Sie sind auf Seite 1von 5

Una aproximación a la noción de “capitalismo”

Prof. Carlos D. Gracian

Toda sociedad, para subsistir necesita generar bienes, objetos/productos que serán consumidos por
el conjunto. Sin embargo, el modo en que se organiza la producción y se divide el trabajo entre los miembros
de la sociedad, así como la manera en que se distribuyen y consumen estos productos socialmente generados
(es decir el excedente social), ha variado a lo largo de la historia en cada sociedad. Se trata de un proceso,
el de producción – distribución de los bienes, que está íntimamente vinculado con la capacidad de
“fuerza/negociación” que poseen las diferentes clases sociales a la hora de imponer, sostener o transformar
dichas formas. Por lo tanto, estos procesos económicos sociales no están al margen de las relaciones de
dominación, sino que por el contrario, son uno de los objetivos centrales del ejercicio del poder.
Como tal, el capitalismo es un modo particular de organizar las formas de producción, distribución
y consumo de los bienes socialmente generados en determinadas condiciones. Se trata, por un lado, del
único sistema socioeconómico de la historia que ha llegado a ser enteramente global; y como tal implica en
su constitución una serie de relaciones sociales instituidas previamente a la aparición del capitalismo como
sistema histórico. Sin embargo, ello no debe hacernos pensar que desde que existen esas formas de
relaciones sociales existe el capitalismo. Como ejemplos de las relaciones a las que referimos podríamos
señalar a) los intercambios mercantiles, b) las formas dinerarias, c) la división social del trabajo y d) la
propiedad privada. Se trata de formas de relaciones que suelen acompañar el devenir de sociedades en las
que la división social llegó a un grado de especificidad como el que implica la aparición de e) formas
políticas estatales. Por lo tanto, estamos hablando de formas instituidas de relaciones sociales que tienen
como condición la existencia de diferentes f) clases sociales, lo cual supone la articulación de formas de
dominación que permitan sostener en el tiempo el usufructo (uso y goce) diferenciado de la riqueza
socialmente generada. Todas estas formas institucionalizadas de relaciones sociales existieron previamente
al capitalismo, sin embargo, la especificidad que les otorga el capitalismo a esas relaciones sociales es que
ellas nunca estuvieron combinadas del modo específico en que son articuladas bajo este sistema. Por lo
tanto, la novedad del capitalismo radica tanto en el modo en el que son combinadas-ordenadas esas
relaciones sociales preexistentes, como también por el nuevo contenido que el capital les otorga.
Desde el punto de vista histórico, este sistema socioeconómico se consolidó como dominante en el
mundo occidental durante los siglos XVIII-XIX, a partir de un recorrido original iniciado en el siglo XVI.
Este es un proceso que, surgido en Europa, no puede disociarse de la expansión de un “mercado mundial”
a partir del proceso de conquista-colonización que permitió la formación de los imperios coloniales
modernos durante ese período. A partir de estos procesos de conquista y colonización las potencias
imperiales obtuvieron beneficios comerciales que significaron un continuo drenaje de riquezas hacia los
centros políticos de los territorios conquistados. Esta dinámica fue generando que esa nueva articulación
de las relaciones políticas (dominación colonial) y económicas (imposición de formas extractivas de los
recursos en favor de las potencias imperiales) generaran las condiciones para producir una lógica en la que
las regiones se ensamblaran sistémicamente como centro – periferia de este nuevo sistema mundo.
Esa articulación de las regiones fue lo que le permitió sostener el posterior despliegue del
capitalismo industrial nor-europeo (de Inglaterra-Alemania-Francia) durante el XVIII y XIX, dado que se
trató de la expansión de formas mercantiles a partir de la imposición de una división internacional del
trabajo donde las potencias conquistadoras se industrializan y las regiones conquistadas vuelcan sus bienes
primarios al mercado, a la par que se imponen relaciones laborales salariales junto a las nuevas formas de
propiedad. Sin embargo, este mercado mundial estructurado originalmente a partir de la conformación de
colonias hasta mediados del siglo XX, se articuló bajo nuevas lógicas cuando sus miembros pasaron a ser
ex potencias imperiales y estados políticamente libres pero económicamente dependientes.
