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"RAYFORD, REGINALD R. Y OTROS S/ TENENCIA DE ESTUPEFACIENTES (ART.

6°, LEY 20771)” - CSJN - 13/05/1986


Buenos Aires, mayo 13 de 1986.//-
Considerando:
1) Que en la madrugada del día 4 de febrero de 1982 se constituyó una comisión policial
en el cruce de las calles Florida y Viamonte de esta Capital Federal, con el objeto de investigar la
actividad de una persona de origen extranjero que, según informaciones confidenciales, se
dedicaría en esa zona a la consumición y distribución de "picadura de marihuana". A las 4.45 se
individualizó a Reginald R. Rayford, de nacionalidad estadounidense, en tránsito en el país
domiciliado en Florida 878, 6° piso, dpto. 21, quien refirió consumir marihuana y poseer esa
sustancia en su domicilio. Allí concurrieron de inmediato los policías -que al efecto recabaron la
presencia de un testigo-, y ante la falta de reparo por parte de Rayford se procedió a la inspección
de la morada, secuestrándose de un portafolios una envoltura de papel conteniendo dicho
estupefaciente. Durante el traslado a la comisaría, el detenido entregó una tarjeta personal de A.
E. B., quien sería el que le suministró la marihuana. A las 9.45, el menor B. fue detenido en la
casa de sus padres y sus manifestaciones condujeron a la detención de A. M. L. S., también
menor de edad.-
Rayford relató que se hallaba circunstancialmente en el país por pertenecer a una
compañía extranjera de espectáculos, y que conoció casualmente a B., con quien trabó cierta
relación que los llevó a convenir la compra de marihuana para consumo personal, que sería
provista por el nombrado, entregando Rayford el dinero. Reconoció que la sustancia secuestrada
era el sobrante de la que le llevó B. A su vez, éste admitió haber adquirido la marihuana con el
dinero de Rayford, para lo que solicitó la colaboración de L. S., quien le presentó a un proveedor
a fin de comprar el estupefaciente, que luego fumó en parte con Rayford en su departamento,
quedándose éste con el resto. Por último, L. S. aceptó haber intervenido en el acercamiento de B.
con el proveedor.-
2) Que el ministerio público formuló acusación a fs. 197/201, solicitando que se
condenase a Rayford a la pena de 1 año de prisión y multa como autor del delito de tenencia de
estupefacientes (art. 6°, ley 20.771), y a B. y L. S. a la pena de 3 años de prisión y multa como
autores del delito de suministro de estupefacientes (art. 2°, inc. d, ley citada). Luego del período
de prueba, la defensa de Rayford cuestionó a fs. 268/270 la validez del allanamiento y secuestro,
sobre la base de la violación del art. 188 del Código de Procedimiento en Materia Penal.-
La sentencia de 1ª instancia absolvió a los imputados por considerar nula la diligencia de
secuestro, en razón de no () aberse recabado la pertinente orden de allanamiento, la ausencia de
consentimiento válido del interesado, la hora en que se realizó, y por ser insuficiente la presencia
de un solo testigo. Valoró también el haberse omitido la exhibición del material secuestrado al
tiempo de rendirse las respectivas declaraciones indagatorias, concluyendo en la falta de
acreditación del cuerpo del delito. Apelado este pronunciamiento por el fiscal, la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, sala IV, lo revocó con fecha 27 de
octubre de 1983, condenando a los procesados de acuerdo a la pretensión de aquél. La alzada
sostuvo la validez del secuestro por haber mediado el consentimiento del interesado,
circunstancia que consideró no negada por éste y que sólo introdujo la defensa al alegar. Tampoco
encontró óbice en la hora del procedimiento por corresponder al momento de la detención del
sospechoso;; ni estimó inválida el acta por haber concurrido un solo testigo, ya que este punto no
fue cuestionado y -a su juicio- debían computarse también los testimonios de los policías
intervinientes. Desechó, asimismo, el vicio derivado de la falta de exhibición de la sustancia en
las indagatorias, pues ese tema no se había planteado antes y porque siempre reconocieron los
imputados la calidad de lo secuestrado.-
3) Que dicha sentencia dio lugar al recurso extraordinario articulado por la defensa de A.
E. B., en el que se impugna la condena, entre otros agravios, a raíz de la ilegitimidad de la
actividad policial que condujo a la formación del proceso.-
Cuestiona, en ese sentido, los actos iniciales de la investigación por cuanto resultarían
violatorios de las garantías contenidas en el art. 18 de la Constitución Nacional. En particular se
agravia del ilegítimo allanamiento en el domicilio de Rayford y todo lo que fue su consecuencia.-
En este orden corresponde resolver como asunto previo el interrogante que podría
suscitarse en torno a la legitimación del recurrente para impugnar los actos iniciales del
procedimiento, en tanto podría sostenerse que su validez o invalidez afectarían sólo el interés del
coprocesado Rayford, mas no el de B. que fue ajeno a ellos. La respuesta no puede ser sino
afirmativa porque, como luego se verá, fue a partir de la inspección realizada en el domicilio de
aquel que se desenvolvieron los distintos pasos de la pesquisa que llevaron a su incriminación en
esta causa. Tales acontecimientos, pues, aunque en apariencia habrían ocurrido fuera del ámbito
de protección de sus derechos, resultan indisolublemente relacionados con su situación, a punto
tal que la condena es fruto de todos los antecedentes del sumario, desde el comienzo mismo de
los sucesos que tuvieron a Rayford como protagonista.-
En consecuencia, la garantía del debido proceso que ampara a B. lo legitima para
perseguir la nulidad de dichas actuaciones, y su recurso ha sido entonces bien concedido por el a
quo a fs. 369. Es de destacar, asimismo, que la circunstancia de que Rayford no haya apelado el
fallo condenatorio por la vía prevista en el art. 14 de la ley 48, no configura óbice a los agravios
de B. Esa omisión no debe entenderse en el caso como si aquél admitiese, en definitiva, la validez
del allanamiento, ya que durante el curso del proceso lo cuestionó, y ello fue inclusive admitido
por el juez de primera instancia; y porque, además, la especial situación personal de Rayford, al
tratarse de un extranjero no radicado en el país -que por otra parte ya abandonó-, hace presumir
su falta de interés en continuar la causa. En estas condiciones, la interpretación de su actitud
particular no puede ampliarse hasta perjudicar el derecho de un tercero que cuenta con interés
legítimo en la impugnación.-
Cabe anticipar por último, antes de ingresar en la consideración de las cuestiones a
resolver, que su naturaleza exigirá necesariamente al tribunal incursionar en las circunstancias
fácticas del caso, que aunque son regularmente extrañas a la instancia extraordinaria, se
encuentran aquí de tal modo ligadas al planteo constitucional que resulta imposible su solución
sin atender a ellas.-
4) Que esta Corte tiene declarado que la ausencia de objeciones por parte del interesado
respecto de la inspección domiciliaria que pretenda llevar a cabo el personal policial, no resulta
por sí sola equivalente al consentimiento de aquél, en la medida en que tal actitud debe hallarse
expresada de manera que no queden dudas en cuanto a la plena libertad del individuo al formular
la autorización (doc. causas, "Fiorentino, Diego E." y "Cichero, Ariel L.", del 27 de noviembre de
1984 y 9 de abril de 1985, respectivamente -Revista LA LEY, t. 1985-A, p. 160; t. 1985-C, p.
391-). Para ello es útil el examen de las circunstancias que han rodeado al procedimiento y las
particularidades en que se manifestó la falta de oposición al registro. En este sentido corresponde
tener especialmente en cuenta que, en el caso, se procedió a la detención de Rayford en la vía
pública y durante la madrugada, a escasos metros de su domicilio, al que penetró de inmediato la
comisión policial. Pero, y ello es fundamental, esa persona era extranjera y desconocedora del
idioma nacional, de modo que ante la falta de auxilio por algún intérprete, resulta
extremadamente dudoso que pudiera comprender cabalmente el alcance del procedimiento que se
realizaba y, en concreto, la posibilidad que tenía de oponerse a su ejecución. Cabe concluir, pues,
que en estas condiciones, la mera ausencia de reparos no puede razonablemente equipararse a una
autorización válida. Como consecuencia de lo expuesto debe desecharse la legitimidad de la
requisa y, por ende, del secuestro que es su resultado.-
5) Que, sin embargo, si bien la invalidez declarada precedentemente resulta decisiva en
cuanto elimina la prueba esencial referente a la existencia misma del objeto material sobre el que
recae el delito de tenencia de estupefacientes, es de destacar que B. no ha sido condenado por esa
figura, sino por la de suministro, cuya comprobación no requeriría necesariamente el secuestro de
la sustancia incriminada y podría extraerse de otros medios de prueba.-
En la especie, la condena del nombrado se sustenta en el secuestro de la marihuana que
suministró, en su confesión y en los dichos de Rayford y L. S. Descartado el secuestro, los
restantes medios podrían aún constituir elementos suficientes para justificar el reproche. Y es en
este punto donde corresponde adentrarse, porque debe determinarse en qué medida la
ilegitimidad inicial del procedimiento afecta la validez de los actos subsiguientes; hasta qué punto
el vicio de origen expande sus efectos nulificantes.-
Al respecto, la regla es la exclusión de cualquier medio probatorio obtenido por vías
ilegítimas, porque de lo contrario se desconocería el derecho al debido proceso que tiene todo
habitante de acuerdo con las garantías otorgadas por nuestra Constitución Nacional. Ya ha dicho
esta Corte que conceder valor a esas pruebas y apoyar en ellas una sentencia judicial, no sólo es
contradictorio con el reproche formulado, sino que compromete la buena administración de
justicia al pretender constituirla en beneficiaria del hecho ilícito por el que se adquirieron tales
evidencias (Fallos, t. 303, p. 1938 -Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 225-).-
Pero dicha regla, no obstante su categórica formulación, admite también el concurso de
factores que pueden atenuar los efectos derivados de una aplicación automática e irracional. Así,
por ejemplo, de ordinario los elementos materiales indebidamente obtenidos perderán valor de
una vez y para siempre por su espuria adquisición, dada la inmutabilidad del objeto que
constituye la evidencia. Por el contrario, la prueba que proviene directamente de las personas a
través de sus dichos, por hallarse ellas dotadas de voluntad autónoma, admite mayores
posibilidades de atenuación de la regla. En este aspecto, el grado de libertad de quien declara no
es irrelevante para juzgar sobre la utilidad de sus manifestaciones, de modo que la exclusión
requiere, en estos supuestos, un vínculo más inmediato entre la ilegalidad y el testimonio que el
exigido para descalificar la prueba material.-
En definitiva, apreciar la proyección de la ilegitimidad del procedimiento sobre cada
elemento probatorio es función de los jueces, quienes en tal cometido deben valorar las
particularidades de cada caso en concreto. Resulta ventajoso para esa finalidad el análisis de la
concatenación causal de los actos, mas no sujeta a las leyes de la física sino a las de la lógica, de
manera que por esa vía puedan determinarse con claridad los efectos a los que conduciría la
eliminación de los eslabones viciados. Debe tenerse en cuenta, asimismo, la posibilidad de
adquisición de las evidencias por otras fuentes distintas de las que se tengan por ilegítimas.-
No cabe olvidar, por último, como ya lo recordó el tribunal en el citado precedente de
Fallos, t. 303, p. 1938, que la materia en examen siempre encierra un conflicto entre dos intereses
fundamentales de la sociedad, como lo son el de una rápida y eficiente ejecución de la ley y el de
prevenir el menoscabo de los derechos individuales de sus miembros a raíz de la aplicación de
métodos inconstitucionales por partes de quienes se encuentran encargados de resguardar su
cumplimiento.-
6) Que, en consecuencia, corresponde ahora examinar concretamente las circunstancias
del caso sobre la base de las pautas señaladas. Y en esta tarea se observa que, como ya se dijo,
desechado el secuestro ilegítimo, quedarían aún en pie las manifestaciones de Rayford y L. S., y
la confesión de B.-
Para determinar la utilidad de esos elementos, y de acuerdo al método expuesto, se debe
retornar al punto de origen de la investigación. Para ello habrá que guiarse por las constancias
efectivas del sumario, pues de los informes confidenciales a que se alude a fs. 1/2, 10 y 12/13 no
existen otros antecedentes que los allí expresados. Con esto se quiere significar que no se advierte
que la pesquisa haya tenido vida por una vía distinta de la que consta efectivamente en la causa,
es decir, la intercepción de Rayford en la vía pública y el inmediato allanamiento ilegítimo de su
domicilio.-
Una observación racional de lo ocurrido a partir de entonces conduce a la conclusión
invalidante de los actos subsiguientes. En efecto, en ese procedimiento se incauta indebidamente
parte del estupefaciente suministrado por B. De no haber sido por ese medio, resulta harto
conjetural suponer que Rayford lo hubiera involucrado espontáneamente. Ello es así porque surge
obvio que la indagación ha girado, desde el comienzo, sobre esa sustancia secuestrada y no sobre
otra, de modo que existe un nexo directo entre el secuestro ilegítimo y la mención que Rayford
trae de B. Es más, aun antes de que aquél efectuara manifestaciones en la comisaría, ya en
camino hacia ella entregó a la comisión policial una tarjeta personal de B. a quien indicó como
vendedor de "dicha marihuana", vale decir, de la que fue específicamente objeto de la requisa.-
En tales condiciones, la incriminación de B. por Rayford no puede tenerse en cuenta
porque las circunstancias en que se efectuó autorizan a descartar que sus manifestaciones sean el
fruto de una libre expresión de la voluntad. Al contrario, aparecen evidentemente inducidas por la
situación en que se lo colocó a raíz del allanamiento ilegal que, por otra parte, no fue casual sino
que llevaba el específico propósito de reunir evidencias del delito. Si se elimina el secuestro y su
inmediata consecuencia que son los dichos de Rayford, ¿cómo se podría haber llegado a la
individualización de B." Tal como se encaminó la investigación se puede aseverar que ello habría
sido imposible porque no existen otros indicios que conduzcan a éste.-
En otras palabras, B. quedó vinculado a la investigación como efecto exclusivo del
procedimiento ilegítimo en el que se secuestró el estupefaciente, desde que esa circunstancia
determinó las manifestaciones de Rayford y la consecuente incriminación de aquél. No hubo
varios cauces de investigación sino uno solo, cuya vertiente original estuvo viciada y contaminó
todo su curso, abarcando también el reconocimiento del propio B. en tanto ello es consecuencia
directa de su ilegítima vinculación al sumario. También deben caer los dichos de L. S. por los
mismos motivos, pues se lo incorporó a los autos a través de las explicaciones de B. Cabe señalar
que, de todos modos, en rigor aquél no presenció el suministro a Rayford, lo que minimiza su
relevancia.-
Por ello, y de conformidad con lo dictaminado en sentido concordante por el Procurador
General, resultando innecesaria toda otra sustanciación, se revoca la sentencia apelada y, en
ejercicio de la facultad conferida en la par. 2ª del art. 16 de la ley 48, se absuelve a Reginald R.
Rayford, A. E. B. y A. M. L. S., por los delitos de tenencia de estupefacientes el primero, y tráfico
de estupefacientes los dos últimos, que fueron objeto de acusación en esta causa.-
José S. Caballero (en disidencia). - Augusto C. Belluscio (en disidencia). - Carlos S. Fayt.
- Enrique S. Petracchi. - Julio C. Imardi.-
Disidencia del doctor Caballero
Considerando:
1) Que en la madrugada del día 4 de febrero de 1982 se constituyó una comisión policial
en el cruce de las calles Florida y Viamonte de esta Capital Federal, con el objeto de investigar la
actividad de una persona de origen extranjero que, según informaciones confidenciales, se
dedicaría en esa zona a la consumición y distribución de "picadura de marihuana". A las 4.45 se
individualizó en la vía pública a Reginald R. Rayford, de nacionalidad estadounidense, en tránsito
en el país, domiciliado en Florida 878, 6° piso, dpto. 21, quien refirió consumir marihuana y
poseer esa sustancia en su domicilio. Allí concurrieron de inmediato los policías -que al efecto
recabaron la presencia de un testigo-, y ante la falta de reparo por parte de Rayford, se procedió a
la inspección de la morada, secuestrándose de un portafolios una envoltura de papel que contenía
dicho estupefaciente. Ya detenido, durante el traslado a la comisaría, Rayford entregó una tarjeta
personal de A. E. B., quien sería el que le suministró la marihuana. A las 9.45, el menor B. fue
detenido en la casa de sus padres y sus manifestaciones condujeron a la detención de A. M. L. S.,
también menor de edad.-
2) Que Rayford relató que se hallaba circunstancialmente en el país por pertenecer a una
compañía extranjera de espectáculos, y que conoció casualmente a B., con quien trabó relación.
Explicó que éste lo invitó a su departamento, donde lo convidó con algunos cigarrillos de
marihuana -luego negó esto último- y que, asimismo, dicha relación los llevó a convenir la
compra de marihuana para consumo personal, que sería provista por B., entregándole Rayford el
dinero. Reconoció que la sustancia secuestrada era el sobrante de la que le llevó B. A su vez, éste
admitió haber adquirido la marihuana con el dinero de Rayford, para lo que solicitó la
colaboración de L. S., quien le presentó a un proveedor a fin de comprar el estupefaciente, que
luego fumó en parte con Rayford en su departamento, quedándose éste con el resto. Por último,
L. S. aceptó haber intervenido en el acercamiento de B. con el proveedor, y refirió que en esa
ocasión B. llevó una balanza para pesar la droga y discutió con el vendedor por la calidad y el
precio.-
3) Que el ministerio público formuló acusación a fs. 197/201, solicitando que se
condenase a Rayford a la pena de 1 año de prisión y multa como autor del delito de tenencia de
estupefacientes (art. 6°, ley 20.771), y a B. y L. S. a la pena de 3 años de prisión y multa como
autores del delito de suministro de estupefacientes (art. 2°, inc. d, de la citada ley). Unicamente
después del período de prueba, la defensa de Rayford cuestionó a fs. 268/270 la validez del
allanamiento y secuestro, sobre la base de la violación del art. 188 del Cód. de Procedimiento en
Materia Penal, y afirmó que la absolución de su asistido se inspiraba en los principios
fundamentales que garantizan la seguridad individual consagrados por la Constitución Nacional.
Con cita de Fallos de esta Corte Suprema y de la Cámara Criminal de la Capital, recordó que no
resulta posible admitir la prueba ilegalmente obtenida ni la que es consecuencia de ella, y que ello
es así, a fin de salvaguardar el derecho de defensa y la garantía del debido proceso legal, para no
hacer, en definitiva, beneficiara a la administración de justicia de un hecho ilícito.-
4) Que la sentencia de 1ª instancia absolvió a los imputados por considerar nula la
diligencia de secuestro en razón de no haberse recabado la pertinente orden de allanamiento, la
ausencia de consentimiento válido del interesado, la hora en que se realizó, y por ser insuficiente
la presencia de un solo testigo. Se adhirió al criterio de la defensa del procesado Rayford y
también valoró el haberse omitido la exhibición del material secuestrado al tiempo de rendirse las
respectivas declaraciones indagatorias, concluyendo en la falta de acreditación del cuerpo del
delito. Apelado este pronunciamiento por el fiscal de primera instancia, contestaron la vista el
fiscal de Cámara y la defensa de A. E. B., tras lo cual, la sala IV de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional lo revocó con fecha 27 de octubre de 1983,
condenando a los procesados de acuerdo a la pretensión del representante del ministerio público.
La alzada sostuvo la validez del secuestro por haber mediado el consentimiento del interesado,
circunstancia que consideró no negada por éste, ya que de otro modo lo hubiera hecho saber al
juez instructor o su defensa la habría referido al contestar la acusación; máxime cuando la tacha
habría sido introducida recién al alegar. Tampoco encontró óbice en la hora del procedimiento,
por corresponder al momento de la detención del sospechoso; ni estimó inválida el acta por haber
concurrido un solo testigo, toda vez que no se desconoció el secuestro, ni se cuestionó la
identidad del material; ni tampoco el punto fue impugnado oportunamente. Asimismo, a su juicio,
debían computarse la hora en que el procedimiento se realizó y los testimonios de los policías
intervinientes. Desechó el vicio derivado de la falta de exhibición de la sustancia en las
indagatorias, pues ese tema no se había planteado antes y porque siempre reconocieron los
imputados la calidad de lo retenido, circunstancia, que ponderó, al igual que la de las confesiones
judiciales.-
5) Que dicha sentencia solamente dio lugar al recurso extraordinario articulado por la
defensa de A. E. B., condenado por suministro de estupefacientes, en el que impugna el fallo, a
raíz de la ilegitimidad de la actividad procesal que condujo a la formación del sumario, y en
virtud de la violación del régimen penal de la minoridad (ley 22.278). En tal sentido, cuestiona
los actos iniciales de la investigación, producidos con relación a Rayford, por cuanto resultarían
violatorios de las garantías consagradas en el art. 18 de la Constitución Nacional, agraviándose
del ilegítimo allanamiento en el domicilio de éste y de todo lo que fue su consecuencia; y refiere
en lo que concierne a su defendido, que el a quo debió limitarse a declarar la responsabilidad
penal del procesado, ya que la imposición de una pena se hallaba supeditada, conforme al art. 4°
de la ley 22.278, al cumplimiento de una serie de requisitos, entre ellos, dicha declaración previa
de responsabilidad. También afirma que se ha despojado al causante del derecho a la 2ª instancia,
que no se trajo al proceso el expediente tutelar de B., y que los magistrados no tomaron impresión
directa de su defendido, por todo lo cual aduce la conculcación de la garantía constitucional de la
defensa en juicio.-
6) Que, en primer lugar, cabe recordar que la cuestión federal, base del recurso
extraordinario, debe introducirse en la primera ocasión posible que brinde el procedimiento, a fin
de que los jueces de la causa puedan tratarla y resolverla, pues tanto la admisión como el rechazo
de las pretensiones de las partes son eventos previsibles que obligan a plantear en su momento las
defensas a que hubiera lugar (Fallos, t. 291, p. 354; t. 297, p. 285; t. 302, p. 1081 -Rep. LA LEY,
t. XXXVI, J-Z, p. 1316, sum. 244; Rev. LA LEY, t. 1978-B, p. 680, J. Agrup. 2913; t. 1981-A, p.
284-; entre otros). En ese sentido, se ha expresado que la invocación de que se halla involucrada
en el pleito una cuestión constitucional, no puede ser el resultado de una reflexión tardía o de una
mera ocurrencia (Fallos, t. 179, p. 5; t. 188, p. 482; t. 210, p. 718; t. 302, p. 468 -Rev. LA LEY, t.
8, p. 246; t. 21, p. 138; t. 50, p. 626; t. 1980-D, p. 190-).-
7) Que por ser ello así, los agravios del único apelante vinculados con la supuesta
violación del art. 18 de la Constitución Nacional en virtud del presunto allanamiento ilegítimo
practicado en el domicilio de quien resultó condenado por tenencia de estupefacientes, no pueden
tener cabida, pues tal cuestión federal, que se pretende someter al conocimiento de esta Corte
Suprema, ha sido tardíamente introducida en el escrito de interposición del recurso
extraordinario, cuando la primera oportunidad posible fue al mejorar los fundamentos del fallo de
1ª instancia, que acogió las objeciones constitucionales de la defensa de Rayford y sustentó la
absolución, en lo pertinente, en aquélla. De modo que debió al menos proponerse el caso federal
ante la alzada, en la oportunidad prevista por el art. 538 del Cód. de Proced. en Materia Penal, en
vez de efectuar afirmaciones genéricas e insistir sobre la falta de tipificación de la figura del
suministro de estupefacientes; máxime si se tiene en cuenta que -según pretende- la validez o
invalidez de los actos iniciales del procedimiento afectarían no sólo el interés del coprocesado
Rayford sino también el suyo propio (causas C 905.XIX "Cattaneo, Andrés s/ usura";C. 183.XX
"Cecchini, Carlos A. del C. de J. y otros s/ desobediencia"; B.279.XX "Blanco, Héctor O. y otros
s/ contrabando", y G.370.XX "Geniso, José O. s/ causa N° 284", falladas el 25 de setiembre de
1984 y el 11 de junio, el 15 de octubre y el 30 de diciembre de 1985).-
8) Que también resultan inatendibles las alegaciones que plantean la violación del
régimen penal de la minoridad. Ello es así, puesto que el recurrente no demuestra que el
condenado sufra gravamen actual por la no aplicación del régimen que propugna, ya que, si bien
era menor de 18 años al tiempo de comisión de los hechos ilícitos incriminados, a la fecha ha
excedido -tiene 22 años- la pauta temporal que tal norma fija para la aplicación del régimen
especial; lo que determina que resulte inoficioso un pronunciamiento del tribunal a su respecto
(Fallos, t. 280, p. 355; t. 292, p. 589 -Rep. LA LEY, t. XXXII, J-Z, p 1259, sum. 94; t. XXXVI, J-
Z, p. 1302, sum. 80-; t. 296, p. 604; causas E.220.XIX "Editorial Latinoamericana S. R. L. c.
Municipalidad de la Capital"; V.243.XIX "Velázquez, Luis c. Gobierno nacional", y D.18.XX
"Diez, Alberto L. c. Universidad Nac. del Sur s/ nulidad acto administrativo, reposición en el
cargo y cobro de pesos", falladas el 22 de marzo y el 31 de mayo de 1984, y el 4 de julio de
1985).-
9) Que, asimismo, además de la falta de fundamentación que revela el recurso deducido,
que en este aspecto carece de la crítica concreta y razonada de los argumentos de la sentencia que
ataca, lo decidido sobre el punto remite al examen de temas de hecho y prueba y de derecho
común y procesal, que han sido resueltos con fundamentos de igual carácter que, al margen de su
acierto o de su error, brindan al fallo sustento bastante que lo pone a cubierto de la tacha de
arbitrariedad. En efecto, a partir de considerar que A. E. B., tenía 19 años de edad al tiempo de
dictar la Cámara su sentencia, y tras estimar acreditado el delito de suministro de estupefacientes
-independiente de la tenencia- y la intervención que en aquél cupo al causante a título de autor
responsable, el a quo efectuó una interpretación del art. 4° de la ley 22.278 en función del art. 8°
de la misma norma, que le llevó a condenarlo haciendo mérito de las constancias de la causa que
brindaban información sobre su conducta, considerando cumplidos los fines tutelares que
persigue el citado régimen legal, dada la edad del imputado al momento de la decisión.-
10) Que, en las condiciones expuestas, no media entre lo resuelto y las garantías
constitucionales invocadas, la relación directa e inmediata que exige el art. 15 de la ley 48.-
Por ello, y habiendo dictaminado el Procurador General, se declara improcedente el
recurso extraordinario interpuesto.-
José S. Caballero.-
DISIDENCIA DEL DOCTOR BELLUSCIO
Considerando:
1) Que en la madrugada del día 4 de febrero de 1982 se constituyó una comisión policial
en el cruce de las calles Florida y Viamonte de esta Capital Federal, con el objeto de investigar la
actividad de una persona de origen extranjero que, según informaciones confidenciales, se
dedicaría en esa zona a la consumición y distribución de "picadura de marihuana". A las 4.45 se
individualizó en la vía pública a Reginald R. Rayford, de nacionalidad estadounidense, en tránsito
en el país, domiciliado en Florida 878, 6° piso, dpto. 21, quien refirió consumir marihuana y
poseer esa sustancia en su domicilio. Allí concurrieron de inmediato los policías -que al efecto
recabaron la presencia de un testigo-, y ante la falta de reparo por parte de Rayford, se procedió a
la inspección de la morada, secuestrándose de un portafolios una envoltura de papel que contenía
dicho estupefaciente. Ya detenido, durante el traslado a la comisaría, Rayford entregó una tarjeta
personal de A. E. B., quien sería el que le suministró la marihuana. A las 9.45, el menor B. fue
detenido en la casa de sus padres y sus manifestaciones condujeron a la detención de A. M. L. S.,
también menor de edad.-
2) Que Rayford relató que se hallaba circunstancialmente en el país por pertenecer a una
compañía extranjera de espectáculos, y que conoció casualmente a B., con quien trabó relación.
Explicó que éste lo invitó a su departamento, donde lo convidó con algunos cigarrillos de
marihuana -luego negó esto último- y que, asimismo, dicha relación los llevó a convenir la
compra de marihuana para consumo personal, que sería provista por B., entregándole Rayford el
dinero. Reconoció que la sustancia secuestrada era el sobrante de la que le llevó B. A su vez, éste
admitió haber adquirido la marihuana con el dinero de Rayford, para lo que solicitó la
colaboración de L. S., quien le presentó a un proveedor a fin de comprar el estupefaciente, que
luego fumó en parte con Rayford en su departamento, quedándose éste con el resto. Por último,
L. S. aceptó haber intervenido en el acercamiento de B. con el proveedor, y refirió que en esa
ocasión B. llevó una balanza para pesar la droga y discutió con el vendedor por la calidad y el
precio.-
3) Que el ministerio público formuló acusación a fs. 197/201, solicitando que se
condenase o Rayford a la pena de 1 año de prisión y multa como autor del delito de tenencia de
estupefacientes (art. 6°, ley 20.771), y a B. y L. S. a la pena de 3 años de prisión y multa como
autores del delito de suministro de estupefacientes (art. 2°, inc. d, de la citada ley). Unicamente
después del período de prueba, la defensa de Rayford cuestionó a fs. 268/270 la validez del
allanamiento y secuestro, sobre la base de la violación del art. 188 del Cód. de Proced. en Materia
Penal, y afirmó que la absolución de su asistido se inspiraba en los principios fundamentales que
garantizan la seguridad individual consagrados por la Constitución Nacional Con cita de Fallos
de esta Corte Suprema y de la Cámara Criminal de la Capital, recordó que no resulta posible
admitir la prueba ilegalmente obtenida ni la que es consecuencia de ella, y que ello es así, a fin de
salvaguardar el derecho de defensa y la garantía del debido proceso legal, para no hacer, en
definitiva, beneficiaria a la administración de justicia de un hecho ilícito.-
4) Que la sentencia de primera instancia absolvió a los imputados por considerar nula la
diligencia de secuestro, en razón de no haberse recabado la pertinente orden de allanamiento, la
ausencia de consentimiento válido del interesado, la hora en que se realizó, y por ser insuficiente
la presencia de un solo testigo. Se adhirió al criterio de la defensa del procesado Rayford y
también valoró el haberse omitido la exhibición del material secuestrado al tiempo de rendirse las
respectivas declaraciones indagatorias, concluyendo en la falta de acreditación del cuerpo del
delito. Apelado este pronunciamiento por el fiscal de primera instancia, contestaron la vista el
fiscal de Cámara y la defensa de A. E. B., tras lo cual, la sala IV de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional lo revocó con fecha 27 de octubre de 1983,
condenando a los procesados de acuerdo a la pretensión del representante del ministerio público.
La alzada sostuvo la validez del secuestro por haber mediado el consentimiento del interesado,
circunstancia que consideró no negada por éste, ya que de otro modo lo hubiera hecho saber el
juez instructor o su defensa la habría referido al contestar la acusación; máxime cuando la tacha
habría sido introducida recién al alegar. Tampoco encontró óbice en la hora del procedimiento,
por corresponder al momento de la detención del sospechoso; ni estimó inválida el acta por haber
concurrido un solo testigo, toda vez que no se desconoció el secuestro, ni se cuestionó la
identidad del material; ni tampoco el punto fue impugnado oportunamente. Asimismo, a su juicio,
debían computarse la hora en que el procedimiento se realizó y los testimonios de los policías
intervinientes. Desechó el vicio derivado de la falta de exhibición de la sustancia en las
indagatorias, pues ese tema no se había planteado antes y porque siempre reconocieron los
imputados la calidad de lo retenido, circunstancia que ponderó, al igual que la de las confesiones
judiciales.-
5) Que dicha sentencia solamente dio lugar al recurso extraordinario articulado por la
defensa de A. E. B. condenado por suministro de estupefacientes, en el que impugna el fallo, a
raíz de la ilegitimidad de la actividad procesal que condujo a la formación del sumario, y en
virtud de la violación del régimen penal de la minoridad (ley 22.278). En tal sentido, cuestiona
los actos iniciales de la investigación, producidos con relación a Rayford, por cuanto resultarían
violatorios de las garantías consagradas en el art. 18 de la Constitución Nacional, agraviándose
del ilegítimo allanamiento en el domicilio de éste y de todo lo que fue su consecuencia; y refiere
en lo que concierne a su defendido, que el a quo debió limitarse a declarar la responsabilidad
penal del procesado, ya que la imposición de una pena se hallaba supeditada, conforme al art. 4°
de ley 22.278, al cumplimiento de una serie de requisitos, entre ellos, dicha declaración previa de
responsabilidad. También afirma que se ha despojado al causante del derecho a la 2ª instancia,
que no se trajo al proceso el expediente tutelar de B., y que los magistrados no tomaron impresión
directa de su defendido, por todo lo cual aduce la conculcación de la garantía constitucional de la
defensa en juicio.-
6) Que, aun partiendo de la base de la nulidad del allanamiento llevado a cabo en el
domicilio de Rayford -con arreglo al criterio establecido por esta Corte a partir de la causa
F.508.XIX "Fiorentino, Diego E. s/ tenencia ilegítima de estupefacientes"-, la sentencia recurrida
tiene sustento en otros elementos probatorios que permiten arribar a similares conclusiones, en
especial la existencia de parte de todos los procesados de confesión judicial del delito cometido,
aun cuando la versión de los hechos haya sido diferente según quien los haya relatado y, en lo que
se refiere específicamente al recurrente, su admisión de haber recibido dinero de Rayford con el
fin de conseguirle marihuana, las gestiones realizadas para ello, y la concreción de la operación
de compra, corroborada por la de Rayford, que expresa haber adquirido el estupefaciente a B. Esa
circunstancia impide la descalificación de lo decidido por el a quo por la sola impugnación de la
diligencia llevada a cabo por la policía.-
7) Que también resultan inatendibles las alegaciones que plantean la violación del
régimen penal de la minoridad. Ello es así, puesto que el recurrente no demuestra que el
condenado sufra gravamen por la no aplicación del régimen que propugna, ya que, si bien era
menor de 18 años al tiempo de comisión de los hechos ilícitos incriminados, a la fecha ha
excedido -tiene 22 años- la pauta temporal que tal norma fija para la aplicación del régimen
especial; lo que determina que resulte inoficioso un pronunciamiento del Tribunal a su respecto
(Fallos, t. 280, p. 355; t. 292, p. 589; t. 296, p. 604);; causas E.220.XIX "Editorial
Latinoamericana S. R. L. c. Municipalidad de la Capital": V.243.XIX "Velázquez, Luis c.
Gobierno nacional, y D. 18 .XX "Diez, Alberto L. c. Universidad Nac. del Sur s/ nulidad acto
administrativo, reposición en el cargo y cobro de pesos", falladas el 22 de marzo y el 31 de mayo
de 1984, y el 4 de julio de 1985).-
Por ello, y habiendo dictaminado el Procurador General, se declara improcedente el
recurso extraordinario interpuesto.-
Augusto C. Belluscio.//-

