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MONOGRAFIA
SECCIÓN: “C”
ESTUDIANTE:
En este contexto, se ubica el lenguaje total que se caracteriza por proponer que el
lenguaje no se le debe presentar al alumno en forma fragmentada o en unidades
arbitrarias, sino mostrarlo tal y como sucede en la vida real. El lenguaje se debe
usar para su propio propósito, como instrumento para desarrollar al mismo tiempo
lo que aprendemos. A través de la idea del lenguaje total, el niño comparte
experiencias propias aprendiendo de distintos sujetos; esto se da entre los
miembros de un grupo, colectivo o comunidad. Al respecto, Goodman manifiesta
que «el lenguaje total es un movimiento holístico, dinámico, popular entre
maestros. Se está difundiendo con rapidez en los países de habla inglesa de todo
el mundo y empieza a ser conocido en otras regiones».7 Se destaca que este tipo
de lenguaje es integral, porque provoca una revolución en la enseñanza del
lenguaje; va más allá de la disputa entre métodos, y destaca la necesidad de
atender la manera natural en la que se aprende el lenguaje. Este proceso está
sujeto a la premisa de que la comunicación en una sociedad primero es global y
multifuncional; después estas funciones comienzan a diferenciarse. Es en los
años 70 cuando estudiosos como Frank Smith y los Goodman proponen esta
nueva explicación del aprendizaje y desarrollo del lenguaje denominado como
lenguaje integral, más conocido como lenguaje total. A continuación se resumen
los supuestos conceptuales y teóricos que caracterizan esta nueva propuesta,
considerada como una innovación y una reacción contra la posición de abordar al
lenguaje desde el análisis experimental de la conducta.
Pero no es posible plantear los problemas del lenguaje constitucional con ligereza
que desconozca todos los debates y todas las conclusiones que se han alcanzado
en la ciencia y en la teoría del derecho, auxiliada por los enormes progresos que
las ciencias del lenguaje han realizado desde el neopositivismo lógico.
Despreciar cuanto se ignora, no es un bien sino un mal, que a Castilla, como
recordaba Machado, le ha costado su decadencia.
Las consecuencias que se pueden derivar son grandes y al menos habría que
tener en cuenta, a mi juicio, las siguientes perspectivas generales:
Primera: La seguridad jurídica exige que la ambigüedad o la vaguedad potencial
del lenguaje natural que Waismann llama la «textura abierta del lenguaje», se
disminuya en todo lo posible en su utilización jurídica, para que la zona de
claridad normativa sea lo más amplia posible y que las zonas de oscuridad o de
penumbra se reduzcan al máximo. Por eso la utilización de palabras sinónimas no
es siempre neutra, porque aunque una sea más sencilla o más comprensible, la
otra encierra el contenido acotado por la historia y por el análisis que la convierte
en jurídicamente insustituible. Un ejemplo en una enmienda del señor Cela puede
aclarar este tema. Entre los principios que reconoce el artículo noveno se
encuentra el principio de jerarquía normativa que el senador pretende, en su
enmienda, sustituir por «ordenación normativa» diciendo en su justificación que
«jerarquía es voz de muy señaladora e implicadora derivación semántica». Sin
duda será cierto, pero el concepto de «jerarquía normativa» tiene una concreción
muy clara en toda la teoría del Ordenamiento jurídico a partir de KeIsen y significa
colocación escalonada de las normas, desde la norma básica o Constitución y con
independencia de la norma inferior (deber) respecto de la superior (poder). La
jerarquía normativa acota también los límites formales en la creación de las
normas de cada escalón (procedimiento de creación) y los límites materiales
(competencia y materias a regular por cada escalón, en relación con el superior).
La sustitución del término «jerarquía normativa» que es claro y que ofrece
seguridad jurídica, porque conocemos la precisión de su significado, por el
término «ordenación normativa» donde la zona de penumbra es total y la claridad
nula desde el punto de vista jurídico, sería un dislate con grave daño para el valor
propio de la norma. La imprecisión soportable en el lenguaje cotidiano puede
convertirse en catastrófica en el lenguaje legal.
Segunda: Las exigencias normativas que acotan conductas y relaciones
estableciéndolas como necesarias, exigen la utilización de palabras con un
sentido distinto del sentido habitual. Además de la utilización acotada del lenguaje
de las normas, pero dentro del marco del lenguaje general, existen supuestos en
los cuales el derecho da a las palabras un sentido que no se encuentra en el haz
de significaciones de la palabra en el lenguaje general, sino que se le atribuye un
sentido propio, por exigencias materiales de realización de la justicia como valor
superior a realizar por el derecho o por simple cristalización histórica. Por ejemplo,
persona para el derecho puede ser el concebido y no nacido para lo que le sea
favorable y se puede extender la protección normativa frente al aborto,
considerando, por ejemplo, como en Alemania Federal, que el término persona al
concebido en su derecho a la vida. La palabra «vivienda» puede comprender en
lenguaje jurídico a las oficinas y despachos que evidentemente para el lenguaje
natural no son viviendas, y la palabra «culpa» para el derecho penal significa
acción negligente y no acción intencionada, como en el lenguaje natural. Por
ejemplo, el término «nacionalidad de origen» no significa como dice el señor Cela
en su justificación para solicitar la supresión en el artículo once número tres
«nacionalidad pretérita o renunciada» sino nacionalidad compatible con la
segunda que se adquiere. Lo que en el precepto es una norma que permite al
español, conservando la nacionalidad española (de origen) adquirir una segunda,
se convierte en la propuesta del señor Cela en un galimatías de dificil
comprensión con lo que se llega a situaciones de complicación de lenguaje
contrarias a lo que se pretendía.