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Una de las razones por la que la composición de El amor brujo parece abigarrada y
frustrada, es la presencia de trozos de tipo discursivo o ensayístico cuya funcionalidad
no alcanza a comprenderse. Evidentemente, Arlt pretendió tratar el tema del amor
burgués desde todos los ángulos, aun presentando descripciones e inventarios del
problema que completasen el cuadro clínico que se analizaba. Es probable que le
haya faltado la artesanía suficiente para que esos fragmentos apareciesen integrados
en la estructura narrativa, y no como injertados en ella.
A pesar de las deficiencias y excesos de esta novela, no se puede coincidir con Raúl
Larra cuando dice que es "la más floja" de todas las de Arlt. En su análisis de la
relación amorosa en el recinto de la clase media, El amor brujo usa diversas técnicas
narrativas para subrayar, otra vez, la falsedad e incomunicación del mundo burgués,
especialmente frente a un protagonista que, como todos los de Arlt, se erige en
buscador de la pureza absoluta. Balder no deja a Irene porque se reconcilie con su
mujer, sino que se reconcilia con su mujer porque ha descubierto que Irene no es
virgen.
La posibilidad de la virginidad en Irene constituye, para Balder, la posibilidad de que
pueda uno adaptarse a la sociedad burguesa, de que dentro de ella haya todavía
respuesta a su sed de pureza. ¿Pero es que Balder tiene razón en adoptar esta actitud
cuando él mismo ha entrado en el juego?
El mayor mérito de la novela, su riqueza significativa, residen en este final ambiguo,
que obliga al lector a cuestionar, no solo las ficciones del amor burgués, sino también
la posición de su fiscal, el propio Balder, enceguecido por una realidad de la que están
ausentes los matices y que solo parece dar cabida a una pureza total o a una mentira
total.