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Homosexualidad.

Orientaciones pastorales

De: “La sexualidad humana”


Nuevas perspectivas del pensamiento católico.
Estudio realizado por encargo de la
Catholic Theological Society of America
Anthony Kosnik, Director
Madrid 1978,
Ed. Cristiandad

Teniendo en cuenta esta labor de investigación en el campo de las ciencias teológicas y sociales, así como las expe-
riencias de quienes ya han emprendido la tarea de atender pastoralmente a los homosexuales, podemos ofrecer con
cierto grado de seguridad moral las siguientes orientaciones pastorales:

1. Complejidad de la orientación sexual


Antes de intentar ofrecer a un homosexual una orientación espiritual o un asesoramiento moral, las personas
dedicadas al ministerio pastoral deben tener clara conciencia de la complejidad no sólo de estas cuestiones, sino
de la misma condición homosexual. La homosexualidad suele definirse como la atracción erótica y sexual que
experimenta un individuo hacia los miembros del mismo sexo. Una descripción más exacta incluiría además la
ausencia de atracción hacia los miembros del sexo opuesto, en ocasiones hasta el extremo de sentir positivo
disgusto ante la sola idea de mantener relaciones sexuales con el sexo contrario. Las investigaciones recientes
han puesto de relieve la imposibilidad de catalogar a todos los individuos simplemente como heterosexuales o
como homosexuales. Los datos empíricos sugieren que sólo en unos pocos individuos es totalmente exclusiva la
orientación sexual. En aquellos individuos en los que predomina la orientación heterosexual parece existir una
posibilidad latente de interés homosexual, que puede aflorar o no a la conciencia. Se ha sugerido que las
presiones culturales enmascaran en Occidente la conciencia de este interés y crean el cuadro enga ñoso de una
polarización rígida entre las orientaciones heterosexual y homosexual.

2. Examinar los propios prejuicios


Antes de intentar la orientación o el consejo espiritual a un homosexual, las personas implicadas en la cura
pastoral deberán examinar sus propias actitudes. Los prejuicios inconscientes, resultado de una educación
tendenciosa, o de las actitudes inculcadas por la sociedad, pueden constituir una grave injusticia contra los
homosexuales y hacer imposible un eficaz asesoramiento. No cabe esperar ningún beneficio real a menos que el
pastor y el consejero desechen todo rastro de los mitos que hacen imposible un encuentro efectivo:
 El mito de que todo homosexual se siente atraído por niños y adolescentes, con los que desearía tener
contacto físico. Hay heterosexuales que sienten las mismas inclinaciones; de hecho, parece que, en proporción
a las cifras respectivas sobre el total de la población, los heterosexuales son más inclinados que los
homosexuales a molestar con sus solicitudes a los menores.
 El mito de que es fácil identificar a los varones homosexuales como afeminados o como viriloides a las
mujeres homosexuales; que los homosexuales se reconocen entre sí y que forman un verdadero guetto; que
los homosexuales tienden invariablemente a ejercer determinadas profesiones.
 El mito de que todos los homosexuales son libertinos e inestables, incapaces de establecer relaciones
permanentes.
 El mito, quizá el peor de todos, de que los homosexuales sólo necesitan mano dura para corregir su
orientación o la experiencia del trato carnal heterosexual o el matrimonio heterosexual. Un pastor nunca deberá
alentar a un homosexual a que contraiga un matrimonio heterosexual; de hecho, ha de des aconsejarse
positivamente tal acción.

3. No se debe buscar el cambio de la orientación sexual


No está probado en modo alguno que la condición homosexual pueda remediarse mediante el tratamiento
psiquiátrico o el asesoramiento psicológico. Las más de las veces resulta de ello una experiencia frustradora que
sólo contribuye a intensificar la angustia del homosexual. Los consejeros podrán sugerir la conveniencia de unas
pruebas psicológicas para determinar si una persona es verdaderamente homosexual, es decir, exclusiva o

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predominantemente homosexual, por oposición al homosexual «transicional», es decir, el que pasa en esos
momentos por una fase temporal del desarrollo psicológico. En el caso de los verdaderos homosexuales, la
terapia profesional podrá servir para ayudarles a aceptar positivamente su condición, pero nunca deberá
aconsejarse la terapia de forma que suscite falsas esperanzas de un remedio o modificación de la
homosexualidad.

