Y también son indiferentes al sabor de los alimentos.

Federico Chopin parece ser del tipo 6.

EL GRUPO URINARIO. — llamado de torsión.

El tipo 7.-urinario activo.

Su cuerpo señala una torsión en el sentido de su estatura. Su nariz y su ombligo no están


orientados en la misma dirección bajo el efecto de esta torsión. Tiene una de las nalgas más
pequeña que la otra, y balancea inconscientemente las nalgas, a fin de ajustar el sentido de su
marcha. Como la torsión refuerza el vientre, tiene la cintura ancha con relación a las proporciones
de las otras partes del cuerpo.
Entre el tipo 7 activo y el tipo 8 pasivo la diferencia es difícil de apreciar, pero daré aquí algunos
criterios.

La torsión está más acentuada durante la tensión en el tipo 7, mientras que está más marcada
durante la relajación en el tipo 8. En el tipo 7, la torsión se hace generalmente en la parte baja del
cuerpo, en la pelvis y en las piernas, mientras que en el tipo 8 se hace a nivel del torso.
Mentalmente, el tipo 7 quiere llegar a ser más fuerte torciendo su cuerpo, mientras que el tipo 8
quiere compensar su debilidad para no ser vencido.

El tipo 7 orina abundantemente, mientras que el tipo 8 orina con dificultad.

Cierta debilidad en la tercera lumbar le incita a la acción. En él, la acción precede al pensamiento.
Es movido por una necesidad de actuar, antes incluso de que sienta la necesidad de saber por qué
o de qué.

Un aprendiz del tipo 7 salió como una flecha cuando su patrón le envió a hacer un recado. Una vez
llegado a la estación, le telefoneó para saber de qué se trataba pues había salido antes de recibir
las instrucciones.

Una persona del tipo 5 no puede actuar más que cuando ha entendido en qué orden va a ejecutar
la cosa. El tipo 7 no tiene necesidad de tener en cuenta las secuencias para actuar. Lleva a cabo
duramente la batalla venciendo la resistencia.

El tipo 1 confunde la conclusión con la decisión. Para el tipo 7, no cuenta más que la decisión. Poco
importan los errores. Lo que importa es saber si se hace o no se hace. Una vez tomada la decisión,
no tergiversa. Se lanza.

Dicho de otra manera: una vez decidido, ya no acepta pensar en otras posibilidades, en otras
alternativas, como lo harían un tipo 1. Es, por tanto, testarudo. La razón es impotente para hacerle
desistir. Es un perfecto don Quijote.

Esta tenacidad, con toda seguridad, tiene sus inconvenientes. Como coloca el acto en el primer
plano y la discriminación del objeto en el segundo, los errores son a menudo inevitables. He
conocido a un hombre que se equivocaba a menudo de avión. Un día, queriendo ir desde Tokyo a
Los Ángeles, tuvo al día siguiente la sorpresa de llegar a Copenhague.

Yo pido a un tipo 7 que me envíe unos libros que necesito y recibo un paquete que no contiene los
que le había pedido. Un alto funcionario me cuenta en confianza su experiencia: tenía necesidad
urgente de partir en misión e hizo hacer
lo necesario para un viaje que cubría una larga distancia y numerosas escalas. Una vez instalado en
el avión y aplacado su primer ímpetu, tuvo repentinamente esta reflexión: ¿por qué he salido en
misión? ¿por qué en ésta y no en otra? Él no llegó a encontrar la verdadera razón de su propia
decisión.

El tipo 7 da la clave de la solución a esta pregunta primordial: ¿qué es la acción en el hombre?

La experiencia del Seitai ha mostrado que las personas completamente desprovistas de torsión
son incapaces de actuar en cualquier circunstancia.

Una persona ha caído enferma, sin apetito. Ningún remedio le ha hecho efecto. Se le da un
pequeño shock técnico para asegurarle una torsión provisional. La enferma se ha puesto en
seguida bien, pues esta torsión le ha dado el valor de expresar lo que había secretamente
atormentado su corazón: su amor por otra persona.

La presencia de la torsión en el hombre puede ser perturbadora y molesta algunas veces; sin
embargo, sin torsión, todo será tranquilo pero estancado, sin actividad.

La técnica Seitai actúa, en general, en el sentido del reajuste de las tendencias de polarización,
pero sirve también en este caso para crear intencionadamente una cierta polarización.

Los escolares, sin torsión, son dóciles pero inactivos. Reflexionan demasiado para poder responder
a su maestro.

La gente que tiene demasiada torsión es ruidosa. Son energúmenos. Disputan con exaltación, y no
ceden. Si el marido y la mujer tienen demasiada torsión, se oirá el ruido de los platos que vuelan.

Esta prontitud para la acción proviene de la necesidad de cubrir ciertas debilidades,


inconscientemente sentidas, sea físicamente, sea mentalmente. Este complejo agita al tipo 7 a
llegar a ser más fuerte, a ser vencedor. No puede desprenderse del sentimiento de competición.

Antiguamente se conservaba en el Japón, bajo el nombre de nueva plebe, una clase de parias,
como reliquia de la jerarquía feudal. Estos nuevos plebeyos tenían torsión. La torsión desapareció
desde el día en que la mención "nueva plebe” cesó de figurar en el registro del estado civil. Ellos se
retuercen de todos modos si le les recuerda su origen. Los antiguos presidiarios se retuercen
también por la misma razón.
La gente condicionada por la torsión no quiere aceptar un diálogo anodino y desinteresado; ellos
ofrecen su terreno preferido de combate.

Si se dice a una mujer que una de sus amigas lleva un peinado que le va muy bien, dirá que es un
peinado barato. Ella libra el combate sobre el terreno del precio.

Si alguien adelanta el coche de un tipo 7, éste no puede evitar sentir por ello un desafío.

Cuando el exceso de energía no está bien consumido, el tipo 7 siente dolor en los riñones.
Permanece apático en un período de estancamiento.

Le gusta la grandeza, y es atraído por el volumen.

Como personajes históricos, encontramos a Leonardo de Vinci y a Bethoven.

El tipo 8. -urinario pasivo.

El funcionamiento urinario es frecuentemente defectuoso en él, lo que provoca la rigidez de todo


el cuerpo.

Se observan en él curiosas reacciones. No puede resistir a la tentación de hacer precisamente


cosas que no se desea ver que le sucedan.

Si los padres ponen sobre aviso a un niño del tipo 8 contra el peligro de darse un golpe en la
cabeza, él no deja de darse el golpe. Viene incluso ante los ojos de sus padres para ejecutar esta
proeza. La advertencia de los padres obtiene el resultado contrario. No les queda a los padres
solícitos más que desplazar su atención sobre otra cosa. Decid: no te ensucies el pantalón. Él se
ensuciará el pantalón, pero por lo menos dejará de darse golpes en la cabeza.

Si se le dice a una mujer del tipo 8: haz esta gimnasia y no tendrás más dolores en la
menstruación, ella no deja de tener dolores aún más intensos.

Si un tipo 8 hace el movimiento regenerador por consejo; de alguien, queda paralizado al día
siguiente, precisamente para probar que dicho movimiento no ha sido saludable para él.

El tipo 8 se siente vejado de que el primer paso haya sido í dado por cualquier otro. Reacciona
instintivamente para reparar su humillación. En el fondo, su impulsión reposa sobre un
sentimiento pasivo.

Se siente provocado cuando se le pone en oposición con otro individuo determinado. No se


enfada si se le dice que
no es muy inteligente. Esto es demasiado vago. Por el contrario, se siente provocado si se le dice
que corre menos rápido que Juan o que no es tan fuerte como Pedro. Este tipo de comparación es
peligroso, pues él puede llegar incluso a causar disgustos si no se siente capaz de llevar las de
ganar de otro modo.

No se arriesga uno a correr tal peligro si se toma el ejemplo de un acto determinado de un


personaje histórico que él admira.

No se le puede sugerir, por ejemplo, hacer el movimiento regenerador por la razón de que es
simple y eficaz. Irá a buscar en otra parte disciplinas ascéticas, complicadas o difíciles. Todo
depende de la manera con que se presente la cosa. Hay que enfocar el movimiento como una
disciplina difícil e inabordable.

Una vez que ha comprendido el valor de algo, se abalanza, Pero se lanza de una manera
desmesurada; pues le falta objetividad.

Él ha pescado "muchos peces”: en su cesta hay apenas alguno. Cuando dice que ha reunido
bastante gente, tiene de hecho tres o cuatro personas.

A su fanfarronada le falta flexibilidad; exagerando las cosas, acaba por engañarse a sí mismo. Sabe
avanzar, pero no sabe retroceder.

Es presa fácil de la adulación más vil; se contrae y rechaza todos los reproches, incluso los más
sinceros.

Hay de todos modos una gran diferencia entre un hombre y una mujer del mismo tipo 8. Un
hombre puede ser trabajador, a condición de estimular su espíritu de emulación. Si se le dice a
Juan que incluso Pedro dudaría ante tal peligro, él lo hará.

Pero una mujer del tipo 8 no hace nada. Se pone de morros. Es difícil para los demás comprender
por qué se pone así. Basta con que una idea atraviese su espíritu, como, por ejemplo, Juanita es
quizá más bonita que ella, para que ponga cara larga.

Tiene una voz muy fuerte. Cuando sufre, grita fuerte. Dicho de otro modo, consume su energía
concentrada por la vía bucal. Es su ópera. La que sufre verdaderamente no consigue lanzar gritos.

Es aún la mujer del tipo 8 la que tiene más dificultades para el parto, porque está contraída.
Cuando más perfectos son los preparativos y las atenciones, más contraída esta Y
lanza gritos espantosos. Su ópera es a menudo conducida con un tal paroxismo que uno se ve
obligado a recurrir a la operación quirúrgica. Muchas mujeres del tipo 8 sufren la cesárea.

Como la tensión está creada por la espera, el mejor medio sería anular esta espera.

Alguien con autoridad suficiente dirá: usted no da a luz aquí. Márchese en seguida. Y dirá a su
marido: conduzca el coche dando tantos tumbos como pueda, con paradas, aceleraciones, giros
bruscos. Cuando ella haya recorrido 40 kilómetros de esta manera, toda su energía se habrá
consumido y estará muy dichosa de dar a luz sin dificultad. Tanto mejor si la comadrona y el
médico llegan demasiado tarde. Habrá conservado la integridad de su cuerpo.
IX

TAIHEKI

POLARIZACION DE LA ENERGLA VITAL

(Continuación)

EL GRUPO PELVLANO. - Pelvis cerrada-abierta.

El tipo 9.- pelvis cerrada.

En él no hay polarización de la energía en una región determinada del cuerpo, como ocurre en los
otros tipos: cerebro, pecho, estómago o vejiga, etc. Aquí es todo el cuerpo el que, a partir de las
caderas, se pone tenso y se relaja de una sola vez. Más bien se debe hablar de polarización en la
rapidez de tensión que afecta al cuerpo entero.

En efecto, uno sigue con dificultad el cambio rápido de su humor. Se encoleriza mucho y, un
instante después, se ríe a carcajadas. Uno tiene la impresión de que pasa de una fase a otra sin
transición.

La separación entre la abertura y el cierre de la pelvis es muy grande en él. Puede ponerse de
cuclillas completamente, sin despegar los talones, y permanecer largo tiempo en esta postura,
pues es su posición de descanso. Cuando se levanta, su peso se desplaza de los lados exteriores de
los pies a las raíces de los dedos gordos. Es su posición de tensión.

Cuando se concentra, no concentra una parte de sus funciones físico-mentales. Concentra todo su
ser. Todo o nada, he aquí su divisa.

La rapidez y la intensidad de concentración en él sobrepasan con mucho las de los otros tipos. No
es que tales rapidez o intensidad no existan en los otros. Existen en un es-
tado latente. Y pueden manifestarse en circunstancias excepcionales: cataclismos, guerras, etc.

No sabemos lo que somos capaces de realizar cuando actuamos espontáneamente. ¿Está limitada
esta capacidad a un campo por así llamarlo muscular? Definir así es una reacción intelectual. Se
verá más adelante que se trata de una cuestión extremadamente compleja.

La sociedad es una estructura con valores establecidos y, por ésto mismo, no favorece la
espontaneidad. Todo su esfuerzo está dirigido a aminorar los riesgos, evitar los imprevistos,
reducir las excepciones. La utopía social es un espacio en el cual el ideal se reduce a una vida de
rutina.

El tipo 9 es un ser de excepción que vive en la sociedad de rutina, con toda la intensidad de su
concentración. Una tal intensidad es insólita en los ambientes del mundo moderno, donde la
concentración es el casi-sinónimo de la fatiga.

El tipo 9 es un ser subjetivo. Sabe muy bien que la fatiga está en función del interés que se
despierta en él para conducirle al acto.

Cuando está entusiasmado, puede mantener su concentración durante horas, e incluso aún días,
sin cansarse. Va hasta el fin para obtener satisfacción.

La satisfacción en él no debe detenerse a medio camino. Mientras que en los otros tipos 50% de
satisfacción no está ya mal, y 80% es ampliamente suficiente, él está exasperado si no obtiene el
100%. Si la satisfacción se detiene en el 99%, el uno por ciento que queda le molesta más que si no
hubiera tenido ninguna satisfacción en absoluto.

Una anécdota. Una pareja es invitada a comer en casa de una familia. Se sirve como primer plato
el sukiyaki, plato de carnes y verduras cocidas en salsa. Desde el punto de vista del marido, todo
está perfecto; él queda completamente saciado.

Grande es su sorpresa cuando, al volver a su casa, ve a su mujer preparar el mismo plato de


sukiyaki para la cena. Al día siguiente, el mismo menú: sukiyaki para comer y para cenar. Y al día
siguiente, lo mismo. El no aguanta más y le pide la explicación a su mujer. He aquí el misterio
desvelado.

En el momento en que se iba a terminar el plato de sukiyaki en casa de los anfitriones, su mujer
deseaba tomar un último trocito de buey.
Estaba dispuesta a ello con todo su ser. Visualizaba ya este pequeño trozo en su boca, anticipando
el gusto, el sabor, lo tierno del guiso, en fin, todo.

Sin saber nada de lo que pasaba en ella, el anfitrión dice a su mujer “¿Ponemos un poco más de
carne sobre la plancha caliente?”

Su mujer dice “No, ya hemos comido bastante carne; ahora pondremos las verduras”.

Fue entonces cuando la mujer del invitado sintió un pequeño sofoco, pero no lo demostró. Todo el
resto transcurrió como si no hubiera sucedido nada.

Este pequeño trozo de carne visualizada y fallida, este agujero minúsculo de insatisfacción, hizo un
verdadero trabajo de venganza sobre ella. Tenía, naturalmente, el tipo 9.

Cuando el tipo 3 come, él come y se detiene para conversar. Come conversando, conversa
comiendo. La comida es su fiesta, su razón de ser. Es sociable. Posee una variedad de temas de
conversación. Pasa de un tema a otro fácilmente. El tipo 9 no es capaz de hacerlo. Es necesario
que acabe de comer para hablar. Cuando habla, lleva todo a un tema que conoce a fondo. No
puede variar la conversación.

Cuando encuentra algo bueno, continúa comiendo la misma cosa durante días y semanas hasta la
plenitud, de modo que se puede casi fechar cronológicamente la transición de los períodos: aquél
durante el cual no se comen más que calamares, seguido del de los buñuelos de quisquillas, etc.

Toda experiencia no es para él una sucesión objetiva de acontecimientos situados sobre el eje del
tiempo, repartido en pasado, presente y futuro. Toda experiencia representa un ciclo vivido. Toma
nacimiento en el deseo y tiene como resultado la satisfacción.

Un ciclo no logrado no es clasificado en el pasado. El tipo 9 se acuerda de casos de insatisfacción


de hace veinte o treinta años como si fuera ayer. Basta evocar una experiencia de descontento
para que sienta todo su cuerpo hervir de indignación.

El tipo 9 no considera una acción sobre el futuro como la puesta en ejecución de una conclusión
obtenida por la especulación sobre los ejemplos pasados. El conocimiento de los valores
establecidos no le ofrece garantía. Su concentración intensa le permite sentir, en la incertidumbre
futura, cosas que los otros no sienten. Tiene intuición.

Una anécdota: una mujer perteneciente al tipo 9 descen-


dió del tren ya tarde por la noche. Una veintena de pasajeros bajaron al mismo tiempo que ella.
Entre tanto ruido de paso, aisló uno que se diferenciaba claramente de los otros. Por qué estos
pasos le inquietaban, no habría podido decirlo, pero sentía un peligro inminente. Como todos los
pasos se parecen más o menos, no era ciertamente la sensación acústica la causa. En el cruce,
todo el mundo se dispersó, pero este luido de pasos la siguió. Pronto se encontró sola en un
camino desierto, bordeado de pocas casas. Si aceleraba el paso, la sombra aceleraba el suyo. Si lo
hacía más lento, el otro lo hacía más lento también. No tuvo ya más dudas: la estaba siguiendo un
malhechor.

Más lejos encontró una casa y, preparada a pedir socorro si era necesario, se apretó contra la
puerta para dejar pasar al desconocido. Este pasó por delante de la casa y se detuvo más lejos
para hacer una necesidad natural. Aprovechando esta ocasión, ella se descalzó para no hacer ruido
y tomó un camino divergente para ponerse a salvo.

En similares circunstancias un joven, buen practicante de artes marciales, ha sido golpeado por
detrás, ha perdido el conocimiento y ha sido desvalijado. Otra mujer ha perdido así la vida.

La intuición no puede ser reemplazada por el conocimiento ni por la inteligencia. La intuición no se


generaliza. Es en muchos casos el conocimiento y la inteligencia los que falsean la intuición.

Un hombre que se casa con una mujer del tipo 9 tendrá muchas dificultades en engañar a su
mujer, pues ella parece adivinarlo todo. Es más fácil engañar a una mujer inteligente, pues ella se
deja convencer por argumentos bien llevados.

El tipo 9 no procede por etapas, comenzando por la introducción, pasando por el desarrollo de
argumento en argumento para llegar a la conclusión. El ve la conclusión directamente. Encuentra
dificultad en hacerse comprender por el razonamiento.

Lo que el tipo 1 ve es el aspecto objetivo de la cosa. Lo que el tipo 9 ve es otra cosa que el aspecto
objetivo, es la relación invisible entre la cosa y él.

Cuando el tipo-1 ve que tiene 10000 francos, él tiene efectivamente diez mil y reparte esta suma
según sus necesidades. Pondrá de todos modos mil francos separados para recurrir a ellos en caso
de necesidad. Cuando el tipo 9 llega a
acumular diez mil, empezando por diez francos, se dice: tengo ya diez mil. Por el contrajo, si tenía
al principio cien mil para llegar a diez mil, se dice: no tengo más que diez mil. Objetivamente, la
situación es idéntica, pero él ve en ella un mundo de diferencia. Si se dice que tiene ya diez mil,
continúa acumulando parsimoniosamente. Si se dice que no tiene más que diez mil, gasta todo
para no dejar nada “antes de que sea demasiado tarde". Es la fórmula “todo o nada”.

Lo que el tipo 9 ve no es la constatación objetiva de la cifra exacta, sino el impulso invisible que le
compromete en un camino o en otro. La palabra japonesa “ikioi” indica esta relación.

Bukichi Miki, hombre político japonés que ha conseguido la reunificación de los dos partidos
conservadores, liberal y demócrata, después de la Segunda Guerra Mundial, era del tipo 9. Cuando
era un joven estudiante, sus padres, poco afortunados, le enviaban cada mes una modesta suma
que debía permitirle continuar sus estudios. Al recibir el giro, el joven Miki se prosternaba en la
dirección donde habitaban sus padres, y les agradecía con cálidas lágrimas el sacrificio que se
habían impuesto para ayudarle.

Una vez terminado este acto de contrición, lo que hacía a continuación sobrepasa la comprensión
de la mayoría de los mortales: invitaba a todos sus camaradas de clase en un restaurante y
gastaba todo el dinero en una orgía extravagante en una sola noche. Uno se pregunta cómo podía
mantenerse durante el resto del mes.

Desde la infancia, el tipo 9 muestra un grado extraordinario de concentración. Si se pone a hacer


cualquier cosa, no abandona a medio camino. Un muchachito se puso a lanzar piedras al borde de
un lago y, al cabo de algunas horas, fue el muchacho mayor que le acompañaba el que se cansó: el
pequeño continuó hasta la caída de la noche. Otro se puso a coleccionar sellos. Cuando llegó a
cien, quiso tener mil. Cuando tuvo mil, se dijo: no tengo todavía más que mil, y siguió.

La mayoría de la gente es hoy día todo lo contrario de esta tenacidad. Si se mueven dos o tres
pasos ya no se acuerdan de lo que tenían intención de hacer.

En el tipo 9, la energía está interiorizada en la pelvis, en lugar de exteriorizarse en forma de


actividades intelectual, sentimental o práctica, etc. Esta energía se coagula allí y forma una masa
sólida que no se liquida fácilmente. Recor-
demos que esta energía no es otra que el ki, la espontaneidad, la respiración, la sensibilidad.

El tipo 9 no acepta las ideas preconcebidas para actuar en consecuencia. Es preciso que se haga
preguntas de todas clases antes de admitir incluso un simple gesto corriente. Incluso si todas las
personas dicen buenos días, él no encuentra la misma significación en cada una de ellas. Se
interroga instintivamente.

Cuando encuentra una salida para desplegar su energía coagulada, no hace falta decir que su
concentración es intensa y duradera. Cuando su energía brota, es su personalidad la que brota, y
ésta deforma el sentido ordinario de la realidad.

La demarcación entre su subjetividad y la realidad que le rodea no es siempre clara. El sueño y la


realidad se interpenetran.

Lo imposible no es un buen argumento para detenerle en su acción, pues, cuanta más oposición
encuentra, más se intensifica su energía para llegar a la satisfacción. Con o sin lógica, él no hace
caso de nada.

Representa todo lo que hay de más intransigente en el hombre en su camino hacia la perfección.
La perfección en la que sueña no revista una forma definible. Incluso si todas las condiciones
requeridas se cumplen, no queda necesariamente satisfecho. Lo que busca no es en las líneas, ni
en los colores, ni en las formas donde lo encontrará. El busca en “el vacío", en el silencio
inexpresado.

Captando la esencia, deja a menudo escapar la apariencia material. El Maestro Noguchi, del tipo 9,
que recibe de cien a ciento cincuenta personas al día, no sabe de qué se habla si se le habla de un
niño que llevaba un traje amarillo, o un pantalón verde. Por el contrario, comprende en seguida si
se le habla de un niño que se ha quedado quieto, sin osar hacer ruido o hablar, o de una mujer que
tiene una postura lateral, etc.

El tipo 9 tiene una concentración en profundidad, pero no puede extenderse en amplitud.

Esta concentración se refleja sobre todo en la relación con los objetos que le interesan. Se diría
que hay algo que sobrepasa una simple relación entre una persona y los objetos. Hay una
intensidad invisible que los liga de una y otra parte. Todo depende naturalmente de la importancia
que
conceda a los objetos. Estos no están siempre en el mismo plano con relación a él.

Ciertos objetos forman casi parte integrante de su personalidad, como, por ejemplo, los sables con
relación al samurái que los posee.

E. Herrigel cuenta en su célebre obra El Zen en el arte caballeresco del tiro al arco un hecho
revelador. “Cuando toda una serie de mis tiros fallaba, él mismo (el Maestro) tiraba algunas veces
con mi arco, y la mejora era después sorpréndete; se hubiera dicho que, más dócil, más
comprensivo, el arco se dejaba tensar de otra manera que antes”.

El objeto, en este caso el arco, se carga, pues, de un poder, de una eficacia, cuando es manejado
por el Maestro, y no se trata aquí de una fórmula abstracta, sino de un hecho de una realidad
tangible.

El Maestro Noguchi es un gran coleccionista de discos de música clásica. Cuida minuciosamente


sus tocadiscos, algunos de los cuales son muy viejos, pero en perfecto funcionamiento. Si una
mano profana toca estos objetos en su ausencia, él lo nota a su vuelta sin que haya el menor signo
material de alteración.

Esta densidad de la relación en el tipo 9 hace que, una vez el objeto adquirido, no suelte presa
fácilmente. Se puede encontrar en su casa objetos que datan de generaciones desde su
adquisición. El Maestro Noguchi está orgulloso de sus tocadiscos y de su coche, cuya adquisición
se remonta a treinta o cuarenta años y que funcionan perfectamente todavía. Cuando se le
reprocha el guardar cosas demasiado viejas, replica diciendo “¿Tengo que cambiar a mi esposa
todos los años?”

Él está en el otro extremo, en este sentido, del principio económico de la sociedad de consumo,
que es empujar a la gente a abandonar las cosas viejas y comprar productos nuevos. No puede
abandonar un objeto por la simple razón de que está pasado de moda. Lo que cuenta para él no es
la moda, sino el apego.

En un regalo ve más bien la intención oculta del donante que la forma del objeto o su valor
comercial.

En general, tiene tendencia a guardarlo todo, y cuando desea tener alguna cosa en reserva para
poder continuar una ocupación que le interesa, la cantidad del stock que hace de ella es
sorprendente.

Hay que decir que la tendencia del tipo 9 se manifiesta di-


ferentemente si se trata de un hombre o una mujer. Mientras que un hombre del tipo 9, al
envejecer, busca concentrarse sobre cosas invisibles, una mujer se concentra sobre cosas visibles y
concretas. Su concentración es mucho más tenaz, obstinada y testaruda.

Ocurre que una mujer de este tipo, llena de buena voluntad, permanece sin embargo inmóvil, sin
hacer nada. Pero su inmovilidad es agitada, sin descanso. Su actividad interior es muy grande, pero
no se materializa. Ella se dice: tengo que limpiar los cristales, hacer la vajilla, etc., pero no lo
consigue. No llega, ni siquiera, a mover un dedo pues, si se pone a ello, sería preciso que todo
estuviera perfecto y que todo se hiciera de un tirón. No se le ocurre la idea de dividir este trabajo
en varias etapas, de duración y cantidad razonables. Su energía está demasiado coagulada para
permitírselo. Se siente asaltada y rodeada por los fantasmas de las tareas a realizar. Está, pues,
muy ocupada, pero cansada antes de hacer cualquier cosa.

Si se hace ayudar por alguien de su familia, por ejemplo por su marido, no cesa de irritarse por la
lentitud y la imperfección de su trabajo.

Como tiene la costumbre de adelantarse a sus hijos en sus actos prodigándoles sin cesar
advertencias y observaciones, éstos corren a menudo el riesgo de ser afectados de autismo.

-Cuando atravieses la calle, mira bien a derecha e izquierda. Presta atención a los coches. Sobre
todo, no corras, etc., etc. Y así sucesivamente, sin descanso. Y de la misma manera con su marido.

En las mujeres de los otros tipos, la sexualidad cesa con la menopausia, y la secuela no continúa
más que en sus ideas o sentimientos. Pero una mujer del tipo 9 permanece sexual hasta la médula
de los huesos. El erotismo no la abandona incluso a una edad muy avanzada.

El tipo 9 es un ser que no ha perdido todavía la sensibilidad del hombre en tanto que ser viviente.
Si ve un puño dirigido hacia él, ve inmediatamente si es para golpearle realmente o si es un gesto
de intimidación, o si se trata de una broma amistosa. Lee en el vacío antes de que el acto se
produzca. El tipo 1 no ve nada antes del acto, y constata que, en efecto, ha sido golpeado, y piensa
en diversas medidas jurídicas que deberían protegerle. ¿Qué hará si se trata, no de un puño, sino
de un sable o de un revólver?

El vacío no es, para el tipo 9, una simple ausencia de


substancia. El vacío está lleno de fuerzas invisibles. Igualmente comprende las palabras como “ki”
(alimento-pulsión- intuición) o “ma” (espacio eficaz - vacío o silencio lleno de fuerzas) que son
palabras incomprensibles para los demás.

En las artes gráficas aprecia el espacio no pintado, el blanco dejado por las formas dibujadas. La
caligrafía china puede ser su campo de elección. Sus colores preferidos son el negro, el blanco o el
gris, que es la mezcla de los dos. En la música, gusta del silencio que se interpone entre dos notas.

Si he consagrado mucho más espacio al tipo 9 que, a los otros tipos, es porque el tipo 9 es el tipo
original del hombre. El intelectualismo del tipo 1, la actividad práctica del tipo 5, o el espíritu de
competición del tipo 7 no son más que las formas adaptadas por el hombre en su evolución en
tanto que ser social.

Un hombre del tipo 9 puede ser extremadamente bueno o extremadamente malo, según el
criterio de juicio social que se le aplique. No hay, pues, que asombrarse de ver en esta categoría a
personas de las tendencias más diversas.

A menudo, los fundadores de religiones son de este tipo, como Buda o Jesucristo. Tchuan Tsé, que
se califica como taoísta, el igualmente de este tipo.

En los períodos conflictivos de la Historia, vemos aparecer personajes como Napoleón, Hitler y
Churchill.

En el campo literario hemos tenido, antes de la Revolución, dos figuras eminentes que han
contribuido al derribo de los valores establecidos: Rousseau y Voltaire. La aportación de Choderlos
de Laclos tiene que reevaluarse. Dostoievski ha puesto al descubierto las pulsiones absurdas del
hombre, ocultas en el reverso de la psicología clásica.

He tenido la suerte de conocer íntimamente a dos maestros japoneses del tipo 9: el Maestro
Morihei Ueshiba, fundador del Aikido, y el Maestro Haruchika Noguchi, fundador del Seitai e
iniciador del movimiento regenerador.

El estudio del tipo 9 es la clave de la solución que se impone cuando se nos quiere salvar del
callejón sin salida al cual ha conducido la ciencia del hombre. Esta se ha convertido en una especie
de mecánica en la que el individuo está ausente.

Con el progreso de la industrialización, el individuo se difumina cada vez más. Y éste es


probablemente el más grande de los problemas que la humanidad deba afrontar hoy día.
TAIHEKI

POLARIZACION DE LA ENERGLA VITAL

(fin)

El tipo 10. — pelvis abierta.

En éste, los huesos ilíacos tienen a separarse de manera que, visto desde detrás, presenta las
caderas muy anchas. Cuando se pone en cuclillas sus talones se levantan, porque su peso se
desplaza sobre la parte delantera de los pies. Si se i esfuerza en bajar más, cae inevitablemente
hacia atrás.

Puede ser delgado en su juventud, pero engorda a medida que avanza en edad. Sobre todo, en las
chicas jóvenes, la delgadez durante la juventud no es ninguna garantía de esbeltez del tipo
después de dar a luz. El aumento de peso del tipo 10 está en función de la abertura de los huesos
ilíacos, y no en función de la alimentación. La privación de alimentos no le vuelve más delgado.

