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Por ello, una “tesis epistemológica” sostendría que todas las religiones y todas las
categorías del pensamiento son verdaderas por cuanto están condicionadas por la existencia
social y tienen por función garantizar la solidaridad de las relaciones sociales. Se diría
entonces que Durkheim sostiene un a priori social, la preeminencia y determinación de la
vida colectiva, sobre las categorías que le serían relativas de acuerdo al momento histórico
y la especificad sociocultural. Sin embargo, la participación de los individuos miembros de
la sociedad en ese reino de las ideas sociales sería imperfecta, puesto que Durkheim
concibe la percepción y las sensaciones únicamente según la psicología individual y
organicista, sin plantear que éstas también están socialmente mediadas o condicionadas.
Por ello, la individualización de las categorías colectivas las modifica e incluso las
deforma, y los individuos podrían darle sentidos diferentes a pesar de su influencia
coercitiva. Quizá con esto Durkheim quería dejar lugar para explicar el origen del cambio
social y de la anomia. Terminará disolviendo su materialismo en idealismo, pues de hecho,
hará hincapié en la irracionalidad, emotividad y afectividad, los estados de ánimo del
colectivo, generándose las representaciones de efervescencias colectivas en situaciones en
las que las interacciones sociales llegan a ser intensas. El simbolismo colectivo, es decir, el
carácter convencional de las representaciones, está determinado por lo afectivo, por las
emociones colectivas. Este simbolismo colectivo es necesario a la cosmología en la que la
sociedad se representa al mundo y a sí misma, pues el reino platónico de las ideas sociales
elaborado allí será a su vez la realidad social de la que pretende ser representación: la
realidad superior representada es la sociedad. Antes de ver allí un círculo vicioso, hay que
ver, para bien o para mal, el mecanismo o la estrategia de la reproducción social. Para
hacerse la sociedad debe pensarse a sí misma, donde lo vicioso es cuál pensamiento y cuál
sociedad es la que reproduce. El vicio de la sociedad como sujeto teniéndose a sí misma por
objeto es ser sociedad refleja y no reflexiva.
Simmel
Desde una perspectiva impresionista, Simmel describe la “urbanización interna” del
individuo en la gran ciudad (el locus de la modernidad), y la objetivación de las relaciones
sociales dentro de la economía mercantil, monetaria y de consumo (el modo de operación
de la modernidad). La percepción, la personalidad y el pensamiento de los urbanitas es
constituida por el ritmo sincopado de los estímulos externos, de imágenes breves y
cambiantes, una ausencia de lo definitivo que resulta en un “sentimiento ahogado de
tensión y nostalgia desorientada”. La indiferencia surge como necesaria reacción cultural
ante el frenesí de imágenes, y si bien se ve privilegiado el sentido de la vista, el urbanita
mira sin ver, guardando fría reserva ante los acontecimientos, pues las reacciones afectivas
ante semejante multiplicidad de estímulos embotarían sus sentidos hasta el anonadamiento,
atomizarían su ánimo hasta la nulidad. Las relaciones interpersonales son objetivadas,
cuantificadas, basadas en el interés de prestación de servicios, desapareciendo las
vinculaciones afectivas ante las posiciones intelectualistas, racionales y distantes. El
individuo se siente solo y abandonado entre la muchedumbre que camina aceleradamente
por la ciudad, hastiados e indolentes. Las relaciones humanas son relaciones fluidas entre
cosas, producto de su objetivación en la economía monetaria, pues reproducen la corriente,
el flujo constante de la moneda de mano en mano, intercambiada sin necesidad de
profundizar tratos, sin posibilidad de retención, siempre efímera y fugaz. Es el fetichismo
de la mercancía en el que el capital es la relación social cosificada, despersonalizada,
alienada, que oculta la relación profunda entre los hombres separándolos aún en sus
esfuerzos mancomunados. La de la ciudad y la de la economía monetaria es una masa
enorme de individuos aislados cuyo espíritu subjetivo se encuentra atrofiado por el triunfo
de la cultura objetiva. Se garantizaría la libertad y la autonomía del individuo, no atado ya a
los viejos lazos de la ciudad pequeña o del campo, ahora móvil y capaz de definirse por sí
