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Teología y Vida. Vol. xxxn (1991). pp.

213-220

Eduardo Huerta P., CMF


Profesor de la Facultad de Teología U.e.

La realeza de Jesús en el
cuarto evangelio*

El dato bíblico que fundamenta la fe de la Iglesia afirma: Dios ha otorgado a su Hijo


Jesucristo resucitado el señorío real sobre toda la creación y le ha encomendado la tarea de
conducir el Reino de Dios asu fase final. De allí que la Iglesia, que continúa la obra de Jesús
(hacer presente con palabras y signos el Reino de Dios), reflexione continuamente sobre el
Reino de Dios y la realeza de Jesús, ya que la comprensión de estas realidades condiciona y
define inevitablemente en cada época el estilo de su actuación.
De los autores del NT es, sin duda, San Juan el más sensible a esta verdad. Es justamente
en e14º Ev donde la temática de Jesús-Rey recibe una explicitación teológica notable. No
sólo por el uso de una terminología real muy reiterada sino también por la organización
dramática del tema en el relato del Proceso ante Pilato. Este título de Rey en el 4º Ev se
agrega a las otras autodecIaraciones de Jesús: Yo soy el Pan vivo, el Pastor, la Puerta, el
Camino, la Verdad, la Vida, la Resurrección; y se pone en primer plano en el relato de la
Pasión. Es lícito entonces preguntarse: ¿por qué Juan, el último de los evangelistas, es tan
pródigo en el uso de un título que el NT, a excepción del Ap (también de la escuela juánica),
tendió lentamente a reemplazar por los títulos de "Cristo", "Señor" e "Hijo de Dios"?
¿Por qué precisamente en el momento de la máxima humillación de Jesús el autor se empe-
ña en presentarlo con los rasgos de una realeza universal haciendo de "Rey" un título de
honor equiparable a los demás? En fin, ¿es posible que nosotros, a veinte siglos de distancia,
podamos acoger las palabras de Procurador romano en el Pretorio de Jerusalén: "He aquí
vuestro Rey" como palabras que, dirigidas a la Iglesia, suscitan una respuesta?
Haremos un recorrido somero a través de las perícopas en las cuales el cuarto evange-
lista ha expresado la realeza de Jesús y asumiremos la distribución bipartita de la obra
juánica según Brown y la teoría sobre la formación de la Comunidad juánica en íntima
conexión con la formación del4º Ev propuesta por el mismo autor.

1. EL DIALOGO DE JESUS CON NICODEMO (2, 23-3, 5)

Por su índole introductoria, esta perícopa será estudiada en primer lugar. Justamen-
te aquí está presente dos veces, y después nunca más en el 4º Ev la expresión "Reino de

* Clase inaugural del año académico 1991.


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Dios". Este discurso nos aporta una presentación de la persona de Jesús, del Reino centrado
en su persona y el nuevo nacimiento ofrecido a los hombres para acceder a tal Reino.
Esta imagen de Jesús corresponde a una etapa evolucionada de la redacción juánica,
correspondiente al tiempo del evangelista. Como características de esta etapa están: el
dualismo soteriológico que divide a los hombres en creyentes e incrédulos, en luz y tiniebla
frente a Jesús. La cristología de la exaltación, propia de esta etapa, aporta una imagen de
Jesús muy peculiar: Jesús es el Verbo preexistente que, enviado al mundo por el Padre,
instaura un nuevo acceso al mundo de Dios sustituyendo y superando las antiguas y
restringidas instituciones judías; provisto de un conocimiento divino y en posesión de la
verdad total conoce profundamente la naturaleza humana. Su misión es definida en térmi-
nos de revelación: Jesús es la Luz del mundo, es el Maestro que puede confirmar su autori-
dad de Revelador escatológico con un solemne Amén. Para esta misión el Padre lo asiste
con su presencia y lo colma de poder real.
Así como queda clara la procedencia trascendente de Jesús, queda de manifiesto la
esencial incapacidad de la naturaleza humana para alcanzar la vida eterna o el Reino de
Dios. El acceso requiere un nuevo nacimiento. Este requisito insólito y radical, que
Nicodemo no entiende, pone de relieve la situación de fondo: Jesús es de Dios, por eso está
por encima de toda comprensión humana, realidad que e14º Ev recuerda con frecuencia.
El 4º Ev insiste en la presencia escatológica de Dios y de su Reino en la persona de
Jesús. El Reino de Dios, esperado durante siglos por Israel, se hace presente en Jesús, el
Hijo del Hombre e Hijo unigénito de Dios; desde ahora es Jesús el Rey del Reino de Dios,
objeto de la fe y mediador entre el cielo y la tierra; el que con su venida y obra hace presen-
te y actuante la escatología; el único que puede hacer a los hombres partícipes de ese Reino
por medio de una nueva generación.
Esta reflexión juánica sobre Jesús, superando la concepción de mesianismo davídico
propia de la cristología baja y abriéndose a la cristología de la preexistencia, fundamenta la
dignidad real de Jesús en su condición divina y lo presenta como el verdadero Rey-Mesías
en cuanto enviado de Dios como Revelador y procedente del mundo de arriba.

