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Pontificia Universidad Javeriana

Asignatura: Antropología Teológica


Profesor:
Estudiante: Juan Sebastián Negro Albornoz
Fecha: 17 agosto de 2019

La corporeidad del hombre como camino hacia la divinidad.


Dentro del devenir histórico que constituye el mundo contemporáneo, la existencia humana
ocupa un lugar fundamental siendo la principal protagonista dentro del ámbito social,
económico, político, cultural, etc. En este sentido, a partir de una mirada retrospectiva,
encontramos que desde la antigüedad nace una pregunta existencial cuya respuesta es capaz
de remitirnos hacia innumerables hipótesis, las cuales desencadenan nuevas interrogantes
que aún interpelan la esencia misma del hombre. ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de mi
vida? Desde esta perspectiva, la presente reflexión intenta dilucidar estas preguntas partiendo
de un argumento teológico, el cual nos acerque a una respuesta concreta en relación a las
cuestiones referidas anteriormente. Todo ello teniendo en cuenta una premisa vital dada por
la constitución dogmática Gaudium et spes y que hoy en día envuelve el quehacer teológico:
“el ser humano es imagen de Dios” Pero, ¿Realmente podemos afirmar que la corporeidad
del hombre refleja una divinidad?
Es necesario iniciar desde una concepción antropológica que se ha venido fraguando en el
transcurso de los siglos, en un primer momento la antigua Grecia nos introduce en una
contemplación de la esencia humana donde todo individuo es constituido por una dualidad
trascendente, cuerpo y alma toman relevancia en la medida en que se transforman en unidad
indiferenciada capaz de trascender hacia un conocimiento pleno. Platón consolida esta
hipótesis, desde una estigmatización de lo corpóreo entendido como el sepulcro del cual hay
que liberarse por ser lo más ajeno a la humanidad misma del hombre, en esta línea también
Aristóteles con su teoría hilemórfica dirá que todo ser humano se divide en materia y forma,
por tanto, la antigüedad griega sostiene que el cuerpo posee una función importante al ser el
camino que permite alcanzar la belleza terrena, pero una vez que dicha finalidad ha sido
alcanzada ya no será necesario para trascender hacia la perfección y felicidad eterna,
facultades propias de la inteligibilidad humana.
Ahora bien, dejando a un lado esta concepción griega, es posible denotar cómo la incidencia
que posee el cuerpo sobre la existencia humana es gigante, ya que gracias a él podemos “ser
afectados en el núcleo mismo de nuestra identidad, por algo nuevo, lo cual nos transforma y
conduce más allá de las fronteras”1 es decir logramos ser interpelados en la medida que
existimos corporalmente dentro de un entorno o realidad específica, ésta relación es la que
nos lleva a preguntarnos por aquello que nos rodea de tal manera que demostramos
emocionalidad ante los sucesos cotidianos por más insignificantes que estos sean, todo ello
constituye el misterio donde vivimos sumergidos.

1
GRANADOS, J. (2012) El cuerpo y la imagen de Dios. En Teología de la carne el cuerpo en la historia de
la salvación. Burgos: Ed. Montecarmelo p.47
Al vivir en un contexto particular, no somos seres solitarios o aislados sino más bien nos
transformamos en individuos relacionales donde el encuentro con el otro se da de forma
espontánea promoviendo una intra corporalidad donde “mi yo existente es capaz de
reconocer a un tu que me interpela. El yo no podría ser tal sin el encuentro con el tu”2, es así
como desde una mirada teológica, el prójimo toma relevancia al ser una herramienta capaz
de encaminar a su semejante hacia el conocimiento de la trascendencia. El encuentro
interpersonal es el reflejo de una correcta asimilación de la identidad personal del hombre,
quien es capaz de instaurar una alianza frente al mundo que se halla ante e sus ojos donde
también se ve reflejado y llamado a enriquecerlo desde su historia de vida.
Al afirmar que todo individuo tiene la potencialidad necesaria para construir su historia, se
aclara también que el tiempo hace parte de su integridad. Donde el pasado, permite
reconstruir todos los sucesos que han forjado su presente y el futuro nos abre las puertas hacia
el mundo de lo desconocido. Es así como el cuerpo pone en contacto al hombre con el origen
y culmen de su existencia, produciendo cuestionamientos que buscan brindar argumentos a
interrogantes como ¿De dónde venimos? y ¿A dónde vamos? En consonancia a muchas
interpretaciones, el ser humano ha deducido que la mortalidad del cuerpo permite dar un
testimonio de eternidad en el tiempo, demostrando la necesidad de vivir un encuentro con la
divinidad como signo de su alianza eterna.
Una vez que aparece la idea de divinidad dentro de la esencia humana podemos dar respuesta
a la pregunta inicial, donde el cuerpo vendría a ser un sendero por el cual todo hombre logra
escapar hacia una realidad imperecedera, forjada desde el encuentro consigo mismo y con el
otro, nuestra condición corpórea entonces no obstaculiza lo divino, sino más bien se
transforma en un lugar donde encontramos a Dios. Por su parte, el trabajo humano cumple
un papel clave dentro de esta reflexión porque cuando “alguien trabaja, su actividad brota de
una fuente de significado que tiene su núcleo en el Creador” y así forja su realidad con la
construcción de un mundo basado en la entrega de sí mismo hacia un bien mayor que lo
capacitaría para portar la imagen de un Dios íntimamente unido desde la creación.
La formación de una familia y el encuentro entre hombre - mujer también reflejan la imagen
de Dios ya que el cuerpo humano logra cooperar con el plan divino de la creación y tiene la
posibilidad de otorgar vida desde una entrega mutua basada en el amor. Una vez realizado
todo este recorrido por el significado de la corporeidad humana y su impacto en la afirmación
de ser imagen de Dios, puedo decir que la S. Escritura plantea una mirada teomorfa del
hombre, donde la divinidad presente en su interior determina su existir, pero también la forma
de comprender al Dios vivo y residente en cada ser externo e interno.
En conclusión, el cuerpo revela la imagen de un ser divino manifestado como origen, amor,
fuente y determinación del ser humano a través del cual cada individuo logra situarse en un
entorno distinto, pero a la vez integrador. Llevar una imagen de Dios, implica acogerse
totalmente a su visión siendo capaces de buscarlo y encontrarlo en la cotidianidad de la vida
mediante la interacción con el contexto o simplemente valorando al otro que me interpela
constantemente. Solamente así se podría afirmar las palabras del Concilio y llevarlas a la
praxis de una teología emancipadora en el mundo actual.

2
Ibid. p.77

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