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Cuando Nuestros Instintos se Equivocan

Era un día australiano perfecto, cielos claros con nubes blancas esponjosas
y suaves. El aire era fragante, y nos sentíamos bien a pesar de que la
Aduana había requisado nuestros tambores nativos por ser posibles armas
terroristas. Parece que alguien decidió que los cueros crudos podían usarse
para contrabandear antrax. Tratamos de convencer al funcionario de que
eran cueros curtidos, pero no hubo caso. Los requisaron y nos cobraron un
arancel por almacenaje. Si lo s queríamos entrar al país ellos los rociarían
con pesticidas y otros químicos, y también les darían radiación. Elegimos
que los requisaran.
Pasamos la noche en la posada B&B y a la mañana siguiente empacamos
para ir al norte. Judi notó un pájaro interes ante en el patio, parecido a una
urraca pero con marcas diferentes. Al describirlo a nuestra posadera, nos
dijo “Ah, sí, es un pájaro carnicero”.
Yo iba manejando, salimos del estacionamiento al carril izquierdo de la
calle, no al derecho. Ellos conducen d el otro lado de la ruta con respecto a
como lo hacemos en los Estados Unidos, clara señal de que el Imperio
Británico ha estado allí.
Después Judi me contó que estaba a punto de mencionar que vio al pájaro
carnicero, esperando que no significara que iban a descuartizar a alguien.
Estábamos en un camino angosto rural, pasando por campos abiertos de
pastura. Para tomar una curva, me fui sobre el carril derecho. Entonces ví
que venía un coche. Estuvo encima antes que yo tuviera tiempo de frenar.
Mi cerebro institntivo tomó el mando. Como veterano de treinta años de
conducir, nunca había tenido un accidente, había evitado varios accidentes
exitosamente y nunca me habían puesto una multa por alta velocidad
(excepto el día que saqué mi licencia a los dieciocho a ños). Mis instintos se
habían afinado en estos muchos años de conducir, y yo doblé fuerte hacia la
derecha. No había banquina y me dí contra una ladera. Parte de nuestro
vehículo quedó sobre la ruta.
Los instintos de ella le ordenaron doblar hacia la izqui erda, y nuestros dos
coches chocaron. Recuerdo toda la cosa como extremadamente surrealista.
Ví cómo nuestros coches chocaban en cámara lenta.
Las delanteras de ambos coches se hundieron con el impacto y de repente
todo quedó mortalmente quieto. Los único s sonidos eran de los líquidos que
perdían los autos y el silbido del polvo volando en el aire. Pensé que
nuestro coche se incendiaba porque ví humo por todos lados, pero resultó
ser el polvo químico del airbag roto. Le dije a Judi que teníamos que salir
del auto. Di la vuelta para abrirle la puerta que se había aplastado con el
impacto. Me las arreglé para abrir y aydarla a salir. Estaba sacudida, como
yo, pero podía caminar – más o menos.
Fui al otro coche para ver cómo estaban el conductor y sus pasajero s. La
conductora estaba sola y, aunque atontada, no tenía heridas serias tampoco.
Una mujer que pasaba paró su coche fuera de la ruta para ver si
necesitábamos ayuda. Otra mujer de una casa cercana también ofreció
ayuda. Juntos ayudamos a Judi y a la otra conductora a llegar al patio de
esta mujer, donde nos ofreció sillas y agua. Me dolía la cabeza, pero me di
cuenta de que los coches estropeados estaban en un lugar precario donde no
eran visibles. Salí a dirigir el tráfico para no hubiera otro accidente a demás
del que ya había sucedido.
Fue entonces cuando pude ver mejor cómo estaban los coches. La otra
conductora dijo a la policía que estimaba que estaba yendo a 90 km. por
hora y que yo iba a unos treinta. La velocidad combinada suma 120 km. por
hora, y los coches lo atestiguaban. Ambos estaban arruinados y yo me
preguntaba cómo diablos habíamos podido salir caminando de ellos. Por lo
que veía, calculé que tendríamos que haber muerto todos, o que estaríamos
deseando estar muertos.