Desde un punto de vista conceptual, podría iniciarse esta definición señalando que el capitalismo se
trata de un modo de organizar las relaciones sociales de producción y dominación en torno de la noción de
“valor”. Cuando los productos del trabajo social se generan dentro de relaciones articuladas en torno del
“valor”, se producen exclusivamente para ser vendidos en el mercado dado que el único objetivo de la
producción e intercambio es la acumulación de ese “valor”. Por lo tanto, un elemento indispensable en este
proceso es el dinero: primero porque oficia de “equivalente o medio de cambio universal” de todas las
mercancías, facilitando de las transacciones mercantiles. Segundo, el dinero actúa socialmente como
expresión de ese “valor” socialmente creado y por ello es el medio de acumulación de riqueza fundamental
en el capitalismo. Pero para que el “valor” organice las formas sociales de trabajo y para que el dinero en
tanto relación social se desarrolle como capital (es decir como elemento que dinamiza la creación de
riquezas y único objetivo de la producción), es necesaria una condición específica que no se dio de modo
extendido o como forma socialmente dominante en ningún período de la historia: la emergencia y extensión
del trabajo asalariado como forma social dominante.
Sin embargo, antes de explicar esa característica central en la constitución y funcionamiento del
capitalismo, es necesario revisar otras, dado que para que esta forma de trabajo logre expandirse y
consolidarse como la única posible o socialmente dominante frente a otras que igualmente han pervivido,
como por ejemplo la servidumbre o la esclavitud, fue necesaria una condición previa: la desposesión de
los medios de subsistencia de una parte mayoritaria de la sociedad. Se trata de la ruptura de las formas de
propiedad comunal efectuado por medio de la expulsión violenta de las comunidades de las tierras ocupadas
por generaciones. Dicho proceso ocurrió tanto en el continente europeo con la expulsión de los campesinos,
como en las tierras conquistadas y colonizadas a lo largo de los siglos XVI-XIX en Asia, África y América.
Así, por medio de la violencia se privó del principal medio de sustento al conjunto social: la tierra. Por
medio de la desposesión de esas comunidades campesinas europeas y coloniales, el capital se consolidó en
tanto relación social, dado que el dinero consigue colocarse como eje de las relaciones sociales: la tierra
pasa a tener un valor medido en dinero, los productos de la tierra pasan a ser colocados en el mercado para
obtener dinero y quienes trabajan en esas tierras (que ya no son ni dueños ni poseedores) reciben dinero
como paga. A partir de ese momento el capital se constituye como tal a través del divorcio del trabajo
(capacidad de los sujetos de transformar la materia) respecto de las condiciones necesarias para producir
(herramientas, la tierra, materias primas, etc.) y reproducirse como especie (los bienes necesarios para la
subsistencia). Por ello sin desposesión no hay capital.
En tal sentido, a partir de la desposesión se articula la aparición/consolidación de una nueva forma
de propiedad, la propiedad privada. Su extensión como principio jurídico organizador de la distribución
de los recursos, los cuales a partir de ese momento están concentrados cada vez en menos manos, señala la
ruptura de la lógica social organizada a partir de la propiedad común y el origen de la primacía de lo
individual. Esta nueva forma de propiedad es sostenida por el poder de los Estados modernos a partir de su
aparato jurídico-legal, o incluso a través de la violencia si es necesario. Instituida como la “piedra
fundacional” del nuevo orden social, esta forma de propiedad es instalada como una de las condiciones
fundamentales de las formas “modernas y civilizadas” de sociedad. De esta manera la propiedad privada
se constituye en una de las garantías de la reproducción de la lógica social articulada a partir del valor dado
que implica la desposesión como condición de vida de las mayorías, las cuales deben ingresar a trabajar
por un salario.
Así, por medio del proceso de desposeción y destrucción de la propiedad comunal surgieron grandes
contingentes de personas sin otra forma de integrarse al neciente proceso de intercambio de productos que
no sea vendiendo en el mercado lo único que poseían: su capacidad de trabajo. A partir de los cambios
descriptos anteriormente el trabajo pasó a ser considerado como una mercancía más, la cual se valora solo
en tanto tiempo de trabajo, en abstracto, medido en horas / jornadas. A partir de entonces, en tanto
mercancía, la capacidad de trabajo posee un precio, denominado salario, que es expresado en la magnitud
con la que se miden todas las demás mercancías:el dinero, el equivalente universa.