“Fiscal c/ Fernández, Víctor Hugo s/ av. infracción ley 20.771′ – CSJN – 11/12/1990

Suprema Corte:
La Sala B de la Cámara Federal de Apelaciones de Mendoza, revocó a fs. 962/ 978 el fallo de
primera instancia por el cual se condenó a Eduardo Ricardo Rivas Graña por considerarlo autor
criminalmente responsable de los delitos contemplados en el art. 2″. inc. e)), de la ley 20.771 en
concurso ideal con el del inc. c) en grado de tentativa: en concurso real con el del mismo articulo,
inc. c). ambos con el agravante del art. 8. inc. c). siempre de aquella ley.

-I-

El decisorio de tribunal de alzada tuvo en cuenta, para absolver a Rivas Graña, que la
diligencia policial merced a la cual se logró secuestrar nueve kilogramos de cocaína en la ciudad
de Mendoza, estaría viciada de nulidad por carecer el funcionario actuante de orden de
allanamiento y ocultar su calidad de tal al ingresar al domicilio de Rivas Graña acompañado del
detenido incomunicado, Víctor Hugo Fernández. De allí, concluyó el a quo, se habría conculcado
la garantía del art. 18 de la Constitución Nacional, motivo por el cual anuló la consecuencia
inmediata de esa supuesta violación domiciliaria, cual es el secuestro de la cocaína antes
indicada.-

Por otra parte, el fallo atacado consideró que los restantes elementos de juicio reunidos en
relación con la conducta reprochada a Rivas Graña, eran insuficientes para sustentar la condena
impuesta en primera instancia.-

El Fiscal de Cámara interpuso a fs. 981/997 recurso extraordinario -que el a quo otorgó a fs.
1018/1027- contra el tallo de mención, atendiendo en primer lugar a lo que señala como una
inadecuada interpretación de la garantía de inviolabilidad del domicilio prevista en el art. 18 de la
Constitución Nacional.-

En segundo término, adujo que la sentencia en cuestión es arbitraria, sosteniendo que sus
razonamientos están preñados de subjetividad y basados en suposiciones y prejuicios, por lo que
sostuvo que se ha apartado de la sana crítica, desconociendo además, los hechos de la causa.-

Cada uno de los agravios será sometido a continuación, a tratamiento y estudio individual,
adelantando la coincidencia con el correcto tratamiento del tema examinado en el sub lite por el
Dr. Romano.-

-II-

El examen de los elementos de convicción reunidos respecto del primero de los puntos en
análisis, obliga a reflexionar sobre el carácter del procedimiento policial que conduce al secuestro
de la caja que contenía nueve kilogramos de cocaína, desplegado, en su inicio, en el interior de la
vivienda del por entonces Cónsul de la República de Bolivia en la ciudad de Mendoza.-

Cabe advertir, respecto a dicho procedimiento, que la presencia del miembro de la Policía
Federal Comisario Armentano. acompañado del detenido Fernández, en la casa de Rivas Graña,
no se adecúa a las formas establecidas por el art. 188 CPMPN. ni encuentra acogimiento en las
excepciones previstas en el art. 189 del mismo código.-

Es por ello, que tal actividad policial no () puede ser considerada evidentemente el
allanamiento de domicilio previsto por la normativa ritual.-

Así establecido y no pudiendo ampararse por lo tanto la conducta examinada dentro de los
supuestos legales referidos, cabe preguntarse si la misma contiene ingredientes que lesionen o
que hubieren al estado el precepto de la inviolabilidad del domicilio tutelado en el art. 18 de la
Constitución Nacional.-

Para encontrar adecuada respuesta al interrogante planteado, debe destacarse, en primer lugar,
que el policía Armentano ingreso al domicilio ajeno ocultando, tanto su condición de policía,
como la circunstancia del apresamiento que sufría Fernández, quien era conducido en carácter de
detenido e incomunicado.-

Esta simulación originaria, anterior a serles permitida la entrada por Rivas Graña a ambos,
adquiere singular valor en el estudio de la cuestión, puesto que en definitiva, tal circunstancia
será una de las que permitirá dilucidar si el legítimo derecho a la reserva domiciliaria de Rivas
Graña ha resultado lesionado o no.-

El correcto entendimiento de la previsión constitucional señalada y de la legislación


consecuente, permite determinar que la tutela a la reserva domiciliaria, puede ceder ante el interés
social de la represión delictiva, sólo en la forma y medios establecidos legalmente. Fuero de estos
casos, únicamente es la voluntad del titular del derecho la que puede franquear el ingreso de
terceros a su domicilio.-

Si esta voluntad se ve impedida de pronunciarse libremente, por encontrarse doblegada por


cualquier medio, es indudable que el derecho amparado constitucionalmente, se verá afectado.-

En el caso, Rivas Grana permitió la entrada a su residencia a su amigo Fernández y a quien lo


acompañaba, pero desconociendo que aquel estaba sometido a detención, y que éste era un
policía que además de ocultar su condición, lo llevaba aprehendido.-

Conforme a este orden de ideas, y por el modo en que Armentano logró entrar al domicilio de
Rivas Graña, podría llegar a suponerse que ocurrió un concreto desprecio de la voluntad del ex-
cónsul. único que podía o no autorizar el ingreso, habida cuenta que tanto se puede contrariar la
determinación de quien expresamente prohíbe la entrada a su vivienda, como la de quien no
puede manifestarse libremente, por ser víctima de una situación engañosa.-

