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Repensando
ISSN: 2340-6283
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Valentin Clavé-Mercier
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Resumen
Este artículo pretende revisitar los conceptos lefebvrianos de “ciudad” y “derecho a la ciudad”
para poder entender toda la complejidad de esta reivindicación. Poniendo en relación a Henri
Lefebvre con otros autores, demostraremos que el “derecho a la ciudad” es mucho más que un
reconocimiento positivo-legal del acceso individualizado a los recursos urbanos otorgado por
las instituciones políticas. El estudio de las categorías lefebvrianas nos permitirá contrastar y
revertir algunas aceptaciones posteriores del término que se alejan de la definición puramente
lefebvriana, transformándola, limitándola y en numerosas ocasiones desnaturalizándola. Para
cuestionarlas, este artículo articula un análisis conceptual exhaustivo de unos términos hoy en
día muy replicados y transformados. Afirmará finalmente que el “derecho a la ciudad” es un
proyecto activo de cambio de modelo de vida urbana basado en un proceso colectivo,
conflictivo y sumamente político de inversión de la dialéctica imperante entre valor de uso y
valor de cambio.
1. Introducción
No podemos hablar aquí de actualidad del “derecho a la ciudad” sin mencionar al continente
americano, donde el término y los intentos de puesta en práctica están actuando como
revulsivo desde principios de los años 2000. Aunque desde una consideración diferente a la
puramente lefebvriana, fue impulsado allí por numerosas asociaciones de vecinos y
organizaciones no gubernamentales y siempre se encontró ligado con temas
medioambientales, de democracia directa o de participación ciudadana. (Marcuse, 2011;
Paquot, 2011) Ejemplos concretos de estas realidades son el Estatuto de la Ciudad
acercándose al derecho a la ciudad en Brasil en 2001 o la creación de la Right to the City
Alliance en el Foro Social de Atlanta de 2007. Estas realidades, sumadas a muchas otras
luchas políticas como las que se oponen a los procesos de gentrificación, son síntomas de una
preocupación creciente por los temas urbanos por parte de los llamados “nuevos movimientos
sociales”. Pero también son el reflejo de la conciencia por parte de muchos de que la ciudad
representa cada vez más “el punto de colisión masiva” (Harvey, 2008: 39) entre unas clases en
creciente diferenciación y por ende en conflicto. La ciudad aparece como escenario
privilegiado de la lucha política y de la lucha por el poder político en nuestra época
postmoderna, lo cual hace del derecho a la ciudad - entendido como proyecto revolucionario -
una herramienta imprescindible para todo aquel que desea cambiar el modelo social
imperante.
Siguiendo con esa idea central, Lefebvre presenta una visión rompedora del concepto de
ciudad en donde la producción material no es lo más importante, sino la vertiente social que se
desprende de la misma. La ciudad es un objeto, pero no de manera instrumental, no se puede
manejar cual simple herramienta, sino que su realidad objetiva se acerca más a la de un
lenguaje. Basándose en la teoría lingüística de Hjelmslev, Lefebvre presenta a la ciudad como
un lenguaje disponible para varios actores - entre los cuales sus habitantes – y que acaban
modificando para crear su propia lengua. Al igual que para la formación de los idiomas, cada
sociedad selecciona los elementos que le parecen adecuados para la conformación de su
ciudad dentro del continuum amorfo de posibles disponibles (Hjelmslev, 1980). El análisis
semiológico de la ciudad recorre gran parte de la obra lefebvriana y acaba presentándose bajo
la forma de tres niveles que son el lenguaje urbano, la lengua de la ciudad y el habla de la
ciudad. Añade finalmente un cuarto plano específico que será aquí de especial interés: la
escritura de la ciudad (Lefebvre, 1968: 62). La ciudad no es sólo un lenguaje sino que
encuentra toda su realización en que es también una escritura, un texto, que escribe y
prescribe a la vez. La ciudad se escribe en su vertiente espacial decidiendo cómo va a ser,
cómo se ordena, y también en su vertiente social decidiendo cuál va a ser su contenido. Pero
de esta escritura desemboca una prescripción: las posibilidades y las limitaciones del hacer
están contenidas en la propia forma que adopta el espacio urbano (Lefebvre, 1968: 62). La
disposición material y espacial condicionará necesariamente los usos, los modos de vida, las
relaciones sociales que estarán presentes en nuestras ciudades.
