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Santa Teresa de Jesús: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
Santa Teresa de Jesús: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
Santa Teresa de Jesús: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
Ebook3,981 pages83 hours

Santa Teresa de Jesús: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor

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About this ebook

Obras completas de Santa Teresa de Jesús
ÍNDICE:
[Biografía de Santa Teresa]
[Biografía de Vicente de la Fuente]
[PRELIMINARES]
[LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA]
[LIBRO DE LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE SANTA TERESA DE JESÚS]
[LIBRO DE LAS FUNDACIONES]
[LIBRO DE LAS CONSTITUCIONES]
[AVISOS DE SANTA TERESA DE JESÚS A SUS MONJAS]
[MODO DE VISITAR LOS CONVENTOS DE RELIGIOSAS]
[CAMINO DE PERFECCIÓN]
[CONCEPTOS DEL AMOR DE DIOS SOBRE ALGUNAS PALABRAS DE LOS CANTARES DE SALOMÓN]
[EL CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS]
[EXCLAMACIONES O MEDITACIONES DEL ALMA A SU DIOS]
[POESÍAS]
[ESCRITOS BREVES]
[CARTAS]
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 2022
ISBN9789180305808
Santa Teresa de Jesús: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor

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    Santa Teresa de Jesús - Santa Teresa de Jesús

    Tabla de Contenidos


    Biografía de Santa Teresa

    Biografía de Vicente de la Fuente

    1. PRELIMINARES

    1. Motivos por los cuales hay que dar cabida en esta colección a las obras de Santa Teresa.

    2. Doctrina de Santa Teresa, su mérito e importancia.

    3. Estilo y lenguaje de Santa Teresa.

    4. Ortografía y pronunciación de Santa Teresa.

    5. Escritos de Santa Teresa. Paradero actual de los originales de ellos.

    6. Ediciones de las obras de Santa Teresa en castellano.

    7. Varias traducciones de las obras de Santa Teresa.— Vida de la misma escrita por extranjeros.

    8. Mejoras en esta edición sobre todas las anteriores españolas y extranjeras.

    Censura de Fray Luis de León. — Privilegio de Felipe II. — Dedicatoria del Provincial a la Emperatriz, — Que se pusieron en la edición primera de Salamanca, en 1588.

    2. LIBRO DE LA VIDA DE SANTA TERESA

    INTRODUCCIÓN

    TABLA CRONOLÓGICA DE SANTA TERESA

    ABREVIATURAS PARA LAS NOTAS A LA VIDA DE SANTA TERESA.

    A las Madres priora Ana de Jesús y religiosas Carmelitas Descalzas del monasterio de Madrid, el Maestro Fray Luis de León, salud en Jesucristo.

    LA VIDA DE LA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS, Y ALGUNAS DE LAS MERCEDES QUE DIOS LE HIZO, ESCRITAS POR ELLA MISMA, POR MANDADO DE SU CONFESOR, A QUIEN LA ENVÍA Y DIRIGE, Y DICE ANSI:

    CAPÍTULO I.

    Capítulo II.

    Capítulo III.

    Capítulo IV.

    Capítulo V.

    Capítulo VI.

    Capítulo VII.

    Capítulo VIII.

    Capítulo IX.

    Capítulo X.

    Capítulo XI.

    Capítulo XII.

    Capítulo XIII.

    Capítulo XIV.

    Capítulo XV.

    Capítulo XVI.

    Capítulo XVII.

    Capítulo XVIII.

    Capítulo XIX.

    Capítulo XX.

    Capítulo XXI.

    Capítulo XXII.

    Capítulo XXIII.

    Capítulo XXIV.

    Capítulo XXV.

    Capítulo XXVI.

    Capítulo XXVII.

    Capítulo XXVIII.

    Capítulo XXIX.

    Capítulo XXX.

    Capítulo XXXI.

    Capítulo XXXII.

    Capítulo XXXIII.

    Capítulo XXXIV.

    Capítulo XXXV.

    Capítulo XXXVI.

    Capítulo XXXVII

    Capítulo XXXVIII.

    Capítulo XXXIX.

    Capítulo XL.

    APROBACIÓN DEL MAESTRO FRAY DOMINGO BAÑES.

    CARTA DEL VENERABLE MAESTRO AVILA.

    3. LIBRO DE LAS RELACIONES ESPIRITUALES DE SANTA TERESA DE JESÚS

    Prólogo

    Relación Primera.

    Relación II.

    Relación III.

    Relación IV.

    Relación V.

    Relación VI.

    Relación VII.

    Relación VIII.

    Relación IX.

    Relación X.

    4. LIBRO DE LAS FUNDACIONES

    Prólogo.

    LIBRO DE LAS FUNDACIONES DE SU REFORMACIÓN QUE HIZO EN ESPAÑA LA GLORIOSA VIRGEN SANTA TERESA DE JESÚS

    SOBRE EL LIBRO DE LAS FUNDACIONES DE LAS HERMANAS DESCALZAS CARMELITAS, QUE ESCRIBIÓ LA SANTA MADRE FUNDADORA TERESA DE JESÚS.

    COMIENZA LA FUNDACIÓN DE SAN JOSEF DEL CARMEN DE MEDINA DEL CAMPO.

    Capítulo I.

    Capítulo II.

    Capítulo III.

    Capítulo IV.

    Capítulo V.

    Capítulo VI.

    Capítulo VII.

    Capítulo VIII.

    Capítulo IX.

    Capítulo X.

    Capítulo XI.

    Capítulo XII.

    Capítulo XIII.

    Capítulo XIV.

    Capítulo XV.

    Capítulo XVI.

    Capítulo XVII.

    Capítulo XVIII.

    Capítulo XIX.

    Capítulo XX.

    Capítulo XXI.

    Capítulo XXII.

    Capítulo XXIII.

    Capítulo XXIV.

    Capítulo XXV.

    Capítulo XXVI.

    Capítulo XXVII.

    Capítulo XXVIII.

    Capítulo XXIX.

    Capítulo XXX.

    Capítulo XXXI.

    5. LIBRO DE LAS CONSTITUCIONES

    Preámbulo

    REGLA CARMELITANA

    LIBRO DE LAS CONSTITUCIONES.

    6. AVISOS DE SANTA TERESA DE JESÚS A SUS MONJAS

    Preámbulo

    Avisos de la Madre Teresa de Jesús para sus monjas.

    7. MODO DE VISITAR LOS CONVENTOS DE RELIGIOSAS

    Preámbulo

    Prólogo

    Modo de Visitar los Conventos

    8. CAMINO DE PERFECCIÓN

    Preámbulo

    Theotonio de Barganza, indigno Arzobispo de Evora en Portugal, a las muy religiosas y devotas madres de los monesterios de la primera regla de nuestra Señora del Carmen, salud en Jesu Cristo nuestro Señor.

    PRÓLOGO.

    Capítulo PRIMERO.

    Capítulo II.

    Capítulo III.

    Capítulo IV.

    Capítulo V.

    Capítulo VI.

    Capítulo VII.

    Capítulo VIII.

    Capítulo IX.

    Capítulo X.

    Capítulo XI.

    Capítulo XII.

    Capítulo XIII.

    Capítulo XIV.

    Capítulo XV.

    Capítulo XVI.

    Capítulo XVII.

    Capítulo XVIII.

    Capítulo XIX.

    Capítulo XX.

    Capítulo XXI.

    Capítulo XXII.

    Capítulo XXIII.

    Capítulo XXIV.

    Capítulo XXV.

    Capítulo XXVI.

    Capítulo XXVII.

    Capítulo XXVIII.

    Capítulo XXIX.

    Capítulo XXX.

    Capítulo XXXI.

    Capítulo XXXII.

    Capítulo XXXIII.

    Capítulo XXXIV.

    Capítulo XXXV.

    Capítulo XXXVI.

    Capítulo XXXVII.

    Capítulo XXXVIII.

    Capítulo XXXIX.

    Capítulo XL.

    Capítulo XLI.

    Capítulo XLII.

    Capítulo XLIII.

    Capítulo XLIV.

    Capítulo XLV.

    Capítulo XLVI.

    Capítulo XLVII.

    Capítulo XLVIII.

    Capítulo XLIX.

    Capítulo L.

    Capítulo LI.

    Capítulo LII.

    Capítulo LIII.

    Capítulo LIV.

    Capítulo LV.

    Capítulo LVI.

    Capítulo LVII.

    Capítulo LVIII.

    Capítulo LIX y EXCLAMACIÓN.

    Capítulo LX.