Al respecto señala Carrara (”Programa…”. T. IV, pág. 455. Depalma. 1945): “… Cuando la
introducción sea clandestina o insidiosa, la misma pone en claro que el invasor, al usar de
artificios o malicia para introducirse subrepticiamente en la casa ajena, debió tener la conciencia
de que contradecía la voluntad del habitante de la casa, y vanamente alegaría luego, que no había
recibido la prohibición. Para esto valdría la regla de sentido común por la cual el impedimento
para hacer la prohibición equivale a la prohibición;; y bien podría decirse que ha impedido la
prohibición el que ha buscado introducirse en la casa ajena de modo que el inquilino no
adquiriese conocimiento de ello”.-

De allí es que se puede afirmar, que la violación de domicilio es “invito domino”, y quien
incurre en ella. debe conocer la voluntad contraria del titular del domicilio o bien presumirla, por
la circunstancia que en el caso domina, emplea o aprovecha. (Daniel P. Carrera, nota en J.A..
1988 II, abril-junio, pág. 21).-

Se podría concluir por lo tanto, que si Armentano pudo impedir la libre exteriorización de la
voluntad de Rivas Graña cuando ingresó a su domicilio, por hacerlo ardidosamente, disfrazando
su condición de policía en acto de servicio y ocultando además que Fernández estaba detenido,
habría violado la intimidad de la morada en la que se introdujo, puesto que la admisión que logró,
habría resultado fruto de una voluntad viciada por el error al que él mismo indujo con su
conducta.-

Pero a partir de esta conclusión primitiva, valida según lo contemplado en este primer estadio
del itinerario racional que se sigue paro el estudio de esta cuestión, cabe continuar analizando el
resto de los ingredientes que componen el hecho en su conjunto.-

Tres de ellos contienen un alto valor convictivo, que harán que en definitiva, vista la conducta
en análisis en su integridad, conformen un cuadro al que le confieren juridicidad.-

1) Armentano, si bien ocultó su profesión de policía -o al menos no la exteriorizó- no fingió


ser otra persona distinta, que por tal condición, tuviera expedito el acceso al domicilio de Rivas
Grana:

2) Este, por su parte, no se interesó en modo alguno en averiguar sobre quién era el
desconocido a quien invitó a entrar, conformándose en que lo hiciera en compañía de su conocido
Fernández, a quien acompañaba, sin preguntar, siquiera, su nombre, ni mucho menos, su
profesión: dejándose constancia de que como lo reconoce Rivas en su indagatoria, Fernández le
preanunció su visita (”que iba a retirar la caja que le dejara”) lo que aceptó sin problema alguno
(fs. 108 vta.), lo que también recepta el fallo impugnado (fs. 968).-

3) El comportamiento de Armentano fue totalmente pasivo, tanto dentro como fuero del
ámbito privado, sin realizar ningún acto que pueda señalarse como de activa turbación de la
reserva domiciliaria a que Rivas Grana tiene derecho, ya que se limitó a presenciar la entrega de
la caja con estupefacientes de uno a otro cómplice, durante el breve lapso en que accedió
-solamente- hasta la sala de recibo, en la entrevista previamente concertada telefónicamente por
Rivas y Fernández.-

Por ello, Rivas Grana tuvo absoluta libertad de movimiento dentro de su morada, alejándose
inclusive hacia sus dependencias internas, sin ningún control de Armentano, lugar desde el cual
regresó con los estupefacientes.-

Es decir, si bien podría reprochársele al comisionado policial, su originario silencio sobre su


profesión y sobre el estado de su acompañante, como ingrediente que pueda haber conducido a
error a Rivas Graña, no aparece el mismo como determinante de la decisión permisiva de éste,
quien despreció, posiblemente por haberse convencido de una supuesta seguridad e impunidad
que le brindaba su cargo consular, inquirir sobre la personalidad y motivos que traían hasta su
domicilio a sus dos visitantes nocturnos.-
Tampoco empece a este razonamiento que conduce a legitimar el resultado del obrar policial,
la circunstancia de la privación de libertad e incomunicación de Fernández, puesto que al
meriturar tal condición, no debe perderse de vista que el objeto del instituto de la incomunicación
de un detenido, encuentra su razón de ser en impedir que sea obstaculizada la acción de la
justicia, entorpeciéndose la tarea de la investigación de un hecho ilícito, por el contacto que el
aprehendido pueda efectuar con sus cómplices. En el caso. y por el contrario, la actividad de
Fernández (que de todas formas nunca puede ser considerada como agraviante de los derechos de
Rivas Graña, por haberla desarrollado durante su incomunicación) permitió la continuidad exitosa
de la pesquisa. Se resalta aquí, que Fernández en ningún momento procesal dice haber actuado
presionado, sino que su actividad fue fruto de una personal decisión, no motivada por terceros,
siendo totalmente aventurado presumir tal cosa. o sea. repítese, que Fernández, en una conducta
procesal irreprochable, actúa en plena voluntad, contribuyendo a la obtención de elementos que.
sin perjuicio de involucrar a Rivas. también constituyen probanzas en su contra. Su decisión de
colaborar con la investigación no se ve perturbada por elemento conviccional sospechoso
alguno.-

Es por todo ello que la voluntaria conducta de Rivas Grana, cuando libremente decidió
entregar a su cómplice la mercadería ilícita que almacenaba, según espúreos acuerdos
preestablecidos, no fue en forma alguna condicionada por la presencia de un policía a quien él
mismo invitó a ingresar a su morada, sin interesarle en absoluto de quién se trotaba.-

Concluyó, por consiguiente en que la supresión de la prueba de que se trata, en el


razonamiento del decisorio recurrido, se ha efectuado merced a un erróneo entendimiento del
principio plasmado en el art. 18 de la Constitución Nacional y a una equivocada adecuación a la
norma, de los hechos comprobados en la causa. La fundamental importancia de la evidencia así
ignorada, en cuanto hace a la atribución de responsabilidad criminal al encartado Rivas Graña, se
destaca con su inclusión hipotética en el cuadro probatorio, circunstancia que se menciona en el
mismo fallo en crisis.-

Debo señalar que para arribar a tal conclusión, no he dejado de sopesar cuidadosamente, que
el instituto que se pretendió violado, ha visto la luz normativa en los días precursores de la
organización de la Nación, adquiriendo progresivamente su tutela, una de las más significativas
exteriorizaciones de la sana y limitada exaltación de los derechos individuales, razón esta por la
cual comparto totalmente y sin reserva alguna la tesitura que invalida la adquisición de cualquier
medio de conocimiento al que se hubiere arribado merced al desconocimiento de éste u otros
derechos fundamentales. Pero, también estimo que en el caso, esa concreta violación no ha
ocurrido, puesto que en definitiva quien pudo ejercerlo, no lo consideró necesario, exhibiendo
voluntariamente su delincuencia a la visión pasiva de aquél a quien había invitado a ingresar a su
ámbito tutelado.-

La consecuencia inmediata de la entrega dolosa de Rivas Graña a Fernández, fue la obtención


por parte de la comisión policial, de manos de éste y ya en la vía pública, del paquete que
encerraba la cocaína.-

De esta tradición, constatada al arribar los empleados a su sede por el secretario del Tribunal
interviniente, no existe una evidencia que se refleje en un acta de secuestro labrada en el mismo
lugar en que ocurrió, lo que aparece como natural según la secuencia de los hechos: No podían
detenerse los policías, frente mismo a la vivienda del cómplice de Fernández, en la calle y en
horas de la noche, a redactar y cumplir las formalidades para conformar el acta respectiva la que
se podía llenar una vez a buen recaudo y alejada la posibilidad de alertar a quienes aún no habían
sido aprehendidos. Tampoco se les puede exigir -como lo hace la resolución recurrida-, que
soliciten la presencia y rúbrica en el acta del ex-cónsul, porque éste estaba en el interior de su
domicilio, y el secuestro se efectuó cuando Fernández y Armentano. ya se encontraban en el
exterior de la vivienda.-

Dentro del razonamiento seguido y sin descuidarla visión del plexo probatorio en su conjunto
-defecto que si se pude señalar en la sentencia en crisis- cabe observar que el itinerario seguido
por la prevención, estaba originariamente dirigido al desbaratamiento del plan delictuoso que
llevaban a cabo Fernández y Chaar, guiado por sus insospechadas confesiones y afianzado por la
incontestable obtención de los elementos propios del delito. Se observaron respecto a los
confesos, las garantías estatuidas en tutela de sus derechos como judiciables y cuando,
posteriormente ingresa en el ámbito de sospecha el ex-cónsul, aquellos actos originarios
cumplidos antes de su sindicación, deben también, sin cortapisa alguna, integrar el cuadro
probatorio apto para juzgar su conducta. No encuentro que ello obre en desmedro de su defensa
en juicio.-

La adquisición de esta prueba resulta, por lo tanto, legítima, quedando sujeta a valoración
dentro del conjunto probatorio colectado, ya que la falta de acta de secuestro del objeto del delito,
no constituye un vicio en el procedimiento cuando fue imposible su redacción en el .lugar donde
aquel se produjo.-

En síntesis: al margen de la inexistencia del requisito formal del acta inmediata. se demuestra
por vía testimonial indubitable, la realidad del procedimiento que ingresa a autos, la caja que
contenía cocaína. Lo acepta Rivas, lo testimonia personal policial y lo ratifica el codelincuente
Fernández. Se trata nada más, ni nada menos, que de nueve kilos de droga, es indubitable que un
supuesto celo policial por involucrar a Rivas, seria algo exagerado y en modo alguno surge de
autos animosidad procesal hacia el encartado.-

Por lo expuesto, y las sólidas razones esgrimidas por el Sr. Fiscal de Cámara en su escrito de
interposición sostengo así el recurso.-

-III-

Además de la firme apoyatura que logra el sentenciante de primera instancia, cuando estudia
acabadamente el probatorio reunido en la causa. -considerandos VI a VIII (fs. 837/851)-, y la
medulosa valoración del mismo efectuada por el Dr. Romano, se puede agregar lo siguiente:

1. Ha quedado categóricamente demostrada la vinculación delictiva que unió a los condenados


Fernández y Pérez, y ello lo ha sido en virtud de sentencia firme. No se puede olvidar la condena
de Fernández y Chaar, fallo donde los excusados de intervenir. Dres. Endeiza y Mostré, adelantan
opinión sobre la coparticipación en el delito investigado por parle de Rivas. El único medio por el
que Pérez y Fernández pudieron entablar su relación delictiva, fue a través de la presentación
mutua que efectuara Rivas Graña, cuando viajó, en compañía de Fernández hasta la ciudad de
San Juan, donde se domicilia Pérez. El hecho de la nula actividad comercial de Fernández, y los
pésimos antecedentes de Pérez en ese mercado, desvanecen la excusa en que intenta situarse
Rivas Graña en el sentido de que la presentación obedeció a tales razones.-

2. También está judicialmente aceptado, por esta sentencia firme anterior, que tanto Fernández
como el también condenado Chaar, efectuaron en conjunto actividades reprimidas por la Ley
20.771. En este caso. como en el anterior, incuestionablemente su conocimiento recíproco
provino de la gestión de Rivas Graña, conforme lo reconocen ambos: en el caso de Chaar, con
sindicación delictuosa directa del ex-cónsul. ya que afirma que fue buscado expresamente para
participar en la venta de estupefacientes.-

3. Rivas Graña pertrecha a su cómplice Fernández, extranjero y transitoriamente en la


Argentina, de un arma de fuego con una caja completa de proyectiles, que éste, que obviamente
carece de cualquier permiso o autorización de guarda o portación de armas, esconde entre sus
ropas en el hotel donde se aloja.-

Tal entrega encuentra lógica razón en las actividades vinculadas al narcotráfico que ambos
realizaban, y por el contrario, no se justifica dentro del cuadro de normalidad comercial en que se
escuda el ex-cónsul.-

4. Rivas Graña acepta, según refiere al ejercer su defensa material, el depósito de una caja.
pensando primero, que contiene valiosas artesanías, para luego sospechar que puede contener oro.
Para dejársela. Fernández le habría hablado de la inseguridad de su hospedaje y del alto valor de
la mercadería (cada pieza podía costar quinientos dólares estadounidenses, y la caja contendría
muchas). A fs. 108 menciona que ab-initio tuvo sospechas respecto al contenido de esa caja que
tan generosamente recepta en depósito de un connacional virtualmente desconocido. Cabe aquí
reflexionar sobre la realidad de la existencia de esa caja con nueve kilogramos de cocaína. No
proporciona el fallo elemento descalificatorio alguno que pueda hacer presumir con licitud que el
contenido se introdujo con posterioridad a su entrega voluntaria y probada por Rivas. Esto unido
a la valoración correcta del llamado en codelincuencia de Chaar y Fernández, (que en nada se
benefician trayendo a proceso a Rivas) conduce necesariamente a la realidad de una prueba
suficiente para condenar como pretende el Sr. Fiscal. No es en modo alguno cierto lo sostenido
por el defensor de que en el sub-judice hay una carencia total de prueba.-

5. La Cámara ha asignado singular valor al dicho del abogado Cornejo Stewart, cuando
depone en otro proceso -seguido en su contra-. como sospechoso de haber quebrantado la
incomunicación a que se hallaba sujeto su cliente Fernández. En efecto, a fs. 33 del expediente Nº
74.581 A, realiza una serie de consideraciones relativas a la persona de su ex-defendido, que
pueden ser atribuidas a la necesidad de ejercer su defensa material respecto de la acusación de
que era objeto, pero que constituyen revelación de secretos adquiridos en el ejercicio de su
profesión de abogado. Lo que resulta incomprensible -y que es precisamente a lo que la sentencia
del recurso adjudica relevancia- es que, so pretexto de proteger derechos afectados, el nombrado
profesional afirme que su ex-cliente mentía cuando sindicaba a Rivas Grana como partícipe en
los hechos de la causa, puesto que esta afirmación, no tan sólo resulta indiferente para el objeto
de su declaración, sino que obra en directo perjuicio de la persona que había depositado su
confianza en la obligación de silencio de su ahogado defensor, y finalmente, obra en sospechoso
beneficio de Rivas Graña.-

Aun cuando la conducta del letrado pudiese encontrar resguardo y justificación en el campo
jurídico, sólo lo seria respecto a su autodefensa, y aún así resulta reprochable en el más amplio
continente que rige la ética del abogado, pero la valoración de sus dichos, fuera de su necesidad
de dar respuesta a una acusación, repugna totalmente a las garantías de la defensa en juicio.-

Encuentro, por todo lo expuesto, rozones suficientes para sostener el recurso en lodos sus
aspectos, ya que la presente no puede tenerse como una mera cuestión de apreciación de pruebas,
materia reservada a los jueces de la causa, y por ello no susceptible de revisión en este estadio
procesal, sino que no existe obstáculo para que V.E. pueda conocerla, toda vez que sobre la base
de la doctrina de la arbitrariedad se procura asegurar la garantía de la defensa en juicio y del
debido proceso, exigiendo que las sentencias sean fundadas, sin incurrir en omisión de valorar
prueba fundamental, y constituyan derivación razonada del derecho vigente según las
circunstancias comprobadas.-

Advierto, como ya se expresó, que la sentencia apelada presenta este vicio, pues sus
fundamentos son aparentes, al haberse valorado sólo parcialmente elementos de juicio, con
supresión de aquellos que revisten importancia fundamental para la conclusión condenatoria a
que se habría arribado de tenerlos correctamente en consideración, prescindiendo, además, de la
necesaria visión de conjunto y de la correlación de los testimonios e indagatorias entre sí. y
fundamentalmente, con elementos indiciarlos que tienen aquí. carácter necesario.-

A mérito de lo expuesto, opino que debe revocarse el fallo apelado.-


Buenos Aires, 3 de abril de 1990.-

Fdo.: Oscar Eduardo Roger.-

Buenos Aires, 11 de diciembre de 1990.-

Vistos los autos: “Fiscal c/ Fernández, Víctor Hugo s/ av. infracción ley 20.771″

Considerando:

1º) Que contra la sentencia de la Cámara Federal de Mendoza -Sala B- que, al revocar la
dictada en primera instancia, absolvió al acusado Ricardo Eduardo Rivas Graña de los delitos de
introducción, almacenamiento y trafico de estupefacientes -agravados por el concurso de más de
tres personas- por los que había sido condenado a siete años de prisión, multa de ciento veinte
australes, accesorias legales y costas, interpuso el señor Fiscal de Cámara recurso extraordinario,
que fue concedido (fs. 862/78,981/97 y 1018/27).-

2º) Que de las constancias del proceso surge:

a) que personal de la Policía Federal, anoticiado por información confidencial, llevó a cabo un
procedimiento en el bar del hotel “Huentala” en cuyo transcurso detuvo al ciudadano de origen
boliviano Víctor Hugo Fernández y secuestró 380 gramos de cocaína que tenía dispuesta para la
venta y procedía de su país natal;

b) que, por manifestaciones del detenido, pudo saberse que en las inmediaciones del lugar se
hallaba estacionado el automóvil de su amigo Fuhad Carmelo Chaad, a cuya detención también
se procedió al habérsele encontrado otros dos paquetes conteniendo 300 gramos de cocaína y una
balanza para pesar esa sustancia;

c) que ante los dichos de Fernández, en el sentido de que en una casa de la zona de Godoy
Cruz se guardaba el resto de la droga traída de Bolivia -otros nueve paquetes de un kilogramo-
uno de los policías se trasladó, en compañía del nombrado, hasta la mencionada vivienda, en cuya
fachada lucía un cartel y escudo que la identificaba como la sede del Consulado de la República
de Bolivia. Ya en el lugar, Fernández llamó a la puerta y fue atendido por su conocido, el cónsul
Ricardo Eduardo Rivas Grafía, quien lo hizo pasar junto con el policía, que no se presentó como
tal y, a requerimiento del primero, el funcionario extranjero le entregó una caja con el contenido
ya especificado, la que fue trasladada al asiento policial donde se confeccionó el acta de estilo;
d) que el sospechoso Rivas Grana fue llamado a concurrir a un lugar público, so pretexto de
asistir al connacional Chaad, y en esas circunstancias detenido.-

3º) Que el Tribunal a quo entendió, con base presunta en la jurisprudencia de esta Corte
(Fallos: 46: 36: 303: 1938: 306: 1752: 308: 733: y causas R. 524. XX. “Ruiz, Roque A. s/ hurtos
reiterados” [Fallo en extenso: elDial - AA960]: F. 103. XIX. y F. 477. XIX. “Francomano,
Alberto José y otros s/ inf. ley 20.840″.del 17 de septiembre y del 19 de noviembre de 1987), que
la incautación de nueve kilogramos de cocaína, extraídos de la morada de Rivas Grafía -a la vez
casa habitación de él y su familia y sede de la oficina consular de Bolivia en Mendoza- debía ser
excluida del proceso como prueba por habérsela obtenido en infracción a la garantía de la
inviolabilidad del domicilio (art. 18 de la Constitución Nacional). Estimaron los jueces que ello
era así porque el coprocesado Fernández y el oficial de policía ingresaron en el domicilio del
acusado sin orden de allanamiento y en circunstancias tales que no hacían excepción a la
necesidad de obtenerla; y en cuanto al consentimiento prestado por Rivas Graña, lo consideraron
viciado, “… al hacérsele creer que el acompañante de su conocido Fernández era un amigo de
este y ocultársele que en verdad Fernández estaba privado de su libertad y que quien lo
acompañaba era un policía que fingía…”. Por esta razón y porque, además, la Cámara destacó la
falta de cumplimiento de normas procesales vinculadas con la forma en la que debe documentarse
un secuestro con fines probatorios, declaró nulo el practicado en la vivienda del cónsul e ineficaz
su resultado.-