Ya hemos señalado que el trabajo asalariado se trata de una novedad histórica dada por su
magnitud social y que, por tanto, se trata de una de las condiciones centrales del capitalismo. Sin embargo,
no hemos explicado en qué consiste. Sabemos que, desposeído de los bienes necesarios para la subsistencia,
el sujeto se ve obligado a vender la única mercancía que el mercado considera útil: su capacidad de trabajo.
En el capitalismo, entonces, el trabajo es una mercancía "especial" dado que es la única que crea / produce
algo cualitativamente distinto de sí (un objeto o un servicio), por un lado; y que además, en las condiciones
sociales mencionadas más arriba, genera una riqueza, un valor, mayor que lo que ella misma vale en las
condiciones de mercado, lo que se traduce en ganancias para quienes controlan los recursos productivos.
Por lo tanto, debemos explicar por qué en ese proceso de venta de la capacidad de trabajo radica la
creación de las riquezas sociales. En el proceso productivo de bienes o servicios ocurre un cambio
cualitativo que se expresa cuantitativamente a través del mercado en el proceso de compra y venta. Este
momento, el de la transacción, es el espacio de “valorización” social de las mercancías. Este proceso podría
resumirse del siguiente modo: quienes trabajan en relación de dependencia generan una serie de bienes o
servicios destinados a la venta, a un ritmo y en condiciones laborales que no eligen, sino que son impuestas
por quienes son dueños de las insumos/medios de trabajo. Las mercancías que así se generan son un
producto cualitativamente distinto de las herramientas y materias primas utilizados para su realización. Por
ello podemos decir que es a través del trabajo “vivo” (el del sujeto empleado) que se opera esta
transformación del trabajo “muerto”: las herramientas o desarrollo tecnológicos, lo mismo que los insumos
primarios, son trabajo coagulado incorporado al proceso productivo, dado que todos ellos implican un
trabajo anterior. De este modo, las mercancías posteriormente puestas a la venta representan un valor
cuantitativo varias veces mayor respecto al costo total de todos los insumos (trabajo, herramientas, materias
primas).
Así, y a pesar de constituir una de las partes centrales de la relación generadora de la riqueza social
y del valor (central en el desarrollo del capitalismo), el trabajador no puede apropiarse de la producción que
ha realizado, dado que no le pertenece a él sino que son propiedad del dueño de las máquinas e insumos.
Así, el objeto producido está divorciado de su productor directo, y este a su vez, siente que su trabajo no
es parte de un todo social, sino que su labor es simplemente un medio para un fin: su subsistencia individual.
Por lo tanto, la práctica laboral en estos términos disocia al sujeto de la sociedad dado que el sujeto no
puede ver que su labor se inserta en una lógica mayor. En este sentido, la práctica laboral reafirma el proceso
iniciado con la ruptura de la forma social anterior: se desarticulan los vínculos/lazos colectivos así como la
noción de propiedad colectiva, y se consolidan una visión de la tarea productiva como estrictamente
individual, así como formas de propiedad individual.
Por lo tanto, en estas condiciones, la única posibilidad de acceder a una parte de esa riqueza
socialmente generada para este sector social, es por medio de la compra de los bienes en el mercado. Así,
con la remuneración que el trabajador recibe, éste deberá entrar en el mercado no ya para vender la única
mercancía que posee sino para comprar otras. Ingresa como consumidor para hacerse de los medio de
necesarios para su subsistencia, los cuales fueron producidos bajo las mismas condiciones arriba descriptas.
Por lo tanto, producto de la necesidad biológica o de la fantasías generadas a través de la publicidad, el
conjunto de los sujetos que viven del trabajo contribuyen con su compra al sostenimiento de la estructura
productiva que se ha descripto.
De este modo el plus de trabajo no remunerado (es decir, la porción de riqueza creada en la jornada
de trabajo por el empleado, por la cual no se le paga) es la base que implica una acumulación inequitativa
de la riqueza socialmente generada, en favor de los propietarios de los medio productivos (tierras, materias
primas, maquinarias, capital-dinero).
