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EXPERIENCIA ESPIRITUAL
1. Antecedentes y consecuencias
Entre los antecedentes del concepto espiritualidad se encuentran las experiencias que el
individuo haya tenido en la vida, estas pueden ser positivas o negativas que promuevan
el desarrollo de destrezas de fortaleza existencial. Un ejemplo de esto son las
enfermedades terminales que hacen que el individuo busque el significado de la vida
para ellos. Un segundo antecedente son las características del individuo y es
determinante el conocimiento que esté tenga. La interrelación de otros sentimientos
tales como el amor, autoestima, sentido de pertenencia es otro de los antecedentes que
fomenta la espiritualidad. Como último antecedente están las cualidades inherentes del
concepto espiritualidad.
Cada uno de estos antecedentes trae como consecuencia que los individuos tengan
propósito y significado en sus vidas. Esto desarrollará un sistema de valores que guíen
los patrones de conducta de los individuos. Esto permite que el individuo desarrolle su
auto-trascendencia (Haase, 1992).
Desde las culturas más antiguas y referentes para el mundo occidental el ser humano ha
expresado su religiosidad de distintas formas, la trascendencia o Dios ha tenido diversas
explicaciones a aspectos fenomenológicos, tales como Zeus, Afrodita y toda la
mitología griega. Este tipo de religiosidad siempre se ha encontrado ligada a aspectos
antropológicamente profundos dada la misma necesidad del ser humano por
comunicarse con un ser superior o por buscar explicaciones a cosas que no entendía.
Hay que establecer definiciones que aclaren y amplíen el significado del concepto para
tener en una visión amplia. A través de la revisión de la literatura se encontró amplias
definiciones del concepto espiritualidad. Se encontró que la palabra espiritualidad se
deriva del latín “espíritu”, que se refiere a aliento, aire, viento. O’Neill (1998), en su
artículo Spirituality and chronic illness, hace referencia a la definición de Domberck
(1995), que plantea que el espíritu es lo que anima o da vida a una persona. El
diccionario de la Lengua Española lo define como el alma racional, vigor natural y
virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar. Según Burkhardt (1993), establece
que la espiritualidad es una creencia religiosa o una relación con una fuerza superior,
fuerza creativa o un ser divino o fuente de energía infinita. Espeland (1999), en su
artículo Achieving spiritual wellness, menciona que de acuerdo a Wright (1998), la
espiritualidad es la dimensión de una persona que envuelva su relación con él mismo,
con otros, con un orden natural y con un ser o fuerza superior que se manifiesta a través
de expresiones creativas y envuelve prácticas religiosas.
Todas las personas son espirituales, pero existe descuido por la afiliación a una religión
o devoción. Las creencias religiosas y espirituales son importantes en la vida de los
individuos y pueden influir en los estilos de vida, actitudes, sentimientos acerca de la
enfermedad y la muerte.
Como tercer atributo está que la espiritualidad es una energía constante pero
dinámica. Esta energía dinámica hace que la persona vaya en busca de bienestar,
propósito y significado de la vida. Esto a su vez hace que se supere la realidad
material.
Existen varios factores que están presentes tanto en el concepto espiritualidad como en
el concepto esperanza, aceptación y auto-trascendencia. Estos son la energía,
sentimiento, la relación con otras personas y la relación con la misma persona. En
resumen, el proceso de aceptación y los aspectos de trascendencia del individuo pueden
resultar en un sentimiento de conexión o de relación con la espiritualidad.
El concepto espiritualidad puede ser utilizado para describir otros conceptos del ser
humano. Estos pueden ser una interrelación armoniosa, una fuerza interior, tener
conocimiento, el hacer, ser, bienestar espiritual, trascendencia, salud espiritual. Estos
pueden ser una forma de definir como se sienten los individuos. Estas son diferentes
formas de identificar experiencias y sentimientos de las personas.
Este concepto tiene diversos usos que en conjunto a las creencias religiosas ayudan a los
individuos a movilizarse hacia altos niveles de bienestar. Entre los usos esta el que las
creencias espirituales sirven de guía a los aspectos del diario vivir. Estas creencias son
fuente de soporte y fortaleza interior que promueven al individuo hacia un óptimo nivel
de bienestar. Otro de sus usos es que las creencias espirituales ayudan a resolver
conflictos internos del individuo y aun cuando puede estar influenciado o no por el
aspecto religioso, ayuda a la solución de conflictos en la vida de los seres humanos.
En hebreo, la palabra espíritu, ruah, significa viento, aliento, hálito. El espíritu es,
como el viento, ligero, potente, arrollador, impredecible. Es, como el aliento, el viento
corporal que hace que la persona respire y se oxigene, que pueda seguir viva. Es como
el hálito de la respiración: quien respira está vivo; quien no respira está muerto.