mismo a través de la moda: se identifica con un grupo en cuanto la moda uniforma, pero se
distingue tanto de otros grupos como de otros individuos de su propio grupo, en cuanto la
moda permite variantes, señales de la distinción y del “buen gusto”. En la gran ciudad y en
la economía monetaria dos individualismos se combate por la unificación de dos tipos de
individualismo. El anonimato exime de identificaciones, compromisos, responsabilidades y
cargas, y a la vez iguala a los hombres entre sí. En la modernidad, la sociedad se abre,
distinguiéndose de la vieja comunidad cerrada, y el cosmopolitismo de los urbanitas les
ofrece la posibilidad de identidades y sentimientos de pertenencia más allá de las clasistas,
las étnicas o las nacionales. Los medios de comunicación de masas pueden poner en
contacto a los más lejanos y la cultura se puede convertir en un producto de consumo
“libremente” elegido según gustos y modas. El paradigma del consumo sustituye al de la
producción, quizá haciendo cognitivamente pasivos a los sujetos al reducir su acción a una
fatigosa búsqueda de sentido para su vida quizá destinada a fracasar, por lo que el carácter
positivo que Simmel ve en la modernidad urbana y monetaria como garantía de libertad no
podrá surgir sino de una titánica lucha dentro del propio yo urbanizado y objetivado.
Weber
Los autores se limitan en este capítulo a reproducir una discusión acerca del uso del
concepto de “afinidades electivas” por Max Weber, que interesaría, según ellos, a la
sociología del conocimiento. Weber toma la expresión Wahlverwandtschaften de Goethe,
quien la habría tomado de la química, donde designaba las relaciones de “atracción” y
“repulsión” entre sustancias en interacción en condiciones dadas, explicando las causas de
su “comportamiento” en esa situación y los efectos finales de su particular interacción.
Goethe lo habría empleado para tratar ambigüedades y dualidades en las relaciones
humanas, en un intento de resolver las antinomias. El neokantismo de Weber necesita de
dualismos, por lo que no utilizaría la noción de afinidades electivas para superarlos, sino
quizá para conservar una vaguedad o ambigüedad operativa de las imputaciones causales,
como rechazo de determinaciones sociales unilaterales como las que en su día ofrecía el
marxismo vulgar, positivizado, frente a los múltiples condicionamientos y determinaciones
en las relaciones entre las estructuras sociales, formas de organización económica y de
acción comunitaria, entre la base social y las ideas, entre grupos portadores de
pensamientos y complejos institucionales, cada uno de ellas con su propia y compleja
“legalidad”. También rechaza la univocidad de claves explicativas como la de la teoría
psicologista del resentimiento elabora por Nietzsche, pero sin duda la concepción
weberiana de la sociedad privilegia la influencia de las ideas sobre la sociedad, y por ello
sus estudios de sociología de la religión, como establecimiento, por medio de la noción de
las afinidades electivas, de la lógica de adecuación o inadecuación de sentido (y no de
causas materiales) entre formas de acción social y economía. El concepto de afinidades
electivas en Weber estaría destinado, aunque quizá fallidamente, a dar cuenta del rechazo
del monismo en la explicación, de la monocausalidad, a favor de una concepción no
determinista de las interacciones sui generis entre sistemas de creencias y estructuras
sociales correspondientes. El intento es fallido, decimos, porque no se establece una
definición no ambigua de “afinidad electiva” ni cuál sería la naturaleza de estas afinidades
electivas entre complejos institucionales o ideas y sociedad en formaciones históricas
concretas, a menos que su dependencia del contexto y de la particularidad de estas requiera
que el concepto deba ser definido también de acuerdo a estos contextos y condiciones, tal
como se ha tenido que extraer la noción en la obra de Weber a partir de sus diferentes
contextos de uso y aplicación, si es que no se trata meramente de un incómodo y lujoso
modismo, de un índice lexical de la identidad y la participación de Weber en “el discurso de
la élite humanista alemana” antes de la I Guerra Mundial, para separarse y distinguirse del
“resto de los mortales” para quienes el término era absurdo (p. 267) (y quizá, para
explicarlo, debamos recurrir no a Weber, sino a Sombart).