Así, dado que la entrada obligada al mundo del trabajo asalariado es el medio que disponen las
mayorías para alcanzar el “bien de cambio universal” (el dinero), la mediación dineraria se vuelve un
elemento socialmente dominante, junto a la consolidación de la propiedad. Por ello debemos explicar
algunas características del lugar que dinero ocupa en la dinámica del capitalismo.
Dado que se trata del medio por el cual se representa o se expresa tanto el valor de las
cosas/mercancías (precios) como el valor del trabajo de los hombres (salario), el dinero se establece como
“el” patrón de medida social. Podríamos decir que con su consolidación se expande un modo de “ordenar-
explicar” la realidad por medio de la cual se reducen las relaciones sociales o intersubjetivas a expresiones
dinerarias. Se trata de un proceso que podríamos llamar monetarización de la vida cotidiana. Una de las
ideas con la que somos instruidos como sujetos en nuestro ingreso a la vida social “todo tiene un precio en
dinero”. Esto quiere decir que todo lo que nos rodea puede tratarse como cualquier mercancía. De este
modo, la mediación del dinero permite vivir como si “puediera llevar en mi bolsillo una parte del poder
social y, a su vez, el vínculo social universal”. En una socieda organizada en torno al valor del capital, el
dinero, entonces, es la llave que abre cualquier puerta. Por lo tanto el dinero, a medida que se consolida las
relaciones organizadas en torno al “valor”, deja de ser un medio que facilita el intercambio (como fue en
sus orígenes) para convertirse en el único objetivo de todo intercambio.
En la actualidad, el dinero no solo es el elemento que expresa el valor de los productos y el trabajo,
sino que se valoriza a sí mismo a través de la especulación financiera (cobro de interés, endeudamientos,
cobro de servicios financieros, especulación en la venta de bonos o acciones, etc.) Por lo tanto se trata de
una forma más compleja de creación de “valor”, que no se limita a la producción de bienes. Sin embargo,
el peso de esta forma financiera de generar riquezas se ha incrementado tanto que actualmente controla o
determina a la producción de bienes, dado que la especulación dineraria es la que desalienta o incentiva las
inversiones productivas en diferentes regiones. Dada la velocidad de las transacciones financieras
permitidas por el desarrollo informático, una de las características de esta forma de creación de “riqueza
financiera” es la inestabilidad generada a partir de la especulación, así como la destrucción de la base real
de la economía (capacidad productiva y puestos de trabajo) a partir de la aparición de crisis cada vez más
regulares y profundas.
Esta lógica socioeconómica que se viene describiendo, que articula trabajo asalariado y mediación
dineraria, se organiza a partir de lo que se denomina como economía de mercado. Los elementos
productivos (tierra-trabajo-maquinarias-materias primas) puestos a generar bienes/servicios en las
condiciones antes descriptas se distribuyen en relación del dinero que cada sujeto posee. Así, el mercado
es instalado como el único redistribuidor del excedente social, lo que implica que cada agente económico
(empresa) proyecte y produzca bienes/servicios para ser intercambiados a través de la compra – venta, con
el único fin de obtener por ello la mayor cantidad de dinero posible. Según esta lógica económica, el éxito
empresarial se mide en la capacidad de acumulación de dinero a través de la venta en competencia con otras
empresas. De este modo la acumulación individual predomina como medio de distribución del excedente,
por lo tanto la eficiencia se mide en capacidad de la competitividad de los agentes económicos. Así, a la
monetarización de la vida cotidiana como “elemento explicativo” de la realidad en el capitalismo, podemos
sumarle la consolidación de una forma de subjetividad construida a partir de las nociones del
“individualismo-competitivo”. En tal sentido, el dinero es la medida de la “virtud” de cada individuo dado
que es la muestra de la “astucia-ingenio” de cada uno para aprovechar las oportunidades de “éxito” dadas
por el mercado, por las cuales debieron “competir libremente”. En los términos que se han señalado, la
propuesta de una sociedad organizada en torno del mercado gira en torno de la idea que la competencia es
el hábito a cultivar. En este sentido el modo de pensar y de actuar de quienes organizan y dirigen esta forma
de producir-distribuir bienes, así como también de quienes participan en ella siendo consumidores-
compradores-empleados, se estructura a partir de la competencia por sobre la cooperación como la forma
“natural” de vínculo. De este modo, el carácter individual de los beneficios se prioriza por sobre el carácter
social de los mismos.
