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GRANADOS, J. (2012) El cuerpo y la imagen de Dios. En Teología de la carne el cuerpo en la historia de
la salvación. Burgos: Ed. Montecarmelo p.47
Al vivir en un contexto particular, no somos seres solitarios o aislados sino más bien nos
transformamos en individuos relacionales donde el encuentro con el otro se da de forma
espontánea promoviendo una intra corporalidad donde “mi yo existente es capaz de
reconocer a un tu que me interpela. El yo no podría ser tal sin el encuentro con el tu”2, es así
como desde una mirada teológica, el prójimo toma relevancia al ser una herramienta capaz
de encaminar a su semejante hacia el conocimiento de la trascendencia. El encuentro
interpersonal es el reflejo de una correcta asimilación de la identidad personal del hombre,
quien es capaz de instaurar una alianza frente al mundo que se halla ante e sus ojos donde
también se ve reflejado y llamado a enriquecerlo desde su historia de vida.
Al afirmar que todo individuo tiene la potencialidad necesaria para construir su historia, se
aclara también que el tiempo hace parte de su integridad. Donde el pasado, permite
reconstruir todos los sucesos que han forjado su presente y el futuro nos abre las puertas hacia
el mundo de lo desconocido. Es así como el cuerpo pone en contacto al hombre con el origen
y culmen de su existencia, produciendo cuestionamientos que buscan brindar argumentos a
interrogantes como ¿De dónde venimos? y ¿A dónde vamos? En consonancia a muchas
interpretaciones, el ser humano ha deducido que la mortalidad del cuerpo permite dar un
testimonio de eternidad en el tiempo, demostrando la necesidad de vivir un encuentro con la
divinidad como signo de su alianza eterna.
Una vez que aparece la idea de divinidad dentro de la esencia humana podemos dar respuesta
a la pregunta inicial, donde el cuerpo vendría a ser un sendero por el cual todo hombre logra
escapar hacia una realidad imperecedera, forjada desde el encuentro consigo mismo y con el
otro, nuestra condición corpórea entonces no obstaculiza lo divino, sino más bien se
transforma en un lugar donde encontramos a Dios. Por su parte, el trabajo humano cumple
un papel clave dentro de esta reflexión porque cuando “alguien trabaja, su actividad brota de
una fuente de significado que tiene su núcleo en el Creador” y así forja su realidad con la
construcción de un mundo basado en la entrega de sí mismo hacia un bien mayor que lo
capacitaría para portar la imagen de un Dios íntimamente unido desde la creación.
La formación de una familia y el encuentro entre hombre - mujer también reflejan la imagen
de Dios ya que el cuerpo humano logra cooperar con el plan divino de la creación y tiene la
posibilidad de otorgar vida desde una entrega mutua basada en el amor. Una vez realizado
todo este recorrido por el significado de la corporeidad humana y su impacto en la afirmación
de ser imagen de Dios, puedo decir que la S. Escritura plantea una mirada teomorfa del
hombre, donde la divinidad presente en su interior determina su existir, pero también la forma
de comprender al Dios vivo y residente en cada ser externo e interno.
En conclusión, el cuerpo revela la imagen de un ser divino manifestado como origen, amor,
fuente y determinación del ser humano a través del cual cada individuo logra situarse en un
entorno distinto, pero a la vez integrador. Llevar una imagen de Dios, implica acogerse
totalmente a su visión siendo capaces de buscarlo y encontrarlo en la cotidianidad de la vida
mediante la interacción con el contexto o simplemente valorando al otro que me interpela
constantemente. Solamente así se podría afirmar las palabras del Concilio y llevarlas a la
praxis de una teología emancipadora en el mundo actual.
2
Ibid. p.77