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DESORDENES DE LA PERSONALIDAD

El patrón de conducta de los trastornos de personalidad no se restringe únicamente a un área


de funcionamiento del individuo o a una relación interpersonal concreta. Tampoco se refiere a
una forma de ser variable en función del tiempo, de la fatiga o del estrés. Más bien se trata de
un patrón rígido y que afecta a una gama amplia de situaciones personales y sociales.

El inicio de la conducta y del pensamiento típico de los trastornos de la personalidad tiene


lugar al final de la adolescencia o al principio de la edad adulta. Si bien en edades tempranas ya
existen patrones de conducta estables y disfuncionales, se establece por consenso no realizar
el diagnóstico hasta que no avance la edad salvo en casos excepcionales.

Antes de realizar un diagnóstico de trastorno de la personalidad hay que descartar cualquier


otra enfermedad que afecte a la personalidad, a la expresión de la persona en contacto con los
demás. En concreto, en función del grupo de trastorno de la personalidad en que nos situemos
tendremos que dirigir nuestra diferenciación hacia los trastornos psicóticos, con fallos en la
verificación de la realidad, hacia los trastornos afectivos, marcados por la inestabilidad y
oscilaciones, o hacia los trastornos de ansiedad. Asimismo es vital descartar que los síntomas
presentes se deban a enfermedades médicas o al consumo de sustancias. En ocasiones esto es
complejo, dado que con frecuencia se produce en estas patologías un abuso de tóxicos que
aumenta y matiza la clínica.

La frecuencia con la que se presentan estas enfermedades es grande. Distintos estudios


consideran que entre un 7% y un 21% de la población presenta alguna de estas alteraciones.
Las cifras son muy variables y los estudios muy difíciles de comparar pues, según el medio.
Determinadas conductas están más adaptadas y generan menor alarma social y
consecuentemente menor malestar. Las cifras más reales parecen situarse en torno al 15%. Un
estudio muy reciente sobre población norteamericana situaba la prevalencia en el 1,5% para
los excéntricos, el 6% para los dramático-emotivos y el 9% para los ansiosos.

Más allá de su presencia estadística, los trastornos de la personalidad acarrean mayor


complejidad cuando coinciden en el diagnóstico con otras patologías psíquicas o médicas. En
estos casos se suele producir un mayor tiempo de discapacidad y una menor respuesta a los
tratamientos utilizados.

El DSM-5 agrupa a los 10 tipos de trastornos de la personalidad en 3 grupos (A, B, y C), sobre la
base de características similares.

Grupo A: Excéntricos
El trastorno de personalidad paranoide se caracteriza por un patrón de conducta estable
caracterizado por la desconfianza y la suspicacia, de forma que se interpreta maliciosamente la
intención de los actos de los demás. La sospecha de ir a ser engañados se mantiene constante
pese a la ausencia de datos que lo justifiquen, así evitan dar datos a los demás que consideran
que serán utilizados en su contra. La percepción continua de ataques contra su persona o a su
reputación genera rencores mantenidos de forma prolongada en el tiempo. La desconfianza
sobre la lealtad o fidelidad de amigos y parejas ocasiona graves dificultades de convivencia.

El diagnóstico diferencial se debe realizar sobre la esquizofrenia u otra patología de la


verificación de la realidad por una enfermedad o por el consumo de sustancias. El tratamiento
es muy complicado de realizar, dado que muy raramente el paciente va a solicitar ayuda y con
mayor frecuencia desconfiará de la solución propuesta. Farmacológicamente se recomendaba
la utilización de neurolépticos de baja potencia, como pimozide, para evitar los efectos
secundarios. Más modernamente, otros neurolépticos de “segunda generación” con escasos
efectos secundarios también pueden facilitar la psicoterapia. Ésta debe basarse en un mejor
contacto y confrontación progresiva de la realidad, admitiendo la existencia de la desconfianza
como eje de las dificultades presentadas.

Las dificultades graves para poder tener relaciones afectivas con otras personas y responderlas
de forma emocionalmente adecuada es la característica principal del trastorno esquizoide de
la personalidad. De esta forma no se suele desear ni disfrutar de las relaciones personales, ni
siquiera de la familia, por lo que se tiende a elegir actividades solitarias. No se disfruta de
prácticamente ningún tipo de actividad, ni amistad ni relaciones sexuales. Todo esto se
enmarca en un clima de frialdad emocional en el que los halagos o las críticas de los demás son
irrelevantes.

Este trastorno debe distinguirse de otros trastornos de la personalidad, en especial del


evitativo. En éste el rechazo del contacto se produce por el miedo a ser rechazado, mientras
que en el esquizoide simplemente no se desea tener contacto, sin más motivación. Asimismo
debe ser diferenciado del trastorno esquizotípico, que veremos a continuación. Al igual que
éste, debe ser distinguido asimismo como patología del espectro esquizofrénico, sin ser
esquizofrenia.

El trastorno esquizotípico de la personalidad agrupa una serie de alteraciones en el


comportamiento, pensamiento y percepción. Entre estas alteraciones destacan las ideas de
referencia, sin llegar a tener carácter delirante, estableciendo una tendencia al pensamiento
mágico que afecta a la conducta y que no se explica por normas subculturales como la
superstición. Se producen problemas sociales e interpersonales junto a una reducción de las
relaciones sociales de comienzo al principio de la vida adulta. El aspecto en general es extraño,
el pensamiento tiende a la suspicacia o a lo paranoide, y la expresión del lenguaje se hace rara,
así como las experiencias perceptivas. El resultado final es una falta de amigos y de confianza,
salvo en familiares de primer grado, generando una elevada ansiedad social relacionada
fundamentalmente con los miedos paranoides más que con juicios negativos autocríticos sobre
sí mismo.

En el diagnóstico diferencial, además de otros trastornos de la personalidad como el evitatito y


el esquizoide, previamente comentado, es importante descartar la fobia social. En ésta existe
una dificultad a la realización de actividades en público, pero enmarcado en el miedo a la
realización inadecuada y la subsiguiente crítica, pero no existen atipias perceptivas ni de
procesamiento de la información, simplemente sobrevaloración de la importancia de la
ejecución de las tareas de determinada forma. La diferenciación más importante es con la
esquizofrenia, pues situaciones clínicas muy similares fueron calificadas por Bleuler como
esquizofrenia latente y es muy frecuente encontrarlo en familiares de pacientes afectos de
esquizofrenia.

Como último comentario sobre este grupo de trastornos, es importante señalar que muchos
autores modernos los consideran como formas menores de otras patologías, como la paranoia
y la esquizofrenia. Por ello es posible que en futuras clasificaciones no conformen un grupo
diagnóstico propio e independiente, sino que pasen a ser un subgrupo diagnóstico de estas
enfermedades.

Grupo B: Dramático – Emotivos

Una de las mayores controversias sobre los trastornos de la personalidad consiste en la


aceptación como enfermedad del trastorno antisocial de la personalidad. Si bien es una de las
formas más antiguamente estudiadas (S. XVIII Pinel y Rush), Prichard lo calificó como locura
moral, la falta de repercusión afectiva de sus actuaciones y la sobrevaloración de las conductas
delictivas hacen que esta categoría se halle sobredimensionada en los contextos forenses,
facilitando la creencia y tendencia jurisprudencial a no considerar los trastornos de la
personalidad como patologías de pleno derecho a la hora de aplicar atenuantes de las penas.
La diferencia principal debe hacerse con conductas similares que se pueden realizar en el seno
de un trastorno bipolar, principalmente en fase maníaca, o en la esquizofrenia.

En resumen se trata de personas que desprecian y violan con frecuencia los derechos de los
demás desde los 15 años de edad, con lo que fracasan en adaptarse a las normas sociales, son
deshonestos para conseguir un beneficio personal o simplemente por placer. Su actuación se
suele enmarcar en la impulsividad, irritabilidad y agresividad con gran dificultad para planificar
el futuro con despreocupación de su seguridad o de la de los demás. La irresponsabilidad y la
falta de remordimientos les hacen justificar su conducta inadaptada socialmente.

El trastorno límite de la personalidad es el diagnóstico más estudiado desde todos los


aspectos en el campo de la personalidad. Inicialmente se trató de asimilarlo al grupo de los
trastornos afectivos (Akiskal) por su inestabilidad, posteriormente trató de asimilarse al
trastorno de estrés postraumático (Grossman, Yehuda) por su frecuente relación con el trauma
infantil y la impulsividad cognoscitiva y conductual. Sin embargo, estas investigaciones han
ayudado a configurar una patología biológicamente independiente de cualquier otro grupo
como destacan las pruebas endocrinológicas (en España López-Ibor, Carrasco y Pastrana) y
neurofuncionales.

El estado actual de la ciencia permite considerar la existencia de alteraciones de la función


cerebral encargadas de la asignación de significado emocional a los recuerdos y a los hechos
del presente, de forma que se responde con frecuencia de forma excesiva ante estímulos
menores (similar al estrés postraumático) y con tendencia a la inestabilidad emocional, que
repercute en una peor asignación de emociones (similar al trastorno bipolar). Esta impulsividad
e inestabilidad emocional repercute directamente en impulsividad e inestabilidad conductual.
En función de la predominancia de la impulsividad conductual o de la inestabilidad emocional
sobre los síntomas clínicos, la OMS en su clasificación de enfermedades CIE-10 distingue un
tipo de trastorno límite impulsivo, otro inestable emocionalmente y otro mixto. Si bien el
sentido común avala estas distinciones, la investigación biológica (basada generalmente en
criterios DSM) no parece encontrar alteraciones que sustenten esta diferenciación.

La clínica queda caracterizada por un patrón de inestabilidad en las relaciones consigo mismo
(autoimagen inestable), con los demás en las relaciones interpersonales, en especial de pareja
(esfuerzos frenéticos para evitar ser abandonado, alterna entre la idealización y la devaluación)
y con la sociedad, en especial en los trabajos (frecuentes cambios de trabajo o de la forma de
hacerlo).

Además, la impulsividad, demostrable


biológicamente, se evidencia en los actos o amenazas
de suicidio o de automutilación o potencialmente
lesivos como gastos excesivos, relaciones sexuales
tempestuosas, uso de sustancias tóxicas, conducción
temeraria o atracones de comida. La hiperreactividad
afectiva cursa con episodios de horas y a veces días
de duración, con dificultad para manejar la ira y la
confianza en los demás, dejando un poso de
sentimiento crónico de vacío que da un fondo de
color al cuadro clínico.

El trastorno histriónico de la personalidad es el


paradigma de la emotividad y la búsqueda de
atención. Constituye un diagnóstico que se tiende a
evitar por la carga peyorativa que arrastra, pese a
que parece relacionarse genéticamente con el
trastorno por somatización. Algunos autores
sostienen que se trata de la variante femenina de un
mismo trastorno que en varones conduciría al trastorno antisocial o al narcisista.

Clínicamente se caracteriza por la búsqueda de la atención de los demás, por lo que tiende a
provocar o seducir sexualmente a los demás, el aspecto físico se utiliza para llamar la atención.
Es constante que considere sus relaciones como más íntimas de lo que en realidad son. La
comunicación verbal es muy subjetiva y le cuesta establecer matices en las opiniones. Las
emociones, expresadas de forma dramática y teatral, suelen ser superficiales y volubles, por lo
que es muy sugestionable.

La relación con los demás carece de empatía, no se generan sentimientos hacia los demás
como personas, pues son considerados como instrumentos para su fin. Es muy frecuente que
se genere un campo de envidias que dirige hacia los demás o que cree que los demás dirigen
hacia él.

Grupo C: Ansiosos

El trastorno de la personalidad por evitación se caracteriza por un patrón de conducta de


inhibición social debido a unos marcados sentimientos de inferioridad e hipersensibilidad a la
evaluación. Por ello se evita relaciones íntimas y actividades o trabajos que puedan implicar un
contacto interpersonal por el miedo a la crítica y la desaprobación, sólo se implica con la gente
si está convencido de que va a gustar. Los sentimientos de inferioridad le hacen verse
socialmente incapaz y sin interés en el terreno personal.

Como se mencionó anteriormente, el trastorno evitativo


se debe distinguir del esquizoide basándose en la falta
del deseo de mantener relaciones del esquizoide y en la
inseguridad del evitativo. Para distinguirlo del trastorno
dependiente de la personalidad es importante fijarse en
que la inseguridad del dependiente se soluciona cuando
es acompañado en la ejecución de la tarea o en la toma
de decisión, mientras que en el evitativo no. Asimismo
es importante distinguirlo de la fobia social, aunque para
algunos autores se trata de dos grados distintos de la
misma enfermedad.

El trastorno de la personalidad por dependencia


necesita sentir que los demás se ocupan de uno,
desarrollando conductas de sumisión, con miedo a la separación y soledad. Es incapaz de
tomar decisiones cotidianas si no es intensamente asesorado por los demás, que deben asumir
sus responsabilidades y de cuyas opiniones no se puede discrepar. En ocasiones, el deseo de
mantener la “protección” de los demás lleva a realizar tareas desagradables que nadie más
quiere realizar. Por esa inseguridad son incapaces de iniciar o crear proyectos, de cuidar de sí
mismos, lo que genera un miedo intenso a ser abandonado y si eso sucede buscan
urgentemente otra relación que aporte el cuidado y apoyo necesarios.

El trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad es para algunos la forma menor del


trastorno obsesivo-compulsivo. Esta personalidad conlleva una preocupación patológica por el
orden, el perfeccionismo y el control, impidiendo la flexibilidad, la espontaneidad y la
eficiencia. Los detalles, normas, listas y horarios hacen perder de vista el objetivo principal. Las
tareas no se terminan en plazos habituales, por lo que requiere una dedicación al trabajo y a la
productividad que excluye actividades de ocio y tiempo libre, no puede delegar. Aparenta
avaricia, tacañería, debido a la restricción de gastos económicos para sí y para los demás,
incluso acumula objetos que han perdido la utilidad y carecen de valor sentimental.

Existe un puente entre este trastorno y el trastorno obsesivo-compulsivo del eje I, así como
hacia la depresión. Desde otros enfoques psicopatológicos, como el psicoanalítico, guarda
grandes similitudes con la personalidad anancástica, definidos por Freud por los rasgos de
orden, parsimonia y obstinación. Las características obsesivo-compulsivas de personalidad se
asocian con frecuencia, tal como demuestran múltiples estudios, a la enfermedad
cardiovascular, constituyendo un factor de riesgo para ello.

CAUSAS
La personalidad es la combinación de pensamientos, emociones y conductas que nos hacen
únicos. Es el modo en el que ves, comprendes y te relacionas con el mundo exterior, así como
el modo en el que te ves a ti mismo. La personalidad se forma durante la infancia y en ella
incide la interacción de lo siguiente:

 Los genes. Es posible que determinados rasgos de la personalidad se transmitan de


padres a hijos mediante los genes heredados. A veces, estos rasgos se llaman tu
temperamento.

 El entorno. Esto incluye los alrededores en los que creces, los eventos que tuvieron
lugar y las relaciones con familiares y otras personas.

Se piensa que los trastornos de la personalidad son provocados por una combinación de estas
influencias genéticas y del entorno. Es posible que los genes te hagan vulnerable a desarrollar
un trastorno de la personalidad, y una situación de la vida puede desencadenar el desarrollo.

MANIFESTACIONES CLÍNICAS

Actualmente no existe un consenso universal sobre cuáles son exactamente las


manifestaciones clínicas de los trastornos de personalidad (TP) porque en cada persona se
pueden expresar de manera diversa. Con los criterios actuales se pueden producir múltiples
combinaciones que configuren un TP, y son muchas las dificultades que existen actualmente
para evaluarlos correctamente.

Es conveniente contar con la máxima cantidad de información posible, objetiva y fiable. Lo más
valioso es una entre-vista clínica específica semiestructurada, pero son muchos los
instrumentos que además de ésta nos pueden ser de utilidad. En la práctica habitual se utilizan
cuestionarios autoinformados en los que los sujetos completan una lista determinada de ítems.
Realizar el diagnóstico sólo con una entrevista clínica general no es el método más fiable, que
suele subdiagnosticar la presencia de esta patología.

A la hora de evaluar la personalidad en una entrevista clínica general es importante contar


con la descripción que hace el paciente de su personalidad, la conducta del paciente durante
la entrevista, el relato del paciente de su conducta en distintas circunstancias y las opiniones de
familiares y amigos. La información que aportan las personas próximas, que pueden ofrecer
otro punto de vista que nos ayude a comprender mejor la situación y evaluar diferentes
áreas como las relaciones laborales y familiares, el estado habitual, remarcando el interés
por saber el estado habitual del paciente y restando importancia al que presenta actualmente,
en pro-bable relación con el trastorno mental comórbido. Es preciso distinguir qué síntomas
son estables a lo largo del tiempo, el deterioro crónico de las funciones, la respuesta al
tratamiento, así como valorar el posible cumplimiento de criterios para un diagnóstico de
trastorno mental.

Existe actualmente una controversia acerca de si son más adecuados para el diagnóstico los
modelos dimensionales o los modelos categoriales. El modelo dimensional propugna la
existencia de una gradación entre normalidad y patología a través de un continuum y es
evaluado principalmente por medio de cuestionarios autoaplicados. Estos instrumentos
estudian los TP desde la perspectiva de que son variantes no adaptativas de los rasgos de la
personalidad presentes en todos los individuos y se integran imperceptiblemente entre estos.
En consecuencia, existiría una variación cuantitativa - desviación excesiva - a lo largo de
varios rasgos que determinan un perfil específico y que representan al individuo sin necesidad
de encuadrarlo en una categoría determinada, existiendo un continuum con la personalidad
normal.

El modelo categorial, por su parte, caracteriza al TP en términos de presencia/ausencia, y es


evaluado principalmente a través de entrevistas semiestructuradas. Este modelo se acerca más
al modo en que trabajan de manera habitual los clínicos, ya que aplica una taxonomía con
categorías en las que el sujeto está incluido o excluido. Se trata, por lo tanto, de descripciones
simples y claras donde los TP representan síndromes clínicos cualitativamente distintos
-entidades nosológicas discretas delimitadas entre sí - que existen en la población de forma
discontinua. De entre las entrevistas semiestructuradas queremos destacar la Internacional
Personality Disorder Examination (IPDE) de Loranger, con un módulo para la DSM-IV y otro para
la CIE-10, de reconocida validez y auspiciada por la Organización Mundial de la Salud (1995) y la
SCID.II (Structured Clinical Interview for DSM Disorders) que facilitan realizar preguntas
orientadas a cada criterio, pero con respuesta abierta que permite hacer un diagnóstico fiable.
Las entrevistas tienen una duración variable que suele oscilar entre una hora y media y dos
horas de duración, aunque en algunos pacientes, dada su complejidad, pueden requerir más
tiempo. Se puede realizar en una sola sesión o interrumpirla y llevarla a cabo en varias
sesiones. También existen entrevistas e instrumentos diagnósticos específicos para cada TP.
Las discusiones acerca de si emplear un diagnóstico dimensional o categorial sigue vigentes y
son múltiples las afirmaciones a favor y en contra.

ANTECEDENTES

EVIDENCIAS CIENTÍFICAS

A pesar de los avances en la investigación, todavía estamos lejos de conocer la etiología de la


relación entre trastornos adictivos y otros trastornos mentales, resultando más complejo si
cabe con los TP que con los del eje I. La alta prevalencia de consumo de sustancias en pacientes
con TP ha sido reiterada en muchos estudios. De hecho, la prevalencia de trastornos del eje II
en muestras no clínicas oscila entre 10 y 14,8%, en pacientes psiquiátricos entre 45,2 y 80% y
en adictos en tratamiento entre 34,8 y 73%. Es decir, los TP son 4 veces más prevalentes en
muestras clínicas que entre la población general, lo que se ha encontrado que ocurre
igualmente con el uso de sustancias [9]. El amplio rango de variaciones en las prevalencias,
según diferentes estudios, puede deberse a cuestiones como las características de las muestras
(tamaño, género, edad, diferencias socioculturales), la sustancia primaria de abuso o el
encuadre de tratamiento, así como a los específicos criterios de diagnóstico empleados.

Pese a todo, el diagnóstico de TP en adictos a sustancias ha sido y continúa siendo en parte un


tema controvertido, especialmente en cuanto a la dificultad de valoración de rasgos
disfuncionales, que pudieran resultar condiciones transitorias secundarias a los problemas
adictivos más que a verdaderos TP. Esta cuestión ha sido rechazada por diferentes estudios,
demostrándose, por ejemplo, que la prevalencia de TP es similar entre los consumidores
activos de sustancias y los que tienen un diagnóstico antiguo de tales trastornos, o que la
remisión del uso de sustancias no se asociaba de forma significativa con la de la patología de
personalidad, es decir, no serían artefactos relacionados con el uso de sustancias (lo que sí
ocurre, al menos parcialmente, con trastornos afectivos y ansiosos), aun cuando no se pueda
excluir el hecho de que algunos síntomas presentes en adictos no estén favorecidos por las
sustancias de consumo.

RASGOS DE PERSONALIDAD, TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Y CONSUMO DE SUSTANCIAS

Desde las sustancias

Un creciente volumen de estudios ha valorado la relación entre determinados rasgos de


personalidad y consumo de sustancias, con el objetivo de conocer qué rasgos serían los de
mayor riesgo para la aparición de un TUS, y si ciertos rasgos favorecerían más que otros el
consumo de determinadas sustancias. Los resultados y las inconsistencias ocasionales entre
ellos se deben a variados factores, como serían las diferencias entre los instrumentos
empleados para valorar la personalidad, el tamaño inadecuado de las muestras o las
diferencias socioculturales o de género, apareciendo variaciones destacadas desde estudios
que no encuentran grandes diferencias con la población general (los menos y, de forma
especial, en alcohólicos) hasta los que las encuentran habitualmente de manera amplia y
consistente. Igualmente, resulta difícil recoger tales estudios y resultados de forma sistemática,
dada la diversa metodología empleada en ellos, ya sea en cuanto a las muestras (población
general, clínica o mixta) o a los instrumentos empleados (valoración de rasgos y dimensiones
de personalidad, entrevistas clínicas estructuradas o ambos).

Datos globales

RASGOS DE PERSONALIDAD

Partiendo precisamente de los problemas metodológicos que aparecen ante la complejidad de


la relación entre personalidad, TP y uso de sustancias, Grekin et al. Efectuaron un meticuloso
estudio en 3.720 estudiantes universitarios utilizando el NEO Five Factor Inventory (NEO-FFI),
que valora cinco dimensiones de la personalidad: neuroticismo, extroversión, conformidad,
autotrascendencia y apertura a la experiencia, y el Tridimensional Personality Questionnaire
short form (TPQ-S), que valora otras tres dimensiones: búsqueda de novedades, evitación del
daño y dependencia de la recompensa; se valoró igualmente la presencia de trastornos de
conducta antes de los 15 años. Encontraron que la antisociabilidad y ciertos rasgos centrales de
personalidad predicen muchos tipos de patología con las sustancias; concretamente, la
búsqueda de novedades y los síntomas de trastornos de conducta se asociaron con síntomas
de dependencia al alcohol, tabaco y otras drogas, mientras el neuroticismo los predijo más
modestamente. Varios rasgos de personalidad se relacionaron específicamente con síntomas
de dependencia a determinadas sustancias; así, extroversión y apertura a la experiencia
predijeron sintomatología en relación con el alcohol, la baja autotrascendencia predijo
síntomas de otras drogas, y la apertura a la experiencia y baja autotrascendencia,
sintomatología sobre el tabaco. También la alta apertura a la experiencia fue factor de
predicción de síntomas de dependencia al tabaco, y la extroversión y baja apertura a la
experiencia, síntomas de dependencia al alcohol. Se apreció que la relación personalidad-TUS
disminuyó sustancialmente cuando se añadieron los síntomas de trastornos conductuales a la
ecuación, aunque la personalidad siguió prediciendo el uso de sustancias (de forma menos
intensa) tras controlar los síntomas de trastornos conductuales y viceversa. Esto podría tener
distintas explicaciones, pero, en conjunto, estos hallazgos sugerirían que podría haber muchos
caminos por los que la personalidad y los trastornos conductuales llevan a la dependencia de
sustancias.
Por último, encontraron cambios en la relación entre patología de personalidad-sustancias tras
controlar TUS comórbidos. Específicamente neuroticismo, baja autotrascendencia y búsqueda
de novedades ya no predijeron síntomas de dependencia a otras drogas tras controlar los de
dependencia a tabaco y alcohol e, igualmente, género, neuroticismo, baja autotrascendencia y
trastornos de conducta ya no predijeron dependencia de tabaco tras controlar síntomas de
alcohol y drogas. Sin embargo, la predicción sobre el alcohol no cambió tras controlar síntomas
en relación con tabaco y otras drogas, sugiriendo que los rasgos de desinhibición y
neuroticismo predicen patología alcohólica. En cualquier caso, los autores reconocen las
limitaciones del estudio, empezando por los abandonos de los policonsumidores o los
dependientes más graves y la valoración de la dependencia a sustancias como un constructo
global, no pudiendo valorar los correlatos de personalidad con categorías de dependencia
individuales o el nivel socioeconómico de la muestra.

Terraciano et al. , utilizando el Inventario de Personalidad NEO revisado en una amplia muestra
en la comunidad estadounidense, aparte de confirmar altos niveles de afectividad negativa y
rasgos impulsivos en los consumidores, obtuvieron que: los fumadores puntuaban bajo en
escrupulosidad y alto en neuroticismo; los consumidores de cocaína y/o heroína, muy alto en
neuroticismo –especialmente vulnerabilidad– y muy bajo en escrupulosidad –especialmente
competencia, búsqueda de objetivos y deliberación–, mientras que los consumidores de
marihuana puntuaron alto en apertura a la experiencia, medio en neuroticismo y bajo en
conformidad y escrupulosidad. Distintos subfactores relacionados con la impulsividad se
asociaron con el consumo de todas las sustancias. En comparación con sus resultados, aluden a
los estudios previos en diferentes sustancias, recogiendo:

 Tabaco: recalcan que existen muchos más estudios sobre los correlatos de
personalidad en los fumadores de tabaco que en los de sustancias no legales, en los
cuales las muestras suelen ser pequeñas y se utilizan diferentes medidas de
personalidad. Se ha apreciado que los fumadores puntuaban alto en aspectos
relacionados con impulsividad y neuroticismo, y bajo en conformidad y
autotrascendencia, y en estudios europeos y asiáticos puntuaban también alto en
extroversión.
 Marihuana: un metaanálisis que categorizó los rasgos en afecto negativo (como
depresión, ansiedad), emocionalidad (extroversión, desinhibición social) e
inconvencionalidad (tolerancia a las desviaciones, irreligiosidad), los cuales podrían
coincidir con neuroticismo, extroversión y apertura, respectivamente, sugirió que el
uso de marihuana se relacionaba con altos niveles de inconvencionalidad y sólo
débilmente con emocionalidad y afecto negativo.
 Cocaína: los consumidores se caracterizarían por
altos niveles de rasgos relacionados con el
neuroticismo, tales como depresión e impulsividad,
así como psicoticismo, un rasgo relacionado con
baja conformidad y baja autotrascendencia.
 Heroína: los estudios los dibujan repetidamente
como con alto neuroticismo. Muchos estudios
muestran una asociación con alta extroversión y
alto psicoticismo, aunque de forma menos
consistente.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 La personalidad y sus trastornos. Trastornolimite. Disponible en:


https://www.trastornolimite.com/images/stories/pdf/la-personalidad-y-sus-
trastornos.pdf
 Trastornos de la personalidad. Mayo clinic. (Citado 23 de septiembre, 2016). Disponible
en: https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-conditions/personality-
disorders/symptoms-causes/syc-20354463
 Lola Peris, Ariadna Balaguer. Patología dual. Barcelona (2010). Disponible en:
http://umh1946.edu.umh.es/wp-content/uploads/sites/172/2015/04/Patolog
%C3%ADa-dual-en-trastornos-de-la-personalidad.pdf
 Trastornos de la personalidad. Researchgate.net. Disponible en:
https://www.researchgate.net/publication/251563924_Trastornos_de_la_personalidad

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