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CONTENIDO
INTRODUCCION 7
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INTRODUCCION
Juan Pablo II nos dejó un programa de vida espiritual para el
tercer milenio. En Novo Millenio Ineunte 34 nos dice que este
programa tiene como meta la santidad: “Este ideal de
perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una
especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos
“genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son
múltiples y adecuados a la vocación de cada uno…” Y más
adelante recalca el Papa: “Es el momento de proponer de nuevo
a todo con convicción este “alto grado” de la vida cristiana
ordinaria”, que es la santidad
Entonces, según Juan Pablo II, los cristianos del tercer milenio
tenemos que ser santos. Y para lograr la anhelada santidad nos
propone entre otras cosas, en primerísimo lugar, la oración:
“para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo
que se distinga ante todo en el arte de la oración”. “Es
necesario aprender a orar”. “Nuestras comunidades cristianas
tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (35)
Pero para que la santidad y la oración se den como una realidad
prioritaria en la vida de la Iglesia, Juan Pablo II dice que “esta
primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a
partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde
que el Concilio ha subrayado el papel preeminente de la palabra
de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado
mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada
Escritura”. “Tanto las personas individualmente como las
comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre
los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la
valiosa ayuda de estudios teológicos y revitalizando
principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis.
Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y
profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de
la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la
escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital” (39)
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La clave está en la Palabra. Dios nos comunica su Palabra en
diversas páginas: la página de la Creación, la página de los
acontecimientos, la página de las personas, la página de su
Iglesia, pero de manera primordial en las páginas de la Sagrada
Escritura. Ella es la gran fuente de la oración y por tanto de la
santidad en la Iglesia. Por eso señala el Papa que hace falta
“alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la Palabra en
el compromiso de la evangelización”. El Papa reitera que en el
tercer milenio se debe hacer la nueva evangelización que se
trata de “reavivar en nosotros el impulso de los orígenes,
dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica
después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el
sentimiento de Pablo, que exclamaba: ¡Ay de mí si no predicara
el Evangelio! (1 Cor 9, 16)”
En Síntesis, Juan Pablo II quiere que seamos santos, la base
para serlo es la oración, y una y otra deben estar alimentadas
por la Palabra escuchada y anunciada, por la palabra hecha
vida, por la Palabra que sana.
El llamado es entonces a que tengamos un contacto consciente,
entusiasta y real con la Palabra de Dios, acogiéndola,
meditándola, viviéndola, comunicándola, y haciéndola eje de
nuestra vida.
Deseo a todos los que estudien esta enseñanza “que la Palabra
de Cristo esté siempre en sus corazones” (Col 3, 16) y los sane
de todas sus dolencias.
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I - ¿QUE ES LA PALABRA DE DIOS?
Esta pregunta se la dirigimos al mismo Señor Dios. El nos
responde:
1. La Palabra del Señor es verdadera (Sal 33, 4; Sal 119,
151), “es verdad” (Jn 17, 17)
Decir que la Palabra de Dios es verdadera es decir que ella
contiene la verdad: la verdad de Dios, la verdad del mundo y la
verdad del hombre. Muchos hombres y mujeres estamos
enfermos de verdad, por eso vivimos en la oscuridad del error y
de la mentira. Acercarnos a esta Palabra que ilumina nuestra
vida con la verdad, es ser sanados de las tinieblas de la
ignorancia. En este sentido la Palabra de Dios es Palabra que
sana.
2. La Palabra del Señor es digna de confianza (Sal 18, 30),
Los seres humanos necesitamos vivir en la confianza.
Necesitamos tener a alguien en quien confiar, necesitamos que
nos hable con palabras dignas de confianza. Precisamente
muchos vivimos enfermos de desconfianza, y mucho más en el
mundo de hoy, ya no confiamos en lo que nos dicen, en lo que
nos prometen. Pues cuando acudimos a la Palabra de Dios
podemos experimentar que ella es digna de confianza, porque
Dios es fiel a su Palabra, porque él no se engaña ni nos engaña,
porque todo lo que dice lo cumple. Es pues la Palabra de Dios
la que nos afirma y da confianza y nos sana de nuestras dudas y
sospechas. En este sentido es la Palabra que sana.
3. La Palabra del Señor es justa (Sal 119, 75. 172)
Estamos enfermos de injusticia. El mundo de la política, de la
economía, de las cosas de mundo está plagado de discursos
injustos, de leyes injustas, de enseñanzas injustas, de doctrina
dañina, en cambio la Palabra de Dios es justa, no produce mal,
ni daña ni estropea. Cuando nos acercamos a ella somos
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sanados de la injusticia de los discursos humanos y en ese
sentido se convierte en Palabra que sana.
