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Revista

Repensando

Investigadores Sociales Universitarios


ETIC

ISSN: 2340-6283

Responsable editorial: Marta Lizcano (UCM)

Comité editorial: Miguel Ángel de Cea


(UCM) y Costán Sequeiros (UCM)

Número especial – Febrero 2017

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3.0 Unported.
La Ciudad y el derecho a la ciudad: Relectura y actualidad de conceptos
lefebvrianos

Valentin Clavé-Mercier
clavemercier.val@gmail.com

Resumen

Este artículo pretende revisitar los conceptos lefebvrianos de “ciudad” y “derecho a la ciudad”
para poder entender toda la complejidad de esta reivindicación. Poniendo en relación a Henri
Lefebvre con otros autores, demostraremos que el “derecho a la ciudad” es mucho más que un
reconocimiento positivo-legal del acceso individualizado a los recursos urbanos otorgado por
las instituciones políticas. El estudio de las categorías lefebvrianas nos permitirá contrastar y
revertir algunas aceptaciones posteriores del término que se alejan de la definición puramente
lefebvriana, transformándola, limitándola y en numerosas ocasiones desnaturalizándola. Para
cuestionarlas, este artículo articula un análisis conceptual exhaustivo de unos términos hoy en
día muy replicados y transformados. Afirmará finalmente que el “derecho a la ciudad” es un
proyecto activo de cambio de modelo de vida urbana basado en un proceso colectivo,
conflictivo y sumamente político de inversión de la dialéctica imperante entre valor de uso y
valor de cambio.

Palabras clave: ciudad, derecho a la ciudad, Lefebvre, sociedad urbana

1. Introducción

La ciudad siempre gozó de una significación política importante, sea en el desarrollo de la


filosofía política o de la propia teoría política. Las últimas décadas del siglo XX fueron
testigos de la expansión, del crecimiento y de la centralidad que ha ido cobrando la ciudad
como realidad espacial pero también como modelo de organización social. Como bien lo
señalan varios autores, el proceso de industrialización que vivió este siglo fue acompañado de
un proceso de urbanización que permitió al desarrollo capitalista mantenerse e insertarse con
estabilidad en el terreno – sea en su vertiente espacial como en su vertiente social (Lefebvre,
1968; Harvey, 2008). La urbanización siendo tan imprescindible para la continuidad del
modelo capitalista tal y como lo conocemos, el urbanismo se ha conformado como una nueva
moda académica pero también sumamente ideológica. Bien es sabido que la ordenación
espacial interviene contundentemente en el diseño de la organización social y esta situación
no puede sino fomentar críticas cuando estos procesos están controlados y dirigidos por unas
pocas élites. En su mayoría rediseñadas en las décadas posteriores a la Segunda Guerra
Mundial por un urbanismo ideológico que se pretendía racional, las ciudades acabaron siendo
un reflejo de las dominaciones de clase existentes tanto en su morfología espacial como en su
organización social. Según el Banco Mundial, más de la mitad de la población mundial vive
en zonas urbanas y esa cifra sigue aumentando20. Estamos ante el advenimiento de una época
sumamente urbana en la cual el proceso de urbanización se vuelve crucial dada la potencia de
transformación social del plano urbano. Por estas mismas razones, la ciudad se presenta hoy
en día para muchos como el terreno donde se ha de librar una importante lucha política para
cambiar en su totalidad el modelo social, considerándola como “objeto crucial de la lucha de
clases y de la lucha política.” (Harvey, 2008: 28)

No podemos hablar aquí de actualidad del “derecho a la ciudad” sin mencionar al continente
americano, donde el término y los intentos de puesta en práctica están actuando como
revulsivo desde principios de los años 2000. Aunque desde una consideración diferente a la
puramente lefebvriana, fue impulsado allí por numerosas asociaciones de vecinos y
organizaciones no gubernamentales y siempre se encontró ligado con temas
medioambientales, de democracia directa o de participación ciudadana. (Marcuse, 2011;
Paquot, 2011) Ejemplos concretos de estas realidades son el Estatuto de la Ciudad
acercándose al derecho a la ciudad en Brasil en 2001 o la creación de la Right to the City
Alliance en el Foro Social de Atlanta de 2007. Estas realidades, sumadas a muchas otras
luchas políticas como las que se oponen a los procesos de gentrificación, son síntomas de una
preocupación creciente por los temas urbanos por parte de los llamados “nuevos movimientos
sociales”. Pero también son el reflejo de la conciencia por parte de muchos de que la ciudad
representa cada vez más “el punto de colisión masiva” (Harvey, 2008: 39) entre unas clases en
creciente diferenciación y por ende en conflicto. La ciudad aparece como escenario
privilegiado de la lucha política y de la lucha por el poder político en nuestra época
postmoderna, lo cual hace del derecho a la ciudad - entendido como proyecto revolucionario -
una herramienta imprescindible para todo aquel que desea cambiar el modelo social
imperante.

2. La ciudad Lefebrviana: realidad dual, mediada y mediadora

En su obra Le Droit à la ville (1968), Lefebvre fundamenta su estudio de la ciudad sobre el


análisis de un doble proceso: el de industrialización y el de urbanización. Siendo ambos
imprescindibles para el mantenimiento y la expansión del capitalismo competitivo, fueron y
son respectivamente los responsables del crecimiento y del desarrollo, de la producción
económica y de la producción de la vida social. Aquí encontramos la primera consideración
importante para aprehender la complejidad de la ciudad lefebvriana: la urbanización no fue
simplemente responsable de una producción material, de una ordenación espacial del
territorio, sino también la herramienta que permitió el despliegue de ciertos modelos de
organización social. La ciudad es entonces una obra más que un producto para Lefebvre dado
que no se limita a la producción material sino que define, produce, e incluso impone, tipos de
relaciones sociales y moldes de hombres y mujeres urbanos. Es una doble producción: es
indudablemente un producto material, pero también acaba siendo “productor social” dado que
su morfología acaba marcando las posibilidades y limitaciones del modelo social urbano. “Si
20
http://data.worldbank.org/topic/urban-development [Consultado el 15 de octubre de 2014]
hay producción de la ciudad, y de las relaciones sociales en la ciudad, es una producción y una
reproducción de seres humanos por seres humanos, más que una producción de objetos.”
(Lefebvre, 1968: 44)