Si el tipo 9 está caracterizado por la rapidez de su contracción, el tipo 10 lo está por la rapidez de
su relajación.

No hay coagulación de energía como en el tipo 9. Es más capaz de dispersarse que de


concentrarse: Puede olvidar todas las ofensas que ha sufrido y ponerse al lado del ofensor para
prodigarle amabilidades muy rápidamente.

Todo el mundo se encuentra un poco en este estado de espíritu cuando está satisfecho en sus
exigencias, y completamente saciado. El tipo 10 está en este estado permanentemente.
El tipo 10, con sus huesos ilíacos separados, es la imagen misma de la maternidad. Está
caracterizado por un sentimiento maternal, es decir, un sentimiento de protección instintivo hacia
los débiles, que determina su conducta. Y ésto se aplica tanto a las mujeres como a los hombres,
cuando se trata del tipo 10.

La humanidad habría desaparecido hace mucho tiempo de la tierra si fuera indiferente a los gritos
de angustia de los recién nacidos, incapaces de sobrevivir por sí solos. Este instinto de protección
es un hecho muy general en los mamíferos. De vez en cuando ¿no se ve en los periódicos casos de
perras adoptando a garitos?

Mientras que el tipo 9 diferencia netamente sus hijos de los de los demás, el tipo 10 extiende su
protección incluso a los niños que no son suyos.

Sus atenciones para con sus protegidos es de un tipo muy especial. Una vieja señora está muy
ocupada todo el día, pues debe alimentar a sus loros y a sus gatos: les dá de comer uno por uno,
dándoles cada bocado con una cuchara o unos palillos.

Una mujer tiene una reputación internacional por su crianza de pequineses. Los mima y los sube a
su cama para dormir con ella. Sus perros adquieren una cualidad casi humana y son demandados
por los aficionados a precios increíbles.

Ella es naturalmente gruesa y su cara se parece a la de un pequinés.

El tipo 9 y el tipo 10 tienen conceptos diferentes de la amabilidad. Para el tipo 9 los obsequios y los
mimos no son amabilidad. Para él, la verdadera amabilidad debe incluir si’ es necesario el rechazo
de la ternura.

Cuando se compara el grupo pelviano, es decir, los tipos 9 y 10, con el grupo cerebral, tipos 1 y 2,
surge la diferencia siguiente en su actitud:

Mientras que en el grupo cerebral es la consideración de las circunstancias objetivas lo que


determina su conducta, es la pulsión interior la que determina la conducta en el grupo pelviano.

Cuando un hombre del tipo 1 ve a alguien en la miseria, se dirá a sí mismo: he aquí una prueba
más de que la sociedad actual está mal hecha. Para hacer desaparecer una tal miseria, es preciso
absolutamente que se adopte tal o cual
sistema, o tal o cual “ismo”. Y continuará cavilando en su cerebro los pros y los contras de sus
ideas, sin de todos modos atreverse a tender su mano hacia este desgraciado.

El tipo 9 se pregunta en un caso parecido si el desgraciado es verdaderamente desgraciado, o si


finge serlo, o si encuentra placer en mostrar su miseria. Si le ayuda a levantarse, ¿tiene que ser
tierno o autoritario? ¿En qué momento dejarlo?

El tipo 10 no puede resistir la vista de la miseria. Que la estructura social sea defectuosa, es otra
cuestión. Pero ¿cómo se puede dejar sufrir a este desgraciado?

La óptica del grupo cerebral, cuando se traslada a términos de fotografía, es parecida al objetivo
de gran abertura. Esta óptica cubre un campo de yisión en el cual los seres humanos están
representados como otros tantos puntos con sus características más o menos marcadas. La óptica
del grupo pelviano es como un teleobjetivo. Su campo de visión es estrecho, pero posee una
potencia de aumento superior. Allí donde la gran abertura ve un bulevar, una fila de casas y
algunas personas sobre la acera, con sus trajes particulares, un teleobjetivo está enfocado sobre
una de ellas y lee sus expresiones más íntimas: alegría, tristeza, cólera, etc.

Como ya he dicho, el instinto de protección es predominante en el tipo 10. Como el papel del
Seitai es educar a la gente para explotar al máximo su energía vital, es preciso utilizar este instinto
en el caso del tipo 10.

El permanecerá con buena salud mientras haya débiles y enfermos que cuidar a su alrededor. Será
elocuente en tanto que se trate de defender a los otros.

Una mujer del tipo 10 había contraído un cáncer de útero. Todo el mundo en su familia lo sabía,
excepto ella misma, y esperaban su muerte próxima. Ahora bien, ocurrió que en su familia quedó
un niño huérfano. La familia de esta señora rehusaba hacerse cargo de este niño, pues ya tenían
un enfermo a su cargo.

El Maestro Noguchi les dijo: Si ustedes no pueden educarlo, ella podrá. Le respondieron: ¿cómo?
¿una enferma como ella? ¡Pero si no sabemos cuándo va a morir!

Ei Maestro Noguchi dijo: los seres humanos están destinados a morir. ¿Quién sabe si ustedes que
cuidan de ella no morirán antes que ella?

Se vive porque, antes o después, se muere. No hay ninguna razón para mimar a alguien
especialmente porque va a
morir. Mientras queda energía, hay que utilizarla por el bien de los demás. Si esta mujer se queja
de dolores un poco por todas partes, es que tiene todavía energía. Cuando se muere naturalmente
no se tienen dolores ni sufrimiento.

Después de este intercambio de argumentos, se decidió que el huérfano quedara a cargo de esta
familia. La más encantada del hecho fue la enferma. Desde su cama decía a los otros: “haced ésto,
haced lo otro" pero, impaciente, se levantó finalmente para ocuparse del niño ella misma.

Así, aún estando cancerosa, vivió durante diecisiete años, hasta la edad de ochenta y siete. ¿Puede
atribuirse su muerte al cáncer, o a la vejez? Es importante señalar que el niño adoptado había
alcanzado la edad de dieciocho años, edad en que se empieza uno a sublevar contra la tutela para
ganar la independencia. El huérfano ha quitado a la vieja mujer su razón de ser.

El tipo 10 tiene un carácter cándido y su cuerpo es salvaje, lo que es un elogio desde el punto de
vista del Seitai. Su fisonomía muestra que no es capaz de maquinaciones ni de engaño. Sus ojos
brillan con una suave amabilidad. Posee una fuerte resistencia a las enfermedades venéreas.

Para una mujer del tipo 10, su marido no es su marido, sino uno de sus hijos que protege. Si su
marido se muestra muy altivo cón relación a ella que parece obedecerle sin oponer resistencia, de
hecho, ella lo considera como un niño pillo que está de morros.

El tipo 10 es generoso. Nos lo da todo cuando padecemos penuria. Durante la guerra, cuando todo
estaba racionado, el Maestro Noguchi no dejaba de tomar café visitando a las señoras del tipo 10.

Hay que subrayar que la generosidad se manifiesta de forma diferente según los tipos. El tipo 5,
por ejemplo, que de ordinario calcula rápida e inteligentemente el pro y el contra de su interés, es
dominado, de vez en cuando, por el deseo compensador de gastar sin freno. Actúa por una
necesidad del cuerpo y experimente por ello un alivio. El tipo 8 da más de lo que hace falta cuando
se le desafía a hacerlo mejor. El tipo 9 lo da todo cuando siente que no puede tenerlo todo. El tipo
10 da cuando siente que los demás sufren escasez.

Pero al tipo 10 no le gusta que se le exija por derecho. Cuando se le reclama, rehúsa. No hay que
molestarse con él por ello.
La mejor manera de obtener una cosa del tipo 10 es no exigírsela de golpe, hacerse el escrupuloso
cada vez. Si se le pide muy poco cada vez, ya se trate de azúcar racionada o de dinero para el
bolsillo, guarda la imagen de la insuficiencia y esta imagen persiste en él. Se puede repetir la
misma operación a fin de que la suma total sobrepase ampliamente la cantidad prevista; él no se
da cuenta, porque no es buen calculador como el tipo 5.

Stendhal, cuando escribió su novela Rojo y Negro tenía ciertamente un modelo viviente para la
Señora de Renal, pues ésta representa el tipo 10 por excelencia. El Maestro Noguchi se hacía,
pues, la idea de una mujer opulenta. Cuál no fue su decepción cuando vió dos películas realizadas
sobre esta novela, de las cuales una era protagonizada por una actriz del tipo 7, y la otra por una
actriz del tipo 5. Ni uno ni otro de estos tipos eran adecuados a la imagen de tolerancia de una
Señora de Renal.

EL GRUPO HIPERSENSIBLE-APATICO

Hasta ahora he hablado de polarizaciones de la energía en una región dada del cuerpo. Tales
polarizaciones determinan en los individuos ciertas costumbres características del movimiento del
cuerpo. He explicado cómo el movimiento del cuerpo puede estar estrechamente ligado a la
ecuación personal en el comportamiento y la mente del individuo.

En el grupo hipersensible-apático, la cuestión cambia un poco de aspecto. No se trata ya de


polarización de energía en tal o cual región, sino más bien de ciertos estados de sensibilidad o de
materia.

La razón por la cual este grupo ha sido incorporado a la clasificación taiheki es que existe gente
caracterizada por estos estados desde su nacimiento.

La sociedad seitai utiliza una especie de balanza especialmente construida para medir la
repartición del peso del cuerpo sobre los tres puntos siguientes: raíz del dedo gordo del pie, raíz
del dedo pequeño y talón. Las cifras son indicadas eléctricamente sobre los tableros en número de
seis, tres para cada pie. La relación de las cifras entre sí, que pueden estudiarse llevándolas a un
cuadro sinóptico, es indicativa de una cierta tendencia en los individuos.

A pesar de las fluctuaciones perpetuas en el equilibrio, hay una constancia en una tendencia
determinada. Por ejem-
pío, en el tipo 5, el total del peso cargado hacia delante (parte de los dedos) es superior al de los
talones. En el grupo lateral, como los tipos 3 y 4, hay siempre un pie mucho más pesado que el
otro.

Esta constancia de la relación, en medio de perpetuas fluctuaciones, permite determinar en qué


región se polariza la energía vital del individuo. No resulta lo mismo con el grupo hipersensible-
apático. Existe una inconstancia perpetua en el caso del hipersensible, y una constancia rígida, sin
fluctuaciones, en el apático.

El tipo 11.- hipersensible.

En éste la repartición del peso cambia radicalmente cada vez que se le mide. Si está pesado
delante una vez, lo está sobre los talones la vez siguiente. Después lo está hacia delante sobre un
pie y hacia atrás sobre otro, lo que es característico de un tipo urinario. Desconcierta a los que
intentan determinar la clase de polarización a que está sometido.

En un cuerpo ordinario, la reacción del cuerpo contra una excitación extraña se manifiesta de una
manera discontinua y heterogénea. Cuando se pasa una aguja suspendida de un hilo sobre la piel,
hay lugares donde se la siente más vivamente, y otros donde se la siente mucho menos. El tipo 11
la siente vivamente por todas partes, uniformemente.

Cuando se apoya el dedo sobre la columna vertebral, hay vértebras que son muy sensibles y otras
que no lo son. Cuando se tiene, por ejemplo, una afección en los pulmones, normalmente es la
tercera dorsal la única que se hace sensible. Pero en el tipo 11 otras dorsales cercanas, como la 2a,
4a y 5a se hacen sensibles al mismo tiempo que la 3a. Además, toda esta parte se pone colorada
cuando se la frota con alcohol.

El tipo 11 es de los que dan falsas alarmas. Fácilmente excitable, lanza grandes gritos que asustan
a todo el mundo, pero él no sufre tanto. La energía, en vez de coagularse en dolor, se dispersa por
medio de sus gritos.

De ordinario, una sensibilidad suscitada provoca en el individuo la reacción apropiada del cuerpo,
que toma su autodefensa natural. Si al comer algo inasimilable se vomita, este vómito es una
función normal del estómago. Pero si se vomita sin tener nada en el estómago, por una causa no
fisiológica sino psicológica como, por ejemplo, cuando se ha
sido ofendido por palabras desagradables, este vómito fuerza al estómago a ejecutar lo que está
fuera de su función normal. Una violencia psicológica puede ser mucho más perjudicial que un
simple “surmenage” fisiológico; puede ser incluso fatal para la salud del individuo.

Así, en el tipo 11, hay una especie de exageración dramática que hay que tener en cuenta. Si no, se
es bamboleado a su capricho, que él mismo no puede controlar.

La fórmula a adoptar en su caso es la que llamamos en japonés la técnica de “ki o nuku”, vaciar o
dispersar el ki, la atención o la concentración.

Todo lo que se hace de normal o de ortodoxo en su favor, no produce el efecto calculado, pues él
sabe que es muy diferente de los otros en muchos puntos. No es que reaccione conscientemente
por espíritu de rebeldía para no dejarse llevar por otro, como haría el tipo 8. Su reacción está
mucho más íntimamente ligada al cuerpo. A menudo, queriendo hacerle un bien, se acaba por
arruinar su salud.

Un tipo 11 ha sido tratado con morfina. El Maestro Noguchi le ha dicho al médico: no vale la pena
inyectarle morfina. Hágalo con agua.

El médico le dice: no, no quiero hacer trampas.

Él lo ha hecho como había sido prescrito. El ataque, en vez de calmarse, continuaba a más y mejor.

Entonces el Maestro Noguchi le ha dado un pequeño shock en la 4a cervical, diciendo: es así como
ésto se para. Y, en efecto, la crisis ha cedido.

El médico, muy intrigado , Se ha puesto a buscar por qué un shock sobre la cervical podía detener
la crisis. Pero no hay nada de ésto. Esto ha funcionado porque era imprevisto. El día en que el
shock sea consagrado por el uso, ya no funcionará.

Es bueno saber que existe gente en la que ninguna medida racional, maduramente deliberada,
funciona, a causa mismo de esta ponderación. Desesperados, recurren a los estupefacientes. Un
estupefaciente es un estupefaciente, ya sea administrado por un médico u obtenido por medios
clandestinos. Tienen que aumentar sin cesar la dosis hasta que sucumben bajo su efecto.

El tipo 11 es muy exigente, no por vía de la reivindicación consciente, sino por su reacción
inmediata sobre el cuerpo.
Vomita por una causa psíquica, incluso cuando no tiene nada que vomitar en el estómago. El asma
es una manifestación frecuente en él. Y puede asustamos con su alergia cutánea.

Los que no conocen este carácter particular del tipo 11 son trastornados por su reacción y le
prodigan cuidados. Pero hay muchas probabilidades de que sus atenciones no sirvan más que para
convertirlo en un enfermo convencido.

No puede salir de su círculo vicioso más que por medio de un espíritu tranquilo, sereno y, sin
embargo, vigilante.

¿Qué hace el Maestro Noguchi en un caso semejante? Mira y se pone a charlar. El tipo 11 puede
amenazar con morirse, con los labios completamente violáceos, pero el maestro no se precipita.
Justo en el momento en que el hipersensible va a manifestar su crisis, el Maestro Noguchi dice:
abra la mano izquierda, o cualquier otra cosa impertinente. El mismo no cree que tal gesto pueda
ser útil para nada. El otro tampoco. Pero ésto funciona, precisamente porque no se cree en ello.

Todo el trabajo se hace en el subconsciente de la persona agitada. Esta ve la presencia de alguien


que no responde fácilmente a su llamada de angustia. Este alguien no es amable ni servicial como
los otros. La ineficacia de su manifestación patológica gana su corazón. Y acaba por asociar el
gesto incomprensible de abrir la mano con su salud.

Extraña sensibilidad la del tipo 11. Se le dice: yo he comido tal cosa y me ha producido diarrea ¿Y
usted? Poco tiempo después, él tiene diarrea. ¿Ha comido verdaderamente lo mismo? No. No lo
ha comido en absoluto. Entonces, se pregunta el tipo 11, ¿por qué he tenido yo diarrea?

El tipo 12.-apático.

La gente se queja diciendo: he hecho un pequeño exceso en la comida y he aquí que tengo dolor
de vientre. Soy frágil. Querría tener una salud de hierro, un cuerpo de acero.

El tipo 12 corresponde exactamente a este tipo de deseo. No se acatarra, no siente dolor, y tiene
un aspecto muy robusto. Representa un ideal para una multitud de gente que vive en nuestra
sociedad. Existen numerosos métodos de salud que consisten esencialmente en acelerar la
tendencia hacia el tipo 12.
Pero una vez que está desensibilizado, el cuerpo pierde su facultad de adaptación. Su reacción se
hace más lenta.

En el tipo 12 la lentitud de reacción es permanente. Se diría que su cuerpo no se contrae a tiempo.


Está acostumbrado a los accidentes. Entre el momento, por ejemplo, en que siente el calor
excesivo de un objeto que toca y el momento en que retira la mano, pasa un tiempo demasiado
largo para que no se queme los dedos.

Con su reacción lenta, se coloca en las antípodas de la espontaneidad.

Su enfermedad es la de no tener ninguna enfermedad aparente. Pero su insensibilidad le


predispone al cáncer, a la cirrosis de hígado o a la apoplejía. Un día, sin previo aviso, cae, muerto
en redondo, como una rama cortada.

Se caracteriza por su reflejo invertido. Cuando se le pide que se des contraiga, se pone más rígido.
No puede relajarse ni flexibilizarse como desearía.

A pesar de su apariencia robusta, no tiene control de su cuerpo, que no reacciona a tiempo. Se


siente pesado y se fatiga fácilmente. Es irritable. No puede actuar a su antojo con gusto, a causa
del desajuste que existe en él entre el pensamiento y la acción. Por el contrario, se siente feliz
cuando algún otro le muestra lo que hay que hacer. No actúa espontáneamente, ejecuta una
orden. Detrás de su acción, hay siempre un modelo.

Su repartición de peso es la constancia misma. Ella no es afectada por ninguna de las condiciones
que harían sufrir a un cuerpo ordinario un cambio cualquiera en el equilibrio: caliente, frío, seco,
húmedo, cualquier clima le da igual. Si los otros se intoxican por un alimento, él no siente nada.

La constatación de los tipos 11 y 12 no se hace de inmediato, pues hace falta un poco de tiempo
para saber si la persona cambia demasiado o nada en absoluto en la repartición de su peso.

El Maestro Noguchi ha tenido la suerte de observar a las mismas personas durante decenas de
años y, frecuentemente, de generación en generación. Él no ha llegado todavía a una conclusión
neta en lo que concierne a los tipos 11 y 12. Se sabe sin embargo que la hipersensibilidad y la
apatía resultan de ciertos estados en la parte posterior de la cabeza.

La parálisis infantil no afecta más que a los niños que tienen alguna tendencia del tipo 12.

La hipótesis emitida por el Maestro Noguchi es que el ti-


po 12 es una mezcla de los tipos siguientes: el tipo 2 y el tipo 5, o el tipo 2 y el tipo 7, a lo cual se
añade la tendencia de la pelvis a abrirse. Pero ésto es demasiado técnico para explicarlo aquí.

En el tipo 12 hay períodos de transformación. Cuando joven, es más bien delgado y nervioso. Sufre
incluso de neurastenia. Pero bruscamente un día, no más tarde de los veinte años, cambia. Su
cuerpo se pone rígido; se vuelve robusto y cuadrado.

Su presencia en las sesiones de movimiento regenerador plantea no pocos problemas. Es rígido


como una pared de hormigón y no se mueve. A falta de pulsión natural, busca un modelo de
movimiento en los otros practicantes. Bien entendido, un movimiento copiado no puede ser un
movimiento regenerador. Con perseverancia, llega a desencadenar el movimiento. Es entonces
cuando se asiste a escenas de apocalipsis.

Los ataques suceden a los ataques. Imaginad una casa en la cual se ha acumulado toda clase de
suciedad durante años y que se ponen a limpiar de pronto.

En una asamblea del movimiento regenerador, el Maestro Noguchi ha propuesto excluir del
movimiento a las personas del tipo 12, sobre todo cuando el movimiento es organizado por
aficionados, so pena de organizar el movimiento con la cooperación de un técnico seitai que podrá
arreglar las cosas. Ha habido protestas por parte de la gente del tipo 12: “No hay que tratarnos
como parias".

La intención del Maestro Noguchi era otra. Había actuado por compasión hacia los que podrían
gozar de la apariencia de buena salud, incluso siendo esta falsa, si se abstenían de emprender una
tal limpieza.

No sólo existe el tipo 12 congénito. Es una tendencia general en todo el mundo desensibilizarse a
medida que se envejece. Añadid a ésto toda clase de tratamientos que se prodigan a la gente y
que consisten en insensibilizarlos contra los sufrimientos y en disimular las afecciones. De frente,
se libra la batalla contra las drogas. La puerta de atrás está ampliamente abierta para acoger los
estupefacientes bajo diversos nombres y pretextos.

Se diría que la misma sociedad, con sus medios expediti-


vos, busca seguir el camino de la desensibilización y de la rigidez. Así, el número de cancerosos y
de apopléticos no cesará de aumentar.
ASPECTO “AMBIENTE” DE LA RESPIRACION

Se ha constatado un fenómeno curioso.

Hay un ambiente especial en el Katsugen-kai, nuestro club de movimiento regenerador. Los


practicantes llegan pronto y, después de la sesión, no se deciden a marcharse en seguida. Se
quedan un rato, charlando o no haciendo nada, no diciendo nada.

Uno de los practicantes, que ha conocido otras disciplinas, como además muchos de los que
practican, ha hecho la observación: En una clase, una vez la sesión terminada, todo el mundo se
marcha en seguida. Un minuto después, ya no hay nadie en la sala.

-Pero aquí es diferente, dice.

En efecto, este hecho me ha llamado la atención. Desde que conozco a los parisinos éstos no han
sido nunca así.

En una reunión, llegan más bien tarde. Y no se hacen de rogar para marcharse cuando -se ha
terminado.

Tenemos miembros que viven muy lejos, y cuando yo me preocupo por ellos, responden: “para
venir no hay problema, pero para marcharse...”

En resumen, hay algo que les atrae espontáneamente hacia el dojo, que les hace franquear las
distancias, que les impide marcharse. Es el ambiente.

Este ambiente no se compone ni de música, pues no la hay, ni del espectáculo de chicas bonitas, lo
que no quiere decir que no las haya... Es algo totalmente indescriptible, invisible.

Una practicante me ha dicho:


-En el dojo se siente un vacío, pero un vacío potente, un vacío que me impulsa hacia dentro. En él
se pierde incluso la noción del tiempo.

En esta ocasión, ella había olvidado completamente a alguien que había dejado esperando a la
puerta.

Es curioso, pero yo también pierdo allí la noción del sitio donde estoy. Tengo la impresión de estar
aquí desde siempre y la idea de que estoy lejos de mi país me parece muy extraña. Allí pierdo
también la noción de nacionalidad. Mientras dura el movimiento, no me doy bien cuenta de que
estoy con gente de nacionalidades diferentes, o en qué lengua estoy hablando.

Un periodista japonés de paso que he invitado como espectador, me ha dicho:

-Estos franceses en su dojo se parecen a los japoneses.

He comprendido lo que quería decir. No es que tengan los ojos rasgados o la piel amarilla. Él ha
sentido una especie de permeabilidad en sus rostros que le ha hecho olvidar momentáneamente
la barrera de la lengua, de la que estaba consciente en cualquier otra parte.

En el fondo, no hay gran cosa que explicar en el movimiento regenerador; sea la excitación del
bulbo raquídeo, sea la de los segundos puntos de la cabeza, puntos por los cuales se puede actuar
para calmar la actividad cerebral. Y después, todo lo que se hace es dejarse ir. No tengo nada más
que enseñarles. Cada uno hace su movimiento sin haber aprendido nada. Si se me preguntara lo
que yo hago, diría: estoy aplicando la filosofía del no actuar. Los racionalistas encontrarían en ello
una broma de mal gusto. Para ellos, soy el profesor más holgazán del mundo.

Animo a los practicantes a que continúen haciendo el movimiento en su casa. Hay algunos que
encuentran dificultades. Los muebles, la decoración, los otros miembros de la familia, en fin, todo
el ambiente es diferente. Entonces cierran los ojos e intentan imaginar que están en el dojo para
desencadenar el movimiento. Algunos incluso cortan la corriente para no ser molestados. Otros,
por el contrario, lo consiguen fácilmente, incluso a pesar de las miradas desaprobadoras de los
otros miembros de la familia. En este caso, el conocimiento está adquirido y ya no tienen
necesidad de venir al dojo. Se asombran al comprobar que siguen viniendo.

Hay algunos que comprueban que el movimiento cobra


mayor intensidad en el dojo, y que no hay comparación con lo que hacen en sus casas. En este
caso, tienen mucha razón al venir. Pero éste no es siempre el caso. Los hay que tienen el
movimiento más intenso en sus casas que en el dojo. Cada caso es tan totalmente diferente que
no se puede hacer con ellos una regla general.

Si se viene al dojo, es ciertamente para disfrutar de este espíritu de comunión que reina allí. Se
viene para integrarse al grupo. Pero esta integración presenta una gran diversidad. En casos
extremos, hay quien se aísla en un rincón para hacer su movimiento solo. No quiere entonces que
nadie le toque. En otros casos se tiene un compañero habitual sin el cual no se puede hacer el
movimiento. En otros casos, aún, se practica con todos, pero se siente uno mejor con tal o cual
persona, y se encuentra uno a disgusto con tal otra. Hay sensibilidades más o menos abiertas,
sensibilidades que se atraen o se repelen entre sí.

Muchos vienen regularmente, otros irregularmente. Algunos están divididos entre el deseo de
participación y el de aislamiento. El grupo no es, pues, del todo homogéneo. Sin embargo, hay un
espíritu de cuerpo, de comunión y de familia innegable. Es verdaderamente curioso.

A propósito del papel que yo juego en Katsugen-kai, evocaré una experiencia de mi infancia. En las
casas japonesas de entonces, la calefacción consistía en braseros, llamados hibachi, hechos de
porcelana o de madera, en los cuales se ponía ceniza y se quemaba carbón de madera. Estos
braseros no eran suficientes para calentar la estancia, pero los japoneses se contentaban con
calentarse las manos. El calor así recibido se propagaba poco a poco por el cuerpo por medio de la
circulación de la sangre.

Cuando yo encontraba un brasero cuyo fuego, mal mantenido, se había apagado, me ponía a
buscar, con ayuda de las barritas de hierro, un residuo de carbón no apagado todavía, escondido
en la ceniza. Algunas veces este residuo no era mayor que una pepita de calabaza. Lo colocaba
sobre un trozo de carbón no encendido y soplaba sobre él. A fuerza de perseverar, el residuo
cambiaba de color, del rojo obscuro al amarillo incandescente. El fuego se transmitía al carbón no
encendido y, cuando dos o tres trozos llameaban, era suficiente añadirles otros de modo que no
estorbasen la aireación. El brasero funcionaba entonces solo.
Lo que hago ahora para activar el movimiento regenerador es extremadamente parecido a ésto’.
Soplo sobre él sin descanso. Mantengo mi atención invisible sobre el dojo. Es como la atención de
una madre sobre su recién nacido. Katsugen-kai es un recién nacido que tiene necesidad de toda
la atención de los padres. Espero que crecerá y que un día se convertirá en adulto. Los
practicantes sentirán que ya no tienen necesidad de mí. Podrán continuar solos, como un brasero
con carbón encendido.

La imagen del brasero concuerda bien con la comprensión de la palabra “ki”, que significa a la vez
aliento y ambiente.

En lo que concierne al movimiento regenerador, no existen maestros. Yo no soy un maestro. Yo


diría más bien que cada uno es maestro de sí mismo, cada uno debe descubrir su movimiento. Hay
descubrimiento, pero no transmisión, como en el caso de la enseñanza esotérica. Yo no soy capaz
de imitar ninguno de los movimientos que hacen ellos mismos, por la sencilla razón de que el
deseo del cuerpo es diferente en cada uno. Tomo la dirección de la organización porque tengo un
aliento más largo y más intenso que los otros. Soy simplemente un catalizador. La cualidad
requerida para un catalizador es que su presencia silenciosa sea apreciada.

Mi próximo objetivo es formar catalizadores occidentales. Espero el día en que mi presencia sea
completamente innecesaria. El objetivo principal del movimiento regenerador es formar hombres
independientes, que no tengan necesidad de muletas, ni de medios de protección, que anden con
sus propias piernas. Hombres libres, que no estén aplastados por el peso de las prohibiciones.

Si no consigo, en los años venideros, formar un núcleo sólido de catalizadores occidentales, a


imagen de un brasero de carbón ardiendo, mi trabajo será un fracaso. Ser independiente quiere
decir no depender ni del conocimiento adquirido ni de nadie, incluyéndome a mí, y poder vivir
cada instante en su plenitud. Que el carbón se queme entero. Me apasiono en ir siempre hacia
adelante y no me gusta sentarme sobre las prerrogativas pasadas. De todos modos, es
materialmente imposible contar siempre conmigo. Yo no soy como un conde de Saint-Germain.
Tarde o temprano debo pasar a otra dimensión donde se dejará de verme en carne y hueso.

El movimiento regenerador no exige ningún conocimien-


to técnico o académico. Es muy sencillo. Pero esta sencillez es desconcertante.

Algunos de los practicantes se acuerdan del día en que un joven vino a practicar el movimiento. Se
le preguntó si quería permanecer como espectador la primera vez. No, dijo él, quiero practicar en
seguida.

Algunos instantes después, el tono de disputa subía entre la secretaria y este hombre. Dijo: ésto es
hipnosis, ésto es estilo Patrick Webb, ésto es el Olympia. Finalmente se marchó, furioso, diciendo:
no, yo quiero permanecer dueño de mí mismo.

Cierto, se ha equivocado de puerta. Podrá encontrar en otra parte algo que convenga a su gusto.

Este famoso ambiente del que he hablado no es válido para todo el mundo. Mucha gente ha
reaccionado con todo tipo de rechazos: sorpresa, turbación, perplejidad, sentimientos confusos,
indignación, menosprecio, desdén, etc.

Un practicante presentó a una joven-que, según parecía, estaba llena de problemas. Él quería
hacerle un favor dándole un medio de desbloqueo. Hecha la primera experiencia, ella tuvo un
miedo cerval y se retractó. Su amigo me dijo que ella sentía vagamente que el movimiento iba a
quitarle sus problemas, y fue ésto justamente lo que la aterrorizó. Conozco demasiado esta clase
de reacción.