Daniel Alberto Alegrett Salazar
UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE SOCIOLOGÍA
DEPARTAMENTO DE MÉTODO
ASIGNATURA: SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO
Karl Mannheim
Teoría de la ideología y sociología del conocimiento
Según: E. LAMO DE ESPINOSA, J. M. GONZÁLEZ GARCÍA, y C. TORRES ALBERO (1994), Sociología
del conocimiento y de la ciencia. Madrid: Alianza Editorial. Pp. 313-347.
Las bodas de Herbert Spencer y Karl Marx son celebradas por Thorstein Veblen en su
postulación de la determinación tecnológica de la evolución de las instituciones sociales, incluidos
en ellas los esquemas de vida que conforman los hábitos de pensamiento. Su esquema
adaptacionista de la evolución social concibe el progreso según el estado de las artes industriales
que fuerzan a los hombres a la adopción de complejos habituales de conocimiento y conducta
exigidos por sus formas de vida. Cuatro etapas históricas son esbozadas: la economía salvaje,
agrícola y pacífica; la economía bárbara, pastoril, depredadora y guerrera, de la que surge la clase
ociosa; la economía artesanal, donde se iría generando la industria; y la economía de la era
moderna, alguna suerte de síntesis, donde se contraponen los negocios especulativos y la industria
mecánica. En esta última se manifiesta la determinación socio-tecnológica de las orientaciones
cognitivas, pues los hábitos del pensamiento se ven determinados por la situación dentro del
esquema de la workmanship o la salesmanship. Los salesmen se orientan a las artes liberales, a la
política y el derecho, tienen el carácter aventurero y el pensamiento animista de los guerreros de
las sociedades bárbaras militaristas, mientras que los workmen se orientan al racionalismo, el
conocimiento causalista impersonal, aplicado a la industria y al desarrollo tecnológico mecánico.
Luego refinará el análisis de la era moderna en un estudio social de la ciencia, contraponiendo la
actitud pragmática del interés industrial, moralista, didáctica, racionalizadora de medios y fines, que
naciera en la economía artesanal, a la lúdica y exploradora curiosidad ociosa del científico, cuyo
interés no es utilitario sino teórico, explicativo, desinteresado, y que ha de retrotraerse al
pensamiento mítico de la economía salvaje. Sin embargo, la singularidad de la civilización moderna
está en el lugar central e indiscutible de la ciencia, que caracterizará la modernidad y a la que se le
rendirá culto. Los utilitaristas pragmáticos de la industria no han hecho sino reforzarlo, pues la
imagen del artesano como mecánico con talento es la exigida por el pensamiento científico, que ha
derrumbado la explicación providencial del antiguo pragmatismo medieval o bárbaro.
La muerte temprana de Mills dejará en manos de Merton la síntesis entre la gran teoría
europea y el metodologismo norteamericano en su análisis institucional de la ciencia, que se
mantendrá dominante en la sociología del conocimiento hasta la crisis de fundamentos que se
inicia en los 1970.
Daniel Alberto Alegrett Salazar
UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE SOCIOLOGÍA
DEPARTAMENTO DE MÉTODO
ASIGNATURA: SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO
La obra entera de Norbert Elías versa sobre el proceso civilizador, donde operan tres
tipos de control básico como indicadores del desarrollo y la complejidad de la sociedad: el
control de la naturaleza por los hombres a través de la ciencia y la técnica; el control social,
es decir, el control de las relaciones de los hombres entre sí mediante la organización, sea a
nivel nacional o internacional; y el control que el individuo ejerce sobre sí mismo. El
proceso de la civilización consistiría en la sociogénesis y la psicogénesis, los desarrollos,
interdependientes y a la vez autónomos, de las formas ideológicas de orientar la acción, de
las formas de autocontrol subjetivo, de los medios de controlar la violencia intersubjetiva y
el proceso de la economía-producción. Se puede ver en ello un continuo progreso de la
disciplina y de la conjunción saber-poder en las historias nacionales, penetrando incluso la
psique y el cuerpo de los individuos.