Siguiendo con esa idea central, Lefebvre presenta una visión rompedora del concepto de
ciudad en donde la producción material no es lo más importante, sino la vertiente social que se
desprende de la misma. La ciudad es un objeto, pero no de manera instrumental, no se puede
manejar cual simple herramienta, sino que su realidad objetiva se acerca más a la de un
lenguaje. Basándose en la teoría lingüística de Hjelmslev, Lefebvre presenta a la ciudad como
un lenguaje disponible para varios actores - entre los cuales sus habitantes – y que acaban
modificando para crear su propia lengua. Al igual que para la formación de los idiomas, cada
sociedad selecciona los elementos que le parecen adecuados para la conformación de su
ciudad dentro del continuum amorfo de posibles disponibles (Hjelmslev, 1980). El análisis
semiológico de la ciudad recorre gran parte de la obra lefebvriana y acaba presentándose bajo
la forma de tres niveles que son el lenguaje urbano, la lengua de la ciudad y el habla de la
ciudad. Añade finalmente un cuarto plano específico que será aquí de especial interés: la
escritura de la ciudad (Lefebvre, 1968: 62). La ciudad no es sólo un lenguaje sino que
encuentra toda su realización en que es también una escritura, un texto, que escribe y
prescribe a la vez. La ciudad se escribe en su vertiente espacial decidiendo cómo va a ser,
cómo se ordena, y también en su vertiente social decidiendo cuál va a ser su contenido. Pero
de esta escritura desemboca una prescripción: las posibilidades y las limitaciones del hacer
están contenidas en la propia forma que adopta el espacio urbano (Lefebvre, 1968: 62). La
disposición material y espacial condicionará necesariamente los usos, los modos de vida, las
relaciones sociales que estarán presentes en nuestras ciudades.

Por lo tanto el propio Lefebvre advierte sobre la posible confusión entre lo que denominará
“realidad presente” y “realidad social”. Estos términos conforman la dualidad morfológica de
la ciudad y están en constante relación dialéctica. De este proceso dialéctico central en la
teoría lefebvriana resultarán choques y enfrentamientos que irán conformando la realidad
denominada como “ciudad”. El propio autor propone entonces una diferenciación teórica
basada en dos términos ligados pero distintos: “ciudad” y “urbano”. “Quizás deberíamos
introducir aquí una distinción entre la ciudad, realidad presente, inmediata, dato práctico-
sensible, arquitectural – y por otra parte lo urbano, realidad social compuesta por relaciones
que concebir, que construir o reconstruir por el pensamiento.” (Lefebvre, 1968: 47) Este
movimiento escondido, dialéctico y conflictual entre el contenido y la forma de la ciudad
representará de forma resumida la gran problemática urbana a la que el derecho a la ciudad
intentará responder.

El movimiento dialéctico es herramienta clave para Lefebvre y su uso metodológico le lleva a


una consideración ya clásica: la ciudad como mediación. La ciudad es el resultado de unas
mediaciones, un nivel específico contenido en varios procesos de mediación pero también
contenedor de mediaciones. Esta consideración es la que le permite afirmar que “La ciudad, es
una mediación entre las mediaciones.” (Lefebvre, 1968: 44) Ciudad y urbano son dos
realidades que no se pueden entender sin atender a las relaciones de producción y de
propiedad. Efectivamente, si asumimos la denominación lefebvriana de la ciudad como obra,
tiene que haber un “artista”, un actor colectivo definido social e históricamente, limitado y
posibilitado por ese mismo contexto que le define. El contexto puede explicar el nacimiento y
el contenido de la ciudad pero es insuficiente: una obra nace siempre de una decisión, de una
intencionalidad. Indudablemente podemos decir que la ciudad es entonces siempre resultado
de una intención realizada sobre el terreno por un grupo de actores, que raras veces
representan la totalidad de la sociedad “condenada” a vivir en ella (Park, 1967: 3). Siendo la
ciudad la obra de ciertos actores, las relaciones sociales inter-grupales influyeron necesaria y
considerablemente en la construcción de la misma. La ciudad y su composición resultan de
mediaciones entre grupos sociales, pero son también proyección en el terreno de esas
relaciones y de sus desigualdades inherentes. Asumiendo que los actos y los agentes que
configuran las ciudades se enmarcan en un contexto de relaciones de producción y propiedad
concretas, podemos afirmar que la ciudad es el resultado de luchas políticas y de clase. La
consideración lefebvriana tiene claro que las instituciones resultantes de estas relaciones y
mediaciones concretas influyen en su misma configuración, desarrollo y posible
remodelación. (Lefebvre, 1968: 51)

Relaciones de clase, de producción, campo-ciudad, gobernantes-gobernados, esas son las


mediaciones que encontramos espacial y socialmente plasmadas en la forma y el contenido
urbanos. Pero la ciudad no es el escenario pasivo de estas mediaciones, sino que interviene en
ellas, modificándolas y configurándolas (Lefebvre, 1968: 54). Por lo tanto, la ciudad en sí
misma es también una mediación. Lefebvre considera que existe una relación dialéctica entre
la sociedad en general y lo que él denomina “realidad social” de lo urbano, relación en la cual
la ciudad ejercería de mediadora. La ciudad moderna busca ser una concentración de todas las
vertientes de la realidad social global, pero también aspira a potenciarlas e intensificarlas. Esto
lo consigue a través de la plasmación espacial de las mismas y gracias a un diseño relacional –
relaciones entre estas vertientes pero también entre ellas y los propios habitantes - así como a
través de un diseño del tiempo urbano. Los controles del tiempo y del espacio, reunidos y
monopolizados en el nivel de la ciudad moderna, son los que permiten que ésta inscriba y
organice la sociedad entera en el plano urbano, además de intensificarla en cuanto a ritmos,
control, niveles de información…