Jamás la miseria puede ser más grande que cuando uno se encuentra privado de las miserias que
componen el menudo detalle de nuestra vida cotidiana. Conozco el-caso de un pobre hombre que,
el día que se convirtió en beneficiario de una inmensa herencia, se volvió loco.

Una joven pareja que practica en provincias me escribió a propósito de dos amigos que quisieron
iniciar al movimiento. Estos manifestaron mucho interés. Al cabo de tres sesiones abandonaron.
“Al principio no quisieron reconocer que ya no querían hacerlo más”. Así se cerró la experiencia.

La pareja intentó entonces comprender su reacción. El análisis que hicieron de este tema es muy
justo. Helo aquí.

El movimiento regenerador, cuando lo hacían, les daba la impresión de una pendiente rígida al
final de la cual había un precipicio. El no tener ya ningún control aparente de su cuerpo, ni control
intelectual, y dejarlo actuar sin imponerle una técnica, soltarse totalmente y aceptar el caer en lo
desconocido, les ha aterrorizado.

Desde siempre, la amenaza y la seducción han sido los


medios de organización de las empresas humanas. Se ha creado el infierno. No se ha encontrado
nada mejor que el miedo para orientar a los hombres. La seducción, por su parte, aumenta cada
vez más su dosis.

Estos medios no me gustan. A cada uno su gusto. Uno es libre en la elección. Un vaso de agua es
precioso para el que tiene sed, pero no vale nada para el que no la tiene. Hay que dejar venir y
dejar ir. La selección natural se hace por sí sola.

El movimiento regenerador es definido como un ejercicio del sistema motor extra piramidal, es
decir, del sistema que mueve nuestro cuerpo sin intervención de la voluntad. Todo ser humano
carece de voluntad al principio de su existencia. Toda su acción entonces es del dominio del
sistema motor extra-piramidal. Todo su movimiento es regenerador. Es con el desarrollo de la
inteligencia como el sistema voluntario se consolida. Un bebé toma un objeto, lo mueve y lo deja.
Sus gestos no tienen ninguna finalidad. Un niño de dos años sabe ya que sus juguetes le
pertenecen. Comienza la toma de conciencia de sí mismo.

Así, en apariencia, el movimiento natural parece ceder ante la voluntad creciente. Pero ningún ser
humano puede depender entera y únicamente de su voluntad. De otro modo estaría obligado a
vigilar, toda la noche y todo el día, su respiración, los latidos de su corazón, el movimiento de su
estómago, etc. Si olvidara, aunque no fuera más que durante algunos segundos, hacer latir su
corazón, moriría. Para ser dueño de sí, para ser jefe de orquesta de todo su cuerpo, haría falta que
permaneciese vigilante 24 horas de cada 24. No podría hacer nada más que ésto, ni comer, ni
charlar, ni pasearse distraídamente, ni trabajar, ni dormir, pues el conjunto anatómico del cuerpo
humano presente una complejidad tal que temo mucho que no pudiera vigilarlo 24 horas al día.

Lo que nos salva de esta situación infernal es el hecho de que los músculos del corazón o del
estómago no dependen de la voluntad, razón por la cual son llamados músculos involuntarios.

¿Puede uno ser al menos dueño de sus músculos voluntarios? Esto no es del todo seguro. Durante
el sueño, uno rueda en la cama. Esto no es en absoluto un acto voluntario. Es una especie de
movimiento regenerador que el cuerpo ejecuta para desbloquearse. A decir verdad, no hay ningún
ser humano que no practique el movimiento regenerador,
consciente o inconscientemente, mientras está en esta tierra. Deja de hacerlo cuando es
enterrado. Entonces no bosteza ni estornuda.

En los años 60 el sumo Tochi-no-umi, luchador japonés, estaba en su apogeo. Era relativamente
pequeño de estatura para un sumo, pero su marca era notable. Casi a punto de salir del ring
proyectaba a sus adversarlos, monstruos de 130 ó 140 kilos, por encima de sus hombros. Llegó a
ser yokozuna, la más alta categoría en la jerarquía sumo. Se casó. Tochi-no-umi era famoso por su
agitación febril durante el sueño. Rodaba a derecha y a izquierda, arriba y abajo. Afortunadamente
para él, su colchón estaba colocado a ras del suelo, sobre las esterillas, según la costumbre
japonesa.

Uno de sus patrones protectores vino a decirle al Maestro Noguchi que, después de su
casamiento, Tochi-no-umi se había vuelto muy tranquilo durante su sueño. El Maestro Noguchi
predijo que iba a perder sus combates. En efecto, se retiró poco después del ring.

El movimiento regenerador es un movimiento natural que existe virtualmente en todo hombre. Se


trata simplemente de descubrirlo. Uno descubre entonces su infancia, su punto de partida, y se
descubre a sí mismo.

Lo que importa en esta práctica no son los detalles técnicos; es el vacío que hace uno en su mente.
Es lo que el Maestro Noguchi llama tenshin, el corazón del cielo puro. Por ello es por lo que hay
que dejar que se vayan los buscadores de teorías o de efectos.

Una señora me hacía al principio un montón de preguntas. Quería primero, comprender el


movimiento como si fuera una ecuación algebraica. Una niña, a la que acompañaba, desencadenó
el movimiento de una manera casi incontrolable. Ella estaba aterrorizada por ello y pasó
posiblemente la noche en blanco. Confrontada con la realidad, estaba forzada a abandonar su
investigación teórica y a aceptar el movimiento.

Una familia entera se puso a hacer el movimiento. Al principio, el padre experimentaba


dificultades, pues estaba encorvado y rígido. Se había preguntado incluso si debía continuar. Uno
o dos meses después, toda la familia evacuó gran cantidad de parásitos que llevaban guardados
desde hacía años.

El movimiento regenerador, al regularizar el cuerpo, creó


un ambiente desagradable para los parásitos que, por este hecho, no han encontrado mejor
solución que salir de él.

De ahí a decir que se hace el movimiento para expulsar a los parásitos, absolutamente no. Yo
rechazo a todo buscador de efectos; son gente que quieren adquirir la sombra sin interesarse en la
estatua que la proyecta. El espíritu del movimiento es diferente. Se hace por el placer de hacerlo;
es todo. No se debe hacer el movimiento ni con la jactancia del experto, ni con conmiseración, ni
con el espíritu de hacer un favor a alguien, ni con la idea de sacar de él un beneficio cualquiera.

Un espíritu tal es difícilmente compatible con las exigencias de la sociedad moderna. Se desea que
un profesor tenga la competencia definida, certificada por un diploma oficial. ¿Puede hablarse del
título de doctor de la ciencia del vacío del espíritu o del cinturón negro del abandono completo de
sí mismo?

El más alto secreto en la enseñanza de las artes marciales, sin embargo, no es otro que éste.
Solamente que el maestro no divulgaba el secreto en seguida. Escogía un discípulo entre tantos
otros susceptible de captar la verdad y esperaba todavía años antes de transmitírsela. No es
asombroso que, con la gente de la sociedad moderna, intelectualizada, especializada y
condicionada, el vacío del espíritu que corresponde a un cambio completo de actitud, presente
dificultades inabordables.

La cosa es demasiado sencilla para ser fácil.

Fue, a menos que me equivoque, al principio de los años 50 cuando el servicio de cultura física del
Ministerio japonés de Educación Nacional, después de haber estudiado diversos métodos de des
contracción conocidos en el mundo entero, optó finalmente por el movimiento regenerador y, por
medio de su propio jefe, vino a anunciar su apoyo a la Sociedad Seitai. La satisfacción del Maestro
Noguchi fue tanto más grande cuanto que la proposición había venido de parte de especialistas
que habían estudiado la cuestión, y que él no había hecho nada previamente para influenciarlos.
Los funcionarlos japoneses comprendían, pues, la importancia de la descontracción.

En Europa, la situación parece ser diferente. Los europeos son, en su mayoría, herederos del
materialismo físico- químico del siglo XIX. El hombre y la naturaleza son dos entidades opuestas. El
hombre, gracias a su conocimiento,
conquista a la naturaleza. La naturaleza, después de haber sido conquistada por el hombre, se
venga ahora de él. Hay una escalada en la guerra que opone al hombre y la naturaleza. Esta
actitud es una de las concepciones posibles del hombre y su influencia cubre actualmente todo el
globo.

Esta actitud teórica se asocia al culto de la inteligencia y del conocimiento, y sé apoya sobre la
voluntad para su aplicación. Tal fórmula nos conduce inevitablemente a depender de la fuerza, a la
contracción de los músculos. Se es animado más bien a adquirir gruesos bíceps que a la
descontracción.

En mi dojo, cuando los nuevos llegan, se amontonan en la entrada. Cuchichean preguntas a la


gente de su alrededor. Y son casi siempre los principiantes de dos o tres sesiones los que
responden a las preguntas. Estos les dan explicaciones con seguridad y lógica. Hablan de vibración
eléctrica, de energía vital que sale de no sé dónde, cuya existencia es de-mostrable por fotos
hechas por investigadores soviéticos, o de magnetismo que emana de la tierra, etc. Los antiguos
que han practicado más de seis meses o de un año ya no dicen nada. No saben cómo explicarlo,
pero sienten que estas explicaciones son falsas. Desarrollan, al cabo de algún tiempo, una
sensibilidad muy pronunciada en materia de ambiente. Tienen olfato, sienten directamente, sin
intermediario ni explicación. Es inevitable que haya casi siempre un pánico más o menos grande,
más o menos disimulado, cuando se hace el movimiento por primera vez.

Es de todos modos rara que se desencadene el movimiento desde la primera sesión. Si se consigue
al cabo de la tercera o quinta sesión, es lo normal. Los hay que necesitan mucho más.

Hacen falta un mínimo de una o dos semanas para hacer el primer rodaje. De hecho, no es el
número de sesiones lo que cuenta. Es preciso que, en un momento dado, el diapasón vibre justo.

A los que no tienen posibilidad de venir a mi dojo, les diría que no tienen absoluta necesidad de un
maestro, pues el movimiento regenerador es un movimiento natural. Pueden encontrar el
verdadero maestro en un bebé. Un bebé no puede mentir porque no posee aún el uso de la
lengua para hacerlo. Si empiezan como un bebé, podrán un día vivir en armonía con la naturaleza.
XII

ASPECTO “ATENCION” DE LA RESPIRACION

La palabra “ki” en japonés significa a la vez el aliento y la atención.

He aquí cómo ésto sucede.

En el silencio de la noche, cuando se trata de dormir, nuestra atención es atraída por el pequeño
ruido del despertador. Este tic-tac nos molesta. Sé intenta entonces no prestarle atención, no
pensar en ello. Pero cuanto más se trata de no pensar en ello, más se piensa. Comienza la batalla
entre el deseo de dormir y el nerviosismo que se opone a ello, batalla que no tarda en hacer
escalada.

La expresión “ki ni naru" describe bien la situación: el ki es atraído, detenido, enganchado. El


espíritu queda prisionero.

Si sentís que hay un hiato infranqueable entre el aliento y la atención, traducid la palabra “ki” por
energía. Se dirá entonces: la energía está coagulada, la atención está bloqueada. La concentración
de la energía activa la tensión nerviosa.

El pequeño tic-tac invade nuestro espíritu. Uno intenta deshacerse de estas trabas, de salir de esta
prisión estrecha. Entonces se cuentan corderos. Esta operación, a causa mismo de su monotonía,
tiene la posibilidad de aminorar la loca carrera hacia la hipersensibilización. Esto es quizá más
deseable que la escalada: no pensar en ello, no pensar en no pensar en ello, no pensar en no
pensar en no pensar en ello, etc.

Ningún método sin embargo puede pretender la infalibili-


dad. Se podrán contar más de treinta mil corderos hasta ver ya levantarse el día.

Cuando el ki es captado, cuando la energía vital se coagula, la voluntad, no solamente no puede


nada contra ello, sino que nos orienta hacia el sentido opuesto al que deseamos. Cuanto más se
trata de no sonrojarse, más se sonroja uno. Cuanto más se trata dé no toser, más se tose. Cuanto
más se trata de no tener miedo, más miedo se tiene.

El hombre: ¡qué paradoja!

Seamos un poco científicos. Si un pequeño tic-tac nos impide dormir, con mayor razón un ruido
más fuerte debe indudablemente tener el mismo efecto. Desgraciadamente la cuestión no es tan
simple como ésto.

Una persona que padece insomnio puede dormitar en el tren para ir al trabajo donde hay mil
veces más ruido. Durante la guerra un investigador, completamente absorto en su estudio a través
del microscopio, no oyó explotar una bomba en la proximidad de su laboratorio.

¿Por qué esta desproporción? ¿Por qué esta contradicción?

Me abstengo de contestar a ello, pero admito el hecho y llego a esta fórmula: el valor afectivo no
es proporcional al volumen de la excitación.

Esto es contrario a la opinión comúnmente admitida según la cual hay que aumentar el volumen
de la excitación para afectar más. Si se es desobediente, hay que repetir el mismo reproche diez
veces, veinte veces, para que se convierta uno en obediente.

Bergson es un disidente que ha admitido que el valor afectivo no es una cuestión de volumen, sino
de calidad.

Los aplausos de la misma intensidad objetiva pueden afectarnos diferentemente, según que sean
dirigidos a nosotros o a alguien distinto. Más aún. Un susurro elogioso referente a vosotros, de
intensidad infinitamente menor, hecho por alguien que no se percata de vuestra presencia, influye
aún más que los aplausos sonoros.

El valor afectivo no depende pues del volumen de la excitación, sino de la atención que se pone
sobre la excitación.

Supongamos que un ser querido está en peligro de muerte. Vuestra atención está concentrada en
ello totalmente. Vienen a deciros que vuestro hijo se está ahogando en el río. En el mismo
momento, alguien viene a proponeros probar una copa de coñac excelente, un dulce delicioso, de
oler un
perfume exquisito, de escuchar un trozo de música sublime. Vosotros no retenéis de todo ello
ninguna sensación, incluso si sois grandes aficionados a estas cosas en tiempo normal. Hay un
hecho de desensibilización momentánea en los campos en que se os supone sensible. Hay también
un hecho de acción espontánea. Os levantáis de un salto de vuestro sillón, incluso si no sois
deportivos, y os precipitáis hacia el lugar donde ocurre el drama, incluso si no sois aficionados a la
carrera.

¿Qué es lo que os incita a salir de vuestra conducta habitual, de vuestras rutinas, a proyectaros en
lo desconocido fuera de vuestra órbita habitual? Es la atención. Decir que la atención es una
concentración de nuestro impulso vital en una orientación determinada, es poca cosa. No es más
que una explicación. Es válida en la medida en que se hace de guía de turismo. Este atrae nuestra
atención sobre la génesis de tal o cual monumento, sobre los detalles de la decoración, sobre la
fecha de construcción de un templo, sobre la altura de la montaña de enfrente. Pero después de
una jornada de visita, ¿qué es lo que se recuerda? De templos, monumentos, decorados, está uno
harto. Se recuerda un gato que ha atravesado la calle, el agua que surgía de una roca, o un crío
que lloraba al borde de la carretera. Estas son precisamente cosas que nuestro guía no explica.

En el fondo, ¿qué es la atención? No se sabe. Se sabe cuando es exigida. Volvemos a caer en la


indiferencia tan pronto como los imperativos que de ella se derivan son realizados. Pero la
atención que trabaja obscuramente en nosotros, que nos tira desde todas partes, tiene el poder
de lo desconocido.

Estáis preocupados, atormentados incluso por la incertidumbre. Pero no sabéis por qué. Algo os
ronda por la cabeza, pero ¿qué?

De pronto os decís a vosotros mismos: ¡Hombre Es Patrick. Sí. En efecto!

Se ha terminado vuestro tormento. Todo se aclara. Es que durante el día habíais encontrado a
alguien cuya cara os recordaba algo, pero no sabíais. El os hablaba con el tono familiar de alguien
que os conoce suficientemente y vosotros os defendíais mal que bien, respondiendo con
generalidades banales sin riesgo. Ello no impide que la pregunta correteaba por vuestra cabeza:
¿quién es éste?

Vuestro esfuerzo no ha dado resultado, pues durante la


jornada pasan muchas cosas y lo habéis, olvidado completamente. Y ahora la escena vuelve con
nitidez. Hace tantos meses, durante un cóctel, es Juan quien me lo ha presentado. Se llama Patrick
D. y Juan me ha dicho que le apasionaba tal o cual cosa. Y hemos charlado mucho sobre ello.

La naturaleza de la atención es ser imprecisa. Mientras sea imprecisa actúa en vosotros, os


perturba o bien os empuja a la acción. A partir del momento en que toma una forma netamente
definida, cesa de ejercer su poder mágico. Queda clasificada. El “ki” muere.

Creemos generalmente en la imparcialidad de nuestras percepciones. Si perfeccionamos nuestra


vista, captaremos todas las formas, todos los colores que nos rodean. Si perfeccionamos nuestro
oído, registraremos todos los sonidos, desde el más débil hasta el ruido más ensordecedor. Así
podremos saber todo, absolutamente todo lo que pasa a nuestro alrededor.

Al principio del cine hablado en el Japón, un equipo de cineastas salió a la montaña para filmar allí
algunas secuencias. Los actores, los cámaras, los técnicos en sonido, todo el mundo estaba
satisfecho del trabajo. Los actores actuaron bien; su diálogo era perfecto. Cuando se reveló la
película se descubrió que el registro del sonido estaba cubierto de un extremo al otro por el canto
de las cigarras.

La imparcialidad de las percepciones, el valor afectivo proporcionado al volumen de la excitación,


son los principios que guían nuestras concepciones mecánicas. Si estos mismos principios se
aplicasen tal cual al hombre, estaríais sin duda en la incapacidad de mantener una conversación
con un amigo en el metro de París.

Un aficionado al clarinete, después del concierto, dió su opinión sobre el solista de clarinete en la
orquesta: su técnica, su sonoridad, su expresión, etc. ¿Y el plano?, ¿el violín?, ¿la trompeta? Ni
siquiera había prestado atención. Sin embargo él los había oído todos al mismo tiempo.

Una noche, yo estaba de visita en casa del Maestro Noguchi. Hablábamos acerca de no sé ya qué
tema. En un momento dado, me enseñó un magnetofón a cassettes y me explicó que era un
aparato muy cómodo. Lo había hecho funcionar antes sin decírmelo, y toda nuestra conversación
estaba grabada. Escuchamos entonces la grabación. Y con gran sorpresa oímos reproducirse en un
momento dado las campanadas del reloj de pared, tan sonora que casi cubrían
nuestra conversación grabada. Y sin embargo no nos habíamos percatado de ese ruido tan invasor
mientras hablábamos.

La atención elimina por una parte y absorbe por otra. La atención es un iceberg. La parte oculta es
más importante que lo que está a la vista.

Si es la atención la que hace la diferencia fundamental entre el hombre y la máquina, es que el


hombre es un animal incapaz de sobrevivir y de perpetuarse si no existiera el hecho de la atención.
La muerte serla inevitable si un bebé o un niño se dejara abandonado. Un bebé es incapaz de ir a
buscar su alimento por sí sólo. Para él la única posibilidad de sobrevivir es la de llamar la atención
de sus padres o de alguien. El único medio del que dispone para tal efecto es el de lanzar gritos.

Si el bebé grita es que no está satisfecho. Si está satisfecho no grita. La idea del Maestro Noguchi
es que el período que va. desde la concepción hasta trece meses después del nacimiento es
durante el cual la base psíquica del hombre, es decir su subconsciente fundamental, se constituye.
No se sabría prestarle suficiente atención tanto visible como invisible.

Así, dicen, no se han oído nunca ni lloros ni gritos en casa del maestro Noguchi.

Esta manifestación instintiva en el recién nacido de dar vagidos tiene como finalidad el atraer la
atención sobre su presencia. El grito se traduce por: estoy aquí. Atención: estoy aquí, quedando
entendido que, una vez puesto en palabras, el vagido pierde todo su impacto.

Tal tendencia a buscar captar el espíritu de los demás debería desaparecer con la edad, dicen.
Cuando uno es adulto, es de todas maneras independiente. Teóricamente sí. Pero cierto
distanciamiento permite ver, a través del aspecto digno de un gran adulto, un fondo constante de
deseo insatisfecho. una llamada de desesperación de un ser subconsciente o preconsciente. Es
verdad que un adulto ya no da vagidos. Pero en cambio hace otras cosas.

Para un observador como el maestro Noguchi es una delicia poder descubrir bajo la máscara de un
drogado, de un camastrón, bien instalado en su enfermedad, de un tipo arrogante cubierto de
títulos ostentosos, un fondo de debilidad que explota inconscientemente como su indiscutido
poder.

La atención se opone a la indiferencia. Poco importa la


clase de atención. Esta puede ser: simpatía, antipatía, amor, odio. La atención puede tener una
fuerza apremiante. Puede dejar de ser simple operación mental. Se vuelve obsesión. Ser víctima
de la obsesión o utilizarla con conocimiento de causa, en éso está toda la diferencia.

Cuando Bernard Shaw era aún un escritor desconocido, se molestaba mucho con la indiferencia
del público. Hizo publicar en un periódico bajo un pseudónimo una crítica virulenta contra sí
mismo. Este artículo llamó la atención del público que se preguntó; ¿Quién será este hombre al
que tan despiadadamente se ataca? Su nombre no tardó en difundirse.

Mientras se pueda desplazar la atención a voluntad, de un punto a otro, de una idea a otra,
aquélla es sólo intelectual. La angustia empieza en el momento en que se constata que no se
desplaza tan fácilmente.

El objeto de la atención puede ser cualquier cosa. No es necesario que sea algo serio, grave o
importante.

Un chico de dieciocho años se suicidó; la causa: una marca imperceptible en su rostro. El


comentario: ¡si aún fuera una chica! Es incomprensible por parte de un chico.

Un hombre se entretuvo mirándose la nariz. Cuando la miraba con el ojo derecho cerrando el
izquierdo, veía la punta de la nariz a la izquierda y viceversa. Su atención se bloqueó en ello y se
volvió neurótico. Cortarse la nariz no es una solución porque su espíritu estaría de todos modos
ob-sesionado con la punta de la nariz que falta.

Una mujer tenía un miedo inexplicable e injustificable al tifus. Evitaba todo contacto con la gente y
los objetos que se encontraba, y si un contacto ocurría por descuido se limpiaba rápidamente las
manos con alcohol. Murió precisamente del tifus que aborrecía.

Una mujer padecía de insomnio. Estaba agitada, lanzaba largos suspiros, acusaba a su marido de
dormir sin preocuparse de ella, mientras ella pasaba todas las noches en blanco. Una noche, su
marido, que ya estaba harto, metió las manos bajo la manta y rozó la planta de los pies de su
mujer. El efecto fué inmediato. No tuvo ni siquiera tiempo de concluir su frase que ella ya se
dormía. Esto se explica fácilmente. Todo el ki, que había subido al cerebro causando tanta
agitación, fué de golpe desviado a los pies por los efectos del cosquilleo. La desgracia de un
aficionado es que tiene éxito una vez. no dos.
Al día siguiente, la mujer vió que el truco funcionaba muy bien y le pidió a su marido que se lo
hiciera todas las noches. Ambos creyeron haber encontrado un método eficaz para curar el
insomnio. Pero esta vez ya sabía anticipadamente lo que su marido iba a hacerle, y todo se volvió
más o menos voluntario. Ya no hubo efecto de sorpresa. El marido aumentó la dosis de cosquilleo,
pero constató que la cosa ya no funcionaba como la primera vez. Hablando en serio, ¿quién
escuchará la misma broma repetida dos o más veces?

La máquina está concebida para reproducir el trabajo de intensidad igual dado un reglaje igual. La
atención en el hombre no puede mantener la misma intensidad. La excitación repetida disminuye
la sensibilidad. Repetidas reprimendas producen resistencia.

Una joven en la edad de la pubertad seguía mojando la cama. La preocupación de los padres era
grande- Sus reprimendas no hacían más que llevarla por un terreno de pesimismo. Si se puede
controlar voluntariamente la acción de los esfínteres durante el día ¿qué se puede hacer durante
el sueño, cuando la voluntad está inactiva?

Un hombre atacaba a su compañero de cuarto por roncar demasiado. Ante estas palabras todo el
mundo se echó a reír porque en realidad era él el que roncaba más fuerte.

Los padres de la joven fueron a consultar al maestro Noguchi. Este les dijo: antes de que se meta
en la cama, exijan que se arregle el pelo como se debe. Una vez hecho ésto, encuéntrenle defectos
y exíjanle que vuelva a empezar. Así, insístanle hasta tres veces de forma que ésto la irrite y casi
enfade. Pero no suelten palabra sobre la orina. El caso se concluyó aquella misma noche.

El resultado hubiese sido completamente distinto si se le hubiera dicho: he aprendido una buena
receta para detener tu incontinencia. Arregla tu cabello tres veces y funcionará. Me temo mucho
que un buen número de personas lo hagan así, con su espíritu de simplificación intelectual.

Nada es tan peligroso como esta simplificación de los aprendices de brujo. Recuerdan
simplemente el esquema de explicación y olvidan el hecho de que lo que hace la fuerza de la
atención, es un punto vago y mal definido. No se enamora uno de alguien simplemente porque sus
coordenadas están bien.
definidas y explicadas de otro modo el amor sería un asunto de computadora.

Un día el Maestro Noguchi ofreció a una señora llevarla, casa en su coche. Durante cuarenta
minutos que duraba d trayecto, ella no cesó de hablar de su marido, de manera que él no pudo
decir ni una palabra. Quedó muy molesto por una compañera de ruta semejante. La vez siguiente,
cuando ella subió al coche, él le dijo: ¿cómo es que su nariz está inclinada? La señora sacó un
espejo de su bolso para mirársela. Él le dijo: ¡Ah!, No sé si usted podrá ver ésto en el espejo.
Durante el resto del tiempo ella permaneció silenciosa. La baza en esta historia es, evidentemente,
esta última frase enigmática.

Muchos padres están descontentos de sus hijos a causa de las exigencias y de la desobediencia de
éstos. Las soluciones generalmente adoptadas son la amonestación y el castigo corporal. Con
relación a ésto me acuerdo de un drama que le ha ocurrido a una familia de Tokyo, hace una
veintena de años. El padre era profesor de psicología en la universidad. El hijo mayor mostraba
desde la infancia una tenacidad extraordinaria en sus exigencias. Cuando quería algo, era preciso
absolutamente que lo obtuviera a cualquier precio. Nada podría desviar su apego a otra cosa. He
aquí un ejemplo. Un día quiso comprar una máquina fotográfica extremadamente cara. El padre,
viendo que una máquina semejante era con mucho demasiado complicada para ser manipulada
por un niño, compró otra más barata y más manejable para él. El muchacho, tomando la máquina,
la lanzó, todo furioso, al río de enfrente, ante los ojos horripilados de su padre. Este se vió
obligado a ceder y compró la máquina cara, que el niño manoseó dos u tres días antes de
abandonarla completamente.

El padre trataba de hacerle entrar en razón, con largos sermones en los que desplegaba todo su
saber psicológico. Nada hacía efecto. Eran discursos ante un lobo hambriento, las palabras no
podían llenar su estómago. Tan pronto acabado el blablabla, él volvía a la carga contra su padre.
Este, agotados todos los recursos, lo metió en una institución. El muchacho volvió algunos días
después, delgado, con los ojos feroces; se había escapado y había atravesado doscientos
kilómetros completamente solo, con los pies desnudos, sin comer. El
terror se instaló definitivamente en la familia. Esta se vio después obligada a vender la casa, a
desposeerse de todo y a vivir en una pequeña habitación miserable sólo para satisfacer la
extravagancia y la fantasía pasajera del niño pródigo. Entretanto él iba creciendo y se volvía más y
más violento. Si no era satisfecho de inmediato, se desencadenaba y lo rompía todo. Su madre se
vió obligada a buscar un trabajo manual para poder satisfacer las necesidades cotidianas de la
familia. Un día, cuando el extravagante se desencadenaba, su madre, con la ayuda de su hermano
pequeño pasó un cordón eléctrico alrededor de su cuello para estrangularlo. De esta forma, quitó
la vida al fruto de sus propias entrañas.

La oposición de los mayores puede ser suficiente en numerosos casos para doblegar la voluntad de
los más pequeños. Son la fuerza o las autoridades las que se imponen. Así, se podrá mantener
exteriormente un aire de orden establecido. Este sistema no deja de tener fallos. Puede originar
conflictos. Si la energía se debilita ante la oposición en muchos casos, se intensifica al contrario en
personas con tendencias de tipo 7 ó 9, es decir, del urinario activo o del pelviano activo.

Daré aquí una receta que nos puede salvar del peligro de un drama familiar, pero que no puede
aplicarse sin el control de la respiración.

El niño quiere comprar un juguete costoso, una locomotora. El padre, acompañado del niño, va a
ver esta locomotora.

- ¡Qué bonita!

Participa del entusiasmo del niño, de su sueño, y comparte la alegría de poseerla.

-Bien, vamos a comprarla.

En este preciso momento se produce un fenómeno de alivio, que en japonés se llama: ki ga


sumu—el ki está satisfecho. El niño ya posee virtualmente el objeto, está menos tenso y más
abierto. Entonces el padre le dice al niño: antes de comprarla, demos una vuelta para ver otras
cosas que pueden ser interesantes.

De esta forma se va de escaparate en escaparate viendo un barquito, un juego de construcción,


etc., para acabar comprando un juguete cualquiera barato. Se produce una circulación del ki que
no permanece estacionario.

Esta receta debe ser aplicada por alguien que actúe con
conocimiento de causa y no por alguien que se lo tome como una fórmula mágica estilo “ábrete;
Sésamo”. Un adulto, luchando con sus problemas de números y de prohibiciones, es generalmente
más distraído que un niño, cuando se trata de ver lo que está delante de sus narices. Un objeto
vale para ser clasificado, pero no para soñarlo. Incapaz de participar del entusiasmo del niño,
puede estar sin aliento al cabo de unos pasos y, completamente fuera de sí, puede dar una torta al
niño, convirtiéndose la operación en un total fracaso.

Cuando hablo del niño os imagináis fácilmente a un ser humano de escasa edad, pongamos entre
cinco y diez años. Pero en el Seitai, la edad del niño cubre una extensión mucho más amplia.
Digamos entre tres y setenta años.

La atención es un hecho fundamental en un ser viviente. No es siempre lógica o racional en los


seres humanos, que presumen sin embargo de su inteligencia. Aceptemos el hecho hasta el día en
que toda la humanidad será reemplazada por una raza de robots mecanizados. La atención puede
ser favorable o desfavorable, útil o dañina según el ángulo bajo el que se mire la cosa. Es a través
de la atención sostenida como el hombre ha sabido realizar sus sueños. Es a través de ella como
ha podido desarrollar su sensibilidad en una dirección dada, hasta un grado insospechado.