Contribuye así también Elías a una sociología de la literatura, donde este tipo de
producción intelectual es vinculada su situación sociohistórica, respondiendo a sus
determinaciones estructurales (de la sociedad mayor y de la personalidad exigida por los
tiempos), estudiando la transición entre la civilización cortesana y la cultura burguesa, para
ejemplificar el proceso civilizador, o, para localizar socialmente la literatura ante un
proceso de descivilización, el recorrido de la Alemania vencedora de la Guerra Franco-
Prusiana en los 1870, la unificación bajo Bismarck y el imperio del Káiser Guillermo II, la
humillación de la Primera Guerra Mundial y Versalles, la caída de la República de Weimar,
el ascenso nazi, la derrota en la Segunda Guerra Mundial, y la tragedia de la posterior
división según los bloques soviéticos y aliados, hasta justo antes de la reunificación con la
caída del Muro. Con su análisis de la sociología en la literatura, Elías señala cómo el
proceso de la civilización es frágil y siempre corre peligro y que ello es denunciado en los
productos culturales vinculados a los movimientos de la historia.
Merton concibe la ciencia como una institución social susceptible de estudio sociológico.
Entiende la sociología de la ciencia como una subdivisión de la sociología del conocimiento
ocupada de esta forma particular del saber basada en la experimentación controlada. Merton
separa a la sociología del conocimiento de las cuestiones epistemológicas en cuanto que la validez
o la falsedad del pensamiento no están necesariamente determinadas por el hecho de su génesis
social y en la sociología de la ciencia cree encontrar un campo de investigación cuyos
empíricamente verificables, aun en los estudios históricos, e incluso susceptibles a un tratamiento
sociométrico, como muestran sus análisis de los años 70, poniendo coto a las implicaciones
metafísicas o dogmáticas de la epistemología de la sociología del conocimiento europea. Merton
plantea ocho problemas fundamentales atendidos por la sociología del conocimiento: 1)
determinación de los desplazamientos de los intereses, asociados a cambios en la estructura
social; 2) análisis de la mentalidad de un estrato social y sus pautas de aceptación o rechazo de
ideas; 3) estudios sobre la valoración de tipos distintos de conocimientos y de la proporción de
recursos dedicados a ellos; 4) condiciones del auge y de la caída de problemas y disciplinas
novedosos; 5) examen de la intelectualidad en cuanto organización social, y las normas, intereses
y subvenciones que orientan su actividad; 6) estudios de instituciones que posibilitan o dificultan la
transmisión y la difusión de las ideas; 7) estudios de los orígenes sociales del intelectual, de sus
medios de selección, de la dinámica de sus lealtades de clase, intereses, motivos, etc.; 8) análisis
de las consecuencias sociales del progreso científico y tecnológico. No sólo se ocupará de la
influencia de la ciencia sobre la sociedad según un ingenuo u optimista discurso positivista, sino
también investigará la naturaleza de la interdependencia entre la ciencia y la estructura social y su
variación según los diferentes contextos.
Sin embargo, Merton habría concebido desde el inicio a las verdades del conocimiento
científico como sociológicamente explicables, pero renunciando (o al menos postergando)
estratégicamente a esta discusión debido a los peligros del dogmatismo y la especulación sin
basamento empírico, al riesgo siempre presente del relativismo y a la precaria posición de la
sociología de la ciencia como novedad frente a la filosofía y la historia internalista de la ciencia,
apoyada por el entonces dominante y monolítico neopositivismo. En su primera etapa, Merton
estaba dispuesto a aceptar de buena gana la poderosa y determinante influencia de los factores
externos sobre la ciencia, y en su segunda etapa la restricción de la amplitud de este enfoque
externalista en el análisis institucional y socio-estructural de la ciencia no implicaba una
contradicción con fin mismo del análisis sociológico. De hecho, Merton y su escuela afirmarán la
armonía de sus puntos de vista con los de T. S. Kuhn, quien lo ha confirmado y se ha visto
subvencionado por el grupo de Merton. Contra las acusaciones del constructivismo, asegura no
concebir la ciencia como una caja negra y pese a su énfasis estructural en el análisis de las
influencias sociales sobre la estructura y desarrollo del conocimiento científico, no negaría su lugar
a las nuevas sociologías del conocimiento científico que se ocupan de la construcción social del
conocimiento y de señalar el aire de familia que guarda la ciencia con el mito y la ideología.