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breue historia uniuersal

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INFINITO
DAVID BERLINSKI
DEBATE
2

f)emostraeión

Las maternáticas están hechas de intuición e inventiva y de


ese destello que se da cuando se corlprende algo de golpe,
pero también tienen unr parte cle mrnttctosiclad y rr:tundi-
dad propias de una catedral gética. Los prtagéricos eran,
desde luego, intuirivos, además de unos metafisicos auda-
ces; pero no eran partidarios de construcciones costosas y
duraderas, se contentaban con dejar que sus penserlienfos
chisporrotearar, a la luz de la luna. I)os sigJos después de
que los pitagóricos desaparecieran, ese trabajo minucio:
so y monumental fue desarrollado por el gran rnaternático
griego Euciides. Duranre la Edad Media, Er-rclides er¿ co-
nocido como Euclides el Alejandrtno o Euclides de NIe-
gara, pero ambos atributos sr¡n incorrectos, y aligerado de1
peso de faisos apelativos, Euclides ha llegado ¿ nosotros
como e1 Euclides de ios Elementos,libro que le hr propor-
cionado la inmortalidad. Semejante repaso panorámrco re-
lega, por supuesto, a muchos matemáticos menores que
vivieron entre los srglos vr y rv a.C. para las notas a pie de
página de los expertos, pero tod¿ catecJral tienc sns pequeñas
miserias.
Al igual que Pitágoras, Euclides es sin duda un hombre
misterioso, hasta el punto de que desconocemos tanto la fb-
cha como el lugar de su nacimiento. El corlcntario más ex-
26 ASCE¡iSO I\FINITO

tenso sobre la vida de Euclides se 1o debemos al filósofo y


matemático griego Proclo, y se linita a un único párrafo.
«EI hombre vivió -escribe Proclo- en eltiempo del primer
Ptolomeo.» Es decir, Euchdes era más joven, añade Proclo,
que los discípulos de Piatón y posterior a Eratóstenes y Ar-
quírnedes. Ftolomeo I, soberano de Egipto v por tanto un
enano entre gigantes, tiene su pequeña e ignonriniosl rpl-
rición en la reseña ofrecicla por Proclo cua¡rdo pregunta «si
en la geometúa había algírn camino más corto que los E/e-
mentos»> "

«No hay sendas aristocráticas hacia la geometría», con-


testó Euclides con brusquedad al faraón.
Consciente de la importancia de su materia, Euclides
mantuvo nna notable afición por los comentarios cáusticos.
De acuerdo con Stobaeus, asimismo conlentarista griego,
uno de sus discípulos fue tan inocente como ptra pregun-
tarle qué beneficio podría obtener del estudio de la geome-
tría. E¡"rclides hizo qlle un esclavo le diera unas rnonedas al
estudiante, «ya que quiere sacar ganrncia de lo que apren-
de». Las monedrs tintinearon, cxyeron y se convirrieron en
poivo. Stobaeus, e1 torpe estudiante de Euciides y el servi-
cial esclavo seguían aún vivos a comienzos del siglo tv a.C.
Y, por supuesto, trmbién Euclides. Se le admrra, consul-
ta, respeta y comenta; es conocido; se mlleve, afanosamente
atareado. Y entonces, con una desaientadora indifbrencia ha-
cia el tiempo y el espacio, desaparece en Lrn lapso de la eter-
nidacl.

