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|3.S6|
LOS TRES GRANDES SISTEMAS DE LA ÉPOCA DEL BARROCO 357
I. DESCARTES
1. Vida y obra
2. P e n s a m ie n t o s f u n d a m e n t a l e s
Por supuesto, estas parábolas sólo son correctas con respecto a ia opi
nión de la multitud, que se imagina que la luz es el efecto del Sol y es irra
diada por él, y está presente por él; pero eso es un error, pues para las perso
nas con luces y conocimiento está claro como el agua que la sombra surge de
la nada por la omnipotencia de Dios, cuando los cuerpos opacos se ponen
delante del Sol | ... ].
de Francia que, por el, fue llamado jansenismo. Los jansenistas intenta
ron renovar en el terreno del catolicismo la obra de San Agustín, del
cual habían bebido también los reformadores. Reclamaban una profun-
dización y purificación de la vida religiosa, y entablaron una enconada
lucha con los jesuítas, por entonces muy influyentes. El círculo de los
jansenistas tenía su centro en el monasterio de Port-Royal. La persona
lidad más vigorosa salida de este círculo es el pensador religioso Blaise
Pascal (1623-1662).
Pascal era, como Descartes, un matemático genial — es el fun
dador de la teoría de la probabilidad— y un convencido defensor
del ideal cartesiano de conocimiento matemático de «claridad y dis
tinción». Siendo un pensador frío y perspicaz, que había pasado por
la escuela del escepticismo francés y de Descartes, vio las paradojas
y contradicciones que, desde el punto de vista de la razón, existían
en los dogmas cristianos, y las formuló en agudísimas críticas. Por
otro lado, Pascal era una naturaleza profundam ente religiosa,
imbuida de un poderosísimo sentimiento de la condición de pecado
y nulidad del ser humano. Este lado de su ser y de su pensar le llevó
al conocimiento de que el pensar matemático y racional deja sin
satisfacer precisamente las necesidades más profundas de nuestra
naturaleza hum ana, y no puede responder a las preguntas más
importantes. Por muy brillante y compacto que sea el edificio de la
matemática, no puede averiguar nada de lo único que le hace falta al
hombre. Y así, Pascal, que criticaba, además, precisamente, las con
tradicciones en los dogmas, con un salto resuelto, pero con una acti
tud de ascetismo piadoso y humilde sumisión, se arroja a los pies de
la voluntad divina y, frente a la lógica, a la que, no obstante, no
puede renunciar, defiende la causa del corazón humano, que tiene
su propia lógica.
Al igual que Pascal, está influenciado por el pensamiento carte
siano el célebre escéptico y crítico Pierre Bayle (1647-1705), como
aquél, un pensador crítico y agudo, pero sin el contrapeso de la fe pas-
caliana.
Como índice para un enfrentamiento crítico con Descartes, valga
señalar algunas contradicciones intemas que, a pesar de la genialidad
del punto de partida, y no obstante la efectivdad histórica del sistema,
estaban de antemano presentes en éste. Podría dudarse de que la serie
dad de la duda cartesiana fuera completa. ¿Es que le es posible al ser
humano romper, por la duda radical, con la continuidad de su antiguo
pensamiento y volver a empezar, hasta cierto punto, desde la nada? De
hecho, se tiene la impresión de que Descartes, como ha dicho un crítico
moderno, «representa ante sí y ante sus lectores un teatro de la Duda,
L O S T R E S G R A N D E S S IS T E M A S D E L A É P O C A D E L B A R R O C O 365
II. SPINOZA
I. V ida
Wilhelm Kantlali. Per Menseh in der Profanitát, Stuttgart. 1949, pp. 61 ss.
Spino/.a, limado para la reforma del entendimiento. |Trad. del latín a! español
pnt Aplano Domínguez., Alian/.a. Madrid, 1989. (N. del T.)\
366 HISTORIA UNIVERSAL DE LA FILOSOFIA
2. O bra
otras cosas finitas, pero que ninguna cosa finita tiene en Dios inmedia
tamente su causa (más próxima).