4. La Palabra del Señor es eterna (Sal 119, 89)
La Palabra de Dios es eterna porque Dios es eterno. La Palabra
de Dios existe desde que existe Dios: “En el principio era la
Palabra”…Jn 1, 1) y dejará de existir cuando Dios deje de
existir. Esto es lo que quiere decir que la Palabra de Dios es
eterna. Como decía Donoso Cortés, palabras más palabras
menos: cuando las estrellas exploten y se apague el sol y se
acabe el universo, y venga la gran oscuridad sobre el mundo,
permanecerá la Palabra de Dios brillante, pues ella no pasará.
Ella es eterna.
Nosotros los seres humanos estamos enfermos de finitud.
Nos sentimos pequeños, frágiles y pasajeros. Pero unidos a la
Palabra de Dios podemos ser eternos como ella, inmortales y
vivir para siempre. La Palabra de Dios da vida eterna: “Quien
presta atención a mis Palabras tiene vida eterna” (Jn 5, 24); “El
que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1 Jn 2, 17);
“Quien hace caso de mi Palabra no morirá” (Jn 8, 51)
Esta Palabra nos sana de la finitud, de lo efímero y de la
muerte, y por eso es la Palabra que sana
5. La Palabra del Señor es infinita (Sal 119, 96), “no está
encadenada” (2 Tim 2, 9)
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6. La Palabra del Señor es maravillosa (Sal 119, 129)
La Palabra del Señor no sólo es maravillosa sino que además
hace maravillas. Como lo vamos a ver más adelante, la Palabra
de Dios crea, conserva, transforma, purifica, sana, libera,
consuela, conforta, corrige, estimula, da vida. Ella es la Palabra
que sana.
7. La Palabra del Señor es la Ley de Dios (Deut 5,1-6,5)…
Dios ha expresado su Voluntad a través de su Palabra. El
Pueblo de Israel centró su vida en la Ley de Dios, porque ella
era la manifestación de su querer divino. El mundo está
enfermo de orgullo, de soberbia, de querer hacer siempre su
propia voluntad. Aceptar la Palabra de Dios en nuestra vida es
abrirnos a hacer la Voluntad de Dios, a cumplir su Ley santa y
a abandonar nuestra voluntad pecaminosa. En este sentido
podemos afirmar que la Palabra de Dios sana.
En una sola palabra habría que decir que la Palabra de Dios es
santa. Y entrar en contacto con lo santo, vivir en la atmósfera
de lo santo, debe llevar a la salud, a la vida, a la santidad. La
muerte, la enfermedad y el mal tienen que ver con el pecado y
no con la santidad.
Abrámonos pues a esta Palabra santa de Dios y dejemos que
haga su obra de salvación en nosotros, pues ella es la Palabra
que sana.
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Oremos:
(Tomamos la Biblia abierta entre las manos, la
contemplamos en silencio recordando lo que ella es.
Después de un momento de silencio, oramos al Señor
diciendo)
Señor y Dios nuestro,
Te bendecimos por esta tu Palabra poderosa y santa.
Ella es una expresión más del amor que nos tienes.
Todo el que ama se comunica,
Y tú nos amas tanto que nos has dado tu Palabra llena
de amor y de ternura
Bendito y alabado seas por tu Palabra que nos salva.
Amén
(Cada uno besa la Biblia con respeto)
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II - ¿QUE HACE LA PALABRA DE DIOS?
No basta con saber qué es la Palabra de Dios. Es necesario
entender qué hace esta Palabra, cuál es su misión, cuál su
accionar en medio de los creyentes.
“Alaben el nombre del Señor pues él dio una orden y todo fue
creado” (Sal. 148, 5).
“Por medio de él Dios hizo todas las cosas, nada de lo que existe
fue hecho sin él “(Jn.
14
1, 3).
“El es el resplandor de Dios, la imagen misma de lo que Dios
es y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa”
(Heb. 1, 3).
“por tu Palabra has hecho todas las cosas” (Sab 9, 1)
“A su Palabra el agua se detuvo amontonada, a su voz se
cerraron los depósitos de agua. Con su Palabra hace lo que
quiere y no hay quien detenga su obra salvadora” (Dios
creador con su palabra) (Eclo 39, 17)
“No son las cosechas de la tierra las que alimentan al
hombre, sino que es tu Palabra la que mantiene a los que
en ti confían” (Sab 16, 26)
Como dice el Prefacio Común VI de la misa: “Por El, que es tu
Palabra, hiciste todas las cosas… y tú nos lo enviaste, para que,
hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María, la
Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor”
En efecto, nos dice San Pablo que todo fue creado por El y para
El (Col 1, 16) “por medio de él Dios hizo todas las cosas; nada
de lo que existe fue hecho sin él” ¿De quién se expresa así la
Escritura? Obviamente de la Palabra por quien fueron creadas
todas las cosas, de Cristo el Verbo encarnado, la Palabra hecha
carne. Todo fue creado por él y para él y todo se mantiene en
él.
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Oremos:
(Con la misma técnica de antes, se ora así:)
Señor, Dios Nuestro:
Te alabamos y bendecimos porque tú hiciste el universo
entero con el poder de tu Palabra.