En otras palabras, la ciudad es un nivel específico de la realidad social resultante de la


mediación entre procesos globales y realidad urbana. Para desarrollar esa relación Lefebvre
presentó dos conceptos: “orden cercano” y “orden lejano” (1968: 44). Con el primero hará
referencia a la organización social contenida y funcionando en el plano puramente urbano,
cómo se codifica y en qué consiste esa “realidad social” de la ciudad que se impone. Con el
“orden lejano” abarca las presiones globales que achacan la realidad urbana y los modelos
sociales que se intentan imponer desde instituciones situadas por encima del plano urbano
(sean nacionales o internacionales). La ciudad se encontraría por lo tanto entre estos dos
órdenes, organizando el primero y materializando el segundo. “Conteniendo el orden cercano,
[la ciudad] lo mantiene; sustenta las relaciones de producción y de propiedad; es el lugar de su
reproducción. Contenida en el orden lejano, lo sostiene; lo encarna; lo proyecta en un terreno
(el sitio) y en un plano, texto en un contexto más amplio e imperceptible como tal si no se
reflexiona.” (Lefebvre, 1968: 44) La ciudad, entendida en su forma dual de realidad
presente/realidad social, es la mediación a través de la cual los procesos globales y las
relaciones generales se inscriben en lo urbano y su cotidianidad. Es mediación por ser una
transcripción de ese “orden lejano” que busca moldear, estipular el “orden cercano”. Pero si la
ciudad es una transcripción, una traducción del primero para insertarse en el segundo, es
importante señalar que este paso siempre necesitó de interpretaciones desplegadas por
ideologías, políticas, estrategias concretas. Al proyectar el código general de la sociedad en el
nivel específico que es la ciudad, el primero se ve modificado por la necesidad del contexto o
el interés del “traductor”. Estas consideraciones explican la especificidad de la ciudad que
evoluciona y se transforma con la sociedad por su relación con ella, dependiendo en su forma
y contenido del “traductor” así como de las relaciones sociales existentes en el contexto
específico.

Cuando Lefebvre se aventura a proponer una definición de lo que entiende por “ciudad”, no lo
hace sin antes advertir de sus numerosas lagunas y limitaciones, dada la complejidad del
fenómeno estudiado: “ciudad como proyección de la sociedad sobre el terreno, es decir no
solo sobre el sitio sensible pero sobre el plano específico, percibido y concebido por el
pensamiento, que determina la ciudad y lo urbano.” (1968: 54) La ciudad es entonces el nivel
intermediario en la conceptualización social lefebvriana dividida en tres niveles de realidad:
procesos globales, ciudad y relaciones de inmediatez. Es un grupo de grupos organizado
material y socialmente alrededor de instituciones propias, servicios y problemas concretos,
con sus niveles específicos de información y decisión. Pero también es mediación entre el
“nivel más elevado” presente físicamente en la ciudad como puede ser el orden político, y el
“nivel ecológico” resguardado en y por la ciudad para el cual el habitar es lo primordial.
(Lefebvre, 1968: 58-59)

3. Un concepto en crisis: releer la ciudad

Mediadora, sujeta a tensiones antagónicas, la ciudad para Lefebvre ha entrado en crisis y


necesita una renovación teórica pero también, y sobre todo, práctica. Ese “nivel más elevado”
de la realidad social general –las instituciones políticas, los poderes económicos, las grandes
ideologías – tienden cada vez más a querer eliminar el intermediario que es la ciudad de la
ecuación del juego de poder. Intermediario en la plasmación territorial de la realidad social
consideran “con una desconfianza incrementada esta forma social que tiende hacia la
autonomía, que solo puede vivir específicamente, que se interpone entre ellos y el habitante,
obrero o no, trabajador productivo o no, pero hombre y ciudadano a la vez que urbanita.”
(Lefebvre, 1968: 76) Efectivamente la ciudad siempre fue a lo largo de su historia un espacio
aspirando a la autonomía, foco de resistencias, agitación y protesta. Dada su calidad de
eslabón mediante, la ciudad y sus habitantes aprovecharon para hacerse valer en el proceso de
creación de la realidad social. Esta posibilidad es la que las “élites” intentan destruir acabando
con la ciudad concebida y organizada como intermediario necesario e imprescindible. Para
ello realizan constantes ataques al nivel específico que es la ciudad desvalorizándola,
degradándola, limitándola y controlándola tanto en su realidad presente como en su vertiente
social.

Pero estos ataques no son las únicas tensiones que sufrió la “ciudad tradicional” tal y como la
conocimos. Estando situada en ese eslabón intermediario, acabó explotando por una doble
presión por arriba y por abajo. A lo largo del siglo XX, la necesidad de resolver el problema
creciente de la vivienda por una parte, y de organizar social y espacialmente una industria en
constante crecimiento por otra, condujeron a una crisis de la ciudad. Con el advenimiento del
capitalismo competitivo, la crisis teórica y práctica de la ciudad se evidenció: yacía como un
concepto desfasado y una práctica moribunda. Lefebvre asistía a un contexto de explosión-
implosión de la ciudad: tanto en su vertiente espacial como social, la ciudad tradicional era
incapaz de resolver problemas apremiantes en su organización interna y además se veía sujeta
a fuerzas externas potentes (como fueron el cambio de modelo productivo, la globalización…)
que la estiraron en varias direcciones a veces incluso contradictorias. La realidad espacial y
social de la ciudad tradicional se diluyó en la nueva forma del “tejido urbano” y se
deterioraron sus centros urbanos. (Lefebvre, 1968: 8, 43)

Ese “tejido urbano” pasó a ser la unidad de análisis básica para Lefebvre: un ecosistema
desarrollado alrededor de una o varias ciudades resultado del despoblamiento y la
“descampesinación” de los pueblos, de la peri-urbanización y de la extensión de las redes y de
los modos de hábitat de la ciudad. La ciudad actual ya no es “tradicional”, separada del campo
para dominarlo, ni es una nueva Megalópolis totalmente independiente. Las ciudades son
ahora policéntricas, con centralidades renovadas, cambiantes y móviles. (Lefebvre, 1968: 67-
68) La expansión de la ciudad fue la causa de su propio fin. Las sociedades denominadas
“desarrolladas” llegaron a un punto en el que la ordenación del territorio ligada a la
planificación de un nuevo modelo de producción cada vez más intensivo y la expansión de la
urbanización como respuesta al problema de la vivienda produjeron la explosión de la ciudad
en su forma tradicional. Ese es, para Lefebvre, el punto crítico alrededor del cual estructura su
teoría del derecho a la ciudad. La ciudad tal y como la conocíamos e imaginábamos está
desapareciendo: esto es incontestable para la teoría lefebvriana pero no es negativo. Lo
importante, lo clave, es cómo reaccionaremos ante el punto crítico, cómo reinventaremos la
ciudad.