Sospecho que todos nuestros guardianes y ángeles habían trabajado horas
extras para protegernos. Judi había pegado con la cabeza en el parabrisas y
lo había quebrado, pero milagrosamente no se había roto el cráneo. Aparte
de algunos raspones, la mayoría causados por el inútil airb ag, yo creía estar
bien. La otra conductora estaba ilesa también, excepto por los raspones de
su airbag y algunos moretones en los brazos.
Después de salir del hospital, Judi y yo nos alojamos en un hotel para
acomodarnos y luego fuimos a dar una vuelta po r el pueblo para hablar de
lo que había pasado. Estábamos asombrados de no sentirmos demasiado
mal. Podíamos pensar claramente, creíamos. Y las cosas parecían estar
bien.
No nos dábamos cuenta de que estábamos en shock. Uno de los efectos
colaterales del shock es que uno no siente. El cerebro tiene un mecanismo
antiguo que se activa cuando se instala el shock. Uno se desapega de sí
mismo, y muchos de los receptores del dolor parecen adormecerse.
Al día siguiente nos dimos cuenta de que no estábamos tan bie n como
creíamos. El adormecimiento había pasado y ya podíamos sentir qué nos
estaba pasando. Además, nuestro equipaje expresaba bien el grado del
impacto sin necesidad de decir palabra. Los soportes habían saltado y las
cerraduras de acero se habían trabad o. Nuestros thangkas tibetanos, que
habíamos comprado en Nepal, se habían salido de sus cajas de PVC, y el
impacto había arrancado las tapas.
Durante las siguientes seis semanas deambulamos por una ciudad surfista
llamada Byron Bay, demasiado doloridos y d esorientados para hacer algo
más que acostarnos y descansar. Encontramos algunos profesionales
talentosos, gracias a dios, y lentamente intentamos rearmarnos. Humpty
Dumpty se había caído de un muro, bueno, para ser más precisos, se había
chocado con una pared… y todos los caballos y caballeros del rey no
alcanzaban para armar a Humpty Dumpty de vuelta (N.T. se refiere a una
rima infantil popular).
Para mí este accidente fue una confrontación extrema. Desde que tomé
Refugio en el Budismo, había hecho todo lo posible para practicar el no
dañar. Nunca había hecho daño conscientemente a nadie, y si alguna vez
había pisado los callos emocionales de alguien, había hecho lo posible para
arreglar las cosas. Pero he aquí que había lastimado a dos personas con mis
acciones. No sólo eso, sino que mis acciones había arruinado dos coches.
Después del accidente llamé a la agencia de alquiler de coches y el agente
me respondió en una forma australiana típica – “Me alegra saber que está
bien, amigo… Diablos, he estado en este negocio por más de trece años, y
después del primer año dejé de llorar por un coche arruinado. Sabe, uno
puede reemplazar un coche, pero no puede reemplazar a una persona. No se
preocupe por esto, amigo. Si podemos ayudarlo otra vez, háganos saber.”
Pero mi consciencia todavía luchaba con el hecho de haber causado daño.
No sólo eso, sino que me descubrí aislándome cada vez más. Estaba
sumergiéndome en una depresión y tenía todos los síntomas: perturbación
del sueño, falta de energía, no quería hacer na da y no me importaba un
bledo de nada.
Finalmente empecé, de a poco, a enfrentar mis emociones en conflicto. Me
habría gustado poder decirles que atravesé mi depresión con facilidad y
gracia. Después de todo, soy un psicoterapeuta y tengo las habilidades para
ayudarme a mí mismo. Pero ¡ay! Comprender un proceso emocional no
exime de atravesarlo. La cosa extraña de la depresión es que a uno no le
importa nada tener las habilidades necesarias para salir. La culpa es una
cosa terrible y fascinante.
Todo el asunto se volvió más complejo porque tanto Judi como yo habíamos
sufrido conmoción cerebral, no como para ser hospitalizados pero lo
suficiente para que las cosas parecieran más raras que lo habitual. Al mirar
atrás, creo que ambos estuvimos en diversos gra dos de shock por unas cinco
semanas. Durante éstas, me encontré haciendo cosas que yo sabía que no
me hacían bien, especialmente durante la depresión.
Yo no quería hacer nada y ciertamente no quería hacer nada positivo. De
hecho, en la primera semana comí desordenadamente comidas gratificantes.