Por otra parte, los magistrados de la instancia anterior concluyeron en que, apartada la prueba
obtenida -a su juicio- de manera ilegal, la remanente no alcanzaba, sin hesitación para
responsabilizar al procesado. Paro sostener tal conclusión señalaron que la prevención policial ha
incurrido en “… inexactitudes o desprolijidades que, a la postre, han quedado en descubierto y
restan veracidad a los asertos de los funcionarios policiales…”. Así aludieron los jueces al origen
anónimo de la denuncia que determino la actuación policial, el que encubriría la actividad de
confidentes; la huida del “comprador” de la cocaína que portaba Fernández sin explicación
valedera, lo que permitiría barruntar que aquél fue nada más que un señuelo; la no común
colaboración supuestamente espontánea de Fernández para lograr el decomiso del estupefaciente
almacenado en la casa de Rivas Graña; la forma incompleta y poco veraz en la que fue
documentada esa diligencia durante el sumario de prevención; la manera en la que se logró la
detención del imputado, quien salió de su casa hasta el lugar donde lo esperaba la policía
creyendo que iba a prestar asistencia a un connacional. Además, pese a reconocer que contra la
negativa de Rivas Graña se alzan las imputaciones de los coprocesados Fernández y Chaad, los
jueces dieron razones, mayormente apoyadas en conjeturas, para restarle mérito. Respecto de
Fernández -porque aparece como colaborador de la policía en la incautación de la droga que
tenían tanto Chaad como Rivas Graña-; y de Chaad -porque intervino para facilitar la detención
del cónsul-, dijeron los magistrados que “aparecen pues estos dos personajes delinquiendo,
colaborando y disimulando su decisión de involucrar al prójimo. No son, por lo expuesto, dos
coprocesados cuya versión por lo espontánea, coincidente y desinteresada pueda merecer especial
confianza, sino que se cuenta con expresiones de quienes han delinquido en infracciones
gravemente penadas y ayudan a la policía, traicionando a sus sospechados cómplices. Si a ello
agregamos las dudas que surgen de lo actuado por algunos policías que auxiliaron a la justicia en
la prevención, no es descartable que hayan declarado ante ella bajo presión o instados por alguna
promesa de mejorar su situación si colaboraran…” Finalmente, los jueces desecharon el valor
probatorio de la mendacidad con la que se produjo el procesado Rivas Graña, según el magistrado
de primera instancia, porque, aún cierta, no deja de ser una indicación equivoca: y declararon que
aunque la íntima convicción les pudiera indicar lo contrario, el sistema de la prueba tasada y de la
sana crítica racional al que debían sujetarse les imponía adoptar la solución liberatoria, de
conformidad con el art. 13 del Código de Procedimientos en Materia Penal.-
4º) Que el recurrente sostiene que la sentencia es arbitraria por contener dos vicios
fundamentales: el primero, vinculado con la presunta violación de la garantía de la inviolabilidad
del domicilio (art. 18 de la Constitución Nacional); y el segundo, que atañe a la irrazonabilidad en
la interpretación de los hechos de la causa.-

En cuanto al tema de la exclusión del secuestro de nueve kilos de cocaína porque se las habría
incautado en el curso de un allanamiento ilegal, el apelante señala que al procedimiento realizado
en la casa del cónsul boliviano se lo consideró como pesquisa domiciliaria o allanamiento
cuando, en realidad, no tuvo ese alcance. De acuerdo con lo probado, el acceso a la vivienda y la
entrega de la droga se obtuvo como consecuencia de la amistad preexistente entre el morador y su
coprocesado Fernández, sin otra intervención del policía que no fuese meramente pasiva y que,
por lo tanto, “no conmocionó, alteró o siquiera rozó la intimidad de la vivienda del cónsul”, que
es lo que protege la garantía constitucional. Consecuentemente -dice el fiscal- si no hubo
pesquisa o visita domiciliaria, no son exigibles los requisitos de los arts. 211, 407, 408 y 409 del
Código de Procedimientos en Materia Penal. Y la posibilidad admitida por la Cámara de que
entre el momento en el que fue entregada la droga por Rivas Graña, y aquel otro en el que se
documentó el hecho en la sede policial se hubiese cambiado el contenido de la caja respectiva, no
reviste la más mínima confrontación con la realidad. Ello es así, porque lo revela imposible el
millonario valor de la mercadería y el hecho de que no pudo haberla obtenido la policía en otros
procedimientos, puesto que una de las circunstancias probadas en el proceso es la de que en la
provincia de Mendoza no había mercado suficiente como para ubicar sin dificultades tamaña
cantidad de droga.-

En lo atinente a la arbitrariedad en la valoración de la prueba independiente de la obtenida en


el domicilio de Rivas Graña, se puntualizan en el recurso los siguientes vicios:

a) la sentencia se sustenta -a criterio del apelante- en “una serie de juicios erráticos que nada
tienen que ver con la prueba incorporada a la causa y con el análisis que realiza el señor juez
federal de primera instancia”. Así -se dice- el tribunal dedica su esfuerzo en resaltar presuntas
irregularidades policiales en aspectos “pueriles y hasta microbianos” para teñir con ellas una
supuesta falta de seriedad en todo el accionar .de los preventores que compromete al cónsul
procesado. Se “supone” que la policía trató de proteger su fuente de información y se “sospecha”
de complaciente la huida de uno de los intervinientes en el primer canje de cocaína comprobado,
todo lo cual se califica de “inexactitudes o desprolijidades… que restan veracidad a los asertos de
los funcionarios policiales”, por lo que “pareciera… que aquí se ha juzgado a la policía y no al
cónsul que entregó los nueve kilos de cocaína”, afirma el Fiscal.-

b) con igual método hipotético -existencia de posibles promesas policiales de ayuda- el fallo
resta valor a las imputaciones en codelincuencia de Fernández o Chaad.-

c) omisión de tratamiento de las serias contradicciones en que incurrió el procesado Rivas


Graña al declarar, las que constituyen indicios graves de su mendacidad. En tal sentido, señala el
recurrente que no ha extrañado a los jueces: 1º) que el imputado abriese las puertas de la oficina
consular a hora intempestiva para entregar a un connacional lo que, según él, era una mercadería
desconocida; 2°) que haya interrumpido la iniciación de la cena con el a legado propósito de
asistir al coprocesado Chaad para otorgarle asilo por razones políticas, función ajena a la propia
de su cargo; 3°) que si el acusado sospechaba del contenido de la caja. como lo dice, no se
impusiera de su contenido, máxime cuando aquélla estaba abierta; 4º) que si Rivas Grana creía,
como también lo afirma, que se trataba de artesanía boliviana que negociaría con Fernández,
menos se explica que no revisase lo que contenía el paquete; y 5º) que si con el último de los
nombrados sólo lo ligaba una relación comercial, no se explica por qué le prestó un televisor para
que no se aburriese en su estadía en el hotel, y una pistola valiosa porque se la había obsequiado
el presidente de su país; y

d) descalificación de los dichos imputativos de los coprocesados Chaad y Fernández sobre la


base de afirmaciones subjetivas carentes de respaldo legal, tales como eludir el valor objetivo de
sus versiones porque provendrían de “delincuentes”, o empañar su colaboración en el
esclarecimiento judicial del caso con el insólito argumento de la traición a sus cómplices, en
abierta oposición con el art. 26 del Código Penal que manda observar “la actitud del condenado
posterior al delito”, comprensiva de la espontánea confesión de su responsabilidad y la
cooperación en la investigación de la verdad.-

5º) Que, a partir del caso registrado en Fallos: 306: 1752 y con cita a los precedentes de Fallos:
46: 317 y 177: 390, esta Corte estableció el criterio según el cual suscitan cuestión federal
bastante planteos como los sometidos a su decisión en el recurso que se examina pues aun cuando
atañen por lo general a temas de hecho y de derecho procesal, sustancialmente conducen a
determinar el alcance de la garantía de la inviolabilidad del domicilio.-

6°) Que ya en el recordado caso de Diego Enrique Fiorentino se dejó establecido que, fuera de
los supuestos de necesidad previstos por el art. 189 del Código de Procedimientos en lo Criminal,
o de la existencia de consentimiento para el ingreso expresado sin vicio alguno de la voluntad,
resulta necesaria la orden de allanamiento expedida por el juez competente para el acceso al
domicilio o morada por parte de los funcionarios de la autoridad pública encargados de su visita y
ulterior pesquisa. Esta doctrina fue reafirmada en las sentencias dictadas en las causas L. 105.
XXI. “López, Eduardo Adolfo s/ encubrimiento de contrabando”, del 10 de diciembre de 1987, y
F. 305. XXI. “Fato, Juan José y otro s/ infr. ley 20.771″, del 24 de mayo de 1988; y precisada aún
mas en el fallo recaído en la causa R. I. XXII. “Romero, Héctor Hugo y otros s/ infr. Ley 20.771
“del 1° de diciembre de 1988 -criterio recientemente reiterado al resolver in re: F.65. XXIII.
“Ferrer, Florentino Clemente s/ inf. art. 189 bis del Código Penal” del 10 de julio de 1990- donde
el Tribunal determino que no cabe construir una regla abstracta, a partir del precedente de Fallos:
306:1752. que conduzca inevitablemente a tachar de nulidad el consentimiento dado para una
inspección o requisa domiciliaria en todos los casos en que quien lo haya prestado estuviese
privado de su libertad, sino que es preciso practicar un examen exhaustivo de todas las
circunstancias que rodearon cada situación en concreto, para arribar a una conclusión acerca de la
existencia de vicios que hayan podido afectar la voluntad libre del detenido.-

7º) Que en el sub examen, al no darse ninguna de las excepciones del citado art. 189 del
Código Procesal, ni ser jurídicamente posible la obtención de orden de allanamiento en virtud de
la inviolabilidad del local consular, donde también se domiciliaba el imputado (art. 31 de la
Convención de Viena de 1963. sobre relaciones consulares, aprobada por la ley 17.081, que
admite la visita con el consentimiento del jefe de la oficina consular pero no su requisa), la
situación es diferente a la contemplada en los precedentes de esta Corte en los que se apoyó la
sentencia recurrida. A lo que cabe añadir que, como se verá en lo que sigue, el procedimiento fue
resuello por la autoridad policial sin afectación de la garantía de la inviolabilidad del domicilio,
como se vera en lo que sigue.-

8º) Que si bien es verdad que el ingreso del coprocesado Fernández y del oficial que lo
acompaña encubría un procedimiento policial, no es menos cierto que aquel se produjo por la
amistad existente entre el procesado y su cómplice, circunstancia favorecida por el ilícito negocio
en el que estaban embarcados. No hubo engaño alguno que viciara la voluntad del imputado, ya
que ninguna maquinación, ocultamiento o fraude fue utilizado para acceder a su vivienda. Bastó
con que uno de los visitantes fuese su conocido, y que se le presentase al acompañante como un
amigo paro que se les franquease la entrada. Y, después de esta última, no fue practicada
pesquisa, registro, inspección o requisa, ni el paquete que contenía el estupefaciente fue obtenido
mediante ardid o aprovechamiento del descuido del morador, sino por entrega voluntaria del
procesado a su cómplice. En condiciones tales, no se advierte interferencia ilegítima del Estado
en un ámbito en el que, como el domicilio, una persona puede tener la mayor expectativa de
intimidad y privacidad.-

9º) Que, además, si está probado que el imputado y titular del derecho de exclusión, permitió
el acceso a su casa de dos personas -una de las cuales desconocía- sin indagar los motivos del
acompañamiento ni cerciorarse debidamente de la identidad del desconocido; y, pese a ello, con
entera libertad y desprecio por las eventuales consecuencias de su proceder, descorrió el velo de
protección de la intimidad de su hogar y realizó actos que permitieron comprobar el grave delito
que estaba cometiendo, no puede ser posteriormente amparado por la cláusula del art. 18 de la
Constitución Nacional cuando fue su propia conducta discrecional la que posibilitó la presencia
del agente preventor en el recinto privado y aquella comprobación.-

10) Que es criterio de esta Corte que el empleo de un agente encubierto para la averiguación
de los delitos no es por si mismo contrario a garantías constitucionales. Una cuidadosa
comprensión de la realidad de nuestra vida social común, y en especial el hecho comprobado de
que ciertos delitos de gravedad se preparan e incluso ejecutan en la esfera de intimidad de los
involucrados en ellos, como sucede particularmente con el trafico de estupefacientes, impone
reconocer que esos delitos sólo son susceptibles de ser descubiertos y probados si los órganos
encargados de la prevención logran ser admitidos en el círculo de intimidad en el que ellos tienen
lugar. Por tal razón, una interpretación prudencial de las garantías procesales contenidas en la
Constitución Nacional permite aceptar, bajo ciertas restricciones, el empleo de agentes
encubiertos de modo similar al que se lo admite en otros países en los que las reglas del Estado de
Derecho proscriben garantías análogas a las que rigen en la República Argentina; entre los cuales
cabe citar a los Estados Unidos (confr. “Lewis v. U.S.. 385 US 206) y a la República Federal de
Alemania (confr. BGH Gr. S. St. 32, 115, 122: BverfGE 57.250, 284, y la decisión del GBH en
NStZ. 1982, 40).-

11) Que la conformidad en el orden jurídico del empleo de agentes encubiertos requiere que el
comportamiento de ese agente se mantenga dentro de los principios del Estado de Derecho (así lo
sostuvo en Alemania el BGH, confr. decisión en NStZ 1984, 78), lo que no sucede cuando el
agente encubierto se involucra de tal manera que hubiese creado o instigado la ofensa criminal en
la cabeza del delincuente, pues la función de quienes ejecutan la ley es la prevención del crimen y
la aprehensión de los criminales, pero esa función no incluye la de producir el crimen tentando a
personas inocentes a cometer esas violaciones (confr. “Sorreis v. U.S.”. 287 US 435). De tal
modo, cabe distinguir los casos en que los agentes del gobierno simplemente aprovechan las
oportunidades o facilidades que otorga el acusado predispuesto a cometer el delito, de los que son
“producto de la actividad creativa” de los oficiales que ejecutan la ley (confr. además del caso
citado de 287 US 435, “Sherman v. U.S. “, 356 US 369 y “Hampton v. U.S.”. 425 US 484) en los
que procede desechar las pruebas obtenidas por la actividad “criminógena” de la policía bajo lo
que en el derecho americano se conoce como defensa de entrapment (confr. “Woo Wai v. U.S.”.
223 US 412 y “U.S. v. Russell”. 411 US 423, además del ya citado caso de 287 US 435).-

12) Que las constancias de la causa reseñadas en los considerandos de la presente permiten
descartar que la policía haya tenido una actitud creadora del crimen que motiva estas actuaciones.
Al contrario, el ocultamiento de la identidad policial sólo ha tenido por objeto tomar
conocimiento de un hecho que fue realizado libremente, y sin coacciones por parte del imputado
Rivas Graña, que tenía el derecho constitucional de excluir del acceso a su morada al
desconocido, e incluso, al no haberlo hecho, decidió libremente realizar ante sus ojos la
transacción criminal con desprecio del riesgo de delación que ello podría involucrar. En esas
condiciones no puede sostenerse seriamente que la presencia pasiva del policía encubierto en el
domicilio del imputado haya violado su derecho constitucional a la intimidad. Aquí son
totalmente aplicables las consideraciones efectuadas por la Corte Suprema de los Estados Unidos
in re “Hoffa v. U.S.”. 385 US 293. En efecto, lo sostenido por ese supremo tribunal con relación a
la Cuarta Enmienda es plenamente aplicable a la garantía de la inviolabilidad del domicilio
consagrada en el art. 18 de la Constitución Nacional. Al decir de esta Corte, “lo que protege la
Cuarta Enmienda es la seguridad en la que descansa un hombre cuando se coloca a sí mismo o a
su propiedad en un ámbito protegido constitucionalmente”. Pero ello supone una actitud del
individuo celosa de su intimidad, y hay que distinguir entre los actos de una persona que se
realizan en la seguridad constitucionalmente protegida contra intrusiones indeseadas en el ámbito
del domicilio, de los realizados voluntariamente ante terceros en la errónea confianza de que
estos no revelaran su delito.-

13) Que, en consecuencia, hay que distinguir también los casos en que el agente encubierto o
colaborador solo se limita a reproducir para el proceso aquello de lo que fue testigo por la actitud
voluntaria de quien tenía el derecho de exclusión sobre su ámbito constitucionalmente protegido,
de aquellos en los que se configura una verdadera intrusión a la intimidad excediendo los límites
de lo que el titular de ese derecho de exclusión admitía que fuera conocido por el extraño. Tal
seria el caso en que con ocasión de un ingreso autorizado por el interesado, el agente encubierto
realizara pesquisas, inspecciones, registros, secuestros, etc.. de manera subrepticia y más allá de
lo que pueda considerarse comprendido dentro de la renuncia a la intimidad del interesado. Este
es el modo en que también ha sido entendida la garantía constitucional de la intimidad del
domicilio por la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, en un caso en el que un
agente federal de narcóticos, haciéndose pasar por un consumidor de drogas, expresó al
sospechoso su interés en comprar esas sustancias, y en tales circunstancias fue invitado por el
imputado a su casa, donde tuvo lugar la transacción (”Lewis v. U.S.”. 385 US 206). Allí la Corte
admitió la validez, del testimonio incriminatorio en el juicio que se siguió al traficante sobre la
base de que el imputado “invitó” al agente encubierto a su domicilio con el propósito de ejecutar
una venta ilícita de drogas, “y que en ninguna de sus visitas el agente vio o tomó algo distinto de
lo considerado y de hecho querido por el imputado como parte necesaria de su negocio ilegal”.-

En definitiva, este modo de entender el alcance de la protección constitucional de la intimidad


reposa en la premisa de que el riesgo tomado a cargo por un individuo que voluntariamente
propone a otro la comisión de un delito o que voluntariamente permite a otro tomar conocimiento
de tal propuesta o hechos que son relevantes para la prueba de un delito ya cometido, incluye el
riesgo de que la oferta o los hechos puedan ser reproducidos ante los tribunales por quien, de esta
forma, tomó conocimiento de ellos (confr. mutatis mutandi “López v. U.S.”. 373 US 427).-

14) Que, en síntesis, en el sub lite se ha demostrado que al imputado nada se le ocultó porque
nada indagó, no se hizo un despliegue de medios engañosos para ingresar a su morada, esta
última no fue objeto de requisa y que, en definitiva, la presencia de terceros en su hogar se debió
a la forma en que discrecionalmente ejerció su derecho como titular del domicilio. Si esto es así,
no parece ciertamente razonable ni menos compatible con el sentido común entender que, en las
circunstancias comprobadas en este proceso, se hubiese visto comprometida la garantía de la
inviolabilidad del domicilio. Esas mismas circunstancias evidencian que el ingreso descalificado
por el tribunal a quo -realizado en un domicilio jurídicamente imposible de allanar, pero con el
consentimiento del jefe de la oficina consular- fue ejecutado con el máximo respeto de tan
eminente garantía individual y de las obligaciones internacionales, concertándolas con el interés
social en la averiguación del delito y el ejercicio adecuado de las potestades estatales respectivas,
que, al fin y al cabo, es el logro del delicado equilibrio entre tan preciados valores que esta Corte
siempre ha procurado resguardar.-

A este respecto, ha de recordarse que los jueces tienen el deber de resguardar, dentro del marco
constitucional estricto, “la razón de justicia que exige que el delito comprobado no rinda
beneficios” (caso “José Tiboid”. Fallos: 254: 320. consid. 13). Asimismo, tampoco es posible
olvidar que en el procedimiento penal tiene excepcional relevancia y debe ser siempre tutelado
“el interés público que reclama la determinación de la verdad en el juicio”, ya que aquél no es
sino el medio para alcanzar los valores más altos: la verdad y la justicia (C.S. de EE.UU.. “Stone
vs. Powell”. 428 U.S. 465.1976, en pág. 488, y la cita de D.H. Oaks en nota 30. pág. 491). De
manera, pues, que el deber de dejar establecida la verdad jurídica objetiva, en materia de
enjuiciamiento penal, sólo autoriza a prescindir, por ilícita, de una prueba cuando ella, en sí
misma, haya sido obtenida a través de medios inconstitucionales o ilegales.-

15) Que la solución alcanzada en lo que antecede hace innecesaria la consideración de los
restantes agravios traídos a la instancia con base en la doctrina sobre arbitrariedad de sentencias.-

Por ello. se revoca la sentencia apelada.-

Fdo.: RICARDO LEVENE (h) - CARLOS S. FAYT (por su voto) - AUGUSTO CESAR
BELLUSCIO - RODOLFO C. BARRA - JULIO S. NAZARENO - JULIO C. OYHANARTE -
EDUARDO J. MOLINÉ O’CONNOR.-

VOTO DEL SEÑOR MINISTRO DOCTOR DON CARLOS S. FAYT

Considerando:

1º) Que contra la sentencia de la Cámara Federal de Mendoza -Sala B-que, al revocar la
dictada en primera instancia, absolvió al acusado Ricardo Eduardo Rivas Graña de los delitos de
introducción, almacenamiento y tráfico de estupefacientes -agravados por el concurso de más de
tres personas- por los que había sido condenado a siete años de prisión, multa de ciento veinte
australes, accesorias legales y costas, interpuso el señor Fiscal de Cámara recurso extraordinario,
que fue concedido (fs. 862/78. 981/97 y 1018/27).-