    Capítulo LXI.

    Capítulo LXII.

    Capítulo LXIII.

    Capítulo LXIV.

    Capítulo LXV.

    Capítulo LXVI.

    Capítulo LXVII.

    Capítulo LXVIII.

    Capítulo LXIX.

    Capítulo LXX.

    Capítulo LXXI.

    Capítulo LXXII.

    Capítulo LXXIII.

    Capítulo LXXIV.

    Capítulo LXXV.

    Capítulo LXXVI.

    9. CONCEPTOS DEL AMOR DE DIOS SOBRE ALGUNAS PALABRAS DE LOS CANTARES DE SALOMÓN

    Conceptos del Amor de Dios Preliminares

    Prólogo

    Capítulo PRIMERO.

    Capítulo II.

    Capítulo III.

    Capítulo IV.

    Capítulo V.

    Capítulo VI.

    Capítulo VII.

    10. EL CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS

    Préambulo

    Advertencia del maestro fray Luis de León, puesta al principio del libro de las Moradas, acerca de las correcciones y enmiendas hechas en él.

    Prólogo de la Santa Madre Teresa de Jesús al lector

    PRIMERAS MORADAS.

    MORADAS SEGUNDAS.

    TERCERAS MORADAS.

    MORADAS CUARTAS.

    MOCADAS QUINTAS.

    MORADAS SEXTAS.

    MORADAS SÉTIMAS.

    11. EXCLAMACIONES O MEDITACIONES DEL ALMA A SU DIOS

    Préambulo

    Exclamación I.

    Exclamación II.

    Exclamación III.

    Exclamación IV.

    Exclamación V.

    Exclamación VI.

    Exclamación VII.

    Exclamación VIII.

    Exclamación IX.

    Exclamación X.

    Exclamación XI.

    Exclamación XII.

    Exclamación XIII.

    Exclamación XIV.

    Exclamación XV.

    Exclamación XVI.

    Exclamación XVII.

    12. POESÍAS

    Preámbulo

    Poesía 1

    Poesía 2

    POESÍA 3.

    Poesía 4

    POESÍA 5.

    Poesía 6

    POESÍA 7.

    POESÍA 8.

    Poesía 9

    Poesía 10

    Poesía 11

    Poesía 12

    Poesía 13

    Poesía 14

    Poesía 15

    Poesía 16

    Poesía 17

    Poesía 18

    Poesía 19

    Poesía 20

    Poesía 21

    Poesía 22

    Poesía 23

    Poesía 24

    POESÍA 25.

    Poesía 26

    POESÍA 27.

    Poesía 28

    13. ESCRITOS BREVES

    Preámbulo acerca de los escritos breves de santa teresa.

    13.1 ESCRITOS SUELTOS

    NUMERO 1.°

    Número 2.°

    Número 3.°

    Número 4.°

    Número 5.°

    Número 6.°

    Número 7.°

    Número 8.°

    Número 9.°

    Número 10.

    NUMERO 11.

    Número 12.

    Número 13.

    Número 14.

    Número 15.

    Número 16.

    Número 17.

    Número 18.

    Número 19.

    Número 20.

    Número 21.

    13.2 OBRAS ATRIBUIDAS A SANTA TERESA

    Preámbulo

    Profecía apócrifa de Santa Teresa acerca de Portugal.

    Copia de las reglas y constituciones que se hallan en el libro antiguo de la cofradía de nuestra Señora del Rosario de esta parroquial de Calvarrasa, dispuestas y ordenadas por la gran Madre y mística doctora Santa Teresa de Jesús.

    SIETE MEDITACIONES SOBRE EL PATER NOSTER.

    PRIMERA PETICIÓN.

    SEGUNDA PETICIÓN.

    TERCERA PETICIÓN.

    CUARTA PETICIÓN.

    QUINTA PETICIÓN.

    SEXTA PETICIÓN.

    SÉTIMA PETICIÓN.

    13.3 DOCUMENTOS RELATIVOS A SANTA TERESA Y SUS OBRAS

    Preámbulo

    NUMERO 1.°

    Número 2.°

    Número 3.°

    NUMERO 4.°

    Número 5.°

    Número 6.°

    Número 7.°

    Número 8.°

    Número 9.°

    Número 10.

    Número 11.

    Número 12.

    Número 13.

    NUMERO 14.

    Número 15.

    Número 16.

    Número 17.

    Número 18.

    Número 19.

    Número 20.

    Número 21.

    NUMERO 22.

    Número 23.

    Número 24.

    Número 25.

    Número 26.

    Número 27.

    Número 28.

    Número 29.

    Número 30.

    14. CARTAS

    Preliminares

    Aprobaciones y prólogos de las ediciones anteriores

    CARTA 1

    Carta 2

    CARTA 3

    Carta 4

    CARTA 5

    Carta 6.

    Carta 7

    Carta 8.

    Carta 9

    Carta 10

    Carta 11.

    Carta 12

    Carta 13.

    Carta 14.

    Carta 15.

    Carta 16.

    Carta 17.

    Carta 18.

    Carta 19

    Carta 20 .

    Carta 21 .

    Carta 22 .

    Carta 23 .

    Carta 24

    Carta 25 .

    Carta 26 .

    Carta 27 .

    Carta 28 .

    Carta 29 .

    Carta 30 .

    Carta 31 .

    Carta 32 .

    Carta 33 .

    Carta 34 .

    Carta 35 .

    Carta 36 .

    Carta 37 .

    Carta 38 .

    Carta 39 .

    Carta 40 .

    Carta 41 .

    Carta 42 .

    Carta 43 .

    Carta 44 .

    Carta 45 .

    Carta 46 .

    Carta 47 .

    Carta 48 .

    Carta 49 .

    Carta 50 .

    Carta 51 .

    Carta 52 .

    Carta 53 .

    Carta 54 .

    Carta 55 .

    Carta 56 .

    Carta 57 .

    Carta 58 .

    Carta 59 .

    Carta 60 .

    Carta 61 .

    Carta 62 .

    Carta 63 .

    Carta 64 .

    Carta 65 .

    Carta 66 .

    Carta 67 .

    Carta 68 .

    Carta 69 .

    Carta 70

    Carta 71 .

    Carta 72 .

    Carta 73 .

    Carta 74 .

    Carta 75 .

    Carta 76 .

    Carta 77 .

    Carta 78 .

    Carta 79 .

    AVISO O MEMORIA

    Carta 80 .

    Carta 81

    Carta 82 .

    Carta 83 .

    Carta 84 .

    Carta 85 .

    Carta 86 .

    Carta 87 .

    Carta 88 .

    Carta 89 .

    Carta 90 .

    Carta 91 .

    Carta 92 .

    Carta 93 .

    Carta 94 .

    Carta 95 .

    Carta 96 .

    Carta 97 .

    Carta 98 .

    Carta 99 .

    Carta 100 .

    Carta 101 .

    Carta 102 .

    Carta 103 .

    Carta 104 .

    Carta 105 .

    Carta 106 .

    Carta 107 .

    Carta 108 .

    Carta 109 .

    Carta 110 .

    Carta 111 .

    Carta 112 .

    Carta 113 .

    Carta 114 .

    Carta 115 .

    Carta 116 .

    Carta 117 .

    Carta 118 .

    Carta 119 .

    Carta 120 .

    Carta 121 .

    Carta 122 .

    Carta 123 .

    Carta 124 .

    Carta 125 .

    Carta 126 .

    Carta 127 .

    Carta 128 .

    Carta 129 .

    Carta 130 .

    Carta 131 .

    Carta 132 .

    Carta 133 .

    Carta 134 .

    Carta 135 .

    Carta 136 .

    Carta 137 .

    Carta 138 .

    Carta 139 .

    Carta 140 .

    Carta 141 .

    Carta 142 .

    Carta 143

    Carta 144

    Carta 145 .

    Carta 146 .

    Carta 147 .

    Carta 148 .

    Carta 149 .

    Carta 150 .

    Carta 151 .

    Carta 152 .

    Carta 153 .

    Carta 154 .

    Carta 155 .

    Carta 156 .

    Carta 157 .

    Carta 158 .

    Carta 159 .

    Carta 160 .

    Carta 161 .

    Carta 162 .

    Carta 163 .

    Carta 164 .

    Carta 165 .

    Carta 166 .

    Carta 167 .

    Carta 168 .

    Carta 169 .

    Carta 170 .

    Carta 171 .

    Carta 172 .

    Carta 173 .

    Carta 174 .

    Carta 175 .

    Carta 176 .

    Carta 177 .

