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REFLEXIÓN INICIAL

El de hoy es un evangelio muy duro, lleno de exigen-


cias para los que se deciden a optar por Jesús y por
el Reino, y que suscita una reflexión inevitable: ¿qué
significa ser cristiano hoy, en nuestro mundo?

Porque sin lugar a dudas, hay una innegable crisis de


identidad cristiana, a nivel de las ideas y las conduc-
tas. Muchos cristianos no se han preguntado nunca por
qué lo son, ni saben en lo que creen ni lo que deben
hacer. Son los restos de un cristianismo sociológico.
Después de dos mil años de cristianismo, las mismas
palabras no tienen siempre idénticas evocaciones, y
los mismos conceptos pueden sugerir significados muy
distintos. Y es que no podemos “vivir de rentas” de lo
experimentado y creído en el pasado; porque cuando
una fe es algo vivo y es además y por lo mismo, fuente
de vida, la única manera de confesarla genuinamente
consiste en conjurar el peligro de fosilización, actuali-
zándola en cada tiempo y cultura.

Por eso es bueno y es imperiosamente urgente que


los cristianos nos preguntemos por nuestro real segui-
miento de Jesús, y por lo que significa para nosotros la
vinculación y adhesión incondicional a su persona. Y en
este sentido, ojalá fuéramos plenamente conscientes
de que la opción por Jesús es un acto eminentemente
humano, un acto consciente y libre y que se realiza en
el interior de uno mismo y que entraña una decisión
absolutamente personal.

Ahora bien, ¿acaso seguir a Jesús hoy es un contra-


sentido? ¿Es negar nuestra autonomía, nuestra libertad
y nuestra capacidad de hacer nuestro propio camino?
En los tiempos que vivimos, en los que se habla tanto
de autorrealización, de independencia y de la “nece-
sidad de ser uno mismo”, las exigencias del evange-
lio pueden resultar inentendibles e inaceptables para
muchos. De hecho, hay quien dice que la persona que
camina sobre las huellas de otra, “no deja rastro”.

Pero por eso mismo, lo primero que hay que aclarar es


que ser cristiano no consiste en la mera imitación de
Jesús, como si se tratara de repetir exactamente todo
lo que hizo y dijo. En todo caso, de lo que se trata es
de recrear continuamente nuestra vida desde su estilo
y su talante, asumiendo sus criterios y convicciones de
fondo, y haciendo nuestras sus opciones a la hora de
afrontar nuestra realidad cotidiana, con el deseo de
gestar el Reino de Dios en nosotros mismos y a nuestro
alrededor.

Seguir a Jesús significa mantener su memoria subver-


siva y contagiar su esperanza indestructible. A Jesús
se lo conoce y se lo encuentra únicamente desde el
seguimiento. A Jesús sólo lo conocemos desde la praxis
real de la filiación y de la fraternidad, desde la praxis

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de la justicia y la liberación de todo aquello que opri-
me la vida o atenta contra ella. Pero justamente por
eso, seguir a Jesús no significa abandonar la propia
historia como tarea a realizar, ni renunciar a la propia
responsabilidad personal, ni tampoco perder la dimen-
sión de aventura de la vida humana.

Una de las condiciones para ser discípulo de Jesús es


la adhesión y el renunciamiento. Una dura condición,
sin duda, pero que de ninguna manera supone e im-
plica una actitud masoquista o una renuncia a la pro-
pia libertad y responsabilidad. Lo que sucede es que
quizá no nos hemos dado cuenta todavía de que las
exigencias de Jesús, bien entendidas, entrañan – en
todo caso - una ética de superación, y señalan un ca-
mino de autoliberación interior y de crecimiento para
vivir en plenitud. Y es que la moral cristiana – es decir,
las consecuencias prácticas en nuestras vidas de las
exigencias del evangelio - no se basa en los manda-
mientos sino en la fe. No es una moral de lo permiti-
do y de lo prohibido, sino una moral de la superación
que conduce al ser humano a su verdadera identidad
y hacia eso mejor de sí mismo que debe ser puesto al
servicio de los demás.

¡Renunciar a todo lo que se posee…! La expresión nos


choca. Pero no quiere decir que no se puede tener ab-
solutamente nada o que hay que vivir en la indigencia.
Más bien es una invitación a renunciar a todos nuestros
ídolos, a matar dentro de uno toda forma de idolatría,
de repliegue narcisista y orgulloso sobre sí mismo. Es
no ser el centro absoluto de nuestros pensamientos y
de nuestras acciones, sino caminar detrás de Jesús,
que abre ante nuestros ojos un horizonte nuevo de
vida en plenitud y nos guía por el camino del Reino de
su Padre.

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MONICIÓN INICIAL

A: El desprendimiento o pobreza evangélica, es con-


dición de posibilidad para responder a la llamada de
Jesús a trabajar por el Reino y, consiguientemente,
también disponibilidad para vivir atentos en el amor y
el servicio a los demás.

La pobreza evangélica no tiene que ver nada con la


desesperada y amarga situación del que es material-
mente pobre porque no tiene otro remedio. Tampoco
es la pobreza del que se desentiende de los proble-
mas de la vida para dedicarse a la bohemia y disfrutar
egoístamente de su libertad individual. Ni es la pobre-
za del filósofo que entiende que no es más rico el que
más tiene sino el que menos desea. Ni siquiera la po-
breza de una ascética desenfocada que considera que
la preocupación por el pan material impide al hombre
abrirse a la trascendencia.

La pobreza evangélica es la superación de todo egoís-


mo y de toda autosuficiencia. Es la actitud espiritual
y con frecuencia la situación efectiva de una pobreza
material libremente asumida por el Reino, en solidari-
dad con los más pobres y los que sufren. Es desprendi-
miento y disponibilidad al servicio de la promoción de
un mundo mejor, en el que sea cada vez más posible
la convivencia en el amor y la justicia, y esperando
también ese día en el que Dios sea al fin todo en to-
dos y colme con su abundancia infinita toda nuestra
indigencia.

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ACTO PENITENCIAL

A: «De la misma manera, cualquiera de ustedes que


no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi dis-
cípulo».

Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas


palabras de Jesús en el Evangelio, nos abrimos al per-
dón y la misericordia de Dios…

C: Porque nos cuesta mucho vivir la pobreza evangé-


lica, entendiéndola como desprendimiento solidario y
disponibilidad al servicio de los demás, como supera-
ción de todo egoísmo y de toda autosuficiencia, y como
renuncia a todos nuestros ídolos… Señor, ten piedad.

R: Señor, ten piedad.

C: Porque no terminamos de asumir que seguirte hoy


significa recrear continuamente nuestra vida desde tu
estilo y tu talante, asumiendo tus criterios y convic-
ciones de fondo, y haciendo nuestras tus opciones a
la hora de afrontar nuestra realidad cotidiana, con el
deseo de contruir el Reino… Cristo, ten piedad.

R: Cristo, ten piedad.

C: Porque quizá no nos hemos dado cuenta todavía de


que las exigencias del Evangelio, bien entendidas, en-
trañan una ética de superación, y señalan un camino
de autoliberación interior y de crecimiento para vivir
en plenitud… Señor, ten piedad.

R: Señor, ten piedad.

C: Danos tu perdón, Padre bueno, y acrecienta en


nosotros el deseo de vivir radicalmente las exigen-
cias del Evangelio.

Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro


hermano. Amén.

