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CARLOS NOGUERA: “si puedes vivir sin escribir, no escribas” Entrevista de


Daniuska González

Research · June 2002

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Daniuska González González


Playa Ancha University
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CARLOS NOGUERA: “si puedes vivir sin escribir, no escribas”

Entrevista por Daniuska González

Lo confieso: esta entrevista con el escritor Carlos Noguera podría haber sido una
oportunidad única para una discusión literaria de noche extensa con excesivo café. No
obstante –ya que no sucedió–, se coincidirá con el hecho de que sus respuestas permiten esa
polémica perdida, la fecundidad crítica de la cual carecemos desde que decidimos cambiar
lo contestatario necesario por los elogios de dos o tres “gurúes” de la literatura nacional, y
por el exiguo y a la vez obligante presupuesto del CONAC.
Actualizado lector y exigente con el trabajo de la escritura, Noguera descolocó mis
preguntas, las envolvió o soslayó en sus propias intenciones (como buen psicólogo, en
definitiva), pero el juego de su palabra hacia mis interrogaciones lo agradezco, porque sus
reflexiones constituyen un lujo frente a la ausencia en nuestro vocabulario de un verbo
imprescindible: “disentir”.

I. Juegos bajo la palabra

- Para usted, ¿qué es el acto de escribir: necesidad, en cierto momento obligación (ya
tiene cuatro novelas y dos poemarios, o sea, un camino en la literatura venezolana), o
acaso su auténtica vocación?
- Se escribe por juego y por goce. Se escribe para sustituir el mundo que nos ha tocado en
suerte. Se escribe “porque no se puede no escribir”. Se escribe por un acto de libertad que,
por paradoja, al ser desplegado nos ata de nuevo a su necesidad. Se escribe para rozar las
fronteras de la comprensión propia y del conocimiento ajeno. Se escribe por un insaciado
“anhelo de totalidad”: el asalto a un universo alternativo que al refundirse con el real, borre
las fronteras que separan el deseo del éxtasis y nos sobrepongan a la espesa limitación de la
vida que nos ha sido dada.

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- ¿Cómo se inició en la escritura?
- La verdad, escribo desde niño. Comencé redactando versos satíricos en los que me
burlaba de algunos personajes de la infancia: imitaba con ellos ciertos “juegos florales” de
los adultos de mi familia, una práctica más bien común en las festividades del pueblo, para
aquella época. Naturalmente la conciencia del oficio llegó después, con la adolescencia. Ya
en la secundaria, algunos amigos nos dimos a conformar una especie de grupo literario o
peña: discutíamos las lecturas y los poemas que escribíamos, también nos dedicábamos a
una actividad algo singular: la de anotar e interpretar nuestros sueños (¡con los libros de
Freud, Jung y Adler en el hombro!). Al ingresar a la universidad, a los 16 años, fundamos
junto a José Balza, Jorge Nunes y otros compañeros de la Facultad de Humanidades, la
revista Intento, que duró dos números y que fue la prefiguración de la revista en HAA, más
conocida que la anterior y de vida más prolongada.

- ¿Qué motivo lo llevó de la poesía a la narrativa?


- No estoy seguro de que el itinerario haya sido ése. En realidad, si usted lee el número uno
de Intento, la revista que le he mencionado, hallará un par de poemas míos, sí, pero en la
página siguiente se topara también con un cuento, “Grabación”, si recuerdo bien. Me inicié
publicando poemas al lado de relatos. Poco a poco la narrativa se me fue imponiendo. Creo
que el cuento y, sobre todo, la novela, satisfacen en mí una necesidad que la poesía no
cumple: la necesidad diegética, la pasión por la historia (con minúsculas, claro).

- Una de mis mayores satisfacciones con este dossier es la de encontrarme frente a uno
de los jurados del prestigioso Premio de Novela “Rómulo Gallegos”, y por más señas,
el más reciente. Como lo entrevisto, entonces, en plena capacidad de juzgar, dada la
cantidad de obras de escritores venezolanos que concursaron, desearía que se
atreviera a definirme críticamente el momento por el que atraviesa la novelística
nacional.
- Bien, creo que no se puede juzgar una literatura a partir de las obras que concurren a un
premio, ni siquiera si ese premio es el Gallegos. En todo caso, trato de mantenerme
informado sobre nuestra escritura, en particular nuestra narrativa. En ese sentido no me
anoto en el grupo de los pesimistas. Estimo que la novela venezolana actual disfruta de
buena salud, tanto si se la compara con su propio pasado como si la contrastamos con,