Gracias a tu Palabra creadora y al soplo del Espíritu
Santo existen todas las cosas.
Bendito seas por hacernos a tu imagen y semejanza, en
virtud de tu Palabra.
Ella nos sacó de la nada y nos dio el ser y la vida.
Tu Palabra sana y da vida. Bendito seas, Señor. Amén
16
“Escucha y cumple mi Palabra para que tanto tú como los
hijos que te sucedan sean eternamente felices” (Deut 12,
28)
Una anécdota extraña de mi vida espiritual. Ocurrió cuando era
seminarista. Cada noche antes de dormirme leo y oro la
Palabra. Una noche sin saber por qué ni cómo, leyendo un texto
de San Juan, me invadió un sentimiento extraño de una gran
alegría y de un gran consuelo y gozo, que comencé a llorar.
Esto se ha venido repitiendo muy a menudo en mi vida ahora
de sacerdote. Pero en aquella ocasión, que era la primera vez, el
impacto fue tan grande que dejé consignado por escrito, lo que
experimenté: que la Palabra de Dios consuela y llena de gozo
espiritual el alma. He aquí lo que escribí aquella noche
invadido por la Palabra:
“Somos hombres de palabras, hombres que hablamos, leemos
y escuchamos. Las palabras nos persiguen, están dentro de
nosotros, duermen y trabajan con cada uno.
Todos hemos llorado por una palabra. Porque fue muy hiriente
y fuertemente ofensiva o muy complaciente, plena de alegría.
Dos veces había llorado yo a causa de una palabra: cuando mi
madre me dio su palabra de despedida en el momento que de
niño partía para el seminario, y cuando leí la descripción de la
miseria de mi pueblo, en los libros de Soto Aparicio.
Como a mí, a ustedes se les han humedecido los ojos cuando
han recibido una palabra de humillación, de elogio o de
recriminación: ustedes han tenido ansias de llorar como
chiquillos cuando han escuchado una palabra dura de parte de
las personas que aman; por sus rostros han rodado lagrimas
cuando una palabra suya los derroca o los compromete en
demasía; no nieguen que alguna vez han sentido un nudo de
llanto en su garganta cuando intempestivamente les llegó una
noticia salvadora, una palabra consoladora, un Si sorpresivo...
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¡Quién no ha expresado con el llanto el dolor de la palabra
que una vez lo traicionó, o que le trajo un espectacular éxito o
que lo lleno de una indescriptible emoción!
Hoy puedo escribir estas palabras porque caí por tercera vez.
Nuevamente lloré. Pero esta vez por una Palabra Nueva, por
una noticia buena que oí, por una Voz que traspasó mi vida,
porque es una palabra que hiere como espada, que arde en los
oídos y quema en el corazón. Palabra que escudriña el
interior, que impregna todos los sentidos, que cachetea y
abraza, recrimina y estimula; palabra grande bella, nítida,
suave, dulce...
¿Quién ha llorado ante la Palabra de Dios? Yo sí que lo he
hecho. Ha sido tanto la conmoción que determiné consignar
por escrito esta fabulosa experiencia. ¿Qué fue lo que pasó?
¿Mucho entusiasmo? ¿Demasiada emoción? ¿Esa palabra
tocó un aspecto concreto y débil de mi vida? ¿Por qué al leerla
antes no había llorado?
En esta ocasión la leí, la capté, y la acepté como ella es, como
Palabra viva del Dios vivo. No pretende mi artículo invitarlos
a llorar ante la Palabra ¡Qué frecuentes e inaguantables
lloriqueos tendríamos que soportar! Ni desea que se entonen
los himnos bíblicos al son del canto de las lágrimas. ¡Seria
algo ridículo!, sino que se lea y se capte como ella es, como
palabra de Dios, como Verbo salido del Padre.
Sin lugar a dudas que la consecuente sensación tendrá que ser
una profunda paz y un profundo gozo que muchos no resistirán
y exteriorizarán a través del llanto infantil o de un gran
silencio, a través de continuas sonrisas o de una sana
algarabía.
Entre los miles de diversos beneficios que produce la Palabra
de Dios, podemos subrayar los siguientes. Nos basamos en
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varias imágenes de la Palabra que presenta la misma Sagrada
Escritura:
1. La Palabra de Dios es fuego: purifica y transforma
Una significativa imagen que habla de purificación y pasión es
el fuego. A los profetas que hablaban en nombre del Señor se
les podría llamar hombres de fuego, porque hablaban la Palabra
de Dios: “Hasta que vino un profeta como fuego, su Palabra era
una hoguera ardiente” (Sir 48, 1). (Cfr. 1 Re 17, 1; 18, 1-38; 2
Re 1, 10-16)
La Palabra de Dios, como fuego, expresada por el profeta tiene
poder de purificar, corregir, transformar:
“Haré que mis Palabras sean fuego en tu boca (Jn 5, 14)
“No es mi Palabra fuego y martillo que tritura la roca” (Jer 23,
29)
“Tu Palabra en mi interior se convierte en un fuego que
devora, que me cala hasta los huesos. Trato de contenerla
pero no puedo” (Jer 20, 9)
“Uno de los seres de fuego voló hacia mí, trayendo carbón
encendido… tocó con él mi boca… aquí estoy, envíame” (Is
6, 5-9)
La misma Escritura dice que “Las Palabras del Señor son puras
(limpias). Son como la plata más pura, refinada en el horno
siete veces” (Sal 12, 6). Se hace referencia al fuego del horno
que moldea pero también purifica.
