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Pero tú y yo nos introducimos más dentro del texto.

Vámonos a Nazaret y allí


acompañamos a María y a José que van camino de Belén a empadronarse, como les
había mandado el edicto del Emperador Augusto que ordenaba que todo el mundo se
tenía que censar. Quería contrastar quién y cuántas personas había en todos sus dominios.
Allá se desplazan María y José, aceptando con agrado este mandato. Nosotros les
acompañamos. (y vamos pensando en todo lo que nos tocó caminar este año, todo lo lindo y
también lo no tan lindo que nos pasó)

¡Qué silencio! ¡Qué misterio! ¡Qué tranquilidad! ¡Qué tanta aceptación! Nos sorprende
todo. A vos y a mí aquí se nos dice mucho: que tenemos que saber aceptar todo, que
tenemos que estar atentos a todo lo que nos ocurra, estar atentos a todo lo que nos pase
para ver el mensaje de Dios en los acontecimientos, en esas preocupaciones que
nos inquietan, en todo lo que nos va sucediendo día tras día. Y como María y José aceptar,
aceptar y aceptar.

Así fortalecidos y con esa paz llegamos a Belén después de varios días de camino. Allí
José y María buscan alojamiento en las posadas públicas pero, fíjate, todo está lleno, patios
y casas, todo está ocupado. Y María a punto de dar a luz... Y María no tiene sitio en ninguna
posada.

Esto nos lleva a pensar que muchas veces nosotros hacemos lo mismo, decimos con
nuestra vida: “No hay sitio en mi posada interior para vos, Señor”. Tantas veces nuestro corazón
está siempre ocupado... Estamos tan repletos de todo que ahí nuestra posada está rellena de
todo tipo de mercancías —¡qué triste!—, de todo tipo de personas, de mis ideas, de mis
problemas, de mis líos. Y Jesús no tiene sitio en mí, no le dejo ni un pequeñito hueco en mi
interior, todo lo que hay en él es un quilombo. Me da pena pensarlo.

Y en estos momentos que veo el desprecio de todos los que no abren las puertas a Jesús y a
María, quiero dirigirme a Él y decirle que no, que yo quiero que mi posada esté abierta, que
yo quiero, y que yo pueda acogerle, que pueda nacer en mí, y que no quiero tener ni un
segundo de egoísmos, de rencores, ni de faltas de perdón. No. Quiero que el Señor habite en mi
corazón.

José y María buscan un techo un poco acogedor y pensando en las cuevas naturales
abiertas de la zona, donde se recogían las cabalgaduras, deciden que María dé a luz allí y —
¡misterio del amor!—así nació el Señor.

“Y el Verbo se encarnó”... Y se encarnó en la pobreza del hombre, se encarnó en mí y en vos. Así


surgió en vos y en mí el Dios hecho amor, el gran misterio de amor. Silencio. Silencio. Todos
estamos atentos a una pobre cuna, a un pesebre, a un Niño recién nacido. ¡Pero vos y yo cómo
disfrutamos viendo a María y a José, qué alegría y qué felicidad desprenden, cómo
agradecen que haya nacido para salvar la gran pobreza de la humanidad, para hacerse
uno con el que no tiene amor, con el que no tiene alegría, con el que no tiene paz, con el que
no tiene fe ni esperanza! Y ahí está Él junto a su Madre y José. No, no me quiero separar
del pesebre y te pido que conmigo estemos ahí en silencio, en la cueva de Belén, y
contemplemos todo lo que sucede, contemplemos ese gran misterio y esa escena tan bella, tan
profunda que jamás en el mundo se ha encontrado y ha sucedido.

Pero se nos cuenta que también, en otro rinconcito, a unos pobre pastores que pasan días y días
en turnos cuidando rebaños de noche, Dios les quiere hacer felices y les comunica la gran noticia
a ellos los primeros. Ni a los reyes, ni a los más poderosos, sino a los más humildes, a los más
pobres, a los más sencillos. En estos momentos pienso que vos y yo nunca podremos oír
la noticia del Señor mientras que no nos sintamos necesitados. ¡Entonces se nos
comunicará la gran alegría y se nos dirá que ha nacido el Salvador! Sí, cuando uno es humilde
y es pobre, cualquier noticia es regalo de Dios, no nos complicaremos en nada, todo será
alegría, como la alegría de los pastores que van corriendo y se encuentran lo que les ha
anunciado el ángel. ¿Y qué hacen? Comunican lo que han visto y oído.

La Biblia nos cuenta que fueron presurosos y alegres comunicando la gran noticia del
nacimiento de un Niño llamado Jesús.

Nuestra misión hoy es comunicar con gozo la experiencia del encuentro, el nacimiento de
Jesús en nuestro corazón. Y correr, sí, tener prisa para expresar nuestra alegría. Y quedarnos ahí
con María, en plena contemplación, viendo lo grande que es el misterio de Belén. Son tantas las
lecciones del portal: amor, mucho amor, adoración, humildad, aceptación, servicio,
compartir la alegría con los demás como Jesús-Niño, la alegría del anuncio, ser buena
noticia, ser alegría para los demás, ser pastor bueno, ser rey que adora y ofrece. Todo lo
que envuelve el portal es alegría, es paz, es bienestar, es felicidad. Pienso que cuando Dios nace
y está en cada uno de nosotros, entonces somos de otra manera, estamos alegres, somos
felices y hacemos felices a quien nos rodea.

“Sobre la noche reina la luz de tu esplendor. En medio del silencio, el Verbo se encarnó”. Me
acerco a la cuna, contemplo, escucho, sirvo, amo y digo a María que sepa conservar todo en mi
corazón como Ella, que sepa admirar la alegría del misterio del nacimiento de Jesús en mí.
Así es como Jesús se hizo uno con nosotros. Sí, “en medio del silencio, el Verbo se encarnó”.
Queridos amigos, ustedes y quedémonos así, calladitos, en silencio, contemplando este gran
misterio de amor. Que podamos transmitir la alegría de este encuentro y manifestar
también la alegría de tener muy adentro a Jesús en nuestro corazón y allí adorarle,
quererlo, cantarle, sentirlo y amarlo... En fin, hacerle las mil locuras de amor por él.
Escuchemos esa vos que en nuestro corazón dice: “¿Me dejas nacer en vos?” y, sorprendidos,
llenos de amor y emocionados le decimos: “Sí, Jesús, necesito con urgencia que ahora y hoy
nazcas en mí”. “Y en medio del silencio, el Verbo se encarnó. Noche de Dios, noche de paz, noche
de amor”.

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