2º) Que de las constancias del proceso surge:

a) que personal de la Policía Federal, anoticiado por información confidencial, llevó a cabo un
procedimiento en el bar del hotel “Huentala” en cuyo transcurso detuvo al ciudadano de origen
boliviano Víctor Hugo Fernández y secuestró 380 gramos de cocaína que lema dispuesta para la
venta y procedía de su país natal;

b) que, por manifestaciones del detenido, pudo saberse que en las inmediaciones del lugar se
hallaba estacionado el automóvil de su amigo Fuhad Carmelo Chaad, a cuya detención también
se procedió al habérsele encontrado oíros dos paquetes conteniendo 300 gramos de cocaína y una
balanza para pesar esa sustancia;

c) que ante los dichos de Fernández, en el sentido de que en una casa de la zona de Godoy
Cruz se guardaba el resto de la droga traída de Bolivia -otros nueve paquetes de un kilogramo-
uno de los policías se trasladó, en compañía del nombrado, hasta la mencionada vivienda, en cuya
fachada lucía un cartel y escudo que la identificaba como la sede del Consulado de la República
de Bolivia. Ya en el lugar,. Fernández llamó a la puerta y fue atendido por su conocido, el cónsul
Ricardo Eduardo Rivas Graña, quien lo hizo pasar junto con el policía, que no se presentó como
tal y, a requerimiento del primero, el funcionario extranjero le entregó una caja con el contenido
ya especificado, la que fue trasladada al asiento policial donde se confeccionó el acta de estilo;

d) que el sospechoso Rivas Graña fue llamado a concurrir a un lugar público, so pretexto de
asistir al connacional Chaad, y en esas circunstancias detenido.-

3º) Que el Tribunal a quo entendió, con base presunta en la jurisprudencia de esta Corte
(Fallos: 46: 36: 303: 1938:306: 1752: 308: 733. y causas R. 524. XX. “Ruiz, Roque A. s/ hurtos
reiterados”: F. 103. XIX. y F. 477. XIX, “Francomano, Alberto José y otros s/ inf. ley 20.840″,
del 17 de septiembre y del 19 de noviembre de 1987). que la incautación de nueve kilogramos de
cocaína, extraídos de la morada de Rivas Graña -a la vez casa habitación de él y su familia y sede
de la oficina consular de Bolivia en Mendoza- debía ser excluida del proceso como prueba por
habérsela obtenido en infracción a la garantía de la inviolabilidad del domicilio (art. 18 de la
Constitución Nacional). Estimaron los jueces que ello era así porque el coprocesado Fernández y
el oficial de policía ingresaron en el domicilio del acusado sin orden de allanamiento y en
circunstancias tales que no hacían excepción a la necesidad de obtenerla; y en cuanto al
consentimiento prestado por Rivas Graña, lo consideraron viciado. “… al hacérsele creer que el
acompañante de su conocido Fernández era un amigo de éste y ocultársele que en verdad
Fernández estaba privado de su libertad y que quien lo acompañaba era un policía que fingía…”
Por esta razón y porque, además, la Cámara destacó la falta de cumplimiento de normas
procesales vinculadas con la forma en la que debe documentarse un secuestro con fines
probatorios, declaró nulo el practicado en la vivienda del Cónsul e ineficaz su resultado.-

Por otra parte, los magistrados de la instancia anterior concluyeron en que. apartada la prueba
obtenida -a su juicio- de manera ilegal, la remanente no alcanzaba, sin hesitación, para
responsabilizar al procesado. Para sostener tal conclusión señalaron que la prevención policial ha
incurrido en “… inexactitudes o desprolijidades que, a la postre han quedado en descubierto y
restan veracidad a los asertos de los funcionarios policiales…”. Así, aludieron los jueces al origen
anónimo de la denuncia que determinó la actuación policial, el que encubriría la actividad de
confidentes; la huida del “comprador” de la cocaína que portaba Fernández sin explicación
valedera, lo que permitiría barruntar que aquél fue nada más que un señuelo; la no común
colaboración supuestamente espontánea de Fernández para lograr el decomiso del estupefaciente
almacenado en la casa de Rivas Graña; la forma incompleta y poco veraz en la que fue
documentada esa diligencia durante el sumario de prevención; la manera en la que se logró la
detención del imputado, quien salió de su casa hasta el lugar donde lo esperaba la policía
creyendo que iba a prestar asistencia a un connacional. Además, pese a reconocer que contra la
negativa de Rivas Graña se alzan las imputaciones de los coprocesados Fernández y Chaad. los
jueces dieron razones, mayormente apoyadas en conjeturas, para restarle mérito. Respecto de
Fernández -porque aparece como colaborador de la policía en la incautación de la droga que
tenían tanto Chaad como Rivas Graña-; y de Chaad -porque intervino para facilitar la detención
del cónsul-, dijeron los magistrados que “aparecen pues estos dos personajes delinquiendo,
colaborando y disimulando su decisión de involucrar al prójimo. No son. por lo expuesto, dos
coprocesados cuya versión por lo espontánea, coincidente y desinteresada pueda merecer especial
confianza, sino que se cuenta con expresiones de quienes han delinquido en infracciones
gravemente penadas y ayudan a la policía, traicionando a sus sospechados cómplices. Si a ello
agregamos las dudas que surgen de lo actuado por algunos policías que auxiliaron a la justicia en
la prevención, no es descartable que hayan declarado ante ella bajo presión o instados por alguna
promesa de mejorar su situación si colaboraran…”. Finalmente, los jueces desecharon el valor
probatorio de la mendacidad con la que se produjo el procesado Rivas Grana, según el magistrado
de primera instancia, porque, aún cierta, no deja de ser una indicación equívoca; y declararon que
aunque la íntima convicción les pudiera indicar lo contrario, el sistema de la prueba tasada y de la
sana crítica racional al que debían sujetarse les imponía adoptar la solución liberatoria, de
conformidad con el art. 13 del Código de Procedimientos en Materia Penal.-

4º) Que el recurrente sostiene que la sentencia es arbitraria por contener dos vicios
fundamentales: el primero, vinculado con la presunta violación de la garantía de la inviolabilidad
del domicilio (art. 18 de la Constitución Nacional): y el segundo, que atañe a la irrazonabilidad en
la interpretación de los hechos de la causa.-

En cuanto al tema de la exclusión del secuestro de nueve kilos de cocaína porque se los habría
incautado en el curso de un allanamiento ilegal, el apelante señala que al procedimiento realizado
en la casa del cónsul boliviano se lo consideró como pesquisa domiciliaria o allanamiento
cuando, en realidad, no tuvo ese alcance. De acuerdo con lo probado, el acceso a la vivienda y la
entrega de la droga se obtuvo como consecuencia de la amistad preexistente entre el morador y su
coprocesado Fernández, sin otra intervención del policía que no fuese meramente pasiva y que,
por lo tanto, “no conmocionó, alteró o siquiera rozó la intimidad de la vivienda del cónsul”, que
es lo que protege la garantía constitucional. Consecuentemente -dice el fiscal- si no hubo
pesquisa o visita domiciliaria, no son exigibles los requisitos de los arts. 211, 407, 408 y 409 del
Código de Procedimientos en Materia Penal. Y la posibilidad admitida por la Cámara de que
entre el momento en el que fue entregada la droga por Rivas Graña, y aquel otro en el que se
documentó el hecho en la sede policial se hubiese cambiado el contenido de la caja respectiva, no
reviste la más mínima confrontación con la realidad. Ello es así, porque lo revela imposible el
millonario valor de la mercadería y el hecho de que no pudo haberla obtenido la policía en otros
procedimientos, puesto que una de las circunstancias probadas en el proceso es la de que en la
provincia de Mendoza no había mercado suficiente como para ubicar sin dificultades tamaña
cantidad de droga.-

En lo atinente a la arbitrariedad en la valoración de la prueba independiente de la obtenida en


el domicilio de Rivas Grana, se puntualizan en el recurso los siguientes vicios:

a) la sentencia se sustenta -a criterio del apelante- en “una serie de juicios erráticos que nada
tienen que ver con la prueba incorporada a la causa y con el análisis que realiza el señor juez
federal de primera instancia”. Así -se dice- el tribunal dedica su esfuerzo en resallar presuntas
irregularidades policiales en aspectos “pueriles y hasta microbianos” para teñir con ellas una
supuesta falta de seriedad en todo el accionar de los preventores que compromete al cónsul
procesado. Se “supone” que la policía trató de proteger su fuente de información y se “sospecha”
de complaciente la huida de uno de los intervinientes en el primer canje de cocaína comprobado,
todo lo cual se califica de “inexactitudes o desprolijidades… que restan veracidad a los asertos de
los funcionarios policiales”, por lo que “pareciera… que aquí se ha juzgado a la policía y no al
cónsul que entregó los nueve kilos de cocaína”, afirma el fiscal.-

b) con igual método hipotético -existencia de posibles promesas policiales de ayuda- el fallo
resta valor a las imputaciones en codelincuencia de Fernández o Chaad.-

e) omisión de tratamiento de las serias contradicciones en que incurrió el procesado Rivas


Graña al declarar, las que constituyen indicios graves de su mendacidad. En tal sentido, señala el
recurrente que no ha extrañado a los jueces: 1º) que el imputado abriese las puertas de la oficina
consular a hora intempestiva para entregar a un connacional lo que. según el, era una mercadería
desconocida; 2°) que haya interrumpido la iniciación de la cena con el alegado propósito de
asistir al coprocesado Chaad para otorgarle asilo por razones políticas, función ajena a la propia
de su cargo; 3º) que si el acusado sospechaba del contenido de la caja, como lo dice, no se
impusiera de su contenido, máxime cuando aquélla estaba abierta; 4°) que si Rivas Graña creía,
como también lo afirma, que se trataba de artesanía boliviana que negociaría con Fernández,
menos se explica que no revisase lo que contenía el paquete; y, 5º) que si con el último de los
nombrados sólo lo ligaba una relación comercial, no se explica por qué le prestó un televisor para
que no se aburriese en su estadía en el hotel, y una pistola valiosa porque se la había obsequiado
el presidente de su país;; y

d) descalificación de los dichos imputativos de los coprocesados Chaad y Fernández sobre la


base de afirmaciones subjetivas carentes de respaldo legal, lates como eludir el valor objetivo de
sus versiones porque provendrían de “delincuentes”, o empañar su colaboración en el
esclarecimiento judicial del caso con el insólito argumento de la traición a sus cómplices, en
abierta oposición con el art. 26 del Código Penal que manda observar “la actitud del condenado
posterior al delito”, comprensiva de la espontánea confesión de su responsabilidad y la
cooperación en la investigación de la verdad.-

5º) Que, a partir del caso registrado en Fallos: 306: 1752 y con cita de los precedentes de
Fallos: 46: 317 y 177: 390, esta Corte estableció el criterio según el cual suscitan cuestión federal
bastante planteos como los sometidos a su decisión en el recurso que se examina pues aún cuando
atañen por lo general a temas de hecho y de derecho procesal, sustancialmente conducen a
determinar el alcance de la garantía de la inviolabilidad del domicilio.-

6º) Que ya en el recordado caso de Diego Enrique Florentino se dejó establecido que, fuera de
los supuestos de necesidad provistos por el art. 189 del Código de Procedimientos en lo Criminal,
o de la existencia de consentimiento para el ingreso expresado sin vicio alguno de la voluntad,
resulta necesaria la orden de allanamiento expedida por el juez competente para el acceso al
domicilio o morada por parte de los funcionarios de la autoridad pública encargados de su visita y
ulterior pesquisa. Esta doctrina fue reafirmada en las sentencias dictadas en las causas L. 105.
XXI. “López, Eduardo Adolfo s/ encubrimiento de contrabando”, del 10 de diciembre de 1987. y
F. 305. XXI. “Fato, Juan José y otro s/ infr. Ley 20.771″. del 24 de mayo de 1988: y precisada
aún mas en el fallo recaído en la causa R. 1 .XXII. “Romero, Héctor Hugo y otros s/ infr. Ley.
20.771″ del 1º de diciembre de 1988 -criterio recientemente reiterado al resolver in re: F. 65.
XXIII. “Ferrer, Florentino Clemente s/ inf. art. 189 bis del Código Penal”, del l0 de julio de 1990-
donde el Tribunal determinó que no cabe construir una regla abstracta, a partir del precedente de
Fallos: 306:1752, que conduzca inevitablemente a lachar de nulidad el consentimiento dado para
una inspección o requisa domiciliaria en lodos los casos en que quien lo haya prestado estuviese
privado de su libertad, sino que es preciso practicar un examen exhaustivo de todas las
circunstancias que rodearon cada situación en concreto, para arribar a una conclusión acerca de la
existencia de vicios que hayan podido afectar la voluntad libre del detenido.-

7º) Que en el sub examen, al no darse ninguna de las excepciones del citado art. 189 del
código procesal, ni ser jurídicamente posible la obtención de orden de allanamiento en virtud de
la inviolabilidad del local consular, donde también se domiciliaba el imputado (art. 31 de la
Convención de Viena de 1963, sobre relaciones consulares, aprobada por la ley 17.081. que
admite la visita con el consentimiento del jefe de la oficina consular pero no su requisa), la
situación es diferente a la contemplada en los precedentes de esta Corte en los que se apoyó la
sentencia recurrida, y el procedimiento fue resuelto por la autoridad policial sin afectación de la
garantía de la inviolabilidad del domicilio, como se vera en lo que sigue.-

8º) Que si bien es verdad que el ingreso del coprocesado Fernández y del oficial que lo
acompañaba encubría un procedimiento policial, no es menos cierto que aquél se produjo por la
amistad existente entre el procesado y su cómplice, circunstancia favorecida por el ilícito negocio
en el que estaban embarcados. No hubo engaño alguno que viciara la voluntad del imputado, ya
que ninguna maquinación, ocultamiento o fraude fue utilizado para acceder a su vivienda. Bastó
con que uno de los visitantes fuese su conocido, y que se le presentase al acompañante como un
amigo para que les franquease la entrada. Y, después de esta última, no fue practicada pesquisa,
registro, inspección o requisa, ni el paquete que contenía el estupefaciente fue obtenido mediante
ardid o aprovechamiento del descuido del morador, sino por entrega voluntaria del procesado a su
cómplice. En condiciones tales, no se advierte interferencia ilegítima del Estado en un ámbito en
el que, como el domicilio, una persona puede tener la mayor expectativa de intimidad y
privacidad.-

9º) Que, además, si está probado que el imputado y titular del derecho de exclusión, permitió
el acceso a su casa de dos personas -una de las cuales desconocía- sin indagar los motivos del
acompañamiento ni cerciorarse debidamente de la identidad del desconocido: y pese a ello. con
entera libertad y desprecio por las eventuales consecuencias de su proceder, descorrió el velo de
protección de la intimidad de su hogar y realizó actos que permitieron comprobar el grave delito
que estaba cometiendo, no puede ser posteriormente amparado por la cláusula del art. 18 de la
Constitución Nacional cuando fue su propia conducta discrecional la que posibilitó la presencia
del agente preventor en el recinto privado y aquella comprobación.-

10) Que es criterio de esta Corte que el empleo de un agente encubierto para la averiguación
de los delitos no es por sí mismo contrario a garantías constitucionales. Una cuidadosa
comprensión de la realidad de nuestra vida social común, y en especial el hecho comprobado de
que ciertos delitos de gravedad se preparan e incluso ejecutan en la estera de intimidad de los
involucrados en ellos, como sucede particularmente con el tráfico de estupefacientes, impone
reconocer que esos delitos sólo son susceptibles de ser descubiertos y probados si los órganos
encargados de la prevención logran ser admitidos en el círculo de intimidad en el que ellos tienen
lugar. Por tal razón, una interpretación prudente de las garantías procesales contenidas en la
Constitución Nacional permite aceptar, bajo ciertas restricciones, el empleo de agentes
encubiertos de modo similar al que se lo admite en oíros países en los que las reglas del Estado de
Derecho prescriben garantías análogas a las que rigen en la República Argentina: entre los cuales
cabe citar a los Estados Unidos (confr. “Lewis v. U.S.. 385 US 206) y a la República Federal de
Alemania (confr. BGH Gr. S. St. 32. 115.122: BverfGE 57,250.284 y la decisión del BGH en
NStZ. 1982.40).-

11) Que la conformidad con el orden jurídico del empleo de agentes encubiertos requiere que
el comportamiento provocador del delito de ese agente se mantenga dentro de los principios del
Estado de Derecho (así lo sostuvo en Alemania el BGH. confr. decisión en NStZ 1984,78). lo que
no sucede cuando el agente encubierto se involucra de tal manera que hubiese creado o instigado
la ofensa criminal en la cabeza del delincuente, pues la función de quienes ejecutan la ley es la
prevención del crimen y la aprehensión de los criminales, pero esa función no incluye la de
producir el crimen tentando a personas inocentes a cometer esas violaciones (confr. “Sorreis v.
U.S.”. 287 US 435). De tal modo, cabe distinguir los casos en que los agentes del gobierno
simplemente aprovechan las oportunidades o facilidades que otorga el acusado predispuesto a
cometer el delito, de los que son “producto de la actividad creativa” de los oficiales que ejecutan
la ley (confr. además del caso citado de 287 US 435. “Sherman v. U.S.”. 356 US 369 y “Hampton
v. U.S.”. 425 US 484) en los que procede desechar las pruebas obtenidas por la actividad
“criminógena” de la policía bajo lo que en el derecho americano se conoce como defensa de
entrapment (confr. “Woo Wai v. U.S.”. 223 US 412 y “U.S. v. Russell”, 411 US 423, además del
ya citado caso de 287 US 435).-
12) Que las constancias de la causa reseñadas en los considerandos de la presente permiten
descartar que la policía haya tenido una actitud creadora del crimen que motiva estas actuaciones.
Al contrario, el ocultamiento de la identidad policial sólo ha tenido por objeto tomar
conocimiento de un hecho que fue realizado libremente, y sin coacciones por parte del imputado
Rivas Graña. que tenía el derecho constitucional de excluir del acceso a su morada al
desconocido, e incluso, al no haberlo hecho, decidió libremente realizar ante sus ojos la
transacción criminal con desprecio del riesgo de delación que ello podría involucrar. En esas
condiciones no puede sostenerse seriamente que la presencia pasiva del policía encubierto en el
domicilio del imputado haya violado su derecho constitucional a la intimidad. Aquí son
totalmente aplicables las consideraciones efectuadas por la Corle Suprema de los Estados Unidos
in re “Hoffa v. U.S.”. 385 US 293. En efecto, lo sostenido por ese supremo tribunal con relación a
la Cuarta Enmienda es plenamente aplicable a la garantía de la inviolabilidad del domicilio
consagrada en el art. 18 de la Constitución Nacional. Al decir de esta Corte, “lo que protege la
Cuarta Enmienda es la seguridad en la que descansa un hombre cuando se coloca a sí mismo o a
su propiedad en un ámbito protegido constitucionalmente”. Pero ello supone una actitud del
individuo celosa de su intimidad, y hay que distinguir entre los actos de una persona que se
realizan en la seguridad constitucionalmente protegida contra intrusiones indeseadas en el ámbito
del domicilio, de los realizados voluntariamente ante terceros en la errónea confianza de que
estos no revelarán su delito.-

13) Que, en consecuencia, hay que distinguir también los casos en que el agente encubierto o
colaborador solo se limita a reproducir para el proceso aquello de lo que fue testigo por la actitud
voluntaria de quien tenía el derecho de exclusión sobre su ámbito constitucionalmente protegido,
de aquellos en los que se configura una verdadera intrusión a la intimidad excediendo los límites
de lo que el titular de ese derecho de exclusión admitía que fuera conocido por el extraño. Tal
sería el caso en que con ocasión de un ingreso autorizado por el interesado, el agente encubierto
realizara pesquisas, inspecciones, registros, secuestros, etc., de manera subrepticia y más allá de
lo que pueda considerarse comprendido dentro de la renuncia a la intimidad del interesado. Este
es el modo en que también ha sido entendida la garantía constitucional de la intimidad del
domicilio por la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, en un caso en el que un
agente federal de narcóticos, haciéndose pasar por un consumidor de drogas, expresó al
sospechoso su interés en comprar esas sustancias, y en tales circunstancias fue invitado por el
imputado a su casa, donde tuvo lugar la transacción (”Lewis v. U.S.”. 385 US 206). Allí la Corle
admitió la validez del testimonio incriminatorio en el juicio que se siguió al traficante sobre la
base de que el imputado “invitó” al agente encubierto a su domicilio con el propósito de ejecutar
una venta ilícita de drogas, “y que en ninguna de sus visitas el agente vio o tomó algo distinto de
lo considerado y de hecho querido por el imputado como parte necesaria de su negocio ilegal”.
En esto se distingue nítidamente del caso en el que ese tribunal extranjero excluyó documentos
incriminatorios obtenidos por un conocido de negocios del imputado que, actuando a las órdenes
de oficiales federales, simuló hacerle una visita social, y en ausencia del acusado registró su
oficina (confr. “Gouled v. U.S.”. 255 US 298).-