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ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA)

Padre bueno,
que «has sido nuestro refugio
a lo largo de las generaciones»
porque «desde siempre
y para siempre, Tú eres Dios».

Ayúdanos a vivir
la pobreza evangélica,
asumiéndola como superación
de todo egoísmo y de toda autosuficiencia,
y como desprendimiento efectivo
y disponibilidad,
al servicio de nuestros hermanos.

Y haz que seamos cada día más capaces


de recrear nuestra vida desde el estilo
y el talante de Jesús,
asumiendo sus criterios
y convicciones de fondo
y haciendo nuestras sus opciones,
a fin de mantener su memoria subversiva
y de contagiar su esperanza indestructible
en un mundo mejor
y más digno del ser humano.

Te lo pedimos a Ti,
que vives y haces vivir.

Amén.

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LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de la Sabiduría.

¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o


hacerse una idea de lo que quiere el Señor? Los pensa-
mientos de los mortales son indecisos y sus reflexiones,
precarias, porque un cuerpo corruptible pesa sobre el
alma y esta morada de arcilla oprime a la mente con
muchas preocupaciones. Nos cuesta conjeturar lo que
hay sobre la tierra, y lo que está a nuestro alcance lo
descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién ha explorado
lo que está en el cielo? ¿Y quién habría conocido tu
voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría
y enviado desde lo alto tu santo espíritu? Así se ende-
rezaron los caminos de los que están sobre la tierra,
así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la
Sabiduría, fueron salvados.

Es Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

R. ¡Señor, tú has sido nuestro refugio


a lo largo de las generaciones!

Antes que fueran engendradas las montañas,


antes que nacieran la tierra y el mundo,
desde siempre y para siempre, tú eres Dios. R.

Porque mil años son ante tus ojos


como el día de ayer, que ya pasó,
como una vigilia de la noche. R.

Enséñanos a calcular nuestros años,


para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores. R.

Sácianos en seguida con tu amor,


y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que tu obra se manifieste a tus servidores,
y que tu esplendor esté sobre tus hijos. R.

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SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos.

Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de


Cristo Jesús, te suplico en favor de mi hijo Onésimo,
al que engendré en la prisión. Antes, él no te prestó
ninguna utilidad, pero ahora te será muy útil, como lo
es para mí. Te lo envío como si fuera yo mismo. Con
gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sir-
viera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa
del Evangelio. Pero no he querido realizar nada sin tu
consentimiento, para que el beneficio que me haces
no sea forzado, sino voluntario. Tal vez, él se apartó
de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para
siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mu-
cho mejor, como un hermano querido. Si es tan queri-
do para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido
a él por lazos humanos y en el Señor. Por eso, si me
consideras un amigo, recíbelo como a mí mismo. Y si
él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a mi
cuenta. Lo pagaré yo, Pablo, que firmo esta carta de
mi puño y letra.

Es Palabra de Dios.

EVANGELIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según


san Lucas.

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuel-


ta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame
más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus
hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia
vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con
su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién
de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta
primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué
terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos,
no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él,
diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo termi-
nar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro,
no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres
puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?
Por el contrario, mientras el otro rey está todavía le-
jos, envía una embajada para negociar la paz. De la
misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie
a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Es Palabra del Señor.

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PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY

PRIMERA LECTURA

Sb 9,13-18

“Sabiduría de Salomón” tituló la Biblia de los LXX este


libro, uno de los cinco libros “sapienciales”. Es casi
seguro que fue escrito en griego por un judío que utiliza
el seudónimo de Salomón, pero que probablemente
vivió en Alejandría. El libro hay que fecharlo en la
segunda mitad del siglo I a.C.
Los sabios de las civilizaciones antiguas del Próximo
Oriente establecían el estado de los conocimientos en
todos los dominios del saber; examinaban asimismo
las experiencias vitales de los individuos y de los
grupos para extraer de ahí reglas de conducta práctica
capaces de procurar mayor éxito y felicidad para
cualquiera. Los sabios de Israel que hicieron este
trabajo se preguntaron si era posible, basándose en sus
observaciones y reflexiones, llegar al conocimiento
de Dios o de su Sabiduría. Poco a poco, llegaron a
la conclusión de que era imposible alcanzar a Dios
partiendo de las realidades terrestres. Secundaban
así la gran verdad de la Ley y los Profetas: Dios es
el totalmente-Otro y nadie puede ponerlo a su
servicio ni apropiárselo. El conocimiento de Dios no
puede ser más que un don del propio Dios. Si Dios se
comunica, entonces es posible acercarse a Él, pero
nadie puede ponerle la mano encima, porque no se
deja manipular.
El pasaje que hoy leemos resume esta larga búsqueda
de los sabios de la Biblia: ¿Y quién habría conocido tu
voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y
enviado desde lo alto tu santo espíritu? Aquí Sabiduría
y Espíritu de Dios quedan prácticamente identificados.
Los primeros cristianos, apenas un siglo más tarde,
meditarán estos escritos para tratar de expresar lo
que van descubriendo del misterio divino merced al
conocimiento de la Sabiduría revelada en la vida y en
la palabra de Jesús de Nazaret.

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SEGUNDA LECTURA

Flm 9b-10.12-17

Es conveniente tener presente el contexto del billete


a Filemón, el escrito más corto del Nuevo Testamento
y ciertamente original del mismo Pablo.

Hay detalles discutidos, pero es claro que Pablo se


encuentra con un esclavo, Onésimo, al que envía
de vuelta a su amo, Filemón, con una líneas de
presentación y recomendación.

Pablo no lucha directamente contra la esclavitud


ni pretende suprimirla directa o inmediatamente.
Ciertamente no tiene tan claras las consecuencias
de los principios que Jesús y él mismo, siguiendo la
enseñanza del Maestro, va presentando.

Sin embargo de una forma muy sobria recuerda el


principio fundamental de igualdad entre los seres
humanos partiendo de la relación creada entre ellos
por y en Cristo (Gal 3,28 ; Rm 10,12). Unido a ello
emplea otro elemento, el más importante, de su
mensaje : el amor real y no retórico.

Combina con ello el respeto a la libertad y


responsabilidad del destinatario. Se hace patente su
delicadeza y sentimientos respecto a los protagonistas
del escrito.

Estos principios comienzan a influir en la conducta


concreta, no sólo del Apóstol, sino de los cristianos.
Indudablemente hubiéramos deseado un actitud más
decidida y clara de Pablo en estos temas concretos,
pero hemos de tener en cuenta el factor humano.
La Revelación se inserta en las condiciones reales de
la historia y no las cambia de forma violenta o in-
humana. Deja que los seres humanos, penetrados de
ella, vayan sacando las consecuencias para su vida. Lo
cual, ciertamente, es más lento, pero también es más
profundo.

EVANGELIO

Lc 14,25-33

El texto que hoy leemos está inmediatamente precedido


por la parábola de los invitados que, al excusar su
asistencia al banquete al que habían sido invitados,
son sustituidos por los marginados de la sociedad. En
la versión paralela de Mateo, la parábola termina con
la expulsión de uno de los nuevos comensales por no
llevar el traje adecuado. Lucas ha suprimido este final
y, en su lugar, ha introducido el texto de hoy, el cual,
por consiguiente, desempeña la misma función que el
traje de boda en la parábola de Mateo. El objetivo,
pues, del texto de hoy es el de establecer condiciones
de participación en el banquete del Reino de Dios; en

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perspectiva y formulación lucanas, condiciones para
ser caminante cristiano o, lo que es lo mismo, discípulo
de Jesús. Esta última expresión se repite tres veces a
lo largo del texto (vs.26, 27 y 33), sintetizando en tres
esas condiciones.

