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La civilización islámica: origen y fundamentos

La península Arábiga, habitada en los primeros siglos de la era cristiana por beduinos nómades o
semisedentarios, fue el contexto geográfico y humano del que brotaron la cultura y la civilización islámicas

Se dice que en La Meca, centro de peregrinación, ciudad de caravanas y núcleo mercantil del mundo
medieval nació Mahoma. Allí la verdad le fue revelada y comenzó su prédica del Islam hasta que en el 622 -
inicio de la Hégira-, fue a refugiarse bajo peligro de muerte a la ciudad de Medina, en la cual encontró
protección y creó los fundamentos espirituales e institucionales de la comunidad musulmana. Los diez años
de su vida en Medina y los treinta que siguieron a la muerte de Mahoma, en que gobernaron los cuatro
califas ortodoxos que le acompañaron en vida (632-661), son reputados por el sentimiento musulmán como
"la edad de oro" del Islam.

Sostenida por la íntima convicción de su mensaje y por la fuerza arrolladora de los ejércitos árabes, la
expansión islámica derrotó a los imperios sasánida y bizantino así como al Occidente del desmembrado
imperio romano e hizo del mundo musulmán un imperio que encabezó el comercio mundial y edificó una
red de grandes ciudades.

Ciudad islámica e instituciones religiosas


La ciudad islámica es la comunidad de personas que profesan el Islam. Constituye la umma o nación, en la
cual cada musulmán se reconoce, independientemente de que viva solo o en grupo y sea ciudadano o
campesino, nómade o sedentario. Una interpretación más acotada la define como Dar al-Islam, "morada del
Islam" y la limita a los países o grupos urbanos en que rige la ley canónica islámica y se practican sus formas
tradicionales de vida.

El Islam, que significa "sumisión a Dios", comprende tres instituciones religiosas fundamentales: el Corán, la
Tradición del Profeta (sunna) y las enseñanzas escritas y orales de los juristas. A través del doble testimonio
de la fe -"No hay más Dios que el Uno y Único" (Allah); "Mahoma es el mensajero de Dios"-, cuya
declaración confiere la condición de musulmán a todo hombre de buena voluntad, el Corán proclama su
mensaje esencial, al-tawhid o "Unidad Divina", la cual declara los derechos del Creador por encima de todas
las relatividades de nuestra existencia terrena y se realiza en la existencia individual de todo aquel que
aproxime lo más posible a Dios sus pensamientos y acciones. Con ese fin se incita a la lectura del Corán, a la
invocación de los nombres de Dios y a las prácticas obligatorias de la oración, el ayuno, la limosna y la
peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida.

El Profeta, el "elegido" providencialmente para trasmitir a los hombres la ley musulmana (la sari'a), encarnó
el modelo de hombre del mundo islámico. La colección de sus dichos y consejos y hasta de sus actos y gestos
fue recogida, durante el tercer siglo de la Hégira, en los hadits o "tradiciones", con el fin de facilitar su
reproducción y conocimiento por parte de la comunidad de fieles. Ni el Corán ni la Sunna, sin embargo,
están elaborados como cuerpos de leyes. Fue labor posterior de los eruditos del Islam la formulación de un
sistema jurídico que rige y divide los actos de los creyentes en obligatorios, recomendados, permitidos,
condenables y prohibidos, y supone una divergencia entre la jurisprudencia "sunní", que desaprueba la
reflexión personal y la evolución o adaptabilidad de la ley, y la "si'i", que las pondera. Una sabiduría que
como la musulmana tiende a introducir la dimensión religiosa en todos los aspectos de la vida, toma esta
divergencia por diferencias de interpretación que derivan, en última instancia, de la bondad divina. "Los
desacuerdos de los sabios -declara uno de sus proverbios- son una merced".

Sociedad, comunidad e individuo


Lo esencial de la ciudad islámica es la "combinación perdurable del esfuerzo desplegado por cada
hombre para someterse a la voluntad del legislador divino y del marco comunal que le sirve de
ayuda y soporte en ese esfuerzo" (J. L. Michon, 1976). El vínculo entre el individuo y el todo social
en el Islam es tan fuerte que la tarea de la redención individual "engloba ipso facto la sacralización
de lo social" dentro de sus marcos. La salvación de cada cual depende de los que le rodean tanto
como de que las circunstancias le sean más o menos propicias.