Sabía que esa basura nutricionalmente inútil no era buena para mí, pero no
me importaba. Vean, yo tengo una “subpersonalidad” a la que llamo “el
roedor”. Es una especie de hamster de 100 kilos con todos los recursos y la
inteligencia que corresponde a su especie. Mientras él esté comiendo algo,
todo está bien. De modo que cuando el mundo se pone muy raro, como
sucedió después del accidente, él toma el control. Empecé a encontrar la
casa regada de envases vacíos de h elado, caminitos de cáscaras de maní y
otras cosas crocantes, como galletitas.
Qué maldita cosa es, en esto de ser humano, que cuando estamos bajo estrés
extremo a menudo recurrimos a cosas y acciones poco ingeniosas que
seguramente no mejorarán nuestra co ndición.
Para resumir esta larga historia, con ayuda de Judi finalmente me las
arreglé para salir de mi basurero emocional.
A través de este “accidente” aprendí muchas cosas sobre mí mismo; una de
ellas es el poder de las relaciones.
Hoy en día se habla mucho de las relaciones, tal vez porque nadie parece
saber cómo manejarlas. Los pautas para nuestras relaciones provienen, para
la mayoría de nosotros, de nuestros padres. Muchos de los que nacimos en
el “baby boom” (N:T: alta tasa de nacimientos al terminar la segunda guerra
mundial) crecimos con personajes televisivos como “Ozzie y Harriet”, y
“Papá tien razón”.Pero estas formas de relacionarse básicamente apestan.
No funcionan. Por supuesto, estos shows televisivos simplemente reflejaban
la psiquis americana de su época. ¿No fue entonces que se inventó el
plástico y el cuero artificial? Creo que también en esta época la gente
empezó a tapizar sus sillones con vinilo. No se alentaba la honestidad
emocional, y en “Ciudad Feliz”, en la TV, ni siquiera se consi deraba una
opción.
Los mensajes negativos sobre la honestidad emocional todavía abundan en
nuestra sociedad, a pesar de la revolución sexual y de haber llevado a un
hombre a la luna. Esos tabúes contra la verdad emocional están
profundamente instalados en muchos de nosotros.
Cuando Judi y yo finalmente pudimos decir nuestras verdades y expresar
nuestros dolorosos sentimientos sobre el accidente, realmente empezamos a
sentirnos mejor.
Aclaro que no puedo considerarme un experto en relaciones. Sólo puedo
contar lo que funcionó o no funcionó para mí. Descubrí que ser
emocionalmente honestos con nosotros y con los demás es la mejor
medicina para las situaciones difíciles de la vida.
Recuerdo un comentario que hizo la Magdalena con respecto a las
relaciones justo unos pocos días antes del accidente. “La dicha de las
relaciones es la apertura del corazón. El trabajo de la relación es lo que
emerge del corazón abierto.” Lo que empezó a surgir de mi corazón era un
montón de sentimientos conflictivos y de grati tud por seguir vivo, de
asombro de que no hubiera muerto nadie, y de inquietud por saber “porqué”
había pasado.
Ahora que han pasado años, he llegado a sentir que el “porqué” no es tan
importante como el qué hacemos con eso. Además, no se resuelve mucho
con explicarnos una situación. Nuestras acciones con respecto a la situación
tienen mucho más impacto.
Cuando empecé a atravesar el atolladero de sentimientos, la niebla gris que
me había estado rodeando empezó a levantarse. Podía pensar más
claramente. Una de las cosas que todavía me intrigan es la cuestión del
institnto.
Yo había doblado hacia la derecha por instinto. Pero mis instintos se habían
equivocado y me habían conducido a un curso de acción que en última
instancia había sido destructivo.
Ahora bien: cuando nuestra vida está en peligro entramos en automático;
nuestra mente instintiva toma el control. De hecho, nuestros instintos
tienden a tomar el mando cada vez que nos acercamos al límite de nuestras
capacidades. Esto es obvio en las situaciones pa recidas a los accidentes de
tránsito, pero no es tan obvio en nuestras vidas emocionales.