    Carta 178 .

    Carta 179 .

    Carta

    Carta

    Carta 180 .

    Carta 181 .

    Carta 182 .

    Carta 183 .

    Carta 184 .

    Carta 185 .

    Carta 186 .

    Carta 187 .

    Carta 188 .

    Carta 189 .

    Carta 190 .

    Carta 191 .

    Carta 192 .

    Carta 193 .

    Carta 194 .

    Carta 195 .

    Carta 196 .

    Carta 197 .

    Carta 198 .

    Carta 199 .

    Carta 200 .

    Carta 201 .

    Carta 202 .

    Carta 203 .

    Carta 204 .

    Carta 205 .

    Carta 206 .

    Carta 207

    Carta 208 .

    Carta 209 .

    Carta 210 .

    Carta 211 .

    Carta 212 .

    Carta 213 .

    Carta 214 .

    Carta APÓCRIFA .

    Carta 215 .

    Carta 216 .

    Carta 217 .

    Carta 218 .

    Carta 219 .

    Carta 220 .

    Carta 221.

    Carta 222 .

    Carta 223 .

    Carta 224 .

    Carta 225 .

    Carta 226 .

    Carta 227 .

    Carta 228 .

    Carta 229 .

    Carta 230 .

    Carta 231 .

    Carta APÓCRIFA.

    Carta APÓCRIFA .

    Carta 232 .

    Carta 233 .

    Carta 234 .

    Carta 235 .

    Carta 236 .

    Carta 237 .

    Carta 238 .

    Carta 239 .

    Carta 240 .

    Carta 241 .

    Carta 242 .

    Carta 243 .

    Carta 244 .

    Carta 245 .

    Carta 246 .

    Carta 247 .

    Carta 248 .

    Carta 249 .

    Carta 250 .

    Carta 251 .

    Carta 252 .

    Carta 253 .

    Carta 254 .

    Carta 255 .

    Carta 256 .

    Carta 257

    Carta 258 .

    Carta 259 .

    Carta 260 .

    Carta 261 .

    Carta 262 .

    Carta 263.

    Carta 264.

    Carta 265 .

    Carta 266 .

    Carta 267 .

    Carta 268 .

    Carta 269 .

    Carta 270 .

    Carta 271 .

    Carta 272 .

    Carta 273 .

    Carta 274 .

    Carta 275 .

    Carta 276 .

    Carta 277 .

    Carta 278 .

    Carta 279 .

    Carta 280 .

    Carta 281 .

    Carta 282 .

    Carta 283 .

    Carta 284 .

    Carta 285 .

    Carta 286 .

    Carta 287 .

    Carta 288 .

    Carta 289 .

    Carta 290 .

    Carta 291 .

    Carta 292 .

    Carta 293 .

    Carta 294 .

    Carta 295 .

    Carta 296 .

    Carta 297 .

    Carta 298 .

    Carta 299 .

    Carta 300 .

    Carta 301 .

    Carta 302 .

    Carta 303 .

    Carta 304 .

    Carta 305 .

    Carta 306 .

    Carta 307 .

    Carta 308 .

    Carta 309 .

    Carta 310 .

    Carta 311 .

    Carta 312 .

    Carta 313 .

    Carta 314 .

    Carta 315 .

    Carta 316 .

    Carta 317 .

    Carta 318 .

    Carta 319 .

    Carta 320 .

    Carta 321 .

    Carta 322

    Carta 323 .

    Carta 324 .

    Carta 325 .

    Carta 326 .

    Carta 327 .

    Carta 328 .

    Carta 329 .

    Carta 330 .

    Carta 331 .

    Carta 332 .

    Carta 333 .

    Carta 334 .

    Carta 335 .

    Carta 336 .

    Carta 337 .

    Carta 338 .

    Carta 339

    Carta 340 .

    Carta 341 .

    Carta 342 .

    Carta 343 .

    Carta 344 .

    Carta 345 .

    Carta 346 .

    Carta 347 .

    Carta 348 .

    Carta 349 .

    Carta 350 .

    Carta 351 .

    Carta 352 .

    Carta 353 .

    Carta 354 .

    Carta 355 .

    Carta 356 .

    Carta 357 .

    Carta 358 .

    Carta 359 .

    Carta 360 .

    Carta 361 .

    Carta 362 .

    Carta 363 .

    Carta 364 .

    Carta 365 .

    Carta 366 .

    Carta 367 .

    Carta 368 .

    Carta 369 .

    Carta 370 .

    Carta 371 .

    Carta 372 .

    Carta 373 .

    Carta 374 .

    Carta 375 .

    Carta 376 .

    Carta 377

    Carta 378 .

    Carta 379 .

    Carta 380 .

    Carta 381 .

    Carta 382 .

    Carta 383 .

    Carta 384 .

    Carta 385 .

    Carta 386 .

    Carta 387 .

    Carta 388 .

    Carta 389 .

    Carta 390 .

    Carta 391 .

    Carta 392 .

    Carta 393 .

    Carta 394 .

    Carta 395 .

    Carta 396 .

    Carta 397 .

    Carta 398 .

    Carta 399 .

    Carta 400 .

    Carta 401 .

    Carta 402 .

    CARTA 403 Y ULTIMA .

    Indice


    Biografía de Santa Teresa

    (Gotarrendura, Ávila, 1515 - Alba de Tormes, 1582)


    Teresa de Jesús (Óleo de Rubens)

    Religiosa y escritora mística española, conocida también como Santa Teresa de Ávila. Teresa de Jesús es el nombre de religión adoptado por Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda, probable descendiente de judíos conversos, y de Beatriz de Ahumada, perteneciente a una noble familia abulense. Su vida y su evolución espiritual se pueden seguir a través de sus obras de carácter autobiográfico, entre las que figuran algunas de sus obras mayores: La vida (escrito entre 1562 y 1565), las Relaciones espirituales, el Libro de las fundaciones (iniciado en 1573 y publicado en 1610) y sus cerca de quinientas Cartas.

    La Vida abarca desde su infancia hasta la fundación del primer convento reformado de San José de Ávila, en 1562. Gracias a ella se sabe de su infantil afición a leer vidas de santos y los entonces populares libros de caballerías, que Miguel de Cervantes parodiaría en Don Quijote de la Mancha un siglo después. En 1531, su padre la internó como pupila en el convento de monjas agustinas de Santa María de Gracia, pero al año siguiente tuvo que volver a su casa aquejada de una grave enfermedad. Determinada a tomar el hábito carmelita contra la voluntad de su padre, en 1535 huyó de su casa para dirigirse al convento de la Encarnación. Vistió el hábito al año siguiente, y en 1537 hizo su profesión.

    Por entonces empezó para ella una época de angustia y enfermedad, que se prolongaría hasta 1542. Durante estos años confiesa que aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y que empezó a practicar el método de oración llamado «recogimiento», expuesto por Francisco de Osuna en su Tercer abecedario espiritual. Repuesta de sus dolencias, empezó a instruir a un grupo de religiosas de la Encarnación en la vida de oración y a planear la reforma de la orden carmelitana para devolverle el antiguo rigor, mitigado en 1432 por el papa Eugenio IV.

    Empezó entonces a ser favorecida con visiones «imaginarias» e «intelectuales», visiones que habrían de sucederse a lo largo de su vida y que determinaron sus crisis para averiguar si aquello era «espíritu de Dios» o del «demonio». Su ideal de reforma de la orden se concretó en 1562 con la fundación del convento de San José. Se inicia entonces una nueva etapa en su vida, en la que la dedicación a la contemplación y la oración es compartida con una actividad extraordinaria para conseguir el triunfo de la reforma carmelitana.

    Desde 1567 hasta su muerte, fundó en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria y Burgos. En 1568 se erigió en Duruelo el primer convento reformado masculino, gracias a la colaboración de San Juan de la Cruz y del padre Antonio de Heredia. Redactó las Constituciones (1563), que fueron aprobadas en 1565 por Pío IV, y que se basan en los siguientes puntos: vida de oración en la celda, ayuno y abstinencia de carne, renuncia de rentas y propiedades (comunales o particulares) y práctica del silencio.

    Para ayudar a sus religiosas a la realización de su ideal de vida religiosa compuso Camino de perfección (escrito entre 1562 y 1564 y publicado en 1583) y Las moradas o Castillo interior (1578). La reacción de los miembros de la antigua observancia carmelita llegó a su punto culminante en 1575, año en que denunciaron a los descalzos a la Inquisición. Un breve de Roma, en 1580, ordenó la separación de las dos órdenes.