Si de Dios no se sigue inmediatamente ningún ser finito, pero,
meuiatamente, todo, entonces tiene que haber un miembro intermedio
entre Dios como sustancia infinita y los modos individuales. ¿Cuál es
este miembro? Volvamos a nuestro ejemplo. Un cuadrado determinado
de la superficie está determinado por los cuadrados vecinos que le
rodean. Estos, a su vez, están determinados por los cuadrados que les
rodean. Si seguimos ascendiendo, vamos a dar con la totalidad inmen
samente grande de todos los cuadrados posibles, algo abarcante que
permanece igual, independientemente de cómo se quiera alterar la divi
sión de la superficie en los detalles. A esta suma absoluta de todos los
modos, Spinoza la llama «modificación infinita», la cual se sigue
inmediatamente de Dios. Tenemos, pues, una serie de tres niveles: la
substancia infinita (=Dios); la suma absoluta de todos los modos
(=todo); los modos individuales.
La sustancia infinita —o Dios— tiene dos atributos (o al menos,
sólo podemos percibir dos): pensamiento y extensión. Dios es, por un
lado, la extensión infinita (por tanto, no un cuerpo, pues todo cuerpo es
limitado), por otro lado, pensamiento infinito (por tanto, no un pensa
miento determinado o limitado). Puesto que todo es en Dios, todo ser
individual puede ser considerado también bajo estos dos puntos de
vista: bajo el punto de vista del pensar, aparece como la idea, bajo el
punto de vista de la extensión, aparece como cuerpo. Igual que no hay
dos sustancias distintas (tal como Descartes había enseñado), sino sólo
una que puede ser considerada bajo estos dos aspectos, tampoco consta
un ser individual, especialmente el ser humano, de dos sustancias sepa
radas, el cuerpo y el alma, sino que ambos son los dos lados de un solo
y mismo ser; opinión ésta que se vuelve a encontrar frecuentemente en
la antropología moderna.
Todo ser individual aspira a afirmar su existencia; según Spinoza,
ésta coincide con su naturaleza. El ser humano, como todo ser, en esta
aspiración, choca necesariamente con otros seres y se comporta, de un
lado, activamente, al influir sobre ellos, de otro, pasivamente, en tanto
que estos actúan sobre él. Si se satisface el impulso de autoafirmación,
surge la alegría; si se le inhibe, la tristeza. Todo esto, el obrar y el pade
cer humanos, el amor y el odio, todas las pasiones que encadenan al
hombre con los cuerpos que le rodean, se ejecuta con natural necesidad
e imperturbable consecuencia. De ahí que sea posible, e incluso nece
sario, considerar y analizar los afanes humanos con objetividad fría y
matemática, «escribir sobre los seres humanos como si me estuviese
ocupando de líneas, superficies y cuerpos sólidos», como dice Spinoza
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‘ Etica. IV, prop. 18. (En todas las citas de la Ética, seguimos la traducción cspa
ñola de Vidal Peña, Alianza, Madrid, 1986. (N. del J.)¡
* Ética, IV, prop. 24.
' Ética. IV, prop. 26.
‘ Ética. IV, prop. 7, 14.
LOS TRES GRANDES SISTEMAS DE LA ÉPOCA DEL BARROCO 373
Con esto, concluyo todo lo que quería mostrar acerca del poder del
alma sobre los afectos y la libertad del alma. En virtud de ello, es evidente
cuánto vale el sabio, y cuánto más poderoso es que el ignaro, que actúa
movido por la concupiscencia. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado
de muchos modos por las causas exteriores y de no poseer jamás el verda
dero contento de ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de
Dios y de las cosas, y tan pronto como deja de padecer, deja también de ser.
El sabio, por el contrario, considerado en cuanto tal, apenas experimenta
conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las
cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que
siempre posee el verdadero contento de ánimo. Si la vía que, según he mos
trado, conduce a este logro, parece muy ardua, es posible hallarla, sin
embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra.