Por lo tanto el propio Lefebvre advierte sobre la posible confusión entre lo que denominará
“realidad presente” y “realidad social”. Estos términos conforman la dualidad morfológica de
la ciudad y están en constante relación dialéctica. De este proceso dialéctico central en la
teoría lefebvriana resultarán choques y enfrentamientos que irán conformando la realidad
denominada como “ciudad”. El propio autor propone entonces una diferenciación teórica
basada en dos términos ligados pero distintos: “ciudad” y “urbano”. “Quizás deberíamos
introducir aquí una distinción entre la ciudad, realidad presente, inmediata, dato práctico-
sensible, arquitectural – y por otra parte lo urbano, realidad social compuesta por relaciones
que concebir, que construir o reconstruir por el pensamiento.” (Lefebvre, 1968: 47) Este
movimiento escondido, dialéctico y conflictual entre el contenido y la forma de la ciudad
representará de forma resumida la gran problemática urbana a la que el derecho a la ciudad
intentará responder.
Cuando Lefebvre se aventura a proponer una definición de lo que entiende por “ciudad”, no lo
hace sin antes advertir de sus numerosas lagunas y limitaciones, dada la complejidad del
fenómeno estudiado: “ciudad como proyección de la sociedad sobre el terreno, es decir no
solo sobre el sitio sensible pero sobre el plano específico, percibido y concebido por el
pensamiento, que determina la ciudad y lo urbano.” (1968: 54) La ciudad es entonces el nivel
intermediario en la conceptualización social lefebvriana dividida en tres niveles de realidad:
procesos globales, ciudad y relaciones de inmediatez. Es un grupo de grupos organizado
material y socialmente alrededor de instituciones propias, servicios y problemas concretos,
con sus niveles específicos de información y decisión. Pero también es mediación entre el
“nivel más elevado” presente físicamente en la ciudad como puede ser el orden político, y el
“nivel ecológico” resguardado en y por la ciudad para el cual el habitar es lo primordial.
(Lefebvre, 1968: 58-59)
Pero estos ataques no son las únicas tensiones que sufrió la “ciudad tradicional” tal y como la
conocimos. Estando situada en ese eslabón intermediario, acabó explotando por una doble
presión por arriba y por abajo. A lo largo del siglo XX, la necesidad de resolver el problema
creciente de la vivienda por una parte, y de organizar social y espacialmente una industria en
constante crecimiento por otra, condujeron a una crisis de la ciudad. Con el advenimiento del
capitalismo competitivo, la crisis teórica y práctica de la ciudad se evidenció: yacía como un
concepto desfasado y una práctica moribunda. Lefebvre asistía a un contexto de explosión-
implosión de la ciudad: tanto en su vertiente espacial como social, la ciudad tradicional era
incapaz de resolver problemas apremiantes en su organización interna y además se veía sujeta
a fuerzas externas potentes (como fueron el cambio de modelo productivo, la globalización…)
que la estiraron en varias direcciones a veces incluso contradictorias. La realidad espacial y
social de la ciudad tradicional se diluyó en la nueva forma del “tejido urbano” y se
deterioraron sus centros urbanos. (Lefebvre, 1968: 8, 43)
Ese “tejido urbano” pasó a ser la unidad de análisis básica para Lefebvre: un ecosistema
desarrollado alrededor de una o varias ciudades resultado del despoblamiento y la
“descampesinación” de los pueblos, de la peri-urbanización y de la extensión de las redes y de
los modos de hábitat de la ciudad. La ciudad actual ya no es “tradicional”, separada del campo
para dominarlo, ni es una nueva Megalópolis totalmente independiente. Las ciudades son
ahora policéntricas, con centralidades renovadas, cambiantes y móviles. (Lefebvre, 1968: 67-
68) La expansión de la ciudad fue la causa de su propio fin. Las sociedades denominadas
“desarrolladas” llegaron a un punto en el que la ordenación del territorio ligada a la
planificación de un nuevo modelo de producción cada vez más intensivo y la expansión de la
urbanización como respuesta al problema de la vivienda produjeron la explosión de la ciudad
en su forma tradicional. Ese es, para Lefebvre, el punto crítico alrededor del cual estructura su
teoría del derecho a la ciudad. La ciudad tal y como la conocíamos e imaginábamos está
desapareciendo: esto es incontestable para la teoría lefebvriana pero no es negativo. Lo
importante, lo clave, es cómo reaccionaremos ante el punto crítico, cómo reinventaremos la
ciudad.