La tradición supone que el propio Mahoma formuló el principio de la iyma o consenso de los
creyentes, el cual se concreta en la ley musulmana bajo la forma de un estatuto colectivo llamado
"deber de suficiencia". Por él se eximía a un musulmán de cualquier deber legal obligatorio si un
número suficiente de fieles acuerda suprimírselo. El individuo, sin embargo, no se disuelve en la
comunidad. La ley del Islam supone que con su conducta un hombre sólo se compromete a sí
mismo y que, en su día, sólo él comparecerá ante el Juez Supremo para responder por sus
acciones. No obstante, la índole de hombres iguales ante Dios e idénticamente dependientes y
sometidos a las obligaciones que su ley engendra, ha dado lugar a la definición de la comunidad
musulmana como una "teocracia igualitaria" (L. Gardet, 1961).

El fuerte sentido de cohesión social que acompañó el alto grado de integración de las sociedades
musulmanas tradicionales se debe en mucho a los valores socio-religiosos que orientaron la vida
de sus individuos y de sus comunidades.

Gobierno y política: la comunidad islámica


La comunidad establecida en Medina en el siglo I de la Hégira (s.VII n.e.), fue el prototipo de
organización institucional -derivada de fines religiosos- que rigió en todas las sociedades
tradicionales musulmanas. Llamada inicialmente Yatrib, su nuevo nombre, al-Madina ("la ciudad
por excelencia"), designa su condición de centro de la umma y sede de la autoridad y la justicia.

El califa o imán, sucesor del Profeta, unía en su persona la autoridad espiritual y secular y era el
jefe supremo de la ciudad. Encargado de crear las condiciones para la aplicación de la ley coránica,
de encabezar la Guerra Santa (yihad), organizar el ejército y garantizar la administración y la
seguridad de los países bajo su dominio, el califa designaba también, en cada ciudad, a los
ministros o visires, a los gobernadores, los comandantes en jefe, los recaudadores de impuestos y
hasta al cuerpo de policía (surta) que velaba por el orden y protegía la ciudad de sus enemigos.

La justicia en la sociedad islámica tradicional se derivaba del mandato divino. Hay referencia a un
pacto original por medio del cual Dios designó vicarios suyos a los que ejercen la autoridad. A
éstos les cabe el deber de proteger a los fieles como a los últimos el deber de obedecer la
autoridad. Son afines el ideal de justicia platónico y el del Islam: el orden decretado por Dios sólo
prevalecerá allí donde dirijan hombres virtuosos, que unan a su profundo conocimiento de la
divinidad una elevada cualidad moral y en cuyas manos está "hacer que los hombres, en esta vida
y en este medio disfruten al máximo la felicidad y las delicias de la vida futura por medio de
instituciones comunitarias fundadas en la justicia y la confraternidad" (Al-Farabi, s.IV de la Hégira).

Pese a que el ordenamiento jurídico de las ciudades islámicas tradicionales careció de la


autonomía local y municipal de que gozaron las ciudades europeas medievales, sus instituciones,
orientadas por valores que rechazaban la discriminación por motivos de raza, religión o condición
social, propiciaron el elevado grado de integración que fue común en todas las ciudades del
mundo musulmán, desde Al-Andalus hasta la India.

Muestra la flexibilidad y la propensión democrática de la jurisprudencia islámica el hecho de que


sus juristas aceptaron como fuente de legislación, durante siglos, los hábitos locales de las diversas
ciudades.

La economía en la sociedad medieval


La economía en las ciudades tradicionales musulmanas se regía por un sistema corporativo que
integraba a los hombres dedicados a la producción, la distribución y los servicios, ya se
desempeñasen como propietarios u obreros, trabajadores a domicilio, por cuenta propia o
empleados del gobierno, ya fueran "gentes de alta o baja condición, musulmanes, cristianos y
judíos, nativos o extranjeros naturalizados, todos pertenecían al sistema corporativo" (Yusuf Ibish,
1976). En las corporaciones se agrupaba la población urbana según sus oficios, así que las había de
artesanos, de mercaderes, de subastadores, prestamistas, músicos, cantantes, narradores
transportistas y marineros.

Los miembros de cada corporación se consideraban a la vez como miembros de la comunidad de


creyentes a cuyo servicio se acreditaba especialmente la eficiencia en la profesión u oficio, que se
adquiría por medio de un arduo trabajo supervisado por un maestro (sayj) conectado a su vez a la
cadena de maestros de la corporación, que se enlazaba sucesivamente a las de otras, a los Santos
Patronos y aún hasta al Profeta.