Una vez más, el lenguaje es directo, agresivo, hiriente.


En el caso de la primera condición que pone Jesús,
la agresividad adopta la forma del odio: al padre,
a la madre, a la mujer, a los hijos, a los hermanos, a
las hermanas, a uno mismo. El golpe es brutal. La
traducción litúrgica lo ha atemperado e intelectualizado,
sustituyendo el odiar original por amar más. Hay, por
otro lado, demasiada paradoja y antinaturalidad en la
formulación original. El tenor de la frase es, por último,
radical y absoluto. Ser discípulo de Jesús se erige en
lo más querido entre lo más querido. Una vez más, el
perfecto maestro de lenguaje que indudablemente era
Lucas enuncia incisivamente un principio, dejando para
los oyentes la inesquivable tarea de dar vueltas y vueltas
a lo escuchado hasta llegar a la especificación concreta
de las consecuencias.

La segunda condición habla de “cargar la cruz” y seguir a


Jesús. La expresión no es ninguna metáfora ni se refiere
en primera instancia a las penalidades de la vida. La
imagen hace referencia a la crucifixión, anticipando la
escena de Simón de Cirene llevando la cruz detrás de
Jesús. Lo que se le exige al discípulo es una absoluta
disponibilidad para ofrecer, si fuera necesario, el
testimonio supremo de la propia vida.

La tercera condición repite la misma exigencia


formulada en Lc 12,33. El lenguaje sigue siendo directo
y contundente. Renunciar a todos los bienes. El exegeta
no puede menos que reconocer la rotundidad de la
frase.

Las parábolas de los versículos intermedios 28-32


ilustran la seriedad de un compromiso que requiere tales
condiciones. La recomendación esencial que Jesús hace
a quienes quieran ser seguidores suyos es que antes de
tomar una decisión comprometida ponderen con calma y
con serenidad las implicaciones de ese paso. No hay que
fijarse exclusivamente en las condiciones requeridas,
sino que hay que prever también las consecuencias que
pueden derivarse de una primera exaltación entusiasta
que no vaya a tener suficientes fuerzas para llevar a
cabo el proyecto. La posibilidad de hacer el ridículo,
o de verse en la tesitura de tener que rendirse sin
condiciones, debe prevenir cualquier clase de decisión
apresurada e irreflexiva.

Pocos textos como éste ponen de manifiesto que lo


específico cristiano no pertenece al ámbito de la moral
sino al de los valores. Se es seguidor de Jesús no para
ser mejor que los demás, sino para construir el Reino.
Teniendo a Dios como tesoro, riesgos y posesiones
no son obstáculo para el seguidor de Jesús, que está
dispuesto, si la ocasión así lo requiere, a desprenderse
definitivamente de lo más querido, para ganar en
libertad para el Reino.

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PARA LA ORACIÓN PERSONAL

1er. Momento: apertura, escucha, acogida…

Busco una postura corporal cómoda, y que me permi-


ta ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los
ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy
en presencia de Dios… Respiro profundamente varias
veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí...

Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga ele-


gir un solo texto y centrarte en él).
¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay
algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué
preguntas me surgen ante el texto?
¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado
en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas
palabras...?
¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con
lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mis-
mo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mis-
mo? ¿Qué siento al respecto?
¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o as-
pecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento
ante eso?

Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas,


recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales…
acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí,
todo lo que voy descubriendo…
En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de al-
guna manera (que puede resultarme no tan clara en este
momento), me hace experimentar el amor de Dios...

2° Momento: diálogo, intercambio, conversación...

Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro ami-


go, con plena confianza, con toda franqueza y liber-
tad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que
me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…,
le agradezco…, le pido..., le ofrezco...

3er. Momento: encuentro profundo, silencio amo-


roso, comunión...

Después de haber hablado y de haber expresado todo


lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer
en silencio…
Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en pre-
sencia del Señor... Trato de que cese toda actividad
interior, de que cesen los pensamientos y las pala-
bras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase
que se hubiera quedado resonando en mi interior, o
reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado
especialmente…

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PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS

(si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada


uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal)

Para ser cristiano, la Iglesia exige en realidad muy


poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y ape-
nas se exige nada a sus padres; a lo sumo, la asis-
tencia a unas charlas preparatorias a la celebra-
ción del bautismo y un vago compromiso de “vivir
cristianamente”, educando al niño “según la ley
de Dios y los mandamientos de la Iglesia”. Sin em-
bargo, en las primeras comunidades cristianas se
ponían unas duras condiciones a quien quisiera ser
discípulo de Jesús, invitando al candidato a pen-
sárselo muy seriamente.

En tal sentido, tenemos que reconocer que pocos


seríamos cristianos, si para ello tuviéramos que
cumplir las tres condiciones que, llegado el caso,
el Jesús del evangelio de Lucas exige a sus discípu-
los. Y decimos “llegado el caso”, porque estas tres
formulaciones del evangelio de hoy son “formu-
laciones extremas”; representan la meta utópica
que no debemos perder de vista, esforzándonos
por alcanzarla en el seguimiento de Jesús. Pero
sabiendo de antemano que se trata de una tarea
de toda la vida, y que seguramente llegaremos al
final sin haberla terminado.

Por la primera («Cualquiera que venga a mí y no


me ame más que a su padre y a su madre, a su
mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas,
y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípu-
lo»), el discípulo debe estar dispuesto a subordi-
narlo todo a la adhesión personal al maestro. Si
en el empeño de trabajar por el Reino de Dios,
evangelio y familia entran en conflicto, de modo
que ésta impida u obstaculice el compromiso del
discípulo, la adhesión a Jesús tiene la preferen-
cia. Jesús y su proyecto de gestar una sociedad al-
ternativa al sistema establecido están por encima
de los lazos de familia.

Por la segunda («El que no carga con su cruz y


me sigue, no puede ser mi discípulo») no se trata
simplemente de hacer sacrificios o de “mortifi-
carse” (como se decía en otro tiempo), sino de
asumir que la adhesión a Jesús y el compromiso
por el Reino pueden implicar hostilidad y recha-
zo por parte de muchos. Por eso es necesario no
precipitarse, y ponderar sí y hasta dónde puede
uno comprometerse: no sea que prometamos ha-

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cer más de lo que en realidad podemos cumplir.
El ejemplo de la construcción de la torre que exi-
ge hacer una buena planificación para calcular
los materiales de que disponemos o del rey que
planea la batalla sin sentarse a estudiar sus posi-
bilidades frente al enemigo, es suficientemente
ilustrativo.