Si la ciudad tradicional ya no existe tenemos que releer la realidad que ahora es la ciudad.
Esta es una propuesta lefebvriana muchas veces olvidada: reconsiderar la ciudad, cambiar lo
que entendemos por “ciudad” dada su evolución histórica. Una de las grandes aportaciones de
Lefebvre a la relectura de la ciudad es la evolución de la dicotomía campo-ciudad.
Observamos que teorizó un desplazamiento de esa oposición hacia una dicotomía de
urbanidad-ruralidad. Es un desplazamiento y no una desaparición: afirmó que no era
concebible la desaparición de tal oposición dadas las divisiones todavía no superadas (sean
entre naturaleza y sociedad, entre lo material y lo intelectual, la división del trabajo)
(Lefebvre, 1968). Por lo tanto, la relación evolucionó y la dominación antigua de una ciudad
sobre el campo aledaño pasó a una fórmula más sutil: transformándose la ciudad en centro de
decisión y reunión para toda la población, sea esa rural o urbanita, y gracias a la penetración
de los modos de vida urbana en la cotidianidad campesina (organización social, gestión del
tiempo, valores, comportamientos...). Proponiendo una nueva lectura de lo que es “ciudad”
presentó un nuevo concepto para solucionar y superar la oposición campo-ciudad: “lo
urbano”. Lefebvre propuso esta conceptualización para subrayar la influencia de la ciudad y
de sus modos de vida incluso fuera de su territorio, más allá de sus propios límites. También
encontramos mucho el uso lefebvriano de “vida urbana” para referirse a la misma situación,
en la cual muchas personas residen fuera de las ciudades pero viven aun así en un “urbano
disperso” (Paquot, 2011: 6).

Las distinciones tienden entonces a borrarse, el planteamiento y la persecución de la ciudad


ideal se tienen que hacer sobre las ruinas de la ciudad tradicional. Una de las claves para
asimilar la conceptualización lefebvriana del derecho a la ciudad es entender que tanto “la
ciudad” como “lo urbano” son propuestas, proyectos, objetivos finales cambiantes y en
movimiento. Son ideales construidos en base a una percepción crítica de la realidad actual.
“La ciudad y lo urbano, a nuestro horizonte, se perfilan como objetos virtuales, como
proyectos de una reconstitución sintética.” (Lefebvre, 1968: 91) De momento sólo serían
virtualidades, potenciales; pero unos posibles que encuentran sus gérmenes en el momento
actual, en esos espacios alternativos denominados “heterotópicos”. La ciudad lefebvriana es
un modelo social mejorado, un órgano complejo y multifacético que persigue la consecución
de formas ideales en numerosos ámbitos de la vida social (participación, igualdad, justicia,
democracia…), una “ciudad multidimensional” (Marcuse, 2011: 6). La ciudad perseguida por
el derecho a la ciudad sería por lo tanto un conjunto diverso y plural, una alternativa arrancada
y construida desde una variedad de espacios antagónicos y opuestos a su forma actual.
Lefebvre no concibe la ciudad como la “ciudad global”, tampoco como simple entorno
materialmente construido, ni como un espacio definido por su oposición al campo. La ciudad
lefebvriana “es una forma ideal - aunque basada en la realidad, un factor importante - y no una
versión cualquiera de la ciudad existente.” (Marcuse, 2011: 6)

La ciudad tradicional ha explotado por culpa de las tensiones a las cuales se veía sujeta. Lo
urbano es un objeto virtual, un objetivo en constante evolución y movimiento que nos
permitiría superar la crisis de la ciudad. Lo segundo no se puede entender ni concebir sin lo
primero, pero la pregunta ahora es ¿cómo releer la ciudad para poder alcanzar ese objetivo?
Para lograr transformar la ciudad el primer paso parece ser según Lefebvre el desarrollo de
una nueva filosofía global de la ciudad. Este es un punto sumamente importante en su
planteamiento: la ciudad y lo urbano son proyectos de una reconstrucción sintética, no se
pueden alcanzar a través del pensamiento analítico parcelario que solo proyecta una sombra,
un espectro de la ciudad. La síntesis es entonces la herramienta teórica necesaria para
reconstruir la ciudad, pero no puede ser una simple combinación de análisis “espectrales” del
fenómeno urbano sino que se debe fundamentar en una práctica, debe beber de la praxis de la
ciudad. “La ciudad no es solo lenguaje, sino una práctica.” (Lefebvre, 1968: 92) La
centralidad tradicional de la ciudad, basada en su concepción como obra y predominancia del
disfrute del espacio urbano, ha sido ampliamente degradada pero no ha desaparecido. El
objetivo lefebvriano es entonces la reconstrucción de esta centralidad, “la concentración de lo
que se da dispersado, disociado, separado, y esto en la forma de la simultaneidad y de los
encuentros.” (Lefebvre, 1968: 92) La ciudad vive desde hace décadas un desmantelamiento
tanto en su teoría como en su práctica. Se analiza desde diferentes especialidades científicas
sectoriales que no se tienen en cuenta las unas a las otras y no se conjugan en una filosofía de
la ciudad totalizadora. El fenómeno urbano es demasiado complejo y relacional como para
poder entenderlo desde lo parcelar. En cuanto a la práctica urbana, la segregación es un
fenómeno creciente, la ciudad ya no está pensada como lugar de encuentro si no es de
mercaderes o mercancías. La ciudad, sus espacios y sus tiempos están diseñados para separar
y dislocar al conjunto pensante y actuante que podrían llegar a ser sus habitantes. Esta fusión
de una filosofía y de una práctica renovadas, orientada hacia la reconstrucción de una ciudad y
una centralidad mejoradas, es el derecho a la ciudad lefebvriano.