Las corporaciones se estructuraban según un sistema conceptual y ritual trasmitido oralmente de


generación en generación y estrechamente vinculado a las órdenes sufíes (logias islámicas). A la
aceptación de un joven como aprendiz de un taller seguía la recitación de la
primera azora (capítulo) del Corán ante los maestros de la corporación y un período de años de
trabajo cuya nula o baja remuneración se compensaba con la idea de que era ese el medio de
aprender y de integrarse socialmente a la comunidad.

Una ramita de albahaca entregada por orden del maestro al joven aprendiz indicaba llegada la
hora de su iniciación. La ceremonia, celebrada en casa de un maestro o en algún jardín de la
ciudad, contaba con una nutrida y noble concurrencia que ejecutaba ritos religiosos y
ceremoniales a cuyo término se convertía al joven en miembro de la hermandad, bajo las notas de
una exclamación ritual de alegría en la que convergían diversas tradiciones: "Lluevan las
bendiciones sobre Jesús, Moisés y los que se embellecen los ojos con antimonio (*), pues quién
nos podrá perjudicar!" (Yusuf Ibish, p.152). La iniciación terminaba con un comida sencilla
denominada tamliha (ensalada) que recordaba el doble valor de la sal, nexo entre los que la
comparten y símbolo de artesanos (conocidos como "la sal de los bazares" por su condición de
núcleo principal entre los que se ganan la vida con sudor y paciencia).

El iniciado se integraba a su corporación y, por medio de ella, a la umma. Con los años, la
elaboración de una obra maestra como muestra refinada de su arte podía elevar al artesano al
cargo de maestro. Mencionemos de paso que en el islamismo sufí la artesanía era sinónimo de
arte y a la vez, un medio de realización espiritual que modelaba "una imagen del trabajo que un
hombre que aspira a la contemplación de las realidades divinas debe realizar consigo mismo y
sobre su alma, que entonces representa el papel de un tosco material, desordenado y amorfo,
pero potencialmente noble". (T. Burckhardt, 1976).

Educación e instrucción religiosa


La educación musulmana, iniciada en los tiempos del Profeta en La Meca, fue irradiada
en lo fundamental desde la institución de la mezquita y tuvo como contenido la sari'a o ley
islámica, cuyo aprendizaje era un "deber de suficiencia" para la comunidad islámica. La
más alta distinción en el Islam era alcanzar el "saber" -al-'ilm- o conocimiento de la ley
revelada. La memoria era una cualidad tan ponderada en esta enseñanza que su ideal, el
título de hafiz, se concedía a quien aprendiese el Corán de memoria.

La instrucción religiosa fue uno de los elementos que garantizaron la supervivencia de la


civilización islámica. Un ciudadano de cultura media podía ejercer una función consultiva
en el interior de la comunidad, dirigir las oraciones y practicar el mandato coránico. Con el
tiempo, la instrucción religiosa se fue diferenciando de la educación propiamente dicha.

El primer siglo de la Hégira, dedicado a la conquista militar y al establecimiento de la


autoridad política del Islam, no produjo un desarrollo significativo de la educación islámica.
Pero a partir del siglo II -en que se extendió la mezquita como institución de enseñanza en
los territorios ocupados- y sobre todo del III -en que una generación de juristas, teólogos y
lingüistas se afanaban por preservar la lengua y las tradiciones de una civilización que se
había extendido por muy diversos espacios culturales-, la educación pasó a primer plano.

Durante los siglos III y IV, en los que la mezquita fungía como una virtual universidad
pública, centro de culto y reunión social, aparecieron la institución del colegio o escuela
elemental (kultab) y las "casas de sabiduría" o "de ciencia", dedicadas exclusivamente a
actividades académicas. En el siglo V aparece la escuela superior o madrasa, patrocinada
por el estado, que fue desde entonces el rector de la enseñanza en el mundo musulmán.
Hacia el siglo IX era indispensable egresar de una madrasa para ocupar un puesto
gubernamental.

No sólo la adquisición del saber -que es el modo de discernimiento entre lo prohibido y lo


loable-, sino su transmisión, deviene en el Islam una obligación religiosa que lo convierte
en antecedente histórico del esfuerzo por la democratización de la enseñanza. "La
sociedad islámica repudia al álim (sabio) que evita trasmitir su sabiduría a los demás".

