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¿Desenchufar Internet?

por Estanislao Antelo

La peor de las concupiscencias. Así la llamaba Agustín.


Intemperancia. Así la llamaba Santo Tomas que por su parte
dividía el mundo en estudiosos e intemperantes. Hablo de la
curiosidad. Viejo vicio si los hay, para almas puras y
conservadoras, progresistas y librepensadoras.

La curiosidad fue, ha sido, y seguirá siendo un vicio. Ocurre


que su condena se ha hecho laica y vemos deambular
académicas almas bellas pidiendo su cabeza. Se organizan
comisiones, congresos y cursos de formación alrededor de la
presencia inquietante de la curiosidad. Un nuevo tipo de
especialista entra en escena: aquel que sabe qué hacer con las
pasiones, cómo ordenarlas y adjudicare a cada cual su porción.
Aquel que tiene la exacta medida tolerable de curiosidad. Se la
pretende vanamente domesticar, encausar, calmar, apaciguar,
estudiar. En fin. Se dice también que el Fin de Siglo nos trae
jóvenes apáticos, ociosos, no comprometidos. Se nos promete
que a base de contenidos significativos despertaremos su
interés, al que se considera, curiosamente, dormido. Se
pronuncia en voz alta una crisis de los valores. Se le pide a
todo el mundo que se acueste temprano.

Desenchufar Internet, restringir los horarios y contenidos del


consumo televisivo, elaborar Leyes Secas, advertir que el
camino de la droga es la muerte, condenar el aborto, volver a
las bases y tradiciones, rescatar la familia de las garras de
Cronos. Porque ese es el asunto. Todo esta queja va muy
rápido. Voy a establecer un puñado de hipótesis.

No vivimos en ninguna era del vacío. Menos aun de la apatía,


la desmotivación, la superficialidad y esos ardides. Estos
tiempos no están más locos que otros tiempos, en tanto el
tiempo no resiste estadísticas de intensidades o dosis de locura.
Es el mismo tiempo el que está loco, dislocado como dice
Hamlet. Es el mismo tiempo el que habrá de estarlo. Vivimos
sí en una explosión incontrolable de curiosidad. Toda
curiosidad es desmesurada e incontrolable. Solo acontece que
ha mudado, como corresponde, sus formas, y deberíamos
empezar por reconocer que no tenemos la más mínima idea de
lo que está pasando, de lo que está siendo, de lo que está por
ser.

Los jóvenes no están apáticos, abúlicos, superficiales,


desmotivados. Los jóvenes ontológicamente curiosos, están
solos. Que están solos quiere decir que el lazo que solía unirlos
a la herencia generacional, se deshilvana, se deshilacha, y eso
que llamamos sociedad muestras sus hilachas. Que están solos
quiere decir que el tejido social se agujerea y que nuestras
adultas máquinas de zurcir, no funcionan debidamente. Que
están solos quiere decir que hemos decidido espantarnos,
asustarnos y abandonar por cobardía la tarea de estar ahí, cerca
de ellos, haciendo algo con el tiempo. Porque el tiempo
sabemos que pasa. En mi país cuando el susto y el escándalo
de la vida adulta que nada comprende, sucede, los jóvenes
usan la siguiente expresión: no pasa nada.

No es con conocimiento significativo como hemos de enlazar


lo que esta suelto. Porque es bueno recordar que una crisis es
eso: aquello que flota demasiado tiempo sin unirse. Es
desarticulación, es decir, falta de sentido. Falta de sentido o
construcción de nuevo sentido. Entiendo por crisis o por
tiempo –se trata de lo mismo-, el instante aquel en que lo viejo
no termina de morir y lo nuevo no termina de aparecer.
Entiendo también que los argumentos que diagnostican la
crisis haciendo responsables a los actores principales de los
sistemas educativos modernos (estudiantes y docentes) son
argumentos de irresponsables, es decir de aquellos que no
pueden responder. No se sale de una crisis haciendo mapas
conceptuales o formando competencias básicas. Y si
efectivamente se sale, se sale sin saberlo. Conviene sincerarse
en este punto y preguntarse por las propias crisis, ya que la
crisis es lo más y mejor repartido del mundo. En todo caso la
diferencia aparece en torno a quiénes son los propietarios,
usuarios y técnicos de la máquina de coser la vida. Porque la
vida es vida en tanto cose, reúne, ata, aquello que está disperso
y en el mismísimo instante que lo hace, borra las huellas de su
operación.

Por ultimo, lejos de pedirle a Dios que desenchufe Internet,


deberíamos mantener otro tipo de conversación con él.
Deberíamos decirle que no estamos dispuestos a abandonar
nuestra tarea sobre las herencias y las memorias. Que puede
descansar en tanto hemos aprendido que su máquina de coser
se ha agotado hace unos 200 años. Que le permitimos que
contemple desde ahí y que acepte que somos nosotros, los de
esta tierra, los que hemos de decidir qué hacer con la
curiosidad y con nuestras máquinas pensantes. Estimo que es
necesario multiplicarla y facilitar su ubicua e insistente viciosa
circulación.

© Estanislao Antelo ( Todos los derechos reservados por el autor )


Preguntas, comentarios o referencias:
anteloe@infovia.com.ar

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