Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
213-220
La realeza de Jesús en el
cuarto evangelio*
Por su índole introductoria, esta perícopa será estudiada en primer lugar. Justamen-
te aquí está presente dos veces, y después nunca más en el 4º Ev la expresión "Reino de
Dios". Este discurso nos aporta una presentación de la persona de Jesús, del Reino centrado
en su persona y el nuevo nacimiento ofrecido a los hombres para acceder a tal Reino.
Esta imagen de Jesús corresponde a una etapa evolucionada de la redacción juánica,
correspondiente al tiempo del evangelista. Como características de esta etapa están: el
dualismo soteriológico que divide a los hombres en creyentes e incrédulos, en luz y tiniebla
frente a Jesús. La cristología de la exaltación, propia de esta etapa, aporta una imagen de
Jesús muy peculiar: Jesús es el Verbo preexistente que, enviado al mundo por el Padre,
instaura un nuevo acceso al mundo de Dios sustituyendo y superando las antiguas y
restringidas instituciones judías; provisto de un conocimiento divino y en posesión de la
verdad total conoce profundamente la naturaleza humana. Su misión es definida en térmi-
nos de revelación: Jesús es la Luz del mundo, es el Maestro que puede confirmar su autori-
dad de Revelador escatológico con un solemne Amén. Para esta misión el Padre lo asiste
con su presencia y lo colma de poder real.
Así como queda clara la procedencia trascendente de Jesús, queda de manifiesto la
esencial incapacidad de la naturaleza humana para alcanzar la vida eterna o el Reino de
Dios. El acceso requiere un nuevo nacimiento. Este requisito insólito y radical, que
Nicodemo no entiende, pone de relieve la situación de fondo: Jesús es de Dios, por eso está
por encima de toda comprensión humana, realidad que e14º Ev recuerda con frecuencia.
El 4º Ev insiste en la presencia escatológica de Dios y de su Reino en la persona de
Jesús. El Reino de Dios, esperado durante siglos por Israel, se hace presente en Jesús, el
Hijo del Hombre e Hijo unigénito de Dios; desde ahora es Jesús el Rey del Reino de Dios,
objeto de la fe y mediador entre el cielo y la tierra; el que con su venida y obra hace presen-
te y actuante la escatología; el único que puede hacer a los hombres partícipes de ese Reino
por medio de una nueva generación.
Esta reflexión juánica sobre Jesús, superando la concepción de mesianismo davídico
propia de la cristología baja y abriéndose a la cristología de la preexistencia, fundamenta la
dignidad real de Jesús en su condición divina y lo presenta como el verdadero Rey-Mesías
en cuanto enviado de Dios como Revelador y procedente del mundo de arriba.
filiación única y trascendente de Jesús, lo cual nos señala la dualidad de niveles: la historia
y la redacción.
La misma designación mesiánica de "Cordero de Dios", que tiene en el origen el senti-
do de "Siervo de Dios", hace referencia al elegido de Dios sobre el cual reposa el Espíritu
Santo (1, 33), típica imagen del Mesías. Ahora, aplicada a Jesús, indica el cumplimiento
de la antigua promesa y el carácter universal de la obra redentora de Jesús. El es el "Cordero
que quita el pecado del mundo" (1,29) realizando la verdadera y definitiva Pascua.
La expectación mesiánica del AT se cumple en Jesús, éste es "aquél de quien ha escrito
Moisés en la Ley y también los profetas" (1,45), el verdadero Mesías (1,41), con una
procedencia y patria conocidas (1,45). Pero el texto va mucho más allá: indica la preexis-
tencia de Jesús (1,30), vale decir, su condición trascendente. Jesús es el Señor al cual Juan
Bautista prepara el camino (1, 23), el que abre una etapa nueva y final de la historia de la
salvación, caracterizada por la efusión del Espíritu de Dios (1, 32-33) Y por la alianza
nupcial de Dios con su pueblo (cf. 3, 29). Por su condición divina Jesús posee un
conocimiento sobrenatural de los acontecimientos y personas (1,48), de modo que en lugar
de Dios puede prometer y hacer cercanas a todos los hombres las realidades celestiales
(1,50). Esta trascendencia de Jesús es corroborada con el título de "Hijo del Hombre", que
significa en este caso "Hijo de Dios", a quien el Padre ha colmado de gloria y de una realeza
que no procede de este mundo, constituyéndolo único mediador entre el cielo y la tierra
(1,51) con la función de Revelador y Juez escatológico.
Es en este contexto que podemos ubicar el título de "Rey de Israel", designación que
Jesús no rechaza, pero que trata de redimensionar con la mención a un futuro misterioso
cuando su Reino se manifestará a todos (1, 50-51). Así pues, la dignidad real de Jesús
encuentra su fundamento no en una voluntad humana, ni en el cumplimiento de los antiguos
oráculos, sino en su condición divina que lo hace estar por encima de todos y de todo.