El Islam ha defendido la libertad de pensamiento, y reconocido los límites de la razón. Ella


no puede cuestionar ni la unidad divina ni la veracidad del mensaje de Mahoma. Desde su
punto de vista la razón puede ser innata -cuando es un don divino- y adquirida -cuando es
resultado del esfuerzo individual y la experiencia-. De lo más valioso en el Islam es su
reconocimiento de la naturaleza práctica del pensamiento y la educación, evidenciada en
una tradición atribuida al Profeta: "Adquirid toda la sabiduría que podáis! Pero Dios no os
compensará (todo lo que hayáis aprendido) hasta que traduzcáis vuestro saber en
obras!".

Moral y familia en la cultura islámica


La moral que regulaba la conducta de la comunidad islámica tradicional se derivaba de la
eticidad contenida en el Corán y en la tradición del Profeta. Según éstas, ordenar el bien y
prohibir el mal son un mandato divino. Todo musulmán tiene, en consecuencia, la
obligación de denunciar los actos contrarios al mismo. La tradición establecía las normas
de cortesía, los gestos y palabras del saludo, las felicitaciones para los buenos momentos
y los consuelos para las pruebas de la vida. Establecía también los preceptos de todo
comportamiento, entre ellos, el uso de atuendos tradicionales y del turbante como símbolo
de la dignidad del creyente y de su alianza con el cielo.

El cumplimiento de la moral musulmana fue una función jurídicamente establecida en la


comunidad islámica, y conferida en la jerarquía ciudadana al almotacen o zabazoque,
responsable de la aplicación de los valores éticos a la práctica de la vida cotidiana.
Inspeccionaba los pesos y medidas del mercado, la equidad en las transacciones
comerciales, la calificación de las profesiones y era árbitro de las disputas habidas entre
patronos y empleados.

La comunidad islámica tradicional estableció por derecho divino la naturaleza patriarcal de


la familia musulmana. Significa la autoridad del padre o del abuelo sobre el colectivo
familiar y la del marido sobre la esposa, que se deriva de la ley coránica según la cual "los
hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado
a unos más que a otros y de los bienes que gastan".

El status atribuido por la tradición islámica a las mujeres de su comunidad ha afectado su


posición frente al matrimonio, al divorcio, al derecho de herencia y al de prestación de
testimonio, aunque se ha afirmado que ese status se deriva menos de la ley coránica
propiamente dicha que de sus interpretaciones.

(*) Costumbre que distinguía a los árabes por antonomasia. Cf. Lévi-Provencal, España
Musulmana. Commented [U1]:

Cultura islam
La cultura musulmana es muy rica, pues constituye el puente entre la cultura clásica y la medieval.
Partieron de los conocimientos científicos y filosóficos griegos, los tradujeron a su lengua y
constituyeron bibliotecas para difundirlos.

La lengua árabe fue el vehículo de comunicación del Imperio y perdura todavía hoy en la mayoría
de los territorios que lo componían.

Crearon escuelas (madraza) estaban presentes en las ciudades para enseñar a leer tomando como
base el Corán, de forma que educación y religión quedan íntimamente unidas.

La producción literaria musulmana fue muy importante, tanto en poesía (épica y lírica, de
temática amorosa o religiosa) como en narrativa donde puede destacarse la colección de historias,
muchas de ellas procedentes de la tradición oral antigua, recopiladas en Las mil y una noches,
donde Sherezade cuenta al sultán esas historias de todos conocidas: Aladino, Simbad, Alí Babá y
los cuarenta ladrones?

Sus tratados de historia o geografía nos han permitido conocer más esta cultura.

Su sistema de numeración decimal sustituyó a otros, como el romano, y ha llegado a nuestros


días, junto con otros conceptos matemáticos como el 0, para expresar la ausencia de cantidad y el
álgebra.

También desarrollaron la medicina, tanto curativa como preventiva y los hospitales.

Algunos de los personajes ilustres de su cultura, como el cordobés Averroes o el


persa Avicenaeran auténticos humanistas que se ocupaban de la filosofía (Averroes fue el
trasmisor de la filosofía aristotélica), la medicina, las matemáticas o la astrología.

OrigendeIslam
Los pueblos de origen Semita habitaban en la península Arábiga, (Mar Rojo y el golfo
Pérsico. Su clima era desértico. Los nómadas se dedicaban al pastoreo de camellos y de
cabras. se desarrollaron las ciudades de La Meca y Yathrib. Los pueblos árabes estaban
organizados en tribus y cada tribu tenia sus propias creencias politeístas. se logro la
unidad de las tribus en el ano 6222, gracias a Mahoma y así se creo la nueva religión
monoteísta: El Islam.