Hay la aplicación técnica de la atención. El fuego asusta a los animales, pero el hombre lo utiliza
para cocinar, para calentarse, para hacer funcionar las máquinas y para encender los cigarrillos.

Para un ojo distraído, las manzanas no son más que una especie de fruta. La operación se detiene
en la clasificación. El comerciante les calcula el precio de coste y el beneficio, Newton descubre
con ellas la ley de la gravedad, el botánico busca en ellas la procedencia y el pintor piensa en el
bodegón.

La mujer de un pintor japonés, K. Nakagawa, me dijo un día: las manzanas que habían servido de
modelo al bodegón de su marido, perdían todo su sabor y se volvían incomestibles. ¿Se podría
explicar tal fenómeno por la simple aplicación de la ley óptica?

Se conoce la extraordinaria sensibilidad paladar de los catadores de vino. Detectan los matices que
ningún análisis químico puede revelar. Hay expertos que descubren las monedas falsas
inmediatamente entre las piezas tiradas al azar
sobre el mostrador. Hay contables que indican intuitivamente los sitios donde hay errores.

Es la atención sostenida con interés la que desarrolla la sensibilidad bastante más allá de los
límites de nuestros cinco sentidos. El materialismo físico-químico, en cambio, nos retiene sin llegar
a estos límites. Se comprende que, según el ángulo donde situemos nuestra atención, lleguemos a
conclusiones bien diferentes. Unos ven lo que otros no ven. Unos sienten directamente los
matices mientras que otros deducen con nociones generales, sacadas de su conocimiento pasado
o de su teoría.

El Maestro Noguchi explica la atención sostenida con un ejemplo concreto. Cinco minutos
esperando un autobús son más largos que una hora de charla. En el primer caso, uno se dice:
“¿Aún no?”, mientras que en el segundo, uno se dice: “¿ya?”

Cuando se sensibilizan las manos, se llega a sentir cosas queda gente dispersa no siente. Cuando
se coge aun bebé con las manos bien sensibilizadas, se siente que éste pesa si está sano. Y se
siente que es ligero si le ha sucedido alguna anomalía. No se trata aquí del peso objetivo. Puede
pesar exactamente lo mismo en la balanza en uno y otro caso. Pero es de conocimiento general
que un niño dormido pesa más que despierto. Es una sensación que ningún aparato os podrá
demostrar.

Para el Maestro Noguchi el hombre no es ni un objeto de ensamblaje ni una máquina. El hombre


es la respiración. Una misma persona es distinta según las fases de su respiración. Si expira, todos
sus músculos se descontraen. Al inspirar, éstos se contraen. Cuando retiene su respiración, sus
músculos no pueden ni contraerse ni descontraerse. Están pasivos.

¿Qué utilidad tiene esta observación? Haré ver con un ejemplo entre tantos la importancia de
estos matices.

Un niño llega, acompañado de sus padres: Estos dicen al Maestro Noguchi:

-Se ha herido en el brazo. Le duele tanto que ni siquiera deja que lo toquemos. Grita. No hay nada
que hacer.

-Pero ya lo estoy tocando.

- ¡Ah, es verdad! Es que tiene respeto ante el maestro.

El comentario de los padres no es correcto. El Maestro Noguchi lo ha tocado, pero no de cualquier


manera. Lo ha
tocado técnicamente, es decir, durante la espiración del niño.

La retención, que para un aficionado es un instante demasiado corto para ser percibido, presenta
para él una duración suficientemente larga para poder trabajar. Lo esencial del trabajo para él, se
hace en ese fragmento de segundo, pues entonces el cuerpo no presenta ninguna resistencia: un
mínimo de fuerza basta para cambiarlo todo. Todo el resto no es más que preparación.
XIII

LA DIMENSION INMATERIAL

Lo que caracteriza a la sociedad moderna es la distinción entre derechos reales y derechos


personales. Dicho de otra forma, la cosa y la persona humana pertenecen a dos categorías
claramente distintas que no se mezclan. La persona puede poseer la cosa, pero la cosa no puede
poseer la persona. La persona está así confirmada en su posición de tener. Uno se vuelca sobre el
tener, el ser se esfuma.

Fortalecido con esta idea que se adapta fácilmente al cálculo y a la discusión, uno proyecta su
concepción materialista sobre los hechos del pasado histórico. Se dice que la economía del crédito
ha sido precedida por la de la moneda y esta última por la del trueque. Para los modernos esta
explicación cabe perfectamente y ninguna duda es posible.

Un estudio publicado por mi llorado maestro Marcel Maus hacia 1923, “Ensayo sobre el Don”,
introduce un giro en esta teoría especulativa.

Sin meterles en los detalles de este complicado estudio, les ofreceré algunas nociones esenciales.

Antaño las cosas estaban animadas por un espíritu de la comunidad, del terruño, del suelo, junto
con los hombres que formaban parte de éstos.

El estudio de Maus cubre las tribus de indios de América de Norte, los indígenas de Melanesia, de
Polinesia, de África, y también los Griegos y Romanos de los tiempos antiguos.

La idea de que un objeto material pueda estar cargado de un espíritu cualquiera debería parecer
algo completamente extravagante a los ojos de los modernos que la devolverían sin dudar al
mundo de los cuentos de hadas.
Nuestra economía está fundada sobre los principios de intercambios comerciales. Se compra algo,
se paga el precio y se queda en paz. Seguidamente se puede disponer del objeto como se quiera.

La economía, para nosotros los modernos, es un asunto de reivindicación, de justificación y de


contabilización. Si se debe tener en cuenta, además del pago de un valor cifrado, elementos
subjetivos, invisibles e inconmensurables, se volverá todo demasiado complicado.

He aquí lo que pasa en las tribus maoríes de Nueva Zelanda. Estas tribus están divididas en
pescadores, agricultores y cazadores y se supone que intercambian constantemente sus
productos. Hay pues intercambios, pero éstos están lejos de pertenecer a lo que los teóricos
llamaban antaño economía natural. No se trata de intercambiar un objeto con otro del mismo
valor, pues todas las posesiones personales tienen un “hau”, un poder espiritual. Dando un objeto
a alguien, se le da al mismo tiempo este poder espiritual del que está impregnado. Corresponde a
la noción de regalo antes que a la de mercancía.

Este “hau” no es simplemente una idea. Tiene un poder apremiante, un poder mágico. Persigue a
todo el que posee el objeto. Nos pone en la obligación tanto de recibir como de dar. La infracción
a esta obligación acarrea consecuencias graves, discordias, guerras. El “hau” persigue incluso a los
ladrones y, a espaldas del propietario, puede matarlos por su efecto “mágico”.

La economía primitiva o arcaica no consiste en libres intercambios de mercancías sino en


intercambios obligatorios de dones. La palabra “hau” es de algún modo el equivalente de la
palabra latina “spiritus”, que designa a la vez viento, soplo y alma. Corresponde pues a la palabra
japonesa “ki’. He hablado ya de esta palabra que implica la noción de regalos. No se trata aquí de
una pura coincidencia.

El pueblo latino ha sido probablemente el primero en pasar del sistema de intercambio de dones,
en el cual hay fusión entre las personas y las cosas, a un derecho que las distingue, a nuestro
sistema moderno de propiedad, de alienación y de libre cambio. Pero se conocen las dificultades
que los antiguos romanos han experimentado para pasar el período de transición que se situaba al
comienzo de su historia escrita, en la cual las costumbres arcaicas dejaban aún vestiglos. Testigo,
la importancia dada a la “tradición” de los bie-
nes, que es una solemne ocasión que compromete a las dos partes en juego.

Los romanos distinguían la “familia" que comprendía las personas y la res, (cosas, esclavos, incluso
víveres y los medios de vida de la familia, por una parte), y “pecunia”, ganado del campo, por otra.
Es éste último el que más facilitaba los intercambios comerciales, pues no estaba impregnado por
el espíritu de la familia. El nacimiento del sistema monetario es debido al carácter desacralizado
del ganado de los campos, de donde viene que las primeras monedas acuñadas tenían la forma de
animales domésticos.

Para simplificar la cosa, se puede suponer que originalmente todo sistema de intercambios tenía
un carácter sagrado en todos los pueblos. La evolución hacia el sistema desacralizado de
intercambios ha seguido un ritmo diferente según los pueblos. En la India y en Germania se han
conservado aún en las épocas históricas las instituciones directamente ligadas a los derechos
arcaicos, mientras que los romanos sólo han mantenido algún rastro de ellas. Pero por todos los
demás sitlos, en Melanesia, Polinesia, África, en el país de los indios de América, el sistema aún se
mantiene vivo.

¿Hace falta decir que una vez que el sistema materialista, frío y calculador, se ha instalado en las
sociedades modernas, no queda nada de esta mentalidad primitiva demasiado subjetiva,
demasiado azarosa, demasiado cargada de consideraciones personales? Si se hablara de
aguinaldos y de regalos de cumpleaños, eso sólo haría sonreír a la gente. Es demasiado poco
importante tomarlo en cuenta.

La idea de que un objeto pueda estar cargado de algo de espíritu, ¿es una fantasmagoría o una
curiosidad folklórica?

Ya he hablado del caso de Eugen Herrigel que constató una mejora asombrosa de su arco cuando
lo cogía después de que su maestro lo hubiera probado varias veces para el tiro. Era como si el
espíritu de su maestro hubiera pasado por su arco.

Salido hace un siglo del feudalismo, el Japón conserva en muchos puntos los rastros de la antigua
economía. El casamiento es todavía asunto de dos familias más que de los dos individuos. No hace
mucho la esposa podía ser repudiada por la simple razón de que no podía adaptarse al “kafu”,
literalmente, viento de la casa, o dicho de otra forma, al espíritu de la familia. ¿Qué es este
espíritu de familia? Nadie podía demostrarlo ¿Semejante costumbre facilita pues el di-
vorcio en favor del marido? De hecho se trataba de lo contrario, pues entonces el porcentaje de
divorcios era muy poco elevado.

Se habla también del “zchafu”, espíritu de la compañía donde se trabaja. La formación de personal
dirigente, antes de ser un asunto intelectual o técnico, es una materia de integración en este
espíritu. Un agente administrativo, técnico o comercial, es un hombre de tal o tal sociedad antes
de ser contable o mecánico. Es pues difícil encontrar un empleo únicamente a causa de la
capacidad en cierto campo, porque la integración en el espíritu es un trabajo de mucho tiempo.
Esto explica la relativa inmovilidad del personal en las grandes empresas japonesas en
comparación con Occidente, donde se cambia de empresa para explotar mejor su propia
capacidad. Esto explica también esta tendencia a la competición entre las empresas japonesas que
son otros tantos señoríos feudales bajo una forma moderna. Para un mismo artículo industrial se
cuentan fácilmente una decena de marcas competidoras.

Los turistas japoneses son conocidos por su curiosa costumbre: en vez de admirar el paisaje, de
apreciar los monumentos, se ajetrean comprando regalos para sus amigos. Tienen una larga lista
de personas a quienes hay que regalar algo porque han recibido de ellas el "sembétsu”, regalos de
la salida de viaje. La fuerza de las costumbres es tal que, aún sabiéndolo ridículo, no pueden hacer
de otra forma. Regalos recibidos, regalos devueltos.

Es muy posible que en las sociedades modernas, el sistema primitivo de intercambio de dones
continúe existiendo bajo formas disimuladas. Hay aún algo mejor: es posible que al lado de la
pequeña economía de los asalariados y de las amas de casa, exista una economía de tamaño
monstruoso, animada por un obscuro “espíritu” colectivo, espíritu a la vez de emulación,
destrucción y apaciguamiento. Este espíritu puede hacer rebotar la economía, incitar la
transferencia de fortunas colosales o conducirnos a la güeña. Es al menos, según Marcel Mauss, lo
que ocurría con los indios de América e igualmente, en un grado más moderado, con los otros
pueblos. Este ensayo fué publicado hace solamente medio siglo.

Si confeccionamos la lista de las cosas sujetas a los intercambios en la economía primitiva,


observarnos la diferencia que la separa de la nuestra: comprendía, no solamente bie-
nes y riquezas, muebles e inmuebles, en fin cosas económicamente útiles, sino sobre todo
cortesías, festines, ritos, servicios militares, mujeres, niños, danzas, fiestas, ferias, etc., que más
bien dependen de un orden inmaterial.

Cuando compramos un pedazo de pan en la panadería, ninguna obligación nos liga al panadero.
Una vez efectuado el pago, estamos libres ante él, y él ante nosotros. En la economía primitiva la
circulación de riquezas materiales e inmateriales no es más que uno de los términos de un
contrato mucho más general y mucho más permanente. Nunca se es libre. Es así como Mauss ha
propuesto llamar a todo ésto el sistema de prestaciones totales. Las prestaciones totales nos
comprometen a proveer las revanchas de contraprestaciones, lo que es una cuestión de honor, de
respeto, de desafío, de rivalidad y de sobrepuja. De sobrepuja en sobrepuja este sistema de
rivalidad puede conducirnos a una destrucción puramente suntuaria de riquezas acumuladas o a
una guerra. Este sistema de intercambios de carácter agonístico se conoce bajo el nombre de
potlatch en los indios de América del noroeste, término que además han adoptado los autores
americanos y los sociólogos franceses.

So capa de reclamaciones bien conocidas de espacio vital, de recursos petrolíferos o de dominio,


¿no hay que ver en la guerra esa necesidad oculta del hombre de las prestaciones totales
agonísticas?

Tal es al menos la extraña historia que cuenta la palabra latina “hostis” a través de las múltiples
fases de su evolución. “Hostis” es a la vez extranjero, huésped, el que recibe, el que es recibido, y
también enemigo. “Hostio”, devolver igual o pagar con la misma moneda, disimula el sentido de
rivalidad y “hostio”, que está tratado como otra palabra, implica el sentido de destrucción.
“Hostimentum" es a la vez compensación, represalias y revancha. “Hostia” es ofrenda expiatoria.
Hoy costaría mucho creer que de un mismo origen derivan palabras tan diferentes como huésped,
azafata, hotel, hospital, hospitalidad, hostilidad, hostia, rehén, hueste (en francés antiguo,
ejército), ostoier (en francés antiguo, guerrero).

Tras haber recomido rápidamente la evolución que ha sufrido la humanidad en el curso de estos
tres últimos milenos, viene a caer en mis manos una historia moderna que es bastante
significativa. De momento me contento con sacar algunos hechos relatados en una obra de
vulgarización, ESP (Ex
tra Sensory Perception) de Brad Steiger. Estos hechos son testimonios directos lo bastante
precisos para no sufrir errores de interpretación. Pienso que existen numerosas obras similares.

La Psicometría es una técnica intuitiva que permite descubrir a partir de un objeto perteneciente a
un individuo, no solamente los detalles de su vida anterior que éste conoce, sino también los que
él mismo ignora. Yo mismo no estoy al corriente de la práctica de esta técnica, pero el resultado
puede muy bien sorprendernos.

Fué durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un joven judío vino a consultar al Dr. Connell,
County Cork, Irlanda. Se quejaba de un intolerable dolor en las manos que incluso le impedía
dormir de noche. El examen médico no mostraba más que un leve rasguño; no había fractura,
nada serio, pero sin embargo el paciente continuaba quejándose.

Después de varias tentativas infructuosas, el Dr. Connell llegó a la conclusión que detrás de la
herida insignificante debía ocultarse un traumatismo más profundo de orden psíquico. Decidió
servirse de la competente psicómetra Miss Geraldine Comins. Le envió una de las plumas
estilográficas que pertenecía al joven.

"El examen psicométrico del objeto reveló lo siguiente: más de un siglo antes, uno de los
antepasados del joven sufrió un castigo terrible en Rusia. Le cortaron la manos por haberse
negado a las prerrogativas del señor para con su esposa. Este hizo después quemar el gueto,
expulsó a los judíos y exterminó a la familia con la excepción de un niño pequeño.

Los descendientes de este último vinieron a establecerse a County Cork, pero la memoria de este
terrible drama quedó enterrada en el subconsciente de cada uno de ellos.

El concurso de diversas circunstancias suscitó el resurgimiento de esta memoria que se había


conservado de generación en generación sin la transmisión oral y consciente. El joven judío vió en
su niñez a uno de sus amigos íntimos herirse profundamente en la mano. Más tarde, vió también a
un vecino morir de tétanos a consecuencia de un arañazo en la mano. Fué naturalmente sacudido
por la exterminación sistemática de los judíos europeos realizada por los nazis. Después fué
contratado por el cuerpo de bomberos en Belfast. Un día, saludando a un oficial, retiró la mano
tan vivamente
que esta fué a dar contra una bomba de incendios situada detrás suyo. La herida recibida no tenía
en sí nada serio, pero fué la ocasión para que resucitara un viejo drama dé más de cien años:
Incendio del gueto, antisemitismo, manos cortadas.

Cuando fué confrontado con el informe psicométrico, el paciente dijo: Me parece que ya he oído
ésto en alguna parte, no sé cómo. Después de lo cual, su curación se hizo con sorprendente
rapidez.

Desde el punto de vista materialista, tal historia es inadmisible. Un objeto, una estilográfica en
este caso, no puede conservar la memoria del individuo al que pertenece. La memoria es asunto
del córtex. Además de que el propietario no ha conservado un recuerdo claro de la historia. Por
otra parte, la sensación de dolor no se transmite de generación en generación, así como tampoco
la del placer, etc.

Pero veremos más adelante que hay tantos hechos que contradicen nuestra concepción ortodoxa
sobre la percepción, sobre la noción del tiempo y del espacio, sobre la causa de la acción, que es
desde ahora difícil mantener una intransigencia absoluta sobre ello.

Cuando hablaba de la afinidad entre la persona y el objeto, uno de los practicantes del
movimiento regenerador me dice que reconoce inmediatamente su ropa interior lavada junto a la
de los demás, aparentemente idéntica a ésta porque es de algodón blanco. Además, siente una
sensación agradable al tocar la ropa interior de su madre, y en cambio una especie de aversión al
tocar la de su padre.

Las relaciones enigmáticas entre la persona y el objeto pueden establecerse antes de que la
persona, sujeto del conocimiento, haya reconocido el objeto por la vía ordinaria de la percepción
sensorial. Tal fué el caso, al menos, de Dorcie Calhoum, un pobre granjero en la región de Renovo,
en Pensilvania. Un sueño persistente le anunciaba que había un yacimiento de gas natural cerca de
las colinas en su granja. Además, el sueño le hacía ver dónde había que cavar y lo incitaba a
ponerse a ello inmediatamente. Al final se puso de acuerdo con la gente de la localidad, formó una
pequeña sociedad de explotación y empezó la perforación. Los escépticos sintieron como un golpe
de maza cuando el gas, al brotar del pozo, barrió la instalación y los expertos necesitaron cuatro
días de esfuerzo para dominar el incendio. Esto fué en 1949. Tres años después, en 1951. había un
centenar de

pozos en la región de Renova y la acción aumentó en treinta veces su valor original. Calhoun se
hizo rico a causa de un sueño.
XIV

LA DIMENSION INMATERIAL

(Continuación)

La palabra teoría se pone de moda solamente a partir del siglo XVII, y las primeras ramas de la
ciencia en utilizarla ampliamente han sido la matemática y la física. Dejamos de lado la
matemática que no puede ser más que teórica por naturaleza. La física estudia las propiedades
generales de la materia. La física de Newton es la de la masa. ¿Qué es la masa? Es, se dice, la
densidad de la materia multiplicada por las unidades de su volumen. ¿Qué es la densidad? Es, se
dice, la masa dividida por las unidades de su volumen. Sobre la noción que constituye el
fundamento mismo de esta ciencia, no tenemos pues ninguna idea más precisa que una
perogrullada. Ocurre lo mismo con las ciencias que tratan los fenómenos de la vida: biología,
medicina. ¿Qué es la vida? No se sabe nada más que lo que ya se sabía de antemano.

Para el estudio de los fenómenos, las ciencias se sirven de los datos de percepción de los cinco
sentidos. Entre éstos, son los datos visuales los que evidentemente ocupan el lugar de privilegio,
porque nos permiten reproducirlos sobre un papel, analizarlos y medirlos cuantitativamente, lo
que no es el caso por ejemplo con el gusto o con el olfato.

Una montaña tal como es ante mis ojos, no puede ser objeto de la ciencia. Puede darme una
impresión indefinible, indescriptible, incomunicable. Se convierte en objeto de la ciencia a partir
del momento en el que se mide su altura, o se describe su configuración o su vegetación según las
necesidades. Los datos así obtenidos son comunicables. Estos, se supone, presentan un valor
universal, es decir, deben ser válidos uniformemente para todo el mundo. Se adopta pues una
posición objetiva y desprendida hacia el objeto, lo que nos permite estudiar sus relaciones con los
otros objetos y establecer las leyes que los gobiernan.

Toda la situación cambia desde el momento en que uno se sitúa, no en un punto de vista
desprendido y objetivo, sino en la posición de lo vivido, la que está motivada por el ki. Los datos de
percepción pueden ser entonces disminuidos o intensificados, deformados, enturbiados o afilados.
Los datos del ki no se limitan a los cinco sentidos. Se pueden aplicar a la sensación de ser o a la de
acción. Pueden desbordar el cuadro prescrito por las leyes que rigen las percepciones ordinarias,
por ejemplo las de óptica o de acústica.

Desde hace ya cierto número de años, el estudio de la percepción extrasensorial se ha puesto de


moda. Los métodos de investigación estaban al principio calcados sobre el de los estudios
fisicoquímicos: experimentos de laboratorio. Este método no era completamente inútil, pues nos
ha permitido constatar que los resultados obtenidos por la videncia sistemática sobrepasaban la
media obtenida por el cálculo de pro-babilidades puramente matemático. Pasa pues algo que las
antiguas teorías no pueden explicar. (Experimentos hechos con las cartas Zener...)

Si un fenómeno físicoquímico puede ser reproducido a voluntad, y es además ésto lo que da


interés a su estudio, no es lo mismo con un fenómeno psíquico o para psíquico, en el cual entra en
juego la sensibilidad de cada uno que determina el valor afectivo. Cada persona reacciona de
forma distinta a una broma, con una risa, con una risa burlona, con indiferencia o con cólera,
rápidamente o lentamente. La repetición de una misma broma está lejos de llegar a un mismo
resultado constante. Puede irritamos o dejamos indiferente. Hay que hacer pues tabla rasa de la
situación. Hay que dejar de aplicar los postulados físico-químicos al estudio del hombre. Los
postulados no son, por otra parte, verdades inmutables y absolutas. En la física, el descubrimiento
de la velocidad de la luz ha conducido a un cambio de postulado: Euclides cede el sitio a Riemann.

Es sin embargo difícil deshacernos de postulados que han prevalecido desde por lo menos
trescientos años. Si tenemos un reloj, es porque estamos persuadidos dé que el tiempo es
homogéneo, mientras que el valor afectivo del tiempo no es
jamás homogéneo. Convencidos de que el espacio es homogéneo, adoptamos sistemas de
medidas, pero el valor afectivo cambia en cada caso. El gastrónomo al que le repugna desplazarse
algunas decenas de metros, acepta sin dificultad hacer kilómetros para poder comer bien.

La sociedad moderna se mantiene en el respeto de la ley de causalidad, que no es más que la


proyección de un principio físico-químico. “La misma causa, el mismo efecto” es válido en la
administración, la jurisdicción, la medicina, la educación, la economía, etc. El racionalismo
“clásico” es una herencia de la física de Newton.

Los racionalistas, imbuidos de la idea de que un fenómeno puede y debe ser reproducido en las
mismas condiciones, ignoran totalmente la cuestión de afectividad en el hombre. La afectividad,
es un abismo. Varía de un individuo a otro y, en un mismo individuo, no tiene un valor constante.
Si eso se tiene en cuenta, será la negación misma de la ciencia. Por el respeto de la ciencia, uno se
aferra a la idea de que “el hombre es una máquina”. Pero qué máquina. Lean “La incógnita del
hombre” de Alexis Carrel.

Algunos ejemplos que voy a citar aquí, son totalmente inexplicables con las teorías existentes.
Aunque la actitud general de la gente de formación moderna sea la de rechazar todo lo que no es
conforme con las teorías, admito los hechos antes que las teorías. Los postulados pueden cambiar,
y con mayor razón las teorías.

La finalidad de esta explicación no es la de animar a los lectores a emprender tal o cual aventura
parapsicológica, sino la de preparar el terreno en ellos para una permeabilidad mayor a los hechos
de afectividad. El Seitai apunta a equilibrar y a armonizar la afectividad y no a formar
espiritualidades extraordinarias o a estimular el ocultismo. Sin embargo, la concepción demasiado
mecánica del pensamiento moderno nos impide comprender mejor el problema; se trata de
quitarse las anteojeras y de liberar nuestro campo de visión.

Percepción extrasensorial.

Un caso de visión extra-ocular fué ya señalado por Lombroso en el siglo XIX. Hoy, los americanos y
los soviéticos prosiguen este estudio de forma muy extendida.

En la U.R.S.S. el caso de Rosa Kuleshova llamó primero la atención de los investigadores. Ella podía
distinguir los colores con la punta de los dedos. A continuación, se han
encontrado varios individuos poseyendo la misma capacidad de los que algunos eran aún más
sensibles que Kuleshova.

Alan Ames, joven alumno de liceo de California, podía “ver” los colores de papeles colocados
debajo de sus manos Ante un reportero escéptico, leía, con los ojos vendados, el número de serie
de un billete de banco, y describía perfectamente su carnet de prensa.

Los investigadores americanos y soviéticos, después de varias experiencias, han llegado a una
hipótesis: la radiación, de naturaleza electromagnética, habría disparado un proceso fotoquímico
en los receptores especiales cutáneos, cuyas señales habrían sido transmitidas al cerebro. La
debilidad de esta hipótesis es que no se puede probar la existencia de tales receptores cutáneos.

Otra debilidad es la presencia de testigos que realizan esta visión extraocular en una habitación
completamente oscura, donde la pretendida radiación electromagnética de escala visible no
puede ser reflejada por objetos. Nadia Lavanova, joven rusa, ciega desde la edad de un año, puede
leer las letras de carácter grande y distinguir los colores en tal disposición.

La actitud teórica, que prevalece en el mundo moderno, tiende, por su misma naturaleza
intelectual, a limitar nuestra afectividad en un cuadro estrecho. Se ve lo que se admite, pero se
niega uno a ver lo que no se admite. Los hechos hacen a menudo fracasar nuestras tentativas de
explicación.

Mollie Fancher, ciega de Nueva York, leyó una vez el contenido de una carta que le estaba
destinada, antes de ser abierta. Podía leer los periódicos sin desplegarlos, únicamente pasando los
dedos sobre el sobre. La hipótesis de radiación debe pues ser rechazada, así como la de receptores
cutáneos, pues ninguna radiación será tan hábil como para no emanar más que de la página que
se quiere leer, con exclusión de las otras que le están superpuestas.

Las teorías que tratan de situar estos fenómenos en el cuadro de la dimensión material, están
condenadas, tarde o temprano, al fracaso. A fin de cuentas, todo se reduce a la dimensión
inmaterial, este oscuro campo de pulsión, de inconsciente espontáneo, de spiritus, de hau, de ki.

¿Es que no resulta lo mismo con una visión normal? En mi opinión, ésta es una cuestión capital.
Pues la perfección de las condiciones materiales no asegura necesariamente una visión normal.
George Groddeck, médico alemán, cita el caso de ceguera momentánea de una mujer (ediciones
Gallimard, En el fondo del hombre, página 316). Esta ardía de pasión por los niños sin tener
ninguno suyo. Un día, a lo largo de un paseo con Groddeck, se dió cuenta de repente de que no
veía nada de lo que estaba a su derecha, mientras que a la izquierda todo estaba claro y distinto.
Hábilmente dirigida por las preguntas de Groddeck, acabó por admitir que su media ceguera podía
haber sido provocada por la presencia momentánea de una señora y su niño pequeño, con
quienes se había cruzado en el camino y cuya vista le era “insoportable”.

Una persona que busca sus gafas locamente, cuando las tiene sobre la nariz, ofrece un tema de
caricatura. Un muerto, que ya no ve, a pesar de tener los ojos y los nervios intactos, ofrece un
tema de emoción, pero no materia de reflexión. Qué lástima.

El caso de lo que se llama clarividencia es aún más inexplicable por condiciones materiales. En
1958, Gerard Croiset, un clarividente holandés, recibió una llamada telefónica de larga distancia
de parte de M. Jasen, patrón de un barco. Este le explicó sus dificultades. Había comprado un
motor diésel para su barco, pero no funcionaba. Hacía semanas que los ingenieros intentaban en
vano localizar la parte defectuosa. Tenía que navegar para ganarse la vida y ya no podía permitirse
él seguir esperando más. Había que tomar una decisión: ¿Era necesario comprar otro motor?

Croiset, que no conocía gran cosa de mecánica, le describía la situación con un lenguaje de
imágenes. Le indicó que había un agujero en el tubo que escapaba a la inspección de los
ingenieros, no siendo este localizable con el motor en frío. Dos días más tarde se hizo la
reparación. Croiset y Jasen no se conocían. Los holandeses, con su espíritu más práctico que
teórico, han establecido desde hace tiempo la costumbre de llamar a este tipo de especialistas, de
la misma forma que los americanos habrían telefoneado, sin duda, a un especialista de tipo
convencional. Aquí, la radiación, sea cual sea su naturaleza, no tiene lugar, pues para suponer
alguna, habría que admitirle cualquier carácter fantasista.

El término telepatía, que se entiende como transmisión del pensamiento a larga distancia, sin el
recurso de medios materiales, está, en mi opinión, muy mal escogido, pues implica la noción de
distancia. La distancia no tiene nada que ver con lo esencial del fenómeno. Lo esencial está en la
rela-
ción que une a las personas: Saber si existe un campo común de afectividad entre ellas.

Hay personas cuya presencia no nos afecta más que cualquier objeto. Hay otras cuya presencia
nos alegra o nos agobia. Son sensaciones directas que sentimos a pesar de nuestro razonamiento.
Si el alejamiento disuelve la relación existente, las sensaciones pueden desvanecerse. Pero hay
relaciones indisolubles, sea cual sea la distancia. La madre ve partir a su hijo para el frente. Si la
sensación indefinible que ella siente hacia él disminuyera en proporción inversa al cuadrado de la
distancia que los separa, es decir, si sintiera esta sensación una mil millonésima parte de veces
menos a distancia de mil kilómetros que lo sentía cuando estaba a un metro de ella, habría lugar
para hablar de radiación. Un vaso de agua salada, si se lo diluye mil millones de veces, ya no
tendrá gusto a sal. Del mismo modo si el valor afectivo estuviera en función de la distancia, sería
como si apenas se acordara de que nunca había tenido un hijo.

