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Universidad de Guadalajara

Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades

División de Estudios Históricos y Humanos

Departamento de Filosofía

Licenciatura en Filosofía

Expresión Oral y Escrita

Prof. José Luis González Rojo

Trabajo Final:

Una vida sin sentido como base a una moral verdadera

Alumno:

Franco Ordaz, Fernando

A 30 de mayo de 2014
Muchas veces me pregunté si en este mundo se podría llegar a un acuerdo. Me respondí
que, mientras existan verdades absolutas sin fundamento en nuestra realidad, mientras
exista algo distinto de lo mortal, no sería posible. La única alternativa que se me ocurrió,
era vivir sin estar relacionado con ninguno de estos obstáculos. Dejar a la vida sin estos
sentidos que la rigen. ¿Es posible sostener un acuerdo sin estos sentidos de vida? En el
presente texto intentaré dar una respuesta.

La vida es una problemática que se torna común. Es decir, la manera en responder


qué es la vida, es hacerlo desde todos aquellos que la viven. Hay una concepción que
podemos calificar de “usual”, y ésta parece tener una característica en especial: posee
una esencia o sentido universal.

Curiosamente, lo que la mayoría en este nuestro tiempo cree (y mucho más en el


pasado) es que la vida propone una especie de camino, establecido a la hora de nuestro
nacimiento. Algo así como un propósito, el cual viene aunado a una ética para el trance
que llamamos vida. Sostienen, además, poseer una esencia. Misma que les da el sentido
en su vivir.

Mas, ¿cómo es posible esto de la esencia? La razón por la cual afirman tal cosa, es
debido a la creencia de un hacedor perfecto que los ha creado y los ha hecho únicos y
eternos, o al menos una parte de ellos. Esta parte eterna de cada una de las personas, es
esa esencia que les permitirá llegar a donde el sentido los dirige.

El lugar a donde va su esencia, aquella que fue predestinada por el hacedor, va más
allá de la vida. O mejor dicho, no es vida. Esta idea genera un gran problema para todos
los que habitamos este mundo. Al ser la vida tan sólo un camino, un medio que llevará al
lugar verdaderamente importante, las personas que poseen esta creencia (que son la
mayoría) se tornarán indiferentes. Sí, pondrán a la vida como algo indigno de atención,
como un mal, incluso. Lo importante es ese fin, escuchar a la esencia y actuar según lo
que viene dado.

Sin embargo, ¿esta creencia es cierta? Me atrevo a decir que no. Plantearse la idea de
un hacedor sí implica una esencia y de un fin, pero al no existir, no habría nada de ello.
Suficiente se ha dicho ya de la existencia de un hacedor perfecto, como para yo tratarlo
aquí. Lo único que señalaré al respecto es el corte realista de nuestro problema, donde
nunca percibimos al hacedor como lo hacemos con lo demás.

Ahora bien, al no haber un hacedor perfecto, no hay esencia dada ni tenemos un fin
preestablecido. Así lo afirma Jean-Paul Sartre al lanzar la sentencia existencialista,
diciendo que “la existencia precede a la esencia” (Sartre, 2010). Donde elimina todo
aspecto trascendente al hombre, ningún camino ni fin innato.

Las consecuencias que se derivan de esta sentencia son, por mucho, importantes;
mencionaré un par de ellas. El primer aspecto que se viene, es la individualización de los
seres humanos. Si bien ya estaba presente la subjetivación, planteándose en términos de
seres únicos; no era tan exacto, pues es la misma causa y fin para todos.

Lo que sucede en esta individualización es la completa libertad (o sería mejor llamarle


“desorientación”) de pensar y actuar. El ser humano carece de esencia, y mejor aún,
carece de sentido. Se halla como mera existencia, de modo que se vuelve responsable de
sí mismo.

De aquí, derivo el segundo aspecto de la carencia de esencia. Se trata del dolor. Dolor
desprendido del sin-sentido de la vida. Ya no hay a dónde ir, no se sabe lo que se quiere,
y uno descubre una náusea de existir simplonamente, un sentimiento de absurdo.
Entonces se viene la consideración de salir de este existir tan carente de sentido; se viene
la idea de suicidio.

No obstante, esto no tiene por qué ser así, siguiendo nuestro espíritu existencialista.
Pero antes de exponer la otra visión ante la absurdidad, veamos cómo se llega a este
“sentimiento”.

Considerar la vía de llegar al absurdo, nos aclara la veracidad del sentimiento. Cito el
siguiente fragmento donde el filósofo argelino, Albert Camus, expresa con un brillante
reconocimiento esta vía hacia el sin-sentido:

“[El ser humano] Reconoce estar en cierto momento de una curva que confiesa debe
recorrer […] Ese malestar ante la inhumanidad del hombre, esa incalculable caída ante la
imagen de lo que somos, esa «náusea», como la llama un autor de nuestros días, es
también lo absurdo”. (Camus, 2011, págs. 26, 27).
Uno no pierde el sentido de su vida, su esencia, sólo porque algún filósofo lo diga. Se
pierde o se da cuenta, más bien, que no lo tiene porque realiza la reflexión. Lo que la vida
le ofrece, destruye por completo su fe ante esa esencia y sentido que creía tenía un
hacedor perfecto para él. Camus reconoce este suceso en su aspecto emocional con una
fatídica sentencia: “Vivir, naturalmente, jamás es fácil” (2011, pág. 16). Es así como
reconocemos que la vida es absurda.