LA EXPANCION DEL ISLAM SE REALIZO EN TRES ETAPAS:


El Califato Ortodoxo:
(632-661), conquistaron Siria, palestina, persia y egipto. Comenzaron la lucha contra el
imperio Bizantino. "Califa" la mayor autoridad.
La Dinastía Omeya:
(661-750), Damasco, la capital del imperio. Se expandieron por gran parte del mediterráneo
incluyendo las islas Sicilia y Creta. Invadieron India, Asia, África y España en el ano 711.
Península Ibérica 'Alandaluz'. Hubieron problemas por la imposición del islam, para
solucionarlo autorizaron el judaísmo y lcristianismo.un golpe de estado puso fin a esta
dinastía
La Dinastía Abasida:
(750-1258), 'Bagdad' la capital del imperio (Irak). forma de gobierno que involucraba a los
musulmanes, no a los arabes. los abbasidas crearon un mvimiento cultural, que contenia
elementos arabes, griegos y del latin. esto logro un gran desarrollo en las ciencias y artes, lo
que los convirtio en las ciudades mas importantes del mundo.
La principal autoridad del imperio.P R O D U C T

LAS ETAPAS DE DESARRO

1. Durante la prehistoria, Arabia tenía un clima más templado y estaba mejor regada

que hoy. Pero sufrió, como el Sahara, una progresiva sequía («desertización») que

condujo a los pueblos del neolítico a desplazarse hacia las zonas donde las lluvias del

monzón permitían mantener una agricultura y hacia los oasis diseminados por el

desierto que ofrecían pasto para su ganado.


A pesar de que no ha habido excavaciones sistemáticas ni se han hecho

investigaciones lo suficientemente numerosas como para permitirnos reconstruir la

prehistoria de la región, a partir de la edad del bronce constatamos la presencia de

sepulturas en forma de tumulus con cámaras funerarias en su interior. «La Isla de los

Árabes» estaba entonces en contacto con las grandes civilizaciones que la rodeaban:

la de los Faraones al noroeste y la de Mesopotamia al nordeste. Los documentos


atestiguan que los pueblos de la península hablaban una lengua semítica

emparentada con el acadio. Su primera referencia que tenemos entre los egipcios se

remonta al 2100 antes de nuestra era, y se basa en las relaciones comerciales que

mantenían con los árabes a fin de obtener el incienso, un producto precioso,

necesario para los cultos y para el proceso de momificación. La búsqueda de los

«aromas» es el motor de estos contactos.


En el siglo IX a. C., los Árabes son mencionados en los textos asiro-babilónicos,

que relatan los combates entre camelleros árabes y tropas asirias. Los príncipes de

Saba —la Biblia habla de su reino que comercia con Salomón, hacia el 950 a. C.—

pagan tributo a los soberanos de Nínive. Para conquistar Egipto, Cambises se alía con

los Árabes a fin de asegurar el abastecimiento de su ejército. Sus sucesores

aqueménidas incluyen Arabia en su imperio, como lo demuestran los bajorrelieves de


Persépolis (siglo VI a. C.). En el 539, se constituye la satrapía de Arabia, que deja al

reino árabe una cierta independencia, a cambio del pago de un importante tributo.
Entre el siglo VI y el siglo IV a. C., el Sur de Arabia se une a los principados de

Mâïn y de Qataban, de Asuán y de Himyar, así como de Aksum y Yeha, en la orilla

etíope del mar Rojo. La construcción de tres grandes presas asegura la riqueza del

Yemen. La más importante, la de Maarib, hecha de tierra y reforzada por bloques de

piedra de 2 m de longitud, alcanza 600 m, con una altura de unos quince metros.

Funcionará hasta el 575 de nuestra era, época en la que la ciudad es destruida.


En los siglos V y IV a. C., Maarib posee grandes templos formados por altos

pilares monolíticos. Es el caso del Auwam, o santuario de la Luna, y del Almaqah, que

son contemporáneos de la Acrópolis de Atenas. En esta época, en Maarib se crea una

escultura exenta hecha en bronce, utilizando el antiguo método de la cera perdida.