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Con razón el salmista se pregunta: “¿Cómo podrá un joven
llevar una vida limpia?” Y responde él mismo, inspirado por
el Espíritu Santo: “Viviendo de acuerdo con tu Palabra” (Sal
119, 9)
Porque todo el que escucha la Palabra y la pone por obra
queda limpio: “Al obedecer el mensaje de la verdad, se han
purificado” (1 Pe 1, 22)
Y todos sabemos que Cristo es la Palabra que Dios envió al
mundo para purificarnos: “Dios habló de muchas maneras
antiguamente a nuestros padres, ahora por medio de su
Hijo”, y con su Palabra nos ha limpiado” (Cfr. Heb 1,1-3)
Precisamente él fue quien nos dijo: “Ustedes están limpios
por las Palabras que les he dicho” (Jn 15, 3)
Oremos:
Señor, Dios nuestro,
Límpianos con tu Palabra de salvación
Y quedaremos más blancos que la nieve
Que esta Palabra santa penetre lo más hondo de nuestra
vida
Y purifique todo nuestro ser. Amén
20
“Yo les daré Palabras llenas de sabiduría” (para su defensa)
(Lc 21, 15)
“El Espíritu Santo les pondrá en ese instante mis Palabras
en su boca” (Lc 12, 12)
“El sabio entiende la Palabra del Señor y mira la ley como
enseñanza divina” (Sir 33, 3)
“Si se mantienen fieles a mi Palabra serán de veras
discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará
libres” (Jn 8, 31)
Una bella imagen para hablar de la Palabra con principio de
sabiduría es la imagen de la miel. La miel es un sabor muy
agradable al Paladar, y en la Biblia se dice en varias ocasiones
que la Palabra es dulce como la miel:
“Tu Palabra es más dulce a mi paladar que la miel en mi
boca” (Sal 119, 103)
“Abre la boca y come lo que te doy. Entonces vi una mano
extendida hacia mí con un libro enrollado. Lo desenrolló
ante mí; estaba escrito por ambos lados, y contenía
lamentaciones, gemidos y amenazas. Y me dijo: hijo de
hombre, como este libro y ve luego a hablar al pueblo de
Israel. Yo abrí la boca, y él me hizo comer el libro,
diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena
tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y su
sabor era dulce como la miel. Entonces me dijo: Hijo de
hombre, ve al pueblo de Israel y comunícale mis palabras”
(Ez 2, 8-3,4)
“vete y toma el libro que tiene abierto en su mano el ángel
que está de pie sobre el mar y sobre la tierra. Me acerqué
al ángel y le pedí que me diera el libro. Y me respondió:
Toma, cómetelo; te amargará las entrañas, pero en tu boca
será dulce como la miel.” (Ap 10, 8-11)
21
Oremos:
Señor, Dios Nuestro:
Ven con tu Palabra santa,
Impregna todo nuestro ser,
Y haznos gustar las dulzuras de tu amor
Y la belleza de tu santidad. Amén
22
“El mandamiento del Señor es claro, da luz a los ojos” (Sal 19,
9)
Oremos:
Señor, Dios Nuestro:
Con tu Palabra alumbras nuestras tinieblas,
Pues en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz (Sal
36, 10)
Envía tu luz y tu verdad, que ellas nos guíen y nos
lleven a tu santo monte, Hasta tu morada (Sal 43, 3).
Amén
23
Es necesario entonces que comamos esta Palabra, que la
rumiemos, que la hagamos vida en nuestra vida. El cristiano no
puede vivir sin alimentarse del Pan de la Palabra. Pues bien
dice la Escritura: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda
Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Deut 8, 3)
La Palabra de Dios es alimento para la vida, inspiración para la
existencia. Así como los alimentos nos van nutriendo y
transformando, Ella nos nutre y transforma en hombres y
mujeres nuevos, libres, evangélicos… Ella tiene el poder de
fortalecer, como los alimentos, de salvar, de dar vida, pues es la
Palabra que sana.
Oremos:
Señor, Dios Nuestro:
Aliméntanos siempre con el manjar celestial de tu Palabra.
Que ella sacie nuestra sed y hambre de ti.
Que se convierta cada día en pan que nutre nuestra vida
espiritual, Que nos capacita para enfrentar con fortaleza
las adversidades, Y que nos comunique tu vida y amor.
