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En la cita bíblica apenas empleada, el autor sagrado exhorta a quien sirve al Señor
estar alerta ante la tentativa como una experiencia casi inminente por la que debe pasar.
Cuando la calamidad llegue, no podría tomarlo por sorpresa, puesto quien ha seguido las
circunspecciones de la Palabra sabe que aquélla en algún inoportuno momento arribará.
Son cuatro las virtudes que se nos propone cultivar: 1) Fortalecer la voluntad para
tener el debido control de decidir libremente entre el bien o el mal; 2) ser valientes, para
asumir las responsabilidades del servicio con entereza, llevarlas a feliz término y no
caducar cuando el miedo de seguir nos embista; 3) aferrarse al Señor, como el niño que
ante la oscuridad de la noche se sujeta a su madre para solicitar protección; y, 4) tener
paciencia, cuando las cosas no salen como se planifican o no se obtienen los resultados
esperados, y en medio del sufrimiento hace que se pueda santificar el alma, como lo diría
San Juan Bosco: «lo que santifica no es el sufrimiento, sino la paciencia»2.
1
Santa Biblia, Dios habla hoy, Con Deuterocanónicos, Sociedades Bíblicas Unidas, Eclo. 2,1-5.
2
«MENSAJES DE EL RECTOR MAYOR EN EL BOLETÍN SALESIANO JULIO 2013»
http://www.templodonbosco.org.ve/rotacion-home/171-lo-que-santifica-no-es-el-sufrimiento-sino-la-
paciencia.html
3
Esa era la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte: «cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y
ora a tu Padre en secreto» (Mt. 6,6). Ese «en secreto» nos lleva a pensar en un diálogo privado, íntimo, sólo
con el Padre. Es una conexión de tú a tú con Él.
4
Así como en las primeras comunidades cristianas, la Fracción del Pan era frecuente y vital para alimentar,
no sólo el alma, sino también las relaciones fraternales con los demás (Cf. Hech. 2,46).
dando a conocer a los demás al mismo Cristo y la autenticidad de su Iglesia, cual humana y
divina, activa y contemplativa5.
Ese conservar implica una «[…] participación plena, consciente y activa en las
celebraciones litúrgicas […]»7 para darle sentido a todo lo que hacemos en ellas, es decir,
debemos vivir con esmero y con un corazón encendido cada uno de los gestos, signos y
símbolos, posturas y actitudes litúrgicas, para que todos estos elementos visibles, cuales
tienen connotaciones invisibles, tengan un verdadero impacto en nuestro yo interior. Tal fue
la experiencia de los discípulos de Emaús: « ─¿No es verdad que el corazón nos ardía en el
pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?»8.
Como aquellos discípulos, los catequistas debemos ser los primeros testigos de ese
Cristo Resucitado presente en la Liturgia para luego poder dar testimonio de Él. Siendo así,
nuestro testimonio será sincero y transparente, porque nace de nuestra propia experiencia
personal y comunitaria y no porque lo hayamos aprendido del testimonio de terceros o
vacuamente a través de textos. Es tamaña la responsabilidad que tenemos como maestros de
la fe, pues primero debemos nutrirnos para enseñar luego a los demás 9, y llevar a nuestros
catequizandos también a la misma fuente espiritual de la que nosotros hemos bebido10.
5
Cf. Constitución Sacrosanctum Concilium (SC), Sobre la Sagrada Liturgia, n. 2.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_const_19631204_sacrosanctum-concilium_sp.html
6
Ibíd., n. 10.
7
Ibíd., n. 14.
8
Lc. 24,32.
9
Eso fue incluso lo que hizo el mismo San Pablo: «Porque yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que
yo a mi vez les transmití» I Cor. 11,23.
10
En este orden, «el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en
intimidad con Jesucristo» S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (CT), 1979, n. 5
http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_16101979_catechesi-
tradendae.htmln
litúrgica y sacramental»11, por lo que no se podría separar la enseñanza de la que hemos
hablado con la vivencia de toda la actividad litúrgica.
La Iglesia, leyendo los signos de los tiempos, siempre busca llevar el mensaje
evangélico a los hombres de toda época, por lo cual este siglo que estamos viviendo no
puede ser la excepción. Hoy debemos agotar las herramientas que estén a nuestro alcance
para hacer calar efectivamente la Buena Noticia en nuestros catequizandos, de esta manera,
«[…] la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un cierto alargamiento
de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el
empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje»12.