Esta estatuaria representa a los reyes (o Mukarrib): llevan una piel de león como

Hércules, y un tipo de puñal que todavía siguen utilizando los yemenitas. La marca
de Grecia se encuentra en la acuñación de monedas: éstas están copiadas de la

tetradracma ateniense.

Esta civilización, llamada «himyarí», posee su propia escritura, que —como las

otras grafías semíticas— sólo transcribe las consonantes, sin ninguna vocal.

Descansa, al parecer, en una «monarquía parlamentaria» formada por asambleas:

las tribus se reúnen para celebrar elecciones y para tomar las decisiones
importantes.

Al norte de la península, el reino de los Nabateos que limita con Palestina tiene un

extraordinario desarrollo en las épocas helenística y romana. La ciudad de Petra, en

el centro del macizo rocoso, constituye un verdadero «puerto del desierto» que filtra

el comercio internacional. La influencia del arte griego tardío se manifiesta en las

fachadas de sus grandes tumbas cinceladas en arenisca rosa. En la ruta del incienso
y de las especias, más tarde de la seda, las caravanas árabes siguen sacando

provecho de su situación geográfica dando un extraordinario impulso económico y

artístico a su región: entre el siglo IV a. C. y el siglo I d. C., los Nabateos manejan

las alianzas en un Oriente Medio en el que los sucesores de los diadocos están

perpetuamente en lucha. Posteriormente Roma, bajo el reinado de Trajano, se

anexionará la región sin topar con importantes resistencias, en el 106 de nuestra era.

Durante el Imperio, Arabia conoce algunos altibajos, debido a las sacudidas

procedentes de la política que Roma llevaba contra los Partos, y después contra los

Sasánidas. Progresivamente, la ruta del comercio internacional se va desplazando de

Arabia y del mar Rojo hacia el golfo Pérsico y Mesopotamia, cruzando el Éufrates a la

altura de Palmira, que se convierte en el centro de la importación-exportación. Pero

basta que los ataques del ejército parto, y del sasánida después, corten esta vía de
comunicación, para que los mercaderes tomen de nuevo la ruta meridional, menos

directa, pero más tranquila.

A partir del siglo I a. C., una serie de ciudades más o menos independientes

habían surgido sobre la franja limítrofe entre los grandes imperios: además de Petra,

vamos a citar a Djérash, Palmira, Dura-Europos y Hatra, que constituyen unos

centros activos desde donde se expande una cultura árabo-semítica, animada por
tribus de procedencia aramea.

Los reinos de los Lamidas y Gasánidas

Esta situación prevalece hasta la época bizantino-sasánida, donde la creación de

reinos «satélites» atribuye una cierta importancia a las tribus árabes que rodean los

imperios respectivos de Constantinopla y Ctesifonte. Los Sasánidas, contra quienes

los emperadores bizantinos están en guerra, reinan sobre Persia, incluyendo el actual
Iraq, cuya capital está situada a orillas del Tigris. Practican la religión de Zoroastro y

son también objeto de un intenso proselitismo por parte de los cristianos nestorianos,

que separaban la naturaleza divina y humana en Cristo, y eran por tanto hostiles a la

ortodoxia bizantina.

En los confines de los dos imperios —en la zona más conflictiva— se encontraban

por tanto dos reinos árabes vasallos que eran Estados neutrales. Se trataba, por el
lado persa, de los Lamidas, establecidos en al-Hira, cerca de Kufa, hacia la mitad del

Éufrates, y por el lado bizantino, de los Gasánidas, que ocupaban la zona de Palmira

y una parte de Palestina, y cuya capital era Bosra. Pero el miedo que suscitaba en

Constantinopla la fuerza creciente de un rey gasánida a la cabeza de una serie de

tribus árabes, y la aversión de los Bizantinos por el monofisismo dirigieron su poder a

desmantelar las fuerzas de estos aliados, cuya desaparición iba a ser desastrosa.
Estos territorios fronterizos evidentemente habían facilitado unas relaciones

estrechas entre las tribus de Arabia y las dos grandes potencias que se desgastaban

en incesantes guerras. Habían hecho que los jinetes beduinos se familiarizaran con

las grandes civilizaciones tanto de Persia como de Bizancio, y con las técnicas de

guerra desarrolladas en una y otra parte. Esta intimidad de relaciones que existían

antes de Mahoma entre los Árabes y las fuerzas que ellos aplastarán cuando se

afirme el Islam, es lo único que permite comprender la rapidez de su victoria.

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