Sin embargo, ocurre algo muy similar. Cualquier cosa puede disparar una
llegada al límite emocional: la pérdida del trabajo, la muerte de un ser
querido, una discusión muy fuerte, un desastre nacional. Pero creo que
nada nos lleva al límite emocional tan rápido ni tan a menudo como las
relaciones.
Para algunos, los límites emocionales vienen de su relación íntima actual.
Para otros pueden venir de sus amigos, sus vecin os, sus compañeros de
trabajo, incluso de sus jefes. Los que son ermitaños tal vez enfrentan la más
desafiante de las relaciones: consigo mismos. Quiero decir: si eres un
ermitaño, no puedes culpar a nadie de tus problemas, ¿verdad? Sólo estás
tú.
Las relaciones se parecen mucho a los espejos. Creemos que estamos viendo
al otro, pero en muchos aspectos nos estamos viendo nosotros mismos.
Puede que ésa sea una de las razones para que las relaciones sean tan
catalíticas y tengan el poder de perturbarnos.
La relación de América con el resto del mundo está peor que nunca. Muchos
de nosotros nos sentimos bastante inquietos por los eventos nacionales y
mundiales. Pero la relación de América con el resto del mundo es sólo una
parte de nuestro problema.
Nuestra relación con la Tierra está en situación desesperante y el
ecosistema muestra señales de agotamiento. Los lemures de Madagascar se
extinguen, incapaces de reproducirse debido al estrés ambiental. Otros
animales y plantas los siguen en rápida carrera hacia la extinción.
No sólo eso; nuestras relaciones mutuas están tensionadas. Aumenta la
violencia en las rutas, los suicidios de adolescentes, los homicidios. El
salvajismo sin sentido va creciendo.
Con tantas relaciones interpersonales, nacionales, internaciona les y
ecológicas en desequilibrio, el mundo vacila al borde del desastre. Todo
esto es, por lo menos, profundamente perturbador.
Tengo un amigo budista que volvió hace poco a su casa en Asia después de
visitar los Estados Unidos. Estaba profundamente preoc upado.”El mundo se
cae a pedazos,” dijo, “y me duele el corazón de pena.”
Muchos sentimos esto cada vez más, a medida que nuestra espiritualidad
entra en intenso contraste con la condición en que está el mundo.
En situaciones como ésta, recuerdo las palabr as de Sogyul Rinpoche, un
maestro viviente Dozgchen del Budismo Tibetano:
“¡Si se te rompe el corazón, déjalo romperse!”
Creo que quería decir que podemos usar nuestros momentos de sufrimiento
emocional para avanzar hacia nuestra iluminación. Todos los ser es sufren
de vez en cuando. Así son las cosas aquí. Pero cuando el sufrimiento se
acerca a casa, nos apenamos.
Esa pena crea una apertura, aunque dolorosa, y todas las aperturas de
nuestro corazón sirven para nuestra iluminación. Las historias que nos
contamos sobre porqué sentimos tanta pena son sólo historias. Lo
importante en el viaje espiritual es la transformación de los
oscurecimientos que nos separan de la vida y de nuestra esencia espiritual.
A veces las tristezas de la vida pueden derribar los muro s de separación
entre nosotros y el mundo más rápido que cualquier otra cosa.
No creo en profecías ni en la predestinación. No creo en adivinos ni en los
que infunden miedo diciendo que el fin del mundo se acerca. Tampoco creo
en la visión rosada de nuestr o futuro. No creo que las cosas vayan a mejorar
mágicamente ni que una nave insignia descienda de los cielos para
protegernos de nosotros mismos.
Sí creo que estamos contemplando el colapso del mundo viejo. Aquellos que
manipulan el poder basados en la ant igua visión terrestre de la política y la
economía están tirando de todas las palancas para conservarse en la cumbre
del juego del monopolio. Estamos en medio de una revolución planetaria
con tantos frentes y tantos temas diversos que es difícil abarcarlos . Pero
todas las revoluciones traen sufrimiento y también liberación.
Cuando la revolución informática puso robots computarizados en los
lugares de trabajo, miles de personas perdieron sus empleos. Sus vidas
quedaron económicamente devastadas, algunos nunc a pudieron
recuperarse. Otros se capacitaron en nuevos campos y ahora están
prosperando.