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digamos, la novela de hoy en el resto del subcontinente latinoamericano. Propongo el
siguiente ejercicio: tomemos por ejemplo la novela del postboom y hagamos una lista de
narradores venezolanos vivos (en Venezuela, debido al conocido título que sus amigos de
entonces le colgaron a Salvador Garmendia, el de “Cónsul venezolano en el boom”, la
narrativa del postboom sería la que viene después de él y de la gente del grupo Sardio).
Hagamos lo mismo con los demás países latinoamericanos: tracemos la frontera del
postboom y elaboremos las listas (media docena de nombres, como máximo, por país). Por
ejemplo, en Argentina tendríamos que comenzar con lo que viene después de Borges,
Sábato y Cortázar; es decir, Iparraguirre, Piglia, Aira, Giardinelli, etc. Sigan así con el
México posterior a Fuentes, por ejemplo, y con el resto de los países. Y, finalmente,
elaboren el elenco venezolano. Luego, comparen. Habrá al menos, ocasión para la
polémica, se los aseguro. Por supuesto excluyo de estas consideraciones al “mercado”, un
fantasma que tiene más que ver con la economía que con la literatura.

II. Historias de una Calle llamada Escritura

- La entrevista se centrará ahora en sus novelas. Completando un recorrido por sus


textos, observo cierta identificación de su escritora con el “nouveau roman”, en el
sentido en el cual lo considera el crítico Georges Raillard: descripción objetiva y
acuciosa de los ambientes, y presencia de “un narrador que muestra su propia
vacilación mientras está escribiendo”. Conversemos al respecto.
- Debo pedirle disculpas. No encuentro razones para ese parentesco que señala. Es más,
podría en este mismo momento, en un ejercicio apresurado de memoria, calcular dónde se
encuentran las páginas que alcanzarían a ser catalogadas como pertenecientes al “nouveau
roman”. Enumero; la primera página de Juegos bajo la luna (una aproximación
cinematográfica al cuerpo yacente de la muchacha) cerca de dos páginas de descripciones
brevísimas de fotografías esparcidas a lo lardo de La flor escrita, dos páginas y media del
capítulo en el cual se describe el apartamento de Arle en Historias de la Calle Lincoln,
quizás media página en Investigando los días (una descripción de un dibujo). Y más nada.
Total: seis páginas de un fajo de dos mil. ¿Hace el cálculo proporcional? Naturalmente
apelé a conciencia a la técnica de la descripción minuciosa, que no es, no hay que decirlo,

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patrimonio exclusivo de Robbe-Grillet. En cuanto a la vacilación del narrador mientras
escribe, es una herramienta que, en mi caso, he tomado prestada de muchos colegas, desde
Sterne para acá, desde Sade para acá. La estantería es ancha y ajena.

- Conociendo su procedencia de la psicología, se me ocurre preguntarle si alguna vez


ha reflexionado acerca de que la constante penetración psicológica en sus personajes
hace perder fluidez a la(s) historia(s) que narra. Coincidentemente, paso también por
este proceso con la lectura de Balza.
- Admiro a Balza, lo juzgo como un escritor muy personal, fuera de serie, pero me atrevería
a decir que en lo que escritura se refiere nos hallamos en las antípodas. Esto me parece tan
obvio que apenas le citaré un ejemplo: compare usted la primera novela de Balza (Marzo
Anterior) con la primera novela mía (Historias de la Calle Lincoln)… es difícil encontrar
dos textos más diferentes.
Debo añadir que la elaboración de un personaje (digamos la Carmen Luisa de Juegos
bajo la luna) se me hace imposible sin detenerme tanto como sea necesario en lo que usted
llama el costado psicológico; y, vamos a decirlo, para mí no hay novela legible sin
personaje recordable. Pero al mismo tiempo trato de mantenerme alejado del “ensayo” (un
recurso preciado por Kundera, por ejemplo), precisamente para evitar el peligro que usted
señala.

- En una entrevista publicada en el Papel Literario de El Nacional, en marzo de 1992,


usted considera que Historias de la Calle Lincoln (primera edición en 1971 y segunda
en 1991), responde a una “enorme tensión social, individual, con respecto al mundo en
general”. Me gustaría que esta respuesta la vinculara o la polemizara con el término
de “escritura de compromiso”.
- Vamos a inventar el agua tibia: mi compromiso es con la escritura. Ahora, uno escribe a
partir de la vida que ha llevado a cuestas, a modo que...

- Como autor de Inventando los días (1979), ¿por cuál razón recomendaría su novela
al lector venezolano de este nuevo siglo?
- Perdone, no soy yo el llamado a recomendar mis textos.

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- “Tardes de inicios sobre lluvia recostadas con lasitud sobre la memoria, cuyo recinto
de cristal deslee y revoca mis creencias”. Así comienza Inventando los días y este tono
poético se mantiene hasta el cierre: “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde
vamos?, escribió Paul, al borde de la tela, apenas iluminado por el candil, por el oleaje
turbio de la noche.” ¿No se encontrará precisamente en esa nostalgia que construye la
poesía la memoria que nos ha quedado de toda una década?
- Creo recordar que mi intención al usar un lenguaje que busca pie en la poesía, fue la de
amortiguar el duro tema que subtiende la novela: la violencia de los años setenta, época de
la lucha armada, clandestina. La nuez narrativa está formada por un conflicto de doble
atracción que tiene que ver con la dicotomía ética-estética sobre la cual se despliega el
protagonista. Si nos detenemos a mirar, el tono “poético” no es el tono del narrador
omnisciente sino el del protagonista, a quien no deja írsele la mano en su intención. Es,
pues, una novela programáticamente poética, si me excusa la expresión.