    En 1604 se inició el proceso de canonización de Teresa. En 1614 fue declarada beata, y en 1622 fue canonizada por Gregorio XV. En 1970 fue proclamada doctora de la Iglesia, siendo la primera mujer que recibía esta distinción. Además de las obras citadas, dejó escritas las siguientes: Meditaciones sobre los cantaresExclamacionesVisita de descalzasAvisosOrdenanzas de una cofradíaApuntacionesDesafío espiritualVejamen y unas treinta poesías.

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    Biografía de Vicente de la Fuente

    (Calatayud, 29 de enero de 1817-Madrid, 25 de diciembre de 1889)


    Biografía

    Nació en Calatayud el 29 de enero de 1817 en el seno de una familia de clase media dedicada al comercio. Realizó sus primeros estudios en el colegio de escolapios de Daroca y, durante ocho meses de 1827, en el de Zaragoza. Posteriormente (de 1828 a 1831) estudió Filosofía en el Seminario Conciliar de Tudela. Obtuvo siempre en los exámenes la primera nota némine discrepante. El 12 de junio de 1829 recibió la primera tonsura y alcanzó el grado de Bachiller en Filosofía en Zaragoza (7 de septiembre de 1831); estudió otros tres de Teología en la Universidad de Alcalá, donde obtuvo el título de bachiller en Teología el 26 de junio de 1834. Entonces pasó a estudiar ambos derechos en Madrid y se doctoró además en Teología. Fue rector del colegio complutense de Málaga entre 1838 y 1842, correspondiéndole la penosa responsabilidad de cerrar la centenaria fundación del obispo Moscoso.

    Ingresó en el Colegio de Abogados de Madrid en 1844, y ese mismo año también fue nombrado profesor de ciencias eclesiásticas en San Isidro. Estudió además lenguas orientales: hebreo y árabe. Fue catedrático en Salamanca y Madrid, y rector de la universidad de la Universidad Central. Perteneció a la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación desde 1843 y a las de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas; esta última le nombró bibliotecario en 1844. El 18 de febrero de 1845 fue nombrado bibliotecario mayor interino de la Universidad de Madrid, cargo que desempeñó gratuitamente. El 2 de octubre de 1848 fue comisionado para trasladar la biblioteca de la fenecida Universidad de Alcalá a la Central de Madrid: en esta labor distribuyó, clasificó y colocó en el espacio de tres meses los 20.000 volúmenes que la formaban en el establecimiento que se abrió en la calle de San Bernardo el 10 de enero de 1849.

    En mayo de 1852 fue nombrado catedrático de derecho canónico en la Universidad de Salamanca, puesto que ocupó hasta principios de 1858, en que se le trasladó a la de Madrid como profesor de Historia eclesiástica. La Academia de la Historia, de la que era miembro numerario desde 1861, le designó en 1867 para representarla en el Congreso Arqueológico de Amberes. Fue decano de la Facultad de Derecho durante muchos años.

    Doctor y catedrático de Teología, pasó luego a Derecho al suprimirse de las universidades españolas la Facultad de Teología, y se encargó de la asignatura de Disciplina eclesiástica.

    Con la Restauración de Alfonso XII, fue nombrado rector de la Universidad Central desde 7 de abril de 1875, año en que fue recibido en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, hasta la segunda quincena de junio de 1877.

    Destacó por su defensa del catolicismo y de la tradición española. Fue colaborador del diario El Pensamiento Español y de la revista Altar y Trono. En la década de 1880 escribió para el diario La Unión, órgano oficioso de la Unión Católica de Alejandro Pidal y Mon.

    Obra

    Escribió unos ochenta libros, entre ellos una Historia de la siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud (1880-1881); los tomos 49 y 50 de la inconclusa España sagrada de Enrique Flórez; una famosa y documentada Historia de las Sociedades Secretas en España (1870-1871); una Historia eclesiástica de España -concebida como continuación de la España Sagrada del padre Flórez- (1855-1859), inicialmente en cuatro volúmenes y corregida y aumentada a seis (1873-1875); Las Comunidades de Castilla y Aragón bajo el punto de vista geográficoExpulsión de los jesuitas de España e Historia de las Universidades, seminarios, colegios y demás establecimientos docentes de España, cuatro vols. publicados entre 1884 y 1889, entre otras obras de no menor importancia; editó y anotó además la Vida y el Libro de las fundaciones de Santa Teresa de Jesús con la fotocincografía del texto original; La Virgen María y su culto en España en dos tomos y Las Quincuagenas de la Nobleza de España del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, con notas, además de las obras del padre Benito Jerónimo Feijoo para la BAE.

    Luis Araujo Costa lo definió ideológicamente como «ultramontano, como Golmayo y el americano don Justo Donoso». Vicente de la Fuente se opuso en su obra de manera radical a los regalistas y a todo lo extranjero, queriendo encontrarlo todo en la península hispánica, por lo que en su Historia eclesiástica de España no dio a la liturgia excesiva importancia ni valoró a un autor como Dom Guéranger. Según Araujo, para Fuente el hecho de no nacer en España era «pecado imperdonable». Abominó de los Borbones y de los ministros de Fernando VI y Carlos III, a alguno de los cuales llamó despectivamente filobritánico. Enemigo de la masonería, vio la mano de las logias en las acciones del liberalismo español. A pesar de ello, Araujo valoró positivamente su obra y definió a Vicente de la Fuente y Bueno como «un valor positivo de la Universidad, la erudición y la bibliografía de nuestra Patria».

    Indice


    PRELIMINARES


    1. Motivos por los cuales hay que dar cabida en esta colección a las obras de Santa Teresa.

    2. Doctrina de Santa Teresa, su mérito e importancia.

    3. Estilo y lenguaje de Santa Teresa.

    4. Ortografía y pronunciación de Santa Teresa.

    5. Escritos de Santa Teresa. Paradero actual de los originales de ellos.

    6. Ediciones de las obras de Santa Teresa en castellano.

    7. Varias traducciones de las obras de Santa Teresa.— Vida de la misma escrita por extranjeros.

    8. Mejoras en esta edición sobre todas las anteriores españolas y extranjeras.

    Censura de Fray Luis de León. — Privilegio de Felipe II. — Dedicatoria del Provincial a la Emperatriz, — Que se pusieron en la edición primera de Salamanca, en 1588.

    Preliminares


    1. Motivos por los cuales hay que dar cabida en esta colección a las obras de Santa Teresa.


    En todas las ediciones de las obras de Santa Teresa, que hasta de ahora han salido a luz, se ha considerado a esta célebre española como una santa escritora; en esta edición mas bien va a figurar como una escritora santa.

    Sin ambages ni rodeos, sin rebuscados ni altisonantes exordios, quedan manifestados desde la primera cláusula el objeto, la idea y las circunstancias de esta edición, hecha en obsequio del literato, mas bien que para uso del hombre devoto. Habiendo sido la sencillez en el lenguaje, en las formas, y sobre todo, en las costumbres, una de las cualidades características de Santa Teresa, en verdad que fuera ridículo por mi parte el obrar de otro modo, al publicar sus obras; porque si en medio de la elevación de sus ideas el candor y pureza de su vida se retratan en la claridad y sencillez de sus escritos, ¿en qué podría fundarme yo para principiar estos apuntes con estilo enfático y grandilocuente, aun dado caso que supiera usarlo? El valerme de tal lenguaje en el preámbulo de las obras de Santa Teresa sería, en mi juicio, lo mismo que bordar de oro la túnica de sayal que ella vestía. Si en su trato y en sus escritos jamás usó exordios ni rodeos, creo impertinente usarlos en lo que tenga que decir en el preámbulo de sus obras: si el estilo y lenguaje que usaba fueron siempre claros y sencillos, sin afectación ni artificio, creo que desdiría el usar de cualquiera otro al publicar ahora sus obras y anotarlas de nuevo, siquiera la edición se haga en obsequio de la gente de letras.

    Y, en efecto, al figurar Santa Teresa con sus escritos al lado de los maestros León, Granada y otros varios clásicos, hablistas y célebres escritores españoles, de varios siglos, géneros y asuntos, en tan inconexas y distintas materias, ¿en qué concepto entran sus libros entre los de otros autores españoles en esta variada y extensa Biblioteca?