El espíritu no es otra vida sino lo mejor de la vida, lo que la hace ser lo que es,
dándole caridad y vigor, sosteniéndola e impulsándola.
Nosotros, desde ahora ya, abandonamos el sentido griego del término espíritu y
miraremos de acercarnos al sentido bíblico, indígena, afro, menos dicotómicamente
«occidental».
Diremos, por ejemplo, que una persona «tiene buen espíritu» cuando es de buen
corazón, de buenas intenciones, con objetivos nobles, con veracidad. Diremos que
«tiene mal espíritu» cuando la habitan malas intenciones, o la dominan pasiones bajas o
cuando algo en ella nos hace sentir la desconfianza de la falsedad. Diremos que una
persona «tiene mucho espíritu» cuando se nota en ella la presencia y la fuerza de unas
motivaciones profundas, de una pasión que la arrastra, de un fuego que la pone en
ebullición, o de una riqueza interior que la hace rebosar. Y diremos, por el contrario,
que «no tiene espíritu» cuando se la ve sin ánimo, sin pasión, sin ideales; cuando se
encierra en una vida ramplona y sin perspectivas. Más de una vez utilizaremos en vez de
espíritu o espiritualidad ciertos sinónimos relativos (sentido, conciencia, inspiración,
voluntad profunda, dominio de sí, valores que guían, utopía o causa por las que se
lucha, talante vital) para mantener alejado el restringido concepto griego que
lamentablemente viene a nuestra mente una y otra vez.
Este último ejemplo nos lleva a recordar una confusión habitual. Ese calificativo
de «persona de mucha espiritualidad» o «de mucho espíritu» no se lo aplicaríamos
espontáneamente a una persona sumamente ambiciosa que hiciera de su vida una pasión
por conseguir poder y dinero a cualquier precio. No le aplicaríamos ese calificativo
porque, equivocadamente, tendemos a pensar el espíritu y la espiritualidad sólo en
términos positivos. Como si sólo merecieran esos nombres el espíritu y la espiritualidad
buenos, los que se ajustan a nuestros valores éticos5.
Pero no: espíritus y espiritualidades los hay muy diversos y hasta contradictorios.
Hay espíritus buenos y espíritus no tan buenos. Hay personas de mucha y hay personas
de poca espiritualidad. Hay personas de una espiritualidad mejor y personas de una
espiritualidad peor. Una persona ambiciosa y explotadora que trata de dominar a los
demás tiene mucha espiritualidad, pero de egoísmo, de ambición, idolátrica: la mueve
un mal espíritu.
Damos inconscientemente como por supuesto que los que no viven con ese
espíritu no tienen espíritu en absoluto, no poseen espiritualidad…
Toda persona humana está animada por uno u otro espíritu, está marcada por una
u otra espiritualidad, porque la persona humana es un ser también fundamentalmente
espiritual. Esta afirmación puede ser entendida y explicada de mil formas diversas,
según las distintas corrientes antropológicas, filosóficas y religiosas. En este libro no
vamos a entrar en ese debate. Nos basta con partir de esa afirmación global. Hemos de
dar por supuesto que el lector de un libro de espiritualidad comparte la convicción de
que el ser humano no es un ser «exclusivamente material».
Cuanto más conscientemente vive y actúa una persona, cuanto más cultiva sus
valores, su ideal, su mística, sus opciones profundas, su utopía… más espiritualidad
tiene, más profundo y más rico es su hondón. Su espiritualidad será la talla de su propia
humanidad9.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver la espiritualidad con la religión? ¿No se ha
pensado siempre que la espiritualidad es una realidad religiosa? Para responder a estas
preguntas debemos dar previamente un rodeo11.
Ser persona es algo más profundo que el ser simplemente miembro de esta raza
animal concreta que es la raza humana. Es asumir la propia libertad frente al misterio, al
destino, al futuro; optar por un sentido ante la Historia, dar una respuesta personal a las
cuestiones últimas de la existencia. En un momento u otro de su vida, todo ser humano
rompe la capa superficial en la que solemos movernos, como hojas llevadas por la
corriente, y se formula las preguntas fundamentales: «¿qué es el ser humano?, ¿cuál es
el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿por qué el dolor?, ¿cómo conseguir la felicidad?,
¿qué es la muerte?, ¿qué podemos esperar?»12 No se trata de preguntas «formalmente
religiosas» sino de preguntas «profundamente humanas» o, para ser más exactos, de las
cuestiones humanas más profundas. Aunque, a nuestro entender, plantearse estas
cuestiones es ya de por sí formular la pregunta religiosa.