En definitiva, este modo de entender el alcance de la protección constitucional de la intimidad


reposa en la premisa de que el riesgo lomado a cargo por un individuo que voluntariamente
propone a otro la comisión de un delito o que voluntariamente permite a otro tomar conocimiento
de tal propuesta o hechos que son relevantes para la prueba de un delito ya cometido, incluye el
riesgo de que la oferta o los hechos puedan ser reproducidos ante los tribunales por quien de esa
forma, tomó conocimiento de ellos (confr. mutatis mutandi “López v. U.S.”. 373 US 427).-

14) Que. en síntesis, en el sub lite se ha demostrado que al imputado nada se le ocultó porque
nada indagó, no se hizo un despliegue de medios engañosos para ingresar a su morada, esta
última no fue objeto de requisa y que, en definitiva, la presencia de terceros en su hogar se debió
a la forma en que discrecionalmente ejercitó su derecho como titular del domicilio. Si esto es así,
no parece ciertamente razonable ni menos compatible con el sentido común entender que, en las
circunstancias comprobadas en este proceso, se hubiese visto comprometida la garantía de la
inviolabilidad del domicilio. Esas mismas circunstancias evidencian que el ingreso descalificado
por el tribunal a quo -realizado en un domicilio jurídicamente imposible de allanar, pero con el
consentimiento del jefe de la oficina consular- fue ejecutado con el máximo respeto de tan
eminente garantía individual y de las obligaciones internacionales, concertándolas con el interés
social en la averiguación del delito y el ejercicio adecuado del poder de policía estatal, que, al fin
y al cabo. es el logro del delicado equilibrio entre tan preciados valores que esta Corte siempre ha
procurado resguardar.-

15) Que la solución alcanzada en lo que antecede hace innecesaria la consideración de los
restantes agravios traídos a la instancia con base en la doctrina sobre arbitrariedad de
sentencias.//-

Por ello, se revoca la sentencia apelada

Fdo.: Carlos S. Fayt

R. 524. XX. - ‘Ruiz Roque A. s/hurtos reiterados’ - CSJN - 17/09/1987

Suprema Corte:

La Cámara Nacional de apelaciones en lo criminal y correccional, por su sala VIa.,


confirmó la sentencia que condenó al acusado a la pena de siente años de prisión, accesorias
legales y costas, como autor responsable del delito de robo calificado por haberse cometido con
armas, en lugar poblado y en banda, la que fue unificada con una condena anterior de nueve años
de dicha especie de pena, accesorias y costas.

Contra ese pronunciamiento interpuso recurso extraordinario el defensor oficial del


procesado, el que fe concedido.-
Los magistrados sentenciantes que hicieron mayoría en el acuerdo en que el fallo fue
dictado sostuvieron que los presuntos apremios ilegales sufridos pro el justiciable determinaban
la invalidación de la declaración extrajudicial obtenida mediante el empleo de aquellos, mas no ()
las demás pruebas labradas en sede policial preventora.

El apelante, por su parte, ha controvertido esa conclusión del a quo afirmando que la
individualización de los testigos que luego reconocieran al reo en rueda de personas se consiguió
a partir de la declaración extorcada, por lo que también deben caer como prueba de cargo.
Sostuvo, además, que no es imaginable el cumplimiento de diligencias procesales adecuadas a
derecho por parte de funcionarios que incurrieron en aquel delito, conducta esta última que tiñe
de ilegalidad todo lo que actuaron posteriormente, de conformidad con el criterio adoptado por
VE. en el caso de Luciano Bernardino Montenegro, sentencia del 10 de diciembre de 1981
(Fallos: 303:1938)).-
A mi modo de ver, el sub examen guarda marcada analogía con el caso “Franco, Miguel
Angel s/falsificación de documento público (causa F. 193 L. XX, sentencia del 24-XII-85), donde
se sostuvo que aún en el supuesto de comprobarse una transgresión a alguna de las garantías
constitucionales que se tutelan en el proceso penal, la prueba habida en la causa sólo será ineficaz
en tanto su obtención depende directa y necesariamente de la violación de la garantía
constitucional de que se trate o sea consecuencia inmediata de dicha violación. En ese caso, como
en el presente los jueces no tomaron en consideración como prueba de cargo las manifestaciones
vertidas por el acusado mediante apremio ilegal, situación que en uno y otro proceso fue afirmada
como posibilidad y no como certeza, razón por la cual no se dan, en la especie, los requisitos que
el Tribunal de VE estableciera in re “Montenegro” ni se advierte, consecuentemente, el
cumplimiento de las exigencias puestas en el otro precedente traído a colación para el
funcionamiento de la regla de exclusión de probanzas ilegalmente colectadas.-

Opino, por tanto, que el recurso extraordinario deducido debe ser declarado
improcedente.-

Buenos Aires, 10 de diciembre de 1986

Fdo.: OCTAVIO GAUNA

Buenos Aires, 17 de septiembre de 1987

VISTOS los autos: “Ruiz Roque A. s/hurtos reiterados”.-

CONSIDERANDO:

1°) que el 19 de marzo de 1983 Roque Arturo Ruiz fue detenido por una comisión de la
Policía de la Provincia de Buenos aires cuando asaltaba una farmacia junto con dos cómplices,
movilizándose en un taxímetro. A raíz de que los delincuentes comenzaron a disparar sus armas
contra los efectivos policiales, se originó un tiroteo que culminó con la muerte de uno de
aquellos, mientras que el tercer asaltante fugó. La policía secuestró el vehículo.-

2°) que al prestar declaración indagatoria ante el persona policial, Ruiz mencionó sus
antecedentes penales, que había salido en libertad condicional dos meses antes, y que en los días
previos a su detención había conocido a sus cómplices, Miguel y Acevedo, como así también que
en la fecha ya señalada se encontró con aquellos, y salieron en el taxímetro que conducía Miguel.
Fue entonces cuando con sus compañeros asaltaron a mano armada, con revólveres que estaban
dentro del vehículo, primero dos panaderías de la zona, en una de las cuales Acevedo efectuó un
disparo contra el comerciante, y, en seguida, la farmacia donde Ruiz fue detenido y murió
Acevedo.-

3°) que a revisar las ropas del muerto, los preventores hallaron el documento nacional de
identidad N° 12.900.163 perteneciente a Jorge Pascual Cándido, domiciliado en Rivera Indarte
3074 capital federal. Con tales datos, los policías intervinientes encontraron a Cándido, quien
refirió que pocos días antes tres desconocidos que llevaba como pasajeros en su taxímetro lo
habían asaltado, llevándose su documento de identidad, una suma de dinero y el vehículo, que
luego encontró abandonado. Los instructores también señalaron que “se ha podido establecer que
los imputados no resultarían ajenos en la perpetración” de otros dos robos a mano armada
cometidos en la capital federal en perjuicio de los conductores de taxímetros Alberto Procopio, a
quien sustrajeron el automóvil, que luego abandonaron, y Alberto Izquierdo, despojado de su
rodado, que se secuestró en la causa junto con la documentación pertinente.-

4°) que al comparecer ante la instrucción, Cándido, Izquierdo y Procopio declararon en


forma coincidente que habían sido asaltados en la capital federal por tres hombres jóvenes cuya
descripción efectuaron, los que se hicieron conducir en los taxímetros y al termino del viaje
utilizaron armas para amenazarlos y exigirles la entrega del dinero y del automóvil. Señalaron
que habían efectuado las correspondientes denuncias, y en rueda de personas reconocieron a Ruiz
como uno de los que los despojó;; e inclusive Cándido sufrió una crisis nerviosa al reconocer al
imputado, manifestando que “desearía tomarlo por su cuenta”.-

5°) que, tras la declaración de incompetencia del juez provincial por los hechos que
damnificaron a los taxistas, las actuaciones pasaron a la justicia nacional en lo criminal y
correccional, en cuya sede Ruiz negó haber participado en tales sucesos. Cándido, Izquierdo y
Procopio ratificaron sus manifestaciones, y el juez en lo criminal de sentencia condenó al acusado
a cumplir la pena de siente años de prisión, accesorias y costas, por ser autor responsable de robo,
agravado por haberse cometido con armas y en lugar poblado y en banda, reiterado -tres hechos-.
El magistrado unificó esta sanción con la pena única de tres años de prisión -cuya
condicionalidad revocó- que había recaído en otra causa, condenándolo, en definitiva a cumplir la
pena única de nueve años de prisión, accesorias y costas.-

6°) que en virtud del recurso de apelación deducido, y toda vez que Ruiz denuncia luego
de la audiencia del Art. 41 del código penal que había sufrido apremios ilegales durante su
permanencia en la sede de la prevención, la cámara nacional de apelaciones en lo criminal y
correccional -Sala VI- solicitó, sin perjuicio del sumario que se había mandado instruir, y
conforme a lo pedido por la defensa, que se realizara un peritaje para determinar si el acusado
“presenta signos de haber padecido pasaje de corriente eléctrica alrededor del día 20 de marzo de
1983 en las zonas que el mismo indicará”. Así, el cuerpo medico forense de la justicia nacional
dictaminó que existían “modificaciones distintas alteraciones arquitectónicas y morfológicas en
los distintos estratos epidérmicos y en la dermis correspondientes conformando alteraciones
histopatológicas, como se observan en los pasajes minizonales de corriente eléctrica, en períodos
residuales a la fecha de su aplicación”.-

7°) que, en tales condiciones, por mayoría, el a quo confirmó el fallo apelado. El juez que
votó en disidencia entendió que el tramite en sede policial había violado las garantías del Art. 18
de la constitución nacional, y que, conforme a la doctrina del caso “Montenegro” resuelto por
esta Corte Suprema, debía descalificarse como elemento de cargo todo lo que hubiese llegado a
conocimiento de la justicia por medio de obtención ilícita por lo que votó porque se declarase la
nulidad de la prevención policial realizada en sede provincial, y la de todos los actos que se
hubiesen llevado a cabo en su consecuencia, y se absolviera al acusado. Por su parte, los jueces
que conformaron la mayoría, ponderaron que aunque no había duda de que en base al peritaje
médico podía se declarada nula la manifestación efectuada ante la prevención, resultaban
inobjetables las restantes pruebas obtenidas en sede policial, de tal suerte que mediante los
reconocimientos de los testigos “mas las probanzas existentes”, se encontraba acreditada la
autoría y responsabilidad de Ruiz.-

8°) que el señor defensor oficial interpuesto contra dicho pronunciamiento el recurso
extraordinario de fs. 446, que fue concedido, en el que plantea que la condena se basó en la
violación del Art. 18 de la constitución nacional, pues sólo a través de la declaración prestada
bajo tormentos pudo llegarse a individualizar a los damnificados y a la relacionarlos con Ruiz,
como así también a averiguar la vinculación de este con los hechos investigados, de tal suerte que
todos los actos siguientes fueron el fruto de la primera pesquisa ilegal.-

9°) que, establecidas las circunstancias fácticas del caso tal como han sido admitidas por
el a quo, el agravio que formula el recurrente suscita cuestión federal bastante para la apertura de
la instancia prevista en el Art. 14 de la ley 48, pues la sustancia del planteo conduce en definitiva
a determina el alcance de la garantía constitucional que establece que nadie puede ser obligado a
declaran contra sí mismo (fallos: 1:350; 281:177; 303:1938; 306:1752). Cabe aclarar, también,
que tales circunstancias fácticas se encuentran aquí de tal modo ligadas al planteo constitucional
que resulta imposible darle solución sin atender a ellas.-

10) que el tribunal ya ha declarado que carecen de validez las manifestaciones que fueron
fruto de apremios ilegales, aún cuando hubieran prestado utilidad para la investigación; porque el
conflicto entre dos intereses fundamentales de la sociedad -su interés en una rápida y eficiente
ejecución de la ley, y su interés en prevenir que los derechos de sus miembros individuales
resulten menoscabados por métodos inconstitucionales de ejecución de la ley- ha sido resuelto
dando primacía a este ultimo. Ello es así, ya que otorgar valor al resultado de un delito y apoyar
sobre él una sentencia judicial, no solo es contradictorio con el reproche formulado, sino que
compromete la buena administración de justicia al pretender constituirla en beneficiaria del hecho
ilícito (fallos: 303:1938; 306:1752).-

11) que, en el presente caso, los magistrados intervinientes coincidieron en descalificar


como prueba de cargo a la declaración prestada en sede policial, por entender que el procesado
fue objeto de apremios ilegales. Corresponde hacer notar, sin embargo, que el dictamen de los
peritos que dio sustento a tal apreciación no respondió adecuadamente a la solicitud del a quo,
habida cuenta de que no refirió -como se requiriera expresamente- si las lesiones que presentaba
Ruiz databan o no de la época de su detención en dependencias de la comisaría de monte grande,
es decir, de dos años y medio antes del examen. Ello no obstante, corresponde recordar una vez
mas que Ruiz fue condenado sin tener en cuenta aquélla declaración.-

12) que así, descartados tales dichos, debe analizarse si los restantes medios pueden aún
constituir elementos suficiente para justificar el reproche, porque debe determinarse en que
medida la ilegitimidad inicial del procedimiento afecta la validez de los actos subsiguientes, es
decir, hasta que punto el vicio de origen expande sus efectos nulificantes. Para ello la regla es la
exclusión de cualquier medio probatorio obtenido por vías ilegitimas, pero teniendo en cuenta el
concurso de factores que pueden atenuar los efectos derivados de una aplicación automática e
irracional de aquélla.-

13) que esta función de apreciar la proyección de la ilegitimidad del procedimiento sobre
cada elemento probatorio es propia de los jueces, quienes en tal cometido deben valorar las
particularidades del caso en concreto. Para dicha finalidad debe analizarse la concatenación
causal de los actos, de acuerdo con la sana crítica racional, que atiende a las reglas de la lógica y
de la experiencia social;; de manera que por esa vía puedan determinarse con claridad los efectos
a los que conduciría la eliminación de los eslabones viciados, teniendo en cuenta la posibilidad de
adquisición de las evidencias por otras fuentes distintas de las que se tengan por ilegitimas. De tal
modo, deberá descartarse por ineficaz la prueba habida en la causa, siempre y cuando su
obtención dependa directa y necesariamente de la violación de la garantía constitucional de que
se trate, o bien cuando sea una consecuencia inmediata de dicha violación (confr. La causa F. 193.
XX “Franco, Miguel Angel s/falsificación de documento publico, fallada el 24 de diciembre de
1985).-

14) que, a la luz de las consideraciones expuestas, corresponde descalificar la


fundamentación que dio sustento a la condena a Ruiz por el hecho ilícito que perjudicó al taxista
Alberto Procopio. Ello es así porque no se advierte de que modo pudo la pesquisa llegar hasta la
víctima -que reconoció al prevenido- sin transitar por una vía distinta de aquella que los jueces
dieron por probada, esto es, los apremios que sufrió el condenado. Eliminada la intervención de
Ruiz, las afirmaciones de los preventores referentes a que este no resultaría ajeno a la comisión
del delito, aparecen huérfanas de apoyo en indicios u otros medios que no sean los invalidados,
por lo que cabe concluir en que no hubo varios caminos de investigación, sino un solo, cuya
senda original estuvo viciada y contaminó todo su curso, abarcando las consecuencias directas de
la vinculación ilegítima, verbigracia, la declaración testimonial del damnificado, el acto por el
que este reconoció al autor del delito en rueda de personas, la declaración de un comerciante a
quien Ruiz entrego el ecualizador del vehículo y una cruz de oro sustraída a Procopio, y el
reconocimiento por parte del comerciante, que tuvo resultado positivo.-

15) que la situación es distinta en cuanto a los hechos ilícitos que perjudicaron a los
taxistas Jorge Pascual Cándido y Alberto Izquierdo, porque en ambos casos se advierte sin
dificultad que la condena puede sustentarse en otros medios de prueba y constancias del proceso
que son independientes de las manifestaciones irregulares, y que han sido obtenidos de manera
objetiva y directa. En efecto, producido el enfrentamiento en el que murió uno de los
delincuentes, el oficial principal que intervino revisó las prendas de vestir del occiso, y en el
interior del bolsillo de su camisa hallo el documento nacional de identidad del Cándido, donde
constaba su domicilio. Así, la policía provincial no tuvo mas que realizar las diligencias
tendientes a identificar debidamente al muerto y a dar con el paradero del titular del documento,
para hacerlo comparecer ante la instrucción, donde prestó declaración testimonial y reconoció el
efecto secuestrado y al prevenido.-

16) que, del mismo modo, y en cuanto al desapoderamiento ilegítimo que sufrió Alberto
Izquierdo, no debe olvidarse que en el enfrentamiento también se secuestró el automóvil
taxímetro de su propiedad en el que se habían desplazado los delincuentes, por cuya sustracción
había efectuado con anterioridad la correspondiente denuncia policial. Fácil es concluir, pues, que
con el vehículo en su poder, y teniendo a la vista la pertinente documentación, también
secuestrada, los agentes públicos pudieron ubicar al dueño del bien, quien prestó declaración
testimonial y reconoció los efectos, y a Ruiz como el que le apuntara con un revolver durante el
asalto.-

Por ello, y lo concordantemente dictaminado por el señor procurador general, se confirma


la sentencia apelada, salvo en cuanto al hecho ilícito que perjudicó a Alberto Procopio, respecto
del cual se absuelve al acusado Roque Arturo Ruiz, cuya pena se modifica por al de cinco (5)
años de prisión, accesorias legales y costas. Asimismo, y con el alcance indicado, se modifica la
pena única impuesta por la de siete (7) años de prisión, accesorias legales y costas (Art. 16,
segunda parte, de la ley 48).-

Fdo.: JORGE SEVERO CABALLERO - AUGUSTO CESAR BELLUSCIO (EN


DISIDENCIA) - CARLOS FAYT - ENRIQUE SANTIAGO PETRACCHI - JORGE ANTONIO
BACQUE.-

DISIDENCIA DEL SEÑOR MINISTRO DOCTOR DON AUGUSTO CESAR


BELLUSCIO

Considerando: que esta Corte comparte los fundamentos y conclusiones del dictamen del
señor Procurador General de fs. 457/458.//-

Por ello, se declara improcedente el recurso extraordinario concedido

Fdo.: AUGUSTO CESAR BELLUSCIO

“Montenegro, Luis B.” - CSJN - 10/12/1981


Opinión del Procurador General de la Nación.//-
Noviembre 12 de 1981
1. - La defensa del condenado interpuso recurso extraordinario contra el fallo que
consideró a su defendido autor del delito de robo con armas. Sostiene que lo resuelto transgredió
el principio contenido en el art. 18 de la Constitución Nacional en cuanto manda que nadie puede
ser obligado a declarar contra sí mismo y con ello la inviolabilidad de la defensa en juicio.-
Funda su presentación en que, según las constancias obrantes en la causa, el imputado
habría sido víctima de apremios ilegales lo que invalida a la declaración en sede policial en la que
confiesa el ilícito.-

Agrega que pese a ello la alzada consideró que la declaración aun en esas condiciones
constituía una grave presunción contra el acusado.-