    Dos son los únicos vínculos que entre sí tienen todos los escritores, cuyas obras se van publicando en esta Colección: la patria y la nombradía. Todos ellos son españoles, todos ellos son notables, y por lo común célebres, siquiera su celebridad no sea igual en todos ellos. Pero pocos escritores figuran en esta Biblioteca cuya fama y nombradía rayen al igual de la reputación de Santa Teresa, dentro y fuera de España. Ni Cervantes con su Quijote, ni Lope y Calderón con sus composiciones dramáticas, ni León y Granada a pesar de la importancia de sus escritos ascéticos, tan generalizados en todos los países católicos, son tan conocidos y nombrados como la célebre Autora del Camino de la perfección y Las Moradas. ¿Será acaso por su santidad? ¿Será por haber fundado un instituto, que se llegó a extender por toda la Iglesia, o por haber escrito cosas, que por su utilidad necesitan andar en manos de todos y consultarse a cada momento? No por cierto: san Ignacio de Loyola, san Pedro de Alcántara, san Francisco de Borja, san Juan de la Cruz, el venerable maestro Juan de Ávila y otros coetáneos suyos, fundadores o propagadores de otros institutos no menos célebres, fueron también notables por sus virtudes, escribieron muy santas obras, y aun algunas de ellas son mas manuales que las mismas de Santa Teresa; y con todo, ni gozan de tanta celebridad, ni son tan leídas. Los mismos ejercicios de san Ignacio son mas leídos en sus comentarios, que tal cual fueron escritos. En mi juicio son las cualidades mismas de los escritos de Santa Teresa las que les han valido esta popularidad, si bien las otras circunstancias no han dejado de venir a realizarlas. La sencillez del lenguaje, su candor y naturalidad, la elevación misma de las ideas encantan, aun a los que apenas lo comprenden, dejando vislumbrar las caricias que Dios prodiga a los que se dedican a su amor; además el modo tan halagüeño con que descorre una punta del velo misterioso que acá en la tierra nos oculta al cielo, y el aliento que comunica, aun a las almas tibias en religión, para esforzarse a entrar en los caminos que conducen a Dios, son cualidades que caracterizan los escritos de Santa Teresa, y que le han valido tanto crédito y reputación entre sabios e ignorantes, entre las gentes dadas a la devoción, y aun entre los mismos hombres de mundo que las han leído.

    Casi todas nuestras obras ascéticas estaban escritas por teólogos profundos, literatos eminentes, versados en latín, y aun empapados en el lenguaje de Cicerón y Quintiliano, conocedores profundos de la Sagrada Escritura y de los santos Padres, acostumbrados a las abstracciones escolásticas de las aulas, al lenguaje convencional usado en las escuelas para las explicaciones y controversias, y al hipérbaton latino, en cuyo idioma leían, aun mas que en castellano. Santa Teresa, ajena a todas estas cosas, habla el lenguaje de las mujeres, que por lo común es más castizo que el de los hombres de letras: expresa sus ideas con las palabras y circunloquios que halla mas a mano, pero siempre con grande oportunidad, como usados por persona que, aun prescindiendo de la inspiración, tenía mucho talento, imaginación viva, educación esmerada, lectura de buenos libros y trato con gente fina y bien nacida. De aquí que su lenguaje esté al alcance de todos, que su estilo sea fácilmente comprendido y su lectura parezca siempre amena y agradable. Puede decirse que Santa Teresa popularizó el estudio de la Teología mística, poniéndolo al alcance de personas no letradas, y revelando al pueblo católico verdades conocidas solamente de los sabios y escondidas en lo profundo de las cátedras y de los claustros monásticos; no porque los teólogos tuvieran interés en ocultarlas, sino por la dificultad de poderlas explicar llanamente y en lengua española, cuando la Iglesia, a vista de las exageraciones protestantes, recelaba de los escritos teológicos en lengua vulgar, y la Inquisición avizoraba todos los libros místicos, algunos de los cuales propendían a la herejía y no pocos a extravíos de loco fanatismo.

    Mas dejando a un lado estas consideraciones ascéticas y religiosas, veamos qué títulos históricos o literarios tiene Santa Teresa, para que sus obras figuren al par de las de otros literatos españoles, que aparecen en esta colección.

    La primera es su gran celebridad en toda la Iglesia católica y, por tanto, dentro y fuera de España, no tan solo por su virtud eminente, sino también como fundadora de un instituto, que aun hoy en día subsiste con el fervor primitivo que supo comunicarle. El español que entra por primera vez en el Vaticano, queda agradablemente sorprendido cuando al dirigir su vista sobre la derecha y hacia el paraje donde los católicos acuden a señalar sus frentes con el agua bendita, ve colocada allí la estatua colosal de Santa Teresa, de riquísimo mármol blanco, y frente a ella, en el opuesto lado, la de san Pedro Alcántara, su director, y también nuestro compatriota, no menos célebre. En la curiosa narración de la Vida de Santa Teresa, que ella misma escribe por superior mandato, va envuelto el origen de la célebre Reforma Carmelitana, que, cien años ha, contaba con mas de setecientos conventos de ambos sexos, extendidos por toda la faz del orbe católico, y aun entre los infieles mismos, con un total de mas de catorce mil individuos que seguían su Regla y su espíritu, y leían sus obras a todas horas, y aun en los últimos rincones del África y del Asia, a donde sus misiones habían penetrado. Si a estos catorce mil lectores habituales de las obras de Santa Teresa se reúnen otros tantos carmelitas calzados, no menos afectos a los escritos de la que en un tiempo llevó su hábito, y además los individuos de otros institutos monásticos, y los seglares piadosos que leen con avidez los escritos de la célebre reformadora, se ve que podía calcularse en un guarismo muy alto el número de lectores habituales de estos escritos. Por ese motivo dije poco ha, que no hay libro ninguno español tan leído, como los de las obras de Santa Teresa. Apenas habían transcurrido veinte años después de su muerte, cuando ya sus obras se habían traducido en casi todos los idiomas de Europa, y también al latín. Cualquiera extranjero, medianamente conocedor de nuestra historia literaria, echaría aquí de menos las obras de Santa Teresa, si no se les hubiera dado cabida en esta colección.

    Para el literato español, y bajo el aspecto histórico, tienen además los escritos de Santa Teresa no pocos atractivos, aun prescindiendo de su valor ascético. Consisten estos en la narración exacta de unos hechos, que, aun cuando parecieran a juicio de alguno aislados y pequeños, con todo, caracterizan puntualmente las ideas, costumbres, genio, pasiones y hasta la vida privada de nuestros antepasados en el siglo XVI, siglo de oro de nuestras glorias literarias, religiosas, políticas y militares. Para la historia particular de la Iglesia de España son una de las más notables y preciosas fuentes: necesario es consultarlas para conocer las costumbres del clero secular y regular, tanto en su estado perfecto como de relajación, para saber las biografías de varios personajes coetáneos, las prácticas religiosas» tradiciones pías, y hasta las rivalidades entre algunos institutos religiosos.

    Bajo el aspecto filológico, los libros de Santa Teresa pueden ser mirados como el tipo mas completo del lenguaje familiar de Castilla en la segunda mitad del siglo XVI, lenguaje que si no es el mas correcto y culto, en cambio es el mas puro y castizo.

    Resulta, pues, la necesidad de dar cabida a las obras de Santa Teresa entre las de los escritores españoles por cuatro conceptos principales, a saber: por su alta e importante doctrina, por su celebridad universal e indisputable, por su importancia histórica y por su mérito filológico. Las dos primeras son las principales para el católico, las otras dos últimas para el literato español.

    Preliminares


    2. Doctrina de Santa Teresa, su mérito e importancia.


    En vida de Santa Teresa no todos acogieron bien sus escritos. Los émulos de la Reforma Carmelitana no miraban con buenos ojos ni a la Escritora ni a sus escritos.

    El de su Vida fue delatado a la Inquisición; el Comentario sobre algunos pasajes de los Cantares, se lo hizo quemar un confesor. Finalmente, había algunos que llevaban a mal el que una mujer se metiera a escribir sobre puntos tan arduos, como son los de Teología mística, faltando a lo que decía san Pablo: Que las mujeres en la Iglesia debían callar.