La muerte de un soldado, para la gente a quien no concierne, no es más que un asunto de


estadística. Para su madre no lo es. Si la emotividad no interviene para embotar la verdadera
sensibilidad, no veo la imposibilidad de que vibre el diapasón para suscitar el mismo sentimiento,
el mismo pensamiento entre las personas que tienen un campo común de afectividad.

La telepatía no se hace necesariamente con mensajes articulados en palabras, como hay tendencia
a citar en numerosos casos. Yo mismo he tenido similares experiencias, pero sin palabras. Eran
sensaciones vagas, poderosas, y al mismo tiempo muy precisas. Sabía de quién y de qué se
trataba.

Estoy lejos de creer que tal facultad de sentir la “presencia” sea un don, reservado a un pequeño
número de personas. Lo que nos impide sentir justo, es la cogitación, los argumentos y las
emociones. Una superficie de agua movida no refleja la verdadera forma de la luna.

Newton tomó su reloj por un huevo. Cuando se está absorbido por un esfuerzo intelectual, se
desprende uno, sin saberlo, de la realidad, para emparedarse en la torre de marfil.

Mantener la superficie del agua tranquila, es simple, pero es difícil. Hemos visto, en el estudio de
los taiheki, que la energía en el hombre tiende a polarizarse, a deformar la impresión recibida, El
tipo I, en el que la energía activa especialmente el cerebro, selecciona las impresiones para formar
conceptos o ideas abstractas que manipula a partir de los principios que admite. Divorciándose de
la realidad primera, piensa en lo que debería ser el hombre, no en lo que es. No admite más que lo
que su sistema de pensamiento admite. En estas condiciones, le es imposible aceptar los
imprevistos cándidamente. El tipo 3 se emociona fácilmente y para calmar su corazón que late,
será obligado a atiborrarse de comida. El tipo 5 se agita mucho a causa del exceso de energía. El
tipo 7 quiere siempre tener razón y no acepta lo que es contrario a su opinión. Estas tendencias
pueden desfigurar las impresiones recibidas, no solamente invisibles y sutiles, sino también
visibles y evidentes. Explotadas eficazmente, pueden ser útiles a la actividad social. Llevadas al
extremo, no son más que obstáculos para la intuición natural del hombre. El papel del Seitai es el
de atenuar estos excesos y recobrar la armonía perdida.

Los pueblos primitivos, que no están aún corrompidos por la civilización, mantienen intacta su
intuición innata. El Dr. A.P. Elkin, antropólogo de la universidad de Sídney, realizó un viaje de
encuesta a la tierra de los Bushmen, aborígenes de Australia que aún en el día de hoy permanecen
como en la edad de piedra. Su llegada no fué señalada por ningún medio convencional, tal como el
mensajero, el tambor o el humo. Sin embargo, cada uno de los pueblos que visitaba estaba
preparado para acogerlo, sabía de donde venía, y estaba al corriente del objetivo de su periplo a
través de las junglas.

La polución que trae consigo la civilización, no es sólo de tipo químico o físico. Hay que añadirle
también la polución verbal e intelectual.

La radiestesia es una manera de sondear el inconsciente con señales cuyo sentido viene
determinado de antemano por un acuerdo previo. En los primitivos no existe esta distinción neta
entre el consciente y el inconsciente. En los civilizados, se observa que el inconsciente sabe cosas
que el consciente ignora totalmente.

La ciudad de Swampscott, Massachusetts, carecía de agua, y cada verano estaba obligada a


racionar su distribución. Desde el día en que la municipalidad compró la propiedad perteneciente
a Elihu Thomson, que era cofundador de General Eléctric , para construir allí sus edificios, el
servicio de obras públicas se esforzó en encontrar el yacimiento de agua, pues los viejos
habitantes decían que Thomson te-
nía uno. Pero nadie sabía dónde exactamente. Todos los medios habían sido intentados en vano.
La búsqueda había durado más de veinte años. Estaban a punto de abandonarla. Pero un día, en el
verano de 1963, se sugirió, como de broma, hacer uso de la radiestesia. El jefe de obras estaba
escéptico, pero se decidió: se había probado todo. ¿Qué es lo que se arriesgaba entonces?

El equipo de trabajadores se puso a recorrer el terreno con ramas de árbol. Un cuarto de hora
después se encontró el yacimiento. Las ramas que sostenía uno de los trabajadores apuntaron
hacia el suelo con tanta violencia que arañaron la piel de su pulgar.

Hay desde luego un contraste notable entre veinte años de búsquedas concienzudas y un cuarto
de hora de broma.

Sería falso decir que los civilizados están siempre y únicamente guiados por su consciente, por su
lógica racional. El inconsciente juega un papel capital en los pequeños detalles de la vida de los
individuos. Un día, por razones desconocidas, no se hace como de costumbre. Se toma un camino
distinto, se sale más tarde o más temprano. Se le olvida algo a uno y, por volver a cogerlo, pierde
el tren. Y estos pequeños cambios pueden algunas veces decidir la vida o la muerte de los
individuos.

En el periódico de la sociedad americana de Investigación Psíquica, Willlam E. Cox hizo un informe


sobre el estudio estadístico de los accidentes de tren. Resulta que el número de pasajeros a bordo
de los trenes accidentados era menos elevado que el de los días anteriores, o del mismo día de las
semanas anteriores, etc. Los que evitaron coger los trenes accidentados, habían actuado como si
hubieran presentido el peligro. Pero no deduzco de ello que hubieran tenido la premonición, que
es un estado consciente de los acontecimientos aún no actualizados.

Recuerdo una anécdota sobre Napoleón. Un día, cuando se encontraba en el campo de batalla con
su ejército al ataque, vió un soldado agazapado en el fondo de la trinchera, transido de miedo.
Napoleón, que estaba de pie sobre aquella trinchera, con las balas silbando a su alrededor, lo
exhortó a ir adelante. En el momento en que el pobre hombre se levantó una bala le dió en la
cabeza y lo despidió fulminado al fondo del agujero. Hablando estadísticamente, es Napoleón el
que estaba más expuesto al peligro, y, por consiguiente, debía haber sido herido el primero. La
explicación:
Cuando el ki es fuerte, desafía la ley de la estadística. Es además, así como Hitler, en su apogeo,
escapaba a los atentados, minuciosamente preparados contra él.

El ki precede al acontecimiento. Ya se está allí, antes de la actualización de un hecho. Sin el ki


apropiado, nada se produce. Los mejores argumentos, las mejores disposiciones materiales no
pueden llenar esta laguna.

Los que practican el movimiento regenerador presienten a menudo los movimientos venideros.
Los hay que dicen que tienen la impresión de que pronto harán tal o tal cosa, por ejemplo, gritar a
grito limpio. Efectivamente, éso sucede ¿Es que lo hacen a propósito? Los practicantes saben que
es difícil gritar, reír o llorar a propósito durante el movimiento, pues el Katsugen-kai no es una
escuela de comediantes profesionales.

La proyección de sí mismo en un acontecimiento aún no actualizado ni en el tiempo ni en el


espacio, se manifiesta en dos clases de fenómenos curiosos; la proyección astral y el vardogr. En el
primer caso, el sujeto está consciente de lo que ve en su proyección, y en el segundo, el sujeto no
está consciente de su proyección.

El Vardagr es un fenómeno particularmente localizado en Noruega y en Escocia. El guión de este


fenómeno es, salvo algunos detalles, siempre idéntico; el precursor “espiritual” anuncia su llegada
antes de la llegada en carne y hueso de la persona. Se oyen los ruidos familiares de los padres, por
ejemplo, que ponen la llave en la puerta, se deshacen de los cubre-calzados, colocan el bastón, y
caminan sobre el parquet, etc. Después todo se para. Cuando se mira alrededor, no hay nadie.
Algunos momentos después, llegan realmente.

La aventura que vivió Erkson Gorique, un importador americano, es muy curiosa. Este tenía la
intención de visitar Noruega, con el fin de estudiar la posibilidad de importar los productos
noruegos a los Estados Unidos. Durante varios años seguidos, impedimentos imprevistos
atrasaban su viaje a ese país que nunca había conocido antes. En julio de 1959, llegó finalmente a
Oslo y tomó un taxi para que lo condujera al mejor hotel de la ciudad. En la recepción del hotel,
fué acogido por un empleado que le dijo: “Es un placer volver a verle, Sr. Gorique”.

Intrigado, él insistió diciendo que no había venido antes. El empleado insistió diciendo que había
venido hacía algunos meses para hacerle la reserva, y que lo recordaba precisa-
mente por su apellido poco corriente. Como el tono iba subiendo, el gerente hizo señas de callarse
al empleado. Pero cuál no fue su sorpresa cuando, por todas partes a donde iba, los empleados del
hotel, los camareros del restaurante, lo reconocían y le hablaban de su visita anterior. En el
establecimiento de un vendedor al por mayor, un señor se levantó de su mesa de trabajo para
estrecharle la mano, diciéndole que se alegraba de volver a verlo. “La última vez iba usted tan
apresurado, que no tuvimos tiempo de concluir el asunto”.

Demasiado aturdido para protestar, Gorique se dejó caer en un sillón y preguntó que cuándo
había venido. “Hace solamente unos meses” le contestaron.

Hasta aquí no he abordado más que casos de percepción que la psicología clásica tendrá ya
bastante trabajo para explicar, pero se acomodará a ellos, mediante algunas hipótesis. Pero su
cuadro será ampliamente superado si admitimos que lo psíquico puede tener efectos físicos,
incluso sin intermediario material a distancia. Desde el punto de vista del ki ésto no plantea ningún
problema, pues el tiempo, el espacio, la distinción entre lo psíquico y lo físico, son ideas a
posteriori.

Se han realizado experiencias con dispositivos que permitían descubrir rigurosamente todo
contacto físico. Fué en estas condiciones como Harry Price, del Laboratorio nacional de
Investigación Psíquica en Londres, obtuvo resultados con una mujer joven particularmente dotada.
Un manipulador estaba cubierto con una burbuja de jabón solidificada con una mezcla de
glicerina, envuelta igualmente con una cobertura de cristal, etc. Estaba conectado a un circuito
eléctrico que permitía encender una lámpara. Si se quería apretar sobre el manipulador
físicamente, había que quitar todas las coberturas y de todos modos la burbuja de jabón se
rompería. Con todas esas precauciones, el manipulador trabajaba y la lámpara se encendía varias
veces mientras la cubierta de cristal y la burbuja de jabón permanecían intactos. Se le llama a este
tipo de fenómeno con el nombre de Psicoquinesia, movimiento por el psíquico.

Hay casos de personas que, con una simple concentración de espíritu, pueden hacer arder objetos
a distancia. En 1927, durante su visita a Menphis, Dawes, vice-presidente de los U.S.A. vió él
mismo un obrero negro, capaz de hacer arder objetos tan sólo con espirar sobre ellos. Una joven
de
Toronto, Canadá, y otra de Glasgow, Escocia, se dieron a conocer por tener la capacidad de
incendiar los objetos por medio de la concentración. En Glasgow, los granjeros exasperados
estaban a punto de pedir el encarcelamiento de la joven, porque hacía arder los almiares de heno,
simplemente pasando al lado de éstos.

El Poltergeist es un fenómeno de movimiento, pero cuyo sujeto psíquico se desconoce. Se ven


objetos volar, caer al suelo con estruendo, lámparas que se encienden y se apagan
intermitentemente, los muelles de las máquinas de escribir que se rompen, sin que haya nadie
alrededor. Es un tema interesante pero no me detendré sobre él. Tengo sin embargo interés en
subrayar que el racionalismo, principalmente basado sobre las ciencias físico-químicas del siglo
XIX, bloquea nuestro espíritu a una permeabilidad mayor. Jesús secando la higuera sin fruto al
instante mismo, no sería más que un cuento de hadas. El maestro Ueshiba, moviendo las ramas de
árbol a distancia, sería otro cuento más.

Reuniendo los materiales de campos distintos es como uno se da cuenta de las lagunas dejadas
por el racionalismo. Este está lejos de cubrir toda la verdad. No es en el fondo más que un medio
para interpretar los hechos. Sin descartar la actitud teórica que es necesaria en la vida social, me
reservo la libertad de aceptar los hechos antes que las teorías.

Resolver el problema del ki, sólo con argumentos, es una imposibilidad. Los ciegos pueden discutir
en pro o en contra de la existencia de la luna, pero será siempre sin convicción. Todo lo que hago,
es permitir que la gente, cuando ve la luna no diga: la luna no existe, en virtud de tal postulado o
de tal teoría.
XV

EL “TERRENO”

Si en lo sucesivo cito a menudo el nombre del Maestro Noguchi, no es con el fin de hacerle
publicidad. Hay publicidad cuando hay una mercancía para vender o un servicio para ofrecer a
cambio de una remuneración. Ahora bien, no se trata, no hace falta decirlo, de pedir su
intervención personal en favor de los que viven fuera del Japón. No tengo tampoco la intención de
propagar su técnica Pero su trabajo presenta una suma de experiencias, importante y preciosa
para el conocimiento del hombre. Es a tal título que quiero hablar de él, y no con un fin utilitario y
práctico. No quiero además imitar el ejemplo de los que han presentado sus des-cubrimientos
como si fueran propia iniciativa. Quiero dar al César lo que es del César.

Por la palabra “terreno”, entiendo un conjunto de aspectos psíquicos y físicos de la persona que
responde a la excitación dada. Cada uno tiene un “terreno” distinto de los demás, lo que hace que,
dada la misma condición objetiva, se tenga una actitud distinta, una acción distinta.

Así, dos personas, A y B, se encuentran en una situación idéntica: Ambos tienen cada uno 10000 F,
o digamos un millón de A.F. Pero su "terreno” es diferente. Hace dos años, A no tenía ni una
peseta guardada. En la misma época B tenía 200 millones que había heredado. A se dice a sí
mismo: Ya tengo un millón. Su comportamiento refleja cierta seguridad. B. se dice: No tengo más
que un millón. Su perspectiva es oscura. Está inquieto.

Lo mismo sucede con la privación de alimentos. A se dice: Dejo de comer. El ayuna durante un
período más o me-
nos largo, que va de algunos días a treinta o cuarenta días. No se ha muerto por éso. B se dice: No
tengo nada para comer. Está desesperado. Al cabo de algunos días está muerto, agotado.

Cuando hubo un desprendimiento en una mina de Hokkaido, al norte del Japón, algunos mineros
quedaron enterrados. Uno de ellos estaba formado en el espíritu del Seitai, y no se preocupaba
demasiado. Pensaba que harían falta unos seis días para que los equipos de rescate llegasen al
lugar. Sabía que el cuerpo humano tiene una reserva de energía que permite soportar la falta de
alimento por un período mucho más largo. Cuando al quinto día llegó el equipo de rescate, se
encontraba en perfecta forma, y les ayudó a sacar a sus compañeros completamente agotados.

No hay que pensar que el “terreno” sea un estado constante inmutable en un mismo individuo. El
“terreno” cambia según la situación, y ese cambio se debe a la idea que se hace uno de la cosa.

Si a usted le piden que transporte hasta la cima de una montaña un equipaje, ésto es un trabajo y
el peso del equipaje se siente más o menos ligero, según qué remuneración espera usted. Pero si
usted practica el alpinismo, ya no es trabajo, porque lo hace espontáneamente. El mismo equipaje
no pesa tanto a pesar de la ausencia de remuneración.

La lectura de una obra seria nos cansa y nos duerme al cabo de unas páginas, mientras que una
novela nos mantiene despiertos hasta bien entrada la noche.

La gente completamente agotada después de una jornada de trabajo, acepta la invitación de los
amigos con quienes pasan la noche jugando al bridge.

Tengo un amigo coreano, abogado muy influyente en Seúl, que es un gran aficionado a la caza.
Vino a verme de paso por París y me hizo la siguiente observación.

-Cuando voy a cazar en mi tiempo libre, hago a menudo treinta o cuarenta kilómetros durante el
día, con una escopeta al hombro por terrenos accidentados, claro está. Y ahora hago dos o tres
kilómetros andando por los bulevares bien adoquinados, y éso sin escopeta, y me siento más
cansado que cazando ¿Por qué?

Una herida recibida en una batalla victoriosa cicatriza muy rápidamente mientras que se encona
en una batalla perdida. La idea que uno se hace de una situación es tal que afecta no solamente
nuestro consciente, sino que también
Penetra en la profundidad de nuestro mecanismo subconsciente. Afecta a la vez lo psíquico y lo
físico. La separación entre estos dos campos no es más que teórica. Dentro de lo absoluto no
corresponde a la realidad del hombre viviente. Por eso es por lo que he adoptado la palabra
“terreno”.

En el Japón, como en los otros países, existen siempre inventores de aparatos terapéuticos. Los
hay que se inspiran en la tradición folklórica, otros que toman prestados los términos científicos
de moda: alto voltaje, alta frecuencia, utlraondas, etc.

Un hombre fabricaba un aparato llamado “magnetizador. Este no se vendía, pues su eficacia era
dudosa. Noguchi le dijo: no es eficaz porque su aparato es portátil y pequeño. Agrande la caja. El
otro le contestó: no es necesario. Noguchi: no se trata de saber si es necesario o no. Mire el
templo de Asakusa. El objeto del culto es una pequeña estatua de Kannon que ni siquiera mide
dos pulgadas. Pero se ha construido un inmenso edificio a su alrededor, y se han plantado las
gigantescas estatuas de los dioses guardianes a la entrada. ¿Qué daño hay en hacer una caja
grande incluso cuando lo esencial es un pequeño gadget?

Efectivamente, desde que el recipiente ha sido agrandado y el precio ha sido elevado varias
decenas de veces, el aparato se ha vuelto eficaz. Mientras que lo psíquico actúa sobre el físico por
un medio anodino, no hay peligro. La fe es la única que salva. No vale la pena destruirla. Pero a la
larga, la fe puede debilitarse y el gadget pierde su eficacia. El tiempo es el que hará el trabajo.

La acción de un agente físico sobre el físico es quizás más peligrosa, pues se ejerce sin posibilidad
de apelación. Puede ser brutal, y sin discriminación.

Tal acción puede ser la de los antibióticos, o la de los rayos X. No se duda de su eficacia. Pero el
riesgo está en que puede atacar tanto a los microbios útiles como a los nocivos, a las células
normales como a las que están deterioradas. Es un poco la guerra del Vietnam. Una bomba
americana puede igualmente caer sobre los vietcongs como sobre poblaciones neutras o amigas,
sobre recién nacidos, sobre diplomáticos de países neutros, inclusive sobre tropas americanas. No
es por ello por lo que los vietcongs están exterminados. Siempre está la escalada.

Así pues la penicilina, que empezó al nivel de mil unidades, está ahora por los millones.
Pero no son sólo estos medios eficaces los que representan un peligro. Incluso las cosas
perfectamente anodinas pueden conducirnos hasta la muerte, si no se toma en cuenta el
“terreno” en el cual se encuentra uno. Es el caso del agua. Dado que el cuerpo humano contiene
una gran cantidad de agua, nada puede ser más anodino que este elemento natural. Pero aparte
del hecho de que una gran abundancia de agua puede causar el ahogamiento, una cantidad
normal en tiempo ordinario puede ser fatal según las circunstancias. Es el caso, por ejemplo, de los
que erran por el desierto, durante días, sin poder encontrar una fuente dé agua. Cuando llegan a
un oasis extremadamente sedientos, la prudencia recomienda no precipitarse para beber. Se
empezará por humedecer los labios, después por hacer gárgaras, pero no a beber, con el fin de
que el cuerpo pueda lentamente recobrar sus antiguas costumbres.

La experiencia de la segunda guerra mundial nos enseña que es peligroso dar de comer
inmediatamente después de su liberación a los prisioneros de los campos de concentración,
acostumbrados a una larga abstinencia.

Si un náufrago llega al bote de salvamento, no se le ha de acoger con gentileza y ternura, pues no


podría resistir esta transición brusca y podría morir. Noguchi aconseja abofetearle, escupirle a la
cara o insultarle.

La idea de que la bebida, la comida o la gentileza puedan ser nocivas a nuestro bienestar, es
chocante para quien quiere creer que las reglas de conducta han de estar codificadas de una vez
para siempre, y que la educación ha de velar para que la disciplina sea observada uniformemente.
Es cierto que uno se puede justificar frente a los demás observando las reglas codificadas. Pero el
“terreno” no será salvado y habrá víctimas.

Colmad la deficiencia; es la única fórmula que se conoce y se adopta uniformemente sin tener en
cuenta el "terreno”. Sería válida si el hombre fuera un saco que se llena con objetos.
Desgraciadamente, el hombre no es un saco y además tiene un cerebro que complica bastante la
situación.

Hay personas mayores que tienen las caderas y los hombros tan encorvados que se teme que
habrá que fabricarles féretros especiales cuando mueran. No sucede nada de ésto en la realidad.
Después de su muerte sus cuerpos están bien estirados y les basta con los ataúdes normales. Lo
que
quiere decir que son ellos los que se hacen una idea de su cuerpo encorvado mientras están vivos.

La espiración concentrada es un ejercicio que se hace principalmente para sensibilizar las manos.
Cuando se aplica a los moribundos, éstos tardan en morir y se vivifican. Cuando mueren tienen
una muerte tranquila y apacible. Esta forma de morir corresponde a una muerte natural y no hay
agonía. Si se muere con agonía, es que aún se tiene vitalidad para sufrir y la muerte no es natural.

Una señora de Kyoto llamó por teléfono al maestro Noguchi diciéndole que acababa de morir su
marido. Pero que gracias a la espiración concentrada su fisonomía se había vuelto tan apacible que
no la había visto así desde el día en que se casaron y que eso la alegraba mucho, etc. Noguchi le
dijo: pues bien. Eso quiere decir que tenía una mala fisonomía cuando vivía. Eso quiere decir que
fue maltratado. ¿Quién lo había maltratado?

Después de estas palabras, la señora colgó.

Durante un cursillo en esta misma ciudad de Kyoto, un moribundo deseaba volver a ver al Maestro
Noguchi por última vez. Este lo visitó pero observó que podía vivir perfectamente. Sólo que el
exceso de medicamentos había obstruido las vías urinarias, provocando por consiguiente la
uremia. Había estado en coma durante cuatro días sin comer ni beber.

Después de haber instruido a su mujer, para que ésta le practicase la espiración concentrada sobre
la próstata, Noguchi le dijo:

-No tardará en liberar la orina, y empezará a tener apetito. Pero sobre todo no le fuerce a comer.
Se muere cuando se come de pronto después de un ayuno prolongado. Hay que esperar a que
vuelva el apetito. Si lo fuerza, el apetito hace marcha atrás. Tenga mucho cuidado. Incluso cuando
empiece a tener apetito, conténgase en darle lo que le pida.

Efectivamente, cuando regresó al hotel se enteró de que el enfermo orinaba abundantemente, y


al día siguiente la uremia había desaparecido.

Pero la mujer estaba demasiado preocupada para poder estar sin hacer nada. Obsesionada con la
idea de que su marido podía morir de hambre, pidió al médico que interviniese. Una fuerte
perfusión de suero le fué administrada. Después de lo cual su estado empeoró. Solicitó de nuevo
que Noguchi viniera para salvar a su marido.
Noguchi dijo al marido;

- Hasta ahora se trataba de una intoxicación de medicamentos, y no era una enfermedad. Se ha


hablado de uremia, cuando lo que tenía era que no podía orinar; ahora que puede usted orinar ya
no existe tal enfermedad. Pero el verdadero enfermo es su mujer. Y usted está totalmente
influenciado por ella. Si se trata de una enfermedad, ya no es cosa mía. Yo me lavo las manos.

Su muerte ocurrió una semana más tarde.

En lo que concierne al conocimiento del terreno, la inteligencia del hombre está lejos de alcanzar
el nivel de sabiduría de un perro que se niega a comer mientras se siente indispuesto.

La idea que se hace uno del “terreno” en las sociedades modernas, es una cosa extremadamente
rígida y uniforme, diría incluso que mecánica. Lo cual no es asombroso, porque el hombre está
asimilado a una máquina. Se supone que se está normal cuando se tiene una temperatura de
tanto, una tensión arterial de tanto, cuando se come y se bebe moderadamente, no se padece de
ningún mal en ninguna parte, cuando se habla con lógica, se justifica uno rápidamente explicando
por qué se ha reído, se ha llorado o se ha enfadado.

A partir del momento en que se considera que todo lo que se sale de esta órbita es anormal, no se
piensa más que en los medios directos de volverlo a ella. Y lo que es verdaderamente triste es que
la corrección se aplica a menudo en detrimento del “terreno” natural.

El padre dice a su hija: no te rías en la mesa ¿Por qué te ríes? Di. Explica. La hija se sigue riendo. El
padre, cada vez más impaciente, la amenaza con castigarla y acaba dándole una bofetada. A pesar
de todo, ella sigue convulsionándose de risa. ¿Es desobediente?

El hecho es que, al contrario, ella quiere obedecer a su padre. Pero cuanto más trata de aguantar
la risa, más es sacudida por este rebrote de la energía espontánea. En el Japón decimos que una
joven ríe incluso por un palillo que cae.

Yo le diría al padre; -Si usted no quiere que ría, cásela. ¿Y usted? ¿Es capaz de hacer obedecer a
sus órganos, estómago, intestinos, corazón, o de regular a voluntad su temperatura o su tensión
arterial? Si lo es, puede pegar a su hija.
Por lo que yo conozco, Katsugen-Kai es el único lugar en Francia, incluso en Europa, donde se
puede reír o llorar sin preocuparse de justificarse ante los demás. Qué alivio poder estar fuera del
alcance de las miradas inquisidoras, de las preguntas embarazosas de los que nos rodean: ¿Por
qué se ríe usted? ¿Por qué llora?

Tal como lo admiten ciertos psicólogos, se está alegre porque se ríe, se está triste porque se llora,
y no a la inversa. Dejemos a los intelectuales la risa y el llanto discursivos. Nosotros tenemos que
ver con la risa y el llanto espontáneo.

Lo repentino de la carcajada o del sollozo durante el movimiento regenerador desconcierta a los


que no están acostumbrados a él. Cuando una joven estalla en sollozos que parten el corazón, es
verdaderamente inquietante. Pero para mí, ésto no tiene más que un sentido: desahogo del
sistema simpático. El motivo, aunque lo haya, importa poco. Constato que sobre este punto las
mujeres en general tienen más facilidad que los hombres.

Noguchi es abuelo desde hace poco tiempo. Quiere a su nieta Asa más que a nada en el mundo. A
la vuelta de un cursillo organizado en una ciudad de provincias, dijo, mirando a Asa, de cinco años
de edad: tiene una sonrisa extraña ¿No será que la han forzado a reír durante mi ausencia?

Efectivamente, la señora Noguchi admitió que la habían elevado en el aire y la habían hecho girar
en un asiento giratorio, justo por el placer de verla reír. Una risa forzada es diferente de una risa
natural. Él lo vió, ésto es algo que no se puede ocultar.

El movimiento regenerador, tanto como la técnica Seitai, son los medios que permiten descubrir
nuestro “terreno" natural y normal. Lo que entiendo por terreno normal, no es la ausencia de
anomalías. Es la sensibilidad la que nos permite discernir lo que es normal y lo que no lo es.

Así, las reacciones del cuerpo, que tenemos costumbre de clasificar dentro de la anomalía, tales
como vómito, fiebre, diarrea, no son necesariamente anormales para nosotros. Si el estómago
vomita un alimento no asimilable o envenenado, realiza fielmente su función normal. Sería más
bien lo contrario lo que sería anormal.

Una señora japonesa se quejaba de dolor de estómago.

¿Qué es lo que ha comido usted? le preguntaron. Pero antes de hacer tal pregunta, en el Seitai, se
asegura uno de que no hay anomalía del “terreno”, tal como la preocupa-
ción excesiva que trabaja el cerebro, o la dislocación del tobillo derecho, etc.

— Me he ido de juerga, confesó.

Su marido es jefe de cocina y regresa tarde por la noche. Una noche se excedieron bebiendo y
cociendo hasta las cuatro de la mañana. Viva la juventud. No se trata de prohibir el exceso. Es un
signo de vitalidad. No se trata tampoco de bloquear el freno con el cual la ha dotado la naturaleza.
Si le duele, es normal.

El freno no funciona en los anormales. Una vieja se quejaba de que su nuera no la alimentaba. Un
día Noguchi dijo a su nuera que probara a ver hasta qué punto podía seguir comiendo la vieja. Le
dieron “tendons”, unos tazones grandes de arroz, con gambas rebozadas y adobadas en salsa
como guarnición. Un tazón de “tendón” representa una comida bastante copiosa que muchas
personas no llegan a terminar. Cuando estaba por el tazón que hacía diecisiete la nuera,
espantada por su voracidad, la paró. Lo que no le impidió de ninguna manera continuar diciendo
que su nuera no la alimentaba. Otro, un demente esta vez, comió veinticuatro, es decir,
veinticuatro comidas copiosas de golpe.

Mi posición es la de hacer aceptar a los practicantes que hay que estar agradecidos por poder
sentir, incluso si es dolor lo que se siente. Si se siente dolor cuando hay dolor, se es normal.

Mi deseo se materializó cuando un día una de las practicantes dijo: Hace daño, pero hace bien,
expresión difícilmente comprensible fuera de Katsugen-kai.

Hace tiempo, el Ministerio de Educación Nacional de Tokyo intentaba buscar fórmulas de


gimnasia, adaptadas ala necesidad de cada una de las categorías profesionales. Era una tentativa
loable, y el enfoque del problema era ciertamente mejor que una gimnasia uniforme. Ejemplo: un
empleado de oficina hará movimientos de cuello, pues ahí está su punto de cansancio, mientras
que un obrero hará movimientos de caderas, etc. Pero con los mismos datos, se puede llegar a
una óptica diametralmente opuesta. Un empleado de oficina, al no trabajar con las caderas,
debería hacer movimientos de caderas, mientras que un obrero debería de hacer movimientos de
cuello, con el fin de activar las partes inertes.

Desgraciadamente, dice Noguchi, hay especialistas de


los microbios pero no hay especialistas del cuerpo. Esa es la causa de este error que nos hace
adoptar una posición inversa. Entendamos por la palabra cuerpo, "terreno”.