4. El derecho a la ciudad: inversión y reconstrucción del valor urbano

La mejora de la ciudad, la reconstrucción de una nueva centralidad y de una nueva vida


urbana es la llamada revolucionaria que es, o aspira a ser, el derecho a la ciudad. La
problemática urbana para Lefebvre se sitúa en el movimiento escondido, dialéctico y
conflictual entre el contenido y la forma urbana, así que el derecho a la ciudad será la
combinación teórico-práctica herramienta de superación de esta situación. Consideramos aquí
al derecho a la ciudad como conceptualización revolucionaria dado que se fundamenta en la
inversión de la situación actual de la ciudad. Desde la filosofía clásica, la ciudad ha sido
considerada como un microcosmos cuya forma ideal era estudiada, discutida y perseguida.
Cada época ha contado con su ideal del mundo mejor, muchas veces resumido en un tipo de
ciudad perfecta. En nuestra época posmoderna, el imperante es el de la reunión de los centros
de decisión y de consumo, el de la convergencia de la cohibición y la persuasión. El derecho a
la ciudad es un contraataque directo a ese modelo de ciudad y a su centralidad, persiguiendo
una inversión radical de lo que supone en términos de gestión y disfrute del espacio urbano.
Su objetivo es la conceptualización y la persecución de un nuevo tipo ideal de ciudad
elaborado a partir de las ausencias y limitaciones de nuestras vidas cotidianas (Lefebvre,
1968). En consonancia, Harvey (2011) define el derecho a la ciudad lefebvriano como un
grito y una exigencia. Un grito consecuencia de la miseria existencial de la cotidianidad
urbana, pero una exigencia de afrontarla, combatirla y revertirla para construir una ciudad – y
por tanto una sociedad – mejor. “Una legítima reivindicación de un modo de vida que
transfigure la cotidianidad urbana.” (Paquot, 2011: 5)
Para concebir el tipo urbano ideal perseguido por el derecho a la ciudad lefebvriano, tenemos
que entender que se trata de una inversión del actual valor otorgado a la ciudad. Basándose en
fuentes marxistas, Lefebvre desarrolla un entendimiento del uso y finalidad del espacio
urbano fundamentado en las teorías del valor-trabajo. Estas teorías articulan dos vertientes
centrales: el valor de uso, representando la capacidad de un bien para ser disfrutado y cumplir
una necesidad; y el valor de cambio, representando la valoración potencial de un bien en las
relaciones puramente mercantiles. Esta visión nos presenta una ciudad completamente
considerada y gestionada desde la predominancia del valor de cambio, a pesar de ser una obra
conjunta y social en la que debería primar el valor de uso (Lefebvre, 1968). El derecho a la
ciudad sería entonces una lucha por la inversión del valor predominante en la ciudad, siendo
la prioridad del valor de cambio en la gestión y vida urbana un peligro para la propia realidad
que conforma la ciudad. “La ciudad y la realidad urbana atañen al valor de uso. El valor de
cambio, la generalización de la mercancía por la industrialización tienden a destruir,
subordinándola, la ciudad y la realidad urbana, refugios del valor de uso, gérmenes de una
predominancia virtual y de una revalorización del uso.” (Lefebvre, 1968: 4)

Como vimos, el derecho a la ciudad se inscribe en un proceso de cambio social global que
traspasa por mucho los límites físicos de la que fue la ciudad tradicional. Entendiendo muchas
veces la ciudad como abreviación de la sociedad, Lefebvre la presenta como el escenario en el
que desarrollar esa exigencia revolucionaria de cambio social. “Si se quiere sobrepasar el
mercado, la ley del valor de cambio, el dinero y el beneficio, ¿no tendríamos que definir el
lugar de esta posibilidad: la sociedad urbana, la ciudad como valor de uso?” (1968: 72) Frente
a un espacio urbano atacado, deteriorado y destruido por una gestión mercantilizada y
mercantilizadora, Lefebvre presenta el derecho a la ciudad como una llamada a la
reconstrucción del tipo ideal de ciudad fundamentalmente contrario al actual. “La ciudad
futura, si bien conseguimos esbozar sus contornos, se definiría bastante bien imaginando
revertir la situación actual, empujando hasta los límites esta imagen inversa del mundo al
revés.” (1968: 123)

Aparece claramente que el derecho a la ciudad no es un simple derecho legal-positivo, un


reconocimiento contractual, ni un mero derecho de acceso a un espacio y a sus recursos. El
derecho a la ciudad lefebvriano es un proyecto de cambio social radical, es una práctica
cotidiana transformadora. Es el derecho a cambiarnos, a cambiar nuestra sociedad, a través del
cambio del espacio urbano en base a nuestros anhelos (Park, 1967). La consecución del
derecho a la ciudad sería por lo tanto el derecho a controlar, o al menos ser parte relevante en,
la totalidad del proceso urbano. Tener voz y poder para decidir e influir en los diseños de la
ciudad que son, al fin y al cabo, los diseños de nuestra propia sociedad. Es entonces un
derecho activo en constante conquista y de constante participación. Además, el derecho a la
ciudad es “una forma superior de derechos” dado que contiene en el seno de su exigencia
otras numerosas reivindicaciones como pueden ser el derecho a la libertad, a la vivienda, a
unos servicios y recursos públicos de calidad, el derecho a la obra o el derecho a la
apropiación. (Lefebvre, 1968: 125) Tener el derecho a la ciudad se trata por lo tanto de poder
redefinir las formas, funciones y estructuras de la ciudad, así como las necesidades sociales de
la sociedad urbana, basándose en una vuelta a la predominancia del valor de uso. “Que la
realidad urbana sea destinada a los “usuarios” y no a los especuladores, a los promotores
capitalistas, a los planos de los técnicos, es una versión justa pero debilitada de esta verdad.”
(Lefebvre, 1968: 118) Derecho a la ciudad es reconstrucción de la centralidad del encuentro y
la simultaneidad, es la prioridad del valor de uso frente al valor de cambio, es la
revalorización del tiempo frente al espacio. La propuesta lefebvriana es una verdadera llamada
revolucionaria que persigue un nuevo modelo de vida social en oposición a la realidad urbana
actual y desprendiéndose de los modelos anteriores. “El derecho a la ciudad no puede
concebirse como un simple derecho de visita o de vuelta hacia las ciudades tradicionales. Solo
se puede formular como derecho a la vida urbana, transformada, renovada.” (Lefebvre, 1968:
108)