Con muchas cosas de la vida, lo que importa no es lo que nos pasa sino lo
que nosotros hacemos con ello.
Lo más importante a recordar es que siempre tenemos poder de e lección en
cualquier situación. No importa que estemos conscientes de eso o no, que
ejerzamos ese poder o no. Está siempre presente.
Cuando me volví insensible por efecto del “accidente”, me llevó varias
semanas recuperar el sentido como para darme cuenta de que había tenido
opción en la situación. Estaba en shock, en mi límite emocional. Mi mente
instintiva me condujo a la aislación, lo que aumentó mi depresión.
Ahora bien: la depresión es sólo un intento de evitar sentir emociones que
nos parecen inaceptables o demasiado difíciles de manejar. Entonces
ponemos una tapa sobre nuestros sentimientos. El esfuerzo de mantener esa
tapa sobre nuestras emociones demanda mucha energía, de hecho, tanta
que nos deprimimos por el esfuerzo. (Nota: Esto rige para las dep resiones
que se originan en experiencias de vida específicas, como la muerte de un
ser querido, la pérdida de un trabajo, etc. No rige para las depresiones
causadas por desequilibrios químicos del cerebro.)
Como mis instintos que me habían hecho doblar hacia el “lado equivocado”
de la ruta, mis instintos me estaban diciendo que doblara hacia adentro
alejándome del mundo e incluso de mis sentimientos.
Pero fue el mundo de las relaciones y la verdad de mis sentimientos lo que
me liberó de mi sufrimiento emocional después del “accidente”. Creo que
ser honesto con uno mismo y con el otro respecto a nuestros sentimientos
es una buena ayuda en medio de la tormenta.
Menciono esto porque creo que más y más de nosotros atravesamos una
especie de shock cultural. Lo s cambios y peligros del mundo nos aparecen
tan vívidos que muchos de nosotros nos adormecemos. Nuestros instintos
nos dicen que dejemos de sentir.
Judi y yo recibimos emails de personas de todo el mundo contando que
están en su límite emocional. La vida s e les está volviendo demasiado
difícil. Las relaciones enfrentan más desafíos que nunca, muchos sienten
que sus vidas están desmoronándose.
Algunos se sienten incapaces para soportar el aumento en los niveles de
violencia del mundo; otros están sencillamen te hartos de luchar.
Como decía mi profesor de álgebra en el colegio: “Esto va a ponerse peor,
antes de empezar a mejorar.” Desdichadamente, creo que ésta es una
afirmación correcta sobre la situación mundial. Puede ser que la revolución
global termine liberando al espíritu humano, o que lo encarcele. Cualquiera
sea el resultado, probablemente veremos muchos más conflictos y
sufrimiento.
Tal vez nos deslizaremos por el ojo de la aguja y pasaremos a la próxima
década ilesos. Tal vez no. Dentro de cien años , nuestros momentos de
angustia y mayor tormento significarán muy poco. Lo que importará es
cómo vivimos estos momentos, no por nuestra descendencia sino por
nosotros mismos.
Porque en el mundo del alma, no hay tiempo. Al final, lo que importa es lo
que hemos conocido de la vida. Las personalidades y las situaciones que
tanto nos atrapan ahora, regresarán al vacío del cual vinieron. Dentro de
unos años todo esto parecerá una especie de sueño, cosa que en verdad es.
Es un sueño que estamos creando y creyendo que es real. Desde la
perspectiva del alma, las cosas importantes de la vida no son lo que
nosotros creemos. Las cualidades del corazón y de la mente que
desarrollamos al vivir son el tesoro – no las cosas que hacemos ni las cosas
que acumulamos.
Entonces, al final de nuestras vidas, cuando se nos retira de la Gran Rueda
de la Vida, sólo habrá unas pocas preguntas. ¿Nos volvimos más compasivos
o más odiosos? ¿Aprendimos a abrazar la vida, o hemos huído de ella?
Creo que éstas son las preguntas importantes. Requiere coraje espiritual
conservar el corazón abierto, no lo duden. Pero no he encontrado nada tan
gratificante.
No escondas tu corazón, sino que revélalo,
para que el mío pueda ser revelado
y yo pueda aceptar aquello de que soy capaz.
Rumi

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