¿Cuál sería la decepción cuando constatásemos que haciendo movimientos de cuello, persistió la
tortícolis, y que haciendo movimientos de caderas, continuaba el dolor de riñones?
XVI

ELTERRENO

(continuación)

El cartesianismo sirve para resolver el problema cuando éste es estático, incambiable o de orden
material. Esta herramienta muestra fallos cuando se trata de un problema dinámico, con aspectos
cambiantes y caprichosos, de motor espontáneo. Es el caso del problema humano.

El hombre es un todo indivisible. No es un ensamblaje de lo psíquico y de lo físico, los cuales se


mantendrían distinta e independientemente el uno del otro en su compartimiento respectivo. Si
uno siente vergüenza, ésto es psíquico. Si uno se sonroja, es físico. Si uno tiene miedo, es psíquico.
Si uno palidece, es físico. Pero es porque se siente vergüenza por lo que se sonroja uno, es porque
se tiene miedo por lo que uno palidece. Haría falta un hachazo muy atrevido para separar estos
dos campos. Y sin embargo, la separación es ya un hecho en las sociedades modernas, de tal
manera que la gente rehúsa incluso creer que hay una cierta relación entre ellos.

Noguchi fué invitado a una exposición de Arte donde se le mostró una estatua de mujer titulada
“Terror”. La pieza había obtenido el premio de la exposición. Noguchi dijo al miembro del jurado
que le acompasaba:

— ¿Ustedes llaman a ésto “Terror”? Por la cara, sí. Pero el resto del cuerpo no está aterrorizado en
absoluto. Cuando uno está aterrorizado, las caderas pierden su fuerza, las piernas se contraen y
las rodillas no consiguen ponerse derechas. El bajo vientre se pone hueco. La estatua no tiene
nada de todo ésto. A decir verdad, una persona aterrorizada
no puede cerrar las manos. Pero ésta tiene los puños cerrados. Hay que cambiar el título por otro
como “Una mujer exclusivamente aterrorizada en la cara”. El escultor es un ignorante, los
miembros del jurado que le han concedido el premio son unos ignorantes. Esto puede perjudicar
la autoridad de la exposición.

La persona que le acompañaba se sintió vejada y protestó con argumentos incoherentes.

Un año después, en la misma exposición, vió una estatua titulada “Leñador”. Pero su musculatura
era la de alguien entrenado por el trabajo en el agua, como la de un pescador. Dijo al mismo
miembro del jurado:

— Este es un falso leñador. Un leñador no puede tener una musculatura como ésta.

El miembro del jurado estaba furioso. “Usted viene aquí para buscar camorra”.

Sin embargo, buscando bien, la observación de Noguchi ha resultado ser cierta.

Un año más tarde, otra escultura le hizo reír. Representaba un perro bajo el título “Combatividad”.
Cuando un perro se vuelve agresivo, sus patas de detrás se abren hacia el exterior y las de delante
se cierran hacia el interior. Sus orejas y su cola se enderezan. La citada estatua de perro tenía las
patas de delante separadas hacia el exterior.

Así se es indiferente a la influencia que ejerce lo psíquico sobre lo físico. Hay cada vez más gente
para la que no existe más que lo psíquico. Para ellos, el cuerpo es una entidad despreciable.

Inversamente, el físico ejerce también una influencia sobre lo psíquico. Cuando una parte del
cuerpo está bajo tensión, los haces neuromusculares envían señales al cerebro, que permanece
tenso mientras las señales continúan. El cerebro está tenso igualmente en los casos de anomalías
secretorias o circulatorias.

La separación entre lo psíquico y lo físico es una cosa puramente arbitraria, pero a pesar de todo
se cree en ella como si fuera una verdad axiomática. Su éxito es debido a que facilita la
organización de nuestra educación, de nuestro trabajo administrativo, etc.

El comité de directores de una sociedad decide que la sonrisa es una baza comercial formidable.
Lanza una campaña de la sonrisa de gran envergadura. Carteles, impresos, instrucciones, son
difundidos en cantidad. La gente se dice
a sí misma: consiente en ello puesto que es una orden. Consiento en sonreír psíquicamente pero
no físicamente. No puedo obtener la cooperación de mi físico, en este caso de mi cara. Mire a
nuestro jefe de servicio. No me atrevo a hacerle la pregunta: ¿Por qué no lo hace usted mismo? El
dirá seguramente: no hagáis lo que yo hago sino lo que digo; ya sois bastante mayores para
comprender que el papel de un ejecutante es ejecutar las órdenes. Esto no es complicado. Hay
que ejecutar la sonrisa.

Durante la guerra, había un militar que asistía a los cursillos de Noguchi. El día en que, siendo
coronel, fué ascendido a general de división, toda su actitud cambió: actitud más imponente, paso
menos apresurado.

Noguchi djjo:

-Los galones cambian al hombre. He aquí un hermoso ejemplo de autosugestión.

El general se puso furioso:

-Usted insulta a un soldado del emperador.

-No tengo en absoluto intención de ofenderle. He querido simplemente mostrar lo que es la


naturaleza humana. Puesto que usted asiste a los cursos, puede por lo menos servir de ejemplo.

En esta época en que los militares eran todopoderosos, se necesitaba un poco de caradura para
hablar de esta manera. Pero desde entonces he visto entre sus clientes cantidad de hombres que,
llegados a ministros, han cambiado súbitamente de porte. Todos estos cambios a causa de una
carta de nombramiento.

El hombre no es ni fuerte ni débil, ni bueno ni malvado, sino por la autosugestión que ejerce sobre
sí mismo. Observemos que las personas que se creen buenas no siempre son de un trato cómodo.
No pueden evitar satisfacer la idea que se han hecho de la amabilidad. Pueden, por ejemplo,
atiborrarnos de comida. La víctima queda perpleja sin saber si hay que darles las gracias o
maldecirlos.

Los débiles son a veces más fuertes que los fuertes, pues pueden ejercer sobre nosotros una
coacción irresistible.

Un médico de pueblo estaba muy apurado, pues cada vez que se disponía a visitar a los enfermos,
su mujer sufría convulsiones. Él no podía dejar a su mujer en este estado, pero no podía tampoco
renunciar a su modo de ganarse la vida.

Noguchi le dijo:

-Dígale usted que visita solamente a hombres.


En efecto, los ataques cesaron.

Y a las mujeres, claro que las cuida, pero no las visita. Ellas aprovechan su visita para hacerse
cuidar. Matiz.

La palabra sirve para fijar una idea. La autosugestión es difícil de hacer sin las palabras. Uno puede
ser ministro, general, P.D.G., pobre, incapaz, fuerte, campeón, débil, insomníaco, enfermo o todo
lo que se quiera, pero hacen falta las palabras.

Al final del siglo XIX el Japón introdujo oficialmente la medicina occidental. Antes existía la
medicina “Kampo”, importada de China. Esta utilizaba puntos críticos indicados sobre el cuerpo.
Los verificaron a la luz de la ciencia occidental. Encontraron que no correspondían a la verdad
anatómica, tal como glándula, órgano, centro nervioso, etc. Se modificaron estos puntos de
acuerdo con la verdad anatómica. El “Kampo” dejó de ser eficaz. Cosa curiosa, un cierto número
de enfermedades, definidas en el “Kampo”, han desaparecido. Tal ha sido el caso de una
enfermedad llamada “senki”. Nadie sabe lo que es hoy día.

Cada enfermedad tiene su moda. Hacia 1920 era la tuberculosis pulmonar en el Japón. Hoy, la
moda pertenece al “golpe de conejo”, mal causado como consecuencia de un accidente de coche,
y al cáncer.

La psicosis del cáncer empuja a los hombres a actos desesperados. El caso tipo ocurre como sigue:
uno sospecha tener algo. La palabra cáncer flota en el espíritu y atrae. Cuando uno lee los
periódicos, es la palabra cáncer la que salta a los ojos. Se recorre la literatura médica y se cree
reconocer ciertos síntomas descritos. Se consulta a un médico que niega el cáncer. Uno se dice: es
un incompetente, y se consulta a otro. Este no quiere afirmar, a pesar de una sería insistencia, que
uno tiene un cáncer. Es un embustero. Después de varias visitas “infructuosas”, se tiene la
convicción. Se prevén ya los días oscuros en que se sufrirán mil muertes, dejando a la mujer y a los
hijos en la más negra miseria. Uno decide acabar con todo ésto. Un día, se coge en el coche a toda
la familia para un hermoso paseo. En el recodo de un precipicio se acelera a fondo, después se
lanza el vehículo en el vacío con todos sus ocupantes.

Lo que es curioso en el hombre es que la idea que se hace del cáncer no está necesariamente
orientada hacia un pesimismo trágico. Todo depende de la manera como se concibe esta idea.
Un hombre fué diagnosticado como canceroso. Sobre la foto radioscópica, su cáncer estaba de tal
modo generalizado que el médico juzgó demasiado tardía una intervención quirúrgica. Este
hombre, como último recurso, fué a ver a Noguchi. Cuando éste tocó el vientre, en el sitio
denominado “punto de diarrea” el citado cáncer, cosa curiosa, comenzó a moverse. Al día
siguiente, evacuó gran cantidad de parásitos, y la sombra del cáncer desapareció definitivamente.

Hay una continuación a esta historia. Este hombre tenía un hermano que vivía en Kyoto, a quien
contó lo que le había pasado. Este hermano mayor fué a su vez diagnosticado como canceroso por
un médico de Kyoto. Ante esta mala noticla, él se reía burlonamente; el médico estaba furioso.

-He hecho todo lo posible por descubrir el cáncer. Además, la foto radioscópica lo demuestra, y
usted lo toma a broma; ¿Está usted loco o qué?

-Si es un cáncer, eso no importa, doctor, le dijo, iré un día a Tokyo para deshacerme de él.

Él no se apresuraba por ello. Vivía normalmente sin preocuparse de ello lo más mínimo. Un día
vino a ver a Noguchi, que encontró que, esta vez, se trataba de un verdadero cáncer.

-Sensei. ¿Quiere usted sacarlo de aquel modo? dijo, porque al doctor le preocupa. Pero si sale, el
doctor quedará muy sorprendido.

Noguchi no quiso romper su ilusión. Así, él vivió durante doce años, hasta la edad de ochenta y
tantos, de tal modo que no se sabe si murió de cáncer o de vejez.

Noguchi contó más tarde a dicho médico la historia de los parásitos. Este dijo:

- ¡Si lo hubiera sabido! No he visto jamás un paciente tan imperturbable ante el anuncio de su
estado. Era más bien yo el que estaba estupefacto. A pesar de todo, ésto me enseña algo.

Doce años de supervivencia desde el día en que fué condenado definitivamente, y ésto con años
de plena actividad, es bastante sorprendente.

¿Hay que sacar de ésto la conclusión de que sería suficiente orientar la idea en un sentido
favorable para resolver el problema? Es ésto, por otra parte, lo que se tiene costumbre de hacer
en general. Hay en primer lugar métodos
que no buscan más que afectar el consciente del individuo: persuasión, estímulo, prohibición,
amenaza, etc.

Si bastara con decir “No tengáis miedo” para que la gente dejara de tener miedo, todo habría sido
muy sencillo. De hecho, cuanto más se intenta no tener miedo, más miedo se tiene. Se obtiene el
resultado contrario del que se desea.

¿Pensamos en métodos más eficaces, como, por ejemplo, la hipnosis, que actúa directamente
sobre el subconsciente? Se podrá entonces hacer creer a la gente lo contrario de lo que piensa. Se
les podrá hacer daño sin que se den cuenta de ello.

Noguchi conoce la hipnosis y sus peligros. Un día me invitó especialmente a su curso sobre la
hipnosis. Yo tenía curiosidad. En medio de su explicación se detuvo de pronto, y vino en mi
dirección. Pasó por detrás de una mujer sentada a mi lado, y puso la mano en su espalda. En
algunos segundos ella quedó completamente hipnotizada. Hablaba, si recuerdo bien, pues han
pasado veinte años desde entonces, del maravilloso paisaje del paraíso, lleno de flores.

Sin embargo, Noguchi nos pone en guardia contra el abuso de los aprendices de brujo. Si un
método demuestra ser eficaz, puede también perturbar el orden natural. Puede poner la
convicción del individuo en conflicto subterráneo con una idea impuesta.

Se puede convertir a un individuo en insensible al daño que sufre, con la hipnosis. La gente que
sufre no pide más que los efectos de ésta subsistan. Tienen miedo de sufrir y no pueden pensar en
las consecuencias cuando estén insensibilizados. Se quemarán las manos y los pies porque no
sienten el calor con la rapidez suficiente para poder retirarlos a tiempo. Haría falta ponerlos bajo
vigilancia permanente para que no cometiesen estupideces. En mi opinión, ésto no es vida, es
simplemente existencia.

Una sesión de hipnosis es espectacular, pero existe otra categoría de hipnosis cuyos efectos son
más generales y duraderos. Es la que ejerce la sociedad sobre nosotros.

La madre repite a su hijo: cuidado. Vas a coger frío. Esta advertencia, repetida un número
incalculable de veces, penetra en el subconsciente del niño que lo explota en provecho propio sin
darse cuenta de ello: así por ejemplo cuando mamá lo envía a hacer un encargo contra su
voluntad mientras está jugando a algo, se alegrará de resfriarse, pues
prevé ya la cara preocupada de mamá, sus caricias, sus palabras amables, etc. Por el contrario, no
se resfría cuando esquía o hace monigotes de nieve. La reacción fisiológica en los niños es mucho
más rápida que en los adultos.

En estos últimos, el termómetro juega el papel de hipnotizador tanto como los galones y los
títulos. Se sabe que la fiebre es una función normal del cuerpo para defenderse contra las
invasiones microbianas. A 37,5 grados los microbios ya no pueden propagarse en el interior del
cuerpo; a 38 grados son reducidos a la impotencia. El que pierde de pronto el apetito viendo que
su temperatura es de 38 grados está hipnotizado, pues las enzimas no cesan de actuar como
catalizadores digestivos más que por encima de los 39,8 grados. Es tan absurdo como creer que el
agua empieza a congelarse a 2 grados sobre cero “a causa del frío”. Incluso los que comprenden lo
justo de este argumento pierden la cabeza inevitablemente cuando ésto ocurre.

Es el miedo, esta cosa irracional que contrae al hombre, le hace perder su lucidez y paraliza su
acción. Yo he comprendido muy pronto el mecanismo. La fiebre es un signo de gran actividad, de
zafarrancho de combate contra los invasores. La batalla se perderá si el comandante permanece
acostado, con la moral baja, mientras que sus hombres, leucocitos y linfocitos, están empeñados
en un combate encarnizado contra el enemigo. He descubierto que la fiebre no es en absoluto
insoportable a condición de no quedarse en la cama, y de trabajar normalmente. La única
condición que hay que observar, según el seitai, es la de descansar cuando la temperatura,
después de haber subido, desciende más bajo de lo normal. Es el alto el fuego. Los soldados
necesitan descanso.

La óptica de lo que uno piensa normalmente cambia por completo. Uno se cree obligado a
quedarse acostado mientras se tiene fiebre. Y empieza uno a moverse tan pronto como la
temperatura desciende. Esto es inevitable porque la energía no se ha gastado cuando era hora.

Me han contado el caso de un teniente del ejército japonés que hacía la guerra en China. Mientras
duraba la batalla, era invisible. La gente se preguntaba dónde se escondía. Tan pronto como la
batalla había terminado, surgía no se sabía de dónde, blandía su sable, vociferaba contra sus
soldados; en fin, era insoportable. ¿Qué queréis? Así
es la naturaleza humana. La poltronería necesita su compensación.

Cuando vomito, sé que he comido alimentos que no estaban bien. Y me felicito por tener un
estómago vigilante. Pero es entonces cuando tengo que hacer frente a las reacciones de la gente
que me rodea. Me preguntan si estoy enfermo y se improvisan como médicos, dándome consejos.
No se les ocurre la idea de que me podría haber intoxicado si mi estómago no hubiera reaccionado
a tiempo. No pueden pensar más que en los expedientes en detrimento del “terreno”

He conocido a un navegante aéreo que tenía la costumbre de tomar aspirina porque sentía dolor
de cabeza durante el vuelo. Diez años después cayó en la habitación de su hotel, súbitamente
cegado, y fué hospitalizado. Tenía una pupila más dilatada que la otra y veía doble. Su carrera de
piloto se había acabado, naturalmente, pues no se podía confiar en alguien que veía estrellas
dobles por todas partes. Tampoco sería bueno como cajero, si veía los billetes dobles.

Lo que es curioso es que la gente que sufre de insomnio es a menudo gente que duerme
demasiado, tal como los camastrones, que se pasan el día durmiendo y toman a pesar de todo
pastillas para dormir por la noche. Las mujeres que buscan adelgazar no son siempre mujeres
gruesas. Impulsadas por la psicosis, toman medicamentos que, tomados aisladamente, son
anodinos, pero cuyo uso combinado puede ser mortal.

Yo preferiría morir que no poder dormir, que engordar, tales son los deseos inconscientes que
parecen expresar. Son lógicas a su modo, pues unas tendrán el sueño eterno mientras las otras,
convertidas en cadáveres, no tendrán más el temor de engordar.

La normalización del “terreno”, a la vez psíquica y física, tal es el sentido del seítai. Sus preceptos
son: dormir tan poco como sea posible a fin de mejorar la calidad del sueño, comer tan poco como
sea posible a fin de mejorar la nutrición, y trabajar al máximo.

La normalización del “terreno” sensibiliza el cuerpo, el cual reacciona rápidamente para desear lo
que le falta y para evacuar todo lo que es inútil para su buen funcionamiento. Físicamente, se
vuelve uno más flexible y elástico. Psíquicamente, se intensifica la concentración. Es, pues,
propio de cada uno sentir si tiene sed, saber lo que le gustaría comer, y en qué cantidad, tomar
decisiones, actuar según su intuición. En una palabra, se trata de desembarazarse de las
innumerables muletas de las que depende a fin de poder andar solo.

Tal parece ser la posición de Noguchi y tal ha sido su conducta desde hace cincuenta años. Duerme
de tres a cuatro horas diarias para recuperarse, trabaja todos los días sin descanso, incluso cuándo
tuvo unas costillas rotas a consecuencia de un accidente, incluso cuando estuvo obligado a ayunar
durante más de tres semanas porque su estómago había sido perforado por la absorción de una
taza de té que contenía alcohol de madera, incidente frecuente después de la guerra. No ha tenido
jamás tiempo libre para tomar un baño de sol y su tez es más bien pálida, pero con un brillo
sereno. El trabajo es su pasión. Admite que se parece a Shankar, tocador de cítara hindú, que se
entrena varios días seguidos, sin comer ni dormir. Antes de su boda, él no sabía que se despilfarra
tanto tiempo en dormir y en comer.

Mi intención no es decir que hay que imitar un ejemplo tal, pues todo depende del individuo.
Ciertas personas del tipo 6 tienen necesidad de dormir 16 horas por día, mientras que las del tipo
9 no pueden quedarse en la cama más de tres o cuatro horas. Las del tipo 3 no pueden trabajar si
les falta una comida.

La ciencia del hombre no se ocupa actualmente más que del hombre esquemático, del tipo medio.
El tipo medio es una creación del espíritu que define lo que uno debería ser, pero no lo que se es
en realidad. Nadie es el tipo medio Si la estadística demuestra que el consumo de bebidas
alcohólicas per cápita es de un vaso de vino y una cucharada de kirsch ¿puede aplicarse esta dosis
a quien sea?

Si la estadística englobase a muchos rusos de Siberia el vaso de vino sería suplantado por algunos
vasos de vodka.

Si le imponen a usted una dosis doble por la sencilla razón de que es usted corpulento, mientras
que no puede soportar una gota de alcohol, el efecto puede ser terrorífico.

¿Se emancipará un día la ciencia de su concepción del hombre esquemático, o de la del común
denominador?

En todo caso, en el estado actual de cosas, ella no conoce nada del individuo.
XVII

LA NORMALIZACION DEL TERRENO

El cuerpo humano es más ligero que su volumen de agua; es, pues, natural que flote sobre el agua,
sin que haya necesidad de hacer ningún esfuerzo para ello. Ahora, si se quiere avanzar en el agua,
no hay más que mover los brazos y las piernas para echar el agua hacia atrás.

Tal es, yo creo, el principio de la natación y, en el fondo, es muy sencillo. Esto es, por otra parte, lo
que hacen los animales, ratones, gatos, perros, cuando se les arroja al agua. Nadan sin haber
aprendido jamás a nadar. Igualmente, los bebés humanos flotan confortablemente sobre el agua
antes de saber andar sobre sus pies.

La situación cambia completamente con los hombres que han desarrollado ya su inteligencia y su
voluntad. Ellos corren el riesgo de ahogarse si antes no han aprendido a flotar y a nadar.

Sin embargo, no se convierten en más pesados que el agua al crecer. Tienen esta particularidad:
que están angustiados al contacto del agua, se contraen, se crispan, hacen esfuerzos
desesperados, tragan cantidad de agua inútilmente, no sólo en el estómago sino en los pulmones,
se asfixian y se agotan. Mueren estúpidamente a causa de sus esfuerzos. Es paradójico pero cierto
decir que el hombre es el único animal que muere de una manera tan tonta.

No es que el principio deje de ser válido. Normalmente el hombre debe flotar en el agua. Pero del
principio a la aplicación pasan tantas cosas raras en el hombre que el principio mismo corre el
riesgo de ser puesto en duda.
El hombre ha inventado sin embargo apararos que, siendo más pesados que el aire, se permiten
volar por la atmósfera. Desde los boomerangs, desde las cometas a los grandes aviones de
transporte, se ha realizado un enorme progreso. Es cómico comprobar que esta misma inteligencia
que ha permitido al hombre elevarse, le precipita en un acto de autodestrucción.

He hecho la misma reflexión a propósito del movimiento regenerador. Este es muy sencillo, no
necesita ningún conocimiento técnico. Todo el mundo puede practicarlo y, por otra parte, todo el
mundo lo practica más o menos, sin saberlo.

Cuando se pasa de este principio a la aplicación, ¡cuántas complicaciones!

En un momento dado, yo admitía espectadores. Me decía: “En París, es un poco especial. Tienen
necesidad de mirar, observar, comentar y criticar antes de ponerse manos a la obra”. Pero los
comentarios que he recogido al puro azar, ya no me permiten este lujo. Son como gente que
critica una orquesta a través de un cristal, sin oír el sonido. No ven allí más que gestos
incomprensibles. Además, su presencia molesta a los practicantes que sienten su mirada curiosa,
inquisidora o desdeñosa.

El movimiento regenerador resulta de la suspensión momentánea del sistema voluntario. No


puede practicarse mientras no se deshace uno de las ideas preconcebidas que llenan la cabeza, en
tanto que se mantiene el deseo de controlar su movimiento según un esquema preestablecido. Se
deja actuar la sabiduría del cuerpo, pero no la inteligencia o el conocimiento acumulado. Es
completamente diferente de un movimiento estructurado como el hata-yoga.

La primera dificultad que se encuentra para empezar el movimiento es justamente la de detener


incluso momentáneamente la actividad cerebral, el crear un vacío mental, favorable al
desencadenamiento de la acción natural.

En general, los que hacen demasiadas preguntas al principio no pueden continuar el movimiento,
pues no encuentran una respuesta adecuada en su sistema de pensamiento estructurado. Se
aferran a él y temen soltarlo. Se parecen al mono que, habiendo metido la mano en un tarro de
cuello estrecho para coger nueces, queda prisionero. Piensa en todos los medios para liberarse
salvo en soltar la presa.

Cuando los que cavilan tratan de evitar esta cavilación


vuelven a caer en otra clase de cavilación estéril: la que consiste en no pensar, en no pensar en no
pensar, ad infinitum.

La vida en las sociedades modernas está basada en la adquisición de la inteligencia y del


conocimiento acumulado. Es inevitable que la gente que vive en ellas experimente dificultades en
abandonar, aunque no sea más que por algunos instantes, la actividad cerebral que forma el
centro de su vida. Se hacen preguntas: ¿Qué es el movimiento regenerador? ¿Es un método de
relajación? ¿De liberación? ¿una gimnasia? ¿una filosofía? ¿una terapéutica? ¿una religión? Y
efectúan una clasificación.

Según la idea que se hace uno de él al principio, el movimiento puede tomar direcciones muy
diversas y llegar a ser algo completamente diferente.

Por mi parte, quiero simplemente ayudar, dentro de los límites de mi capacidad, a los que quieren
practicarlo, a mantener el movimiento regenerador en una vía sin demasiadas desviaciones.

El azar me hizo enterarme de que hay un cierto número de personas que se han puesto a propagar
el movimiento. Algunos han tomado ésta iniciativa con una idea apresuradamente formada
después de algunas sesiones. Otros se arrogan el título de profesor después de la lectura de
algunos fascículos.

Los que lo han lanzado bajo otro nombre, como si fuera su descubrimiento, no me conciernen
directamente. Se harán cargo de su responsabilidad ellos mismos. El caso de los que lo utilizan con
denominación idéntica es más molesto.

El principio del movimiento regenerador puede ser enunciado en algunas páginas o en algunos
minutos. El movimiento se desencadena, sea por la excitación del bulbo raquídeo, sea por la
suspensión momentánea de la actividad cerebral. Antes de normalizarse, el “terreno” sufre tres
fases de evolución: relajación, hipersensibilidad y evacuación. El “terreno” normalizado o “seitai”
se revela por la normalización de la sensibilidad. La separación entre el pensamiento y la acción
disminuye. Existe una facilidad mayor para la concentración y para el descanso, las necesidades se
hacen sentir más netamente y se realiza la evacuación de todo lo que es extraño o inútil. El se
desembaraza de toda clase de protecciones, de muletas, que se convierten en inútiles.

El principio es muy sencillo. Pero hay consecuencias en


las cuales hay que pensar. Los que tienen vísceras trasplantadas, electrodos insertados tienen
interés en no practicar el movimiento por razones que se comprenden fácilmente.

Es difícil describir de antemano todas las formas que podrá tomar el movimiento. Hay sorpresas.
Como el movimiento actúa en profundidad, hace como un barrendero concienzudo que descubre
los parásitos en las vigas, ratas muertas detrás del aparador, inmundicias en los rincones más
alejados. La lectura de algunos documentos no basta para formar un profesor del movimiento
regenerador. Esto es a la vez muy sencillo y demasiado complejo para ser explicado con palabras.

Si el movimiento regenerador es explotado de una manera más o menos especulativa en otros


sitios, no ocurre lo mismo con los practicantes de nuestro dojo. Esta es la razón por la que yo creo
útil organizar la enseñanza y la práctica. Los practicantes vienen, movidos por la necesidad de
fusión que hay en el fondo del hombre, y que ningún otro medio puede satisfacer. Esta necesidad
precede incluso a la comida y al acto sexual. Sin ella, todo se vuelve soso. Por el movimiento
regenerador vuelven momentáneamente al punto de partida de sus vidas, a esta fuente donde no
existe ni el tiempo ni el espacio, ni el pensamiento, ni yo ni tú, donde no existe nada o existe todo.
Si debe darse un nombre a esta experiencia, se la debería llamar “vida” sencillamente.

Esa es una imagen demasiado idealista de lo que pasa en realidad. En la práctica no se fusiona uno
tan fácilmente. Hay momentos en que uno tiene una pareja agradable y todo parece deslizarse
como el agua por el río. Hay otros en que se tiene una pareja desagradable y se siente que no pasa
nada. Lo que aún es más importante es que parejas antes agradables dejan de serlo o viceversa.
Qué complejidad.

Pero la imagen que es siempre válida es la del corazón del Cielo puro. Por encima de las nubes,
hay un cielo azul.

Si se desencadena el movimiento por la suspensión momentánea del sistema voluntario, esta


suspensión no significa supresión. El movimiento regenerador no apunta en ningún caso a crear
seres sin voluntad y sin inteligencia. La inteligencia y la voluntad son necesarias para la vida social.
La normalización del "terreno” las salva del estado de esterilidad en el cual están a menudo
expuestas a caer.
Hay a veces gente que es totalmente incapaz de aceptar esta suspensión momentánea. Conservan
celosamente todo su bagaje de conocimiento adquirido y de prejuicios. Si el resultado no es
satisfactorio, la falta no puede ser atribuida al oficiante. Uno se pregunta si han venido para
practicar el movimiento o para demostrar o predicar su credo. Algunos quieren explicarlo todo con
su conocimiento del yoga. La presencia de ciertos practicantes de salud no ha sido siempre
afortunada.

Ellos no podían evitar el aplicar su técnica a pesar de las protestas de sus compañeros. Un hombre
venía a predicar la virtud de la tolerancia. Como su interlocutor no respondía, se ponía fuera de sí.
Me he visto obligado a intervenir. No son sencillos los hombres.

Al cabo de algún tiempo, seis meses o un año, los practicantes dicen que no saben qué responder
cuando los otros hacen la pregunta: ¿Qué es el movimiento regenerador? Es señal de que ya
saben algo.

Los que hablan no saben. Los que saben no hablan.

Sin embargo, la gente que les rodea siente a pesar de todo que algo les ha pasado. Lo que sienten
es el cambio del “terreno”. Pero no saben cómo definir su impresión. La observación más
frecuente que he interceptado es: has crecido últimamente.

Una señora ha tratado, para ver si era sencillamente una impresión subjetiva o un hecho objetivo,
de medirse. Ha encontrado que había crecido efectivamente un centímetro. En mi opinión, no es
que haya crecido, sino que su postura se ha enderezado. Conozco otro caso de dos centímetros.

Se ha notado también el deshielo en las relaciones maritales, o en las relaciones entre padres e
hijos. Hay algunos que desarrollan un cierto olfato en su trabajo, o que experimentan una facilidad
desacostumbrada en el paso de la decisión a la puesta en ejecución. En resumen, ésto no son más
que signos de la normalización del “terreno”.

Lo que temo no es tener imitadores, sino que éstos desnaturalicen la cosa. Como el movimiento
regenerador no tiene formas fijas, basta un poquito de nada para transformarlo completamente.
El factor de transformación es la motivación inconsciente del oficiante.

La idea a la que uno se puede dejar fácilmente arrastrar es la de liberación o desahogo. Si el


movimiento regenerador fuera simplemente un método de liberación, bastaría con
dar permiso, y con un poco de alcohol y de música frenética se podría provocar en la gente con
exceso de energía una especie de bacanal. Con entusiasmo, se podría llegar hasta a una orgía
sexual.

Esto no sería más que una especie de consumo explosivo de la energía, lo que no tiene nada que
ver con el movimiento regenerador. Este no es necesariamente ruidoso, acelerado o espectacular.
Si aparece a los ojos del profano como una cosa desordenada, es de hecho un movimiento
extremadamente preciso.