    Pero la Iglesia no confunde, ni puede confundir, su enseñanza pastoral, propia y oficial, por decirlo así, con la enseñanza externa, impropia y extraoficial, que ni se hace desde la cátedra del Espíritu Santo, ni por la Iglesia docente, ni con carácter ninguno dogmático ni obligatorio, sino solo de mera erudición. Seria una necedad confundir la enseñanza que da un prelado desde su cátedra episcopal, cualquiera que sea su jerarquía, con la que da un profesor desde su cátedra, aun cuando diga lo mismo. Es más, la doctrina misma de un obispo y hasta la del Papa, varía mucho en su importancia, según que procede en virtud de su ministerio pastoral, o según que enseña desde la cátedra de un establecimiento, o por medio de obras que da a la prensa, como literato, y con objeto de erudición. Mas esta distinción tan obvia y sencilla, al par que corriente, no se ha hecho siempre ni por lodos; y de aquí el que se hayan embrollado las cuestiones de enseñanza, y que se haya preguntado a los legos y alas mujeres en virtud de qué misión enseñaban, o con qué facultades escribían, como si para la enseñanza extraoficial y privada se necesitasen misión ni facultades previas: la Iglesia, en tales escritos, sólo exige la sumisión para aprobar o reprobar la doctrina, según que es buena o mala, conveniente o inconveniente, pues no todo lo que es bueno es conveniente en todos casos.

    El padre Gracián, en el prólogo de los Conceptos del Amor divino, sobre los Cantares, se vio ya precisado a defender este derecho a escribir, aduciendo los ejemplos de santa Hildegarde, santa Brígida y santa Matilde, que escribieron libros de revelaciones aprobados por la Iglesia.

    El padre Gracián nada dice de inspiración ni podía decirlo. Acerca de este punto solamente la Iglesia podía hablar, distinguiendo y aprobando el espíritu. Era esto entonces sumamente peligroso, cuando el Protestantismo introducía y encomiaba el espíritu privado, sustituyéndolo al principio de autoridad, y cuando cundía por todas partes el fanatismo místico, como una consecuencia forzosa de aquel principio anticatólico y revolucionario en la Iglesia. Las monjas dogmatizaban en Valladolid con las pláticas de Cazalla, y otras mujeres de Sevilla recibían inspiraciones místicas de clérigos y seglares, cuyas vidas, poco limpias, registró la Inquisición. Ya los priscilianistas, en los antiguos tiempos, Rabian hecho su propaganda por medio de mujeres, a quienes dogmatizaban en sus conventículos nocturnos, y rara vez deja de ir unido al nombre de un hereje el de una mujer ilustrada. Era preciso entonces mas que nunca precaverse contra tales abusos.

    Respecto de Santa Teresa, no había lugar a sospechas ni en la fe ni en la moral. Aun los que dudaban de la bondad de sus revelaciones la suponían ilusa, pero no embaucadora. Mas bien pronto las aprobaron como buenas los hombres más ilustres, que en aquel tiempo tenia la Iglesia de España: san Pedro de Alcántara, san Francisco de Borja, el venerable maestro Juan de Ávila; los padres Baltasar Álvarez, Bañez, Ibañez, Barron, Toledo, Medina, Yepes y otros muchos; los obispos don Álvaro de Mendoza, Velázquez, Manso y otros prelados, dieron en vida de la Santa testimonio de la pureza y sublimidad de su doctrina y de su vida. Es verdad que el Nuncio monseñor Sega, al venir del extranjero, mal informado y prevenido contra los Carmelitas Descalzos, la llamó femina inquieta y andariega, y que se metía a escritora; pero él mismo rectificó después su juicio, cuando al cabo de dos años de residencia en España pudo ver mas claramente en aquel asunto.

    Mas, así que murió Santa Teresa, una aclamación general y espontánea de toda la Iglesia, y en especial de España, la llamó maestra de espíritu y doctora en Teología mística: repitiéronse las ediciones de sus obras, tradujéronse en todos los idiomas cultos y se buscaron con avidez, no solamente los originales de sus escritos, sino hasta las cartas, las cuentas de gasto y los mas insignificantes fragmentos. La fama de la inspirada Escritora castellana voló, no solamente por todas las regiones de Europa, sino por todos los puntos a donde había penetrado el Catolicismo.

    Cuando la Iglesia declaró la santidad de su vida y la decretó culto, poniéndola en los altares, de paso aprobó su doctrina, encomió y ensalzó sus escritos en términos los mas lisonjeros. La Rota Romana, en su informe al papa Paulo V, en 1616, sobre los procesos para la beatificación, hechos y seguidos a instancia de Felipe III y del Orden de Carmelitas Descalzos, decía así: «Que tuvo talento de sabiduría y sublime conocimiento de las cosas divinas y humanas para instrucción de los demás, lo acreditan bastante los cuatro libros que dejó escritos, y de que arriba se habló, los cuales, traducidos del español a varios idiomas, andan en manos de todos por los Estados que reconocen la Iglesia de Dios, y su doctrina es aprobada y alabada por todos, como verdadera, católica e infusa por Dios, y en especial por los ochenta y cinco testigos que deponen acerca de los artículos 54 y 55. Entre estos hay cinco reverendos obispos, insignes por su piedad y doctrina, a saber: don Alonso Manrique, arzobispo de Burgos; don Pedro Manso, obispo de Calahorra; don Pedro de Castro, obispo de Segovia; don Juan Alonso de Moscoso, obispo de Málaga; y don Lorenzo Otaduy, obispo de Ávila. Los otros siete son maestros y catedráticos de sagrada Teología en la Universidad de Salamanca, a saber: el padre maestro fray Domingo Bañez, del Orden de Predicadores, catedrático de Teología; el padre Agustín Antolinez, provincial del Orden de San Agustín y catedrático de prima de Teología; el maestro Juan Alfonso de Curiel, también catedrático de prima de Teología; el maestro fray Basilio Ponce de León, del Orden de San Agustín; el maestro fray Pedro Cornejo, del Orden de Carmelitas Calzados, ambos catedráticos de Teología; y el maestro fray Bartolomé Sánchez, del mismo Orden de Carmelitas Calzados, catedrático de Teología en propiedad y decano de la facultad de Teología; el maestro fray Luis Bernardo, general del Orden de San Bernardo, catedrático de Sagrada Escritura; el doctor don Roque de Vargas, arcediano de Monleon y canónigo doctoral en la iglesia de Salamanca, catedrático de prima de Cánones en aquella Universidad; y el padre Francisco Suárez, de la Compañía de Jesús, catedrático de prima de Teología en la Universidad de Coimbra. Los restantes sesenta y cuatro testigos, unos son canónigos magistrales y lectorales, otros religiosos muy literatos y graves de las Ordenes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, Nuestra Señora del Carmen, San Benito, San Bernardo, San Jerónimo, los Cartujos, Compañía de Jesús, Santísima Trinidad y Nuestra Señora de la Merced. Otros son presidentes e individuos de los Consejos del Rey Católico. Los cuales, no solamente aprueban todos la doctrina de dichos libros, como santa y católica, y la ensalzan con grandes encomios, sino (lo que es mas) algunos juzgan y reputan que es sobrenaturalmente infusa por el mismo Dios, por medio de la oración y conversación tan familiar que tuvo con Dios. Infieren también algunos de los dichos testigos, que por la altura de los misterios sobrenaturales y divinos de nuestra fe, y otros arcanos celestiales que escribió la dicha bienaventurada Teresa, con admirable ciencia y claridad, se saca gran utilidad y gran fruto espiritual de la lectura, en la Iglesia, a pesar de no haber ella estudiado ni cursado en las escuelas, sino que mas bien era una mujer enteramente ignorante de las sagradas letras, pues toda su doctrina está rebosando en el fuego de la caridad, con que se inflaman los corazones de los que leen estos libros, por lo cual las almas de los fieles se apartan de los vicios y se excitan a las virtudes, y esto de un modo milagroso, por la eficacia con que el corazón de los lectores, por duro que sea, se ablanda con la compunción y devoción que inspiran, de lo cual muchos de los testigos citados alegan haberlo experimentado por sí mismos. Así es que muchos de ellos añaden, que por razón de la dicha ciencia infusa divinamente, con raxon se pinta a esta bienaventurada virgen con una paloma sobre su cabeza, bajo cuya figura afirma ella misma habérsele aparecido el Espíritu Santo, en cierta vigilia de Pentecostés (capítulo XXXVIII, de su Vida), habiendo sido arrebatado su espíritu en éxtasis con gran fruición de gloria. Añádase a esto, que muchas veces se la vio mientras escribía estos libros con el rostro resplandeciente, escribiendo con gran velocidad, lo cual es una gran señal de la presencia del Espíritu Santo, que le dictaba. Por todo lo cual, y por el dictamen de tantos gravísimos y muy doctos varones, los juzgamos a dichos libros dignos de la dicha calificación.»

    Hasta aquí el dictamen de la Rota, haciendo suya la opinión de los prelados catedráticos de Salamanca y demás testigos, que declaraban la doctrina de Santa Teresa infusa y divinamente inspirada.

    A este dictamen se adhirió también la Santa Sede, en el elogio de los seis santos, que hizo leer el papa Gregorio XV el día de la fiesta de su canonización, al hablar de Santa Teresa: Teresia virginitatis liliis coronata et voluntariis suppliciis cupiditatum arma in propio corde contundens, setnper de viribus daemonum in militanti Ecclesia triumphavit: cui aeterna Sapientia loqui videbatur, sanctiora divinilatis arcana patefaciens, quae martyrii palmam consecuta esset, nisi caelestis Sponsus, perpetuo virginei cordis holocausto delectatus, victimam hanc incruentam servasset sacris Carmeli pascuis in pristinum decorem reslituendis.

    Lo mismo expresa la Bula de Canonización con estas palabras: Adimplevit enim eam spiritu inlelligentiae ut non solum bonorum operum in Ecclesia Del exempla relinqueret, sed et illam caelestis sapientiae, imbribus irrigaret, editis de mystica theologia, aliisque etiam multa pietate refertis libellis, ex quibus fidelium mentes uberrimos fructus percipiunt, et ad supernae patriae desiderium máxime excitanlur.

    Pero el testimonio mas alto de la importancia y sublimidad de su doctrina, es el que da la Iglesia al rezar continuamente la oración que, para el Oficio de Santa Teresa, compuso el mismo papa Urbano VIII, y dice así: Exaudi nos, Deus, Salutaris noster, ut sicut de B. Teresiae virginis tuai festivitate gaudemus, ita ooelestis ejus doctrina pábulo nutriamur, et piae devotionis erudiamur affectu.

    Después de estos testimonios de la Iglesia, todo cuanto se pudiera decir en su elogio seria pálido y descolorido. En las ediciones belgas de Foppens se pusieron, después de la carta de fray Luis de León y la venerable Ana de Jesús, una porción de elogios de personas muy graves y autorizadas, a saber: el ilustrísimo Yepes, obispo de Tarazona, biógrafo de Santa Teresa; Tomás Bizio, fray Domingo Bañez, fray Pedro Ibañez, ambos dominicos; el doctor Enrique Henriquez; los padres Bartolomé Pérez, Jerónimo Ripalda, Gil González, Francisco Ribera y Antonio Posevino, jesuitas; los maestros Cristóbal Colon y Juan de Ávila; y el padre Julián de Ávila, capellán de Santa Teresa, por espacio de veinte años, y compañero de ella en muchas de sus fundaciones.

    Bien pudieran añadirse a estos otros mil y de personas que la Iglesia tiene en sus altares, en especial san Francisco de Sales, que, no solamente leía mucho las obras de Santa Teresa, sino que recomendaba con frecuencia su lectura. Pero este acumulamiento de elogios a nada conduce: si es por vía de erudición viene a ser pesado, y si es para prueba, inútil y hasta impertinente, después del fallo de la Iglesia. Por ese motivo se suprimen en esta edición, como ya se hizo en la de Castro Palomino.

    Mas en cambio, creo conveniente referir aquí lo que dice el venerable Palafox, en el prólogo de las Cartas de Santa Teresa, acerca de los efectos que, hasta en los protestantes mismos, había producido la lectura de las obras de Santa Teresa.

    «El año de 1639, solo con leer las obras de la Santa, uno de los mas doctos herejes de Alemania, a quien ni la fuerza de tan patente verdad, ni las plumas de los mas sabios católicos lo pudieron rendir, ni reducir, solo el leer las obras desta divina Maestra, que él tomó en las manos para querer impugnarlas, por el contrario, fue deltas tan alumbrado, vencido, convencido y triunfado, que habiendo quemado públicamente sus libros, y abjurado sus errores, se hizo hijo de la Iglesia. Y escríbelo con las siguientes palabras a su hermano el señor don Duarte de Braganza: — Estando para firmar esta carta, se me acordaron dos cosas, que acontecieron los días pasados en Breme, en el ducado de Witemberg, ciudad muy nombrada en Alemania, de donde salen los mayores herejes que hay aquí. Era rector della, había muchos años, uno destos, que tenia dado en qué entender con sus libros a todos los letrados de estas partes. Oyendo decir mucho de Santa Teresa, envió a buscar un libro de su Vida, para lo reprobar y confutar. Escribió tres años sobre ella, quemando en un mes lo que en los otros escribía. Resolvióse, en fin, que no era posible, sino que aquella Santa seguía el verdadero camino de la salvación, y quemó todos los libros. Dejó el oficio, y todo lo demás, y en breve se convirtió el día de la Purificación pasado, en que le vi comulgar con tanta devoción y lágrimas, que se veía era grande la fe que tenia. Vive como quien se quiere vengar del tiempo perdido. Escribe ahora sobre las epístolas de san Pablo, refutando lo que sobre ellas tenia perversamente escrito. Dicen es grande obra.»

    Pellicer refiere también haber conocido en Cádiz a un protestante, que se convirtió al Catolicismo de resultas de haber leído las obras de aquella célebre escritora.

    No debo concluir este artículo, acerca de la doctrina de Santa Teresa, sin tratar un punto curioso, cual es el de su doctorado. En España se la pinta comunmente con la borla y muceta de doctora en Teología, y de ese modo se la pone por lo común en los aliares. Suponen unos que el claustro de Teología le confirió el título de doctora en aquella Universidad. Acerca de esto no hay dato ninguno histórico cierto, ni se halla acuerdo alguno del claustro acerca de este asunto. La Universidad de Salamanca ha sido siempre muy rígida en este punto, y no he hallado noticia de que haya conferido grado ninguno de doctor, sin previo ejercicio, como se ha hecho en las demás Universidades de España, que los han dado en estos últimos siglos a personajes políticos, a pesar de las Bulas pontificias, que lo prohíben terminantemente.

    Los padres Carmelitas Descalzos, muy influyentes en la Universidad de Salamanca, trataron de apurar el origen de esta noticia, pero no se halló acuerdo ninguno de la Universidad, ni yo tampoco lo he hallado. Creo, pues, que se la llamó enfáticamente doctora de Salamanca por lo mucho que escribió y enseñó en toda aquella parte de Castilla la Vieja, que ilustró con su ejemplo y doctrina, por la gran relación que tuvo con los doctores mas célebres de aquella Universidad, y por haber venido a morir y estar enterrada cerca de ella y en la misma diócesis de Salamanca.

    Por lo que hace al título de doctora de la Iglesia, tampoco se le puede dar en el sentido estricto de esta palabra. Para considerar a uno como doctor de la Iglesia, no basta ni la santidad, ni la excelencia de doctrina, aprobada por la Iglesia y generalizada en ella, sino que se necesita especial decreto de la misma; pero este no se ha dado acerca de Santa Teresa, por lo cual, solo en un sentido impropio se la pueda llamar Doctora mística, y aun menos Doctora de la Iglesia; a la manera que no basta que uno sea sabio, excelente escritor y maestro de muchos discípulos, para que se pueda titular doctor, si no tiene la aprobación oficial de una corporación autorizada para dar tal título.

    Otros muchos santos insignes, como san Francisco de Sales y san Alfonso de Ligorio, que escribieron mucho y con gran acierto, no son apellidados aun doctores de la Iglesia. Mas esto en nada rebaja el mérito e importancia de sus preciosos libros.

    Nada diré aquí sobre el patronato de Santa Teresa en España. Urbano VIII reservó a la Santa Sede la declaración de estos Patronatos, tanto por la declaración de la festividad, consiguiente a ellos, como para evitar ciertas exageraciones indiscretas en este punto. Los reyes últimos de la casa de Austria en unión de las Cortes, declararon a Santa Teresa compatrona de España en 1617, y el papa Urbano VIII lo ratificó en 1627. Alborotóse con esto el quijotismo del siglo XVII, y, como si los santos del ciclo tuvieran las miserias de los hombres, se quiso suponer a Santiago perjudicado en sus derechos y descomponer a entrambos: lo mismo hubiera podido descomponerse contra la Purísima Concepción, san José y san Jorge.

    El bueno de Quevedo, a pesar de su lucido ingenio, fue uno de los que mas dieron en esta flaqueza, haciendo salir a Santiago por su espada. Mas este asunto tiene tan poca conexión con los escritos de Santa Teresa, que no merece nos detengamos mas en él. Baste decir, que las Cortes de Cádiz, a 30 de Junio de 1812, ratificaron, por su parte, el patronato de Santa Teresa en España, en virtud de los acuerdos y concesiones pontificias de 1617 y 27.