l)urante mucho tiempo, los Eleruentos eran conoci.dos por


toclos los hombres y mujeres cuitos, de modo que cuando
DF.Mf,)ST'RACIt)¡{ 27

siete siglos despuás de la muerte de Euclides un frlósofo se

dirigió con toda 1¿ intenciór) a un grupo de intelectuales


rorrtanos para pregllntarles «cómo construir un triángulo
equiiátero a partir de una línea rectar, todos a una captaron
la referencia a la primera propc,rsición de los Elernentos y,
con la satisfacción de los clue se rdentifican ürlltLlamente
como ilustrados, pasaron al griego para comerttar la obra
maestra, ciave de su ecli¡cación. Sofocadas y cá1idas risas de
satisfaccién por doquier. Cuando, en e1 sielo xvu, Isaac
Nelvton completó su rra.jestllost Plilosophi(t(, naturális princi-
pia ruathematica, creando la primera y rnás grandiosa de las
teorías fisicas, eligió el lengua¡e de la geometría er-rcli.diana
para plasmar sus pensanuentos, tratando de ocultar en lo po-
sible sus propias invenciones maremáticas, ;rsí de importante
era aún la autoridad de Euciicies.
Los pitagóricos estaban itrtoxicados por los núnteros na:
turales. Euclides era un geémetra, un hornbre ,Jispuesto a
poner orden en Io sensitivo, pero para elevar las formas de
ia experiencia. Sr-rs Eleruentos es una gran obra de arre y,
como tal, sirve a muchos amos, pero todos ellos encuenfrar]
lugar en el amplio intelecto de Euclides. En su sentido rrrás
obvio, ),os Eleruento es un libro de texto" Va de 1o simple a
lo complejo. Su organizacién es herurosa. Es muy claro, su-
cinto co¡no el fi1o de una navaja" Y como cualquier buen
libro de texto, es incomprensible. Euclides apela a un es-
{Lerzo comparrido entre el iniciado y el principiante, el pro-
fesor salmoclianclo, el estudiante dormitando, hasra que, en
el cálido espacio enrre la salmodi¿ y el sopor, poco a poco,
va aüanzándose el control sobre la m¿teria.
Por mucha irnportancia histórica que queramos otorgar
a ias chuletas
de secundaria, los libros cle texto rara vez han
28 ASCENSl-r .:i:.).. -

a"lczn:ztdo la inmortalidad. Hav toi'¡ ''-:-' ::¿rado detrás del

libro de texto de Eucirdes, un qrf,n i:':::c ::r:rgnífico' un 1l-


bro dirigido a los matelrláticos, es de:t:' 'l personal espe-
cializado. Un libro dirigido, por supLiesi¡' 1 ¡1'r-itrlrOS' Ahora
bren, los objetos de la geometría plane tlenen una existencia
que no debe nada a 1as matetnáticas' Están ahí: los puntos'
1as líneas, Ios ángulos, los círculos, 1os triángulos,
los cua-
clrados y los achatados rectángulos que encontramos en la
vida diaria. El tablero de Ia mesa marca un. cuadrado; el bo-
lígrafo deja un punto; la regla, una recta; y' en un día lumi-
noso, las sombras caen con un ángulo determinado respecto
a los muros y ios campanarios de las igiesias que las proyec-
tan. Al medir el interior de los ángulos de varios triángulos'
1os agricultores egipcios seguramente sabían algo obvio: la
suma de los ángr"rlos interiores de un triángulo viene a ser
rnás o menos 180 grados.
Nótese, más o menos.
Observándolo como un tratado propiamente' como Llna
teoúa, los Elementos traen orden al variado y siempre con-
fuso detritus de la experiencia. La geometría práctica es Llfla
tarea empírica, que vive y sufre en este mundo real donde
las medidas son siempre aproximadas y las cosas son medio
inventadas, o falsas, o desordenadas. Dentro de la geometúa
euclidiana los puntos se conclensan, las líneas se enderezan'
los ángulos se perfilan; se hacen ldealizaciones y se descar-
tan algunas partes de la experiencia para mantener otras' El
triángulo que podemos construir ai unir los pulgares y los
índices (por ejemplo, para encuadrar una escena) desaparece
reernplazado por un triángulo euclidiano, perfecto y conte-
nido a Ia vez, una fantástica extrapolación a partir de la ex-
periencia, una entrada en 1o absoluto. En el triángulo eu
DEMOSTRACiÓhI 29

diano todas las iíneas son rectas! toclos sus ánguk:s nítidos y
sus ángulos interiores su(lan exactarrente 1g0 grados.
Nótese, exactctmenle"