2. LA CONFESION DE NAT ANAEL (1, 49)

E14º Ev da a Jesús el título religioso-mesiánico de "Rey de Israel" al inicio del minis-


terio (1, 49); la próxima vez que Jesús será llamado así será con ocasión de la entrada en
Jerusalén (12,13). De esta forma este título, usado sólo dos veces en e14º Ev, forma un arco
sobre el completo Libro de los Signos.
El texto 1, 35-51 contiene elementos que corresponden al estadio de la redacción del
4º Ev que llamamos "etapa preevangélica" en la que se produce la fusión de dos corrientes
de pensamiento: por un lado la expectación del Mesías davídico, típica de la "cristología
baja", y por otro la cristología de la preexistencia. Podemos decir que el que llama a los
discípulos no es ya el Jesús terreno sino el Cristo de la fe postpascual. Este encuentro de
las dos cristologías permite que podamos advertir coexistiendo dos formas de la reflexión
primitiva.
Esta perícopa se presenta como una verdadera condensación de títulos cristológicos.
Varios de ellos, derivados del AT, son ahora leídos bajo una luz nueva. Así pues, si antes el
título de "Hijo de Dios" podía ser una designación mesiánica tradicional, ahora describe la
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filiación única y trascendente de Jesús, lo cual nos señala la dualidad de niveles: la historia
y la redacción.
La misma designación mesiánica de "Cordero de Dios", que tiene en el origen el senti-
do de "Siervo de Dios", hace referencia al elegido de Dios sobre el cual reposa el Espíritu
Santo (1, 33), típica imagen del Mesías. Ahora, aplicada a Jesús, indica el cumplimiento
de la antigua promesa y el carácter universal de la obra redentora de Jesús. El es el "Cordero
que quita el pecado del mundo" (1,29) realizando la verdadera y definitiva Pascua.
La expectación mesiánica del AT se cumple en Jesús, éste es "aquél de quien ha escrito
Moisés en la Ley y también los profetas" (1,45), el verdadero Mesías (1,41), con una
procedencia y patria conocidas (1,45). Pero el texto va mucho más allá: indica la preexis-
tencia de Jesús (1,30), vale decir, su condición trascendente. Jesús es el Señor al cual Juan
Bautista prepara el camino (1, 23), el que abre una etapa nueva y final de la historia de la
salvación, caracterizada por la efusión del Espíritu de Dios (1, 32-33) Y por la alianza
nupcial de Dios con su pueblo (cf. 3, 29). Por su condición divina Jesús posee un
conocimiento sobrenatural de los acontecimientos y personas (1,48), de modo que en lugar
de Dios puede prometer y hacer cercanas a todos los hombres las realidades celestiales
(1,50). Esta trascendencia de Jesús es corroborada con el título de "Hijo del Hombre", que
significa en este caso "Hijo de Dios", a quien el Padre ha colmado de gloria y de una realeza
que no procede de este mundo, constituyéndolo único mediador entre el cielo y la tierra
(1,51) con la función de Revelador y Juez escatológico.
Es en este contexto que podemos ubicar el título de "Rey de Israel", designación que
Jesús no rechaza, pero que trata de redimensionar con la mención a un futuro misterioso
cuando su Reino se manifestará a todos (1, 50-51). Así pues, la dignidad real de Jesús
encuentra su fundamento no en una voluntad humana, ni en el cumplimiento de los antiguos
oráculos, sino en su condición divina que lo hace estar por encima de todos y de todo.
Jesús no es un simple héroe de la esperanza popular sino el Hijo único de Dios, el Mesías
del tiempo final, el Hombre nuevo, el salvador sufriente, la Revelación definitiva y el
presente de Dios en medio de los hombres, la puerta del cielo.

