Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
org
1
asustados, mientras lo entrevistan en un receso del X Coloquio Cervantino
Internacional.
Una vez removidos los cimientos completos de una tradición que en sus
diferentes variantes erige estatuas o da pie a congresos de especialistas como al
que ahora acude (con un texto combativo también, digno de otra discusión),
Francisco Rico se apoltrona y recuenta la situación de las ediciones cervantinas, la
historia de las infinitas equivocaciones, pues.
FR: Hay tres ediciones del Quijote. Una de ellas corregida por Cervantes, la
segunda (no quiere decir que leyera página a página), la tercera está autorizada.
Pero...
2
Enciende el maestro el sexto o séptimo de sus cigarrillos Fortuna y viene un
grande pero, como se verá, no sin anécdota aparejada.
3
a pasar todas las cosas que suelen pasar en El Quijote: que si un capítulo cambia
de lugar, falta una palabra, etcétera, etcétera. Porque además ya Cervantes añade
sin tener el texto seguido, sino interpolado.
“Así pues, si no sabe uno cómo se trabajaba en las imprentas de la época,
no entiende nada. Y eso no se había tomado, jamás, en cuenta. Y con eso hay
mucho que hacer. Hay que saber, entonces, muy bien, cómo se producía el
original, cómo se trabajaba en las imprentas, que trabajaban además, no haciendo
todo el libro y luego imprimiéndolo, sino folio a folio y pliego a pliego. Y un detalle
más: trabajaban al mismo tiempo, para ahorrar tiempo, partiendo unos empleados
de las prensas de la primera mitad y otros de la segunda. Pues, todo eso no se ha
tratado. Quizá R. M. Flores había puesto el problema en el campo correcto, que es
el del modo de producción, pero lo había tratado muy parcialmente. Y no se puede
editar El Quijote, ni ningún libro del Siglo de Oro, sin tener en cuenta esos
procesos”.
FR: Sí, claro. De todos. La literatura española del Siglo de Oro está por
editar. Está por editar y además, no sólo desde ese punto de vista técnico, sino
con una racionalidad, discriminando tantas ediciones que circulan en España. Las
más típicas son las de Cátedra, (donde) está todo revuelto: una nota elemental
con una variante, una digresión cuando le apetece, cuando sabe algo el autor,
cuando no se calla. No. Hay que hacer las ediciones bien. Yo he intentado en mi
Biblioteca Clásica hacerlo bien: tengo un folleto de normas para procurar hacerlo
con racionalidad, con jerarquía, que cada cosa esté en su sitio, que las notas no
interrumpan la lectura (o lo menos posible), que la erudición vaya al final del tomo,
en notas complementarias. ¡Bah!, pero eso no le interesa a nadie y me da igual a
mí que no les interese.
Parece haber fastidio, prisa, quizá, del maestro Rico que inaugura una
nueva cajetilla de Fortuna y la charla se dirige entonces a una suerte de recuento
de su historia personal, indispensable para asimilar su combativa postura
intelectual.
FR: Pues no lo sé. Yo fui muy lector desde niño, escribí desde niño, fui
secretario y dibujante de mi abuelo, que no me acuerdo cómo se llamaba pero
firmaba con unos dibujos que hacían el nombre de AICAD. El me explicó, cuando
yo tenía 7 años, lo que muchos años después diría Jakobson: “Mira, la poesía es
muy fácil, consiste en repetir una cosa; hay una cosa y la repites”. Jakobson, nada
menos. Y bueno, pues, inmediatamente escribí un poema: “Cuando llueve / el
cielo está gris / cuando nieva / la tierra está blanca”. Algo así. Y desde entonces
4
seguí con atención a las cosas literarias, tuve primero una vocación literaria
indiscriminada, que ni siquiera era literaria sino por los libros.
“Leí mucho, con todo y que yo iba para químico y trabajé bastante en eso,
estudié bachillerato de ciencias y demás. Pero luego me apunté en la Escuela de
Periodismo, mientras hacía el curso preuniversitario, y al terminarlo, entré en la
Facultad de Letras, pues había dedicado parte del año en ir a oír a los profesores
que estaban de moda en Barcelona: José Manuel Blecua, en Filosofía y Letras,
Manuel Jiménez de Parga, en Derecho, etcétera, y no me plantee nunca cambiar
de carrera ni hacer otra cosa, simplemente me matriculé también en Letras, que
aunque acabé periodismo, ya era mi centro. Yo leía lo mismo una novela del
oeste, que leía Menéndez Pidal, indiscriminadamente. Y me interesaba, no sabía
lo que era aquello, pero lo leía todo.