Estamos ya en posición, usted y yo, c1e apreciar la tercera


encarnación que reside dentro de los Eleruenfos. t)el nrisurcl
modo que hay un rrarado derrás del libro rJe rexro de Eucli_
des, hav un tomo detrás del tratado, ya que los Efementos no
solo es un hbro sobre geometría; es asimismo u¡r libro acer_
ca de ctttt,t debe escribirse un libr<¡ sobre geometría y, por
eanto, condene la perla. de los estuclios literarros posmo<Jer_
nistas, un netarexto.
El rercer volumen o tratado -una disquisició¡r sc¡bre el
método- planrea una cuestién de importancia y de carácter
general: ;pueden alctnzar los matemáticos la certirjumbre
en matemáricas? Una respuesta, por supuesto, es
que no io
hacen y que no pueclen hacerlo, pero no podeuros
esrar se*
guros de qrle sea cierta, y si no 1o es,
entonces, ¿de qué sir_
ve? Es en rorno a un número
de círculos uruy similares que
bu.ena parte de1 pensarniento
posmoderno acelera sin grrra,
velocidad. Otra respuesra, la
ofrecida por Euclides, y por los
nratemáticc¡s de todas
las épocas desde ento¡rees, es que la
certidumbre se alcanza
con un mérodo rnrry peculiar. El
método que Euciides
defiende es el rnétodo cle la demos_
tración; y con
este método, Euciides co,cib,ió u¡ra técnica
para hacer rnatenráticas
y un modo de ser L1n matemático
tan estil.izado
y tan riguroso como el ceatro kabuki.
.. En mate¡náticas, una clemostraeión es urra argulnenta_
,tlón, ,
como tal cae bajo el pocler
organizativo ele la propia
lógica. Por
una de eses coincidenci.rs irrqrrietrnres
rlue pue_
ASTJENSO INFINITO

blan la historia del pensamiento, Aristóreles creó ia discip


na i1e la lógica formal en un momento históri.o ....rrro
de la creación por Euclides de su propio sistema sobre
georne:ría. Aunque no pertenecian ala misma generació
Euciides v A¡istóreles, hombro con horlbro, quedan uniC
en el pensamren¡o, unidos en el tiempo y unidos en la hj
roria. Pero la lógrca formal es más amplia que las maternái
cas: su sujero de crabajo es la inferencia y la argumentacii
generai, mienrras que Ia demostración matemática
es un in
rru.irleii:o inás refinado y especializado que una argument
ción en reología o derecho. Hasta el siglo xx no llegaría
moürenio en que las matemáticas y la lógica, después c
haber comparddo su húrnedo aliento durante tanto
tiempr
sefusionaran extáricameote en la materia unificada de la

gica maremática.
Dencro de las matemáticas, una demostración es una
ñ
trucrura inrelectual en la que las premisas son manipularlrs
trar-és de pasos inferenciales específicos hasta
las conclusione
En ma¡emáticas, a lo asumido se le denomina axioma
y a Ia
conclusiones, teoremas. Todavía es posible afinar
esta defim
ción un poco más. una clemostración es una serie finita
,i,
afirmaciones rales que cada afirmación o bien
es un axiom¿
o bren se obdene directamente a partir de un axioma
a tra\-á
de reglas estricas y bien definidas. La tarea de los
matemári-
cos es derivar teoremas a partir de sus axiomas;
si el sistem;
ha sido consruido con suficiente celo, fluirá una
abundan¡e
cascada de teore¡¡ras a partir de
un conjunto de selectos axio_
mas. Tal es, en resumen, la rnetodología de Ia
demostració
pero rungún resllr-rren puede hacer jusricia al rigor
dei rnér
do o las inusuales exigencias que impone a los matemáric
Una demostración matemática. no tiene comparación co
DEMOSI'RACIóN
31

ninglrna otra e,\periencia


intelect ual, raz(sn de
mirar eshrpefactos más para acl_
el logro de fo.Ua., ,f
simultánearn.rr,", porr.rlo
casi como si hubiera sido
en práctic" ;"Tlt;;;:;;!" ¿
capaz a* .rrg*ra.rrse a sí misr«o.