Toda persona tiene que enfrentarse con el misterio de su propia existencia. Tiene
que optar ineludiblemente por unos valores que den vertebración y consistencia a su
vida. De una manera u otra ha de elegir un punto sobre el que construir y articular la
composición de su conciencia, su toma de postura frente a la realidad, dentro de la
historia13. Es la opción fundamental. Y lo genuinamente religioso es esa profunda
opción fundamental, esa humana profundidad, antes de todo dogma y de todo rito, de
toda adscripción a una confesión determinada. Porque en esa opción fundamental la
persona define qué valor coloca en el centro de su vida, cuál es su punto absoluto, cuál
es su Dios, o su dios. El gran maestro Orígenes decía que «Dios es aquello que uno
coloca por encima de todo lo demás».
No se puede dejar de ser «religioso» -en este sentido fundamental- sin abdicar de
lo más profundo de la propia humanidad. Ni siquiera abjurando de una religión
determinada la persona dejará de ser religiosa en su profundidad humana14. Dios, decía
el inquieto Agustín de Hipona, me es «más íntimo que mi propia intimidad»15.
El máximo valor que esas prácticas religiosas pueden asumir es ser expresión
personal y vehículo comunitario de aquella espiritualidad, de aquella religiosidad
profunda. Si por cualquier causa, con honradez sincera, una persona rechazara en
conciencia las prácticas religiosas o la adscripción a una religión convencional pero
viviera en verdad los planteamientos profundos de la veracidad existencial, no por eso
ella se perdería, ni Dios se incomodaría.
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
1
COMBLIN, J., Antropología cristiana, Paulinas, Madrid 1985, pág. 264-270.
2
Dejamos a un lado el tema de la «psique», a la que, como X. Zubiri, nosotros
tampoco llamaremos “alma”, «porque el vocablo está sobrecargado de un sentido
especial archidiscutible, a saber, una entidad sustancial que habita “dentro” del
cuerpo». Cfr X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Alianza Editorial, Madrid 31985, pág.
40. 13.
3
«La espiritualidad es la motivación que impregna los proyectos y compromisos de
vida (26)…, la motivación y mística que empapa e inspira el compromiso (26)…, la
motivación del Espíritu. Por eso, hablar de motivaciones es hablar de mística, de
espiritualidad (19). S. GALILEA, El camino de la espiritualidad, Paulinas, Bogotá
21985.
4
O un espíritu muy poderoso, ya que el espíritu no es susceptible de medición
cuantitativa.
5
Como cuando hablamos de «cristianos comprometidos» y pensamos en cristianos
comprometidos con la justicia, como si no existieran cristianos comprometidos
también con la injusticia. Cfr. Clodovis BOFF, Teología de lo político, Sígueme,
Salamanca 1980, 295ss.
6
En el capítulo tercero tenemos un apartado dedicado al «macroecumenismo».
7
Hay muchos espíritus diferentes. Recordemos dos obras que lo manifiestan ya en su
título: Michael NOVAK, El espíritu del capitalismo democrático, edición original en
American Enterprise Simon & Schuster, 1982; M. WEBER, La ética protestante y el
espíritu del capitalismo, Taurus, Madrid 1984.
8
Paul TILLICH, La dimensión perdida, Desclée, Bilbao 1970, sobre la dimensión
antropológica de la «profundidad» y su significado religioso.
9
Dicho en un lenguaje cristiano, la espiritualidad, por ser lo más profundamente
humano, sería lo que la persona tiene más de «ser a semejanza de Dios», «a su
imagen», aquello en lo que más se refleja su participación de la naturaleza de Dios.
10
«No hay motivo alguno para que los cristianos reduzcan el concepto de espiritualidad
al ámbito cristiano». Urs von BALTHASAR, EL evangelio como criterio y norma de
toda espiritualidad, «Concilium» 9(1965)7. A. M. BESNARD, más completo,
afirma: «No dudamos en afirmar que pueden existir y que existirán no sólo
espiritualidades no cristianas, sino incluso no creyentes»; en Tendencias dominantes
en la espiritualidad contemporánea, «Concilium» 9(1965)32.
11
J. M. VIGIL, ¿Qué es la religiosidad?, en Plan de pastoral prematrimonial, Sal
Terrae, Santander 1988, pág. 179-185.
12
Estas son las preguntas fundamentales que el Concilio Vaticano II dice que los
hombres hacen a las diversas religiones, cfr NAe 1.
13
Cfr J. L. SEGUNDO, Revelación, fe, signos de los tiempos, en Mysterium
Liberationis, I, 448-451. Cfr también F. SEBASTIAN, Antropología y teología de la
fe cristiana, Sígueme, Salamanca 1972, pág 39ss.
14
J. M. VIGIL, ibídem., pág. 187.
15
Confesiones, libro III, 6, 4.
16
K. RAHNER, Oyente de la Palabra. Fundamentos para una filosofía de la religión,
Herder, Barcelona 1967.
BIBLIOGRAFÍA