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La Ley “Contra el racismo y toda forma de discriminación” muestra, en ocho

años de vigencia, resultados pobres en su objeto aparente de construir relaciones


de equidad y respeto, a través de mecanismos y procedimientos para la
prevención y sanción de esos actos, en el marco de la Constitución Política del
Estado.
Objeto aparente, sí, porque es cada vez más visible su objeto real y subyacente
que responde a los intereses del poder y justifica la aplicación selectiva de la ley
a favor de grupos y personas funcionales al gobierno autodenominado “del
pueblo”.
¿Por qué “Racismo y toda forma de discriminación”? ¿Acaso el racismo como
tendencia ideológica no implica una forma más de discriminación? ¿Por qué
extrae el racismo y lo nombra primero?
Más allá del orden semántico de esta frase que tiene dos significantes, importa la
formación de imaginario, en función de la consistencia de sucesión de
prioridades y subordinaciones, que influyen en la comprensión del objeto de la
ley a partir de su nombre. Nombre que no adolece de un inocente defecto
gramatical. Su redacción proyecta la intencionalidad típica de una genialidad
más, del bachiller autor de las “estrategias envolventes”.
Induce a priorizar los derechos del indígena, originario y campesino a costa de
los derechos de grueso de la población boliviana que, por su propia diversidad
enunciada en el artículo 14 de la Constitución, pudiere sufrir discriminación en
razón de sexo, color, edad, orientación sexual, identidad de género, origen,
cultura, nacionalidad, ciudadanía, idioma, religión, ideología, filiación política o
filosófica, estado civil, condición económica o social, tipo de ocupación, grado
de instrucción, discapacidad, embarazo, etc.
La agresión verbal racista pesa mucho más que cualquier otra. Expresar “india”
o “negro” como insulto, merece sanción jurídica, pero “maricón” o “vieja” no;
porque estas últimas afectan a la persona homosexual o adulta mayor, que valen
menos que una indígena. Esto se visibiliza cuando las redes sociales muestran
que un acto de discriminación racista contra una mujer vestida con pollera, fue
investigada por instancias judiciales pero, un acto de discriminación cultural
contra un joven vestido con ropa metalera, no.
Entonces, si esta ley fue concebida para ser instrumentalizada en beneficio de los
dirigentes de organizaciones sociales del instrumento político y funcionarios
públicos en función de gobierno; es un engendro jurídico que promueve
interpretaciones discrecionales para justificar faltas, encubrir delitos y,
transformar toda denuncia inconveniente en racismo, para intimidar y anular al
denunciante convirtiéndole en denunciado.
En este escenario, observar, por ejemplo, la ausencia de formación académica y
la nula experiencia diplomática de un dirigente cocalero y exconcejal, hoy
convertido en Cónsul de Bolivia en Perú en desmedro de la imagen internacional
de nuestro país, sería “racismo”.
También sería “racista” demandar la investigación y condena a los “Ponchos
Rojos” que resultaren culpables de la reciente tortura y asesinato, hoy impune,
del comunario de Achacachi.
Y así seguimos; acostumbrándonos a escuchar que el racismo es un delito grave y
que las demás formas de discriminación son naturales, mientras tanto, el
engendro jurídico neutraliza toda forma de oposición y cumple los objetivos
trazados para la reproducción del poder.

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