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“¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios,
pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (Sal. 42.11).
En este mundo en que vivimos la depresión es una realidad tanto entre cristianos
como no cristianos. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, se
calcula que afecta a unos 350 millones de personas en todo el mundo.[1] Afecta a
todos, ricos y pobres; jóvenes y viejos, profesionales y no profesionales, hombres
y mujeres.
1. Síntomas
En primer lugar, veamos los síntomas que puede presentar una persona con esta
condición. Cuando una persona está deprimida experimenta síntomas que afectan
tanto lo físico como lo espiritual, porque hay una interrelación entre nuestro cuerpo
y nuestra alma, lo que la Escritura describe como el hombre interior y el hombre
exterior (2 Co. 4:16).
Causas
Nota: Es importante destacar que para tratar las causas físicas el aconsejado
debe acudir a un médico para descartar cualquier condición de salud que lo
esté afectando.
Causas espirituales
1. Auto lástima
En tercer lugar, los creyentes se deprimen cuando sienten auto lástima, como el
caso de Asaf en el Salmo 73. Él tuvo una perspectiva no bíblica de la vida, ya que
veía a los impíos prosperar mientras él pensaba que había sido en vano haber
vivido piadosamente. Esto lo llevó a sentir envidia de ellos (v. 3) y a deprimirse (vs.
12-14). Cuando vio la vida desde una perspectiva bíblica, él entendió el fin de ellos
y de los privilegios que gozaba, y pudo salir de su depresión (vs. 16-17).
1. Sentirse atrapados
Veamos ahora los remedios divinos para vencer la depresión. Siempre que sea
posible debemos tratar de establecer una relación cercana con el aconsejado,
para entender mejor las experiencias y sentimientos de esta persona e identificar
lo que son debilidades físicas, malos hábitos y patrones pecaminosos de conducta
y así poder brindarle la ayuda adecuada (Ro. 12:15; He. 4:15).
En esa relación, en primer lugar, debemos enseñar al aconsejado que para tratar
con la depresión debe tener una relación personal con Cristo, quien le da el poder
y el potencial para vencerla. En Juan 15:5 el Señor nos dice: “Yo soy la vid,
vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto,
porque separados de mí nada podéis hacer”. Así como la rama depende de la vid
para la vida, el vigor y la fertilidad, asimismo Jesucristo es la fuente de nuestro
vigor, ya que todo lo que somos y todo lo que podemos hacer es por la gracia y el
poder que él nos comunica continuamente. Por nuestra unión con él podemos
enfrentar y salir victoriosos de la depresión.
No importa qué tan difícil sea la situación del aconsejado, qué tan serios sean los
problemas, las Escrituras nos dicen que si los manejamos a la manera de Dios, él
nos dará la salida (1 Co. 10:13). Pero el aconsejado debe decidir a quién creer, si
a su corazón que es engañoso y le dice que no hay solución para su situación, o
creer a Dios quien le da la solución por la gracia y el poder de Jesucristo.
A la luz de esta realidad, debemos explicarle cómo debe apropiarse de los medios
públicos y privados de gracia para crecer en su fe. Podemos ayudarlo a crecer en
su relación personal con su Señor, guiarlo en la lectura de su Biblia, enseñarle a
meditar en lo leído, a memorizar textos específicos que apliquen a su situación, a
tomar tiempo para orar con él. Explicarle la importancia de ser miembro de un
cuerpo local de creyentes y congregarse para ser pastoreado y edificado, para
poner sus dones en operación en el cuerpo de Cristo y tener comunión con el
pueblo de Dios.
2. Hablarse la Palabra
Dice Jerry Bridges: “Las buenas nuevas de que nuestros pecados son perdonados
gracias a la muerte de Cristo, nos llena el corazón de gozo, nos da valor para
enfrentar el día y nos ofrece la esperanza que el favor de Dios estará sobre
nosotros, no porque seamos buenos sino porque estamos en Cristo”.[3]
El aconsejado debe ser guiado al entendimiento de que ahora tiene una nueva
identidad, es amado por Dios en Jesucristo, quien le ha dicho: “Nunca te dejaré ni
te desampararé”, de manera que pueda decir con confianza: “El Señor es el que
me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?” (He. 13:5-6). Y
finalmente, echar toda su ansiedad sobre el Señor, porque él tiene cuidado de
nosotros (1 Pe. 5:7).
3. Autoexaminarse
4. Confiar en Dios
5. Regocijarse en el Señor
Espera en Dios. “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi
Dios!” (Sal. 42:11).