La tercera condición («De la misma manera, cual-


quiera de ustedes que no renuncie a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo») nos parece ex-
cesiva. Por si fuera poco dar la preferencia abso-
luta al proyecto de Jesús y estar dispuesto a sufrir
hostilidad y rechazo por ello, Jesús exige algo que
parece desmedido y por encima de nuestras fuer-
zas: renunciar a todo lo que se tiene. Sin duda, es
una formulación extrema que hay que entender
adecuadamente. No se trata de no tener absoluta-
mente nada (sencillamente porque sería absurdo
y sin sentido pretender tal cosa) sino de estar dis-
puestos incluso a desprenderse de todo lo que se
tiene, si esto es obstáculo o impedimento para el
compromiso por el Reino. Pero hay que entender
que el desprendimiento que se exige no tiene un
sentido ascético o penitencial, sino solidario. De
lo que se trata es de desprenderse para compartir.
Y de comprender que lo propio deja de ser de uno,
cuando otro lo necesita. Porque a la luz del evan-
gelio, sólo desde el desprendimiento se puede ha-
blar de justicia, y sólo desde la pobreza asumida
solidariamente se puede luchar contra ella. Sólo
desde ahí se puede construir la nueva sociedad, el
Reino de Dios, trabajando por erradicar la injusti-
cia de la tierra.

Para quienes con frecuencia quitamos el aguijón


al evangelio y preferiríamos que las palabras y ac-
titudes de Jesús fuesen menos radicales, leer este
texto resulta duro, pues el Maestro nazareno es
tremendamente exigente.

Ciertamente, necesitamos la ayuda de Dios para ir


contra corriente y tener la capacidad de renuncia
total que pide el evangelio y a la que debemos
estar dispuestos, llegado el caso. Pero también es
importante que comprendamos que estas exigen-
cias radicales que hoy se nos plantean, en reali-
dad no son tanto el comienzo, sino la meta a la
que debemos aspirar, aquello a lo que debemos
tender, en el camino del seguimiento. Tal vez no
lleguemos nunca a vivir con esa radicalidad las
exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a
ello, por más que nos encontremos a años luz de
esa utopía.

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PROFESIÓN DE FE

Creemos en el Dios de Jesús,


su Padre y nuestro Padre,
fuente de todo bien y enemigo de todo mal,
que ha creado un mundo en evolución
y lo ha puesto en nuestras manos
para que continuemos su obra creadora
en beneficio de todos.

Él nos ha enviado a su Hijo Jesús


para que anuncie e inaugure
su reinado de paz y justicia,
en el que hay un lugar digno
para cada ser humano,
y en el que todos somos iguales
y tenemos el mismo derecho
a ser y a vivir en libertad.

Creemos en Jesús,
hombre libre y solidario,
camino y meta del ser humano
y de la historia universal.

Muerto violentamente en la cruz,


por el poder civil y religioso,
a causa de su compromiso
con los últimos de la tierra
y, a través de ellos,
con todos los hombres y mujeres.

Profeta de la fe y la justicia,
se convirtió, por su resurrección,
en primicia de la Nueva Humanidad,
para gloria de Dios
y salvación de todo el mundo.

Creemos en el Espíritu Santo,


Espíritu de Verdad y de Amor
que llenaba a Jesús,
derramado sobre nosotros
para que llevemos adelante
la causa del Reino
y pongamos lo mejor de nosotros mismos
en el empeño de construir un mundo nuevo,
sin pobreza ni exclusión.

Creemos que la Iglesia


es la comunidad de Jesús,
santa y pecadora al mismo tiempo;
enviada a proclamar por todo el mundo
la Buena Noticia del Reino,
y a ser signo eficaz del inmenso amor
con el que Dios ama
a todos los seres humanos,
sin distinción.

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Proclamamos que hay un futuro ilimitado
para cada mujer
y para cada hombre,
por encima y más allá del dolor
y la injusticia;
porque estamos seguros
de que el mal y la muerte
no tienen la última palabra
sobre la historia humana
y sobre nuestra propia historia,
que están en las manos del Dios de la Vida;
el mismo que resucitó a Jesús
y nos resucitará también a nosotros
a una vida nueva.

Amén.

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ORACIÓN DE LOS FIELES

A: Padre bueno, con la confianza de saber que «has


sido nuestro refugio a lo largo de las generaciones»,
ponemos en tus manos las intenciones que traemos a
esta celebración.

A cada una respondemos: ¡Te lo pedimos, Señor!

- Por la Iglesia, para que desarrolle su misión evangeli-


zadora asumiendo con coraje y valentía la causa de los
pobres y de los más desfavorecidos. Oremos.

- Para que los seres humanos, independientemente


y más allá de las propias convicciones religiosas, nos
unamos decididamente en la tarea de construir un
mundo mejor. Oremos.

- Por todas las organizaciones populares que trabajan


buscando una vida digna para los miembros de sus co-
munidades, para que en este esfuerzo logren superar
los conflictos que esto conlleva. Oremos.

- Por todos los que viven atados a unas condiciones


de trabajo inhumanas o condenados a una exclavitud
encubierta, para que, como Onésimo, encuentren per-
sonas que se preocupen por ellos, que velen por su
derechos y se esfuercen por devolverles la dignidad.
Oremos.

- Por los cristianos, para que seamos capaces de vivir


la pobreza evangélica, entendiéndola como despren-
dimiento solidario y entera disponibilidad al servicio
de los demás, y como superación de todo egoísmo y de
toda autosuficiencia. Oremos.

- Por los que estamos aquí reunidos, para que podamos


recrear continuamente nuestra vida desde el estilo y
el talante de Jesús, asumiendo sus criterios y convic-
ciones de fondo, y haciendo nuestras sus opciones con
el deseo de construir el Reino. Oremos.

C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y acre-


cienta en nosotros el deseo de vivir radicalmente las
exigencias del Evangelio.

Te lo pedimos por el mismo Jesús, tu Hijo y nuestro


hermano. Amén.

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ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Gracias, Padre bueno,


por este pan y este vino,
fruto de la tierra
y del esfuerzo mancomunado
de hombres y mujeres,
que recibimos de tu generosidad
y enseguida vamos a compartir.

Derrama abundantemente
tu Espíritu sobre ellos,
para que se conviertan en Pan de Vida
y en Bebida de Salvación,
y nos fortalezcan en el empeño
de vivir las exigencias del Evangelio
a fondo y con radicalidad,
a fin de hacer realidad tu Reino
en nosotros mismos
y en nuestros ambientes.

Te lo pedimos por Jesús,


Maestro y Amigo.

Amén.

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ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

Prefacio de la plegaria eucarística

C: El Señor esté con ustedes


R: Y con tu espíritu

C: Levantemos nuestros corazones


R: Los tenemos levantados hacia el señor

C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios


R: Es justo y necesario

Todos juntos:

En verdad es justo y nos hace bien


darte las gracias,
Dios de bondad y misericordia,
porque Tú has sido y eres
«nuestro refugio
a lo largo de las generaciones»,
y por eso la esperanza
que en Ti ponen los pobres
no ha sido ni será defraudada.

Tú eres la fuerza de los débiles,


eres el Dios liberador,
el Dios que salva.

Cuando tu pueblo estaba esclavizado


enviaste a Moisés
para liberarlo en tu nombre;
Tú doblegaste
el orgullo de los faraones,
y fuiste delante del pueblo peregrino
hasta la tierra prometida.

Te damos gracias por tu Hijo


y hermano nuestro,
Jesús de Nazareth,
que puso su vida
al servicio de los cansados
y angustiados.

En El se cumplieron tus promesas;


Él abrió los ojos ciegos
y los oídos sordos;
proclamó la liberación
a los cautivos y oprimidos
inaugurando el tiempo definitivo
de tu gracia y de tu amor.

Él es el signo visible
de la llegada de tu Reino,
y la prueba irrefutable
del amor infinito e incondicional
con que nos amas.