Si la ciudad tradicional ya no existe tenemos que releer la realidad que ahora es la ciudad.
Esta es una propuesta lefebvriana muchas veces olvidada: reconsiderar la ciudad, cambiar lo
que entendemos por “ciudad” dada su evolución histórica. Una de las grandes aportaciones de
Lefebvre a la relectura de la ciudad es la evolución de la dicotomía campo-ciudad.
Observamos que teorizó un desplazamiento de esa oposición hacia una dicotomía de
urbanidad-ruralidad. Es un desplazamiento y no una desaparición: afirmó que no era
concebible la desaparición de tal oposición dadas las divisiones todavía no superadas (sean
entre naturaleza y sociedad, entre lo material y lo intelectual, la división del trabajo)
(Lefebvre, 1968). Por lo tanto, la relación evolucionó y la dominación antigua de una ciudad
sobre el campo aledaño pasó a una fórmula más sutil: transformándose la ciudad en centro de
decisión y reunión para toda la población, sea esa rural o urbanita, y gracias a la penetración
de los modos de vida urbana en la cotidianidad campesina (organización social, gestión del
tiempo, valores, comportamientos...). Proponiendo una nueva lectura de lo que es “ciudad”
presentó un nuevo concepto para solucionar y superar la oposición campo-ciudad: “lo
urbano”. Lefebvre propuso esta conceptualización para subrayar la influencia de la ciudad y
de sus modos de vida incluso fuera de su territorio, más allá de sus propios límites. También
encontramos mucho el uso lefebvriano de “vida urbana” para referirse a la misma situación,
en la cual muchas personas residen fuera de las ciudades pero viven aun así en un “urbano
disperso” (Paquot, 2011: 6).
La ciudad tradicional ha explotado por culpa de las tensiones a las cuales se veía sujeta. Lo
urbano es un objeto virtual, un objetivo en constante evolución y movimiento que nos
permitiría superar la crisis de la ciudad. Lo segundo no se puede entender ni concebir sin lo
primero, pero la pregunta ahora es ¿cómo releer la ciudad para poder alcanzar ese objetivo?
Para lograr transformar la ciudad el primer paso parece ser según Lefebvre el desarrollo de
una nueva filosofía global de la ciudad. Este es un punto sumamente importante en su
planteamiento: la ciudad y lo urbano son proyectos de una reconstrucción sintética, no se
pueden alcanzar a través del pensamiento analítico parcelario que solo proyecta una sombra,
un espectro de la ciudad. La síntesis es entonces la herramienta teórica necesaria para
reconstruir la ciudad, pero no puede ser una simple combinación de análisis “espectrales” del
fenómeno urbano sino que se debe fundamentar en una práctica, debe beber de la praxis de la
ciudad. “La ciudad no es solo lenguaje, sino una práctica.” (Lefebvre, 1968: 92) La
centralidad tradicional de la ciudad, basada en su concepción como obra y predominancia del
disfrute del espacio urbano, ha sido ampliamente degradada pero no ha desaparecido. El
objetivo lefebvriano es entonces la reconstrucción de esta centralidad, “la concentración de lo
que se da dispersado, disociado, separado, y esto en la forma de la simultaneidad y de los
encuentros.” (Lefebvre, 1968: 92) La ciudad vive desde hace décadas un desmantelamiento
tanto en su teoría como en su práctica. Se analiza desde diferentes especialidades científicas
sectoriales que no se tienen en cuenta las unas a las otras y no se conjugan en una filosofía de
la ciudad totalizadora. El fenómeno urbano es demasiado complejo y relacional como para
poder entenderlo desde lo parcelar. En cuanto a la práctica urbana, la segregación es un
fenómeno creciente, la ciudad ya no está pensada como lugar de encuentro si no es de
mercaderes o mercancías. La ciudad, sus espacios y sus tiempos están diseñados para separar
y dislocar al conjunto pensante y actuante que podrían llegar a ser sus habitantes. Esta fusión
de una filosofía y de una práctica renovadas, orientada hacia la reconstrucción de una ciudad y
una centralidad mejoradas, es el derecho a la ciudad lefebvriano.