- Detengámonos en Juegos bajo la luna (1994).


Primero: ¿Por qué una fiesta (el sitio de placer por excelencia) para tejer una trama
de violencia, desgarramiento, rupturas?
- Estimo que la fiesta como ceremonia no es ajena, en la historia humana, a los dramas
humanos… por el contrario, es una ocasión propensa a los excesos, a las tragedias, a
menudo unida a la sangre. ¿Ha ido a un sarao de fin de semana en un barrio?

Segundo: A pesar del tono irónico (a veces hasta festivo) que le proporciona a sus
personajes cuando se involucran en situaciones complejas, la mirada del psicólogo se
siente en abisales, como el acecho. ¿Por qué no deslastrarse de esta vigilia autoral?
- Porque no quiero ni debo, mucho menos tratándose de un personaje que es psicóloga (o
llega a serlo), que tiene como seudónimo el de La Sigmuncita (no tengo que decirle por
quién) y quien, por añadidura, puede ser la autora imaginaria del texto. No lo considero un
lastre. Creo que como usted misma dice, el humor atenúa.

Tercero: Al igual que me ocurrió cuando leí la novela Yo soy la rumba, de Ángel
Gustavo Infante, siendo que la música tonifica hechos y actitudes, como una segunda
palabra dentro de la novela. ¿Es acaso la música el lenguaje que viene a otorgarle a la
narración otro matiz, otro espacio de intercambio con el lector?
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- Los personajes, en la primera parte de Juegos…son adolescentes: excluir la música como
elemento de referencia en ese entorno hubiese resultado un error. Sí, por momentos el
guiño hacia la música puede permitir una segunda aproximación a una escena que, de no
ser así, resultaría distinta. Pero no hay pose mítica aquí: se trata de una aceptación vital.

Cuarto: Objetivamente, ¿existe en la novela un lugar para la esperanza después de


tantos desencuentros y situaciones de frustración?
- Sí. Juegos bajo la luna suscribe aquella sabia premisa de la Tellado: la felicidad existe.

III. Inventando a Noguera

- ¿Qué representa en su trabajo como escritor su cuarta novela, La Flor Escrita, de


próxima publicación y cuyos originales ha prestado a la revista?
- La flor escrita puede ser entendida como una prima hermana de Juegos bajo la luna. Hay
en ella personajes de esta novela, al lado, por supuesto, de caracteres nuevos. Ambos libros
conforman un breve ciclo de dos momentos, aunque pueden leerse como novelas
independientes. Formalmente constituye un contrapunto de tres pulsos estilísticos
diferentes, cada uno de los cuales responde a una de las tres historias que integran el libro.
De nuevo hay una anécdota social, en dialogo con dos anécdotas íntimas. Para el oficio,
entraña una satisfacción especial: la de cerrar un ciclo (de dos novelas) cuyo germen data
de años atrás, y cuyo desarrollo en ciertos momentos, me pareció imposible.

- Cerrado entonces ese ciclo, ¿podría revelar algo del proyecto en el cual trabaja
actualmente?
- Trabajo en una novela cuyo título provisional es Voces en el espejo (el mismo, como
recordará usted, de la obra de teatro del protagonista de Juegos bajo la luna). Pero no está
relacionada con Juegos… Reaparece algún personaje de mis primeros libros, que me sirve
para cancelar algunas deudas pendientes con mis comienzos. La historia quiere tejer tres
pivotes: la locura, la literatura y la violencia social, política. El actor es, de nuevo, eros
desdoblado en pregunta.

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- ¿Tendría usted la autenticidad de abandonar la escritura si dejara de ser “juego y
placer”, según su propio criterio?
- Creo que la respuesta a la pregunta tiene que ver con esto. La escritura es, ciertamente,
juego y placer, además de las otras cosas que señalé. Profeso un credo que divulgo entre los
jóvenes de los talleres que, a veces, coordino: si puedes vivir sin escribir, no escribas.

- Como final de esta entrevista, realicemos un divertimento frente a un espejo. Usted


se sitúa ante él, observándose por completo, y me va a responder dos preguntas:
¿cómo definiría Carlos Noguera a Carlos Noguera escritor? De esa imagen literaria
construida por usted mismo, ¿qué mantendría inalterable hasta la última página que
cree como escritor?
- Primera respuesta: El uno inventa lo que el otro ama vivir.
Segunda respuesta: dejaría inalterable la tenaz felicidad con que el hombre, desdoblado en
escritor, ha acometido su dudoso oficio.

Entrevista publicada en Ateneo. Revista de Literatura y Arte 19, 2002

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