“Y el primer libro digamos erudito que yo leí fue Poesía Española, de
Dámaso Alonso, que me prestó mi amigo Eliseo Bayo, periodista importante en
España y con una historia política que lo llevó a la cárcel porque había alquilado el
piso que usó la ETA que mató a Carrero Blanco, en fin, una historia muy
pintoresca; él además, se vino alguna vez a mi casa 15 días y me enseñó latín.
E: ¿En 15 días?
5
pues me puse a hacerlo, pues porque no veía yo quién iba a hacerlo de acuerdo
con mi gusto.
FR: [Sí] Y eso es muy difícil, muy difícil además porque la filología no se
puede practicar de un modo científico. El que lo hacía muy bien era el gran
maestro José Fernández Montesinos, discípulo de Menéndez Pidal, quien lo hizo
estudiar a Lope, y que cuando, años más tarde, llegó a California y empezó a
trabajar en novela del siglo XIX, escribió unos libros espléndidos sobre Pereda,
sobre Valera, sobre Galdós, sobre Fernán Caballero, en fin, los grandes autores. Y
de quien me decía un profesor que también estaba en la Universidad: “Montesinos
tiene un éxito extraordinario, pero no hace más que tonterías: les cuenta el
argumento”. Y en realidad era así: Montesinos contaba el argumento y decía por
qué aquello era interesante.
6
E: ¿Por qué entonces la, digamos, simulación universitaria de fatigar los
textos de Derrida, Ricoeur, etc., escritos como para ellos mismos solamente?
FR: Bueno, ¿qué ha pasado? Yo, como decía, creo que es una
consecuencia del romanticismo y de las vanguardias, con la idea del artista que,
como dice un libro muy bonito de un crítico norteamericano llamado Abrams, cree
que la literatura es en sí misma. El pone una imagen basada en la lámpara y el
espejo. La literatura se había concebido como espejo en el cual uno se mira, y a
partir del romanticismo se convierte en una lámpara de intensa luz que por sí
misma vale. Y luego las vanguardias llevan eso a su extremo: lo que importa es la
poeticidad de la poesía; la literaturidad de la literatura, en general, dicen. Y bueno,
eso tuvo su época, pero la literatura no ha sido eso tradicionalmente, lo decía muy
bien Rosa Regás (en una aclamada ponencia de ese mismo día): la literatura o
nos sirve de algo en la vida –que no quiere decir que nos enseñe cosas aunque
nos enseña cosas y buena parte de lo que sabemos del mundo lo sabemos
gracias a la literatura-, o no sirve para nada; o tiene un papel como lo tiene pasear,
beber, hacer el amor, o si no es una tontería, una cosa de coleccionista, que no
me interesa. La inmensa mayor parte de la gente no lee la literatura como
literatura, que es lo que quisieran los críticos y los profesores, con su obsesión esa
de la “literariedad”, que no tiene nada que ver con la experiencia de la lectura. Me
gustaría que me explicaran la experiencia real de la lectura: por qué yo leo un libro
y me gusta. Y eso no me lo explican. En El Quijote, por ejemplo, se dice: “En la
Segunda Parte, admirable el tema del libro en el libro, etcétera”. Bueno, pues sí,
pero qué, a mi qué; puedo decir “ah, qué curioso”, pero no me interesa nada, me
basta con que me lo digan aparte, y de hecho no lo integro verdaderamente en el
gozo de la lectura, en las posibilidades de entretenimiento, diversión y meditación
de la literatura.
FR: No, aparte de que hay dos cosas. Una es la historia y otra es la crítica.
Y la historia de la literatura es exactamente igual que cualquier otro tipo de
historia. Y en la historia, pues uno intenta averiguar cosas que han ocurrido y
saberlas porque tienen un interés, de un género o de otro. Y desde la historia no
estudiamos sólo a los personajes, a los pueblos o a las circunstancias, buenas y
válidas como modelo. No. Es decir, suspendemos los juicios de valor y de
estimación y procuramos conocer lo que ha sido. Y esa es una cosa
perfectamente lícita a la que, además, me dedico más que a cualquier otra:
conocimiento de hechos objetivos que a mí personalmente me interesan, o que
forman parte de una totalidad que es la historia global, que es lo único que
verdaderamente tiene sentido. Y otra cosa es la crítica, la apreciación, la
valoración. No son lo mismo.
7
FR: Lo que ocurre es que las escuelas de letras cada vez más están en
manos de la crítica. Creo yo, al menos en mi experiencia, que no se dedica a la
historia el papel que debiera tener. Eso se ve mejor si hablamos de lengua, porque
en los términos es mucho más claro. Una cosa es escribir bien y aprender a
escribir bien y otra cosa es conocer los mecanismos lingüísticos, en general, que
necesariamente han de ser explicados a la luz de una teoría, pues sólo si tenemos
una teoría podemos hacer una descripción. Y otra cosa es la historia de la lengua:
saber que estos sonidos evolucionan en estos otros y cómo se construye así o de
otra forma el pronombre personal ante verbo y demás. Cosas que simplemente
admitimos como hechos y no valoramos. Ejemplo: en el tiempo del Quijote no se
podía decir “me parece”, sino “paréceme”, pues un pronombre no puede iniciar
oración. Bueno, sobre eso no nos pronunciamos, no decimos “qué mal, qué
horror”. Ni bien ni mal. Los hechos son esos y eso nos ayuda a conocer el
mecanismo de la lengua hoy. Es decir la diacronía y la sincronía, la historia y la
contemporaneidad. Entonces, como ocurre con la lengua ocurre con la literatura y
quizá en medida mayor: que no se entiende bien la sincronía –la descripción de
los hechos y los datos y la valoración contemporánea– si no se ve en la
perspectiva de la diacronía. Y entonces, la historia, sobre todo en literatura, hace
falta también para entender el presente y para cualquier tipo de valoración y sobre
todo de comprensión. Yo soy historiador, básicamente, entonces yo, o entiendo
las cosas históricamente en su génesis o no las entiendo. Por eso es que he
llevado yo siempre temas de orígenes: la novela picaresca, Petrarca, Nebrija... me
voy siempre al principio de las cosas y no voy más, luego ya no sigo mucho. Por
eso tendría que haber mucha historia, en un sentido hondo y válido y, desde
luego, mucha enseñanza de tipo práctico e instrumental. Por ejemplo, en
lingüística hay que saber qué son vocales tónicas y átonas, en latín largas y
breves, cómo diptongan, qué ocurre con ellas... Y eso no se presta ni a
valoraciones ni a tomas de posición en estética, ni nada. Son unos datos que hay
y hay que conocer, como hay que conocer las matemáticas para hacer otras
cosas. Entonces, saberes instrumentales hay que tenerlos, pues porque faltan
esos saberes se cae en un tipo de interpretación y explicación puramente
contemporánea y además cada vez más gratuita. Lo mismo apreciación histórica,
pues si falta sólo se puede caer en la deconstrucción y en la subjetividad más
desaforada. ¿Qué se va a decir sin historia? ¡No se puede decir nada!
8
El círculo se ha cerrado y apenas –a penas– hay espacio para un par de
preguntas finales.
E: ¿Y se publica?
FR: A veces sí, a veces sí, pero, bueno, me la publico yo, para los amigos,
a veces. Yo siempre digo que soy muy buen rimador, pero no pretendo ser poeta,
ni me interesa. Sé muy bien imitar a los poetas que quiero, pero la poesía no me la
creo, ya sé cómo son los poetas, los conozco, los he tratado durante toda la vida.
Así son: hacerse el tonto y dejarse llevar, es su máxima, y a mí lo que me gusta es
controlar, por eso la rima es muy buena, puedes decir lo que quieres decir y
además rimado.
FR: Pues, sí, eso, el boom, significó una renovación importante, que dio
grandes escritores, y son realmente ellos quienes han mantenido la literatura en
español, en la segunda mitad del siglo y quizá también la primera. Son grandes
maestros, muy leídos, más leídos que los españoles; más cultos, con más
tradición literaria. Cualquiera de los grandes autores hispanoamericanos conoce
mucho mejor que el español la tradición literaria, ha leído más, ha trabajado más
su prosa, ha aprendido más en los poetas, al estilo de Borges, etcétera. Yo veo,
pues, la tradición literaria española más viva, la clásica, en Hispanoamérica que en
España. (Así) Carpentier, García Márquez, Rulfo: todos han leído muy bien a los
9
grandes clásicos españoles. Mucho mejor que allá, sin comparación. Y es aquí
donde está la mejor herencia de la tradición española, eso lo tengo muy claro.
10