Como vimos, el derecho a la ciudad se inscribe en un proceso de cambio social global que
traspasa por mucho los límites físicos de la que fue la ciudad tradicional. Entendiendo muchas
veces la ciudad como abreviación de la sociedad, Lefebvre la presenta como el escenario en el
que desarrollar esa exigencia revolucionaria de cambio social. “Si se quiere sobrepasar el
mercado, la ley del valor de cambio, el dinero y el beneficio, ¿no tendríamos que definir el
lugar de esta posibilidad: la sociedad urbana, la ciudad como valor de uso?” (1968: 72) Frente
a un espacio urbano atacado, deteriorado y destruido por una gestión mercantilizada y
mercantilizadora, Lefebvre presenta el derecho a la ciudad como una llamada a la
reconstrucción del tipo ideal de ciudad fundamentalmente contrario al actual. “La ciudad
futura, si bien conseguimos esbozar sus contornos, se definiría bastante bien imaginando
revertir la situación actual, empujando hasta los límites esta imagen inversa del mundo al
revés.” (1968: 123)
Como vimos, la ciudad para Lefebvre es el terreno de reificación de unas luchas, de unas
desigualdades sociales. En efecto, unas élites se encuentran con el total dominio del espacio
urbano y lo diseñan a su conveniencia. La herramienta clave de esta dominación no es tanto su
dominio del espacio, sino que controlen el tiempo y definan así los horarios de la
cotidianidad. Poseer el tiempo desemboca en controlar el espacio por mera consecuencia o
resultado. Ambos dominios se ven usados para organizar la ciudad en base a las reglas de la
segregación. Lefebvre hace de la existencia de este proceso una cuestión clave en el espacio
urbano. Esta segregación responde a una estrategia de clase clara aunque no concertada,
uniforme ni constante (Lefebvre, 1968: 110). Aun así no hay duda de que ese fenómeno sea
real y responda por una parte a la predominancia del pensamiento analítico que tiende a
separar y recortar todas las realidades, y por otra a razones socio-políticas directamente
ligadas a las divisiones de clase. La herramienta de la segregación se ve movilizada tanto por
el Estado como por las empresas que buscan de esa manera destruir lo urbano para hacerse
con sus funciones. Estas fuerzas sociales y políticas esconden su segregación tras un
urbanismo supuestamente racional pese a ser verdaderamente parte de una estrategia de
destrucción de la ciudad misma. “Estas cohibiciones reales, la ideología las hace pasar por
racionales. Tal racionalidad no tiene nada de inofensivo.” (Lefebvre, 1968: 80)
Una vez más, la ciudad se encuentra por lo tanto profundamente dividida. Por una parte unas
élites conforman la ciudad sin habitarla, buscando principalmente su deterioro o incluso su
destrucción. Por otra, encontramos a una clase obrera anclada en la cotidianidad, con muy
poco poder y recursos de cambio, víctima de una segregación omnipresente. Frente a una
estrategia global de dominación y explotación, de definición del ciudadano como mero
productor y consumidor de productos y espacios, fundamentada en un pretendido
racionalismo urbanista, la clase trabajadora aparece potencialmente como el actor central del
cambio urbano. Por el mismo hecho de ser quien sufre las consecuencias de una gestión
mercantilizada del espacio urbano y quien padece la segregación y el peso de la cotidianidad,
el derecho a la ciudad “representa para ella a la vez un medio y un objetivo, un camino y un
horizonte…” (Lefebvre, 1968: 133) Su caracterización de clase segregada, expulsada cada vez
más de las ciudades, privada de toda forma de vida urbana existente o ideal, hace que la clase
trabajadora se encuentre directamente confrontada a la problemática urbana. Frente a este
problema político, el derecho a la ciudad aparece como herramienta revolucionaria de
superación de la situación urbana actual. Éste será por lo tanto un proceso común llevado a
cabo por un actor colectivo. Luchando contra la avanzada del individualismo y de la
destrucción de las formas de acción colectivas, el derecho a la ciudad se afirma como un
derecho común porque necesitado de un poder político transformador. El actor central de su
movilización será el que más sufre de la destrucción del valor de uso: la clase trabajadora.