A ese deseo de hacer más eficaz el mensaje del Evangelio, debe estar aunado
intrínsecamente el valor de la organización y el orden. Cristo que por amor, quiso extender
a los hombres de todos los tiempos la obra redentora que Él mismo había iniciado, fundó la
Iglesia como sacramento de salvación a la que le dio estructura y forma para garantizar su
tarea. Por ello, en medio de la multitud de discípulos que lo seguía, llamó a 12 hombres a
quienes les dio el nombre de apóstoles15, puso a Pedro por cabeza visible16 y el colegio
apostólico pronto reconoció en él su primado como jefe del grupo17; escogió también a
otros discípulos y los envió a predicar de dos en dos con instrucciones específicas 18. Más
11
Ibíd., n. 23.
12
Ibíd., n. 17.
13
Iden.
14
Cf. Ibíd., n. 55.
15
Cf. Lc. 6,12-16.
16
Cf. Mt. 16,18-19.
17
Cf. Jn. 20,3-8; Hech. 2, 14.
18
Cf. Lc. 10,1-12.
tarde, cada vez que surgían conflictos en las comunidades primitivas, los líderes se reunían
con las autoridades de la Iglesia en Jerusalén para darles solución19.
Es así como la Iglesia desde sus umbrales ha sido una institución de serio orden por
disposición de su divino fundador. Por ello la catequesis, como tarea capital de la Iglesia y
parte de ella, también está impregnada de ese carácter armónico, sistemático y estructurado
que exige que el catequista responda a tal condición, transmitiendo fielmente la Buena
Nueva en comunión con toda la doctrina de la Iglesia20.
debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita
llegar a un fin preciso;
una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas ni
transformarse en investigación teológica o en exégesis científica;
una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del
misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma;
una iniciación cristiana integral abierta a todas las esferas de la vida cristiana 21.
Si queremos servir a Cristo a través de esta tarea, es loable que lo hagamos dando lo
mejor de sí, siendo planificados, ordenados, no improvisando; porque sería un acto de
irresponsabilidad ante tan magno mensaje que estamos proclamando.
La catequesis es una experiencia que acompaña a cada cristiano en todas las etapas
de su vida. Desde párvulo recibe en su hogar, de sus padres, un primer mensaje
rudimentario de un Padre bueno a quien aprende a dirigir su corazón. Expeditamente
19
Cf. Hech. 15,1-2.
20
Por lo tanto: «a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección en el
depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima menos importante o para enseñar lo uno y
rechazar lo otro» S.S. Juan Pablo II, CT, n. 30.
21
CT, n. 21.
22
Ibíd., n. 27.
llegará el momento de ofrecerle una catequesis elemental que: le revelen los principales
misterios de la fe y sus repercusiones en la vida moral y religiosa, lo introduzcan en la vida
de la Iglesia y que lo preparen para la recepción de los sacramentos. Más adelante entrará a
jugar la etapa de la adolescencia y la pubertad23. Período lleno de eventualidades que debe
abordar la catequesis sin dejar de lado sus aspectos más contingentes en la cual patrocina
un estado crucial, siempre y cuando sea capaz de orientar al adolescente en la exploración
de sí mismo, en el diálogo con los otros, en su fe, amor y sexualidad24.
El catequista por tanto, debe ser un individuo versátil, capaz de adaptar el Evangelio
al lenguaje propio de todas las edades, «[…] a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo
en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los
intelectuales, de los hombres de ciencia»25. Es muy grave su compromiso, porque amerita
dar lo mejor de sí, implicando formarse continuamente, cebar su espiritualidad, asumir un
estricto orden y organización pero siempre abierto a las eventualidades. Ser perennemente
consciente de su pertenencia a la Iglesia, que en cada espacio y tiempo es Iglesia, que
cuando predica debe hacerlo hace como Iglesia y en comunión con ella, apostando por lo
mejor y dando lo mejor.
Sería interesante consumar estas reflexiones con unas palabras de San Juan Pablo II
para tenerlas presentes: «El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de
hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y
humildemente felices en su fe»26.
Juan Hernández.
23
S.S. Juan Pablo II señala que esta etapa «Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio
mundo interior […]. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas
angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo»
Ibíd., n. 38.
24
Cf. Ibíd., nn. 36-38.
25
Ibíd., n. 59.
26
Ibíd., n. 61.