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Nuestras palabras son concebidas y producidas en la mente, para luego ser manifestadas a través de nuestros
labios. Por ello, debemos procurar tener dominio propio sobre nuestros pensamientos primeramente, y segundo
sobre la manera cómo vamos a expresarlos (Pr. 23:7).
A través de nuestras palabras se muestra el estado de nuestro corazón, de ahí la importancia de escuchar a
quienes nos rodean, pues es la forma de indagar sobre sus preocupaciones, necesidades, temores y anhelos (Mt
12:34).
Debemos pedir perdón por cada ofensa verbal, y así al humillarnos a nosotros mismos, recibimos más gracia
(deseo y poder) para purificar nuestro corazón (Stg. 4:6)
4. Domadores de la lengua
La precisión en las palabras (Pr. 13:3; 29:20; 18:13; 21:23)
El silencio (Pr.17:28)
Las palabras que edifican (Mt. 12:36; Ef. 4:29)
Las palabras oportunas (Pr. 15:23; 15: 1,4)
Evitar las palabras mal intencionadas (Pr. 18:8)
Evitar las palabras engañosas (1 P. 3:10; Stg. 1:26)
Aplicación Teoterápica
Las cosas más importantes que decimos cada día, son las que nos decimos a nosotros mismos. La clave para no
ofender a Dios ni a los que nos rodean con nuestras palabras, es rendir nuestra vida cada día al Señor y buscar la
plenitud de la unción del Espíritu Santo como modo de vida. De los labios de una vida rendida a Dios, solo
pueden salir palabras de bendición y de bienaventuranza.
“ Porque: el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen
engaño.”
(1 P. 3:10)