20
Al pasar de este mundo a Ti,
a través de una muerte injusta,
él venció a la misma muerte
en su dominio,
y consiguió la liberación total.

Por todo ello,


unimos nuestras voces
a la de todos los hombres y mujeres
para los que has sido y eres refugio
en los avatares de la vida,
para cantar un himno a tu gloria:

Santo, Santo, Santo…

Celebrante:

Santo eres, en verdad, Dios nuestro,


porque por medio de tu Hijo Jesús
nos invitas a vivir la pobreza evangélica,
entendiéndola como desprendimiento solidario
y como entera disponibilidad
al servicio de los demás.

Derrama tu Espíritu abundantemente


sobre este pan y este vino ( + )
que aquí te presentamos,
y sobre esta comunidad
que se reúne en el nombre de Jesús,
el Crucificado-Resucitado.

Él mismo, la noche en que iba a ser entregado,


estando a la mesa con sus amigos
tomó un pan,
te dio gracias,
lo partió y se lo dio diciendo:

Tomen y coman todos de él,


porque esto es mi cuerpo
que se entrega por todos.

De la misma manera,
después de comer,
tomó una copa,
dio gracias
y se la pasó diciendo:

Tomen y beban todos de ella,


porque esta es la copa de mi sangre;
sangre de la Alianza nueva y eterna,
que será derramada por ustedes
y por todos los hombres y mujeres
para el perdón de los pecados.
Hagan esto en memoria mía.

Y desde entonces,
éste es el Misterio de nuestra fe.

Todos:

Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!

21
Celebrante:

Al proclamar la Resurrección de Jesús


y expresar nuestro deseo
de que Él vuelva pronto,
te damos gracias nuevamente, Padre bueno,
porque nunca nos dejas solos
en el camino de la vida.

Tú eres el Padre de los pobres,


de los reducidos al silencio,
de los que no pueden
oír palabras de esperanza,
de los que caminan buscando la luz
y nunca llegan a los primeros puestos.

Envía tu Espíritu
en medio de nosotros;
ese mismo Espíritu que llenaba a Jesús
y que lo ayudó a mantenerse
lúcido y esperanzado
en medio del conflicto.

Que el Espíritu
mantenga encendida en nosotros
la memoria de Jesús:
que recordemos su vida entregada y solidaria,
junto con su muerte
y su resurrección liberadoras;
y que actualicemos constantemente
esa memoria,
para ser fermento de esperanza,
en este mundo tan falto
como necesitado de ella.

Acepta, Padre,
nuestro deseo de superar el mal,
y nuestra solidaridad
con los necesitados de pan,
de justicia y de libertad.

Acuérdate de nuestros hermanos


que están en las cárceles
o en el destierro,
de los marginados por el miedo
o la ignorancia
y de todos los pobres y enfermos.

Da fuerza a los débiles


y confianza a los desesperados.

Da a tu Iglesia sabiduría y fortaleza


para no doblegarse
ante los poderosos de este mundo
y para llevar tu salvación
a los más pobres y exluídos,
en fidelidad al mensaje de Jesús.

22
Acuérdate de los que ya murieron,
ofreciendo su vida
por un mundo más humano
y más justo;
y admite a todos los difuntos
en tu Reino de amor.

Y cuando termine
nuestra peregrinación por este mundo,
recíbenos también a nosotros
en tu Reino,
donde esperamos gozar todos juntos
de la plenitud eterna de tu gloria.

Todo esto te lo pedimos…

Levantando el pan y el vino consagrados

Por Cristo, con él y en él,


a ti, Dios Padre misericordioso,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.

Amén.

ORACIÓN FINAL

Interpelados por la radicalidad


de las exigencias
que el evangelio de hoy
nos ha planteado,
pero reconfortados
y fortalecidos en nuestra fe
por la presencia de Jesús
en cada uno y cada una de nosotros
y en la comunidad,
te damos gracias una vez más,
Padre bueno,
por invitarnos a la aventura de vivir
a fondo y en plenitud.

Ayúdanos a comprender
que las exigencias de Jesús,
bien entendidas,
no son negación
de nuestra libertad y autonomía,
sino todo lo contrario:
entrañan una ética de superación,
y señalan un camino
de autoliberación interior y de crecimiento,
para acceder a esa “Vida en abundancia”
que nos ofreces,
a fin de que se manifieste eso mejor
que cada uno y cada una tiene,
y que debe ser puesto
al servicio de los demás.

Te lo pedimos por el mismo Jesús,


Camino, Verdad y Vida.

Amén.

23
SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA

PARA REFLEXIONAR

1. Algo difícil: elegir… La reflexión de este domingo,


que en gran medida vuelve sobre temas vistos en do-
mingos anteriores, puede ser original si, teniendo en
cuenta también el texto de la Sabiduría (primera lec-
tura), nos animamos a plantearnos todo lo que implica
en la vida hacer una opción o elección, siendo una de
ellas, desde luego, la elección de Jesucristo como pers-
pectiva fundamental de la vida.

Jesús compara el seguimiento del discípulo tras él con


una empresa muy seria, tal como construir una torre
o hacer una batalla. Antes de decidirse, es mejor me-
dir bien todas las consecuencias, calcular las propias
posibilidades, costos, riesgos, etc., y finalmente elegir,
consciente de aquello en lo que uno se mete.

Efectivamente, dice Jesús, seguirlo a él tiene sus ries-


gos y el costo que se debe pagar es bastante alto:
posponerlo todo por él, aun los seres más queridos, y
renunciar a todos los bienes materiales. Más simple-
mente: «todo o nada». Ese es el pacto.

Antes de comentar lo que implica este seguimiento,


será interesante que nos detengamos en el mismo he-
cho de la elección, de la opción, una de las cosas más
difíciles en la vida de una persona.

Al respecto, una de las primeras cosas a tener en cuen-


ta es, sin duda, que el hecho mismo de optar es lo que
le puede permitir al hombre y a la mujer, el adquirir su
propia identidad, el llegar a ser persona en plenitud.

Pero, ¿qué implica optar? Existen opciones que tienen un


planteamiento fácil en su resolución: cuando tenemos
que elegir entre algo claramente bueno y algo clara-
mente malo. En tal caso, en realidad ni siquiera existe
la opción; sí, el asumir las consecuencias de emprender
el único camino posible para uno en esa circunstancia.

La opción que provoca crisis y desgarramiento, la que


nos sumerge en la duda y en la angustia, la opción
difícil es la que debe hacerse entre algo bueno que
ya se tiene, y otra cosa, también buena, que se nos
presenta delante en exclusiva con la anterior. Toda la
vida humana transcurre entre opciones de esta índole,
siendo la primera de ellas el nacimiento: el feto ha
de abandonar el bienestar del seno materno por otro
bienestar que está delante o afuera, pero que tiene
sus riesgos, y que implica una ruptura, un cambio radi-
cal de situación. Desde luego, ese cambio de situación
está ligado al proceso de crecimiento, pero que exige
irremediablemente el abandono del útero protector de
la madre.

El paso siguiente es el destete, importante etapa en el


proceso de autonomía afectiva de un individuo. La eta-

24
pa siguiente - de hondas repercusiones simbólicas para
la vida del niño que quiere hacerse hombre - es el ins-
tante en que comienza a caminar por sí solo. Entonces,
es necesario «abandonar» a la madre y soltarse para ca-
minar. «La madre» es el poder afectivo que contiene y
retiene; que alimenta, protege, cuida y acaricia, pero
del que es preciso desprenderse para crecer.