Pero no actuará en busca de la realización de unos intereses grupales y restringidos, sino que
su objetivo final es la implantación de un modelo social mejorado. (Lefebvre, 1968: 108)
La cuestión que ahora se plantea es ¿cómo puede ese actor colectivo exigir, alcanzar y reificar
el derecho a la ciudad? Sobre este punto Lefebvre es sumamente nítido: el derecho a la ciudad
tiene que basarse en una renovación teórica acerca del entendimiento del espacio urbano, pero
no puede limitarse a ello. El derecho a la ciudad es ante todo una praxis. Vimos como la
ciudad lefebvriana es un texto social, pero es un documento muerto si no se vive, si no se
disfruta, si no se transforma. El derecho a la ciudad es el advenimiento de una nueva práctica
social y espacial que transforme el escenario que es la ciudad, que la mantenga viva. A través
de esa nueva praxis se podrá conseguir la vuelta del valor de uso como valor urbano
predominante. Gracias a ella se diseñará la nueva ciudad, las nuevas relaciones sociales, el
nuevo hombre urbano, en resumen la sociedad urbana – entendida como modelo social ideal
para Lefebvre. Los especialistas aquí no tienen cabida, lo imprescindible siendo las
propuestas, experiencias, lecciones extraídas por los habitantes de su propia condición
cotidiana en el espacio urbano. Lo señala Paquot: el derecho a la ciudad siempre está ligado a
una “fuerte demanda de democracia participativa, de autogestión local.” (2011: 5) Persigue la
reconstrucción de otra esfera pública - centrada en la participación y la integración - , la
creación de otro espacio social que beneficie efectivamente al común.
Finalmente, ¿en qué consiste este nuevo modelo urbano y social ideal en la conceptualización
lefebvriana? Según el autor, la conciencia de la ciudad y de la realidad urbana está
desapareciendo por culpa de la destrucción urbana que persiguen muchos actores. Es
precisamente en ese vacío, en esa ausencia que se tiene que desarrollar la sociedad urbana, el
nuevo tipo ideal de organización social. Para Lefebvre, seguir con el desarrollo de nuestra
sociedad solo es posible a través de la vida urbana y realizando el ideal de la sociedad urbana.
“El valor de uso subordinado al valor de cambio durante siglos, puede retomar la cabeza.
¿Cómo? Por y en la sociedad urbana, partiendo de esta realidad que todavía resiste y conserva
para nosotros la imagen del valor de uso: la ciudad.” (1968: 118) Para ello es imprescindible
prospectar las necesidades sociales de nuestra época, anteponer la planificación social a la
económica, repensar una ciencia de la ciudad y organizar una fuerza social y política capaz de
hacerse cargo de este proceso. Esto es la realización del derecho a la ciudad. La sociedad
urbana debe construirse sobre las ruinas de la ciudad tradicional y entiende la nueva forma
urbana en su valor de uso: es el lugar de la posibilidad de superación de la problemática
urbana. Con su derecho a la ciudad, Lefebvre nos invita a construir una vida urbana mejorada,
menos alienada, volcada hacia la dialéctica y el futuro. La sociedad urbana será el escenario
de unas nuevas relaciones sociales, de una forma colectiva y participativa de entender la vida
urbana, quizás incluso de la consecución de una verdadera identidad urbana.