Denegada la concesión del recurso, por entender el tribunal que sólo plantea cuestiones de
hecho y prueba propias de dos jueces de la causa, la declarante arriba a esta instancia mediante la
queja en análisis.-
2. - En la sentencia, la mayoría del tribunal expresa que si bien se constataron lesiones en
el prevenido que demostrarían que fue apremiado físicamente, sus dichos permitieron esclarecer
un hecho ilícito que no () había sido denunciado. Así se ubicó un comercio de discos fonográficos
cuya dueña admitió haber sido asaltada y despojada. En el domicilio del acusado se comprobó
que había allí guardados parte de los efectos robados, entre ellos un anillo tipo alianza grabado,
con iniciales y una fecha, lo que concordaba con la declaración de la damnificada.-
Concluye la alzada de las manifestaciones del ahora condenado en ningún momento se
consideraron confesión pero sí constituyen una presunción grave que halló adecuada
corroboración en el relato de la victima y el secuestro de parte de los sustraídos, acreditándose de
tal manera tanto la materialidad del hecho cuanto la autoría del acusado.-
3. - Considero que la tacha que se dirige contra la sentencia dictada en autos suscita
cuestión federal bastante para ser considerada en esta instancia.-
Abordo pues el fondo del asunto dado que la inexistencia de otras partes interesadas toma
innecesaria otra sustentación.-
En mi opinión cabe razón a la recurrente cuando sostiene que lo decidido resulta
violatorio de lo dispuesto en el art. 18 de la Constitución Nacional. en cuanto prescribe que
“nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo”, como una manifestación de la
inviolabilidad de la defensa en juicio.-
En efecto, de dicha garantía surge como consecuencia lógica e inevitable que si una
persona es obligada a declarar contra sí, tal declaración debe considerarse inexistente y no podrá
por lo tanto ser tenida en cuenta ni valorada acerca de la exactitud de los dichos.-
La interpretación contraria desvirtúa la garantía de que se trata, pues implica admitir que
las declaraciones obtenidas bajo coacción física son válidas y utilizables contra el acusado,
aunque más no fuere como indicio, si se las considera veraces. Arribaríamos así a una larvada,
pero por ello no menos peligrosa, justificación de la tortura.-
Cierto es, que en el presente caso existen otras pruebas contra el acusado además de la
declaración impugnada. Ellas son el secuestro en su poder de los efectos robados, la declaración
de la damnificada sobre la existencia del hecho y la circunstancia de que una de las alhajas
incautadas tuviera grabadas las iniciales del testigo, tal como ésta lo manifestó en su declaración.-
Estos importantes elementos de juicio conectan a Montenegro con el ilícito investigado,
sin embargo, el tribunal a quo no ha demostrado, a mi juicio, que, sin tener en cuenta la
declaración de imputado, pueda probarse en autos que es autor del hecho que se le reprocha.-
En tales condiciones, opino que debe dejarse sin efecto el fallo recurrido y disponerse que,
por quien corresponda, se dicte uno nuevo conforme a derecho.-
Fdo.: Mario Justo López.-
Buenos Aires, diciembre 10 de 1981.-
Considerando:
1°)) Que la cuestión federal planteada en autos consiste en decir acerca de la validez de la
condena dictada, a la que se arribó como consecuencia de hechos que se consideraron probados a
través de una investigación basada en la confesión extrajudicial obtenida del reo mediante los
apremios ilegales a que fuera sometido.-
2°) Que la cuestión de hecho relativa a la existencia de tal coacción ha sido resuelta
afirmativamente por los tres jueces de cámara (ver punto II del voto de mayoría y la totalidad de
la disidencia).-
También coinciden los magistrados ordinarios en que la aplicación de la tortura ha sido
decisiva para la solución de la causa, tal como lo pone de manifiesto el voto de mayoría a fs. 269
cuando afirma que “merced a esas manifestaciones (las obtenidas con los apremios) se esclareció
el hecho”, a fs. 269 vta. cuando les otorga el valor de “presunciones graves, precisas y
concordantes” y finalmente cuando condena a Montenegro por ser autor del robo, autoría que
sólo resulta, como señala el juez disidente a fs. 271 vta., de la confesión obtenida por coacción.-
La cuestión se reduce, pues, a saber si la utilidad que los apremios prestaron para la
investigación otorga validez a las manifestaciones que fueron fruto de ese medio ilegal.-
3°) Que el recurso extraordinario cuya denegación motiva esta queja somete al tribunal “el
conflicto entre dos intereses fundamentales de la sociedad;; su interés en una rápida y eficiente
ejecución de la ley y su interés en prevenir que los derechos de sus miembros individuales
resulten menoscabados por métodos inconstitucionales de ejecución de la ley” según lo definiera
la Corte Suprema de los Estados Unidos ante un caso similar (”Spano vs. New York”, 360 U.S.
315-1958).-
4°) Que tal conflicto se halla resuelto en nuestro país desde los albores de su proceso
constituyente cuando la Asamblea de 1813, calificando al tormento como “invención horrorosa
para descubrir los delincuentes” mandó quemar los instrumentos utilizados para aplicarlo (ley del
19 de mayo de 1813, “Asambleas Constituyentes Argentinas”, t. I. p. 44), decisión que se
concretó en la prohibición contenida en el art. 18 de la Constitución de obligar a alguien a
declarar contra sí mismo, sobre cuya base esta Corte, a lo largo de su actuación, ha descalificado
las confesiones prestadas bajo la coacción moral que importa el juramento (Fallos, t. 1, p. 350 y t.
281, p. 277).-
5°) Que el acatamiento por parte de los jueces de ese mandato constitucional no puede
reducirse a disponer el procesamiento y castigo de los eventuales responsables de los apremios,
porque otorgar valor al resultado de su delito y apoyar sobre él una sentencia judicial, no sólo es
contradictorio con el reproche formulado, sino que compromete la buena administración de
justicia al pretender constituirla en beneficiaria del hecho ilícito.-
Por ello, de acuerdo a lo dictaminado por el Procurador General, se declara mal denegado
el recurso extraordinario y se revoca la sentencia apelada en cuanto fue objeto de él a fin de que
se dicte un nuevo pronunciamiento acorde a derecho.-
Fdo.: Adolfo R. Gabrielli - Abelardo F. Rossi - Elías P. Guastavino - César Black.//-

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“CHARLES HNOS.” - CSJN - 06/09/1891


VISTA DEL SEÑOR PROCURADOR GENERAL

Suprema Corte

‘Los documentos” que se presenten durante la instrucción, o que de cualquier manera


deban obrar en el proceso, se agregarán a éste previa notificación de las parte’, dispone el art. 348
del Código de Proc. en lo Criminal.//-
De esta disposición legal parece desprenderse, sin dificultad, que esa agregación debe
mantenerse, hasta tanto la sentencia definitiva aprecie debidamente la admisibilidad o
inadmisibilidad y el valor probatorio que tengan los documentos agregados.-
Si la excepción ’sine actione agis’ me pareció extemporánea en el sentido de que fuera
resuelta en forma de artículo previo, pienso lo mismo, en presencia de la disposición legal que
dejo transcripta, respecto del desglose solicitado fs. 359″.-

Fdo.: Antonio E. Malaver

Buenos Aires, 6 de septiembre de 1891.-

Vistos: Por los fundamentos aducidos por el señor Procurador General en su vista de fs.
374 se confirma con costas el auto apelado de fs. 388 en cuanto no () hace lugar a la excepción de
previo y especial pronunciamiento deducida y fundada por los procesados en el art. 443, inc. 3°,
del Cód de Proc. en lo Criminal.-
Y considerando en lo relativo al desglose de los documentos a que aquella misma petición
se refiere:
Que por el art. 1033 de las ordenanzas de Aduana está expresamente prohibido a los
empleados del ramo todo acto de pesquisa en casas particulares, que no sean depósitos, con el
propósito de perseguir y aprehender mercaderías llevadas en fraude o contravención a los
reglamentos de Aduana, salvo el caso especial de ir en seguimiento de defraudadores en fuga.-
Que en ningún caso, por consiguiente, las medidas de oficio que está autorizada a tomar la
administración, pueden extenderse a la apropiación de papeles en el domicilio particular de las
personas que puedan comprometer el secreto de la correspondencia y de los negocios privados, lo
cual por los arts. 356 y 359 del Cód. de Proc. en lo Penal está deferido exclusivamente a los
funcionarios encargados de la instrucción judicial.-
Que la naturaleza completamente privada de las facturas, correspondencias, hojas de
libros y demás documentos cuyo desglose se solicita y forma la materia de este incidente, la falta
de toda explicación por parte del administrador de Rentas acerca de su origen o procedencia y
modo como han llegado a su poder, y los testimonios y antecedentes, finalmente, que corren a fs.
249 y ss., 264 y ss. y 353 y ss., demuestran que, o dichos documentos han sido fraudulentamente
sustraídos de los procesados o han sido falsificados por las personas que se dicen haberlos
suministrado, o son, finalmente, el resultado de una pesquisa que desautoriza y rechaza el art.
1033 de las ordenanzas de Aduana.-
Que auténticos o falsos, ellos no pueden servir de base al procedimiento ni de fundamento
al juicio: si lo primero, porque siendo el resultado de una sustracción y de un procedimiento
injustificable y condenado por la ley, aunque se haya llevado a cabo con el propósito de descubrir
y perseguir un delito o de una pesquisa desautorizada y contraria a derecho, la ley, en el interés de
la moral y de la seguridad y secreto de las relaciones sociales, los declara inadmisibles;; y si lo
segundo, porque su naturaleza misma se opone a darles valor y mérito alguno.-
Que en este último caso especialmente deben, empero, mantenerse ellos en poder del juez
de la causa a los efectos del juicio correspondiente contra los que resulten autores y cómplices de
la falsedad.-
Por estos fundamentos: se revoca sobre este punto el auto apelado antes citado, y se
declara que deben desglosarse del proceso los documentos aludidos, acompañados a la nota del
administrador de Rentas, corriente a fs. 99, como sus versiones del idioma patrio, manteniéndose
separadamente a disposición del juez de sección a los efectos mencionados en el considerando
anterior, para lo cual se pasarán en vista con los testimonios correspondientes al Ministerio
Fiscal.-

Repónganse los sellos y devuélvanse.-

Fdo.: BENJAMIN VICTORICA - C. S. DE LA TORRE - ABEL BAZÁN - LUIS SÁENZ


PEÑA.

« RuizAgente Encubierto. Fiscal vs. Fernández »Francomano


F 477 XIX - “Francomano, Alberto José y otros s/inf. Ley 20840″ - CSJN -
19/11/1987
Opinión del Procurador General de la Nación.//-
Motivó la queja interpuesta por el defensor la denegatoria del recurso extraordinario que
dedujera contra la sentencia de la sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal de esta Capital, por la que se condenara a una de sus asistidas a 7 años de
prisión, accesorias legales y costas, en calidad de autora responsable de los delitos de asociación
ilícita calificada, propaganda y suministro de información subversiva, en concurso real y a 3 años
de prisión y costas, por el delito de tenencia de material subversivo impreso, a la otra.

I. En sostén de la apelación extraordinaria, expresó el recurrente que la falta de coherencia


lógica del fallo, su apartamiento de las constancias del proceso, la acreditación de hechos y
circunstancias sobre la base de afirmaciones dogmáticas y la omisión de considerar agravios
sustanciales, hacen pasible a dicha pieza procesal de la tacha de arbitrariedad, por violentar el
derecho de defensa y la garantía del debido proceso (art. 18, Constitución Nacional)).-