si el rnétodo de Ia clem,stración
rfrece ar rrate,áticola
expectativa de la certidumbre,
es u¡ra forma de eerteza
no deja de traer -sus condiciones. que
LJna de¡nostraciórr, rJes:
pués de todo, conduce
descle to, pr..,rfuiñ;;;;*
clusiones, o cie los axiom.as
, lo, ,"or.rrrrr. ,, .¡ martiilc¡ cle
la certidurnbre cae sobre
los ,."."rr"r, ,,, ,i.;;r'#;:r::
axionras con igual fuerza.
Euclicles djvidió sus pr:esuplrestos
en rres categorías: .las
definiciones' ios a-xiomas
y las nociones comunes. para
cirJo co¡r sencillez, cie-
.las clefiniciones son
Clontiene veintitrés cJecepcionantes.
y cadauna de .tir, ,,rgi.r" clue
estaba abordando Euclicies
eürpresa intelectual que
a. .o,rpt"rr.';;,""' no era cíLpaz
aqu o q,.,o
erJ

e*ensión y los
;;l j r.11;, i J,",lll; In::i l
extremos de una línea
r1I I
j:i;
son puntos. -Estas son
l:_l:,**i,.segunda y rercera definiciones de Euclides.
loglcos cri¡ican oue estas Los
deñniciones son o bien
o llevan ,
u., d"rrfortunado retorno.
circurares,
aquello gue Saber que eJ punfo es
no dene división ayuda
es definido como O;.: ,, no rener: parres
aquello que es similar ¿

ffi:.*.:'::T:r" ¿de qué orro modo il:.iJ,1:,i:::j;


*r.;, ," ,;,r|:]}:"t', atrapados entre la .,i.r.,tr.;,ird yei
d. d.fir.,i.iü;;" enumerar los inregranres que carecen
térrninos a atribuirles i-rn significacio.
*;:;.r""gar refiriénciose e:rpiícitamenre
C)rros
a esos ele_
ASCENSO INFINITO

rnenros sin de6rur. Este modo de hacer las cosas es correcto


v s¿luCab1e, ia cadena de las definiciones regresa a ese cabo
final de los integrantes cuyo significado ha sido o bien asu-
mido, o bien ignorado.
Las nociones comunes de Euclides, por otra parte, son
bastante sensatas. No son para nada ofensivas, ya que se en-
globan denro de la categoría del inestable «bromuro» inre-
Iectual. Pasemos a enumerarlas:

1. Las cosas que son iguales a una misma cosa tarnbién


son iguales unas a otras.
2, Si una misma cosa se añade a cosas iguales, los totales
son iguales.
3. Si una misma cosa se resta a cosas iguales, ios restos
son iguales.
4. Las cosas que coinciden una con otra son todas igua-
les entre sí.
5. El todo es mayor que la parte.

Euclides las denominó nociones comltnes, porque sentía


que, de algún modo, debían forrnar parte de cualquier si.s-
tema matemático que abordara la geometría. Los lógicos
modernos atribuirían estas nociones a la propia lógica, pero,
no importa su procedencia, nadie es capaz de provocar in-
dignación intelectual insistiendo en que el todo es mayor
que Ia parte.
Aún quedan los axiomas, las semillas germinales de
geomería euclidiana. Los axiomas deben cumplir dos
tricciones: deben ser lo suficientemente variaclos como pa
que todo 1o importante en el mundo de Ia geometnapueda
ser derivado de ellos; y deben ser tan evidentes en sí mi
DEMQSTRAÓTéN 33

como para ser aceptados sin discusión. Los axiomas de


Eucii_
des no son perfectos. Co¡rtienen Lln gusano en
su interior.
Pero, juzgadcl con los parámetros de sus predecesores,
el sis_
tema que hacen posible no solo es notable, sino que
carece
de precedentes, y e) méritr: de ser el prinrero eonvterte
a
Euclides en el rnás grande entre los anfiguos cre¿dores de
sistemrs.
En total solo se requieren cinco axiornxs pf,ra la crea_
ción del munclo euclidiano. I-os tres primerr-'rs tienen senticro
constructivo; afiruran la posibilidad de hacer algc>; su efecto
es productivo. Postulemos, eseribía Euchcles,
que siempre es
posible:

1. Diitujar un¿ línea recta desde un punto hasta cual_


quier otro punto.
2. Prolongar una línea recta finita
de modo continuo
en una línea recta.
3. Describir un círculo partiendo de cualquier cenrro
y
de cualqurcr dlstrnci¿"

Los axiomas 1-3 tienen una naturaleza


siurple y fácil de
comprender. EI axioma
1; allí donde hay dos puntos hay
una línea. Y después,
el axioma 2: doncle hay una línea rec_
ta hay una línea
nrás iarga, y asi sin 6n. El axioma 3: círcu_
los a voluntad.

, -El cuarto axiorna es una afirmacién acerce de la igual_


dad de lodos
10s ángurlos rectos, se encuentren clonde se
encuentren:

4' Todos ios ángulos


rectos son iguales unos ¿ otros.
34 ASCENSO INFINITO

y'
Aún falta el quinto axioma del sistema de Euclides
con é1, el gusano. Es un gusano a1 que podemos ver
agitarse

entre las palabras del matemático escocés del siglo


xvtlt John
Playfair:

dada, se Puede tra-


5. Pc¡r urlPunto exterlor a una recta
zar urla única recta que sea paralela a dicha recta.

Sea en la formulaciórr original de Euclides o en ia de


Playfair, son palabras que han obsesionado a la comunidad
r¡ratemática. El axioma que expresan es Llna parte
vital del
sistema de Euclides, constituye uno de sus pilares'
Y' en ver-
y
dad, parece plausible. Una línea recta; un punto exterior;
una ítrict 1ínea paralela a la recta a través de ese punto' Aun
así, el cuadro dibujado por el postulado de las paralelas no
ternina de mitigar cierto malestar matemático' De alguna
oscLlra manera, el axiomr contiene un presupuesto
que no
acaba de encajar de1 todo. Las líneas paralelas y un punto
en

e1 espacio; está claro. Y el cuadro que obtenemos'


igual-
mente claro. Pero queda algo extraño y sin resolver en este

panoralne de líneas alegremente paralelas, qLle su visión sea


plausible depende en realidad cle la suposición de que el es-
pacio en eI que están inscritx sea plano' Si anulamos esta su-
posición, o la modificamos c1e algrn modo, el cuadro pierde
áe pronto su credibilidad inicial, el espacio en sí mismo ad-
quiere el poder de curvarse de extrañas lnaneras"'
Ymientras hacen L1n acto de presencia inoportuno
puntos suspensivos matemáticos, nos damos cuenta de que
quinto postulaclo de Euclides no está soportado por el
de 1o obvio clel nrismo modo en que io están 1os otros
c

