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¿En que pensamos cuando nos referimos al cuerpo y a la mente? En primer lugar,
cuando hablamos de cuerpo nos referimos a ella como una entidad propia del mundo
sensible, es decir, que se puede tocar, oler, oír, etc., mientras que, cuando hablamos de
la mente, nos referimos a ella como una entidad psíquica, invisible e intangible, que, a
lo largo del tiempo, fue adoptada con diferentes nombres y conceptos tales como alma,
espíritu, conciencia, etc.
Si nos vamos al ámbito de la filosofía de la mente, podemos decir que el problema del
abismo ontológico entre el cuerpo y el alma surge con la antropología cartesiana, sin
embargo, nos encontrarnos con que esta cuestión ya venía desde la antigüedad,
podríamos decir que con Homero, que ya concebía un cuerpo separado del alma, y que
esta última era la que iluminaba la razón y acciones del hombre, pues al morir, Homero
los describe como “cabezas sin brío”. Otros afirmaran que esta relación entre dos
realidades de naturaleza distintas, esto es, entre alma (y todas sus variables) y cuerpo,
inició con el dualismo de Platón, teoría que ha trascendido a través del tiempo y que
tuvo una gran influencia e impacto en las posteriores culturas. Este, a la hora de mirar su
experiencia y la del mundo, se da cuenta de que hay una certeza original en el ser
humano que brota de la presencia de sí mismo ante sí mismo. Ante la observación del
hombre frente a la naturaleza, ante lo exterior; surge aquí la observación de nuestro
interior, de un “yo”, o mejor dicho, de un “Nous” que se maravilla de sí mismo y de su
existencia. Recordemos que lo que hoy conocemos como mente, en ese entonces era
concebido como el alma, y la misma tenía una especie de relación del tipo jerárquico
con el cuerpo, siendo este último una cárcel que no permite al alma conocer esas
anheladas ideas. Otra concepción es la aristotélica, que afirma que el alma es una
propiedad del cuerpo, y, cuando muere uno también lo hace el otro, a excepción de una
parte, que es la racional, esto es, el elemento del alma que permite el conocimiento.
Esta idea de lo sensible por debajo de lo inteligible o lo divino se extendió a otras de las
posturas más populares que es la del cristianismo, la cual postula que no somos
solamente cuerpo, sino también espíritu, y que esta última es mucho más que el cuerpo,
por lo que sobrevive a la muerte, muy parecido a la concepción platónica. Al igual que
el alma de Platón, el espíritu también es aquello que nos permite conocer la Verdad, o
parte de ella, es decir, que nos permite conocer a Dios (que es toda la Verdad).
En ambos polos existe un reduccionismo que devora al otro, pero sin embargo siempre
se habla de dos entidades. Podemos notar como esta relación es demasiado compleja y
difícil de concebir, por lo que trajo diferentes maneras de tratar de explicarlas. En su
libro “Introducción al Análisis Filosófico”, John Hospers (1953) hará un recorrido
histórico de los diferentes intentos de darle solución a este problema; algunos de ellos
son:
Podemos preguntarnos también cuando nos golpeamos una parte de nuestro cuerpo ¿Le
duele a esa parte en particular o a nuestro “yo”? Normalmente respondemos “a mí”, y
con esto podemos decir que no se trata solo de un juego de palabras, sino que es un
intento lingüístico por reconocer un fenómeno concreto, pues al golpearnos, no sufre
solo esa parte del cuerpo, sino que todo el “yo” es el que sufre al unísono, mostrándonos
así que hay una unidad entre el organismo humano y lo psíquico. Si esto no es suficiente
para admitir que lo mental y lo físico no son existencias con naturalezas diferentes,
podemos afirmar que existen cosas que tienen un origen físico, como situaciones que
vienen del exterior y que nos afligen a nivel mental, provocando consecuencias
orgánicas, como las enfermedades psicosomáticas, que indica que los problemas
psicológicos provocan síntomas físicos. De esta manera, podemos encontrar tres
posturas: la primera es la que concibe al ser humano como la relación entre dos
sustancias de naturaleza diferentes (dualismo), otras que dicen que solo existe la mente
y que el cuerpo es solo una ilusión (ciencia) y otra que cree que solo somos cuerpos y
que la mente es una ilusión de ella.
La mente
Sin embargo, no basta con entender el desarrollo evolutivo de la mente para poder
entenderla y descubrir sus misterios. Como habíamos dicho anteriormente, su existencia
invisible hace complicada la tarea de su estudio, pero se han encontrado algunas formas
de estudiarlas, como, por ejemplo, el “modo espejo”, que sugiere utilizar como reflejo la
mente de los demás; otra forma es estudiar el funcionamiento de las neuronas y el
cerebro para tratar de comprender de donde proviene la mente o utilizar sistemas
artificiales como espejo para comprender nuestra propia mente. Esta última es la más
llamativa e interesante, y tratará, a través de la inteligencia artificial como espejo de
nuestra propia mente, de comprender a la misma, desarrollando sistemas artificiales que
simulan la inteligencia humana, proporcionándonos las bases o la guía necesaria para
poder pensarnos a nosotros mismos.