El derecho a la ciudad apuntando hacia la consecución de una ciudad renovada y transformada


se basa en un proyecto activo de redefinición y reconstrucción de la centralidad. Las ciudades
actuales tienen una centralidad basada en la decisión, la información y el consumo, una
realidad fuertemente vinculada con la predominancia del valor de cambio. La ciudad
capitalista se concibe ante todo como un lugar de consumo y llega incluso a considerar el
espacio como mercancía, desarrollando y organizando el consumo del lugar. Se define por la
concentración de los productos y mercancías en los núcleos antiguos. Esta concentración es la
que tiene la última palabra en cuanto a la definición espacio-temporal del encuentro y la
concentración de las personas. El negocio es la regla de oro, es quien decidirá de las
posibilidades de uso y disfrute del espacio urbano. “La coacción y la persuasión convergen,
con el poder de decisión y la capacidad de consumo. Fuertemente ocupado y habitado por los
nuevos Amos, este centro está regentado por ellos. Poseen, sin necesariamente tener la
propiedad entera, este espacio privilegiado, eje de una programación espacial rigurosa.”
(Lefebvre, 1968: 110) La persecución del derecho a la ciudad tiene por lo tanto que volver a
poner en el centro de su tipo ideal de ciudad al encuentro y a la simultaneidad, vertientes
originales de la forma urbana. La centralidad de la ciudad tradicional estando destruida, la
centralidad actual siendo restringida y limitadora, una nueva centralidad se tiene que
desarrollar para la nueva ciudad. La de la sociedad urbana, una que devuelva su importancia a
los habitantes, a sus necesidades y a sus decisiones. Una centralidad surgida de las
heterotopías (o prácticas alternativas), pero que se conformará en una relación dialéctica con
la isotopía (o el orden espacial institucional impuesto y racionalizado) (Harvey, 2011).

La ley del intercambio y de la equivalencia desprecia la forma urbana y la acaba deteriorando


por considerarla intermediario superfluo o simple recurso. En estos modelos urbanos, la
simultaneidad y el encuentro se limitan a la reunión de mercancías, mercaderes, y espacios
para concretar transacciones. Pero según Lefebvre - y pese a la destrucción paulatina de la
centralidad basada en el valor de uso - lo urbano, la simultaneidad y el encuentro genuinos no
pueden desaparecer. Son gérmenes siempre presentes y persistentes que hacen que los
habitantes tiendan a reconstruir sus centros y aspiren a definir y disfrutar de lugares de
encuentro. El derecho a la ciudad convierte entonces el espacio urbano en el lugar del deseo
(Lefebvre, 1968). Sobreviviendo entre tensiones, intermediaciones y ataques, la ciudad se ha
convertido en un mero recurso en el modelo urbano actual. El derecho a la ciudad es la
exigencia de que vuelva a ser obra, un fin en sí, el objetivo y el ideal que nos permitirá diseñar
y gozar de una sociedad mejor. “No tenía, no tiene sentido si no es como “obra”, como fin,
como lugar de goce libre, como dominio del valor de uso.” (Lefebvre, 1968: 74)

5. “Camino y horizonte”: ¿para quién y hacia dónde?

Como vimos, la ciudad para Lefebvre es el terreno de reificación de unas luchas, de unas
desigualdades sociales. En efecto, unas élites se encuentran con el total dominio del espacio
urbano y lo diseñan a su conveniencia. La herramienta clave de esta dominación no es tanto su
dominio del espacio, sino que controlen el tiempo y definan así los horarios de la
cotidianidad. Poseer el tiempo desemboca en controlar el espacio por mera consecuencia o
resultado. Ambos dominios se ven usados para organizar la ciudad en base a las reglas de la
segregación. Lefebvre hace de la existencia de este proceso una cuestión clave en el espacio
urbano. Esta segregación responde a una estrategia de clase clara aunque no concertada,
uniforme ni constante (Lefebvre, 1968: 110). Aun así no hay duda de que ese fenómeno sea
real y responda por una parte a la predominancia del pensamiento analítico que tiende a
separar y recortar todas las realidades, y por otra a razones socio-políticas directamente
ligadas a las divisiones de clase. La herramienta de la segregación se ve movilizada tanto por
el Estado como por las empresas que buscan de esa manera destruir lo urbano para hacerse
con sus funciones. Estas fuerzas sociales y políticas esconden su segregación tras un
urbanismo supuestamente racional pese a ser verdaderamente parte de una estrategia de
destrucción de la ciudad misma. “Estas cohibiciones reales, la ideología las hace pasar por
racionales. Tal racionalidad no tiene nada de inofensivo.” (Lefebvre, 1968: 80)

Una vez más, la ciudad se encuentra por lo tanto profundamente dividida. Por una parte unas
élites conforman la ciudad sin habitarla, buscando principalmente su deterioro o incluso su
destrucción. Por otra, encontramos a una clase obrera anclada en la cotidianidad, con muy
poco poder y recursos de cambio, víctima de una segregación omnipresente. Frente a una
estrategia global de dominación y explotación, de definición del ciudadano como mero
productor y consumidor de productos y espacios, fundamentada en un pretendido
racionalismo urbanista, la clase trabajadora aparece potencialmente como el actor central del
cambio urbano. Por el mismo hecho de ser quien sufre las consecuencias de una gestión
mercantilizada del espacio urbano y quien padece la segregación y el peso de la cotidianidad,
el derecho a la ciudad “representa para ella a la vez un medio y un objetivo, un camino y un
horizonte…” (Lefebvre, 1968: 133) Su caracterización de clase segregada, expulsada cada vez
más de las ciudades, privada de toda forma de vida urbana existente o ideal, hace que la clase
trabajadora se encuentre directamente confrontada a la problemática urbana. Frente a este
problema político, el derecho a la ciudad aparece como herramienta revolucionaria de
superación de la situación urbana actual. Éste será por lo tanto un proceso común llevado a
cabo por un actor colectivo. Luchando contra la avanzada del individualismo y de la
destrucción de las formas de acción colectivas, el derecho a la ciudad se afirma como un
derecho común porque necesitado de un poder político transformador. El actor central de su
movilización será el que más sufre de la destrucción del valor de uso: la clase trabajadora.
Pero no actuará en busca de la realización de unos intereses grupales y restringidos, sino que
su objetivo final es la implantación de un modelo social mejorado. (Lefebvre, 1968: 108)