En los primeros años del niño, en cambio, es «el padre»


el poder que separa al hijo de la madre, el que lo obli-
ga a ponerse de pie, a abandonar el cobijo y la seguri-
dad maternas para hacer algo por su cuenta, aun con el
riesgo de caerse y golpearse. El padre llama al hijo para
que lo siga por un camino nuevo y arriesgado.

Sobre estos datos elementales que la psicología ha de-


sarrollado abundantemente, se va gestando en el ser
humano la conciencia y la experiencia de la opción, que
lo hace crecer pasando por la «angostura» del parto,
puerta estrecha que señala y marca para siempre al
hombre y a la mujer, haciéndole comprender que todo
nacimiento no podrá tener otra salida más que la re-
nuncia, la exigencia, el dolor y el riesgo.

En la vida se nos presentan múltiples situaciones de


opción, más o menos similares a las que brevemente
hemos descrito, opciones que de alguna manera estarán
condicionadas por el feliz o desgraciado desenlace de
nuestras primeras opciones infantiles. Así, una madre
afectuosa pero no retentiva, y un padre firme y sereno,
seguramente le transmitirán al hijo la confianza en sí
mismo y la alegría de crecer, aun pasando por el trago
amargo del desprendimiento o renuncia de lo querido.

Repetimos que lo duro de la opción está en dos cosas


que se complementan al mismo tiempo: hay que tomar
algo bueno que se nos presenta como oportunidad de
crecer, pero abandonando otra cosa buena en la que
nos hallamos cómodos y bien instalados. Elegir lo nue-
vo exige necesariamente dejar lo viejo, aunque sea la
madre, el padre, la escuela, los amigos, etc...

En la vida cristiana también se plantean muchas de


estas opciones. Una de las más conocidas es la elec-
ción, por ejemplo, de la vida religiosa o sacerdotal.
Quien lo haga, debe ser consciente de que la vida laical
o matrimonial es algo bueno, hermoso, digno, etc.; y
de que, sin embargo, existe la posibilidad de renunciar
a ello - algo agradable - por otra cosa o estado de vida,
también bueno y digno. Entre ambos estados está la
puerta estrecha de la renuncia. Y viceversa: también un
religioso puede tener una crisis en cualquier momento
de su vida y plantearse la posibilidad de elegir el cami-
no evangélico del matrimonio, para vivir y construir el
Reino desde allí.

El error que se ha cometido muchas veces ha sido el de


plantear esta elección como la renuncia a algo malo
o inferior o degradante por otra cosa buena, superior,
etc. En tal caso, el candidato no tiene más remedio que
seguir un solo camino, presionado por un criterio ético,
moral o ascético.

25
Nada digamos del caso de quien elige una de las op-
ciones con plena ignorancia de lo que la otra significa.
En tal caso no podemos hablar de libre elección; por lo
tanto, no hay opción ni podrá haber madurez psicoló-
gica ni religiosa.

El problema se agudiza y deforma cuando se aplican


muchas frases del Evangelio que Jesús pronunció para
todos sus discípulos indistintamente - para todos los
cristianos, cualquiera que sea su estado - como referi-
das exclusivamente a la vida religiosa. Por desgracia,
mas de una vez se recurrió a este artilugio para «pescar
vocaciones» religiosas o sacerdotales o para presionar
y manipular la conciencia de los sujetos.

Ahora sí, podemos ceñirnos a la reflexión del texto


evangélico de hoy, un texto que, como todo el Evange-
lio de Lucas, se refiere a todos los cristianos en general
sin distinción alguna.

Llama la atención que Jesús no parece tener ningún in-


terés en un gran número de seguidores; al contrario,
presenta la opción por él como algo muy duro, y sólo
los que se atrevan a hacerlo tendrán que aceptar las
condiciones.

Más aún, como se desprende de las dos breves parábo-


las - construir la torre y hacer una guerra - no se trata
de elegir entre lo malo y lo bueno, sino simplemente
entre vivir tal como se presenta Jesucristo o vivir con
otro estilo de vida. La elección queda siempre a cargo
del candidato con su conciencia. Allí se juega la fide-
lidad de uno consigo mismo, y es esa fidelidad la que,
al fin y al cabo, determina que seamos «esta persona»
y no otra. En esa fidelidad cada uno es uno mismo, es
alguien, es persona, es un ser humano. Es esa fidelidad
la que nos madura como personas y como creyentes.

Según las dos parábolas, Jesús prefiere que el hombre


posponga su elección cristiana, la retarde o la anule
para no tener después que enfrentarse con un peso que
no pueda sobrellevar. Entonces será objeto de la mofa
de la gente que dirá: «Este comenzó a edificar y no
pudo terminar».

Siendo así las cosas, alguno podrá preguntar: ¿Y noso-


tros, cuándo hicimos una opción así de clara y madura
por Jesucristo?

Este es el problema del cristianismo de nuestros llama-


dos países cristianos. Seguimos a Cristo sin haberlo ele-
gido con una clara y consciente opción. Se nos bautiza
al poco tiempo de nacer, hacemos la comunión y reci-
bimos la “confirmación en la fe” cuando apenas hemos
llegado al uso de la razón, y después..., después viene
esa vida ambigua, híbrida, que es como si no se hubiera
optado por Jesús, pero con un barniz de cristianismo.

Cuando el cristiano, ya mayor, se plantea a fondo el


problema, no parece tener más que una de estas si-
guientes opciones: abandonar la fe, lo que no deja de
plantearle un problema de conciencia, pero, al me-

26
nos, será un poco más auténtico que quienes eligen el
segundo camino: ya que no hay más remedio, seguir
adelante con la doble vida, con esa cosa híbrida que ni
es seguimiento evangélico ni es nada, pero que, «por si
acaso», conviene tenerlo a mano como garantía para
el «otro mundo». Y está la tercera posibilidad, la que
consideramos más madura: revisar ahora todo lo que
implica seguir a Jesucristo, ver sus pros y sus contras,
sus riesgos, lo que supone de cambio personal y social;
analizar el Evangelio, pensar, reflexionar… y finalmen-
te, - de esto nadie nos libra - decidir, pero decidir de
tal manera que esta opción adulta y consciente no nos
deje dudas sobre qué camino queremos seguir.

Nuestro tiempo es testigo de muchos cristianos que


abandonaron la Iglesia por seguir un camino que consi-
deraban más justo y apropiado para servir a los herma-
nos. Pero también están los cristianos que, sin aban-
donar la Iglesia, han creado un movimiento de reforma
interna, de crítica sana, de reflexión bíblica, con los lo-
gros que ya sabemos: el renacer de un cristianismo que
sin perder su fidelidad a Jesucristo, sino precisamente
por fidelidad a él, es completamente fiel al hombre y
la mujer de hoy en sus grandes opciones por un mundo
más justo, fraterno y solidario.