Desde la lógica productiva en los términos planteados por el capitalismo, ser competitivo implica
producir bienes/servicios al menor costo posible, por ello uno de los elementos centrales del capitalismo
como sistema económico es la permanente innovación técnica y la aplicación de la ciencia para la mejora
productiva. Para poder reflexionar sobre la competitividad mercantil, debemos recordar que la misma se
hace visible en el mercado, en la esfera de la compra-venta, donde el precio de los productos es un factor
central. Este valor de mercado se determina no por la oferta o demanda sino por a) el tiempo de trabajo
socialmente necesario para producir un bien (es decir, la relación entre la capacidad técnica del momento
y la capacitación/especialización de los trabajadores para producir cierto objeto), b) por los costos de los
insumos (herramientas, materias primas y fuerza de trabajo) y los c) tiempos del transporte y consumo de
esos bienes (rotación de las mercancías). La oferta y demanda son, en todo caso, manifestaciones de
variables socioeconómicas más profundas.
Por ello, bajo el desarrollo capitalista la búsqueda de innovaciones técnicas-científicas que permitan
una mayor producción o más veloz distribución de mercancías será una constante. Esto empujará a dos
procesos: en primer lugar, una cada vez mayor tecnificación en ciertas áreas de la producción,
reemplazando horas/hombres por maquinarias que aumentan la productividad. En este sentido el desempleo
surge como un complemento para tirar hacia abajo los salarios, con lo que se reduce un “costo de
producción”. Sin embargo, la tecnificación no se da en todas las ramas de la economía, ya que existen
producciones o tramos del proceso en las que es más barato la mano de obra (dado el volumen disponible
y/o poca especialización requerida) que la inversión técnica. Por otro lado, en el caso de la distribución de
esos bienes, la revolución en los medios de transporte (ferrocarril – transporte marítimo en el XIX y
camiones – aviones en el XX) tuvo un papel protagónico. Actualmente, los minuciosos cálculos en logística
y la posibilidad de conocer el movimiento de los flujos de productos en tiempo real gracias al desarrollo
informático, permiten reducir los costos en los flujos del transporte. Por otro lado, la segunda tendencia
que se genera como necesidad del proceso, es una profundización en la división social del trabajo entre
intelectual-manual. Así, mientras que en algunas ramas de la producción la labor intelectual queda solo
reducida a los sectores que dirigen la producción; en otras, en las que la intervención tecnológica implica
una mayor “intelectualización” de la mano de obra, puede que sectores profesionales se integren a la misma
por medio de procesos de “proletarización”, al mismo tiempo que sectores específicos del proletariado deba
capacitarse de modo permanente en relación al desarrollo productivo.
Por último, la tendencia desarrollada en este sistema de competencias organizadas a partir de las
características que señalamos es la concentración del capital. Dado que el desarrollo del capitalismo se
despliega a partir de la competencia por la mayor obtención de ganancias, dicho proceso implica la
destrucción/subordinación de las formas menores o menos competitivas de producción (pequeñas y
medianas empresas o empresas de alcance nacional) por medio de la diferencia de escala para comprar
materias primas, para negociar contrato con proveedores, para ocupar mercados a escala global-regional o
para el pago de salarios. De este modo pocas firmas globales logran ocupar diversas ramas de la producción
y áreas de la economía (producción de bienes primarios, industriales o servicios, finanzas), sosteniendo una
lógica monopólica en el drenaje de dinero. Se trata de un proceso de concentración del capital, el cual se
articula con una diversificación de las inversiones, es decir un mismo grupo inversor posee acciones o parte
de la propiedad de empresas de diversas áreas productivas en el planeta. El poder alcanzado por el capital
financiero le ha permitido comprar y dirigir buena parte de estos grupos empresariales, organizando la
producción en razón de su lógica de acumulación de corto plazo. Este proceso se articula con otro: la
terciarización de una importante cantidad de tareas, a mano de empresas contratistas que realizan faces de
la elaboración y diseño, la producción, la venta y distribución. Así, el capital ha podido ser más eficiente a
partir de generar mecanismos de contratación laboral que desarticulan formas de solidaridad colectiva.

Das könnte Ihnen auch gefallen