3. LA MULTIPLICACION DE PANES (6, 1-15)

El presente texto tiene un fuerte contenido cristológico y está orientado esencialmente


a la presentación de Jesús como el Profeta escatológico en estrecha relación con la dignidad
real mesiánica que Jesús redimensiona.
Podemos ubicar esta perícopa juánica en un segundo momento de la etapa preevangé-
lica de la redacción del4º Ev, cuando se verifica la fusión de la "teología baja", que insiste
en el mesianismo davídico de Jesús, con una teología más evolucionada que pone el acento
más bien en la preexistencia de Jesús, en su condición de Revelador del Padre, en la
escatología realizada y en la sustitución de las figuras del AT por medio de la persona de
Jesús, el Testigo más fidedigno que Moisés. Propia de esta etapa es una visión particular de
los sacramentos: ahora son la continuación del poder manifestado por Jesús durante su
ministerio; yen concreto la Eucaristía, separándose del contexto de pasión, como es la visión
de los sinópticos, se hace banquete de vida eterna. La historia de la salvación conserva su
auténtica continuidad con el pasado pero deja bien en claro su superación definitiva.
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En esta línea de relectura del AT y de superación de las antiguas instituciones del


judaísmo se entiende la presentación de Jesús como el Nuevo Moisés, el que realiza la
nueva Pascua de la liberación, el nuevo Eliseo, el Profeta que debía venir y el Rey mesiá-
nico. En nuestro texto (6, 1-15) los detalles de espacio, tiempo, el rol de la muchedumbre
y los discípulos y la calidad de los dones multiplicados no hacen otra cosa que colaborar
en esta presentación de Jesús como realización y cumplimiento cabal de las antiguas
esperanzas.
Es importante la íntima relación en que aparecen los títulos de "Profeta" y "Rey",
binomio que tendrá su paralelo durante el Proceso. Con el título de "Profeta que debía venir
al mundo" (6, 14) la "cristología alta" expresa la condición trascendente de Jesús como el
Verbo encarnado que realiza la obra de la revelación. En la mente del pueblo y en la
percepción de Jesús el Profeta escatológico debe ser Rey, pero el pueblo y Jesús tienen
sendas concepciones de realeza que resultan inconciliables. Aquí "Rey" equivale a "Rey de
los Judíos", vale decir, alude a una realeza político-temporal que Jesús no aceptará.
El gesto de Jesús de retirarse solo a la montaña deja en claro que el Reino que a él
compete no obedece a una voluntad humana sino que viene de Dios, de forma que su realeza
se fundamenta en su status divino aludido durante el relato en detalles como el conocimien-
to divino de Jesús, que queda al centro de toda la perícopa (6, 6), y en la alusión a la montaña
que, formando un marco al relato (6, 3.15), indica al mundo de Dios al que Jesús se remite.
La epifanía de Jesús que camina sobre el mar y pronuncia el solemne "Yo soy" (6, 20)
confirma la idea de la condición trascendente de Jesús, fundamento de su mesianismo real.

4. LA ENTRADA MESIANICA DE JESUS EN JERUSALEN (12,12-19)

El mesianismo real de Jesús aludido simbólicamente en la Unción de Betania (12, 1-11)


es expresado en forma clara en la entrada triunfal en Jerusalén (12,12-19).
Este texto se presenta como yuxtaposición de dos relatos correspondientes a etapas
diferentes de la redacción juánica: el relato de la entrada propiamente tal (12, 12-15) que
hemos ubicado en la etapa "preevangélica" y el comentario teológico posterior (12,16-19)
que corresponde al tiempo del evangelista. Por una parte conviene resaltar: Jesús, llamado
"Rey de Israel", realiza el signo profético de montar un asno; así se manifiesta la crítica que
hace el autor a la concepción de realeza política de la esperanza mesiánica y sugiere la nueva
soberanía de Jesús. Por otra parte -en el comentario del evangelista- encontramos los mo-
tivos de la cristología de la exaltación: la alusión a la glorificación de Jesús, la comprensión
plena y postpascual de su misterio personal y de su obra, la realeza de Jesús puesta en relación
con su poder de dar la vida (motivo reiterado de la resurrección de Lázaro).
La muchedumbre sale al encuentro de Jesús con palmas y, reconociéndolo como el
Rey mesiánico, grita en su honor "Hosanna", que en su etimología significa "salva", y entona
en su honor el Salmo 118 de claro tono mesiánico. En medio de este entusiasmo, Jesús realiza
un signo profético (12, 14), con el cual pone su realeza por encima de la concepción popular
judía y la de los pueblos paganos. Despoja su realeza de todo condicionamiento político y
de todo reduccionismo nacionalista, aunque esta comprensión será plena sólo después de la
experiencia de Pascua (12, 16).
La realeza de Jesús, fuertemente testimoniada por los textos del A T, como se advierte
en la estructura de la perícopa, y claramente asentada en su condición divina, hace de Jesús
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el cumplimiento de la esperanza de Israel, aún más, lo hace punto de convergencia y atrac-