Así pues, establecemos el sin-sentido de la vida. Y como decía más atrás, no tiene
esto razón para ser algo terrible o espantoso. Reconocerse a sí mismo como mera
existencia deriva, como ya habíamos señalado antes, una libertad. Libertad que es,
paradójicamente, obligada. En el sentido de que, al no tener un hacedor perfecto y no
poseer un fin preestablecido, queda en tus manos el resto de tu vida. De aquí nace el
principio del existencialismo, donde se expresa esa libertad del hombre en su existir, pero
al mismo tiempo su responsabilidad para consigo mismo: “el hombre no es otra cosa que
lo que él se hace. Ese es el principio del existencialismo” (Sartre, 2010, pág. 12).

Siguiendo esta idea, resulta que no hay ni optimismo ni, mucho menos, pesimismo. No
hay, en verdad, por qué dejar que la vida sea pesada. Pues ya no existen esos valores
que regían la vida, ni ese fin que debía alcanzar. Uno se puede plantear la vida que
quiera, con los valores que a uno le apetezcan.

¿Qué quiero decir con esto? Uno, en el absurdo, puede ser feliz. Puede encontrar las
cosas que le produzca bienestar, alegría, aquello que le hace feliz, sin ninguna limitante
trascendente a él; sin ser perfecto que le castigue por ello. Y puede encontrar estas cosas
en todas partes, en un simple detalle, pues la vida ya no le exige nada. Ahora las cosas
son y pueden ser apreciadas. El personaje Meursault, de una novela bellísima de Albert
Camus, expresa muy bien esta posesión de uno mismo, ante una vida sin sentido. Cerca
de su muerte, Meursault, puede apreciar lo que la vida le ofrece, al tiempo que razona su
existencia: “Me tendía, miraba el cielo, me esforzaba por poner en él mi interés […] Mamá
decía con frecuencia que uno nunca es completamente infeliz. Yo asentía en mi prisión
cuando se coloreaba el cielo y un nuevo día se deslizaba en mi celda” (Camus, 2012).

Uno puede ser feliz. Sí, esto es posible. Pero, resulta que hay más de uno solo.
Existimos varias personas en el mismo universo, y muy cerca una de la otra. Tan cerca,
que vivimos uno de otro. ¿Qué sucede aquí? Pues resulta que muchísimas personas
forman parte de tu vida, y tú eres responsable de tu vida, por tanto eres responsable de
ellos. Esta responsabilidad recae en la coexistencia; en el hecho de que puede, uno al
otro, generarse problemas en la búsqueda de la felicidad.

Es un hecho que uno quiere ser feliz, y la única manera para hacerlo, es llevando una
vida pacífica con aquellos que participan de ella. El sin-sentido nos lleva, pues, a una vida
en comunidad. Hay que vivir en comunidad, y para ello es necesario establecer
parámetros para un modus vivendi: una ética, a final de cuentas.

Pero, si cada quien vive su existencia desde sí mismo, ante un mundo en el que
estamos todos, ¿cómo lograremos generar esta ética, este modus vivendi? ¿Cómo lo
haremos siendo sujetos?

El filósofo español José Ortega y Gasset, traza esta problemática y le da una solución
planteando la “intersubjetividad”. Esto quiere decir que es posible la comunicación entre
personas, esto es gracias a que “cada persona es un punto distinto del universo […]
Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y
absoluta”. (Gasset, 1966).

De manera que el ser humano puede llegar a acuerdos. Establecer códigos y normas
mediante todas las perspectivas. Delimitar las acciones humanas en función al acuerdo
de todos. Como dice Ortega, obtener la verdad absoluta, una creada por nosotros, gracias
a nuestra absurdidad.

Una vez visto todo esto, podemos proceder a concluir este trabajo. Lo que se deduce
de todo este planteamiento, podría ser la solución a muchos problemas sociales. La
mayoría de estas problemáticas son resultado de seguir dogmas; de creer en seres
superiores a lo humano. Son, a fin de cuentas, cuestiones de fe. Esto, por lo que hemos
considerado, no puede ser, y de ese modo, no debe continuar.

¿Cómo se puede terminar con los problemas sociales de esta índole? Se pueden
solucionar creando una moral basada en nuestra existencia, en nuestra mera humanidad.
Sostener la moral sobre lo absurdo, el sin-sentido. Esto quiere decir que la moral se
sostendría del acuerdo, de esa verdad absoluta. No habría error, pues sería verdad.

Es un tema delicado, por supuesto. Hay que tener en cuenta que quizá no se llegue a
un acuerdo total tan fácilmente, pero es posible. Y si esa posibilidad queremos realizarla,
hay que empezar a tomar en cuenta nuestra vida sin sentido.
Bibliografía
Camus, A. (2011). El mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial.

Camus, A. (2012). El extranjero. Madrid: Alianza Editorial.

Ortega y Gasset, J. (1966). El tema de nuestro tiempo. Madrid: Revista de Occidente.

Sartre, J.-P. (2010). El existencialismo es un humanismo. México: Tomo.

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