Si para el cristiano Jesús y el Reino son el criterio fun-


damental de acción en la vida, no debemos tener mie-
do de generar crisis o conflicto (inclusive dentro de la
misma Iglesia) en favor de una fe más lúcida, conscien-
te y crítica. Porque otro error que se suele cometer a
menudo en todo esto es enfocar el problema solamente
desde una perspectiva moral; es decir: si elijo a Cris-
to, hago algo moralmente bueno; si elijo otro camino,
aunque lo crea más razonable para mí, cometo un pe-
cado, hago algo malo. Cuando en realidad no parece
ser ésta la perspectiva de Jesús, tal como la presenta
el Evangelio. Jesús quiere que la persona se enfrente
consigo misma; que se pregunte quién es, qué quiere,
qué quiere hacer (la torre o una casa simple, la guerra
o la paz..., como dice la parábola), cuál es su proyecto,
qué está dispuesto a arriesgar, qué considera lo mejor
y más conveniente para su vida. Después, que decida.
Y esa decisión, así de consciente y responsable, es la
que tiene un valor ético. Dicho en forma negativa: el
cristiano que sigue adelante porque estando bautizado
no tiene más remedio, además de ser un pobre-hombre,
está en pecado consigo mismo; aunque rece y vaya a
misa, su vida no es auténtica: no vive éticamente ni
conforme al evangelio.

Decíamos al comienzo de esta complicada reflexión que


es el “padre” el que llama al niño y lo separa de la
madre. En esa misma línea y al hilo de lo que venimos
diciendo, cabe pensar que Jesús es el padre que nos
llama para que nos separemos de la madre, esa madre
que hasta ahora ha hecho la elección por nosotros, la
madre que nos ha bautizado y enseñado el catecismo,
la que nos dijo que esto está bien y lo otro mal, etc.
Esa madre cumple su cometido cuando el hijo es peque-
ño, pero no puede mantener en el infantilismo a su hijo
durante toda la vida.

27
Es así como tenemos que recibir la palabra que Jesús
nos dirige hoy: es la voz del padre que nos dice: «Ahora
que ya eres grande, a ver si eres capaz de decidir por ti
mismo. El camino que yo te presento es éste..., tiene
sus riesgos..., tú verás. Cuesta mucho dejar el regazo
protector de la madre pero, si no lo haces, ni podrás
crecer ni llegar a ser persona, ni tampoco transformar-
te en discípulo o discípula…».

2. Abandonar a la «madre»...

Quienes han tenido la paciencia de seguirnos hasta aquí


no tendrán ya mayores dificultades para comprender
las dos frases que definen las condiciones para seguir a
Jesús: la primera: posponer eso que hemos llamado «la
madre»: padre, madre, mujer, hijos, hermanos. Más,
dice Jesús: posponerse a sí mismo. (El texto arameo
dice: el que no «odia» a su padre, etc...; expresión
hebrea que significa: el que no tiene en menos, el que
no relativiza, etc.)

¿Quién es, entonces, esa «madre» simbólica que debe-


mos posponer y relativizar, incluso abandonar, para po-
der seguir a Jesús?

Es, como se desprende claramente ahora, todo ese


mundo afectivo-social que nos ha engendrado y cria-
do dentro de cierto estilo de vida, no necesariamente
malo, pero que ahora tiene que sufrir una crisis de
crecimiento. Esa madre es toda la sociedad que nos
infiltró sus esquemas, pensamientos, prohibiciones,
amenazas y recompensas. Es lo que nosotros no hemos
elegido (recuérdese, incluso, que en la antigüedad eran
los padres los que elegían esposa para sus hijos, como
todavía sucede en muchos pueblos) porque se nos con-
sideraba como inmaduros o porque la misma ley de la
naturaleza lo exigía. Esa madre - familia, educación,
sociedad - nos ha hecho llegar hasta aquí. Se puede se-
guir sin introducir cambios, sin tener crisis, sin evolu-
cionar, o se puede mirar otro camino, otra manera de
ver la vida, otro punto de vista. Jesús nos presenta el
suyo: tomar la cruz; es decir: asumir la vida como una
forma de servicio a la humanidad.

Podremos, por supuesto, seguir amando a nuestros fa-


miliares y amigos, pero con una perspectiva amplia y
universal. La puerta de Jesús es estrecha, pero sólo por
ella podremos ver la gran luz de la vida. Elegirlo es na-
cer de nuevo. Como le decía Jesús al viejo Nicodemo:
puedes seguir en el pequeño y protegido recinto de tu
madre, el judaísmo, o puedes salir de su seno por la
puerta estrecha que te propongo, y entonces «verás la
luz» y te abrirás a un mundo nuevo y a una nueva ma-
nera de ver y de entender la vida.

La segunda frase que define el seguimiento de Jesús


también habla de abandonar algo muy querido: «Cual-
quiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee,
no puede ser mi discípulo». En realidad, esta segunda
frase no agrega nada nuevo a lo ya dicho anteriormen-

28
te, si tenemos en cuenta cuáles son los criterios de la
madre-sociedad al respecto.

Pero, como ya sabemos por otras reflexiones anteriores,


Jesús insiste en el desprendimiento del útero de las ri-
quezas, porque era consciente de lo mucho que atan a la
hora de decidirse por una estructura humana más justa.

Seguir a Jesús significa que hasta los bienes materiales,


considerados en nuestro esquema como «cosa de uno»,
propiedad privada inviolable, etc., («mi madre»), hasta
esos bienes deben ser mirados desde una perspectiva
más absoluta. Optar por Jesús y por el Reino es poner
los bienes al servicio del bien común de la humanidad,
particularmente de los más necesitados. Concluimos
con unas breves reflexiones complementarias:

- La primera: Jesús, consciente de lo que pide, no nos


exige que ahora hagamos una opción. El mismo nos
aconseja no hacerla apresuradamente. Tenemos, inclu-
so, el derecho de mirar a otros frentes, de preguntar
a otros caminantes de la vida: ¿qué se piensa por allí?,
¿qué se hace por allá?

Por tanto, cuidémonos de etiquetarnos con tanta faci-


lidad: «Yo soy cristiano..., yo estoy muy comprome-
tido..., yo vivo el Evangelio...», etc. Con humildad y
prudencia, como sugieren las dos parábolas, más bien
dediquemos el tiempo a pensarlo bien, a ensayar ca-
minos, a probar, a volver a revisar, etc. Quizá sea esta
postura humilde la que pone nuestros pies, sin darnos
cuenta, detrás de los de Jesús.

- La segunda: Todo el Evangelio es una llamada a la li-


bertad interior y al crecimiento personal. Y sólo la op-
ción conciente nos da esta libertad y este crecimiento.
Por lo tanto: estamos cerca de Jesús, estamos a las
puertas del Reino si, con toda lucidez y con todos nues-
tros esfuerzos, somos fieles a nosotros mismos en la
gran opción de la vida: descubrir el sentido más profun-
do de nuestra existencia.

Parafraseando al evangelio, quizá hoy podríamos decir:


«¿De qué le vale al hombre ganar todo: familia, socie-
dad, riquezas, Iglesia y hasta al propio Cristo..., si se
pierde a sí mismo como persona?».

O, como decía Pablo en la misma Carta a los gálatas


en la que escribió: «Para ser libres nos libertó Cristo.
Manténganse firmes y no se dejen oprimir nuevamente
bajo el yugo de la esclavitud» (5,1).

- La tercera: Recojamos lo que nos dice la primera lec-


tura y abrámonos al Espíritu - como Nicodemo - para
saber hacer nuestra opción cuando llegue la hora: «¿Qué
hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse
una idea de lo que quiere el Señor? (…) Nos cuesta con-
jeturar lo que hay sobre la tierra, y lo que está a nues-
tro alcance lo descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién
ha explorado lo que está en el cielo? ¿Y quién habría
conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la
Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?».

29
PARA LA ORACIÓN PERSONAL

Como leemos en la primera lectura del libro de la


Sabiduría, no es fácil conocer los designios de Dios.
Basta acudir al pasaje de la carta a Filemón o al
texto del evangelio de hoy para darse cuenta del
desconcierto que provoca en el ser humano lo que
Dios quiere: acoger al esclavo como a un hermano
querido o renunciar a todo para identificar la pro-
pia vida con la de Jesús.

Necesitamos que la sabiduría de Dios, su santo Es-


píritu, haga nacer en nosotros un corazón sabio,
como dice el salmo, con la sabiduría que da el ha-
cer de Dios nuestro único refugio.

LEEMOS Y COMPRENDEMOS

El mensaje que Jesús propone y los milagros que va


realizando hacen que un grupo importante de gen-
te vaya tras él, quizá sin motivaciones claras. Por
eso el Maestro hace una breve pausa en el camino a
Jerusalén y se vuelve hacia quienes lo siguen, apre-
surándose a eliminar malentendidos.

Podemos volver a leer el Evangelio, muy lenta-


mente y tratando de saborear las palabras. Luego,
tras unos momentos de silencio, intentamos descu-
brir qué nos dice el texto.

- El pasaje del evangelio de hoy contiene palabras


fuertes, desconcertantes, exigentes. Recuerdan
que seguir a Jesús es una opción radical que abarca
toda la existencia. Ahora bien, el pasaje, de por sí
muy duro, puede causar gran perplejidad en noso-
tros si no lo situamos en el ámbito adecuado, que
es el del discipulado. Recordemos que discípulo no
es aquella persona que ha dejado algo, sino aquella
persona que se ha encontrado con alguien. Y este
encuentro hace que todo pase a un segundo plano,
porque lo que prima es el tesoro encontrado, es
decir, la persona de Jesús y el gran proyecto del
Reino. Éste es el marco adecuado para comprender
las opciones radicales que el Maestro pide a sus dis-
cípulos en el presente pasaje evangélico. Fijémo-
nos en las expresiones de este pasaje con las que
Jesús subraya que el encuentro con su persona
sostiene y cimenta toda opción de seguimiento:
“cualquiera que venga a mí”; “no me ame más
que a…”; “el que no carga con su cruz y me si-
gue”; “no puede ser mi discípulo”…

- Quien se ha encontrado con el Maestro sabe que


éste ha reivindicado para sí el amor más grande.
Jesús es un Señor incompatible con otros señoríos.
Por eso las renuncias que se señalan en este pasa-
je inciden en lo más profundo del ser humano. En

30
primer lugar, Jesús pide estar dispuesto a aban-
donar todas las seguridades, particularmente las
que proporcionan los lazos familiares (v. 26). En
aquella época, en la que no había seguridad social,
ni hos¬pitales, ni seguros de jubilación, la familia
lo era todo, porque se hacía cargo de los suyos y
era un punto de referencia social muy importante.
Pues bien, el discípulo de Jesús debe abandonar
esta seguridad y estar dispuesto a salir de su pe-
queña familia para crear vínculos con la gran fa-
milia del Reino. En la misma dirección apunta la
renuncia a sí mismo que señala también este ver-
sículo. Quien vive obsesionado por la propia vida,
el propio futuro, el propio interés, ha desplazado
a Jesús, lo ha descentrado de su corazón y se está
desviando en el camino del seguimiento. Observe-
mos ahora la segunda de las exigencias (v. 27).
¿Qué imágenes utiliza Jesús para presentarla?
¿Qué quiere expresar con ellas?

- Con esta segunda exigencia, que está en conso-


nancia con la anterior, Jesús pide al discípulo que
adecúe su propia vida a la del Maestro. Utiliza la
imagen de los condenados a morir en cruz, que
caminaban cargando el tronco horizontal del que
serían colgados. Esta imagen, tras la resurrección,
tendría resonancias muy hondas para la comunidad
de Lucas. Tomar la cruz y llevarla en pos de Jesús
les recordaría las contrariedades de todo tipo que
implicaba el seguimiento: hostilidad, conflicto,
rechazo, fracaso..., pero también la victoria final
tras un camino hecho con perseverancia.

- Por último, la tercera exigencia retoma un tema


muy apreciado por Lucas: el de la pobreza y el
desprendimiento; en ella, Jesús pide dejar todo
lo que se tiene (v. 33), porque discípulo es aquella
persona que prefiere al Maestro antes que cual-
quier otra cosa.

Las tres máximas sobre las exigencias del discipu-


lado son, en verdad, radicales. Tanto que el pasaje
ilustra con dos parábolas la necesidad de sentarse
a pensar si conviene ponerse en camino. ¿Cómo
aparece expresado este mensaje en ambas pa-
rábolas?

- Ser discípulo de Jesús es una decisión muy seria.


Por eso es necesario sopesar pros y contras, medir
las fuerzas. Dos parábolas ilustran esta enseñanza:
la edificación de una torre y la guerra de un rey
contra otro. Antes de disponerse a ser discípulo de
Jesús hay que sentarse a reflexionar, pues adecuar
la propia vida a la de Jesús es un compromiso muy
grande que no puede tomarse a la ligera. Hoy es un
buen momento para pararnos a pensar con serie-
dad en las implicancias de nuestro seguimiento.

31
MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS

Jesús deja las cosas claras en el camino que lleva


a Jerusalén, de modo que ya nadie puede llamar-
se a engaño en cuestiones de seguimiento. Son
palabras dirigidas a nosotros hoy. Parémonos a
pensar seriamente en lo que significa caminar de-
trás de Jesús.

- En el camino del discipulado, Jesús es lo prime-


ro y lo más importante: ¿Estoy enfocando así mi
relación con él?

- “¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre,


no se sienta primero a calcular los gastos, para
ver si tiene con qué terminarla?”: ¿Me he senta-
do alguna vez a reflexionar con seriedad sobre
lo que implica ser discípulo de Jesús?

- “Si alguno quiere venir conmigo...”: ¿Hasta


qué punto somos conscientes de las exigencias
que implica para nosotros seguir a Jesús? ¿Qué
compromiso concreto nos sugiere al respecto el
presente pasaje evangélico?

- “Cualquiera que venga a mí...”: ¿Qué segurida-


des hemos dejado nosotros para seguir a Jesús?
¿En qué seguridades está cimentada hoy mi
vida? ¿Me dice algo en este sentido el evangelio
de hoy?

- Discípulo es aquella persona que se ha encon-


trado con Jesús y vive en consecuencia: ¿Estamos
convencidos de que ésta es la clave sobre la
que se construye la vida de un cristiano? ¿Cómo
nos estimula esta certeza a dejar todo lo que
no está en consonancia con Jesús y con el Reino
para vivir con mayor esperanza y alegría?

ORAMOS

El relato evangélico y la reflexión que hemos


hecho sobre él han puesto en evidencia nuestra
incapacidad para seguir a Jesús, nuestras resis-
tencias para afrontar la dureza del camino que
implica el discipulado. Por eso le pedimos ahora
que nos dé coraje y que su Espíritu nos ilumine
para reorientar nuestra vida.

Espontáneamente, con mis propias palabras, y


dejando que hable mi corazón:

¿Qué le digo al Señor…?

32
BUENA SEMANA!

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