Jesús no es un simple héroe de la esperanza popular sino el Hijo único de Dios, el Mesías
del tiempo final, el Hombre nuevo, el salvador sufriente, la Revelación definitiva y el
presente de Dios en medio de los hombres, la puerta del cielo.
determinada por la cifra simbólica de siete sino por el deseo del autor de hacer resaltar
nítidamente sobre las demás la escena de la coronación, que condensa la pasión y muestra
de una forma palpable la realeza de Jesús, tema de todo el Proceso. Por otra parte, teniendo
en cuenta la estructura cíclica de la narración, adquieren relieve las escenas de la presenta-
ción de Jesús ante el pueblo, ambas íntimamente relacionadas y complementarias. Los
desplazamientos de Pilato entre el exterior y el interior del Pretorio nos proveen de un
criterio bastante claro de distribución de las escenas ya que los verbos que describen los
movimientos del Procurador son casi simétricos: salió (18, 29), entró (18, 33), salió (18,
38b), salió (19,4), entró (19, 9). En 19, 13 se rompe la homogeneidad, pues aparece la
expresión "lo condujo afuera". Aunque es Jesús el personaje central de todo el relato, es Pila-
to el que está presente en todas las escenas. Al centro, la escena de la coronación no conserva
el mismo ritmo, no obstante queda claro el esquema que sitúa la acción en dos escenarios
diferentes.
El género literario Pasión, suficientemente fijado por la tradición, se presta al evange-
lista para desarrollar su peculiar cristología de la exaltación, de forma que puede presentar
a Jesús omnisciente, majestuoso, dotado de una dignidad real en medio de la Pasión. El
evangelista usa continuamente durante el Proceso y muerte de Jesús sus artificios literarios
preferidos: la ironía, el malentendido y el doble sentido. En esta época de la redacción
evangélica, que corresponde al tiempo del evangelista, el principal núcleo de discusión es
la divinidad de Jesús; los conceptos "Judíos", "mundo" han adquirido ya el tinte tipológico
para representar simbólicamente la global oposición a la obra reveladora de Jesús. Tam-
bién acusa el tiempo del evangelista la actitud un tanto benévola del autor frente a Pilato y
al Emperador. Por otra parte, la presencia del Discípulo amado en momentos claves de la
Pasión de Jesús (18,15-16; 19,26-27.35; 20,2-10) manifiesta asimismo la situación de fines
del siglo 1 en que la comunidad juánica refleja sus diferencias con la comunidad de los
cristianos apostólicos.
La escena central de todo el Proceso, la investidura real, da, bajo la forma de una
contemplación cristocéntrica, el sentido de todo el relato: Jesús es coronado y vestido como
Rey y es saludado como tal. En estrecha conexión con esta escena, y como su culmina-
ción, está la escena del Litóstrotos: Jesús, con atuendo real, es sentado por Pilato en el
tribunal y presentado a los Judíos con las palabras "He aquí vuestro Rey" y, por ende, como
verdadero Juez, en un curioso cambio de roles. Ante esta proclamación oficial de la realeza
de Jesús el pueblo judío elige como rey al César, operando así su autodisolución y la
abdicación a sus esperanzas mesiánicas. De esta forma paradójica la cristología juánica
de la exaltación de Jesús logra su punto climático: la pasión es para Jesús una consagración
real y la cruz es, en verdad, un trono.
y la presencia del discípulo amado acusan como etapa de la redacción el tiempo del
evangelista.
La dignidad real de Jesús aparece como tema fundamental de estas escenas paralelas
que hemos llamado "díptico sobre la realeza de Jesús". Las fuertes semejanzas literarias de
estas dos escenas aseguran un idéntico sentido. En la primera escena se da un uso reiterado
del título "Rey de los Judíos" con ocasión del título de la cruz y su discusión; en la segunda
escena el tema de la realeza de Jesús aparece en forma implícita ya que el vocabulario real
no está presente; sin embargo el tema es suficientemente perceptible a través de temas
complementarios como son la cantidad de perfumes empleados en la unción y la sepultura
en un jardín que indican de forma inequívoca la dignidad real de Jesús.
CONCLUSION
Según el42 Ev este Reino de Jesús, sin proceder de este mundo, está dirigido al mundo
como una propuesta salvadora. Además, el Reino de Jesús tiene su forma de establecerse:
teniendo un carácter esencialmente soteriológico, se hace efectivo a través de la pertenencia
a la verdad y la audición de la Palabra de Jesús (18, 37). Efectivamente, Jesús quiere reinar
no por el poder o la fuerza. El tiene su instrumento para reinar: su verdad; verdad que en Juan
tiene un sentido esencialmente cristológico.
La Iglesia confiesa la realeza de Jesús, y los textos bíblicos elegidos para la celebración
litúrgica expresan esa dignidad real en toda su riqueza, haciendo de la fiesta de Cristo Rey
una síntesis de todo el misterio salvífico. La doctrina de la realeza de Jesús, reflexionada en
la Encíclica Quas Primas, y expresada externamente en la fiesta litúrgica, es eminentemente
bíblica y, por lo mismo, de perenne actualidad, ya que nos obliga a los creyentes a una
reflexión "si queremos tener a Cristo como principio, como centro, como inspirador de
nuestra vida personal y comunitaria, como nuestro Rey". La Iglesia, nacida de la cruz de
Jesús, representa en el mundo la realeza profética y sacerdotal de Jesús, y es el germen e
inicio del Reino. Por lo mismo, como comunidad de creyentes, debe adecuar siempre su
pensamiento y praxis al mensaje evangélico para integrarse en el Reino de Jesús, no por la
participación en su mando universal sino tomando parte en su servicio redentor. De esta
forma los hombres reciben hoy del mismo Jesús, como don y tarea, el "reino de verdad y de
vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz" hasta el último día,
en que Cristo entregará al Padre el Reino "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15,24.28).
Pedidos: