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UN CAMINO NUEVO Y SEGURO

Mateo 3:13-17; Mc. 1:9-11;Lc. 3:21-22

INTRODUCCIÓN
Hector Ochoa cardénas. Compositor y musico antioqueño. El camino de la vida. “De prisa como el viento van
pasando, los dias y las noches de la infancia…despues llegan los años juveniles…cultivar un sueño…volar tras
una ilusión…y aprendemos que el dolor y la alegría son la esencia permanente de la vida…y luego cuando somos
dos luchamos por un ideal formamos un nido de amor…un hombre y una mujer unidos por la FE y la
ESPERANZA…” Describe lo que será el sendero de nuestra vida. Pero ¿Cómo lograr este sueño de Fe y Esperanza?

Sólo el diseñador de nuestra vida puede ayudarnos a construir el proyecto personal, familiar y vocacional. Para
ayudarnos envió a su amdo Hijo para abrir UN CAMINO NUEVO Y SEGURO.

A través del evento del bautismo Jesús como MODELo de Vida para la humanidad nos INVITA a SEGUIR el
CAMINO NUEVO y SEGURO que la Biblia nos REVELA.

Para andar por el CAMINO NUEVO Y SEGURO con Jesús debemos tener un corazón humilde, un carácter
obediente y una vida al servicio de los demás.

A. UN CORAZÓN HUMILDE. Vs. 13- 16


Ilustración del padre rico. Llevo al hijo a visitar un barrio pobre.

Por medio del ejemplo de Jesús se destaca además el bautismo de modo único. Los cristianos recogieron el rito
de sumergir en el agua. Poco después de la muerte y resurrección de Jesús, sus disciṕ ulos administraron el bautismo
como SIGNO DE SALVACIÓ N que otorga el Espíritu a los creyentes, los UNE AL CRISTO y así representa la
INCORPORACIÓ N en la comunidad de la Iglesia.

B. UN CARÁCTER OBEDIENTE. VS. 16

Lucas menciona el bautismo de Jesús casi de paso. Quiere que sus lectores noten que Jesús estaba orando
en ese momento y sobre todo que recibió una revelación divina con dos elementos.

Primero, el Espiŕ itu Santo vino sobre él a fin de equiparlo para su función profética (cf. Isaías 61:1,
citado en Lucas 4:18) y como Mesiá s (Isaiá s 11:1-5) y Siervo del Señor (Isaías 42:1).

C. UNA VOCACIÓN DE SERVICIO. Vs. 17

Segundo, una voz del cielo confirmó su papel como Hijo de Dios (cf. Génesis 22:2 y Salmo 2:7 sobre
las palabras usadas) y como su siervo (cf. Isaiá s 42:1). El punto esencial de la historia es cómo Cristo
recibió el poder para lo que debía enfrentar. Podemos saltear hasta 4:1 para ver el resultado inmediato.

CONCLUSION
Joan Manuel Serrat, compositor, escritor, musico español “caminante no hay camino”, Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar…caminante no hay camino son tus
huellas el camino nada mas; caminante no hay camino, se hace camino al andar”…el poeta es peregrino…no
sirve resar
Capítulo 3:21–23 . Comentario Mundo Hispano
“Un día en que todos acudían a Juan para que los bautizara, Jesú s fue bautizado tambié n. Y mientras oraba,
se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre é l en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que
decía: Tu eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo. Jesú s tenía unos treinta añ os cuando comenzó
su ministerio. Era hijo, segú n se creía de José ,” Una escena especial, el mismo objeto del mensaje de Juan, el
“deseado de las naciones” había venido a cumplir con lo que Dios le había ordenado a Juan. Todos
recordamos la frase escrita en Mateo: “¿Debiendo ir yo a ti, vienes tú a mí?. La humildad y sencillez de
Dios es tan grande que muchas veces nos sorprende como le sorprendió a Juan.

Todos los que venían a Juan confesaban sus pecados, se consideraban pecadores, se arrepentían, se
purificaban en el agua y se obligaban a seguir al sucesor de Juan, quien sería el que bautizaría en Espíritu
Santo y fuego.
¿Cuá l era el motivo entonces de que el mismo Señ or Jesucristo se bautizara tambié n? En el bautismo de
Juan había confesió n de pecados. ¿Qué pecados confesaría Jesú s? Jesú s ahora estaba representando a un
pueblo pecador y al haber tomado É l mismo su lugar ante la Ley, le era necesario confesar los pecados de
ese pueblo.
Tambié n fue una forma de dar honra al oficio de precursor que tenía Juan. En el mismo acto de bautismo
Jesú s oró . Tal vez lo que pidió en esa oració n, ademá s de adorar y alabar al Padre, fue una investidura del
Espíritu Santo sobre é l.
En el momento de salir del agua, se escuchó una voz que acompañ aba a una paloma que bajaba sobre Je-
sú s. “Tú eres mi Hijo amado, estoy muy complacido contigo”. Que emocionante habrá sido, pero a la vez
la sencillez de la escena casi deja pasar desapercibido el suceso. El mismo Dios hablando su complacencia,
el Espíritu Santo visible en una paloma, y el Hijo de Dios saliendo del agua despué s de haber cumplido lo
que era necesario y justo segú n su misma expresió n.
La paloma tambié n nos recuerda a la que envió Noé desde el arca, significando entonces que una nueva
é poca se establecía. Había un mundo nuevo. Así tambié n ahora la paloma daba la pauta de que algo nuevo
estaba sucediendo al comenzar el ministerio el Señ or Jesucristo.
La alta realeza del cielo mediante sus autoridades superiores, el mismo Dios en las tres personas, daban
testimonio de su trabajo coordinado a los efectos de salvar al hombre mediante el sacrificio del mismo Hijo
de Dios.

Tal vez el agua del río Jordá n siguiera discurriendo apaciblemente, los que estaban notarían la misma brisa
y el mismo sol, las colinas cercanas permanecían en el mismo lugar, los que miraban la escena tal vez nunca
imaginaron la magnitud de lo que en ese lugar había sucedido. Dios comenzaba sus operaciones, sus tareas,
como un ejé rcito en maniobras para dar las buenas noticias entre los hombres, de la manera má s sencilla
que alguien jamá s podría imaginar.

Todo el poder de Dios presente, el Padre Creador, organizador, estable, poderoso, eterno en los tiempos de
los tiempos, brindando en la muestra de amor má s grande que podría haber, a su mismo Hijo para que
muera, para rescatar a los otros que tambié n somos sus hijos, pero que nos habíamos descarriado por
nuestro camino. Los que somos padres, sabemos como se sentiría. Abraham tambié n sabía lo que sentía, era
lo mismo que experimentó é l cuando llevó a Isaac al Monte Moriah.
El cielo entero estaba jugá ndose a pleno por nuestro rescate, por la formació n de un pueblo, por una
experiencia ú nica, jamá s concebida en nadie por la magnitud de que el Creador de todo cuanto existe, estaba
presente manifiestamente haciendo oír su voz . El Espíritu Santo en forma de paloma haciendo sombra otra
vez, ahora sobre Jesucristo mismo, como cuando lo hizo sobre María, para el nacimiento humano de quien
existía desde la eternidad y era el primero y tambié n el ú ltimo.
Ademá s del nacimiento por el agua, se produjo allí el nacimiento oficial del ministerio de Dios entre los
hombres. Como cuando fue necesario que el Espíritu Santo hiciera sombra sobre María para el nacimiento
humano de Jesú s, ahora simbó licamente tambié n estaba haciendo sombra sobre el nacimiento del
ministerio o servicio humano de Dios entre los hombres.
Para Juan el momento del bautismo de Jesú s fue el momento cumbre de su ministerio, Juan ya había
despertado al pueblo de su letargo. El mismo Señ or se había presentado, ahora ya estaba todo hecho. Vemos
que lo que sucedió a continuació n fue lo ordenado en el mismo cielo, Juan desaparecía y el mismo hijo de
Dios comenzaba ahora su turno camino a la cruz.

Como no podía ser de otra manera, el comienzo del ministerio estaría auspiciado por un descenso sobre
Jesucristo del Espíritu Santo, es así siempre. Como en la especial experiencia de Isaías con la visió n de los
serafines y el tizó n encendido que tocaba su boca, cuando Isaías expresaba su indignidad para cumplir con
el llamado que Dios mismo le estaba haciendo.

Otro llamado de importancia, por su lugar en el proyecto eterno fue el especial y sobrenatural llamamiento
de Jeremías, por la misma palabra de Dios, que ahora hablaba sobre Jesú s en el río Jordá n . Ahora Dios
mismo le hablaba y lo enviaba a Jeremías a una tarea muy dura. La Biblia declara que la misma mano del
Señ or se extendió y tocó su boca.

Le pasó tambié n a Ezequiel cuando estaba orando por su pueblo, la visió n impresionante que tuvo la lla- mó
“la expresió n de la Gloria Divina” Fue esa escena maravillosa a orillas del río Quebar en Babilonia. Eze- quiel
vio algo tan espectacular que todavía hoy es difícil describirlo. En ese momento recibió el llamado de Dios
para dar un mensaje de fe y esperanza a los israelitas que estaban expatriados en tierra extrañ a. Tam- bié n
una mano con un rollo se extendió sobre Ezequiel y le dijo: “Hijo de hombre, có mete este rollo escrito, y
luego ve a hablarles a los israelitas” y otra vez : “Hijo de hombre, có mete el rollo que te estoy dando hasta
que te sacies”. Ezequiel lo comió y é l mismo relató que ese rollo que había comido era tan dulce como la
miel.
Para Isaías, Jeremías y Ezequiel tambié n hubo un llamado y una experiencia inicial sobrenatural que
mostraba el interé s y la participació n de Dios en la obra que se les había encomendado.

Para Jesú s la escena fue muy sencilla, era casi familiar, pero su parte humana se impresionaría con la visió n
de la paloma y la voz que daba testimonio: “Este es mi hijo amado en quien estoy muy complacido”. Muy
familiar, má s que familiar ya que se demostraba en esta sencillez un acto en el cual estaban presentes las
TRES PERSONAS DE LA TRINIDAD. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, juntos y en la armonía que existe en
las entrañ as mismas de nuestro ú nico Dios.

Cada ministro de Dios, cada obrero que desarrolla su ministerio, que es llamado por Dios para trabajar para
el Reino de los Cielos que se ha acercado, y usa a hombres de carne como nosotros, lleva en su interior bien
guardada, la especial experiencia del llamado a servir a Dios. Ese momento especial y sublime siempre
estará presente y esa marca en nuestro espíritu tambié n es un hecho definitivo en nosotros, que nos da una
fuerza recordatoria especial de parte de quien nos encomendó a trabajar en su viñ a.

Muchos han escrito sobre la probable perplejidad en la que se encontraría Juan cuando pensaba acerca del
regreso del Mesías que é l había anunciado. Los mismos apó stoles habían tardado unos añ os má s en com-
prender la verdadera misió n de Jesucristo. La duda de Juan cuando mandó a preguntar al Señ or, es una duda
que siempre estará presente en cada ser humano, nuestra famosa dualidad, que batalla dentro nuestro y
que cada día debemos entregar. Nuestra incredulidad, como la del padre del joven que fue liberado de
demonios por el Señ or Jesucristo y que decía: “Creo, ayuda mi incredulidad”.
Juan comenzaba a salir de la escena, ya había entrado en ella el Hijo del Hombre e Hijo de Dios que vino
a rescatar lo que se había perdido.

3:21, 22 Bautismo de Jesús


(Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; cf. Juan 1:32, 33)
Lucas menciona el bautismo de Jesús casi de paso. Quiere que sus lectores noten que Jesús estaba orando
en ese momento y sobre todo que recibió una revelación divina con dos elementos.

Primero, el Espíritu Santo vino sobre él a fin de equiparlo para su función profética (cf. Isaías 61:1,
citado en Lucas 4:18) y como Mesiá s (Isaiá s 11:1-5) y Siervo del Señor (Isaiá s 42:1).

Segundo, una voz del cielo confirmó su papel como Hijo de Dios (cf. Génesis 22:2 y Salmo 2:7 sobre
las palabras usadas) y como su siervo (cf. Isaías 42:1). El punto esencial de la historia es cómo Cristo
recibió el poder para lo que debiá enfrentar. Podemos saltear hasta 4:1 para ver el resultado inmediato.

Se narra la venida de Jesús al Jordán como cumplimiento de la actividad del Bautista. Con ocasión de su bautismo
por Juan, a través de una visión se explica quién es verdaderamente Jesús. Después se mencionan sus
«tentaciones» para mostrar que él triunfa donde fue vencido el pueblo de Israel por Satanás, en el desierto.

En el v. 9 comienza una nueva parte con la fórmula griega «Y sucedió en aquellos días que llegó Jesús...»
(literalmente). Después de la simple mención de que Jesús fue bautizado (v. 9), se narra una visión (v. 10) y la
escucha de una voz del cielo por parte de Jesús (v. 11). En el v. 12 se cambia la ubicación de Jesús y en el v. 13 se
cuenta su victoria sobre las tentaciones.

La estructura del texto se presenta así:


w. 9-11: bautismo de Jesús narrado en dos partes:
* hecho del bautismo (v. 9);
* «visión» y «voz del cielo» (w. 10-11).
w. 12-13: tentaciones de Jesús:
* impulso del Espiŕ itu (v. 12);
* Jesús vence las tentaciones (v. 13).

Explicación del texto


vv. 9-11: El bautismo de Jesús
v. 9: La venida de Jesús y la confirmación del Bautista
Jesús fue desde Nazaret, su patria (6,1-6), al rió Jordán y se hizo bautizar por Juan. Este hecho se debe explicar,
por- que visto en sí mismo significaría que Jesús quería ser partidario de Juan, si no inclusive su discípulo. Al
contrario, más bien el evangelista piensa que es Jesús quien confirma al Bautista y su actividad.
vv. 10-11: Se explica quién es Jesús
La visión bautismal se cuenta de modo distinto en Mt, Lc y Jn. Su modo de narración y su contenido demuestran
que no es una visión profética. Más bien se utiliza aquí una manera tradicional de interpretación y explicación
teológica judiá . Voces del cielo (cfr. 9,7) o palabras en labios de los ángeles tienen, en el contexto de la Biblia, la
función de dar explicaciones auténticas. De esta manera se hacen comprender al lector/oyente a través de visiones
y voces del cielo, tanto en la Biblia como en la enseñanza judiá , el significado y la misión de Abraham, Isaac y de
otros grandes personajes de Israel.

Esta «visión», narrada por el evangelio después del bautismo de Jesús, no pretende revelarle a él su misión como
Mesías, más bien hace entender correctamente el bautismo de Jesús: él no pretendía hacerse seguidor de Juan,
ni que le fueran perdonados sus pecados. Como en la literatura judiá , la paloma significa al mismo tiempo el
Espíritu divino y la comunidad en la cual éste realiza su acción: el pueblo de Israel. De la misma manera, desde el
cristianismo primitivo, la paloma significa el Espiŕ itu Santo y la Iglesia. La aparición del Espiŕ itu sobre Jesús y la
voz del cielo muestran en imágenes que es él quién bautiza con el Espíritu (v. 8).

Las palabras de la voz del cielo testimonian explić itamente que es el «Hijo de Dios» mencionado ya en el v. 1 del
evangelio. El contenido de esta voz es de nuevo una composición de citas de la Escritura: «Hijo de Dios» en el
AT fue Israel, É x 4,22s; Jer 31,9.20; Is l,2ss; 30,9; Is 43,6ss, 63,16; cfr. Os ll,lss; Mal 1,6; 3,17. Esta tradición
asume las ideas de la alianza, del pueblo elegido; pero incluye también el pecado y la apostasiá del pueblo, así
como la misericordia de Dios, su padre. El «hijo» de Dios es también el rey, Sal 2,7: «Tú eres mi hijo». La segunda
parte se encuentra en Is 42,1: «mi elegido a quien prefiero»

En otros lugares de la Escritura se encuentra el calificativo «querido» para el hijo, especialmente para el hijo único
o preferido, Gen 22,2.12.16 (Isaac); Jue 11,34 (hija de Jefté), Am 8,10; Zac 12,10; Jer 6,26 (llanto sobre el hijo
único). Pero, históricamente, la razón de por qué se llama a Jesús «hijo de Dios» son sus propias palabras que
expresan su convicción de una relación especial con Dios «como hijo». Mediante los elementos de la «VISIÓN»
y las palabras de «LA VOZ DEL CIELO», se comprende QUIÉN ES JESÚS y CUÁL ES SU PAPEL EN
LA HISTORIA DE SALVACIÓN. Al mismo tiempo, se destaca el significado de su bautismo: acudiendo al
bautismo, Jesús reconoce la acción salvadora de Dios presente ya en la actividad de Juan, su precursor. Según el
plan de Dios, el ministerio del Bautista y el bautismo de Jesús preparan la actividad del Hijo de Dios. Jesús mismo
asocia su venida a la venida del Bautista. De esta manera se lleva a cabo el «principio» de su ministerio.
Por medio del ejemplo de Jesús se destaca además el bautismo de modo único. Los cristianos recogieron el rito
de sumergir en el agua. Poco después de la muerte y resurrección de Jesús, sus disciṕ ulos administraron el bautismo
como SIGNO DE SALVACIÓ N que otorga el Espíritu a los creyentes, los UNE AL CRISTO y así representa la
INCORPORACIÓ N en la comunidad de la Iglesia.

3:13–17 EL BAUTISMO DE JESÚ S


Cf. Mr. 1:9–11; Lc. 3:21, 22; Jn. 1:32–34
13. Entonces Jesú s hizo su aparició n pú blica, (viniendo) desde Galilea al Jordá n para ser bautizado
por é l. En cuanto a tiempo y lugar, Mateo registra en forma indefinida las circunstancias del bautismo de
Jesú s: “Entonces ... al Jordá n”. En armonía con los versículos precedentes (vv. 1–12) y con lo que
probablemente sea la correcta interpretació n de Lc. 3:21, la palabra “entonces” probablemente signifique
“en la cumbre de la actividad bautizadora de Juan”. Sobre la base de aquellos otros pasajes, parece tener
respaldo la conclusió n de que fue probablemente durante la ú ltima parte del añ o 26 d.C. o en los primeros
días del añ o 27 cuando Jesú s se presentó ante Juan para ser bautizado por é l.
Jesú s vino “desde Galilea” (así dice Mateo). Marcos es un poco má s específico al decir “de Nazaret de Galilea”.
El evangelista Juan añ ade que en este tiempo Juan estaba bautizando en “Betania má s allá del Jordá n” (RVR
= Betá bara), que probablemente no estaba cerca del Mar Muerto, sino má s hacia el norte. Vé ase C.N.T. sobre
el Evangelio de Juan, pp. 98, 99.
El ministerio pú blico de Jesú s comienza aquí; el verbo “hizo su aparició n pú blica” (v. 19) es el mismo usado
en conexió n con el principio de la obra de Juan (v. 1). Vino al Jordá n con el propó sito específico de ser
bautizado por Juan. Se presenta y, con un gesto o con una palabra, o con una combinació n de ambas cosas,
pide ser bautizado.
La reacció n de Juan queda registrada en el v. 14. Pero Juan trataba de disuadirle ... Juan está
completamente turbado. Probablemente razonara así: “¡Có mo! Uno con tanta dignidad y santidad, ¿pide
ser bautizado? Pero ciertamente no por mí, persona tan baja en rango y santidad. No debe ser. ¡No puede
ser! Por el contrario, ¡é l debiera bautizarme a mí!”
Así que Juan se vuelve a Jesú s diciendo: soy yo quien necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Juan y Jesú s eran parientes (Lc. 1:36). Elizabet, la madre de Juan, estaba bien informada en cuanto al
primogé nito de María, a quien se había referido como “mi Señ or” (Lc. 1:42, 43). Sería difícil creer que ella
no hubiera impartido sus conocimientos a su hijo. El hecho mismo de que el Bautista supone que esa
persona que ahora se ha parado delante de é l para ser bautizado es el Mesías de quien había hablado antes
(vv. 11, 12) lo hace protestar tan ené rgicamente.
En vista de todo esto, ¿có mo debemos explicar el informe posterior de Juan: “Yo no le conocía” (Jn. 1:31)?
¿Satisface decir que el Bautista, nacido y criado en Judea, y habiendo pasado tantos añ os en el desierto (Lc.
1:80), podría no haber visto a Jesú s nunca antes, quien se había criado en Galilea? Difícilmente, porque
aunque esto ciertamente podría ser el caso, Jn. 1:33 indica que cuando el precursor dijo: “Yo no lo conocía”,
estaba pensando principalmente en algo má s, algo superior al conocimiento físico. Con toda probabilidad,
quería decir que todavía no le había sido revelado divinamente que esta persona era el mismísimo Cristo.
Sin embargo, se le había dado una promesa, a saber: “Sobre quien vieres descender el Espíritu, y que
reposa sobre é l, é ste es el que bautiza con el Espíritu Santo”.
En su intento de evitar la petició n de Jesú s, y pensando que el menor debía ser bendecido por el mayor y
no viceversa (cf. Heb. 7:7), Juan da expresió n a su consciencia de la necesidad de ser bautizado por Jesú s:
“Soy yo quien necesita ser bautizado por ti”. Aunque ya ha recibido al Espíritu Santo (Lc. 1:15), desea recibir
en mayor medida su presencia y sus dones. Por otra parte, ¿qué es lo que Jesú s todavía no tiene y que podía
recibir del Bautista?: “¿y tú vienes a mí?”.
15. Pero Jesú s le contestó : Dé jame esta vez, porque es conveniente que de este modo cumplamos
con todo requisito de justicia. Este pasaje nos muestra có mo venció Jesú s los escrú pulos de Juan. Pero,
¿por qué dijo: “Dé jame esta vez” y “cumplamos todo requisito de justicia”? La respuesta no nos ha sido
revelado en forma específica. Sin embargo, a la luz de todo el contexto y tambié n de otros pasajes
importantes, como se indicará , puede ser que Jesú s haya estado pensando en algo má s o menos así: “Como
regla general, lo que tú dices es cierto, pero en este momento particular de mi vida y de la tuya, cuando estoy
por comenzar mi ministerio pú blico, es conveniente que por medio de mi bautismo yo REAFIRME mi
resolució n (cf. Sal. 40:6, 8; Ef. 1:4; Heb. 7:22; 1 P. 1:20; Ap. 13:8) “de quitar el pecado del mundo” (Jn.
1:29). Ademá s, se debe cumplir la promesa que se te dio (Jn. 1:33), para que en forma má s persuasiva y
adecuada puedas proclamarme ante la gente. Por las razones establecidas, es conveniente que de este modo
cumplamos con todo requisito de justicia: el requisito de justicia en que yo reafirmo, y el requisito de justicia
de que tú bautices y proclames”. ¿No podría ser que esto fuera lo que estuviera pensando el Señ or?
Se puede presentar la objeció n de que el agua del bautismo simbolizaba la purificació n de la inmundicia,
esto es, del pecado, y que, puesto que Jesú s no tenía pecado, no necesitaba ni podía ser bautizado
propiamente. La respuesta es que, despué s de todo, tenía pecado: el nuestro. Esta respuesta es dada en
pasajes tales como Is. 53:6 (“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su
camino; mas Jehová cargó en é l pecado de todos nosotros”); Mt. 20:28; Mr. 10:45; Jn. 10:11; 2 Co. 5:21 y
1 P. 3:18. No se debe pasar por alto tampoco que en lo que estaba implícito en su propio bautismo (Jn. 1:29),
Jesú s validaba el bautismo de Juan, porque este ú ltimo no habría tenido sentido sin el primero.
El Bautista estaba profundamente impresionado por la majestad de quien le hablaba. Se convenció de que
Jesú s tenía razó n. Las objeciones habían sido superadas. Por eso se dice a continuació n: Entonces le dejó .
16. E inmediatamente, cuando Jesú s fue bautizado y salió del agua, he aquí los cielos fueron
abiertos.... El modo del bautismo, sea que Jesú s estaba de pie en el Jordá n de modo que tenía los pies en el
agua y el Bautista derramaba o rociaba agua en la cabeza, o que todo su cuerpo haya sido sumergido, no es
indicado en este pasaje. Es natural suponer que había descendido hasta la orilla del río y que por lo menos
había dado algunos pasos en el agua. El v. 16 nos informa que habiendo sido bautizado, Jesú s salió
nuevamente del agua. Esto es todo lo que sabemos. El Espíritu Santo no ha querido darnos detalles má s
específicos en cuanto al modo del bautismo practicado durante el período abarcado por el Nuevo
Testamento.
Lo que sí es importante, tan importante que Mateo dirige a ello nuestra atenció n introducié ndolo con “he
aquí”, es que los cielos fueron abiertos. Esta no fue una experiencia puramente subjetiva en el corazó n de
Jesú s. Fue definitivamente un milagro, que ocurrió ante la vista de todos los que estaban presentes con Juan
y Jesú s. ¿No vio Ezequiel tambié n los cielos abiertos (Ez. 1:1)? ¿Y tambié n Esteban (Hch. 7:56)? ¿Y tambié n
el apó stol Juan en Patmos (Ap. 4:1; 11:19; 19:11; cf. Is. 64:1; 2 Co. 12:1–4)? Continú a: y é l (Juan) vio al
Espíritu de Dios que descendía como una paloma y se posaba sobre é l. Cf. Mr. 1:10; Lc. 3:22; Jn. 1:32–
34. Repentinamente “se abrieron” los cielos, y Juan vio al Espíritu Santo. Por supuesto, el Espíritu Santo
mismo no tiene cuerpo y no se puede ver con los ojos físicos. Pero se nos dice que la tercera Persona de la
Trinidad se manifestó al Bautista bajo el símbolo de una paloma. Lo que el Bautista vio físicamente fue una
forma corporal semejante a una paloma. Vio que descendía sobre Jesú s. No es claro por qué Dios escogió la
forma de una paloma para representar al Espíritu Santo. Algunos comentaristas señ alan la pureza y la
dulzura o benignidad de la paloma, propiedades que en un grado infinito caracterizan al Espíritu, y por lo
tanto, tambié n a Cristo (cf. Sal. 68:14; Cnt. 2:14; 5:2; Mt. 10:16). Así equipado y dotado, Cristo estaba en
condiciones de llevar a cabo la dificilísima tarea que el Padre le había dado que hiciera. Para salvarnos
del pecado, necesitaba SER PURO. Para soportar el tormento, perdonar nuestras iniquidades y tener
paciencia con nuestras debilidades, necesitaba ser apacible, manso y benigno. Esto tambié n é l lo poseía
en una medida abundante, y é l les dijo a sus seguidores que por la gracia y el poder de Dios, ellos debieran
adquirir y ejercer los mismos dones (Mt. 11:29, 30; 12:19; 21:4, 5; Lc. 23:34; 2 Co. 10:1; Fil. 2:5–8; 1 P. 1:19;
2:21–25; y en el Antiguo Testamento: Is. 40:11; 42:23; 53:7; y Zac. 9:9).
El Bautista notó que la forma de una paloma, que simbolizaba al Espíritu, posó durante un tiempo sobre
Jesú s (Jn. 1:32, 33). No desapareció inmediatamente. ¿Ocurrió esto para dejar en la mente de Juan y de toda
la iglesia a travé s de las edades, no solamente que Jesú s era el Cristo, sino tambié n que el Espíritu
ahora estaba sobre é l permanentemente dá ndole la plena capacidad para la má s difícil, pero a la vez
la má s gloriosa de las tareas? Debiera recordarse constantemente que, aunque la naturaleza divina de
Cristo no necesitaba ser fortalecida y en realidad no podía serlo, no ocurría lo mismo con respecto a su
naturaleza humana. Esta podía y necesitaba ser fortalecida (Mt. 14:23; 17:1–5; 26:36–46; cf. Mr. 14:36;
Jn. 12:27, 28; y especialmente Heb. 5:8). El hecho de que aquí le fuera dada la unció n por el Espíritu Santo
(Sal. 45:7; Is. 61:1–3; Lc. 3:22; 4:1, 18–21), de ningú n modo constituye un conflicto con su concepció n por el
poder del mismo Espíritu (Mt. 1:20; Lc. 1:35). Los dos hechos armonizan en forma hermosa.
Hasta aquí hemos oído acerca de la petició n del Hijo de ser bautizado, y de su bautismo, reafirmando por lo
tanto su completa disposició n de tomar sobre sí y llevar el pecado del mundo (Jn. 1:29); tambié n hemos
oído del Espíritu que descendió sobre é l, capacitá ndolo para una tarea tan grande y sublime. Entonces
es del todo adecuado que se agregue la voz del Padre que da su completa aprobació n y complacencia, para
que quede en claro que en la obra de salvar a los pecadores, como en toda obra divina, los tres son uno. Por
eso, sigue el v.
17. Y en ese momento se oyó una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo
complacencia.
Los tres siempre son uno; por ejemplo, el Hijo muere por “aquellos a quienes” (literalmente, segú n el mejor
texto, por “los que”) el Padre le ha dado (Jn. 10:29); y é stos son los mismos que el Espíritu lleva a la gloria
(Jn. 14:16, 17; 16:14; Ro. 8:26–30). Así tambié n ocurre aquí: Los tres son uno. Los cielos tienen que abrirse
para que Jesú s mismo pueda oír la voz, como se le representa en Mr. 1:11 y Lc. 3:22 (“Tú eres mi Hijo, el
Amado”), pero tambié n de modo que el Bautista la oiga (Por eso, “Este es ...”), hacié ndolo un mejor testigo
de las cosas que vio y oyó (Cf. Jn. 1:33, 34). Como ya se ha indicado, en conexió n con la reafirmació n
voluntaria del Hijo de su entrega de todo corazó n a la tarea de llevar una carga tan infinitamente pesada,
esta voz de complacencia y aprobació n fue completamente oportuna.
¿De quién era la voz? No se da el nombre de Quien habló . Pero no era necesario, porque la misma fraseología
(“mi Hijo, el Amado”) identifica a quien habló , a saber el Padre. Ademá s, no solamente en su calidad oficial
como Mesías sino tambié n como Hijo por generació n eterna, Aquel que comparte plenamente la esencia
divina con el Padre y el Espíritu, é l es el Amado del Padre (Jn. 1:14; 3:16; 10:17; 17:23). No hay amor mayor
que el que el Padre siente hacia su Hijo. Segú n el adjetivo verbal (agapetos = amado) que aquí se usa, este
amor tiene raices profundas, es amplio, es tan grande como el corazó n de Dios mismo. Es tambié n tan
inteligente y significativo como la mente misma de Dios. Es tierno, vasto, infinito.
No só lo eso, pero este amor es tambié n eterno; esto es, no es temporal, se eleva por sobre todos los límites
temporales. Aun cuando hay quienes no está n de acuerdo, la traducció n “en quien tengo complacencia”
debe considerarse correcta. En la tranquilidad de la eternidad, el Hijo era objeto de la inagotable
complacencia del Padre (cf. Pr. 8:30). La reafirmació n del Hijo, por medio del bautismo, de su propó sito
de derramar su sangre por un mundo perdido en el pecado nada hizo para disminuir ese amor. Eso
es lo que el Padre está diciendo a su Hijo. Eso es lo que está diciendo a Juan y a todos nosotros.
¡Cuá n lleno de consuelo es este pá rrafo! Consuelo no solamente para el Hijo y para Juan, sino para todo hijo
de Dios, porque indica que no solamente el Hijo ama a sus seguidores lo suficiente como para sufrir las
angustias del infierno en su lugar, sino que tambié n el Espíritu coopera plenamente fortalecié ndolo para
esta misma tarea, y que el Padre, en vez de desaprobar a quien la emprende, se siente tan complacido con
é l que ve la necesidad de abrir los cielos mismos para que su voz complacida se oiga en la tierra. Los tres
está n igualmente interesados en nuestra salvació n, y los tres son uno.

Resumen del Capítulo 3


Los vv. 13–17 relatan que en la cumbre de la actividad del Bautista, hizo su aparició n pú blica Jesú s,
pidiendo a Juan que lo bautice. Cuando el heraldo pone resistencia, considerá ndose indigno y sugiriendo
que é l debiera ser bautizado por Aquel cuya venida só lo había estado preparando, Jesú s supera sus
escrú pulos dicié ndole: “Dé jame esta vez, porque es conveniente que de este modo cumplamos con todo
requisito de justicia”. Estaba bien que quien había prometido ofrecerse en rescate por muchos ratificase
esta promesa sometié ndose al bautismo, reafirmando de ese modo su deseo y decisió n de tomar sobre sí y
quitar el pecado del mundo. El agua del bautismo significa y sella el lavamiento de los pecados, y Jesú s se
revela, por medio de este sacramento, como el que quita el pecado. Por lo tanto, era tambié n correcto que
Juan, que estaba cumpliendo su tarea en obediencia a Dios y en cumplimiento de la profecía, bautizara a
Jesú s.
Para la realizació n de su tarea infinitamente difícil, el Mediador necesitaba ser ungido por el Espíritu
Santo, porque se debe recordar que el Hijo de Dios era tambié n Hijo del hombre. La segunda persona de la
Trinidad, siendo verdaderamente divina, tiene dos naturalezas: la divina y la humana. La divina no necesita
ser fortalecida, pero sí la humana. Cuando en su bautismo el Espíritu Santo, simbolizado por la forma de
una paloma desciende sobre el en toda su plenitud, le son impartidas todas las capacidades necesarias para
é l como Mediador.
La reafirmació n del Hijo de su deseo de cargar con una tarea que comprende tantos sufrimientos despierta
una inmediata respuesta de amor del corazó n del Padre, de modo que los cielos se abren y se oye una
voz que dice: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo complacencia”. No se puede pensar en un signo
y sello de aprobació n má s glorioso.
Así el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo cooperan en la realizació n de la salvació n del hombre.

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