presupuestos. A 1o largo de1 tiempo' este pero es el que


DEMOSTRACIL]}.¡
1(

sugerido a los matemáticos que el quinto axioma no es en


absoluto un axiorna, sino qr-re, más bien, es vü teoremd del sis-
tema. Durante más cle veintid(ls siglos, Ios matemáticos in-
tentaron aclarar esta intuicién, cientos de páginas confusas y
enmarañadas en latín, griego, italiano, francés o alemán bus-
canclo derrostrar que el quinto axioma de Euclides poclía ser
deriuado del resto de 1os axiomas cle Euclldes" Al final, cada
una cle ellas parecía asumirjusto el punter en cuestión, de un
mc¡clo obvio en los apasionrdos inrentos de los aticionaclos'
de modo monstruosamente sutii cuanclo excelentes matemá-
ticos plantearon ingeniosas series de pasos clrculrres clue' sin
remedio, retornaban al propio postulado de las paralelas'
Y esto es algo que Euclides supo, entendié y consideró
en extremo problemático. Ni una vez propllso una clemos-
tración de su postulado de las paralelas, su tremenda intui-
ción fue capaz de atravesar los intrincados carninos de una
prueba ftlaz a otra hasta forrnr-rlar para sí rúsrüo 1a increíble
conch¡sión de qr.re e1 postr:lado cle las paralelas era -no, no
un teorema, por ahí llegamos a 1a locura- sino de hecho"'
Qué magníficc¡ instrumento pueden llegar a ser los pr-in-
tos suspensivos, tantas técnicas literarias abreviadas en su de-
licado repiquetear: un eseorzo! una sombra velada, la acu*
mulación de acontecimientos; son toda una invitltcién, una
guía al romance, una provocación, un signo rie los impon-
derables por venir.

AI escribir lcss Elemento"s, Euclides no se anduvo con rodeos.


El libro comienza con bruscluedacl. No hay prelindnares.
Algo debe ser clemostrado. Dada una línea, afirnla la Pro*
posición I -la primera iikro, dense cuenta-, siem-
ftase clel
ASCENSO INFINlTO

pre posible construir un triánguio equilátero sobre esa 1í-


es
nea. Construir, es dectr, crear. lJn nuevo objeto geométrico
aparece a partir de las definiciones y los axiomas de Eucli-
des. La demostración desfila con e1 cortado y severo paso de
un escuadrón rornan.o. Y de pronto se detiene. Aquello que
queríamos demostrar ha sido demostrado. La concisión es
casi insoportable"
He aquí los pasos.

1. AB una línea recta finita dada.


Sea
2. Con centro en A y distancia ,48, describamos ei
círculo BCD.

Axíoma 3.

3. Con centro en B...

Axioma i de nuevo.

.1. Desde el punto C de interseccién de los círculos,


A y B.
tra.zar :una línea recta a los puntos

Axíoma 1.

5. Pero AC = A8...

Y con tan solo cinco inferencias completas, la arqLri


tura de la demostración es evidente. Con una vuelca
dor de ese triángulo formada por tres pasos, Euclides de
mostró metódicamente que sus lados eran igr-rales: ,4C
AB, y BC y BA, y CA y CD, que no es más que AC y A
DEMOSl RAL-Ii)N
37

Así comienzan los Elententos, y así eonrinúan, desde pro_


posiciones sencillas hasta proposiciones urucho más
elab.,_
radas, pasando, cle igual r,odo, lo i'_
desde 1o obvio hasta
sospechado. En el transcurso de los muctros siglos en que
los Elernento-. de Euclides firer.n foco de atencién de
la mi-
rada de lodos los matemáricos, slrs secretos fueron descu_
biertos y srls puntos oscuros ilumi¡racicls" A lo largo del
si_
glo xrx, el sistenta dio algunas sorpresas" A pesar cle
ser ur:
sistema tan antiguo, la geometría euclidiana todavía
era ca_
paz de dar algunos rebrotes primaverales. A finales
r{el st_
glo xrx, por e.;enrp1o, el geómetra angloamericano
Frank
Morley descubrió y demostró que los ángr.rlos rrísecrores
de
utalquier triá.gr-rlo e,cridiano forman r,rn triánguro
equilátero
interior. Se trata de un resultado exquisitct, que
se alcanzó
veintitrés siglos después cle la rruerte ele Euclides,
e'ide,cia
incontesrabie de que el r¡létoelo de pn_reba
es [arnbién un
instrumento de descubrimiento.