Dudo todavía en dar demasiados detalles sobre ésto, pues si los practicantes se pusieran a
observarse los unos a los otros, cesarían el movimiento y se convertirían en espectadores
inmóviles. Por el momento, tienen sencillamente interés en practicarlo. Más tarde, cuando hayan
adquirido una cierta libertad, constatarán que el movimiento en los otros es tan preciso como el
suyo, porque corresponde a la necesidad del cuerpo. Ellos sienten ya que el movimiento puesto en
marcha es tan complejo que es difícil reproducirlo voluntariamente.

He comprobado que ciertas personas del tipo 2, es decir, del tipo cerebral pasivo, hacen
movimientos de cabeza extremadamente rápidos a derecha e izquierda, de forma que veo su nariz
casi simultáneamente por los dos lados, como el rostro de Jano. No voy a multiplicar los ejemplos.
Hacen falta muchos arlos de observación antes de darse cuenta de que ningún gesto es hecho al
azar.

El desahogo-liberación es personal, pero voluntario en tanto que movimiento. Se reanima y muere


con la pasión. Me acuerdo que en la década de 1930 había un Negro americano que había lanzado
una religión de liberación. Le llamaban “Padre Divino”. Una multitud de gente se reunía alrededor
suyo, bebía, comía, cantaba y bailaba. Había incluso entre ellos Blancos fieles y fanáticos, lo que
era bastante excepcional en un país donde la discriminación racial era muy fuerte en esta época.
Era extremadamente rico. Tenía uno de los dos ejemplares más costosos de Cadillac; el otro
estaba al servicio del Presidente de los Estados Unidos. Los que quieren hacer dinero con la
liberación podrían provechosamente imitar su ejemplo.

La idea que difícilmente puede eliminarse es la de terapéutica. Hay un número inverosímil de


gente que va en busca de artes de curación. Como su óptica es muy estrecha, no
ven en cualquier cosa más que el reflejo de su. esperanza. Yo he rechazado sistemáticamente a los
que han venido con la idea expresa de pedir el alivio de sus males. Pero, con el número, es
inevitable que se cuele gente con ideas fijas.

El Dr. K., cirujano y profesor de universidad, es miembro de la Sociedad Seitai en el Japón. Tiene
una alta estima de la técnica del M. Noguchi. Pero, como médico, tiene su idea fija de terapéutica,
intenta a menudo persuadir a Noguchi de utilizar esta técnica para la curación. Será por el bien de
la humanidad, dice.

No, dice Noguchi, eso no hará ningún bien a la humanidad. Es porque usted los cura por lo que
caen enfermos. Es porque usted los cura por lo que tienen miedo de las enfermedades. Es porque
usted los cura por lo que no toman conciencia de su fuerza interior. Suprimid los médicos y el
mundo será mejor. Usted primero, abandone su oficio.

Los dos hombres no parecen ceder en su posición respectiva. Creo que se necesitarían todavía
miles de años antes de que el Dr. K. comprendiese la posición de Noguchi.

La inteligencia humana ha corroborado la idea de que el hombre tiene cada vez más necesidad de
protección, de cuidados y de muletas.

La normalización del cuerpo conduce a desembarazarnos de estas innumerables muletas.


Comprobamos entonces que, sin hacer nada, flotamos en el agua y que andamos sobre nuestros
pies sin apoyo. Es la filosofía del No Hacer. El summum del movimiento regenerador es no hacer
nada especlal para la vida, pues la vida se convierte ella misma en el movimiento regenerador.
XVIII

EL VIENTRE QUE RESPIRA

El cartesianismo es una filosofía del conocimiento según la cual todo problema es concebido en un
espacio homogéneo e inmóvil.

El postulado que admite es la posibilidad de dividir este espacio. Sirve pues para analizar los datos
y clasificar el conocimiento. En Francia, el cartesianismo está en la base de todo: la ciencia, la
moral, la política, la administración... todo.

Cuando se trata el problema del ser humano, se le define sobre la base de este espacio: está
dividido en dos, el mental y el físico. Cada uno de éstos es dividido a su vez tantas veces como se
quiera.

El movimiento regenerador nace, en este sentido, de una filosofía enteramente diferente, en la


cual el ser humano es tratado en su conjunto: es a la vez mental y físico, a la vez pensamiento y
acción, a la vez individuo y medio ambiente.

A diferencia de las filosofías occidentales, cuyo campo es únicamente verbal, completamente


separado de la acción y de la práctica, el movimiento regenerador incluye a la vez la comprensión
y la práctica. Su campo de acción no está en el conocimiento, sino en el sentir.

Es difícil describir el movimiento regenerador en el cuadro de las concepciones occidentales, tales


como: gimnasia, relajación, liberación, terapéutica, dinámica de grupo, etc.

El movimiento debe ser practicado sin finalidad. Cuando se le practica con un objetivo,
clasificándolo en una catego-
ría cualquiera tal como las que acabo de enumerar, se le pone un límite al movimiento. Este cesa
de desarrollarse más allá de este límite, y la óptica queda en su estrechez inicial. Nosotros dejamos
al Corazón del Cielo Puro actuar sobre nosotros mismos. No combatimos las nubes negras. Esta es
la filosofía del No-Hacer, en la cual la lucha entre las fuerzas antagonistas no existe.

En cuanto al cartesianismo, es útil en la vida social, como un cuchillo es útil para hacer un trabajo.
Pero tan pronto como se acaba el trabajo, lo dejo. No duermo con un cuchillo en la mano.

Un día una persona me preguntó si quería hacer publicidad para el movimiento. Yo dije no.

¿Qué queréis que ponga como fórmula de seducción?

¿Rejuveneceos o embelleceos con el movimiento regenerador?

Y ésto, ¿con fotos “antes” y “después”?

Es verdad que puede haber rejuvenecimiento, pero es porque se ha envejecido demasiado


rápidamente. Hay que envejecer normalmente con la edad. En cuanto a la belleza femenina, yo no
soy especialista en ella. Es verdad que la fisonomía cambia, los rasgos duros se borran. Pero ¿cuál
es el criterio de juicio para la belleza?

Yo diré: el summum del movimiento regenerador es el no-movimiento. La filosofía del No-Hacer,


es decir, que no se tiene necesidad de nada porque se tiene todo.

Si ésto equivale a decir que nó se tiene incluso necesidad de hacer el movimiento regenerador,
¿cuál es la utilidad de una tal publicidad?

El factor del movimiento no es el conocimiento, pues el conocimiento pertenece al pasado. Hay


sorpresas para los que dependen de su conocimiento.

El factor del movimiento es el ki. El ki escapa a toda definición cartesiana, pues trasciende el
espacio y el tiempo. Es no-forma. Trasciende todas las categorías definibles como agentes de
acción material tales como fuerza, energía, magnetismo, emanación, fluido, etc.

En el curso de los treinta últimos siglos, el Occidente ha rechazado todo lo que habría podido ser el
equivalente del ki: psiquis, pneuma, anima, spiro. El dualismo occidental está establecido entre lo
mental y el cuerpo, entre el bien y el mal.

Nos remontamos, pues, tres mil años atrás para volver a


encontrar el “terreno” aún no dividido, como una finalidad, como un punto fijo definido de
antemano. No existe un modelo perfecto de estado normal del “terreno”, pues cada uno es
diferente. La normalización debe venir sola, sin esfuerzo. Debe revelarse en el sentir.

Algunos dicen:

Nosotros observamos una disciplina severa. No fumamos, no bebemos. Evitamos la polución y nos
purificamos a fin de aumentar nuestro poder. Practicamos con un objetivo preciso: intensificar
nuestra facultad sobrenatural. Así pues, somos superiores a usted.

Que lleven su vida pura; como ellos quieran. En cuanto a mí, tengo relación con gente que vive en
la polución de la vida moderna, en el humo de los cigarrillos, en el polvo de las aceras, en el ruido
de las agitaciones urbanas, en contacto con millones de microbios. Nosotros desarrollamos
nuestra facultad de adaptación. En cuanto a la facultad sobrenatural, no tenemos necesidad de
ella. No somos ni ermitaños ni brujos.

Todo lo que nos hace falta es la cabeza fría y los pies calientes.

Sin un aprendizaje especial, podemos hacer una profecía infalible: que todos estaremos muertos
un día, de aquí a algunos años, algunas decenas de años o, en todo caso, en cien años. Incluso yo.
Todo el mundo es pues más o menos profeta. Esto nos basta en lo que concierne a la facultad
sobrenatural.

La sociedad de consumo nos empuja a aumentar nuestro haber:

Llegado a las vísperas de la vida se tiene todo: dinero, casa, residencia secundaria, coches,
aparatos y una multitud de otras cosas. Es entonces cuando el pobre humano se da cuenta de su
inmenso error: no ha disfrutado verdaderamente ni un instante de su vida. Ya no tiene el valor ni
el deseo de aprovechar sus bienes. Está agotado; es evidente que el goce no está en los bienes
materiales, sino en el ser, en el “terreno”.

Sólo el disfrute completo de la vida nos conduce a la muerte apacible. El disfrute no exige
necesariamente la posesión. El disfrute está en la perfecta concordancia entre el pensamiento y la
acción.

¡Ay! La sociedad moderna no nos permite este lujo, nos diremos. Es verdad que el desfase entre el
pensamiento y la
acción aumenta cada vez más. Estamos atacados por toda clase de prohibiciones, de coacciones, y
agredidos por celos y calumnias.

Los civilizados, a causa de su inteligencia, han encontrado dos soluciones: la droga y la


espiritualidad.

La droga, agente químico que actúa sobre los sistemas orgánicos, procura efectos de ilusión, en
detrimento, sin embargo, de la armonía de conjunto del “terreno”. Gusta a los amantes de
resultados inmediatos, a causa de su eficacia. La espiritualidad, aislando al individuo de su mundo
exterior, le permite entregarse a una proyección astral fantasmagórica. También su lenguaje se
vuelve tan sutil, que es difícil seguirle. En consecuencia, estará satisfecho de su superioridad sobre
nosotros.

Nosotros no buscamos tan lejos. Nos contentamos con lo que tenemos en nosotros mismos. El
bostezo es uno de los ejemplos de la perfecta concordancia entre el pensamiento y la acción. Es
inmediato y no exige ningún agente químico exterior, ni investigación intelectual alguna. Es verdad
que se debe evitar hacerlo en presencia de otro. Igual ocurre con el pedo. Esta función natural que
regulariza la tensión del gas intestinal es menospreciada por los civilizados. La ética social lo
condena. Pero cada uno sabe el inmenso alivio que nos procura, con tanta mayor agudeza cuando
se esté privado de él. Sin llegar hasta animar a todo el mundo a abusar de él, quiero al menos
rehabilitarlo.

Más aún que al bostezo y al pedo, debe darse importancia a la respiración, que es el pivote central
del que emanan todas las otras consecuencias. Cuando se tiene la respiración se tiene todo. Por el
contrario, cuando no se tiene la respiración, no se tiene nada. Está uno muerto, sencillamente.

Pero sin embargo, desde hace un buen rato que escribo sobre la respiración, no he explicado
jamás cómo respirar. Es curioso. Mientras que se esperaba tener instrucciones, como por ejemplo:
ajustad la posición de vuestros pulmones de manera que, etc., inspirad suavemente por la nariz de
manera que, etc. Ni una línea. Es aberrante. Decididamente no se puede clasificar una cosa
semejante bajo el capítulo de la respiración.

La respiración de la que hablo no es la que se entiende de ordinario, es decir, respiración


pulmonar. Sobrepasa incluso el cuadro de la respiración abdominal. No hay límite en realidad.
Puede ser tan grande como se quiera.
Es cuando se quiere pasar de la respiración pulmonar a la que se hace en las profundidades del
vientre cuando se encuentran dificultades. La respiración se bloquea al nivel del diafragma, en el
plexo solar.

Hay en Japón mucha gente que ha lanzado su método de respiración abdominal. Estos métodos,
centrados en la obtención directa de tal o cual resultado, no tenían siempre el éxito garantizado,
ni sus mismos creadores estaban exentos de graves accidentes.

Se comprueba al hacer el movimiento regenerador que la respiración franquea, poco a poco, la


barrera del plexo solar y penetra más abajo, dando rodeos muy complejos.

¿Cuál es pues la utilidad de la respiración abdominal profunda?

Esta pregunta es extremadamente difícil de responder porque compete al campo de la experiencia


y de lo vivido, y no al del conocimiento intelectual. Difícil sobre todo con los europeos que
conceden la mayor importancia al cerebro, en detrimento de todo el resto del cuerpo.

Hay una expresión en japonés que designa un punto del vientre, seika tándem, el punto situado
debajo del ombligo, llamado arrozal del cinabrio. El arrozal del cinabrio es una expresión que
proviene del taoísmo chino. Este punto es llamado igualmente kikai, océano del ki.

Esta expresión es empleada corrientemente por los japoneses. Cuando tienen problemas dicen:
hay que reafirmar el seika tanden. Es el secreto del hara, el vientre. Se cree que reafirmando este
punto, se puede resolver cualquier problema. Qué contraste con el cartesianismo.

Si tuviera que encontrar en francés algo que tuviera un lejano parecido a la fórmula japonesa del
tándem, sería el proverbio: consultarlo con la almohada. Un buen sueño, al reequilibrar el cuerpo,
aporta una óptica más amplia, mientras que un esfuerzo intelectual demasiado prolongado nos
conduce a la noche en blanco y al conflicto.

Solamente ocurre que es fácil hablar pero difícil reafirmar el tándem. No es como cuando se
enciende un cigarrillo con un encendedor. Los japoneses que hablan de ello como de una panacea
no son a menudo más que pequeños maestros. No se dan cuenta de la verdadera complejidad que
presenta este problema del tándem.

En el seitai, el tándem corresponde al 3er punto del vientre, que se encuentra debajo del ombligo,
a una distancia de
tres dedos (de los del sujeto). Más aún que por medidas se puede encontrar este punto cuando se
tienen dedos bien sensibilizados. Cuando se apoya ligeramente sobre este punto, en la posición de
acostado sobre la espalda, al seguir el ritmo de la respiración, se nota allí una especie de agujero.
(Se puede ensayar sobre uno mismo, pero no sobre los demás. No se juega con estas cosas).

Este agujero, en un “terreno” normal, retrocede con la espiración, como una pelota de caucho
bien hinchada. En este caso, se dirá que el tercer punto del vientre es jitsu, positivo, lleno, elástico
(que rebota). En el caso contrario, el agujero solamente retrocede, y no tiene fuerza para rebotar
contra el apoyo de los dedos. El tercer punto es entonces kyo, negativo, vacío, deshinchado. Entre
los dos, existe un estado neutro, chu.

Existen también el primer y el segundo puntos del vientre, los cuales se presentan bajo tres
aspectos: positivo, neutro y negativo. El primer punto se encuentra un poco más abajo que el
apéndice xifoides, y el segundo, entre el primero y el ombligo.

Estos tres puntos no corresponden a ninguna referencia anatómica. Existen en el hombre mientras
está vivo. Con la muerte, desaparecen completamente. Su existencia es debida a la postura
vertical que asume el hombre sobre los dos pies, pues no existen en los otros mamíferos de cuatro
patas.

Cuando el centro de gravedad del hombre se encuentra sobre la línea que une la tercera lumbar al
tercer punto del vientre, este último punto es positivo, y por lo tanto normal.

Toda esta descripción es demasiado abstracta para que se pueda sentir algo. Voy pues a poner
ejemplos para trasladarla al campo de la sensación.

El caso del tercer punto positivo:

En la víspera de la batalla de Rocroi, el príncipe de Condé, después de haber dado sus


instrucciones, se durmió con un sueño profundo y apacible que nada parecía perturbar. ¿Tenía la
premonición de su victoria? ¿No pensó ni por un momento que el menor error podía hacer
fracasar su obra totalmente? Una tal seguridad en sí mismo, sin afectación, no puede venir más
que de un hombre con el tercer punto bien positivo.
El caso del tercer punto negativo:

En la época en que el ejército japonés guerreaba en China, algunos oficiales decapitaban


frecuentemente a los prisioneros. Se observaba entonces que éstos tenían un aire extraño cuando
se les conducía al lugar de la ejecución: andaban de puntillas, de modo que sus talones no tocaban
la tierra.

Cuando uno tiene una gran preocupación, el ki o la energía, si se quiere, sube a la cabeza lo que
hace poner rígido el cuello. Pero, al mismo tiempo, esta rigidez repercute sobre la contracción de
los tendones de Aquiles.

En el seitai, ésto forma una serie de reacciones encadenadas: la energía excesiva en la cabeza, la
rigidez del cuello, la contracción de los tendones de Aquiles. En caso de un terror extremo, el bajo
vientre se ahueca: el tercer punto es negativo.

Desde el punto de vista del seitai, el vientre no es simplemente un recipiente de diversos órganos
digestivos, como enseña la anatomía. El vientre, ya conocido en Europa bajo el nombre japonés de
“hara”, es la fuente y el depósito de la fuerza vital. El vientre no es simplemente una región
particular del cuerpo, sino que implica problemas mucho más importantes con relación a la
totalidad del “terreno”. Es el símbolo y la expresión de la actividad vital del hombre.

Los nervosos tienen un vientre duro, los neuróticos tienen los dos lados del ombligo endurecidos,
y su vientre está apretado. Los coléricos tienen el plexo solar duro. La inquietud endurece el
estómago, lo que hace que la alimentación no pase. Estos estados nos permiten comprobar a qué
profundidad del vientre penetra la respiración.

Cuando se tiene buena salud, la respiración penetra hasta el bajo vientre que, por este hecho,
demuestra una flexibilidad rebotante. Cuando se está débil, la respiración no desciende más que
hasta el plexo solar. Si el debilitamiento continúa, se respira al nivel del pecho, después al de los
hombros. Finalmente se respira solamente con la nariz, y entonces el debilitamiento alcanza su
punto extremo.

Así, el estado del vientre muestra la penetración más o menos profunda de la respiración, y
simboliza la salud del individuo. Una respiración poco profunda muestra que el individuo está
perturbado, sea mentalmente sea físicamente.

La noción de salud, que debería ser fundamental, permanece muy vaga tanto entre los profanos
como entre los es-
peclalistas. Ni la medicina, ni la anatomía, ni la fisiología pueden proporcionar una respuesta
precisa, de igual manera que la física de Newton no es capaz de explicar su noción fundamental de
masa. Se piensa vagamente que la salud es la ausencia de enfermedades. Así pues, estamos
inducidos a combatir las enfermedades.

El seitai no se ocupa más que de la normalización del “terreno” o dicho de otra manera, de hacer
más profunda la respiración. Su objetivo es el “terreno”, y no la persecución de las enfermedades.

Puede decirse que el estado del “terreno” es normal cuando los tres puntos del vientre se
presentan de la manera siguiente: el primer punto, negativo, el segundo, neutro, y el tercero,
positivo.

El primer punto muestra el estado de des contracción de todo el cuerpo. Si es positivo, el sujeto no
está relajado, incluso si cree estarlo. No puede bostezar, lo que sería una forma de relajación. Su
sueño es poco profundo y constantemente perturbado.

Una explosión de cólera puede flexibilizar la región del primer punto. Detrás del carácter colérico
de las personas hay que leer esta necesidad fisiológica de flexibilización. El dolor es una forma de
contracción. Mientras el primer punto es negativo, el dolor no es importante. Desaparecerá por sí
solo. Si es positivo, es serio. El sujeto se encuentra en la incapacidad de disipar su dolor. Mientras
se encuentra positivo, la respiración abdominal es impracticable; dicho de otra manera, está
íntimamente ligada al estado de descontracción general.

El segundo punto indica la función reguladora del cuerpo con respecto a la excitación. Si el punto
es neutro, el sujeto puede por ejemplo comer no importa qué. Lo asimilará todo. Si es positivo,
tendrá que escoger sus alimentos, pues no podrá asimilar ciertas cosas. Si es negativo, hay
desorden en la disposición de los órganos, y la asimilación se hace muy difícil.

El tercer punto indica la potencia vital del individuo. Indica igualmente su potencia sexual (es la
fuente de juventud). Si es negativo, el sujeto está agotado, y ya no tiene fuerza para reaccionar. Si
se rompe, roto se queda. Si es positivo, se recupera rápido.

En el seitai, la edad no es función del calendario, sino del estado de este punto. Si es negativo, se
es viejo. Se puede ser
un viejo a los veinte años, se puede ser joven a los sesenta años.

Existen muchos métodos que tienen por objeto reafirmar el “tanden”, es decir, el tercer punto. La
idea es buena al principio, pues se trata de cuidar directamente la fuente de la vida. Pero, a pesar
de todos los esfuerzos, el punto se vuelve negativo cuando la potencia sexual se agota. Hay que
admitir, pues, que el estado de este punto es algo completamente diferente de una cierta
condición de los músculos abdominales.

La potencia sexual es el símbolo de la continuidad. Por más inteligente que se sea, no se tiene
continuidad en el trabajo cuando el tercer punto es negativo.

La salud, según el Seitai, no es sinónimo de longevidad, de invulnerabilidad, de ausencia de


enfermedades, de buen funcionamiento del organismo humano.

La salud consiste en la actitud del individuo en la vida. Si uno pasa toda la vida replegado sobre sí
mismo, empujado por el miedo a la muerte, preocupado a cada instante por el cuidado del buen
funcionamiento del organismo, traumatizado de antemano por la posibilidad de fracasos, de
enfermedades, de desfallecimientos, no se habrá vivido plenamente la vida.

Un hombre con buena salud no piensa ni en su estómago ni en su cabeza ni en sus pulmones. No


tiene conciencia ni de su cuerpo ni de su mental. No tiene necesidad de ser un superhombre; sabe
dar el máximo en cada instante de su vida.

¿Somos capaces de vivir plenamente? Es el estado del vientre, o dicho de otra manera, la
profundidad de la respiración, lo que lo muestra. Mientras el vientre no está en orden diremos: sí,
yo viviré plenamente cuando tenga una salud mejor, cuando sea más capaz, cuando tenga un poco
más de dinero, cuando tenga el apoyo de gente poderosa, pero...

Si durante tantos años de existencia sobre la tierra, no se hace más que caminar pasivamente
hacia la muerte o si se vive activa y plenamente, se hace objetivamente poco más o menos lo
mismo; la diferencia está en la satisfacción que se siente de haber hecho lo máximo o no.

La vida es una sucesión de reacciones con respecto a la excitación ejercida sobre nuestro ser. La
excitación puede ser la absorción de los elementos, aire, agua, alimentos, la
relación humana que comienza en el hogar, la exigencia de nuestras facultades en la adaptación a
la vida social, el cambio de clima, la exposición a los elementos patológicos o perturbadores, etc.

Nuestra actitud frente a la excitación puede ser activa o pasiva. Esto depende de la profundidad de
nuestra respiración. Activa, usted supera las dificultades. Pasiva, usted sucumbe. Se persuade uno
entonces falsamente de que la voluntad es fuerte o débil. Pero la voluntad no nos permite ni
siquiera cambiar nuestro humor desabrido, ni provocar la sudoración. Ella rige solamente la
relación entre el cortex y los músculos voluntarios.

Es el estado del vientre lo que determina si se es capaz o no de superar las dificultades. Si el


vientre está bien, todo lo que tiene que decirse es: no se preocupe. Siga adelante.
XIX

LA NECESIDAD DE EQUILIBRIO

La aportación de elementos exteriores, aire, agua, alimentos, es necesaria para mantener la vida
del hombre. Privado de alimentos, el hombre puede vivir durante semanas o meses. Sin agua,
muere al cabo de algunos días. Sin aire, entrega el alma al cabo de algunos minutos.

Esta aportación, si bien es necesaria, no constituye sin embargo una condición suficiente. El
hombre muere a pesar de todo, incluso teniendo a su disposición la alimentación mejor adaptada,
el agua más potable y el aire más puro. Entre un hombre vivo y un hombre muerto no hay
diferencia en cuanto a la estructura anatómica y a los componentes químicos. Pero hay algo que
hace que uno esté muerto mientras que el otro vive. Este algo tenemos la costumbre de llamarlo
“vida” sin saber exactamente lo que es.

¿Es la vida una substancia cuya formación es debida al azar? ¿Una especie de onda electro-
magnética? ¿Una especie de aura? ¿de flujo?

Sea como sea resulta que la vida actúa como una fuerza que da cohesión a los elementos
absorbidos. Estos últimos, en el fondo, no tienen nada especialmente diferente de lo que se
encuentra en la naturaleza. El agua es el agua, ya esté en el cuerpo o en el exterior. El hierro, el
cobre, el calcio, el fósforo, se encuentran todos en la naturaleza. La única diferencia reside en esta
fuerza de cohesión que actúa sobre ellos cuando están en el cuerpo.

Es esta fuerza de cohesión lo que llamamos “ki”.

¿Qué es ki? No sabemos nada de él. ¿Será esta una respuesta de bromista? Veremos.
Con el desarrollo de las investigaciones parapsicológicas, la cuestión de esta “fuerza” misteriosa
parece despertar la atención de la gente que está en busca de la verdad.

Para ciertos investigadores occidentales, la parapsicología ofrece la prueba del triunfo del espíritu
sobre la materia. Para ellos, aquélla ofrece un arma poderosa para combatir el materialismo
sórdido de las masas. En el mismo momento, los soviéticos pretenden que la parapsicología va a
resolver todos los misterios del psiquismo y a establecer así la supremacía del materialismo sobre
los pensamientos ocultos o religlosos.

Incluso procediendo a experiencias de la misma naturaleza, ambos se han orientado por una y otra
parte hacia finalidades diametralmente opuestas. Sin duda sus procedimientos experimentales
son científicos. Ellos se afanan en analizar fenómenos inexplicables por la concepción racionalista
clásica. Su actitud científica parece estar guiada, a un nivel filosófico, por principios
fundamentales; éstos pueden ser, bien un prejuicio materialista, bien un prejuicio espiritualista.

No se discute la toma de posición filosófica. Se es libre de adoptar cualquier posición. Sólo la


universalidad en la aplicación puede poner a prueba la validez de esta posición.

La posición del Seitai con relación al “ki” es la siguiente: El “ki” no es un fenómeno cualquiera.
Precede a todo fenómeno. No puede pues ser designado por uno cualquiera de los términos de los
cuales nos servimos para explicar los fenómenos físicos, químicos o naturales, tales como fluido,
magnetismo, aura, ondas, energía, fuerza, flujo, radiaciones, etc.

Esta es, evidentemente una posición difícil de admitir por parte de los Occidentales que han,
desde hace tres mil años, eliminado sistemáticamente de su vocabulario un término tan vago e
indefinible. Pero la dificultad no está únicamente en los occidentales. Tampoco perdona a los
Orientales que van hacia la civilización moderna.

Diré incluso que ciertos Occidentales que han comprobado la complejidad de la lógica moderna,
provocada por la física moderna, sin hablar de la parapsicología, pueden estar, en un sentido,
mejor dispuestos a abordar el problema del ki.

Se conocen numerosas experiencias que han sido hechas para probar la existencia de una fuerza
misteriosa o para
medir su intensidad. Algunos tratan de medir la intensidad por la descarga de electricidad estática.
Otros tratan de fotografiar el aura. Los soviéticos han fotografiado ya las radiaciones vitales. Los
magnetizadores son capaces de “momificar”a un pez por la simple imposición de las manos.

Son éstos fenómenos que pueden ser relacionados con las diferentes manifestaciones del ki, pero
el ki por sí mismo no tiene ningún carácter determinado. Si se mide o se fotografía no es el ki.

Este indeterminismo es una verdad rigurosa en lo que concierne al ki. No se sabe si existe o no
existe, en el mismo sentido que una mesa, una flor o una persona existen.

Los soviéticos han escogido la vía del determinismo material, y éste es un asunto que les
concierne. Quizá encontrarán un día la fórmula de las ondas vitales y el medio de utilizarlas
industrialmente. Podrán entonces fabricar seres humanos con procedimientos científicos y éstos
ya no tendrán necesidad de sexo. No habrá en consecuencia crímenes y ésto será el paraíso
terrenal.

Desde nuestro punto de vista, si el ki no pertenece al campo de los fenómenos, puede por el
contrario provocar, por la concentración mental, fenómenos que desafían cualquier ley de la física,
la óptica, las matemáticas o de otra clase.

En otro tiempo un japonés, Koichi Mita, sensibilizó una placa fotográfica por medio de la
concentración y produjo una foto presentando la esfera de la luna situada sobre el lado invisible
de nuestro planeta. Como no se parecía a los aspectos conocidos de la esfera visible de la luna, fué
desacreditada. Pero cuando el Lutnik 3 ha enviado las fotos del lado oculto de la luna, se ha
comprobado un parecido asombroso entre estas fotos. Mita no se ha aventurado jamás fuera de
nuestro planeta. ¿Cómo se explica ésto?

Los escépticos pueden aún pretender que es un parecido fortuito. ¿Qué decir entonces de la gente
que es capaz de adivinar el contenido de vuestro portamonedas, tantos billetes de tanto, tantas
monedas, total tanto? Esto está verificado cada vez y vosotros quedáis asombrados de que ellos
sepan detalles que vosotros mismos ignoráis (1).

(1) No se trata de esos trucos que se ven en los bulevares, que se hacen con ayuda de un
comparsa que, después de haber examinado el contenido, envía señales codificadas a la
“vidente”. Se adivina todo, sin intermediario. Wani- saburo Deguchi, amigo del Maestro
Ueshiba, sobresalía en este arte y asombraba a los periodistas que lo entrevistaban.

Sin embargo, la posición del Seitai, incluso admitiendo la


posibilidad de tales hechos, no es la de animar a la gente a emprenderlos. Admite que en principio
todo es posible, en la medida en que se concibe esta posibilidad y que se concentra uno en ella.

El ki no tiene límites. Trasciende el espacio y el tiempo. Es la óptica de cada uno la que lo limita.

Para el Seitai no hay mayor milagro que el hecho de que cada uno de los individuos, sea
inteligente o estúpido, rico o pobre, fuerte o débil, continúe viviendo. Al lado de este hecho todas
las proezas humanas, el lanzamiento de los cohetes espaciales, las bombas nucleares, los grandes
descubrimientos, etc. no son más que secundarios.

Los especialistas discuten para determinar en qué momento empieza una persona humana: seis
meses después de la concepción, dos meses, o desde la concepción. Tienen ciertamente razón en
su especialidad, pero ésto no son más que discusiones bizantinas. La vida no empieza de pronto en
un momento dado.