Amén
24
“La Palabra de Dios tiene vida y poder, es más aguda que
espada de dos filos y penetra hasta lo más profundo del
alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona”
(Heb 4, 12)
“Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco y el que
lo montaba se llamaba fiel y verdadero… su Nombre era
la Palabra de Dios. Le salía de la boca una espada
afilada…” (Ap 19, 15)
Cuando Juan describe a Cristo resucitado dice que vestía
larga túnica y llevaba una faja de oro a la altura del pecho.
Los cabellos de su cabeza eran blancos como la lana y
como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego; sus
pies como bronce en honro de fundición, y su voz como
estruendo de aguas caudalosas: Tenía en su mano derecha
siete estrellas; de su boca salía una espada cortante de
doble filo y su rostro era como el sol cuando brilla con
toda su fuerza. Cuando lo vi, me desplomé a sus pies
como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí,
diciendo: no temas; yo soy el primero y el último; yo soy
el que vive: Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre
y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo”
(Ap 1, 13-18)
La Palabra de Dios es pues un arma cortante, con ella hay
que destruir el mal, denunciándolo; con ella hay que
defenderse de las tentaciones como lo hizo Jesús en el
desierto (Lc 4, 1ss). El con la espada de la Palabra se
defendió del tentador y venció al demonio a punta de
Palabra de Dios. Con justa razón el profeta Isaías dice que
el Señor “Convirtió mi lengua en espada afilada” (Is 49, 2)
25
Oremos:
Señor, Dios Nuestro:
Enséñanos a refugiarnos en tu Palabra.
Pero sobre todo pon tu Palabra en nuestro corazón y en
nuestra boca, Y llenos de tu Palabra,
Convierte nuestra lengua en espada afilada Para que con tu
Palabra en el corazón y en los labios, Podamos atacar el
error, la mentira, el pecado Y anunciar la salvación, la
justicia y la paz.
Amén.
27
diles…” (Ez 37, 4) y todos conocemos el resultado: por la
Palabra los huesos tuvieron espíritu y por tanto vida.
Con justa razón toda la Iglesia canta unida al salmista del
Antiguo Testamento: “Tu
Palabra me da vida” (Sal 119, 50), y ante la pregunta dura:
“¿también ustedes quieren abandonarme?” Pedro contesta a
Jesús: “Señor a quién iremos, Tú tienes Palabras de vida
eterna” (Jn 6, 68)
Oremos:
Tu Palabra me da vida,
Confío en ti, Señor;
Tu Palabra es eterna,
En ella esperaré.
Ven, Señor, Dios nuestro,
Y cumple la Palabra de Jeremías:
Pondré mi ley en su interior
Y la escribiré en su corazón (Jer 31, 33)
Pues tu Palabra es vida
Y de ella queremos vivir. Amén.
Oremos:
Señor, Dios Nuestro:
Rocíanos con tu Palabra,
Que ella empape nuestra vida entera,
La impregne totalmente de tu amor,
Y nos haga dar frutos de vida eterna.
Amén
29
Dios todo lo hizo con su Palabra y con su Soplo Fue el Espíritu el
que inspiró la Palabra.
30
E. LA PALABRA DE DIOS SANA
32
III - ¿QUIEN ES LA PALABRA QUE SANA?
Jesús es la Palabra que sana. Ya había sido anunciado por los
profetas que “De Sión saldrá la enseñanza, de Jerusalén vendrá
su Palabra” (Mi 4, 2) Por eso Jesús dice a la samaritana que la
salvación viene de los judíos. “De Sión saldrá la ley, y de
Jerusalén la Palabra del Señor” (Is 2, 3)
Cristo es la Palabra que sana, que perdona, que redime, que da
nueva luz, que consuela, que da vida. Basta con meditar cada
milagro obrado por Jesús, cada sanación, cada perdón ofrecido
a los pecadores, para llegar a la conclusión de que Jesús es la
Palabra que sana y que perdona.