Esa nueva vida urbana, entendida como abreviación de una nueva vida social, es un proyecto
utópico aunque no inalcanzable. En efecto, se ve estrechamente ligado a lo real, siendo la
herramienta de su conquista el derecho a la ciudad: una exigencia activa y transformadora
basada en semillas y gérmenes presentes en el modelo urbano actual. Pero ¿en qué se
diferencia la sociedad urbana? Aparte de la inversión del valor urbano, la nueva ciudad se
caracterizará por la revalorización del deseo, de la imaginación y del juego (Lefebvre, 1968:
77). La sociedad urbana sería por lo tanto el lugar adecuado a la satisfacción de los deseos,
pero también resultado y potenciadora de la misma. Para conseguirlo, el imaginario debe
resituarse como procreador de realidad. Pero Lefebvre no se detiene aquí: se propone huir de
la gestión burocrática y tecnocrática del espacio urbano para dejarle un lugar importante al
juego. El juego, entendido de forma amplia y profunda, tiene que ser el valor supremo de la
nueva ciudad, el corazón de su centralidad, superando la oposición entre valor de uso y valor
de cambio (Lefebvre, 1968).
6. Conclusión
En una época en la que las megalópolis son realidades cada vez más presentes y apremiantes,
en la que la individualización avanza galopando en el modelo de relaciones sociales
imperante, y en que nuestras ciudades se ven mercantilizadas hasta niveles insostenibles
(Soja, 2005), el derecho a la ciudad sigue estando de actualidad. Sigue siendo incluso una
necesidad. Como bien lo señala Harvey: “Existen, sin embargo, movimientos sociales urbanos
que intentan superar el aislamiento y remodelar la ciudad de acuerdo con una imagen
diferente de la promovida por los promotores inmobiliarios respaldados por el capital
financiero, el capital corporativo y un aparato de Estado cada vez más imbuido por una lógica
estrictamente empresarial.” (2008: 32) Esto es una realidad que, como señalábamos en nuestra
introducción, consiguió institucionalizarse principalmente en América Latina con el Estatuto
de la Ciudad en 2001 en Brasil o la Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad
en 2010, bebiendo de los debates organizados en los Foros Sociales Mundiales. En Europa,
contamos desde el año 2000 con una Carta Europea de Salvaguarda de los Derechos Humanos
en la Ciudad, firmada por más de 400 ciudades, en la cual se reconoce el derecho a la ciudad.
Sin embargo podemos cuestionar seriamente el impacto que tiene en la cotidianidad de sus
habitantes un texto reconociendo el derecho a la ciudad como un simple “derecho a encontrar
las condiciones para su realización política, social y ecológica, asumiendo deberes de
solidaridad.” Mientras que Brasil, país aclamado hace 14 años por la promulgación de su
Estatuto de la Ciudad, se ve enzarzado en procesos cada vez más agudos de city branding.
El derecho a la ciudad debe ser la herramienta que resitúe al ciudadano en el centro de una
ciudad que él mismo construyó, debe ser la palanca que abra un proceso de re-imaginación y
reconstrucción de la ciudad, debe entenderse como una herramienta sumamente
transformadora orientada a restituir a la ciudad su genética de lo común y a contrarrestar la
“tendencia a huir de la ciudad deteriorada y no renovada, la vida urbana alienada antes de
existir “realmente”.” (Lefebvre, 1968: 107)
7. Bibliografía
Harvey, David (2008) “El derecho a la ciudad” en New Left Review, vol. 53, pp. 23-39.
Harvey, David (2011) Le Capitalisme contre le droit à la ville, Paris, Editions Amsterdam.
Hjemslev, Louis (1980) Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos.
Lefebvre, Henri (2009) Le Droit à la ville, Paris, Anthropos, [1ª ed: (1968) Le Droit à la ville,
Paris, Anthropos]
Marcuse, Peter (2011) “¿Qué derecho para qué ciudad en Lefebvre?” en Urban, NS02, pp. 17-
21.
Paquot, Thierry (2011) “Releer El derecho a la ciudad de Henri Lefebvre” en Urban, NS02,
pp. 81-87.
Park, Robert (1967), On Social Control and Collective Behavior, Chicago, University of
Chicago.
Soja, Edward (2005) Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones,
Madrid, Traficantes de Sueños.