Cada individuo representa un eslabón en la larga continuidad de los seres vivientes. Cuando nos
remontamos a un pasado muy lejano, hubo un tiempo en que nuestros antepasados andaban a
cuatro patas. El hombre ha llegado a ser hombre a partir del momento en que empezó a adoptar
una postura vertical, lo que liberó las manos a favor de funciones más inteligentes, por ejemplo,
manejar herramientas. Cuando nos remontamos aún más atrás, llegamos a seres sin cerebro, ni
sistema nervioso, sin sexo, y así hasta el protozoo. Cuál ha sido la primera manifestación de la vida
sobre la tierra, lo ignoro. Pero la vida no comienza con la aparición de los fenómenos vitales. Es la
vida la que ha suscitado los fenómenos vitales. Antes que la primera amiba fuera, yo soy.

En tanto que individuo, portador de un nombre personal, poseedor de su inteligencia, de su


memoria y de su voluntad, no se empieza a vivir más que en determinado momento de la historia.
Esto es una unidad jurídica y administrativa. Corresponde a la concepción geométrica del ser, en
tanto que suma total de sus partes. Es una óptica estrecha que nos orienta hacia el análisis cada
vez más minucioso.

La óptica amplia pone en evidencia la asombrosa continuidad de la vida, sea cual sea la forma que
haya tomado para manifestarse. De eslabón en eslabón, desde hace miles de millones de años,
esta continuidad no ha sido rota ni una sola vez para llegar hasta nosotros.
Se piensa que el cerebro es la sede de la conciencia. Pero ¿cuál es esta conciencia oscura que ha
sentido la necesidad de tener un cerebro y que ha preparado efectivamente el cuerpo para tener
uno, dándole un sistema nervioso central? Pensábamos pues antes de tener cerebro. La vida ha
creado todo, poco a poco, a medida de sus necesidades, pero, al mismo tiempo, ha reducido a la
atrofia los órganos que han dejado de servir.

El embarazo prepara un recién nacido en nueve meses. Este está provisto de todos los órganos
necesarios para la vida. La madre, por su parte, desarrolla su seno para poder dar leche a su hijo.
¿Tiene ésta un conocimiento profundo del proceso, de la anatomía, de la fisiología o de la
dietética? Si el conocimiento fuera absolutamente necesario, se habría esperado hasta el siglo XX
para crear seres humanos. Y si el conocimiento fuera suficiente, la medicina habría podido
producir seres humanos con sus propios medios en vez de dejar a las mujeres asumir esta tarea.

Si las mujeres la realizan desde hace millones de años, sin tener ningún conocimiento sobre ella, es
que todo el trabajo es hecho por esta misteriosa fuerza de cohesión que prevé todo lo que es
necesario a la vida. Esta fuerza de cohesión es el “ki”. Su trabajo no acaba con el nacimiento, sino
que continúa.

Si la estructura fuera todo en la vida, no habría evolución. De hecho, un ser humano, como todo
ser viviente, no cesa de evolucionar hasta su muerte.

La ciencia tiene su disciplina que no le permite aventurarse más allá de los límites de lo visible, de
lo comprobable, del campo de los fenómenos. La fuerza de cohesión está aún en el campo de la
filosofía.

A propósito de la estructura, recuerdo una historia de comparación, de la que he olvidado las


coordenadas exactas pero retenido el contenido esencial.

La historia cuenta la suerte de dos restaurantes de Tokyo, hace cerca de cincuenta años. Uno ha
empezado con la inversión de un capital considerable, con su local, su edificio bien construido, sus
salas, sus cocinas, su personal, su dirección, sus servicios diversos. Al cabo de uno o dos años, ha
quebrado. El otro ha empezado con un solo hombre, que lo ha montado con los medios de que
disponía, sin local inmobiliario, sobre una carreta como las había en otros tiempos en Tokyo. Más
tarde se ha visto obligado a alquilar un local,
después a agrandarlo y, finalmente, a comprar un terreno para construir en él un gran edificio.

Desde el punto de vista de la estructura, es innegable que el primero estaba incomparablemente


mejor equipado que el segundo. Le faltaba, sin embargo, esta misteriosa fuerza de cohesión, lo
que hizo que se desintegrara poco tiempo después.

El chequeo médico está de moda entre los japoneses, que lo llaman con el nombre simbólico de
“carenado humano”. Durante un período de dos semanas, aproximadamente, el sujeto cesa toda
actividad social, entra en una institución médica, sufre allí un examen integral de todas las partes
de su cuerpo por especialistas asignados a estos efectos, y sale de ella provisto de un certificado
de viabilidad.

Como algunas celebridades murieron al cabo de los dos o tres días siguientes a la salida del
“carenado humano”, la prensa se metió con ello e hizo mucho ruido. Pero no se puede atacar a las
instituciones donde cada uno ha realizado concienzudamente su trabajo. El espíritu que anima el
sistema del “carenado humano” es la filosofía que sostiene que el todo es la suma total de sus
partes. Somos libres para adoptar una filosofía y sufrir las consecuencias.

Lo que le interesa al Seitai no son los detalles de la estructura anatómica, sino el comportamiento
de cada individuo que revela el estado de esta tuerza de cohesión.

Esta cohesión, en este caso, está en busca espontánea de un equilibrio y se manifiesta de dos
maneras diametralmente opuestas: en exceso y en déficit. Cuando el ki, fuerza de cohesión o
energía vital, se encuentra en exceso, el organismo rechaza automáticamente este exceso a fin de
restablecer el equilibrio. Lo que despista al observador es que el rechazo, lejos de ser sencillo, se
efectúa bajo formas diversas y complejas. Se manifiesta en el individuo en su comportamiento
verbal, en su gesto o en sus actos. Por el contrario, cuando el ki está en déficit, el organismo
reacciona para colmar esta insuficiencia, atrayendo hacia sí el ki de los otros, es decir, su atención.

El hombre, desde su nacimiento, se manifiesta llorando, y exige si no se siente colmado. Se


manifiesta y exige, sin siquiera saber el sentido de lo que está haciendo. A decir verdad, es un
descaro, pues su gesto, su acto consiste en decir: atención. Estoy aquí. Y ésto basta para que los
otros cuiden
de él. Confía en la generosidad de los otros para vivir, sin que él haga ningún esfuerzo por sí
mismo.

Si el recién nacido se manifiesta y exige lanzando gritos ininteligibles, es que éste es el único
medio de que dispone para vivir. Atraer la atención de los padres es una cuestión de vida o
muerte. ¿Por qué quiere vivir? Él no lo sabe en absoluto.

Reflexionando bien en ello, el hombre, desde su nacimiento hasta su muerte, no hace más que
ésto. La razón que expone para justificar su existencia no es más que fútil. Quiere vivir porque
quiere vivir, porque no quiere morir. Esto no es racional. Es misterioso; es incluso absurdo.

Cuando se hace abstracción de todos los artificios de expresión, de todas las formas engañosas
que se ofrecen a nuestros sentidos, para buscar el verdadero motor del comportamiento humano,
éste obedece a una ley tan sencilla como la ley meteorológica de las presiones atmosféricas. Si hay
demasiada, se descarga. Si no hay bastante, atrae. Dicho de otra manera, el estado de equilibrio
existe virtualmente en cada uno, en su inconsciente.

Los niños inventan a veces medios para atraer la atención de los padres. Para ellos la indiferencia
de los padres equivale a una condena a muerte. Tan pronto como sienten que la atención de los
padres es desviada por los visitantes, he aquí que entran en el salón, con manchas en sus vestidos,
lo que atrae inevitablemente su atención. Si la madre se prepara para ir al mercado, se ponen a
hacer llorar a su hermanito. Si ella está absorta én sus reflexiones, se quejan de sus pupas; se
lastiman o caen enfermos.

Contrariamente a lo que desean los adultos, ellos no comprenden con frecuencia la distinción
entre el bien y el mal. Una reprimenda, unos azotes son otras tantas ocasiones para llenar el
déficit. Cuanto más les gruñen los padres, más continúan ellos la misma fechoría.

Una joven madre me preguntó cómo era posible que su hijo, a la edad de dos años, hubiera
podido contraer una grave molestia intestinal, lo que obligó a hacerle sufrir una operación
quirúrgica.

— ¿Cuáles eran las relaciones con su marido en esta época? pregunté.

-Sí. Estábamos tramitando el divorcio. ¡Ah!, he comprendido, dijo ella.

Si los adultos son capaces de considerar el divorcio bajo


los aspectos jurídicos, emotivos o financieros, el niño no puede comprenderlo. Siente solamente
que su madre está absorta en algo incomprensible y que él está abandonado. Si su padre se va,
ésto es, para él, el sol que desaparece para siempre. Y tiene necesidad de él, incluso si es un mal
sol. Una expresión china dice que la tristeza profunda “desgarra las entrañas”. Esto no es
simplemente una cuestión de corazón.

Cuando los niños no encuentran salida para su energía en exceso, como cuando están encerrados
en la casa a causa del mal tiempo, arman jaleo. Es una necesidad fisiológica que les impulsa a
actuar así.

Los jóvenes, a la edad de la pubertad, sienten la necesidad de manifestar su independencia con


relación a los adultos. El otro día, justo antes de que empezara el concierto de un cantante
popular, una banda de jóvenes subió a la escena, blandiendo cuchillos y navajas de afeitar para
hacerse detener después por las fuerzas del orden. Ellos se manifiestan porque no están seguros
de su independencia, y no saben canalizar su energía en exceso con lucidez.

Esta energía en exceso no es una fuerza definible en cantidad mecánica. Si lo fuese, se la habría
podido utilizar con fines útiles, canalizándola en un sistema racional. ¡Ay! Un esfuerzo voluntario
no sólo no puede descargar la energía en exceso sino, al contrario, aumenta frecuentemente su
presión. Un equipaje, del mismo peso puede ser pesado o ligero, según que se lo transporte por
obligación de trabajo, o que se le tome para el placer de una excursión al campo. Para que la
liberación sea satisfactoria, es necesario que la acción se haga espontáneamente. Es por lo que
después de un momento explosivo de alivio, se tienen a menudo remordimientos cuando vuelve la
lucidez.

Después de varios intentos infructuosos para encender su mechero, un hombre lo arroja al suelo y
lo pisotea, en un acceso de cólera. Y, después, lo recoge, lo limpia y mira si está roto.

Si se toman todas estas agitaciones humanas una por una y si no se fija uno más que en su aspecto
superficial, todo no es más que un absurdo. ¿Por qué se tiene necesidad de obrar así, si debe uno
sentirlo después?

A decir verdad, se obra sin darse cuenta de ello, empujado por una fuerza “misteriosa” que no
estamos en condiciones de explicar. De hecho, no se hace más que obedecer a la ne-
cesidad de equilibrio que es natural a todos los seres vivientes. Esta necesidad no es del orden del
sistema voluntario, sino de la incumbencia del sistema motor extra piramidal. La voluntad no
puede nada sobre ello. Es más fuerte que la voluntad.

Se anuncian hecatombes en las carreteras, cuando llegan las vacaciones. Se reiteran las
advertencias, que resultan impotentes ante la energía comprimida de los conductores que buscan
la evasión fuera de las obligaciones habituales de su vida social.

En un momento de calma, cuando se llega a vaciar un poco la cabeza, se siente, a pesar de todo,
este juego evolutivo del exceso y del déficit de energía.

Cuando se tiene exceso de energía, se tienen irritaciones sin motivo válido, los gestos impacientes,
el hablar acelerado. El tono sube y se experimenta un placer instintivo en oír ruidos estridentes.
Rompemos la vajilla sin tener intención de ello. Si la energía continúa estando a presión por toda
clase de coacciones, se llega a la rotura explosiva o, a falta de objetos exteriores, se rompe uno a sí
mismo. Se tiene un accidente o se cae enfermo. Cuando se sigue el camino de este juego
escondido de la energía, se descubre que ningún comportamiento humano es dejado al azar,
incluso si parece accidental.

Cuando se está en déficit, por el contrario, se siente uno abandonado, deprimido. Se busca
instintivamente el apoyo o la protección de los demás.

El hombre, desde su nacimiento hasta su muerte, está sometido a este vaivén perpetuo de la
energía que no tiene otro objetivo que volverlo a su equilibrio virtual.

En los niños de corta edad, que no tienen otros medios que gritos y gesticulaciones, el juego de la
manifestación y de la exigencia permanece completo. Toma un cariz mucho más complejo en los
adultos, que tienen una estructura mental más desarrollada.
XX

NECESIDAD DE EQUILIBRIO

(continuación)

La idea de que la atención es una energía puede sorprender, pues de ordinario se entiende por
esta palabra una concentración de la actividad puramente mental.

Se admite en general que la atención puede provocar nuestras reacciones cuando se manifiesta
con ayuda de palabras, de la mirada o de los gestos, etc. Estas son señales que nosotros captamos
y de las cuales comprendemos el sentido. Pero no se admite que la atención pura, sin
manifestación por medio de señales, pueda actuar sobre nosotros.

Leemos en Selecciones del Reader's Digest (1) un artículo muy curioso: ¿tienen alma las plantas?
Un hombre da el secreto de su jardinería: les habla a las plantas. Admite que éstas no son
indiferentes a que se les ame o no. Es así como obtiene resultados mejores. El artículo sigue con
una serie de experiencias hechas por Cleve Backster, experto en detectores de mentiras. El
aparato conectado al filodendro reacciona a las mentiras exactamente como si estuviera
conectado al interlocutor. Después descubre que sus plantas reaccionan ante el pensamiento
incluso a distancia. Reaccionan en el mismo instante en que se toma la decisión, antes de que ésta
se manifieste por un gesto cualquiera.

Jacques Bergier cita el caso de un pastor protestante americano que trata a una plantación de
espárragos, dividida en dos porciones iguales, de dos maneras diferentes. Reza por

(1) Ed.fr. abril 1973, p. 21.


una de ellas, mientras que trata a la otra de sucios comunistas. Los espárragos bendecidos
prosperan, mientras que los espárragos insultados decaen. (2)

Un florista japonés obtenía premios en las exposiciones todos los años, aplicando la espiración
concentrada sobre las semillas de los crisantemos. La espiración concentrada, en este caso, es una
atención pura. Hay otros que han probado lo mismo con los peces rojos, los gatos y los perros.

La acción inexplicable de la atención no parece limitarse únicamente a los seres vivos, animales o
plantas, sino que se extiende incluso a los objetos inanimados.

Ciertos fenómenos curiosos son estudiados bajo el nombre de telequinesia o de psicoquinesia.

Un discípulo de Noguchi aplicaba la espiración concentrada al altavoz del tocadiscos de su


maestro, sin saberlo éste. Noguchi encontraba que la sonoridad mejoraba, pero él mismo era
escéptico cuando se le reveló el secreto de esta mejora. Pero el otro continuó su experiencia y
demostró que la mejora reconocida por Noguchi correspondía exactamente a los períodos durante
los cuales repetía la experiencia.

Si se admite que incluso los instrumentos son sensibles a la atención del hombre, ésto podría
explicar no pocas cosas de las costumbres tradicionales del pasado. Pero dejemos todo ésto de
lado por el momento y ocupémonos de lo que pasa únicamente en el hombre.

La atención se presenta en el hombre bajo los aspectos más diversos. De parte de los extraños se
puede ser objeto de curiosidad, de un interés, de una indiscreción. Me ha ocurrido sentir una
mirada fijada en mi espalda por parte de un desconocido. Es una sensación muy molesta. No
puedo decir que he interpretado la expresión de una mirada porque no la he visto. La he sentido
en la espalda directamente.

En 1937, paseándome solo por las calles de Saarbrucken, he sentido una mirada tan persistente
que me he vuelto, muy irritado. Un hombre me miraba con insistencia. Se aproximó lentamente y
me preguntó:

-Sind Sie Japaner? (¿Es usted japonés?)

—Ja, respondí. Entonces se puso a hablar, pero mi pobre alemán, aprendido solamente desde
hacía dos días, no me permitía comprenderle. No obstante, acabé por entender lo que quería. Lo
acompañé a su casa y sufrí durante dos horas

(2) J. Bergicr, Zow atas paranormal, p. 87.


para traducir una carta que había recibido de su amiga japonesa. Todo ésto a causa de una
sensación extraña que sentí en la espalda.

Es sobre todo en un medio ambiente compacto como la familia donde la atención tiene un juego
muy sobre seguro. Los padres, ignorando completamente el proceso natural del equilibrio, aplican
a los hijos una psicología que no es válida más que para los adultos. Estos comprenden el sentido
de las disposiciones imperativas y prevén las consecuencias en caso de desobediencia. La sanción
les pone en guardia contra una acción irreflexiva.

Si se aplica el mismo procedimiento a los niños, el resultado es lamentable. En lugar de poder


seguir los argumentos y reflexionar sobre las consecuencias, ellos sienten en bloque el conjunto de
imperativos y de reprimendas como otra tanta atención dirigida a ellos. La sanción se mide en
función de la intensidad de la energía que colma el déficit. Si los padres repiten el mismo
reproche, los niños repiten la misma fechoría, pues ellos están seguros de antemano del resultado
previsto: atraer la atención de los padres.

Los niños que tienen demasiada energía no son mimosos. A los niños deficitarios les gustan los
mimos. Cuando están cansados, buscan el regazo de su madre o se ponen a llamar “papá, papá”
sin ninguna razón. Incluso los perros, cuando se sienten ignorados, intentan obtener la atención
de su amo. Cuando éste charla con un visitante, “Teri” se aproxima a él y comienza a rascarse, lo
que, traducido en lenguaje inteligible, quiere decir “Estoy aquí. No seas indiferente a mí'. Si su
amo traslada su atención hacia él, se habla de “Teri” en la conversación, y él se queda tranquilo. Si
le gruñe, diciendo “no te rasques”, se rasca más todavía.

La psicología de los adultos es intelectual, pero la de los niños es ante todo fisiológica.

Si los adultos, repitiendo el mismo reproche, obtienen resultados contrarios a los deseados, es que
son demasiado ignorantes de lo que pasa en realidad. Se convierten así en víctimas de sus hijos,
tambaleándose a merced de su fantasía. Les sirven de juguete a causa de su ignorancia.

Si se quiere remediar esta situación ridícula, se debe reemplazar la fórmula falsamente racional de
reproche por otra: la transferencia de la atención.

Si la pequeña Susana quiere a toda costa un pirulí (caramelo chupete), es que el pequeño Juanito,
su compañero, tenía uno que le ha en-
señado demasiado orgullosamente. Decir que un pirulí es una golosina y que, en el fondo, es lo
mismo que un bombón, y que a falta de todo ésto puede contentarse con un dulce o una
rebanada de pan con mermelada, es un razonamiento de adulto, resultado de una abstracción y
de una generalización, que no deja de irritar al niño. ¿Qué hacer ante un imperativo tan poco
razonable y sin embargo impetuoso? ¿Darle un azote o ceder tontamente?

El pequeño Roger se hace pipí en la cama. Por más que los padres le dan reprimendas, ésto
continúa. Hay un hermano mayor, Pedro, que parece acaparar toda la atención de los padres, y
ésto salta a la vista de todo el mundo. El pobre Roger se siente descuidado y no ha encontrado
nada mejor que mojar la cama para atraer la atención de los padres. Esto funciona, la prueba es
que consigue que le regañen todas las mañanas.

En la transferencia de la atención, la cosa más importante es no tocar el sitio sensible. No hacer la


menor alusión a él, no fijar en él vosotros mismos vuestra atención, permanecer completamente
indiferente respecto a ello.

En el momento en que Roger se prepara a meterse en la cama, se le dirá: cámbiate el pijama. Está
sucio. Arregla tu almohada; está mal colocada, etc. Se le regañará abundantemente sobre todo
ello, manteniendo una indiferencia total sobre la cuestión candente. Roger dejará de mojar la
cama.

Ni el pijama ni la almohada posee facultad alguna de actuar sobre la mala costumbre. Roger ha
sentido fisiológicamente la atención de los padres concentrada sobre él. Si éstos permanecen
indiferentes respecto al pipí, éste último ha perdido todo su poder “mágico”.

Los jóvenes y los adultos no carecen de astucia para encontrar medios de retener la atención
cuando sienten un desfallecimiento en su capacidad. Es así como muchos estudiantes tienen una
crisis de apendicitis justo antes de su examen. No puede decirse que lo hagan voluntariamente. La
voluntad, como he dicho ya, no es capaz de hacemos palidecer. Pero, si tenemos miedo,
palidecemos. Se trata de un mecanismo totalmente diferente de nuestra voluntad, gracias al cual
conseguimos retener la atención, evitando al mismo tiempo las dificultades.

Un señor presenta su tarjeta de visita sobre la cual se leen un montón de títulos impresionantes.
Entre ellos, hay “exalcalde de...” ¿Por qué tenía necesidad de mencionar el ti-
tulo de una función que ya no desempeña? Uno comprende cuando ve a su mujer. El se sentía
aplastado por ella. Le hacía falta encontrar un medio de compensación para ocultar su debilidad.

Durante un cursillo, una mujer hizo la pregunta siguiente a Noguchi:

-Maestro: ¿Por qué respiro yo?

-Seguramente para alentar una voz tan bonita es por lo que usted respira, respondió.

Cuando se siente uno débil, se tiene necesidad de atraer la atención incluso con los medios más
excéntricos. Esta necesidad es fisiológica antes de ser psicológica.

El exceso energético nos impulsa a la descarga. Una presión en la vejiga nos irrita y nos hace
apoyar sobre el acelerador sin que nos demos cuenta de ello.

Una irritación experimentada en el trabajo repercute en casa, y la animosidad de casa recae sobre
los clientes. Cuando el cerebro está harto, uno agita las manos y los pies. El estómago hueco nos
vuelve irascibles.

Tanto en las descargas en caso de exceso como en las llamadas de atención en caso de déficit, se
sabrá, si se observa bien, que cada uno tiene una manera particular de actuar. Los hay que
explotan, o que refunfuñan, otros que se ponen a dar pasos de oso, o que rompen los platos. Estas
particularidades nos permiten conocer de qué manera la energía circula en cada individuo. Las
reacciones particulares con respecto a la excitación dependen del sistema motor extrapiramidal y,
por consiguiente, son involuntarias.

Revelan la constitución fisiológica de cada uno, mejor que la descripción de vagas apariencias.

Si cada uno está dotado de un sistema particular de canalización de la energía que le es propio, el
esquema de explicación, cuando se trata de volver a encontrar el juego de equilibrio, se vuelve
mucho más complicado que en el caso de los recién nacidos. Pero también es cierto decir que uno
no puede cambiar su sistema como quiere, porque éste no depende de nuestra voluntad. Cada
individuo repite el mismo comportamiento, a pesar de sí mismo. Acabamos por comprobar un
comportamiento similar en muchos individuos que presentan por otra parte una analogía en su
estructura física.

Es así como somos conducidos a descubrir diversos tipos de polarización de la energía. Situados
bajo un control rígi-
do, nos parecemos más o menos. Las características personales se revelan cuando existe una
pluralidad de posibilidades.

El caso del tipo 1, es decir, el tipo cerebral activo, presenta un interés particular, pues simboliza de
algún modo un cierto ideal de la humanidad: el desarrollo unilateral del cerebro.

El tipo 1 se caracteriza por la tendencia pronunciada de sublimación cerebral en caso de exceso de


energía.

Un ejemplo de este tipo condujo a Noguchi a desarrollar lo que se ha convertido más tarde en el
sistema taiheki, la clasificación en tipos. También lleva el primer número de la serie: tipo 1.

Un soldado movilizado en ultramar hacía cola esperando su turno para una “profesional”
proporcionada por el ejército. Se sintió entonces invadido de pronto por unas ganas locas de leer,
pero de leer algo serio y difícil. Se puso a leer un libro que llevaba consigo y recibió por ello una
emoción mucho más viva que cuando lo había leído en su casa. Ter-minada la lectura comprobó
que su necesidad fisiológica había desaparecido completamente. Se contentó entonces con
atribuir la desaparición de esta necesidad a una razón cualquiera, pero la misma experiencia se
repitió varias veces. Intrigado, la contó a sus compañeros y encontró entre ellos otros dos que
compartían una experiencia similar a la suya. Los tres tenían algo en común en la forma de su
cuerpo y su manera de vivir, sentían una simpatía mutua y entablaron amistad. Cuando se reunían,
su tendencia se acentuaba: discutían sin descanso.

El rasgo común al tipo 1 es que el exceso de energía provoca en él una imaginación


sobreabundante. Pretende que hay que reflexionar antes de actuar. Es verdad que hace trabajar a
su cerebro muy activamente. Reflexiona, especula, trata de comprender, critica y se justifica. Sin
embargo, no le ocurre jamás obrar como piensa. No comprende que la conclusión no es una
decisión. Las confunde. Cuando encuentra una buena fórmula de reprimenda, olvida decirla.

Su cerebro, de hecho, sirve de vertedero al exceso energético. Y, haciéndose la descarga en el


cerebro, no le queda energía para otras actividades.

Le gusta escribir cartas de amor, pero no llega a casarse con la persona que ama. El soldado antes
citado, después de su repatriación, fué a ver strip-tease y se asombró de volver a encontrar a sus
otros dos homólogos en el mismo teatro.
El amor, para ellos, es psicológico antes de ser fisiológico.

Como rasgo físico, las personas de tipo 1 tienen en común el cuello largo y fuerte, lo que es una
consecuencia de la necesidad de alimentar el cerebro con una circulación sanguínea abundante.
Se benefician, por otra parte, de esta circulación que alimenta igualmente la parte posterior de la
cabeza, donde se encuentra la fuente de la vida. Si se pica el bulbo raquídeo con la punta de una
aguja, se muere instantáneamente, mientras que un golpe en otras partes del cuerpo puede
paralizar la acción pero no conduce necesariamente a la muerte. Gracias a esta característica, ellos
gozan de una longevidad superior a la de los otros.

Advierto consecuentemente que la longevidad es muy inferior en ciertos pueblos primitivos a


pesar de los esfuerzos intentados por la O.M.S.. Son viejos a los treinta años. Esto es debido, no a
la falta de cuidados médicos, sino al hecho de que no han llegado a canalizar suficientemente la
energía a la cabeza. Se desarrollan pronto y se marchitan pronto.

Esta canalización de la energía a la cabeza es un rasgo característico del hombre. Del paleolítico al
neolítico, de la edad del bronce a la edad del hierro, de la edad media a la época moderna, el
desarrollo del cerebro sigue una curva ascendente. Sin la actividad cerebral no habríamos tenido
las invenciones que facilitan la organización de nuestra vida, y nos habríamos quedado en el
paleolítico. Pero, llevada al extremo, presenta inconvenientes.

Hay vías de canalización distintas de la cabeza. En el tipo 3, la sublimación se hace en el plexo


solar. El exceso de energía excita la emotividad, que se manifiesta en forma de cólera, gruñidos,
protestas, lloros, etc. La forma del cuerpo es curvilínea, en lugar de ser rectilínea como en el tipo 1
ó el tipo 5. En el tipo 5 y el tipo 7, el exceso de energía provoca la acción. Lo mismo que la
canalización afecta regiones diferentes, el tórax en el primero y el vientre en el último, la
naturaleza de la acción difiere también. El tipo 5 actúa al tiempo que piensa y ama la aventura.
Tiene hombros desarrollados y su movimiento se hace a partir de la parte alta del cuerpo. El tipo 7
tiene su movimiento, que arranca de la parte inferior del cuerpo. Reflexiona después de haber
actuado. Actúa para afirmarse en la victorla. La forma del cuerpo es curvilínea, maciza y reforzada
alrededor de la cintura. En el tipo 9, el exceso energético es canalizado a la vía natural de la
descarga sexual. Cuando esta canalización natu-
ral se encuentra obstruida por una razón u otra, la energía no descargada se coagula en el interior.
Esta coagulación es extremadamente tenaz y no se disipa fácilmente. Necesita una gran
perseverancia para exteriorizarla; de ahí la continuidad asombrosa que caracteriza su trabajo.

Los tipos citados con numeración impar muestran casos en los que la energía busca el equilibrio
por la descarga de su exceso. Los tipos con numeración par están, al contrario, marcados por la
deficiencia de energía que les retiene sin llegar al equilibrio. El tipo 1 y el tipo 2 tienen por centro
de actividad el cerebro. Pero su reacción es diferente. Mientras que en el primero el equilibrio se
hace cuando ha sublimado su energía en el cerebro, la tensión cerebral provoca un cambio
fisiológico en el segundo, etc.

Además de la diferencia en la canalización de la energía, hay que tener también en cuenta los
ciclos que afectan la condición fisiológica del individuo. Sabemos que hay momentos en que todo
marcha de maravilla, y otros en que todo marcha al revés. Es que hay en el hombre la alternancia
periódica de momentos en los que la tendencia a la contracción se acentúa y momentos en que, al
contrario, se acentúa la tendencia a la relajación. Llamamos a los primeros ciclos altos y a los
segundos ciclos bajos.

Un fracaso sufrido durante los ciclos bajos nos desanima, mientras que el mismo fracaso, sufrido
durante los ciclos altos, es superado. Durante los ciclos altos, el proceso de aumento de la presión
y descarga de la energía se desarrolla fácilmente. Si, en un ciclo alto, se tiene necesidad de
emprender alguna cosa pero se duda y espera, cuando llega el ciclo bajo, desaparece incluso la
necesidad.

Hay a grosso modo tres clases de ciclo según la longitud de su duración: el ciclo grande dura tres
años y medio o siete años, el ciclo medio, ochenta semanas, el ciclo pequeño, cuatro u ocho
semanas. Hay todavía ciclos más pequeños durante el día y durante la semana.

La ovulación en las mujeres sufre también la influencia de los ciclos, de tal manera que se acentúa
o se debilita, se alarga o se acorta cada dos o tres veces.

En general, los tipos impares tienen su característica más acentuada durante los ciclos altos,
mientras que los tipos pares, durante los ciclos bajos.

La clasificación de los 12 tipos de base muestra las direcciones hacia las cuales se encamina la
energía sometida a
presión con vistas a la descarga, pero no es suficiente para comprender al individuo. Hay también
que ver la duración individual de los ciclos, la manera según la cual se hace la descarga, el grado de
tolerancia individual a resistir el aumento de presión, etc.

En principio, se debe actuar activamente durante los ciclos altos y descansar durante los ciclos
bajos. Los esfuerzos durante los ciclos bajos no son rentables y se tiende a cometer excesos
durante los ciclos altos.

La imagen del hombre, según una óptica tal, es muy diferente de la que la sociedad moderna nos
impone, según la cual el hombre es una máquina.

Como máquina, el hombre no puede ser una perfección, como Helmholtz lo ha deplorado en otra
ocasión. Su rentabilidad no es ni uniforme ni controlada.

La filosofía que estoy desarrollando sostiene que el hombre es hombre ante todo, y que no debe
ser esclavo de su propla creación.

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