La cuestión que ahora se plantea es ¿cómo puede ese actor colectivo exigir, alcanzar y reificar
el derecho a la ciudad? Sobre este punto Lefebvre es sumamente nítido: el derecho a la ciudad
tiene que basarse en una renovación teórica acerca del entendimiento del espacio urbano, pero
no puede limitarse a ello. El derecho a la ciudad es ante todo una praxis. Vimos como la
ciudad lefebvriana es un texto social, pero es un documento muerto si no se vive, si no se
disfruta, si no se transforma. El derecho a la ciudad es el advenimiento de una nueva práctica
social y espacial que transforme el escenario que es la ciudad, que la mantenga viva. A través
de esa nueva praxis se podrá conseguir la vuelta del valor de uso como valor urbano
predominante. Gracias a ella se diseñará la nueva ciudad, las nuevas relaciones sociales, el
nuevo hombre urbano, en resumen la sociedad urbana – entendida como modelo social ideal
para Lefebvre. Los especialistas aquí no tienen cabida, lo imprescindible siendo las
propuestas, experiencias, lecciones extraídas por los habitantes de su propia condición
cotidiana en el espacio urbano. Lo señala Paquot: el derecho a la ciudad siempre está ligado a
una “fuerte demanda de democracia participativa, de autogestión local.” (2011: 5) Persigue la
reconstrucción de otra esfera pública - centrada en la participación y la integración - , la
creación de otro espacio social que beneficie efectivamente al común.

Finalmente, ¿en qué consiste este nuevo modelo urbano y social ideal en la conceptualización
lefebvriana? Según el autor, la conciencia de la ciudad y de la realidad urbana está
desapareciendo por culpa de la destrucción urbana que persiguen muchos actores. Es
precisamente en ese vacío, en esa ausencia que se tiene que desarrollar la sociedad urbana, el
nuevo tipo ideal de organización social. Para Lefebvre, seguir con el desarrollo de nuestra
sociedad solo es posible a través de la vida urbana y realizando el ideal de la sociedad urbana.
“El valor de uso subordinado al valor de cambio durante siglos, puede retomar la cabeza.
¿Cómo? Por y en la sociedad urbana, partiendo de esta realidad que todavía resiste y conserva
para nosotros la imagen del valor de uso: la ciudad.” (1968: 118) Para ello es imprescindible
prospectar las necesidades sociales de nuestra época, anteponer la planificación social a la
económica, repensar una ciencia de la ciudad y organizar una fuerza social y política capaz de
hacerse cargo de este proceso. Esto es la realización del derecho a la ciudad. La sociedad
urbana debe construirse sobre las ruinas de la ciudad tradicional y entiende la nueva forma
urbana en su valor de uso: es el lugar de la posibilidad de superación de la problemática
urbana. Con su derecho a la ciudad, Lefebvre nos invita a construir una vida urbana mejorada,
menos alienada, volcada hacia la dialéctica y el futuro. La sociedad urbana será el escenario
de unas nuevas relaciones sociales, de una forma colectiva y participativa de entender la vida
urbana, quizás incluso de la consecución de una verdadera identidad urbana.
Esa nueva vida urbana, entendida como abreviación de una nueva vida social, es un proyecto
utópico aunque no inalcanzable. En efecto, se ve estrechamente ligado a lo real, siendo la
herramienta de su conquista el derecho a la ciudad: una exigencia activa y transformadora
basada en semillas y gérmenes presentes en el modelo urbano actual. Pero ¿en qué se
diferencia la sociedad urbana? Aparte de la inversión del valor urbano, la nueva ciudad se
caracterizará por la revalorización del deseo, de la imaginación y del juego (Lefebvre, 1968:
77). La sociedad urbana sería por lo tanto el lugar adecuado a la satisfacción de los deseos,
pero también resultado y potenciadora de la misma. Para conseguirlo, el imaginario debe
resituarse como procreador de realidad. Pero Lefebvre no se detiene aquí: se propone huir de
la gestión burocrática y tecnocrática del espacio urbano para dejarle un lugar importante al
juego. El juego, entendido de forma amplia y profunda, tiene que ser el valor supremo de la
nueva ciudad, el corazón de su centralidad, superando la oposición entre valor de uso y valor
de cambio (Lefebvre, 1968).

La sociedad urbana es entonces un modelo social mejorado en el que se tienen en cuenta


necesidades sociales antropológicas como la actividad creativa, la obra, la información, el
imaginario, lo lúdico… Los deseos fundamentales estarían a la orden del día y estas
transformaciones deberían ir de la mano con una regulación espacio-temporal diferente que
permitiese su desarrollo. Los espacios de encuentro y simultaneidad serían centrales en una
ciudad que hubiese recuperado sus capacidades originales e intrínsecas de integración y
participación. Lo urbano, la sociedad urbana, es un “significante del cual buscamos en este
instante los significados (es decir las “realidades” práctico-sensibles que permitirían realizarlo
en el espacio, con una base morfológica y material adecuada).” (Lefebvre, 1968: 79) Para ello,
tenemos que recobrar el sentido de la obra a través de la filosofía y el arte para que vuelva a
ser un valor predominante en la ciudad. Aquí el arte se tiene que entender como la virtud, la
habilidad para hacer algo considerado como bello, y la obra como su resultado. Por lo tanto
esa centralidad de la obra y del arte es una invitación a transformar, a embellecer y a
apropiarse el espacio urbano. Esto es lo que debe perseguir el derecho a la ciudad, esto tiene
que ser el sentido de la sociedad urbana: que lo urbano sea obra de sus habitantes antes que
imposición. Es el objetivo del derecho a la ciudad, es el deber ser de lo urbano.

