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Caracas, 22 de Octubre de 2012

Cien líneas sobre ontológica

La ontología trata de la naturaleza y las relaciones con el ser. Éste su objeto de


estudio trasciende al ente, noción asociada a cosas, realidades o seres debido a que poseen
la propiedad de lo que es, así la ciudad es, el árbol es, la silla es. En esta categorización el
hombre merece consideración especial, el hombre es ente en cuanto es, puesto que a él
podemos referirnos en forma realista o de manera teórica y comportarnos de un modo u
otro en su presencia, pero a diferencia de la piedra, la planta o el animal es el único ente
que se pregunta por el ser, por ese algo que desborda la singularidad del ente, pero que el
pensamiento no consigue definir. Esta divergencia evidencia que el ser no es ente, por ello,
no es objeto de representación ni de definición. Entre el ser y el ente existe una diferencia
ontológica insuperable, pero de algún modo el ser se manifiesta en todo ente, quien tiene la
alternativa de mostrarlo desde su comprensión.

Hacer ontología desde esta visión, vale decir, ver la realidad como proyecto del ser-
ahí o Dasein de Heidegger, no es buscar algo dado como producto de la contemplación del
sujeto cognoscente sino más bien una búsqueda por desandar el camino que condujo a la
pregunta por el ser, esencia o verdad enmarcada en el ser del ente, aún cuando ese desandar
entrañe la inevitable torpeza, como la presa que en su huida deja la huella al cazador que la
destruye. Esta actividad especulativa sobre la realidad no es una acción ordinaria del
hombre “arrojado en” o “inyectado hacia” el mundo, un sujeto existencial consciente que
viene de la nada y va hacia ella, angustiado por la muerte que le exhibe su condición de
temporalidad y finitud, donde vive con los demás hombres deslizándose hacia la
impropiedad, exhibida en la inautenticidad que lo conduce hacia la banalidad, la trivialidad
y a la vida impersonal. Es más bien el camino hacia la autenticidad quien lo lleva a
trascender lo absurdo de lo dado y preguntarse por el ser o esencia del ente, la respuesta
nunca es precisa, encuentra que éste se muestra de manera inadecuada, en forma parcial y
sólo en algunas de sus facetas y aspectos, pese a ello está conminado a comprenderlo como
paso esencial para acceder a la esencia.

En la perspectiva que estamos considerando, la comprensión se ancla en la angustia


del Dasein, entendida como la posibilidad de una apertura privilegiada que lo conduce a
indagar persuadido de la existencia de algo como la esencia del ente que junto al fenómeno
conforma la realidad que lo contiene y es objeto de su estudio. Esta actitud le exige afrontar
un futuro incierto que lo conduce a desnudar reglas y desmontar saberes, demandándole a
su vez una confrontación consigo mismo, con su propia historia, sus valores y creencias, la
firmeza de este desocultamiento marca el transito de la impropiedad a la propiedad,
anulando la validez del mundo cotidiano para posesionarse de sus potencialidades y acceder
al ser o su verdad. En tal acometido emerge su papel ontológico, exhibido en la manera de
estudiar las relaciones de los miembros de la comunidad que lo acoge en su seno, las
formas de examinar sus manifestaciones culturales, los modos de obrar y pensar de quienes
conforman el grupo del que forma parte, sus modos de conocer, en fin la forma de examinar
la totalidad del comportamiento humano de las personas con las que interactúa. La
perspicacia en la ejecución de estas y todas las demás acciones implicadas en la interacción
van a permitirle compenetrarse con la realidad como elemento esencial para comprenderla.