Ya en el Antiguo Testamento se proclamaba la fe en un Dios
que sanaba:
“Yo doy la vida y la quito, yo causo la herida y la curo”
(Deut 32, 39)
“Sáname, Tú, señor y seré sanado, sálvame, Tú, y seré
salvado” (Jer 17, 14)
“El es quien sana todas mis enfermedades” (Sal 103, 1-5)
“El sana a quienes tienen roto el corazón y les venda las
heridas” (Sal 147, 3)
“El Señor da consuelo al alma, luz a los ojos, salud, vida y
bendición” ((Ecco 34, 17)
“Cuando estés enfermo no seas impaciente, pídele a Dios
y él te dará la salud” (Ecco 38, 9)
“Muéstrame, Señor, tu amor y salvación, tal como lo has
prometido” (en tu Palabra) (Sal 119, 41)
33
“Volvamos al Señor (convirtámonos). El nos sanará, nos
curará. En un momento nos devolverá la salud, nos
levantará para vivir delante de él” (Os 6, 1-2)
Pero en el Nuevo Testamento esa Palabra sanadora de Dios
se encarnó y se hizo hombre y pasó por este mundo
sanando a los enfermos y a los poseídos por el demonio
porque Dios estaba con El (Cfr. Hch 10, 38)
“A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios
dice sólo una Palabra, su Verbo único, en quien él se dice en
plenitud” (Cfr. Heb 1, 1-3) CEC 102
De manera que con el Verbo encarnado, entre nosotros,
podemos entender la Palabra que nos dice:
“La Palabra está cerca de ustedes, en sus labios y en su
corazón para que puedan cumplirla” (Deut 30, 14)
“La Palabra está cerca, en tu boca y en tu corazón. Esta
Palabra es el mensaje de fe que predicamos” (Rom 10, 8)
En efecto Jesús pasó sanando con su Palabra. Con una sola
Palabra expulsó a los espíritus malos y también sanó a todos los
enfermos que le presentaban (Mc 7, 29-30), y esto para que se
cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: “tomó nuestras
debilidades y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17)
Con una sola Palabra sanó a varias mujeres:
“Animo, hija, por tu fe has sido sanada. Y desde aquel
momento quedó sana” (Mt 9, 22)
“Mujer, qué grande es tu fe, hágase como tú quieres… y
desde ese mismo momento su hija quedó sana” (Mt 15,
28)
Con una sola Palabra sanó tullidos y paralíticos:
34
“Extiende la mano. El hombre la extendió y le quedó sana”
(Mt 12, 13)
“Jesús dijo: levántate, toma tu camilla y vete. Y al instante
recobró la salud… (Jn 5, 8-9)
Jesús llamó la atención porque tenía una Palabra poderosa,
llena de autoridad, contra las injusticias, las enfermedades, el
demonio. Todo el mundo decía:
“Jesús habla con autoridad” (Mt 7, 29).
“¿Qué Palabras son éstas? Con toda autoridad y poder
ordena a los espíritus impuros que salgan y ellos salen”
(Lc 4, 36)
La Iglesia fue enviada en nombre de Jesús, a sanar con la
Palabra del Evangelio. Eso es lo que hace Pedro al comienzo de
su ministerio:
“Pedro dijo: Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla
tu cama. Eneas se levantó al momento” (tenía ocho años
de paralítico) (Hch 9, 34)
Y eso es lo que sigue haciendo la Iglesia hoy en día, a través de
los sacramentos y sacramentales, a través de la predicación de
la Palabra y de la oración. Ella invoca la Palabra que sana, y en
nombre de Jesús expulsa el demonio, perdona los pecados,
salva de las enfermedades, concede la paz y abre las puertas del
cielo. En verdad Jesús es la Palabra que sana: “No hay ningún
nombre dado a los hombres en el que podamos ser salvados
sino sólo el nombre de Jesús” (Hch 4, 12)
35
Oremos:
36
IV - ¿CÓMO BENEFICIARSE DE LA PALABRA QUE
SANA?
Para beneficiarse de esta Palabra que sana, consuela, salva y
lleva a la vida eterna, habría que hacer las siguientes cosas
prácticas:
1. Creer en ella. Es necesario que nos acerquemos a la
Palabra con fe, con humildad, con apertura a la verdad que
contiene. Haz actos de fe ante la Palabra, mírala con
reverencia, con amor, como la Palabra de Dios que sana.
Acepta en fe la Buena Nueva que contiene: sus
promesas, exigencias, enseñanzas…
2. Tener contacto físico con ella. Para ello es recomendable
que tengas tu propia Biblia, que la cargues o la tengas
expuesta en tu casa o tu trabajo, en lo posible sobre un
altarcito con velas, mantel y flores. Igualmente se aconseja
para este contacto físico que la veas, la toques, la leas, la
beses… es la Palabra de Dios que sana.
3. Tener contacto intelectual con ella: dedicando tiempo al
estudio de la Palabra que sana.
4. Tener contacto espiritual con ella. Para ello se
recomienda hacer la lectio divina:
Orar para disponerse a leer la Palabra, leer pausada y
repetidamente un breve texto. Responder a la
pregunta ¿qué dice el texto?
meditar la Palabra con la ayuda de las notas que traen
las Biblias, tratando de descubrir la Buena Nueva que
expresa esa Palabra concreta. Responder a la
pregunta: ¿Qué me dice el texto?
Orar a partir de la Palabra meditada. Responder a la
pregunta: ¿Qué me hace decir el texto?
37
Llegar a la contemplación de los grandes misterios de
Dios, donde no hay palabra sino silencio, donde nada
que decir, ningún discurso, sino contemplación
gozosa de la revelación de Dios.
Es lo que enseña la Tradición de la Iglesia: “Buscad
leyendo, y encontraréis meditando, llamad orando, y se os
abrirá por la contemplación” (Guido el cartujano)
5. Tener compromiso de vida con la Palabra: tratando de
ponerla en práctica
todos los días de la vida: “Mi madre, mi hermana y mi
hermano son todos los que escuchan la Palabra y la ponen
en práctica” (Lc 8, 19-21) Bien enseña la Iglesia: “lee las
Escrituras para ser sabio, entiéndelas para ser santo,
practícalas para ser salvo”
6. Tener compromiso apostólico con la Palabra:
predicándola, anunciándola, platicándola en las
conversaciones cotidianas. Y sin olvidar que Cristo expuso
la Palabra por medio de parábolas, de manera sencilla y
profunda (Mc 4, 33). Habría que tener un celo por el
anuncio de la Palabra como los primeros apóstoles:
“Nosotros seguiremos anunciando la Palabra” (No está
bien dejar la Palabra por la administración) (Hch 6, 4)
Y aunque no nos sintamos muy capaces para anunciar la
Palabra y aunque sintamos temor, no olvidemos lo que nos
enseña San Pedro: los profetas nunca hablaron por
iniciativa humana, eran hombres que hablaban de parte de
Dios, dirigidos por el Espíritu Santo” (2 Pe 1, 21). Así que
no temamos. Jeremías temió pero el Señor lo confirmó
diciéndole “no digas soy un niño, irás donde yo te envíe y
dirás lo que te ordene… alargó su mano, tocó mi boca y
me dijo: mira pongo mis Palabras en tu boca: te doy
autoridad…” (Jer 1, 6-10) A Moisés y a Aarón, limitados
y miedosos como se sentían para hablar las Palabras de
Dios, el Señor les dijo: “Yo estaré en tu boca y en la suya”
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(Ex 4, 15), Esa era la convicción de David: “El Espíritu
del Señor habla por medio de mí; su Palabra está en mi
lengua” (2 Sam 23, 2)
7. Tener gran devoción a la Palabra: celebrándola en el culto
litúrgico de la
Iglesia con amor y alegría: El creyente recibirá nuevo
impulso en su vida espiritual con la redoblada devoción a
la Palabra de Dios (cfr. DV 26)
Si quieres que la Palabra de Dios te sane, sigue los siguientes
consejos que te da el mismo Señor Dios:
1. Cree en la Palabra
“En tu Palabra echaré las redes” (Lc 5,5)
“Si no creen en lo que escribió Moisés sobre mí, ¡Cómo
van a creer a mis Palabras?” (Jn 5, 47)
2. Escucha la Palabra:
“¡Felices los que siguen las enseñanzas del Señor, los que
atienden a sus mandatos!” (Sal 119, 1-2)
“El que es de Dios escucha la Palabra de Dios” (Jn 8, 47)
3. Recibe la Palabra como lo que es:
“Damos gracias a Dios porque cuando escucharon la
Palabra de Dios que les predicamos, la recibieron
realmente como Palabra de Dios y no como palabra
humana, y en verdad la Palabra de Dios produce sus
resultados en ustedes los que creen” (1 Tes 2, 13)
“Yo soy su amigo porque les he dado toda la Palabra de Dios”
(Jn 15, 15)
4. Acepta la Palabra:
“Quieren matarme porque no aceptan mi Palabra” (Jn 8, 37)
39
5. Espera en la Palabra:
“En tu Palabra he puesto mi esperanza” (Sal 119,
49.74.81.115.147)
6. Ama la Palabra:
“Amo tu Palabra mucho más que el oro fino” (Sal 119, 127)
7. Alaba la Palabra:
“Cuando tengo miedo, confío en Dios y alabo su Palabra”
(Sal 56, 3-4.10)
8. Memoriza la Palabra:
“He guardado tus Palabras en mi corazón para no pecar
contra ti” (Sal 119, 11)
“Guarda en tu corazón estas Palabras que hoy te digo…”
(Deut 6, 6-9)
9. Respeta la Palabra:
“Siento reverencia por tus Palabras” (Sal 119, 120)
“El hombre en quien yo me fijo es el pobre y afligido que
respeta mi Palabra” (Is 66, 2)
10. Responde a la Palabra:
“Si el Señor te habla, responde “habla, Señor, que tu
siervo escucha” (1 Sam 3, 9)
“El que escucha la Palabra y la cumple se parece al
hombre sabio y prudente que construye sobre roca…” (Mt
7, 24-27)
11. Obedece la Palabra:
“Si obedecen mi mandamiento permanecerán en mi amor”
(Jn 15, 10)
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12. Cumple la Palabra:
“Hay cosas que no sabemos: ésas pertenecen al Señor
nuestro Dios; pero hay cosas que nos han sido reveladas a
nosotros y a nuestros hijos para que las cumplamos
siempre: todos los mandamientos de esta ley” (Deut 29,
29)
“Son mis amigos si cumplen mi Palabra” (Jn 15, 14)
13. Haz caso a la Palabra:
“Yo conozco a Dios y hago caso de su Palabra” (Jn 8, 55)
“El que me ama hace caso de mi Palabra y mi Padre lo
amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con El” (Jn 14,
23-24)
“El que hace caso de la Palabra, lo ama perfectamente” (1 Jn
2, 5)
14. Apasiónate por la Palabra:
“Me consume el celo que siento por tus Palabras” (Sal 119,
139)
15. Carga la Palabra:
“Graben en su corazón y en su alma estas Palabras, átenlas
como signo en sus muñecas, pónganlas como señal en su
frente” (Deut 11, 18-21)
16. Anuncia la Palabra:
“Dichosos los anunciadores de buenas noticias” (Hch 10,
15)
“Predica la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo” (2 Tim
4, 2-5)
17. No te avergüences de la Palabra:
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“Si alguno se avergüenza de mí y de mis Palabras,
también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando
venga con la gloria de su Padre y con los santos ángeles”
(Mc 8, 38)
Oremos:
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V - CONCLUSION
“La Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como
venera también el Cuerpo del Señor. Ella no cesa de presentar a
los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la
Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (Cf. DV 21)” CEC103
En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su
alimento y su fuerza (Cf. DV 24), porque en ella, no recibe
solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la
Palabra de Dios (1 Tes 2 13). ‘En los libros sagrados, el Padre
que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos
para conversar con ellos’ (DV 21) CEC 104 “La fe cristiana no
es una “religión del libro”. El cristianismo es la religión de la
“Palabra” de Dios, “no de un verbo escrito y mudo, sino del
Verbo encarnado y vivo” (San Bernardo) CEC 108
La fe cristiana confiesa que la Palabra de Dios es la Palabra que
sana. Nos sana cuando nos corrige, cuando nos orienta, cuando
nos muestra el camino, cuando ilumina nuestras tinieblas,
cuando nos saca del pecado, cuando nos conduce al bien,
cuando consuela nuestras tristezas, cuando disipa nuestras
dudas, cuando calienta nuestras tibiezas, cuando conforta
nuestra debilidad, cuando haciendo presente a Dios en nuestra
vida, nos quita los males físicos y espirituales.
La Palabra de Dios es la Palabra que sana porque ella nos
interpela, orienta y modela la existencia (Cfr NMI 39), porque
es muy útil ya que “toda Escritura (Palabra) está inspirada por
Dios y es útil para enseñar, corregir, educar en una vida de
rectitud… y para que el hombre esté capacitado para hacer toda
clase de bien” (2 Tim 1, 14-16)
En fin, la Palabra de Dios tiene poder para obrar maravillas en
los creyentes: “Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra
de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza
de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y
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perenne de vida espiritual” (DV 21) “La Palabra de Dios, es
fuerza de Dios para la salvación del que cree” CEC 124
Esta Palabra que sana debe llegar a las personas deseosas de
salvación. Se necesitan apóstoles de la Palabra que hagan llegar
la Palabra que sana a todos los ambientes, pues “todos los que
invoquen el nombre del Señor quedarán a salvo (obtendrán
salud), pero cómo van a invocarlo si no han creído en él, y
cómo van a creer si no han oído hablar de él y cómo van a oír
hablar de él si no h ay quien anuncie sus Palabras” (Hch 10, 13-
14)
Si hemos redescubierto que la Palabra de Dios es la Palabra que
sana, nuestro compromiso debe ser igual a aquel que el Obispo
impone a los cristianos cuando los instituye lectores de la
Palabra en la Iglesia. En una celebración simple ora por ellos
así:
“Dios fuente de toda luz y de toda bondad,
que enviaste a tu Hijo, Palabra de vida,
para revelar a los hombres el misterio de tu amor,
dígnate bendecir a estos hermanos nuestros,
elegidos para el ministerio de lectores;
concédeles que, meditando asiduamente tu palabra,
penetrados y transformados plenamente por ella,
la anuncien con fidelidad a sus hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor”
De manera que el programa de vida que marca al lector consiste
en:
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“Recibe el libro de la sagrada Escritura,
y transmite fielmente la palabra de Dios,
para que sea más vivida y eficaz en el corazón de los
hombres”
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OREMOS
Señor Dios nuestro, no quites de nuestra boca la Palabra de
verdad” (Sal 119, 43)
No dejes que nos apartemos de tus mandamientos” (Sal 119,
10)
Concede a tus siervos que anuncien tu Palabra con
valentía y que por tu poder sanen a los enfermos” (Hch 4,
29-30)
Creemos firmemente que con tu Palabra y con tu Espíritu
puedes volvernos a crear de nuevo,
Creemos firmemente que con tu Palabra poderosa se
pueden expulsar demonios y hacer el bien,
Pues como dice Judith: “No hay quien resista a tu voz” (Jdt
16, 14)
Ven pues con tu Palabra y sana nuestros corazones
heridos, borra nuestros pecados y líbranos de las
tentaciones del Enemigo.
Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén.
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