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CRISIS DEL SIGLO XIV – SUSANA BIANCHI

La crisis del feudalismo

En las últimas décadas del siglo XIII comenzaron a registrarse los primeros signos de
estancamiento. Se frenaba el movimiento de roturaciones y se observaban retrocesos: suelos
periféricos, agotados por los cultivos, paulatinamente fueron abandonados. El retroceso de la
agricultura se puede explicar, en parte, por razones climáticas – la “pequeña Edad de Hielo”, el
enfriamiento del Hemisferio Norte – pero sobre todo el estado de las técnicas que no lograban
salvar ciertos obstáculos.

La rotación trienal no permitía en zonas menos fértiles, que los suelos descansaran lo suficiente;
para aumentar el rendimiento hubiera sido necesario abonar la tierra, pero el abono era
insuficiente. Para obtener mayor cantidad de abono hubiera sido necesario aumentar la cantidad
de animales. Pero resultaba muy difícil para las comunidades rurales pequeñas, por la
imposibilidad de alimentarlos: aumentar los campos de pastura significaba reducir los campos de
cereales.

A esto se sumaban otros problemas, el desmonte intensivo determinó la falta de madera, pero
además el agua no contenida por los bosques destruyó las capas arables superficiales.
Dentro de las manufacturas, básicamente en la textil, también comenzaron a registrarse
dificultades. Es cierto que en el sector de las técnicas habían continuado desarrollándose, pero las
prescripciones de los gremios (corporaciones) muchas veces prohibían emplearlas. Estas medidas
no eran solo producto de una mentalidad conservadora, sino que atendían al carácter limitado de
sus mercados. La introducción de técnicas podía aumentar la producción generando una crisis de
sobreproducción, con la consiguiente caída de los precios.

También se detuvo la expansión hacia la periferia. Los señores alemanes detuvieron su expansión
a Lituania; en los reinos españoles, la frontera con los musulmanes se mantuvo durante dos siglos
en el reino de Granada. También el movimiento de las Cruzadas llegó a su fin después del fracaso
del efímero Imperio latino en Oriente; también se cerró la etapa de los largos viajes; juntos con los
viajes se redujo la actividad comercial: las ferias de Champagne entraban en decadencia (1300)
mientras eran reemplazadas por otras vías secundarias.

Esta reducción comercial también se vinculó con la escasez de moneda, con la falta de metálico.
Los monarcas comenzaban a recuperar su poder e intentaban levantar sus reinos. Para ello
necesitaban metálico: debían pagar a los ejércitos que se impusiesen a las autonomías feudales,
necesitaban pagar una burocracia que organizara el Estado. Para esto recurrieron en gran escala a
los préstamos, lo que provocó la crisis de varios banqueros, pero también para aumentar la masa
monetaria, los reyes comenzaron a acuñar moneda con distintas aleaciones, lo que produjo
devaluación y problemas de inflación que repercutieron en la inseguridad de las transacciones
comerciales.

Todos estos síntomas se acentuaron en el curso del siglo XIV. Sin duda, el más grave fue la
disminución de la superficie cultivada, que demostraba la fragilidad de la economía. Entre 1313 y
1317 se produjo la primera de las muchas crisis que se dieron a lo largo del siglo. Una mala
cosecha pronto se traducía en falta de alimentos y hambrunas, y una población mal alimentada
resultaba presa fácil de pestes y epidemias. Pero el problema radicaba en que el ciclo carestía –

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hambruna- epidemia se reproducía a sí mismo. En efecto, la hambruna y la peste despoblaban los
campos, no solo por el aumento de la mortandad sino por la huida de los campesinos hacia las
ciudades, generalmente mejor abastecidas por las políticas comunales. El resultado era la falta de
mano de obra para las tareas rurales, una nueva mala cosecha, carestía, hambruna y epidemia.

A mediados de siglo, la Guerra de los Cien Años (1339 – 1453 Francia/ Inglaterra) acentuó la crisis
agrícola, sobre todo en los campos franceses. Los incendios y las depredaciones que las caballadas
inglesas infligían en los campesinos y sus sembrados provocaron más muertes que las mismas
acciones bélicas.

En 1348, llegaba la Peste Negra. Era la peste bubónica, de origen asiático, transmitida por las
pulgas de las ratas que comenzó a propagarse desde los puertos del Mediterráneo, y que al caer
sobre una población profundamente debilitada por hambrunas y epidemias causó verdaderos
estragos. En ese año, la Peste Negra llegaba a Italia y a Francia; en 1349, alcanzaba Inglaterra y
Alemania; en 1350, a los países escandinavos. La población europea quedaba reducida a sus dos
terceras partes. La caída demográfica solo pudo recuperarse en el siglo XVI.