En el siglo xvrr, el matemático francés pierre cle Fermat se


preguntó si la ecuaciln x,, * y,,=
a', pclclría resolverse en
números enteros distintos. para
n = 1, l, cuestiírn es trivial;
Y para n = 2 es obvia, el triplete pitagórico
rres, cuatro y
c-inco satisface con
elegancia l* ...rr.;*ó., * * y, ¿2. "Ires
al cuadrado más =
cuatro al cuaclrado es rgual a cincc¡ al cua*
drado. Cuando
los exponenres superan e! cJos, las poJarida_
t. invierren. A pesar d. ,u ..r.verancrf,,
l:t, f l:cnn¡r no
rripletes pitagóricos x, y e rales clue
f1o...".:"trar
4 ' )' - 2".
tlr-- l
«.hs rurposible _escribié
1
tratado diofandno
en Jos nrárgenes del
Arithmetica-que un cr-rbo puecla escribir_
§e corno
ia suma de otros clos cubos.»
A cclntinuacrón dio el
38 ASCENSO INFINITo

paso que inmortalizaría su nombre. Generalizó esa obsen a-


crón. Lo qlle no puede hacerse con la tercera potencie nc
puede hacerse nllnca, no importa la potencia, no import:
cómo se busque. Es imposíble «para cualquier número eleva-
do a una potencia mayor de dos poder escribirlo como la
sutna de dos núnreros a esa potenciar.
Fermat creía h¿ber descubierto una demostración ü.tara-
villosa para su conjetura, y en una nota al rtargen consignó
con pesar que los márgenes eran dernasiado pequeños para
contenerla.
Esto llegó a intrigar y, a menudo, obsesionar a brillanres
matemáticos. Aficionados y excéntricos, todos ellos en po-
sesión de r-rri dirección de correo electrónico, se han em-
pleado a lbndo en insólitas demosrraciones, algunas di¿bóli-
camente ingeniosas. Durante más de tres siglos la conjetura
permaneció infranqueable. Hasta que en 1993 el matemári-
co inglés Andrer,v Wiles anunció una demostración, que
modo retrospectivo respalclaba a Fermat. El maestro tení
razón después de todo. La derrostracién de Wiles o
rnás de doscientas páginas y utiliza una ingente cantidad
matenáticas modernas. tJna primera versión, anunciada
una teatral puesta en escena en la lJniversidad de Oxfor
contenía un error. La prueba precisó de revisiones, pero
final salió bien paradr.
Aunque trata un viejo problema, es un trabajo desa:
llado en las más rnodernas matemáricas. De hecho, es
permoderno. Si bien hay características que son más nu
que viejas. La demostración está escrita en honor de la vi
ja obsesión de Pitágoras, el coro de los viejos medio 1

griegos prtagóricos uniendo sus voces de nr,ievo para


mar y cantar. La conjetura de Fermat juega con la más s
DEMOSI-RAC:]óN 39

ple de las propiedades de los núr¡reros y la pregr-rnta qne


plantea, si para cualquier 4 mayor quc dos hay números x, y
y z tales que ff" I yn = z', es tan fácil de formular y dirÍamos
que está tan cerca de la méd¡"rla de la intuicién que casi nos
invita a un posicionamiento espontáneo. Aun así, la demos_
tración del últirno reorema de Ferm.at está bien lejos rie la
intuición, corrigiendo la insensatez de los pitagéricos y po_
niendo de manifiesto que en matemáticas la intr-¡icién debe
estar siempre bien estructurada"
En este momento, Euclides tose con discrecién en la
noche. A pesar de su apabulianre complejidad y a pesar de
su Groz simbolisrno hipermoclern,, el traba-io de
Wiles está
organizado de acuerdo con el preciso plan arquitectónico
desplegado er: la media dercena de líneas que urilizé
Eucli_
des para probar su prinrera proposición eu los
Elententa-s. Es
preciso demostrar algo en amtros casos, y para
ello se ern_
plea el método de la demostración. En
ainbos casos hay que
suponer algunas cosas. En ambos casos
se ctrn por sLlpuestas
algunas cosas. Las inGrencias controlan
el flujo dei pensa_
miento. La catedrai cle las matemáttcas
aur¡renla de tamaño,
pero no cantbia su naturaleza
interna. No exrste orra nlate_
ria humana, sospecho,
que haya cambiaclo tanto sin dejar de
ser tan parecida
a sí misrna.

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