ción de todos los pueblos.
La condición divina de Jesús y su misión específica en el mundo lo hacen con derecho
Rey universal, por eso Jesús promete que el momento de su glorificación será el momento
de la irradiación de su soberanía sobre todos los hombres (12, 32). Esta universalidad está
aludida en el acudir de los griegos (12, 20-22), que representan la ampliación de los
destinatarios de la salvación a todo el mundo. Los fariseos entienden esto y, muy a pesar
suyo, declaran: "el mundo se haido tras él" (12, 19). Finalmente, la gente que sale al encuentro
de Jesús y lo aclama como a su rey se convierte, para Juan, en un símbolo de la humanidad
que se une bajo la soberanía de Jesús, vencedor sobre la muerte y dador de vida.

5. EL PROCESO ANTE PI LATO (18-19)

Es precisamente en el relato de la Pasión donde Juan ha querido concentrar su reflexión


sobre la realeza mesiánica del Salvador. En efecto, podemos advertir fácilmente que en el
relato juánico de la Pasión el tema principal es la realeza de Jesús. El vocabulario real se hace
aquí mucho más denso y significativo: de 16 usos de "Rey" a lo largo del evangelio, 12 se
encuentran acumulados en los capítulos 18-19. Aquí nos encontramos con escenas claramen-
te reales: el diálogo con Pilato, que tiene como tema central la realeza de Jesús, la investi-
dura con la coronación de espinas y el manto púrpura, la solemne escena del Litóstrotos
con la presentación de Jesús como "Rey de los Judíos", la entronización en la cruz, el título
y la sepultura real, todo lo cual transforma el conjunto en una auténtica "epifanía" de Jesús-
Rey.
El relato juánico de la Pasión representa, pues, el momento más tardío y, por ende, el
más alto, de la reflexión cristiana sobre la muerte de Jesús. Esta muerte, como acontecimiento
fundamental para la fe, conservaba su aspecto doloroso. El aparente fracaso del Maestro, con
todo lo que tenía de escándalo y de derrota, parecía contradecir abiertamente toda promesa
veterotestamentaria y atentaba apagar toda esperanza mesiánica en la naciente comunidad.
Muchos, iluminados por Pentecostés, habían intentado superar ese momento oscuro del
desenlace de Jesús iluminando el sentido de su muerte con la experiencia de Pascua. Habían
recurrido a las Escrituras para encontrar en ellas una explicación a la misteriosa "necesidad"
de la cruz, y ver en ésta el cumplimiento de los antiguos oráculos, y lo habían logrado a su
manera. Pero Juan aventajó a todos sus predecesores. Sólo él, a fines del siglo I, fue capaz
de transformar el mismo momento doloroso de la Pasión en una verdadera apoteosis y la
crucifixión en un auténtico Pentecostés, lo cual revela un desarrollo considerable respecto a
los escritos paulinos y sinópticos, y además una superación definitiva de la tradicional
antítesis humillación-exaltación. Juan realiza una sobreposición de los dos aspectos de
manera que el Jesús resucitado muestra los signos de la Pasión (20, 20) y el Jesús que muere
"da el Espíritu" como el resucitado (19, 30). Si la tradición prejuánica unía ya la Resurrec-
ción y la Exaltación (Fi 2, 9-11), Juan va más allá: incluye en la victoria de Jesús también el
relato de su Pa<;ión. El cambio es tan radical que, para Juan, el evento de la Resurrección
apenas si confirmará el sentido de triunfo dado a la crucifixión.
El Proceso ante Pilato es el corazón de la Pasión juánica, por lo cual ha recibido del
autor un tratamiento y una estructura particulares. El texto 18,28-19, 16a está distribuido en
siete escenas, teniendo al centro la escena de la coronación real. Esta distribución no está
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determinada por la cifra simbólica de siete sino por el deseo del autor de hacer resaltar
nítidamente sobre las demás la escena de la coronación, que condensa la pasión y muestra
de una forma palpable la realeza de Jesús, tema de todo el Proceso. Por otra parte, teniendo
en cuenta la estructura cíclica de la narración, adquieren relieve las escenas de la presenta-
ción de Jesús ante el pueblo, ambas íntimamente relacionadas y complementarias. Los