Pero la crisis del siglo XIV fue fundamentalmente la crisis de la estructura feudal. Las nuevas
tácticas de guerra conmovieron la función guerrera de la nobleza feudal, a caballo y con pesadas
armaduras. Su poder se vio debilitado fundamentalmente por las crisis de la agricultura y la huida
de los campesinos: la caída de la producción significaba la disminución de las rentas.

El abandono de los campos de cultivo posibilitó la extensión de las pasturas y de la ganadería,


sobre todo ovina, que transformaron a España e Inglaterra en los grandes productores lanares
para las manufacturas europeas. Pero también la existencia de tierras que habían quedado
vacantes permitió apropiarse de ellas a algunos campesinos que vieron mejorar su situación. Esto
condujo a la formación de una clase de medianos y pequeños propietarios libres, que ya no
dependían de ningún señor, sino que se vinculaban directamente con el mercado. Algunos de ellos
acuñaron fortuna, campesinos ricos que aspiraron a tener alguna participación en la
administración política. Estos nuevos propietarios ya no podían invocar antiguos derechos
consuetudinarios sobre los campesinos, por lo tanto, para explotar la tierra debió contratar mano
de obra asalariada o, más frecuentemente, arrendar sus tierras a campesinos libres. Esto
significaba la disminución de la servidumbre y, por lo tanto, la base del orden feudal.

La crisis se sintió dentro de la manufacturas. Afectó la producción suntuaria, de alto costo y de alta
calidad, controlada por los gremios, que entró en crisis por la falta de moneda y por la restricción
de sus reducidos mercados. Sin embargo, esto también abrió la posibilidad de otras
transformaciones. Algunos comerciantes, para escapar de la rigidez de las corporaciones urbanas,
comenzaron a aprovechar la larga tradición textil campesina. Estos comerciantes compraban la
materia prima y la entregaban a los campesinos que realizaban el tejido con sus instrumentos
propios, luego el comerciante recogía el producto terminado, pagando por la cantidad producida,
y se encargaba de su comercialización. Comenzaban a desarrollarse así las manufacturas
domésticas rurales. Si bien el acabado y el teñido de los tejidos se efectuaba en las ciudades,
dentro del ámbito de las corporaciones, muchas veces los gremios de tejedores urbanos vieron en
las manufacturas domésticas una fuerte competencia. A pesar de esto, la nueva forma de
producción manufacturera se extendió ampliamente, sobre todo en las zonas de actividad
ganadera, como un complemento de las tareas rurales. Esta nueva producción textil era de más
baja calidad que los antiguos paños, pero tuvo amplia acogida entre la burguesía y los sectores

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más ricos que ya dejaban de hilar y tejer. Además de los textiles, con el mismo sistema
comenzaron a producirse cuchillos, clavos y objetos de madera. En síntesis, como consecuencia de
las crisis tanto la agricultura como las manufacturas sufrieron importantes transformaciones que
pusieron en jaque los pilares del antiguo orden social.

La crisis del antiguo orden social también implicó profundos conflictos sociales. En primer lugar,
los movimientos campesinos. La inquietud en el ámbito rural se había expresado en la huida de los
campos, y muchas veces esta inquietud tomó la forma de marginalidad y vagabundeo, o incluso de
estallidos desesperados, violentos y cortos. Pero hubo también movimientos de mayor
envergadura que expresaron las dificultades de reacomodamiento, derivadas de los cambios que
se estaban viviendo (Jacquerie francesa de 1358). Estos movimientos no fueron resultado de una
miseria exacerbada sino la reacción de campesinos medios en la medida que constituían el marco
de su vida social . En este sentido, estos movimientos, aún sin demasiada organización no
objetivos precisos, reflejaban las transformaciones que se estaban produciendo en la estructura
de la sociedad.

También la época fue propicia para los movimientos urbanos. Desde fines del siglo XIII y a lo largo
del siglo XIV, se ampliaron los movimientos en contra del poder político de las oligarquías urbanas.
Pero también apareció un nuevo tipo de movimiento que marcaba la crisis de las antiguas
corporaciones. Se comenzaban a invocar el derecho al trabajo y problemas vinculados a contratos
y salarios. Los movimientos urbanos – como los rurales- fueron duramente reprimidos pero
también permitían percibir la quiebra de las antiguas formas corporativas.

