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Elvis era un cuarentón que no se apenaba con Una gran tormenta dejó a las calles mordidas
el trabajo. Intentó conseguirlo aunque es como una gran torta de atún, los restaurantes
difícil en las grandes fronteras. Había pocos y sitios bonitos hechos pedazos, carcomidos
lugares que aún utilizaban música en vivo. En como víctimas del tiempo y no de la marea
La Estrella se negaron; en El Mike’s acababan alta con sus olas y su sal.
de contratar a una cantante de blues, Las esquinas sin semáforos.
pesadota la chava. Las cuadras sin esquinas.
Los demás lo miraban de pies a cabeza. A nadie le gusta el espectáculo triste del
—Te pareces demasiado al Rey —decían. Paseo Costero.
Sus intentos por explicar fueron inútiles. Unos cuantos bañistas de vez en cuando.
Y el gringo caminando solitario, escribiendo
Tuvo la ocurrencia de cantar en los camiones su nombre en la arena y mirando cómo
urbanos pero fue rechazado del primero al desaparece entre espuma y sargazo.
que se subió. Los pasajeros preferían a niños
Elvis.
cantando norteñas y no a gordos patilludos
que cantaban rocanrol. Ellos qué sabían.
Además, su mala suerte lo llevó a tomar la
ruta Kilómetro Once-Los Pinos, donde la
gente suele ser más apretada que de
costumbre. En algunas ocasiones caminaba rumbo al
Quizás en otras rutas, se decía. Quién sabe. norte hasta toparse con la frontera.
La frontera era un muro bastante grande que Se enamoraron de inmediato. A Marcela no le
decía: interesó que Elvis fuera divorciado.
Hubo días de heroísmo en que el Rey intentó Así fue como ella, estando sin nada que hacer,
traspasarlo; pero, tan sólo se introducía unos decidió traspasar el famoso límite que llaman
cuantos metros al vecino país, los guardianes La Frontera, conocido en otros lugares como
se acercaban con sus pistolotas. la línea de crucecitas dibujada en todos los
Elvis ya no daba explicaciones, se sentía mapas y que nos enseñan a respetar en la
demasiado solo. Escribía en la arena «ámame primaria.
ténder, ámame suit» y regresaba
apesadumbrado. El Rey hizo lo mismo.
Ambos comenzaron su recorrido por la playa,
En cierta ocasión entró al mar y se estuvo sin rumbo fijo. Poco después llegaron los
largo rato en las aguas del Pacífico. Las olas guardianes.
subían y bajaban como un requinto de Carlos
Santana, llanto de la tierra, sonrisa del cielo. Quinta parte: Lo último
Cuando salió, su aspecto aún era
desagradable pero su olor era como el de un Marcela y Elvis al fin juntos.
puerto pesquero, dulce para este escritor, Los otros, los tontos, gritaron stop.
desagradable para otros. Aparecieron los helicópteros con sus mejores
lámparas para señalarlos. Elvis se sintió en
Una mujer pasaba su tiempo contemplándolo concierto.
sin tristeza ni alegría. Eran los únicos en la Llegaron los periodistas y la televisión
playa. El sol se acercó unos milímetros. mientras ellos seguían caminando y el muro,
—Soy el Rey. Me llamo Elvis. en la distancia, se hacía diminuto hasta
Extrañamente, ella pareció comprender. desaparecer.
Los guardianes comenzaron a disparar.
Cuarta parte: La frontera
¿Sirven las balas para algo?
Emocionado, el Rey habló con Marcela sobre
Buddy Holly, Priscilla, el movimiento rítmico Marcela y Elvis siguieron caminando. Ella
que podría existir en todas las caderas (no dijo recibía el rocanrol por primera vez. Él cantaba
«pelvis»); habló sobre la adicción a las drogas, sus éxitos de antaño bajo la intensa luz de los
de cómo ganar al 21 en algunos casinos de Las helicópteros.
Vegas y de la frontera, parada en el norte Había en todo aquello algo mucho mejor que
desde hace mucho tiempo. en Las Vegas.
—Esa es —le dijo, señalando el muro.
La gente tonta nunca comprendió que sus
Marcela le contó de su trabajo, de su antiguo pistolas no existían para Marcela y el Rey, que
gato malagradecido, de las horas extras y de eran, como la frontera, sólo cruces pequeñas
los impuestos. También le impartió un curso en un mapa quemado hace mucho tiempo.
intensivo de taquigrafía, usando la arena
como pizarrón.