6. Conclusión

Observamos por lo tanto la verificación de nuestra hipótesis de partida. El derecho a la ciudad


conceptualizado por Lefebvre no se entiende como un reconocimiento legal otorgado por las
instituciones a unos ciudadanos concretos. Es una exigencia transformadora que persigue la
creación de un nuevo modelo de vida urbana e incluso de un nuevo modelo social. Es por lo
tanto una práctica activa y colectiva a la par que conflictiva, dado que se basa en una
comprensión profundamente dialéctica de la realidad urbana. El objetivo del derecho a la
ciudad lefebvriano es la inversión de la situación actual de la ciudad. Su ideal, denominado
indistintamente “urbano” o “sociedad urbana”, apunta a la predominancia del valor de uso, del
deseo, de la imaginación y de lo lúdico en la vida urbana. Lefebvre nos abre la puerta a una
reconstrucción y re-imaginación de la ciudad a través del derecho a la ciudad. Este último
contempla crear espacios urbanos que sean realmente comunes, transformar la esfera pública
para hacerla más participativa y activa, diseñar una ciudad inclusiva a la par que conflictiva, y
potenciar las prácticas socio-políticas alternativas o “heterotópicas”.

En una época en la que las megalópolis son realidades cada vez más presentes y apremiantes,
en la que la individualización avanza galopando en el modelo de relaciones sociales
imperante, y en que nuestras ciudades se ven mercantilizadas hasta niveles insostenibles
(Soja, 2005), el derecho a la ciudad sigue estando de actualidad. Sigue siendo incluso una
necesidad. Como bien lo señala Harvey: “Existen, sin embargo, movimientos sociales urbanos
que intentan superar el aislamiento y remodelar la ciudad de acuerdo con una imagen
diferente de la promovida por los promotores inmobiliarios respaldados por el capital
financiero, el capital corporativo y un aparato de Estado cada vez más imbuido por una lógica
estrictamente empresarial.” (2008: 32) Esto es una realidad que, como señalábamos en nuestra
introducción, consiguió institucionalizarse principalmente en América Latina con el Estatuto
de la Ciudad en 2001 en Brasil o la Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad
en 2010, bebiendo de los debates organizados en los Foros Sociales Mundiales. En Europa,
contamos desde el año 2000 con una Carta Europea de Salvaguarda de los Derechos Humanos
en la Ciudad, firmada por más de 400 ciudades, en la cual se reconoce el derecho a la ciudad.
Sin embargo podemos cuestionar seriamente el impacto que tiene en la cotidianidad de sus
habitantes un texto reconociendo el derecho a la ciudad como un simple “derecho a encontrar
las condiciones para su realización política, social y ecológica, asumiendo deberes de
solidaridad.” Mientras que Brasil, país aclamado hace 14 años por la promulgación de su
Estatuto de la Ciudad, se ve enzarzado en procesos cada vez más agudos de city branding.

Estas contradicciones entre declaraciones jurídicas y realidades sociales evidencian la


problemática actual del derecho a la ciudad y se deben, en gran parte, a una movilización del
concepto que se aleja del lefebvriano. En efecto, los documentos anteriormente mencionados
consideran que la ciudad es una especie de escenario pasivo e inerte cuyos recursos deberían
de poder ser usados de manera igualitaria por los ciudadanos. De esta manera, el derecho a la
ciudad se suele presentar como un marco jurídico que brindaría la posibilidad a individuos o
colectivos de interpelar a las autoridades ante situaciones percibidas como injustas. La visión
plasmada en estas Cartas –generalmente articuladas entre actores sociales e instituciones
políticas – evidencia una deformación y un empobrecimiento del pensamiento lefebvriano: la
ciudad no se considera producto social mientras que el derecho a la ciudad aparece
únicamente como reiteración de una serie de derechos humanos, totalmente desprovisto de su
carácter de transformación socio-urbana profunda. La Carta Mundial por el Derecho a la
Ciudad podría considerarse como la más cercana, pese a no respetar tampoco todos sus
principios. Lo que sí destaca en este documento es el vasto alcance del término “ciudad” y el
tímido llamamiento a una nueva praxis urbana desde los sectores segregados. Sin embargo
todas estas reivindicaciones del derecho a la ciudad padecen el mismo problema: no se
orientan hacia un cambio social profundo sino que simplemente llaman al respeto de ciertos
derechos humanos. Lo defendido en estos documentos es perfectamente compatible con la
continuidad de la centralidad del valor de cambio en el plano urbano, rasgo impensable para
Lefebvre.

Frente a implementaciones institucionales vacías, frente a teorizaciones de los movimientos


sociales alejadas de la práctica y apuntando al reconocimiento institucional, quizás haya
llegado el momento de replantearnos qué es el derecho a la ciudad. Quizás sea necesario,
imprescindible incluso, volver a las fuentes lefebvrianas para entender cuál es el punto crítico
que vivimos hoy en día. La transformación de lo urbano, el advenimiento de la sociedad
urbana está en manos de los ciudadanos. Quizás el futuro del derecho a la ciudad esté
entonces realmente presente en la cotidianidad del nivel específico de la ciudad, una potencia
ya esbozada que aspira a seguir creciendo: colectivos políticos luchando diariamente para
construir modos de vida urbana alternativos, centros sociales ocupados, redes de economía
solidaria, movimientos de lucha contra la gentrificación, bancos del tiempo… Heterotopías en
camino.

El derecho a la ciudad debe ser la herramienta que resitúe al ciudadano en el centro de una
ciudad que él mismo construyó, debe ser la palanca que abra un proceso de re-imaginación y
reconstrucción de la ciudad, debe entenderse como una herramienta sumamente
transformadora orientada a restituir a la ciudad su genética de lo común y a contrarrestar la
“tendencia a huir de la ciudad deteriorada y no renovada, la vida urbana alienada antes de
existir “realmente”.” (Lefebvre, 1968: 107)
7. Bibliografía

Harvey, David (2008) “El derecho a la ciudad” en New Left Review, vol. 53, pp. 23-39.

Harvey, David (2011) Le Capitalisme contre le droit à la ville, Paris, Editions Amsterdam.

Hjemslev, Louis (1980) Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos.

Lefebvre, Henri (2009) Le Droit à la ville, Paris, Anthropos, [1ª ed: (1968) Le Droit à la ville,
Paris, Anthropos]

Marcuse, Peter (2011) “¿Qué derecho para qué ciudad en Lefebvre?” en Urban, NS02, pp. 17-
21.

Paquot, Thierry (2011) “Releer El derecho a la ciudad de Henri Lefebvre” en Urban, NS02,
pp. 81-87.

Park, Robert (1967), On Social Control and Collective Behavior, Chicago, University of
Chicago.

Soja, Edward (2005) Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones,
Madrid, Traficantes de Sueños.

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