desplazamientos de Pilato entre el exterior y el interior del Pretorio nos proveen de un
criterio bastante claro de distribución de las escenas ya que los verbos que describen los
movimientos del Procurador son casi simétricos: salió (18, 29), entró (18, 33), salió (18,
38b), salió (19,4), entró (19, 9). En 19, 13 se rompe la homogeneidad, pues aparece la
expresión "lo condujo afuera". Aunque es Jesús el personaje central de todo el relato, es Pila-
to el que está presente en todas las escenas. Al centro, la escena de la coronación no conserva
el mismo ritmo, no obstante queda claro el esquema que sitúa la acción en dos escenarios
diferentes.
El género literario Pasión, suficientemente fijado por la tradición, se presta al evange-
lista para desarrollar su peculiar cristología de la exaltación, de forma que puede presentar
a Jesús omnisciente, majestuoso, dotado de una dignidad real en medio de la Pasión. El
evangelista usa continuamente durante el Proceso y muerte de Jesús sus artificios literarios
preferidos: la ironía, el malentendido y el doble sentido. En esta época de la redacción
evangélica, que corresponde al tiempo del evangelista, el principal núcleo de discusión es
la divinidad de Jesús; los conceptos "Judíos", "mundo" han adquirido ya el tinte tipológico
para representar simbólicamente la global oposición a la obra reveladora de Jesús. Tam-
bién acusa el tiempo del evangelista la actitud un tanto benévola del autor frente a Pilato y
al Emperador. Por otra parte, la presencia del Discípulo amado en momentos claves de la
Pasión de Jesús (18,15-16; 19,26-27.35; 20,2-10) manifiesta asimismo la situación de fines
del siglo 1 en que la comunidad juánica refleja sus diferencias con la comunidad de los
cristianos apostólicos.
La escena central de todo el Proceso, la investidura real, da, bajo la forma de una
contemplación cristocéntrica, el sentido de todo el relato: Jesús es coronado y vestido como
Rey y es saludado como tal. En estrecha conexión con esta escena, y como su culmina-
ción, está la escena del Litóstrotos: Jesús, con atuendo real, es sentado por Pilato en el
tribunal y presentado a los Judíos con las palabras "He aquí vuestro Rey" y, por ende, como
verdadero Juez, en un curioso cambio de roles. Ante esta proclamación oficial de la realeza
de Jesús el pueblo judío elige como rey al César, operando así su autodisolución y la
abdicación a sus esperanzas mesiánicas. De esta forma paradójica la cristología juánica
de la exaltación de Jesús logra su punto climático: la pasión es para Jesús una consagración
real y la cruz es, en verdad, un trono.

6. LA ENTRONIZACION, MUERTE y SEPULTURA REAL (19, 16b-22.38-42)

En estas perícopas sobre la entronización y sepultura de Jesús se pueden apreciar el


dato de la tradición y la consiguiente reelaboración juánica en conformidad con su cristo-
logía de la exaltación. El Jesús juánico aparece, pues, soberano y sereno, duefio de su vida
y de los eventos. El evangelista recurre al testimonio de las escrituras para explicar estos
últimos acontecimientos de la vida de Jesús y sefiala el sentido eclesiológico-sacramental
de su muerte; pero sobre todo deja en claro su realeza en la cruz. Esta evolucionada cristología
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y la presencia del discípulo amado acusan como etapa de la redacción el tiempo del
evangelista.
La dignidad real de Jesús aparece como tema fundamental de estas escenas paralelas
que hemos llamado "díptico sobre la realeza de Jesús". Las fuertes semejanzas literarias de
estas dos escenas aseguran un idéntico sentido. En la primera escena se da un uso reiterado
del título "Rey de los Judíos" con ocasión del título de la cruz y su discusión; en la segunda
escena el tema de la realeza de Jesús aparece en forma implícita ya que el vocabulario real
no está presente; sin embargo el tema es suficientemente perceptible a través de temas
complementarios como son la cantidad de perfumes empleados en la unción y la sepultura
en un jardín que indican de forma inequívoca la dignidad real de Jesús.

CONCLUSION

De todo lo precedente podemos desprender la concepción particular que Juan tiene de


la realeza de Jesús. En cada una de las perícopas reales el texto juánico se presenta como un
correctivo o complemento de otras visiones de realeza superando el mesianismo davídico
tradicional con los elementos de la "cristología alta" o aquellos de la "cristología de la
exaltación", propia del tiempo del evangelista.
Juan insiste en poner como fundamento de esta realeza universal la condición divina
de Jesús: él es el Hijo unigénito de Dios. De allí nacen sus explicitaciones "ad extra": su
condición de Verbo encamado, Enviado celestial, Profeta escatológico, plenificador del
AT. Porque es el Hijo de Dios ostenta un señorío universal sobre todos los hombres; este
status trascendente de Jesús es el que autentifica su obra y le confiere su valor definitivo.
En este sentido, la realeza de Jesús, a manera de un sustrato ontológico, precede toda
actuación de Jesús y, por consiguiente, no se puede identificar con aspectos de su minis-
terio.
Para Juan la realeza de Jesús está en íntima relación con su actividad de Revelador,
puesto que la misma obra de salvación es definida por e14º Ev como una obra de revelación.
Jesús es en primer lugar el Logos. el Revelador del Padre, el Maestro y Profeta escatoló-
gico, el único que con autoridad puede dar testimonio ante los hombres de lo que ha visto y
oído en el mundo de arriba. Jesús ejerce esta realeza dando testimonio de la verdad, y el
mayor testimonio se realiza en la Pasión entendida como momento revelativo por excelen-
cia, como exaltación y afianzamiento de la realeza de Jesús.
Para e14º Ev, entonces, el título de "Rey" expresa el señorío universal de Jesús y la
realización del Reino de Dios en él mismo. Para Juan es evidente que Jesús manifiesta su
gloria a lo largo de toda su vida y en especial en la Pasión; pues bien, en el marco de su
cristología de la exaltación, elige el título "Rey" para expresar esta realidad: Jesús actúa,
revela y salva como presencia de Yahveh-Rey.
El término "Rey" es muy fácil y expresivo pero es ambiguo y por eso Jesús se sintió
en la necesidad de explicarlo para evitar todo tipo de confusiones (cf. 18, 36-37). Así, la
realeza de Jesús no procede de este mundo (18, 36); no obedece a plan humano (6, 15) ni se
implanta con medios bélicos (18,10-11.36); no reviste la fuerza de la conquista y el poder
o la dominación temporal de un rey de este mundo (12, 14-15) sino que toma la forma de
invitación dirigida a la libertad del hombre para construir un nuevo orden de relaciones
humanas.
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Según el42 Ev este Reino de Jesús, sin proceder de este mundo, está dirigido al mundo
como una propuesta salvadora. Además, el Reino de Jesús tiene su forma de establecerse:
teniendo un carácter esencialmente soteriológico, se hace efectivo a través de la pertenencia
a la verdad y la audición de la Palabra de Jesús (18, 37). Efectivamente, Jesús quiere reinar
no por el poder o la fuerza. El tiene su instrumento para reinar: su verdad; verdad que en Juan
tiene un sentido esencialmente cristológico.
La Iglesia confiesa la realeza de Jesús, y los textos bíblicos elegidos para la celebración
litúrgica expresan esa dignidad real en toda su riqueza, haciendo de la fiesta de Cristo Rey
una síntesis de todo el misterio salvífico. La doctrina de la realeza de Jesús, reflexionada en
la Encíclica Quas Primas, y expresada externamente en la fiesta litúrgica, es eminentemente
bíblica y, por lo mismo, de perenne actualidad, ya que nos obliga a los creyentes a una
reflexión "si queremos tener a Cristo como principio, como centro, como inspirador de
nuestra vida personal y comunitaria, como nuestro Rey". La Iglesia, nacida de la cruz de
Jesús, representa en el mundo la realeza profética y sacerdotal de Jesús, y es el germen e
inicio del Reino. Por lo mismo, como comunidad de creyentes, debe adecuar siempre su
pensamiento y praxis al mensaje evangélico para integrarse en el Reino de Jesús, no por la
participación en su mando universal sino tomando parte en su servicio redentor. De esta
forma los hombres reciben hoy del mismo Jesús, como don y tarea, el "reino de verdad y de
vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz" hasta el último día,
en que Cristo entregará al Padre el Reino "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15,24.28).

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