4. Tener en cuenta la discriminación que sufren


Uno de los aspectos más importantes de la homosexualidad es la conciencia de ser distinto de la mayor parte
de las personas. Esta conciencia de ser «distinto» o de pertenecer a una minoría hace que los homosexuales
sufran por los mismos motivos que todos los grupos minoritarios, con la añadidura de que su «diferencia» es
secreta y desemboca habitualmente en una mayor alienación. En una sociedad que hace de ellos objeto de
burlas crueles y de desprecio, los homosexuales suelen padecer una falta de estima de sí mismos y una soledad
que resulta difícil o incluso imposible de comprender para los heterosexuales. Obligados a ocultar su condición en
el ambiente social ordinario, los homosexuales no pueden evitar el sentirse como extraños. Necesitan entablar
amistad y relacionarse entre sí a fin de compartir, como todos los demás, sus más profundos sentimientos,
temores y emociones. Necesitan la amistad para edificar sus vidas y el tipo de relaciones que les es imposible
establecer como no sea con los de su misma condición. Los homosexuales tienen los mismos derechos a la
amistad, a la asociación y a la vida comunitaria que los heterosexuales.

5. Están llamados a vivir la intimidad y el amor con criterios éticos


Los homosexuales tienen los mismos derechos al amor, la intimidad y las relaciones que los heterosexuales.
Al igual que éstos, están obligados a proseguir los mismos ideales en sus relaciones, buscando siempre la
creatividad y la integración. Las normas que rigen la moral de la actividad homosexual son igualmente válidas en
toda actividad sexual, y las normas que rigen la actividad sexual son las mismas que han de aplicarse a toda
actividad ética humana.
En este punto se plantea el problema: ¿Cabe pensar que Dios y la naturaleza han negado a los
homosexuales, en virtud de su condición, el derecho de que disfrutan los heterosexuales a la expresión íntima
sexual del amor? El homosexual es el individuo para quien resulta natural e irreversible a todos los efectos
prácticos la orientación exclusiva o predominantemente homosexual. Esta condición irreversible no ha sido
elegida libremente por el hornosexual, del mismo modo que el heterosexual tampoco ha elegido la suya. ¿Es de
suponer que los homosexuales, en virtud de su condición, tienen garantizado por Dios el «carisma» del celibato?
Los datos aportados por las ciencias del comportamiento parecen indicar lo contrario. ¿Es de suponer que los
homosexuales tienen ipso facto la obligación y la vocación de elaborar un plan de vida ascético más exigente que
los heterosexuales? Los heterosexuales son libres para elegir o rechazar el celibato. ¿Se ha de negar a los
homosexuales esta misma libertad de elección? Los heterosexuales pueden considerar la continencia como una
vocación. ¿Habrán de considerar los homosexuales la continencia como su destino?
Nuestras reflexiones nos llevan a opinar que la moral sexual cristiana no pide una doble norma. Los
homosexuales tienen los mismos derechos y deberes que la mayoría heterosexual. Los ho mosexuales, al igual
que la mayoría heterosexual, habrán de analizar y valorar su comportamiento a la luz de las mismas valoraciones
y conforme a las mismas normas morales para determinar si sus acciones ostentan o no las características
propias de una sexualidad humana integrada. El pastor o el consejero ayudarán al homosexual a formular un
juicio moral sobre sus acciones y sus relaciones en términos de si son o no autoliberadoras, enriquecedoras del
otro, honradas, fieles, al servicio de la vida y gozosas. Como cualquier otra persona, los homosexuales están
obligados a evitar la despersonalización, el egoísmo, la falta de honradez, el libertinaje, el daño a la sociedad y la
desmoralización. Mientras ayudan a los homosexuales a establecer esta valoración moral, el pastor y consejero
les animarán a ampliar su atención hacia el contexto de su vida total, a todas sus acciones y relaciones, y sobre
todo a sus relaciones con Dios y al estado de su vida espiritual de oración y participación en la vida sacramental
de la Iglesia.

6. Posibilidad de relaciones estables


Dado que sus amistades y relaciones no cuentan con la aprobación y el apoyo normales que la sociedad
presta a las relaciones heterosexuales, los homosexuales tienden a sufrir de manera muy real la tentación del
libertinaje. La práctica pastoral católica, sin advertirlo, ha fomentado la incidencia del libertinaje entre los
homosexuales precisamente al prevenirlos contra la formalización de amistades íntimas o exclusivas. Se ha dado
por supuesto que los homosexuales que viven juntos se encuentran en ocasión pró xima de pecado; se les
aconsejaba desistir o incluso se les negaba la absolución en el sacramento de la penitencia. Al no poder esta-
blecer unas relaciones profundas y duraderas, los homosexuales se han encontrado incapacitados para guardar
continencia y obligados a multiplicar las relaciones superficiales.
Ante el problema del libertinaje, el pastor o el consejero podrán recomendar el establecimiento de amistades
estrechas y estables entre los homosexuales, pero no simplemente como un mal menor, sino como positivamente

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buenas. No hay que considerar estas amistades como una ocasión próxima de pecado. La amistad es siempre
positivamente buena. Las dificultades surgen de la orientación homosexual, no de la amistad.
Cada vez son más frecuentes las ocasiones en que se pide a un pastor que bendiga o solemnice
litúrgicamente el llamado «matrimonio homosexual». Históricamente se ha entendido el matrimonio como una
unión heterosexual, por lo que nos parece equívoco o inadecuado describir la unión estable entre dos
homosexuales como «matrimonio». Todo lo que pudiera sugerir una celebración sacramental del matrimonio, por
consiguiente, nos parecería igualmente inadecuado y equívoco. Por otra parte, la oración, e incluso la oración
comunitaria en favor de dos personas que se esfuerzan por vivir cristianamente, encarnando los valores de
fidelidad, sinceridad y amor, no es cosa que quede fuera de las posibilidades pastorales de una Iglesia cuya
tradición ritual incluye una rica variedad de bendiciones. La conveniencia de tales actos deberá ser determinada
por la prudencia pastoral, teniendo en cuenta todas las consecuencias posibles, entre ellas las repercusiones
sociales.

7. Participación en los sacramentos


Los homosexuales cristianos tienen los mismos derechos y la misma necesidad de los sacramentos que los
heterosexuales. A la hora de decidir si ha de conceder o negar la absolución o la sagrada comunión a un
homosexual, el pastor podrá guiarse por el principio general de la teología moral fundamental de que sólo ha de
imponerse una obligación cierta. Ubi dubium, ibi libertas. Una duda invencible, sobre la ley o sobre el acto,
permite seguir una opinión verdadera y sólidamente probable en favor de la libertad.A la luz de las dudas
subsistentes y de las cuestiones aún no aclaradas en relación con la homosexualidad, teniendo en cuenta las
circunstancias históricas subyacentes a la prohibición bíblica y tradicional, las opiniones divididas de las
autoridades teológicas y la argumentación aducida a favor de considerar los actos homosexuales no
precisamente como intrínsecamente malos, vistas todas estas consideraciones, puede invocarse la opinión
sólidamente probable a favor de que se permita a los homosexuales la libertad de conciencia y el libre acceso a
los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía.
La homosexualidad no es un problema al que un ministro pastoral necesite únicamente proponer y aplicar las
soluciones adecuadas. Por el contrario, la homosexualidad es una cuestión que la teología moral sólo muy
recientemente ha llegado a apreciar en toda su complejidad, su ambigüedad y sus incertidumbres. Admi tidos los
límites de nuestros conocimientos, los confesores y los consejeros habrán de tener muy en cuenta que no tienen
derecho a imponer puntos de vista discutibles y opiniones dudosas a los demás, con lo que interferirían en su
libertad fundamental de conciencia. En igualdad de circunstancias, un homosexual que practique actos
homosexuales con buena conciencia tiene los mismos derechos de conciencia y los mismos derechos a los
sacramentos que un matrimonio que practique la limitación de la natalidad con buena conciencia.

8. Discernimiento de la posibilidad de castidad


Cuando parezca que a un homosexual le ha sido otorgada la gracia de la continencia, el confesor y el
consejero deberán animarle a cooperar generosamente con esa gracia y a acogerla libremente. Pero nadie está
obligado a un imposible moral. Un pastor o un director espiritual experimentados saben que la continencia
absoluta es en última instancia una gracia de Dios, que no a todos es concedida. Cuando hay indicios de que tal
gracia no ha sido otorgada a un hombre o mujer de tendencia homosexual, el pastor no tiene otra alternativa que
aceptar la condición homosexual como un hecho y ayudar a la persona en cuestión a vivir de acuer do con las
mismas normas morales que los heterosexuales, esforzándose por asegurar los mismos objetivos de creatividad
e integración.

9. Evaluación de la capacidad para vivir el celibato en candidatos al clero y la vida religiosa


De acuerdo con la disciplina actual de la Iglesia católica, el sacerdocio y la vida religiosa exigen de sus miembros
no sólo una sana madurez emocional y sexual, sino también la aceptación libre de un estado de vida que no se
impone a quienes no han emitido los votos religiosos o han abrazado el sacerdocio. Todas las exigencias que se
plantean a los sacerdotes y religiosos heterosexuales valen igualmente para los que tengan inclinaciones homo-
sexuales.
En el caso de una persona de inclinaciones predominante o exclusivamente homosexuales que pretenda
abrazar el sacerdocio o la vida religiosa, el pastor o el consejero deberán obviamente distinguir entre la atracción
erótica y la actividad plena, entre un acto homosexual de carácter incidental y la conducta homosexual constante.
Los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa han de estar seguros de que son capaces de vivir los ideales y
las exigencias del celibato, especialmente si se tiene en cuenta que sacerdotes y religiosos suelen vivir en un
ambiente monosexual. Incluso cuando hay indicios de que son capaces de vivir el celibato, nunca se deberá
animar a los homosexuales a ingresar en un seminario o en un noviciado religioso simplemente como una
manera de eludir el enfrentarse con su sexualidad y hacer de ella una energía creadora en sus vidas.

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10. Compromiso frente a la discriminación e injusticia contra los homosexuales
La tradicional actitud cristiana ante la homosexualidad a lo largo de muchos siglos hace a la Iglesia responsable
al menos indirectamente de muchos prejuicios y de la discriminación que sufren actualmente en la sociedad los
homosexuales. Como representantes de Jesucristo, los dirigentes de la Iglesia tienen una grave responsabilidad
que les exige trabajar en pro de la eliminación de las injusticias que todavía sufren los homosexuales en nuestra
sociedad. Entre estas injusticias se incluyen ciertas prácticas discriminatorias en cuanto al alojamiento y el
trabajo. Especialmente en el ámbito de la legislación y los derechos civiles, la autoridad eclesiástica haría muy
bien en atenerse a las orientaciones establecidas por el Informe Westminster, encargado por el antiguo arzobispo
católico de Londres, Bernard Griffin (1956): «No están justificadas las sanciones penales con el fin de procurar la
restricción de los pecados cometidos contra la moral sexual en privado por adultos responsables». Al año
siguiente, 1957, el célebre Informe Wollenden, elevado al Parlamento Británico con la recomendación positiva de
la Iglesia de Inglaterra, formulaba las mismas recomendaciones: «El comportamiento homosexual entre adultos
libres y en privado no debe constituir en adelante un delito criminal».
No debería ser mucho pedir que la Iglesia y sus dirigentes se comportaran como algo más que barómetro de
la pública opinión moral y que se pusieran a la cabeza del movimiento que trata de defender, adelantándose a los
tribunales, los derechos civiles de los homosexuales, procurando cambiar una situación social injusta, a pesar
incluso de que no se trate de una causa muy popular. Si hoy se intenta eliminar cualquier discriminación por
motivo de raza o religión, esta actitud debería extenderse lógicamente a la eliminación de las discriminaciones e
injusticias que se fundan en la orientación sexual.

11. Derecho a una atención pastoral cuidada


Como grupo que ha sufrido desproporcionadamente opresión y desprecio, los homosexuales tienen especial
derecho a reclamar la atención de la Iglesia y sus autoridades. Los homosexuales pueden reclamar una atención
pastoral ilustrada y eficaz y contar con la ayuda de unos ministros que estén preparados de manera especial para
responder a sus necesidades peculiares. La Iglesia en general podría aprender mucho de los esfuerzos pasto-
rales y de la experiencia que en este terreno han adquirido católicos y protestantes a través de su esfuerzo
conjunto en Holanda.
Los homosexuales tienen derecho a esperar comprensión y aceptación por parte de sus pastores y
consejeros, que también procurarán animarlos a conseguir la madurez y la integración per sonales en su vida y en
sus relaciones. Para ello necesitan los homosexuales el aliento y el apoyo de sus mentores espirituales.
Necesitan la atmósfera de comprensión y las actitudes que Jesús demostró para con los oprimidos y
despreciados de su época.

12. Lo provisional y lo seguro


Hemos de repetir una vez más que hay muchos aspectos provisionales e inciertos en todo lo relativo a la
cuestión de la homosexualidad. Será preciso investigar aún mucho y acumular mucha experiencia pastoral antes
de que estemos en condiciones de formular unas líneas generales de actuación en el terreno de la pastoral. Pero
también podemos repetir como cosa cierta que donde hay afecto sincero, responsabilidad y el germen de una
auténtica relación humana en otras palabras: donde hay amor Dios está presente con seguridad.

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