En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano de cualquiera y
pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la
desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro*.
Ética.
" n á r r a l o f in a l d e la
" linlatlo tcoU'igico-político, c a p . XX.
376 HISTORIA UNIVERSAL DE LA FILOSOFÍA
III. LEIBNIZ
1. V ida y escritos
( ’l inf ra.
380 HISTORIA UNIVERSAL DE LA FILOSOFÍA
junto completo los fragmentos dejados por Leibniz. Una tarea difícil,
no sólo por la dispersión de las fuentes, sino también por las contradic
ciones que Leibniz, que nunca encontraba tiempo para pensar en calma
todo su sistema, no notó o, en todo caso, no llegó a obviar. Una edición
completa crítica de sus escritos, planeada en ochenta tomos e iniciada a
comienzos de nuestro siglo, apenas estará lista para el final de éste. En
nuestra exposición, nos limitaremos a las tres piezas nucleares del sis
tema de Leibniz.
sin reservas. Debe hacerse notar que la invención del microscopio, que
acababa de tener lugar, había producido una gran impresión en Leibniz.
La mirada más profunda en la estructura de la materia que el microsco
pio permitía, le confirmó en su opinión.
2. Las mónadas son fuerzas, centros de fuerza. Un cuerpo, según
Leibniz, no es otra cosa que un complejo de centros puntuales de
fuerza. Una vez más, no sólo el desarrollo posterior de la filosofía crí
tica por Kant y Schopenhauer, sino, sobre todo, la investigación poste
rior de la naturaleza, le ha dado la razón.
3. Las mónadas son almas. Las sustancias originarias puntuales
deben pensarse en todos los casos como animadas, claro que en grados
diferentes. Las mónadas más inferiores están, por así decirlo, en un
estado de adormecimiento o estupefacción. Tienen sólo representacio
nes oscuras e inconscientes. Las mónadas superiores, como el alma
humana, tienen conciencia. La mónada suprema. Dios, tiene una con
ciencia infinita, omnisciencia.
4. Las mónadas son individuos. No hay dos mónadas iguales. Las
mónadas forman una serie continuada, sin huecos, desde la suprema
mónada divina hasta la más simple. Cada una tiene en esa serie su
lugar, imposible de cambiar, cada una refleja el universo a su modo
propio y único, y cada una es, potencialmente, el reflejo de todo el uni
verso. Las mónadas son también individuos en la medida en que están
cerradas hacia fuera. No tienen «ventanas». Todo lo que ocurra con una
mónada, se sigue de sí misma y de su esencia; todo está puesto en ella
por el acto de creación divina, en el cual surgieron las mónadas a partir
de una mónada divina originaria.
b) La armonía preestablecida
que, a saber. Dios, desde el principio, creó cada una de las dos sustancias de
tal modo que cada una, siguiendo sólo sus propias leyes, que ha recibido a la
vez que su existencia, sigue estando en exacta coincidencia con la otra,
como si tuviera lugar una influencia mutua, o como si Dios estuviera inter
viniendo continuamente con su mano | ... |.
hace que los cuerpos actúen como si no hubiese ningún alma, y que las
almas actúen como si no hubiese ningún cuerpo, y que ambos actúen como
si el uno influyera sobre el otro'~.
c) Teodicea
por necesidad del mal metafísico. Puesto que los seres creados sólo
pueden ser imperfectos (si fueran perfectos, no sería seres creados, sino
iguales a Dios), las sensaciones que les son propias tampoco pueden
ser perfectas: entre ellas, tiene que haber las de la imperfección, las de
desagrado y el surgimiento. Lo mismo vale, en el fondo, para el mal
moral. Un ser creado, en su imperfección, tiene necesariamente que
faltar y que pecar, especialmente si Dios le ha otorgado el don de la
libertad.
3. A l g u n a s o b s e r v a c io n e s c r ít ic a s . D e s a r r o l l o
y c o n t in u a c ió n d e l o s p e n s a m ie n t o s d e L e ib n iz