Muchos de estos movimientos estuvieron revestidos de ideas religiosas. Si la religión era el


sistema cultural e ideológico de toda la sociedad, también la protesta asumía lenguaje y formas
religiosas. Los movimientos religiosos que estallaron en el siglo XIV fueron movimientos heréticos
e igualitarios y estaban señalando la crisis de la conciencia cristiana colectiva. Y esto se vinculaba
también con el profundo impacto que la crisis producía sobre las mentalidades. La presencia
constante de la muerte, sobre todo durante la Peste Negra que diezmó la población europea,
transformaba la imagen de Dios (de paternal pasó a ser el Dios vengativo, el Dios de la ira). Pero
también transformaba la misma idea de muerte. Si antes la muerte era representada como un
ángel, como un tránsito indoloro, a partir de 1350, comenzó a representarse como un ser
cadavérico armado que causaba estragos a su alrededor. La muerte fue personificada como un
poder autónomo, independiente a Dios, que podía actuar arbitrariamente por propia iniciativa.

Ante la idea de la arbitrariedad de la muerte surgieron entonces actitudes polarizadas. Unos


procuraron salvar el alma, asumiendo una religiosidad más pura que permitía prepararse para la
muerte. Y a esta idea de purificación alimentó a los movimientos heréticos. Pero también, la
cercanía de la muerte reforzó las actitudes hedonistas (placer sensorial e inmediato). Ante lo
efímero de la vida, se valoró el goce y el erotismo.

En síntesis, si bien la cristiandad continuaba siendo presentada como un todo armónico y el


cristianismo seguía siendo el sistema cultural e ideológico de toda la sociedad, la crisis del siglo XIV
comenzó a manifestar las rupturas. En primer lugar, la crítica al sistema eclesiástico y a lo que se
consideraban “falsos” valores religiosos anunciaba la ruptura que implicó la Reforma del siglo XVI.
Además comenzaba a conformarse con más vigor una cultura “laica” que ponía su acento en la
razón. Es cierto que los herejes fueron condenados y que muchos intelectuales fueron perseguidos
y encarcelados. Incluso , el Obispo de París condenó una seria de proposiciones a Tomás de

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Aquino donde se distinguía la fe de la razón para unirlas después en una relación necesaria. Sin
embargo, el movimiento continuó para culminar en la constitución de una cultura laica que tendrá
su primera expresión en el Humanismo de los siglos XV y XVI.

Ciudades y monarquías

El efecto más notable de la crisis del siglo XIV fue el crecimiento de las ciudades. La multiplicación
de barrios nuevos, adosados a las ciudades, provocó una brusca dilatación del espacio urbano.
Esta ampliación quedó registrada en la construcción de nuevas murallas: la mayoría de ellas se
levantaron entre 1300 y 1380. Eran ciudades también donde la preocupación por la apariencia
resultaba más notable. Las disposiciones municipales buscaban el decoro – ordenaban la limpieza
de las inmundicias, procuraban que los carniceros coloquen sus mataderos fuera de las murallas –
al mismo tiempo que las casas burguesas aparecían nuevos adornos. Era una ciudad –
heterogénea socialmente- donde claramente los más ricos imponían un “orden burgués”.

Se vinculaba cada vez más con el campo. En efecto, la quiebra de los marcos señoriales permitió a
la ciudad extender el dominio sobre su entorno. Los burgueses ricos acentuaron las inversiones
rurales, pero eran hombres que no estaban acostumbrados a las tareas agrícolas, por lo tanto,
arrendaban las tierras o las explotaban con la ayuda de un administrador. Lo significativo era tal
vez el cambio de actitud: la búsqueda permanente del lucro, expresada en dinero que se
transformaba en la medida del poder.

También se recortaron cada vez con mayor claridad nuevos grupos sociales, reclutados de las filas
burguesas: los juristas – hombres de leyes-, o los nuevos funcionarios al servicio de la
administración. La presencia de éstos, como la de los jefes de las bandas de guerreros mercenarios
que actuaban mediante un contrato o se vinculaba estrechamente con las modificaciones que se
estaban produciendo dentro de las monarquías. Indudablemente, la debilidad de los señores
feudales permitía el mayor fortalecimiento de las monarquías, la consolidación de esas entidades
territoriales que constituían los reinos. La prueba más notable la constituyó tal vez la Guerra de los
Cien Años que iniciada en 1339 como una lucha entre señores feudales culminó a mediados del
siglo XV como una lucha entre monarquías. En síntesis, la profesionalización de la guerra, la
aparición de sistemas fiscales, la validación de la política y la administración como una ocupación
sentó las bases del poder de los reyes y de la formación de los nuevos estados.

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