Inteligencia artificial
Podemos asegurar que esta concepción nos parece familiar, pues, actualmente se habla
mucho de ella y estamos rodeados de la misma, aunque no tengamos conciencia de esto.
Ejemplos de esta afirmación es el uso del celular o computadoras que casi la totalidad
de las personas poseen y que, sin darse cuenta, son ayudados en su vida diaria por esta
inteligencia artificial. Pero, ¿Sabríamos definir lo que es IA? Actualmente se la concibe
como una simulación de los procesos de inteligencia humana que es realizado por las
máquinas. Esto incluye el aprendizaje, el razonamiento y la autocorrección. Además,
podemos decir que la IA es cualquier software que replique tareas humanas de manera
efectiva, algo que actualmente es posible y es llevado a cabo por nuestros dispositivos
tecnológicos. Sin embargo, el mayor desafío de los estudiosos de este campo es lograr
que estas máquinas sean capaces de responder y reaccionar con el entorno a un nivel
más profundo, como poder relacionarse de manera natural con otras personas, poder
dialogar, debatir o reflexionar sobre los diferentes dilemas éticos.
El estudio de la inteligencia artificial inicio a mediados del siglo XX, donde, por
influencia de los problemas mencionados anteriormente, se contempló a la mente como
un ente aislado del cuerpo, lo que llevo a un desarrollo de sistemas basados en el
conocimiento abstracto, que tenían una perspectiva de la mente como un ente aislado
del mundo, enfocándose en simular las actividades de la mente que no tuvieran
correlatos con el cuerpo, como juegos mentales, razonamientos lógicos, solución de
problemas, etc. Hasta este momento todos los estudios marcharon de maravilla, pero a
la hora de la simulación de esta inteligencia artificial con procesos que involucran al
cuerpo o al medio ambiente fue que estos sistemas basados en el comportamiento
empezaron a fallar.
Una de las dudas de los estudiosos de este campo era si las maquinas poseían
inteligencia humana, pues pareciera ser que estos podían llegar a resolver una respuesta
específica, pero no eran consciente de que fue lo que hicieron, sin embargo, esto no era
razón suficiente para concluir que las maquinas no tengan inteligencia humana, pues,
por ejemplo, muchos de nosotros manejamos cosas sin tener necesidad de conocerlas
completamente, ya que no se necesita ser un experto en informática o un gran mecánico
para saber usar una computadora o aprender a manejar. Entonces ¿Cómo podemos
pretender juzgar a una computadora si tiene o no inteligencia porque no sabe qué es lo
que hace si nosotros tampoco sabemos cómo funciona nuestra mente?
Esta cuestión era un gran problema en el campo de la inteligencia artificial, por lo que
Alan Turing, matemático que dejo una profunda huella en la historia de la computación
y la IA, afirmó que solo podemos juzgar a la inteligencia a partir de las acciones que
estas máquinas tienen. Con esto en la mente, propuso en 1936 la famosa prueba
conocida como la máquina de Turing, que juzgaría la inteligencia de una máquina de
acuerdo a su capacidad de reproducir el comportamiento humano. Para ello, se pone a
una persona a interrogar a un hombre y a una máquina, los cuales están aislados del
interrogador; si el interrogador confunde a la maquina con un hombre, podríamos decir
que la maquina posee inteligencia humana. Con este método, se pone énfasis no en el
funcionamiento de la máquina, sino en su capacidad de poder reproducir el
comportamiento humano. De esto sacamos las siguientes conclusiones: primero, para
que un sistema sea inteligente este tiene que realizar una acción; segundo, estas acciones
son juzgadas por un tercero; y por último, la inteligencia es percibida en el
comportamiento de los sistemas.
Reflexiones sobre la IA
Si nos vamos más allá, lo que más preocupa a estos profesionales es que se lleve a cabo
una carrera armamenticia de inteligencia artificial, pues aumentaría el poderío militar de
los países y con ello, incrementaría el riesgo de otra posible guerra o atentados. ¿Se
imaginan tener la posibilidad de enviar pequeños drones con enfermedades biológicas
dentro, como el Ébola, y que sean capaces de expandir estas enfermedades según el
gusto de quien la use? Sin duda alguna, son ideas que podrían parecer exageradas, pero
los nuevos descubrimientos científicos demostraron que lo que antes era pura
imaginación o mera literatura, hoy son hechos reales. Estas maquinaria podrían reducir
el umbral para una próxima guerra y es algo que éticos temen. Sumado a esto,
normalmente se pasa por alto el debate de estos temas en el campo de la IA, aún se
prefiere dejar de lado la parte ética de algunas cosas, como el uso de armas autónomas
letales, algo que en EEUU ya es una realidad.