Esta visión de la realidad junto a la acción de quien por ella se pregunta, es propia
del pensamiento postmoderno. En contrario, la óptica de la modernidad anclada en su
creencia objetiva creo una incisión infranqueable entre el investigador y su objeto de
investigación. Esta posición derivada de la filosofía positiva sostiene que la realidad social
es independiente del investigador, que es fraccionable, no aleatoria con un orden más o
menos permanente en el tiempo. Tales características permitirían conocerla a partir del
estudio de las partes que componen su fraccionamiento, para lo cual se auxilia en leyes
estables que descubren en el proceso de conocer. En teoría, esta concepción parece haber
alcanzado su punto de inflexión aún cuando en atención a la argumentación del
pensamiento complejo, tal visión no debería darse de baja, como exige buena parte de los
estudiosos de las ciencias del hombre, sino más bien acoplarla a los requerimientos de
quien busca conocer y comprender el comportamiento humano, muchos resquicios de esta
realidad demanda sus presupuestos para ser comprendida, a la vez que actúan como
antídotos ante los excesos subjetivistas. En la práctica, pervive con buen aliento en la
investigación educativa, pese a la inmensa labor de la comunidad científica actual, dirigida
a señalar con evidencia empírica tanto las fragilidades de esta postura investigativa como
las potencialidades de los estudios bajo el enfoque cualitativo. Los argumentos a favor de la
segunda posición señalan que la realidad inherente a las ciencias humanas no es
independiente del sujeto que la estudia, ella se basa en las interacciones sociales y en la
construcción de significados de los sistemas sociales, donde importa la concepción
subjetiva de la persona. Para esta concepción, la realidad interna del individuo se expresa
mediante su comportamiento en el ámbito donde se desenvuelve. El rol del investigador es
descubrir y describir el significado de la interacción de la persona en su ambiente natural.

El camino que ha conducido a esta visión de la ontología, hunde sus raíces en el


pensamiento fenomenológico iniciado por Husserl y Heidegger en las primeras décadas del
pasado siglo, soporte de la hermenéutica de nuestros días expresada en las ideas de Ricoeur
y Gadamer, perspectiva que ocupara nuestra atención en el futuro, para los fines presentes
estaríamos más que satisfechos si logramos acuñar algunas ideas de los iniciadores de la
fenomenología vinculadas a la temática que nos ocupa. A este respecto, el lema husserliano
volver a las cosas mismas, a ellas hay que ir y de ellas se debe partir, en la búsqueda de las
esencias que las definen, parece indicar el modo insoslayable de acceder a lo que en las
postrimerías de su obra llamo “mundo de la vida” y que en su visón comprende “…el
universo de realidades que existen de modo comprensible de suyo, pre-dado
constantemente en un incuestionable estar ahí delante…[a él pertenece] el lenguaje, la
religión, la historia, el arte...” (Husserl, 1925). En este mundo, el hombre busca captar la
realidad, aunque algunas veces no se percate de ello como ocurre en la vida natural, que
enmarca “un vivir ingenuo directamente orientado hacia el mundo, un mundo que, como
horizonte universal, se halla, en cierta manera, siempre presente a la conciencia, pero que
no es enfocado temáticamente” (Husserl, 1935), en consecuencia la realidad no es objeto
de su reflexión teórica. Existe, sin embargo otra forma de afrontar el mundo que Husserl ve
como génesis del conocer, es “la vida intencional” y que él ve como “un estar-dirigido a
esto o aquello, dirigido a ello como a un fin o un medio, como a algo relevante o
irrelevante, a algo interesante o indiferente, a algo privado o publico, o a lo diariamente
necesario o a algo nuevo que aparece” (Husserl, 1935), es el sujeto que busca conocer.

Por su parte, en Heidegger el mundo no es una suma ordenada de entes por


principio divino o una secuencia de objetos adecuados a nuestra forma de conocer, sino un
conjunto de útiles con los que nos desenvolvemos y de personas por las que nos
preocupamos, en una dinámica cambiante que en cada situación exige de nosotros una
decisión. Aquí, somos lo que decidimos ser a través de un proceso continuo de realización,
no por autorreflexión sino por un comportamiento preteórico construido de manera propia o
impropia, en el seno de una serie de decisiones sin fin proyectadas en el horizonte último de
la muerte. En este ser existencial, la intencionalidad de la conciencia referida por Husserl
deja la connotación epistemológica, para vincularse con el comportamiento práctico del
hombre, exhibida en una relación preontológica que le permite conocer el mundo
circundante. En él residen los fenómenos que componen la realidad, los cuales están
conformados por el ser del Dasein, los diversos modos de ser de los entes y el sentido del
ser en general. El rol de quien pregunta por el ser, es labrarse el camino para transitar de lo
óntico a lo ontológico, el cual puede caminarse con la interpretación, donde el ser en el
mundo se ve como una obra textual inconclusa que se comporta igual al lenguaje escrito.

Dr. Clemente Moreno.


clemente2357@gmail.com

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