II. Al particularizar los agravios genéricamente sintetizados en el párrafo anterior, el


letrado apelante ha conceptuado, en primer término, que la sentencia atacada dio respuesta a su
queja, referida a la invalidez del acta de secuestro labrada en el domicilio de las procesadas, con
afirmaciones meramente dogmáticas.-
Para demostrar su aserto, ha transcripto y criticado, separándolos del contexto, dos
párrafos que, de tan aislada forma considerados, parecerían darle razón. Sin embargo, a mi modo
de ver, si se los integra con el resto del considerando en que están insertos aparecen como la
anticipada conclusión de un razonamiento que luego se ha desarrollado.-
En efecto, se ha dicho en la sentencia que la sola oposición de las procesadas respecto de
las aserciones del citado documento no () puede acarrear su pretensa nulidad, consecuencia que
tampoco debe derivarse de la falta de puntual observancia de los arts. 210. 211, 213.215 y 216 del
Cód. de Proced. en Materia Penal. Esto ultimo porque, según el fallo, la aplicación de tales
normas por el instructor no es insoslayable respecto de la investigación de cualquier hipótesis de
delito, sino sólo de aquella que para su mejor averiguamiento demande la minuciosa descripción
del lugar en que se practica la diligencia de incautación, el levantamiento de planos, retratos,
copias, diseños, etc., discrecionalidad que se patentiza en las propias expresiones de la ley cuando
alguna de las normas implicadas utiliza los términos podrá o procurará, refiriéndose a las
facultades del juez encargado de la instrucción.-
El planteo del agravio y la solución dada por el tribunal a quo tal como fuera consignada
remite, a mi entender, a cuestiones de evaluación de la prueba y de interpretación de normas
procesales que, en principio, son ajenas a la instancia extraordinaria;; ello, tanto más cuanto que
la inteligencia dada a dichas normas, si bien puede resultar opinable, no implica apartamiento,
palmario de la ley ni padece de intolerable irrazonabilidad que autorice a sustituir el criterio de
los jueces de la causa por el de esta Corte.-
III. El apelante ha sostenido, en segundo término, que también causa perjuicio a su parte
la aseveración hecha en el fallo de que el acta de secuestro ya mencionada encuentra apoyo en,
otras constancias ratificatorias y concordantes que, a su juicio no existen y que del
pronunciamiento no surge cuáles son.-
Según mi parecer, el agravio no se compadece con lo que resulta del mérito del proceso ni
con el integro -y no parcializado- de la sentencia en recurso. Así lo considero, desde que a las
declaraciones testimoniales prestadas por los agentes de policía intervinientes durante el sumario
de prevención y por uno de ellos en la etapa instructoria, en las que ambos ratificaron su
actuación en el procedimiento de marras y en su instrumentación, no puede sino concedérsele
sentido convalidante de lo atestado en el documento cuestionado. Por otra parte, si a juicio de la
defensa sus dichos podrían ser insuficientes al respecto, atento a las discordancias no esclarecidas
que se advierten entre ellos y los de las acusadas, así como a la carencia del testimonio del
restante civil que presenció la diligencia, pudo y debió convocarlos en plenario para qué
ampliaran sus manifestaciones, o las produjeran por primera vez en el caso del último,
requiriendo las pertinentes confrontaciones personales, todo ello bajo su directo control. Sobre el
particular, no parece ocioso recordar, a mi criterio, que dentro del ordenamiento procesal penal
vigente en el orden nacional la ratificación de los testigos del sumario por propia iniciativa del
órgano de la jurisdicción es meramente facultativa (art. 484, Cód. de Proced. en Materia Penal) y
el mismo carácter reviste el careo entre procesado y testigo (art. 315).-
Por lo demás, si un coprocesado ha manifestado extrajudicialmente -y ratificado luego
ante el juez de la causa esa manifestación- su reconocimiento de ejercer la jefatura de una célula
del agrupamiento ilícito denominado “ejército revolucionarlo del pueblo”, admisión que deviene
avalada por el secuestro en su poder de material manuscrito e impreso revelador de su actividad y
de la colaboración que en ésta prestaban los llamados “Sabino” y “Margarita”: si ese mismo
litisconsorte ha develado que dos de los miembros de aquel compartimiento -que conformaban
pareja- moraban en el lugar donde se realizó la requisa impugnada, así como que responden a
aquellos nombres de guerra, y si se verifica que la procesada Graciela C. Chein fue sorprendida
en compañía del coprocesado Jorge R. Aguado con quien, efectivamente, mantenía hasta poco
tiempo antes una relación concubinaria, no parece huérfana de sustento, aun cuando no se haya
hecho explícita en el fallo la afirmación de que los términos del documento de secuestro son
concordantes con otros elementos de convicción de signo incriminante. Se ve claro, pues, que el
agravio en análisis es insustancial.-
IV. Causaría gravamen al impugnante, en tercer lugar, la interpretación -efectuada en el
decisorio puesto en crisis- del hecho de haber admitido su defendida más arriba nombrada que los
habitantes de la casa inspeccionada eran los mencionados, en el acta de fs. 59, del que - a su
juicio- se extrae como consecuencia el impedimento de negar la tenencia de los efectos
secuestrados y el lugar donde fueron hallados. Tal inteligencia del indicio no sería a su criterio
razonable, puesto que no habría constancia alguna de la causa que autorizara a sostener que la
vivienda fuera un centro delictivo.-
Nuevamente el apelante no ha respetado lo dicho en la sentencia. Así lo estimo, desde que
la atenta lectura del último párrafo del consid. 16 que, según aquél, contendría el arbitrario
razonamiento, no permite el corolario a que arriba. Se trata, a mi juicio, del colofón lógico de los
argumentos desarrollados en ese capítulo del pronunciamiento. Ello así porque en esa parte del
fallo el juez preopinante concluyó que, ante el instrumento de secuestro que reputara válido, el
testimonio corroborante de los funcionarios policiales que los confeccionaran y la concordancia
de otras pruebas indirectas como las indicaciones cargosas que se trajeran a relieve en el punto III
de este dictamen, de nada valía la negativa de la procesada respecto de la tenencia de los
elementos decomisados, del lugar en que se encontraban ni la de las personas que habitaban este
último.-
V. Ha señalado, por fin, el recurrente que el tribunal a quo ha dado valor de prueba
indirecta de carga a las manifestaciones extrajudiciales de sus defendidas y, de tal forma,
aceptado la tortura como método de investigación, toda vez que aquéllas fueron arrancadas
mediante apremios ilegales debidamente acreditadas en autos, y, al caer esas espontáneas
-sostuvo-, se ha diluido toda posibilidad de incriminación de las acusadas.-
Esta Corte, en el caso de “Luciano B. Montenegro” (sentencia del 10 de diciembre de
1981 - Rev. La Ley. t. 1982-D, p. 225-) ha descalificado un fallo judicial que se apoyaba en una
confesión extrajudicial extorcada. Si bien los presupuestos de hecho no son exactamente los
mismos, puesto que en el precedente citado los jueces se habían expedido categóricamente acerca
de la realidad de los malos tratos, en tanto que en el “sub examen” se le ha otorgado la calidad de
posible, la existencia de esta posibilidad, en cuyo apoyo concurren los informes de las
peritaciones médico legales allegadas al proceso, es bastante, a mi juicio, para que sobre la base
de lo argumentado en la sentencia precitada y que doy por reproducido para evitar innecesarias
repeticiones, aquellas manifestaciones posiblemente coactas no sean tenidas en cuenta para
formar la convicción judicial.-
Empero, según mi punto de vista, dejadas de lado esas pruebas que pudieron ser obtenidas
por medios ilegítimos, el apelante no ha logrado demostrar que las restantes presuncionales que
atesora el proceso y fueran citadas en el veredicto impugnado, no alcancen para sustentar las
condenas dictadas. Es que, como creo ha quedado visto en el análisis pormenorizado efectuado en
los precedentes apartados de este dictamen, el impugnante sólo ha hecho evidente su discrepancia
con la apreciación de las pruebas producidas. En tal situación, se hace aplicable la conocida
doctrina de V. E. en el sentido de que lo atinente a la valoración de las pruebas es materia propia
de los jueces de la causa y ajena a la jurisdicción extraordinaria de la Corte (Fallos, t. 253, p. 496,
entre muchos otros) y de que si los agravios no trasuntan sino aquella discrepancia del recurrente
con el criterio utilizado por los jueces de la causa para valorar los antecedentes probatorios
incorporados a la misma, -el qué, al margen de su acierto o error, cuenta con sustento suficiente
para desechar la tacha de arbitrariedad alegada-, el recurso extraordinario es improcendente
(Fallos, t. 300, ps. 836 y 1039; t. 301, ps. 476 y 574; t. 302, ps. 805 y 827).-
A mérito de lo expuesto estimo que el recurso extraordinario de fs. 1094 del principal fue
bien denegado y que, por consecuencia, esta presentación directa debe ser desestimada.-
Noviembre 17 de 1982.-
FDO.: Mario J. López.-
Buenos Aires, noviembre 19 de 1987.-
Los doctores Petracchi y Bacqué dijeron:
1) Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de esta
Capital (sala I) condenó a Graciela C. Chein por los delitos de asociación ilícita calificada y
propaganda y suministro de información subversiva en concurso real (arts. 12, 55, 56 y 213 bis,
Cód. Penal y arts. 1°, 2°, incs. a y c, ley 20.840) a la pena de 7 años de prisión, accesorias legales
y costas y a Adriana A. Chein por el delito de tenencia de material subversivo impreso (art. 12,
Cód. Penal y art. 2°, inc. c, ley 20.840) a la pena de 3 años de prisión, accesorias legales y costas.
Atento la denegatoria del recurso extraordinario interpuesto por el defensor de las procesadas,
este ha recurrido en queja ante la Corte Suprema.-
2) Que el recurso interpuesto es formalmente procedente, dado que en el caso se discute la
validez de constancias probatorias originadas a partir de actuaciones supuestamente nulas.-
3) Que esta Corte advierte que una parte del pronunciamiento condenatorio impugnado
recae sobre conductas que, si bien eran ilícitas en el momento de la detención de las acusadas
fueron desincriminadas por la ley 23.077. De esta forma, corresponde revocar en su totalidad la
sentencia apelada respecto, de Adriana A. Chein, absolviéndola libremente, y hacerlo
parcialmente respecto de Graciela C. Chein en cuanto la sentencia recurrida la condena por
infracción a los arts. 1° y 2°, incs. a y c de la ley 20.840. En consecuencia, queda únicamente a
esta Corte Suprema ocuparse de la sentencia apelada en cuanto declara a Graciela C. Chein autora
penalmente responsable del delito de asociación ilícita calificada (art. 213 bis. Cód. Penal).-
4) Que el domicilio de la imputada, lugar donde ésta fue detenida y se hallaron los
elementos de cargo esenciales en su contra, fue localizado por medio de las informaciones que,
proporcionara Alberto J. Francomano en su “manifestación espontánea” prestada ante las
autoridades policiales. Por otra parte, existen graves presunciones en autos que indican que la
mencionada declaración de Francomano no fue producto de una libre expresión de su voluntad,
por lo menos en lo que se refiere a la ubicación del domicilio de la acusada (ver al respecto fe.
224 vta./225 de la declaración indagatoria del nombrado ante el juez de la causa e informes
médicos de fs. 248 y 325).-
5) Que las conclusiones a las que se arribara en el considerando anterior hacen aplicables
al caso la doctrina desarrollada por esta Corte en fallos: t. 46, p. 36; t. 303, p. 1938 y t. 306, p.
1752, según la cual debe excluirse del proceso cualquier medio de prueba obtenido por vías
ilegítimas.-
6) Que el principio anterior ha sido ratificado y ampliado recientemente por esta Corte “in
re” “Rayford, Reginald y otros s/ consumo de estupefacientes”, r. 463. XIX. del 13 de mayo de
1986, en donde se dijo que si en el proceso existe un solo cauce de investigación y éste estuvo
viciado de ilegalidad, tal circunstancia contamina de nulidad todas las pruebas que se hubieran
originado a partir de aquél (consid. 6°).Tal es el caso de autos donde la localización del domicilio
de Graciela C. Chein y el hallazgo del material incriminatorio se originaron de las porciones de
las declaraciones del coimputado Francomano que se encuentran viciadas de nulidad. Por ello,
debe declararse la invalidez del procedimiento llevado a cabo en el domicilio de la acusada, de
que da cuenta el acta de fs. 59.-
7) Que, una vez descartado el elemento probatorio arriba mencionado, sólo quedaría como
de convicción en contra de la procesada Chein su confesión prestada ante la policía la cual fuera
rectificada en sede Judicial. Parece evidente que no se le puede otorgar ningún valor
autoincriminatorio a una confesión policial, rectificada posteriormente ante el juez de la causa, ni
aun a título indiciario. La única excepción a este principio debe admitirse en aquellos casos donde
los funcionarios policiales hubiesen observado estrictos requisitos encaminados a asegurar la
plena espontaneidad de las declaraciones del imputado. Ello ocurre, por ejemplo, cuando el
abogado defensor del acusado ha estado presente en el interrogatorio policial o, en su defecto,
cuando el Ministerio Público pueda acreditar sin lugar a dudas que el procesado renunció
libremente a su derecho de contar con un letrado, lo que evidentemente no ocurrió en el caso. Los
principios aquí sentados responden a la imperiosa necesidad de que el mandato del art. 18 de la
Constitución Nacional (”nadie puede ser obligado a declarar contra si mismo”) tenga efectiva
vigencia y no se convierta en una mera “fórmula verbal” (ver en ese sentido “Miranda v.
Arizona”, 384 U.S. 436, 1966).-
Por ello, se hace lugar a la queja y habiendo dictaminado el Procurador General, se
declara procedente el recurso, se revoca la sentencia apelada y en ejercicio de las facultades
conferidas en el art. 16, 2° párr. de la ley 48, se absuelve libremente a Graciela C. Chein y a
Adriana A. Chein por los delitos por los que fueron condenadas. Agréguese la queja al principal,
hágase saber y devuélvase.-
FDO.: Enrique S. Petracchi - Jorge A. Bacqué.-
El doctor Fayt dijo:
1) Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de esta
Capital (sala I) condenó a Graciela C. Chein por los delitos de asociación ilícita calificada y
propaganda y suministro de información subversiva en concurso real (arts. 12, 55, 56 y 213 bis,
Cód. Penal y arts. 1°, 2°, incs. a y c, ley 20.840) a la pena de 7 años de prisión, accesorias legales
y costas y a Adriana A. Chein por el delito de tenencia de material subversivo impreso (art. 12,
Cód. Penal y art. 2°, inc. c, ley 20.840) a la pena de 3 años de prisión, accesorias legales y costas.
Atento la denegatoria del recurso extraordinario interpuesto por el defensor de las procesadas,
este ha recurrido en queja ante la Corte Suprema.-
2) Que el recurso interpuesto es formalmente procedente, dado que en el caso se discute la
validez de constancias probatorias originadas a partir de actuaciones supuestamente nulas.-
3) Que esta Corte advierte que una parte del pronunciamiento condenatorio impugnado
recae sobre conductas que, si bien eran ilícitas en el momento de la detención de las acusadas
fueron desincriminadas por la ley 23.077. De esta forma, corresponde revocar en su totalidad la
sentencia apelada respecto, de Adriana A. Chein, absolviéndola libremente, y hacerlo
parcialmente respecto de Graciela C. Chein en cuanto la sentencia recurrida la condena por
infracción a los arts. 1° y 2°, incs. a y c de la ley 20.840. En consecuencia, queda únicamente a
esta Corte Suprema ocuparse de la sentencia apelada en cuanto declara a Graciela C. Chein autora
penalmente responsable del delito de asociación ilícita calificada (art. 213 bis. Cód. Penal).-
4) Que el domicilio de la imputada, lugar donde ésta fue detenida y se hallaron los
elementos de cargo esenciales en su contra, fue localizado por medio de las informaciones que,
proporcionara Alberto J. Francomano en su “manifestación espontánea” prestada ante las
autoridades policiales. Por otra parte, existen graves presunciones en autos que indican que la
mencionada declaración de Francomano no fue producto de una libre expresión de su voluntad,
por lo menos en lo que se refiere a la ubicación del domicilio de la acusada (ver al respecto fe.
224 vta./225 de la declaración indagatoria del nombrado ante el juez de la causa e informes
médicos de fs. 248 y 325).-
5) Que las conclusiones a las que se arribara en el considerando anterior hacen aplicables
al caso la doctrina desarrollada por esta Corte en fallos: t. 46, p. 36; t. 303, p. 1938 y t. 306, p.
1752, según la cual debe excluirse del proceso cualquier medio de prueba obtenido por vías
ilegítimas.-
6) Que el principio anterior ha sido ratificado y ampliado recientemente por esta Corte “in
re” “Rayford, Reginald y otros s/ consumo de estupefacientes”, r. 463. XIX. del 13 de mayo de
1986, en donde se dijo que si en el proceso existe un solo cauce de investigación y éste estuvo
viciado de ilegalidad, tal circunstancia contamina de nulidad todas las pruebas que se hubieran
originado a partir de aquél (consid. 6°).Tal es el caso de autos donde la localización del domicilio
de Graciela C. Chein y el hallazgo del material incriminatorio se originaron de las porciones de
las declaraciones del coimputado Francomano que se encuentran viciadas de nulidad. Por ello,
debe declararse la invalidez del procedimiento llevado a cabo en el domicilio de la acusada, de
que da cuenta el acta de fs. 59.-
7) Que, una vez descartado el elemento probatorio arriba mencionado, sólo quedaría como
de convicción en contra de la procesada Chein su confesión prestada ante la policía la cual fuera
rectificada en sede Judicial. Parece evidente que no se le puede otorgar ningún valor
autoincriminatorio a una confesión policial, rectificada posteriormente ante el juez de la causa, ni
aun a título indiciario. Los principios aquí sentados responden a la imperiosa necesidad de que el
mandato del art. 18 de la Constitución Nacional (”nadie puede ser obligado a declarar contra si
mismo”) tenga efectiva vigencia y no se convierta en una mera “fórmula verbal” (ver en ese
sentido “Miranda v. Arizona”, 384 U.S. 436, 1966).-
Por ello, se hace lugar a la queja y habiendo dictaminado el Procurador General, se
declara procedente el recurso, se revoca la sentencia apelada y en ejercicio de las facultades
conferidas en el art. 16, 2° párr. de la ley 48, se absuelve libremente a Graciela C. Chein y a
Adriana A. Chein por los delitos por los que fueron condenadas. Agréguese la queja al principal,
hágase saber y devuélvase.-
FDO.: Carlos S. Fayt
El doctor Caballero dijo:
1) Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo “Criminal y Correccional Federal sala I
por sentencia del 20 de agosto de 1981, condenó a Graciela C. Chein por los delitos de asociación
ilícita calificada y propaganda y suministro de información subversiva en concurso real (art. 213
bis, Cód. Penal, según la redacción de la ley 20.642 y 1° y 2°, incs. a y c, ley 20.840) a la pena de
7 años de prisión, accesorias legales y costas, y a Adriana A. Chein por el delito de tenencia de
material subversivo impreso (art. 2°, inc. c. ley 20.840) a la pena de 3 años de prisión y costas.
Contra dicho fallo el defensor de las procesadas interpuso el recurso extraordinario, cuya
denegación origina esta presentación directa.-
2) Que esta Corte advierte que una parte del pronunciamiento condenatorio recae sobre
hechos que, si bien eran ilícitos en el momento de la condena de las acusadas, fueron luego
desincriminadas por la ley 23.077. Por lo tanto, independientemente de los motivos que fundaron
el recurso deducido corresponde aplicar de oficio lo prescripto en el art. 2° del Cód. Penal que,
conforme a su último párr., opera de pleno derecho, revocando en su totalidad la sentencia
apelada respecto de Adriana A. Chein, a quien se absolverá, y hacerlo parcialmente respecto de
Graciela C. Chein en cuanto la sentencia recurrida la condena por infracción a los arts. 1° y 2°,
incs. a y c de la ley 20.840, hoy derogados. En consecuencia, resta únicamente al tribunal
ocuparse del fallo apelado en cuanto declara a Graciela C. Chein autora penalmente responsable
del delito de asociación ilícita calificada (art. 213 bis, Cód. Penal, según la redacción de la ley
20.642).-
3) Que el recurrente impugna el fallo del a quo pues omite considerar la totalidad de los
agravios formulados en el memorial respectivo, atinentes a la ilegitimidad de la diligencia policial
de la que da cuenta el acta de fs. 59, a la vez que asigna validez a la declaración de su asistida
prestada en sede extrajudicial y bajo tormentos, únicos elementos sobre los que se asienta el
pronunciamiento de condena. Por ello, entiende que la sentencia es arbitraria pues conculca el
derecho de defensa y la garantía del debido proceso (art. 18, Constitución Nacional).-
4) Que en el “sub lite” el agravio que formula el recurrente suscita cuestión federal
bastante para la apertura de la instancia prevista en el art. 14 de la ley 48, habida cuenta de que el
planteo conduce en definitiva a determinar el alcance de la referida garantía constitucional, toda
vez que se ha impugnado la validez de constancias probatorias originadas a partir de actuaciones
supuestamente inválidas y que, en el caso particular, éstas se encuentran de tal modo ligadas al
planteo federal que resulta imposible su solución sin atender a las circunstancias fácticas del
hecho.-
5) Que, según se infiere de los autos principales, Graciela C. Chein fue detenida por
personal policial en momentos en que se realizaba en su domicilio un procedimiento en el que se
secuestraron elementos de cargo esenciales en su contra, que la incriminaban como integrante de
la célula subversiva “Ejercito Revolucionario del Pueblo” (E.R.P.). Empero, cabe señalar que la
individualización de la nombrada y la ulterior incautación de efectos incriminatorios, tuvieron
origen en las informaciones que proporcionara el coprocesado y condenado Alberto J.
Francomano en sede policial en su “manifestación espontánea” de fs. 44/50.-
6) Que, sin embargo, al ser indagado Alberto J. Francomano, rectificó su “declaración
espontánea”, refiriendo no conocer entre otras personas a Chein, y que en oportunidad de hallarse
detenido fue objeto de apremios ilegales consistentes en la aplicación de picana eléctrica en
diversas partes del cuerpo, relatando además la forma cómo lo torturaron. Tal circunstancia quedó
acreditada ulteriormente con el informe médico de fs. 248 y el examen histopatológico de fs. 325,
que diagnosticaron moderadas alteraciones de ese carácter, como se observa en los pasajes
minizonales de corriente eléctrica. Asimismo, a idénticas conclusiones arribaron los exámenes
practicados a la procesada Graciela C. Chein, quien a fs. 230 refirió haber sufrido ese trato ilegal
mientras estuvo detenida en la dependencia policial.-
7) Que, en consecuencia, establecido en el “sub examine” que la localización del
domicilio e individualización de la procesada, así como el hallazgo del material incriminatorio,
fue fruto de la declaración extrajudicial de Alberto J. Francomano prestado en forma compulsiva,
hace aplicable al caso la doctrina desarrollada por esta Corte en Palios: t. 46, p. 36; t. 303, p. 1938
y t. 306, p. 1752, según la cual se desconoció la validez de cualquier medio probatorio obtenido a
raíz de un procedimiento ilegitimo con desconocimiento de las garantías constitucionales. A partir
de allí se arriba a la conclusión de que el acta de secuestro subsiguiente de fs. 59, que fue
consecuencia directa e inmediata de la declaración espuria antes citada, carece de virtualidad
probatoria, sin perjuicio de señalar además que la misma fue realizada en el domicilio de la
procesada sin recabarse del juez competente la respectiva orden de allanamiento que prevé el art.
188 del Cód. de Proced. en Materia Penal, requisito ineludible, pues el objetivo de adquirir
elementos de prueba no se encontraba cubierto por la excepción del art. 189 del mismo texto
legal. Por ello, aun soslayando la relación de causalidad necesaria que puede existir entre la
“manifestación espontánea” de Francomano brindada bajo tormento y la adquisición ulterior de
prueba en contra de un tercero, sería la propia actuación del secuestro con respecto a ella carente
de legitimidad, la que conduce a la absolución de la nombrada.-
Que, en tales condiciones, cabe advertir que desechada la constancia adquirida
ilegítimamente, no existen en autos otros elementos independientes de aquélla que conduzcan a la
incriminación de Graciela C. Chein. Por el contrario, la orfandad probatoria se verifica aún más
con la negativa de ésta quien rectificó su manifestación policial de fs. 137/139 vta., la cual dijo
haber firmado bajo coacción, a la vez que desconoció los elementos que se indican en el acta
ilegitima de fs. 59. Por ello, las pautas señaladas “ut supra” conducen a la conclusión de que el
fallo recurrido carece de fundamentación, por haber otorgado eficacia probatoria a elementos
obtenidos por vías ilegitimas y aludido dogmáticamente a comprobaciones ratificatorias y
concordantes de lo actuado, sin indicar cuáles son.-
Por ello. habiendo dictaminado el Procurador General, se hace lugar a la queja, se declara
procedente el recurso, se revoca la sentencia apelada y en ejercicio de las facultades conferidas en
el art. 16, 2° par. de la ley 48, se absuelve a Graciela C. Chein y a Adriana A. Chein de los delitos
por los que fueron condenadas. Agréguese la queja al principal, notifíquese y devuélvase.-
FDO.: José S. Caballero.-
En disidencia parcial el doctor Belluscio dijo:
1) Que la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de esta
Capital, Sala I, condenó a Graciela C. Chein por los delitos de asociación ilícita calificada y
propaganda y suministro de información subversiva, en concurso real (arts. 213 bis, Cód. Penal y
1° y 2°, incs. a y c. ley 20.840) a la pena de 7 años de prisión, accesorias legales y costas, y a
Adriana A. Chein por el delito de tenencia de material subversivo impreso (art. 2°, inc. c, ley
20.840) a la pena de 3 años de prisión, accesorias legales y costas. Interpuesto el recurso
extraordinario por el defensor de las procesadas, le fue denegado, lo que motiva este recurso de
queja.-
2) Que esta Corte advierte que una parte del pronunciamiento condenatorio recae sobre
conductas que, si bien eran ilícitas en el momento de la detención de las acusadas, fueron luego
desincriminadas por la ley 23.077. Por lo tanto, independientemente de los motivos que fundaron
el recurso deducido, corresponde aplicar de oficio la prescripción del art. 2° del Cód. Penal, la
cual, conforme a su último párr., opera de pleno derecho, revocando en su totalidad la sentencia
apelada respecto de Adriana Chein, a quien se absolverá libremente, y hacerlo parcialmente
respecto de Graciela C. Chein en cuanto la sentencia recurrida la condena por infracción a los
arts. 1° y 2°, incs. a y c de la ley 20.840. En consecuencia, resta únicamente al tribunal ocuparse
del fallo apelado en cuanto declara a Graciela C. Chein autora penalmente responsable del delito
de asociación ilícita calificada (art. 213 bis, Cód. Penal).-
3) Que las imputaciones básicamente formuladas por la recurrente a la sentencia son dos:
a) la omisión de considerar en su totalidad los agravios formulados en el memorial respectivo
acerca de la regularidad de la diligencia de allanamiento realizada en su domicilio, y b) la
asignación de valor a declaraciones que habrían sido prestadas bajo la coacción de tormentos.-
4) Que la doctrina de la arbitrariedad tiende a resguardar la garantía de la defensa en
juicio y del debido proceso, exigiendo que las sentencias de los jueces sean fundadas y
constituyan derivación razonada del derecho vigente con relación a las circunstancias probadas de
la causa, por lo que resultan descalificables como actos judiciales válidos las que omiten
pronunciarse sobre las cuestiones oportunamente propuestas y conducentes para la decisión del
caso o lo hacen mediante breves afirmaciones genéricas sin referencia a los temas legales
suscitados en la causa y correctamente expuestos en los agravios (fallos: t. 297, p. 100; t. 298, p.
373;; t. 299, p. 226. entre muchos otros).-
5) Que ello es lo que acontece en la especie, pues las consideraciones formuladas en el
voto que funda la decisión del a quo respecto de los agravios de la recurrente no dan respuesta
alguna a aquéllos en relación a puntos fundamentales referentes a las irregularidades imputadas al
acta de fs. 59, tales como la falta de identificación de los policías intervinientes y de firma del
testigo, o la omisión de cumplimiento de los recaudos legales de la diligencia, a más de aludir
dogmáticamente a comprobaciones ratificatorias y concordantes de lo actuado que no se indica
cuales son.-
6) Que, por otra parte, la aseveración del punto 17 de que los supuestos castigos o
apremios no privan de eficacia a la declaración supuestamente espontánea prestada en sede
policial, se contradice abiertamente con el criterio aceptado por esta Corte a partir de la causa C.
508.XIX. “Florentino, Diego E. s/ tenencia ilegitima de estupefacientes”, doctrina según la cual el
aludido razonamiento debe ser descalificado.-
Por ello, y habiendo dictaminado el Procurador General se hace lugar a la queja, se revoca
la sentencia apelada, se absuelve libremente a Adriana A. Chein, y con relación a Graciela C.
Chein se la absuelve del mismo modo en cuanto a la infracción a los arts. 1° y 2°, incs. a y b de la
ley 20.840, devolviéndosela al tribunal de origen a fin de que se dicte nuevo pronunciamiento en
relación al delito de asociación Ilícita. Agréguese la queja al principal, notifíquese y remítase.-
FDO.: Augusto C. Belluscio.-
En consecuencia de la deliberación que antecede, se hace lugar a la queja y habiendo
dictaminado el Procurador General, se declara procedente el recurso, se revoca la sentencia
apelada y en ejercicio de las facultades conferidas en el art. 16, 2° párr. de la ley 48, se absuelve
libremente a Graciela C. Chein y a Adriana A. Chein por los delitos por los que fueron
condenadas. Agréguese la queja al principal, hágase saber y devuélvase.//-
FDO.: José S. Caballero.- Augusto C. Belluscio (en disidencia parcial).- Carlos S. Fayt.-
Enrique S. Petracchi.- Jorge A. Bacqué

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