    Preliminares


    3. Estilo y lenguaje de Santa Teresa.


    Aun cuando la iglesia reconozca como celestial y revelada la doctrina mística de Santa Teresa, no por eso el estilo y el lenguaje dejan de ser peculiares de la persona que escribe. El mismo Espíritu habla por boca de Habacuc, que por la de Isaías; pero en este se echa de ver al cortesano instruido, y en aquel se oye hablar al campesino. Necesítase, pues, conocer la educación, carácter, y hasta la biografía del escritor, para poder apreciar su estilo, ala manera que al reconocer los manantiales de las aguas minerales conviene estudiar el terreno por donde pasan.

    Santa Teresa era hija de una familia noble e hidalga de Ávila, pero sus padres contaban numerosos hijos. Su madre era aficionada a la lectura de libros de caballerías, tan usuales entonces en España. Las vidas mismas de los santos se princiaban ya a desfigurar inconsideradamente, convirtiendo a estos en caballeros andantes. Milagros estupendos, visiones tremebundas, diablos entremetidos a millares para los fenómenos mas sencillos de la naturaleza, formaban el núcleo de las leyendas religiosas, que principiaban a estragar el buen gusto religioso. Así como los caballeros andantes eran unos matones milagrosos, asimismo se quería que los santos fuesen unos devotos andantes. De este modo se fundían en uno los dos elementos constitutivos del carácter español: la piedad y la hidalguía; pero perdiendo mucho la Religión verdadera en tan triste amalgama. La virtud callada, dócil, humilde, modesta y laboriosa, de que había de ser Santa Teresa un tipo tan acabado, no era cosa que se comprendiera fácilmente por el vulgo, ni aun por muchas de las personas de mas elevada alcurnia. Ella misma se dejó, no solo llevar de la afición a la lectura de obras de caballerías, sino que llegó a componer una, según dice su confesor, el padre Ribera. Tal era la corriente que arrastraba aun a las personas piadosas, y por otra parte muy devotas y recogidas. Este rasgo biográfico de Santa Teresa en los primeros años de su juventud, revela ya que era persona de instrucción y de imaginación viva y fecunda. Educada después en el convento de Santa María de Gracia, de Ávila, como pensionista, y en unión de otras muchas jóvenes principales de la ciudad, y de aquel país, tenía, además de sus cualidades personales, la educación mas esmerada, que solía entonces darse a las hidalgas de las ciudades principales de Castilla. Mas adelante, el trato con doña Luisa de la Cerda', los príncipes de Éboli, doña Leonor de Mascareñas y otras muchas señoras de la primera grandeza de España; obispos, consejeros, catedráticos, prebendados y otras personas sabias y distinguidas, vino a completar su educación exterior. Aunque enemiga de etiquetas y de los forzados cumplimientos del mundo, es innegable que de aquel trato supo obtener lo bueno que de él podía sacar. La lectura de buenos libros ascéticos castellanos completó su educación. En los escritos de los últimos años de su vida se echa de ver mayor soltura y corrección en el lenguaje, aunque, por efecto de sus muchos años, quizá hay menos imaginación y lozanía en los conceptos y en el estilo. Tanto en estos como en aquellos, se echa siempre de ver, que el fondo le constituyen la sencillez y naturalidad, sin artificio ni afectación alguna. Al mismo tiempo hay mucha energía en la expresión: nunca dice mas que lo que quiere decir. Cuando no halla palabras adecuadas para expresar sus ideas, o ignora los términos científicos, hace palpables las abstracciones místicas por medio de imágenes y comparaciones, tan ingeniosas como oportunas. Huye siempre de parecer instruida y dogmatizadora, sin caer en la pedantesca palabrería y en el escolasticismo impertinente en que degeneraron los escritos de algunas otras escritoras del siglo XVII, que harto poco se parecen a los de Santa Teresa.

    Adolece esta, generalmente, de cierto gracioso desaliño. En la multitud de ocupaciones que la asediaban, ni aun tiempo tenia para leer lo que llevaba escrito, cuanto menos para corregirlo. Acerca de este gracioso desafino decía muy oportunamente fray Luis de León, persona competente cual ninguna, en lo que se refiere al habla castellana: «Y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y más abajo añade: «Porque si entendieran bien castellano vieran que el de la Madre es la misma elegancia». Ello es, que cuando el padre Gracián, y otros de sus directores, se metieron a corregir sus escritos, lo hicieron con mediano éxito, como se verá por las enmiendas, que se anotarán en varios parajes de Las Fundaciones y de los Conceptos del Amor divino. El mismo fray Luis de León llevaba a mal que se hubiese atrevido nadie a retocarlos. Por ese motivo, en esta edición se han eliminado cuantas enmiendas y alteraciones se han echado de ver, dejando todo las palabras conforme están en los originales, si han podido ser habidos. Por eso también se ha puesto nayde, traya, niervos, y otras palabras al mismo tenor, donde la Santa las dejó consignadas de esta manera. Y, en efecto, los escritos de Santa Teresa son el tipo del lenguaje familiar de Castilla la Vieja, tal cual lo usaban las personas decentes, a mediados del siglo XVI. Los maestros León, Granada, Malón, Ávila y Márquez representan al hablista castellano, pero instruido, culto, teólogo y conocedor del latín, cuyos términos e hipérbaton remedan a las veces. Lope, Cervantes, Antonio Pérez y Quevedo, son gente culta e instruida, latina y ladina, frecuentadora? de las escuelas, de los salones de la corte, y a veces también de los campamentos militares. Su lenguaje no es el familiar de Castilla la Vieja, sino el de Castilla la Nueva y de la corte. Por el contrario, el de Santa Teresa es el tipo puro y castizo del castellano neto del centro de España, tan remoto del culteranismo académico y cortesano, como del lenguaje charro y sayagués.

    No debe perderse de vista que aun no se había perfeccionado completamente nuestro hermoso idioma castellano, cuya elaboración, por decirlo así, no se terminó hasta fines del siglo XVI. Fray Luis de León seguía escribiendo, cuando ya Santa Teresa había muerto. Muchas de las expresiones que hoy en día solo se suelen oír en boca de gente mal educada, como naide, lición, dispusición, cerimonia, caya, traya, imprimido, primitir, indino, memento, mesmo, siguro y otros muchos, eran usuales entonces, y los escribían de este modo hasta la gente de letras, porque de ese modo se pronunciaban todavía. Quizá se hallarían también escritas de este modo en los originales de algunos de nuestros clásicos, si estos pudieran ser habidos, y se echara de ver que no están del todo conformes las ediciones con el primitivo escrito. Estas enmiendas impertinentes son perjudiciales, pues nos privan de uno de los principales medios que teníamos para estudiar la formación del lenguaje. Mas adelante se dará una tabla de muchas de estas palabras.

    Mas no en todos los escritos de Santa Teresa se encuentra esta especie de gracioso desaliño. En el momento en que se deja arrebatar del estro, o hablando mejor y cristianamente, de la inspiración del Amor divino, su estilo, y hasta su lenguaje, son mas correctos y mas concisos, sus períodos menos largos, como de persona agitada, que necesita aspirar con mas frecuencia.

    Véanse sus Exclamaciones del alma a Dios, y muchos trozos de sus Conceptos del Amor divino y otros capítulos enteros del libro de Las Moradas; y es, que estos libros están escritos en los últimos años de su vida, en que la pureza y la exuberancia del amor que la mataba, la levantaban de la tierra aislándola completamente de lo criado y de sus imperfecciones. Presiente además que aquellas páginas de fuego no han de ser para solas sus monjas, y que aun cuando los hombres hagan por aniquilarlas, la Providencia hará que se conserven por medios insólitos y no preparados.

    No sucede así en sus primeros escrito?, y sobre todo en los históricos. Allí habla con solas sus monjas, o con sus confesores. En vez de mirar de continuo hacia el Norte, a donde se dirige, la obediencia le obliga a volver la vista atrás, cual viajero que mira a la playa de que se aleja, en vez de atender al extenso horizonte en que va a sumergirse en breve. Tal sucede en el libro de la Vida, en las Relaciones a sus Directores acerca del estado de su alma, y en el libro de Las Fundaciones: lo mismo se echa de ver en el Camino de perfección, que es la transición del género histórico al místico y preceptivo. En estos se la ve rastrear siempre que habla de sí, esto es, de lo pasado, y elevarse gradualmente así que habla de Dios, esto es, del porvenir.

    Pero el carácter de Santa Teresa no era melancólico, ni aun siquiera

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